7

10 DE MAYO DE 1890

DIARIO DE LUCY WESTENRA

No tengo claro si Quincey Morris es una persona simple o, simplemente, estadounidense. Ojalá ese vaquero y el doctor Seward no me hagan nada malo. ¡Cuentan historias terribles! Como tenga que seguir sonriendo y hacer como que me sorprende oír que hombres fuertes y valientes usan armas para matar pobres animalitos, se me van a romper los dientes de tanto rechinarlos.

¿Qué tiene de valiente atacar a un animal con un arma de fuego? Quizá me sentiría impresionada si venciesen a un búfalo en un combate cuerpo contra pezuñas o si forcejeasen contra un lobo hasta someterlo. No, creo que me pondría de parte del lobo. Ser un lobo, avanzar en silencio y sin ser vista por la espesura… Siempre he pensado en lo que se sentiría siendo un halcón, un lobo o un tigre. Pero mi madre no deja de llamarme su «palomita» y Mina dice que soy su mascota. Así que creo que me voy a quedar sin la vida asilvestrada de un depredador. Soy una criatura tranquila y mimada, lo que me permite estar a salvo de las armas de fuego del doctor Seward y del señor Morris.

¿Otra cosa que me irrita? Que solo entiendo una pequeña parte de lo que dice el señor Morris. Su pronunciación de vaquero me resulta muy confusa. ¿Nadie sabe hablar en Estados Unidos? Y me habla muy despacio, como si creyese que soy tonta.

Pero no estoy siendo justa. No me parece un hombre antipático. Además, he descubierto que Arthur Holmwood, el omnipresente doctor y el sin duda incomprensible vaquero son amigos y forman una especie de hermandad. ¡Arthur estará con ellos en su próxima visita! ¿Cómo es que todos los hombres fanfarrones y presuntuosos se conocen? Me siento rodeada, como si estuviesen cazando juntos y yo fuese la criatura torpe por la que se han decidido.

Aunque puede que sea beneficioso para mí. He vivido con miedo a que el doctor Seward se me declare, Arthur Holmwood está decidido a cortejarme y hasta Quincey Morris parece muy ansioso por ocupar mi tiempo y mis atenciones. Pero, si los tres son tan buenos amigos, está claro que ninguno irá a por mí sin el beneplácito de los otros.

No me imagino a Arthur, elegante, creído y seguro de sí mismo, renunciando a algo. Tampoco me imagino al doctor, con esa mirada distante y apagada, apartándose por voluntad propia. Ni tampoco al vaquero dejando de lado una cacería ahora que ha encontrado a su presa.

¡Quizá se maten entre ellos! De ser así, podría lamentar su muerte y pasar página. Me gusta el drama de los funerales. Creo que tendría un aspecto encantador fingiendo que lloro sobre sus tumbas abrazada a mi ser más amado.

Al fin y al cabo, he conseguido ocultar mis dientes afilados, mis esperanzas de ver morir a tres hombres ejemplares. Debería arrepentirme, pero creo que el arrepentimiento y yo no somos compatibles. Pero bueno, que no quiero verlos morir. Lo único que espero es que se cansen de mí. Yo ya estoy muy cansada de su compañía. Y tengo claro que ellos terminarán por cansarse de mi teatrillo.

Tengo que dejar de pensar en esos hombres. Mi madre se ha pasado el día en la cama y todos mis hombres están por ahí bebiendo y fumando juntos, por lo que soy libre. Escribiré a mi ser amado y esperaré a que me responda; luego me pondré a practicar mis mejores gestos de escuchar con atención mientras me hablan para cuando se despierte mi madre o regresen mis torturadores. Últimamente he estado algo ausente y mi madre se ha dado cuenta. Preferiría que no se fijase tanto en mí.

Echo de menos la escuela. Echo de menos aprender. Echo de menos tener algo que hacer con mi tiempo, saber lo que se espera de mí y arrancar sonrisas y halagos a los demás. Mi madre me dice que seré más feliz cuando sea esposa y tenga descendencia, pero lo cierto es que ella no lo parece. Y, en su caso, lo de ser esposa terminó muy mal.

Me gustaría tener una vida feliz, pero siempre que intento imaginarla me veo sobre los acantilados, caminando agarrada del brazo de mi ser amado y sin dejar de reír.

¿Por qué no puedo tener ese futuro? ¿Por qué las doncellas tienen que convertirse en madres? ¿Para qué casarme? Nunca me he sentido tan querida ni cuidada como cuando era joven y me guiaba y enseñaba alguien que de verdad se preocupaba por mí. Quiero volver a esa época, a esos ojos atentos y marrones que me miraban por encima de mi libro, a esos secretos susurrados y a ese mundo inabarcable y compartido. En su compañía.

Mi madre me acaba de llamar. Se ha terminado mi pequeña libertad diaria. Puede que el señor Morris le enseñe sus trucos de vaquero con los lazos y consiga retenerme junto a ella de forma más eficiente.

Tengo que aguantar hasta que llegue Mina la semana que viene. Tengo muchas historias divertidas que contarle. Sí, eso es lo que voy a hacer. Me tragaré todo mi dolor y los agravios, les pondré un lacito y los convertiré en algo que la haga reír.