He tomado muchas decisiones estúpidas a lo largo de mi vida (decisiones muy estúpidas), por lo que cualquiera pensaría que soy consciente de que las decisiones estúpidas tienen consecuencias.
Por ejemplo: si decides casarte con un gilipollas, tu matrimonio va a ser una mierda. Si decides cenar solo Doritos pasados, lo más probable es que te despiertes con hambre. Y esta es mi nueva favorita: si, por impulso, decides besar a un desconocido en un antro de Wyoming, pierdes tu iPad.
El cual necesitas. Para tu trabajo. Que empiezas hoy.
Excelente.
Ahora tenía que aparecer el primer día de mi encargo más importante hasta la fecha sin la agenda, las renderizaciones, las paletas de colores, las hojas de cálculo de los productos y, básicamente, todo lo que necesitaba. Porque no solo me dejé la bolsa de tela en un bar después de besar a un desconocido, sino que la dejé en un bar que ni siquiera tiene número de teléfono. Lo que, sinceramente, me parece un poco ilegal.
Pero el tufo a humo de tabaco que tenía en el pelo me decía que a La Bota del Diablo no le importaba mucho si era ilegal no tener un número de teléfono.
Así pues, no solo iba a parecer una idiota el primer día, sino que también tendría que volver a la escena del crimen y arriesgarme a encontrarme con el vaquero desconocido guapo, lo que me conduciría a otra decisión estúpida.
Porque madre mía.
No podía sacarme el beso de la cabeza. Soñaba con lo que habría pasado si el camarero no nos hubiera pillado. ¿Habríamos seguido? En mi sueño, deslizaba las manos ásperas por debajo de mi camiseta y me recorría el cuerpo con ellas. Le desabrochaba el cinturón. Me levantaba del suelo. Le rodeaba la cadera con las piernas. Me inmovilizaba contra la pared y…
—¡Café doble con leche y vainilla para Ada! —La voz de la barista me sacó de mi fantasía inapropiada de las nueve de la mañana.
Claro. El café. Eso estaba haciendo. No siendo presionada contra una pared por un vaquero buenorro en un antro oscuro.
Lo que era un fastidio, pero seguro que era lo mejor.
Me acerqué al mostrador, recogí mi café con leche y le asentí a la barista en una señal rápida de agradecimiento. Me observó un poco más de la cuenta, como si no supiera qué hacía aquí. Los ojos en la cafetería también se me quedaron mirando un poco más de la cuenta. Era como si llevara un cartel de neón enorme que dijera: no soy de aquí.
No me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que agradecía las cafeterías drive-thru, pero, a pesar de eso, tenía que admitir que el lugar era bonito. Además, ¿se llamaba El Grano? No había necesidad de ser tan adorable.
Una vez que salí, eché una foto rápida del café con las montañas de fondo para subirla a las redes sociales con la frase «Día 1. Se viene nuevo proyecto».
Empecé @homeiswherethehartis después de que me echaran del programa de diseño de interiores por sacar malas notas. Sinceramente, no estaba hecha para los estudios. Empezar mi propio negocio me ayudó a darme cuenta de que no pasaba nada, que el hecho de que no fuera buena en los estudios no significaba que no pudiera ser una buena diseñadora y aprender el oficio en un aula diferente.
Lo que empezó como ofrecerme voluntaria para hacer limpieza en los armarios de la gente se había convertido en algo de lo que me sentía orgullosa.
Lástima que fuera la única en mi vida que lo estuviera.
Aun así, la comunidad que he construido en mi perfil era una de mis cosas favoritas. Había gente que ni siquiera me conocía a la que le gustaba seguir mis proyectos.
Y tenía la sensación de que este iba a superar con creces el resto de cosas que había hecho.
Mi Honda Civic rojo de 1993 me estaba esperando en el aparcamiento. A decir verdad, me sorprendió que llegara a Wyoming de una pieza. Debería haber tenido más fe en él. Después del divorcio, fue el único coche que pude permitirme. Tenía sus defectos. El líquido de la dirección asistida tenía una fuga, así que tenía que rellenarlo una vez a la semana si quería poder conducir. Tampoco tenía aire acondicionado. Pero era lo único que no me había fallado nunca. Me senté en el asiento del conductor y consulté el mapa de Rebel Blue en el móvil. Menos mal que me lo guardé en el bolsillo y no en la bolsa. No sabía muy bien cómo iba a afrontar el día sin el iPad, pero llegados a este punto, no me quedaba más remedio.
«Toda estupidez tiene sus consecuencias, Ada».
Y las consecuencias son quedar como una idiota el primer día de tu nuevo trabajo.
Google Maps dijo que Rebel Blue estaba a unos veinte minutos del centro del pueblo. Eran las nueve en punto, así que iba bien de tiempo.
Nunca me verás ir a algún sitio sin un margen de al menos diez minutos.
Sinceramente, lo prefería de quince minutos, pero el café era una parada necesaria.
Me miré en el espejo retrovisor un segundo. Lo primero de lo que me di cuenta es que parecía cansada. Las ojeras no me estaban haciendo ningún favor.
«Rancho Rebel Blue, allá voy».
Había crecido en California, por lo que las montañas no me eran algo ajeno, pero nunca había visto montañas como estas. Casi todas mis montañas estaban secas y eran aburridas y marrones. Además, me había criado en los suburbios de San Francisco, no en el corazón del salvaje Oeste. Las carreteras sinuosas que me llevaban a Rebel Blue estaban talladas en lo que parecía la entrada a otro universo. Era principios de abril, por lo que todavía quedaba mucha nieve en las montañas, sobre todo cuanto más arriba miraba. El blanco puro de la nieve contra el gran cielo azul era increíble.
Juraría que el cielo azul de Wyoming era mucho más grande que el de California.
Mis zonas favoritas eran aquellos sitios en los que la nieve se había derretido lo suficiente como para ver el verde y el marrón de debajo. Era como una promesa: ningún invierno podía durar para siempre.
Madre mía, era una locura lo que me estaban haciendo estas montañas. Unas vistas preciosas y ya estaba pensando en toda mi existencia. A pesar de que me sentía pequeña, el momento parecía… grande. Muy grande.
—En el kilómetro ocho, gire a la izquierda. —La voz de Siri sonó a través del altavoz, y no perdí de vista el lado izquierdo de la carretera de montaña en busca de la entrada. No sabía si estaría bien señalizada o si iba a aparecer de la nada.
Al cabo de uno o dos minutos, vi un arco de madera enorme y una verja. «Arco» no era la palabra adecuada, ya que más bien eran tres lados de un cuadrado con una puerta al fondo. Reduje la velocidad y me salí de la carretera antes de detenerme delante. Cerca de la parte superior del cuadrado, ponía rancho rebel blue en letras grandes de hierro. Encima, grabada a fuego en la madera, había una silueta de lo que me parecía el cráneo de un toro. ¿O un novillo? ¿Se llamaba así?
La puerta estaba abierta, y al otro lado había una carretera de tierra que parecía seguir hasta el infinito. Miré el móvil. Al parecer, la dirección que me dio Weston estaba a un kilómetro y medio por la carretera.
Esperaba que los amortiguadores del coche aguantaran. Levanté el pie del freno, respiré hondo y crucé el umbral hacia Rebel Blue.
«Allá vamos».