Miré la hora: 22:32. Habían pasado un par de horas desde que llegué al bar. Había quedado con Weston a las nueve y media, así que tenía que volver al motel pronto. Me puse a trabajar de nuevo y me aseguré de que no me faltara ningún documento o información importante que tuviera que revisar con Weston mañana.
Una vez que cogí el ritmo, se volvió más fácil no pensar en el vaquero que había en el bar, pero no era capaz de quitármelo de la cabeza del todo. Cada vez que alzaba la vista, tenía los ojos puestos en mí. Una y otra vez hacíamos contacto visual durante un segundo de más y luego volvía al trabajo.
Era un ciclo en apariencia inofensivo, pero me estaba poniendo nerviosa.
No sabía muy bien por qué, pero me sentía… atraída hacia él. Cómo bromeaba con el camarero, cómo el hombre mayor de la barra le daba una palmada en la espalda de vez en cuando y cómo mantenía una mano en su perro, todo me hacía preguntarme quién era este hombre y cómo era a la luz del día.
Tenía curiosidad.
Por eso lo hice.
Al menos eso es lo que me diría a mí misma después.
Dejé de trabajar, recogí mis cosas y las metí en la bolsa de tela. No hacía falta que levantara la vista para saber que me estaba mirando, pero lo hice de todas formas. Justo cuando le daba un sorbo a la cerveza.
Nos volvimos a mirar fijamente mientras me levantaba. Sus ojos me siguieron, y tenía la esperanza de que su cuerpo lo hiciera también. No tenía ni idea de qué me había dado, pero no quería luchar contra ello.
Rompí el contacto visual cuando me acerqué a la puerta, pero mientras caminaba, notaba sus ojos en la espalda. En vez de cruzar la puerta, me dirigí al pasillo que había justo delante.
«Ada, ¿qué cojones estás haciendo?».
¿De verdad estás invitando a un desconocido a que te siga a un pasillo oscuro en un sórdido antro?
Sí, eso era lo que estaba haciendo.
Me detuve cuando llegué a una puerta que estaba en mitad del pasillo y me apoyé en ella. Esperando a ver si vendría.
Lo hizo.
Su sombra apareció en la entrada del pasillo, y el corazón me pateó las costillas como si intentara escaparse.
Sentía sus pasos a medida que se acercaba, porque mientras venía hacia mí, el mundo que conocía se sacudía y se desmoronaba para dejarle paso.
A algo nuevo.
Se detuvo a unos pasos de mí y sus ojos verdes atravesaron la oscuridad. Ardían mientras me absorbían, pero ¿también transmitían preocupación, quizá?
Ya éramos dos.
—¿Estás bien? —preguntó el desconocido, sin dejar que rompiera el contacto visual. Estaba cerca, por lo que tuve que estirar el cuello para mirarle. Di un paso hacia él y asentí. No me fiaba de mi voz. Me delataría. Le diría que no estaba bien y fuera cual fuese el trance en el que ambos nos encontrábamos sumidos se rompería.
No quería eso. Quería algo nuevo.
Lo quería a él, al hombre que me miraba como si mereciera la pena mirarme.
—¿Estás segura…? —le interrumpí cuando le agarré la camiseta con las manos, me puse de puntillas y bajé su boca hacia la mía.
Se quedó quieto, aturdido, pero solo durante un segundo, tras lo que alzó una mano para llevarla a mi cara y la otra para agarrarme el pelo.
«Sí», pensé. «Necesito esto».
Su mano contra mi cara era áspera, tal y como pensé que sería, pero él era suave, como si lo estuviera saboreando.
Moví la boca contra la suya y me recorrió el costado con la mano que tenía en mi cara hasta agarrarme la cadera. Su mano dejó un rastro de electricidad. Era como si el aire crepitara a mi alrededor.
Necesitaba estar más cerca de él.
Solté el bolso y le rodeé el cuello con los brazos justo cuando me empujó contra la puerta con una cantidad maravillosa de fuerza. Pensaba que mi cabeza iba a chocarse contra la puerta, pero la mano que tenía en el pelo me ahuecó la parte de atrás de la cabeza para asegurarse de que no me diera ningún golpe. Luego, utilizó esa mano para agarrar las mías e inmovilizármelas por encima de la cabeza.
Nuestros cuerpos estaban sonrojados y nuestras lenguas, enredadas. Cuando me mordió el labio inferior con suavidad, no pude evitar gemir y esperar que el sonido quedara ahogado por la gramola.
Su otra mano viajó desde mi cadera hasta mi culo y me la metió en el bolsillo trasero de los vaqueros.
—¿Te parece bien? —preguntó contra mi boca.
—Más —susurré. Me agarró el culo. Con fuerza.
—Joder, ¿quién eres y qué me estás haciendo? —gruñó. Las caderas se me movieron de forma involuntaria, necesitadas de más, y noté su polla dura bajo los vaqueros. ¿Cuándo fue la última vez que había puesto cachondo a alguien? ¿Cuándo fue la última vez que yo me había puesto cachonda?
Se oyó una tos fuerte procedente del final del pasillo, y ambos nos quedamos congelados. Miré al vaquero, quien mantuvo los ojos en mí antes de soltarme las manos y girarse para dirigirse al intruso.
—Necesito entrar en mi despacho… si no os importa. —Era Brooks. El camarero. Parecía que estaba sonriendo, pero no le miré para confirmarlo. Me ardían las mejillas y quería meterme debajo de una piedra y no salir nunca.
Esto había sido una estupidez enorme. Yo era una estúpida enorme.
Siempre hacía esto. Daba igual lo mucho que lo intentara, no podía deshacerme por completo de esa parte de mí que encontraba estimulación en las decisiones precipitadas e impulsivas. Las decisiones impulsivas per se no eran el problema. Estoy segura de que algunas personas habían tomado unas muy buenas, pero yo no era una de ellas. Cuando yo tomaba una decisión impulsiva, solía acabar pagándolo un tiempo. Mi matrimonio fallido era el ejemplo principal de este Adanómeno.
—Pero podéis seguir contra la otra pared —continuó el camarero. Madre mía. Esto era demasiado embarazoso. No podía soportarlo.
Así pues, hice lo que había venido a hacer a Wyoming.
Hui.