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Wes

Me quedé mirando la bolsa que había sobre la encimera de la cocina de la Casa Grande. Era la única prueba tangible de que lo de anoche pasó de verdad, mi zapato de cristal o alguna mierda así.

No me sacaba de la cabeza a la mujer del bar. No había dormido nada. Estuve despierto toda la noche haciéndome preguntas sobre ella.

¿Quién era?

¿De dónde había salido?

¿Por qué no fui tras ella después de que me besara?

Brooks era la respuesta a la última. Después de que saliera corriendo, Brooks se quedó en el pasillo de La Bota del Diablo, bloqueándome, con una estúpida sonrisita arrogante en la cara.

—Sinceramente, las mierdas que me encuentro en este pasillo dejaron de sorprenderme hace mucho tiempo —dijo—. Pero ¿esto? Esto no me lo esperaba.

—Cierra el pico —contesté. Sin importarme que me acabara de ver con una mujer contra la puerta, más desesperado con cada puto segundo que pasaba.

—¿Acaso sabes cómo se llama? —preguntó. No, no sabía cómo se llamaba.

Pero me moría de ganas, joder.

—Te juro que, como se lo cuentes a Emmy, te pego un puñetazo en la cara —dije. A pesar de que no lo haría. Pero era la única amenaza que se me ocurrió en ese momento. Prenderle fuego me parecía demasiado agresivo. También sabía que se lo iba a contar a Emmy sí o sí.

Dudaba que a estas alturas hubiera algún secreto entre ellos dos.

—Ya he recibido un puñetazo en la cara a manos de un Ryder, no me da miedo. —Recordé cuando mi hermano mayor, Gus, le dio un puñetazo a Brooks cuando se enteró de que él y nuestra hermana pequeña, Emmy, habían estado viéndose a nuestras espaldas.

Brooks y Gus eran mejores amigos, así que el sonido de ese puñetazo seguro que se escuchó por todo Meadowlark. Les costó un poco, pero ya estaban bien. Aunque sabía que Gus se seguía sintiendo bastante culpable por ello.

—A propósito de eso, no se lo cuentes tampoco a Gus. —Lo último que necesitaba era que mis hermanos se burlaran de mí porque me habían pillado liándome con una chica en un bar como si fuera un chaval de veintiún años salido.

—Vale, hagamos un trato. —Se le agrandó la sonrisa—. Solo se lo contaré a Emmy, y lo más probable es que ella se lo cuente a Gus.

—¿Cómo va a ser eso un trato? —pregunté.

—Porque no se lo voy a contar yo.

—Eres desesperante, ¿lo sabes? —Se limitó a encogerse de hombros. En ese momento, cogí la bolsa de la mujer del suelo, sin saber qué iba a hacer con ella, pero no quería dejarla ahí.

Así que aquí estaba, en la mesa de mi cocina.

Y seguía sin saber qué coño hacer con ella.

Podría preguntarle a Emmy. O a Teddy.

De hecho, borra eso, a Teddy no, eso seguro. No me dejaría en paz nunca. Emmy lo dejaría pasar después de un tiempo. Teddy sacaría el tema en mi funeral. Ella era la mejor amiga de mi hermana y lo llevaba siendo desde que el padre de Teddy la trasladó a Meadowlark cuando solo tenía unos meses. Le encantaba meter mierda, lo que me divertía cuando tenía puesta la mira en otras personas, pero no necesitaba que viniera a por mí.

Me vino a la mente el recuerdo de cómo me agarró la camiseta la mujer misteriosa. Fue tan… atrevida.

Me puso muchísimo.

¿Y cómo gimió cuando le mordí el labio? Dios. Puede que me dejara llevar, pero todo lo de ese momento fue perfecto. La línea de bajo procedente de la gramola, el pasillo poco iluminado, mi mano en su culo.

Noté cómo se me tensaban los vaqueros.

«Céntrate, Ryder. Te espera un día importante. No puedes tener empalmes espontáneos».

Técnicamente, era el Día Uno del Proyecto Rancho de Huéspedes de Rebel Blue. En mi cabeza me refería a él como «Proyecto Baby Blue», pero no iba a decírselo a nadie. Aunque era el primer día que la diseñadora, Ada, estaba in situ, llevábamos desde octubre trabajando juntos mediante correos.

Miré el reloj del horno, evitando volver a mirar la bolsa. Las seis y media. Me quedaban tres horas hasta que llegara Ada. Tenía la sensación de que iban a ser las tres horas más largas de mi vida.

Llevaba todo el invierno esperando, y ya estaba en la recta final.

Había un montón de ganado cerca de la entrada de Rebel Blue, así que esta mañana algunos de los trabajadores del rancho y yo los íbamos a conducir a otro lugar. Al menos no iba a pasarme las próximas horas esperando con el culo plantado en algún lado.

La ilusión me estaba matando.

Cuando mi padre y Gus aceptaron por fin lo del rancho de huéspedes, lo sentí como algo que iba más allá de confiar en mí con una gran responsabilidad.

Sentí como si me vieran.

Entre Gus, el hijo mayor exigente a la vez que dedicado, eficiente y trabajador, y Emmy, la campeona de carreras de barriles feroz a la vez que amable y cariñosa, era fácil perderse. No tenía ningún identificador como ellos.

Era Wes, nada más.

Y estaba bien. No me importaba, pero me seguía emocionando tener algo que fuera mío.

Oí cómo chirriaban las tablas del suelo a mis espaldas.

—¿Cómo te encuentras por lo de hoy? —La voz grave de Amos Ryder sonó detrás de mí.

—Bien —respondí—. Es raro que haya llegado por fin. —Mi padre rodeó la encimera de la cocina y se colocó frente a mí.

Llevaba sus clásicos vaqueros Wranglers y una camisa de algodón. Antes de empezar a trabajar, siempre se remangaba los puños de la camisa y se le veían los tatuajes descoloridos de las golondrinas que tenía en los antebrazos.

—¿A qué hora llega la diseñadora? —preguntó.

—A las nueve y media. ¿Vas a volver aquí o quieres que nos veamos en el sitio? —inquirí.

—La veré aquí —dijo mientras le daba un sorbo al café sin dejar que se enfriara. No sabía cómo podía bebérselo cuando seguía hirviendo—. Es tu proyecto, Weston. No hace falta que esté allí. Puedes hacerlo.

Si había algo que siempre hacía Amos Ryder, era creer en sus hijos. Y en Brooks también, supongo. Y ni siquiera habíamos hecho nada para ganarnos su apoyo incondicional. Simplemente lo hacía. En plan, supongo que así eran algunos padres. Pero aun así.

Me daba un miedo de cojones decepcionarle.

Me pasé la mano por la cara.

—Lo sé. Es que… —Me detuve durante un segundo para intentar encontrar la forma de expresar mis pensamientos. Siempre había sido el segundo al mando (el tercero, si nos poníamos técnicos). Vivía bajo la sombra de Gus, consciente de que él acabaría dirigiendo el rancho algún día. Nunca había hecho nada por mi cuenta—. Es algo grande. —Fue por lo que me decidí.

Mi padre asintió. Creo que entendía la parte que no había dicho.

—¿Qué es eso? —preguntó al tiempo que hacía un gesto en dirección a la bolsa que había sobre la encimera.

No quería contarle a mi padre cómo había acabado la bolsa en mi posesión, así que simplemente dije:

—Una amiga se lo dejó en el bar anoche.

Amos enarcó las cejas de forma inquisitiva.

—¿Una amiga?

Tragué saliva.

—Sí. Me la traje a casa porque no quería que se le pegara el olor a humo de cigarro para siempre —respondí con indiferencia, o eso esperaba.

Mi padre entrecerró los ojos, solo un poco, antes de sacudir la cabeza y darle otro sorbo al café.

—Los tres tenéis que aprender a mentir mejor.