Cuatro

Max

¿Estaba de acuerdo?

Sí y no.

—No sé si estoy del todo de acuerdo con que el amor no exista —dije, escogiendo mis palabras con cuidado para no molestar a la «casi-novia» a la que habían sido infiel—. Pero sí creo que el amor es una apuesta y que la mayoría de la gente termina perdiendo más de lo que gana.

Yo era de los que sopesaban el riesgo frente al beneficio, y la experiencia en ese ámbito me había enseñado que el riesgo no merecía la pena en absoluto.

«No, gracias».

—Me gusta tu analogía —dijo Sophie, cambiando de posición para sentarse encima de sus piernas—. Entonces, ¿haces esto porque perdiste en la apuesta del amor? ¿Esa es la historia detrás del objetor?

No iba a contarle mi vida (ni siquiera sabía cómo se apellidaba), pero no me gustó eso de «la historia detrás». No era un mercenario que arruinaba bodas impulsado por un retorcido deseo de venganza.

—Vamos a ver, esto no es algo que haga seguido. Todo surgió porque ayudé a una amiga que estaba en un aprieto y luego, a través del boca a boca, hice algunos favores a conocidos que no tenían muchas alternativas.

—Cuéntamelo todo —me pidió con una sonrisa, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá—. Pero antes ve a por lo que queda de pizza, Maxxie.

—No me llamo así. —Me puse de pie—. Pero como quiero comerme otra porción antes de que te la acabes toda, voy a hacerte caso. Aunque solo por esta vez.

—Buen chico —repuso mientras me acercaba a la barra—. Ahora cuéntame cómo fue tu primera objeción.

En cuanto me puse a recordarla, me di cuenta de lo surrealista que había sido, ya que, en ese momento, apenas conocía a la mujer.

—Hannah era la auxiliar administrativa de mi oficina. Muy simpática, aunque bastante callada y reservada.

Agarré la caja y la llevé al sofá, donde Sophie estaba dando golpecitos en la mesa como si estuviera dirigiendo el tráfico de la pizza.

—Se iba a casar con el hijo del gobernador, así que, aunque era introvertida, todos los que trabajábamos allí sabíamos que iba a ser una boda importante.

—Ah. —Abrió la caja en cuanto la dejé en la mesa y se hizo con una porción de pepperoni—. ¿El gobernador calvo y cretino?

—Ese mismo. —Me fijé en cómo arrugaba la nariz, como si conociera al gobernador de toda la vida y lo odiara a muerte—. Dos días antes de la boda, salí del trabajo tarde, sobre las ocho, y me la encontré en el aparcamiento, llorando dentro de su coche.

—Ay, no —dijo Sophie con la boca llena y los ojos abiertos de par en par—. ¿Qué le había pasado?

A pesar de la seriedad de la historia, tenía una expresión tan infantil que estuve a punto de reírme.

—Había recibido una llamada de una mujer que había estado saliendo con su prometido. Por lo visto, Cretino Junior había olvidado mencionarle quién era en realidad o que estaba comprometido.

—Qué asco —dijo, sacudiendo la cabeza y con una mueca de disgusto.

—La mujer la había llamado para advertirle, para que pudiera cancelar la boda; todo un detalle, pero Hannah dijo que no podía. Por lo visto, Cretino Junior era un manipulador nato, y cada vez que ella tenía alguna duda sobre su relación, él se lo contaba a sus padres porque le preocupaba que Hannah estuviera «recayendo».

Dios, solo recordarlo hacía que me entraran unas ganas enormes de volver a dar un puñetazo a ese desgraciado. Me dejé caer en el sofá junto a Sophie.

—¿Recaer? —preguntó.

—Él usaba su salud mental en su contra. Una mierda total. Al parecer, Hannah había sufrido una grave depresión de adolescente y se lo había contado a su novio. Y él se había aprovechado de ello para tratarla como si estuviera a punto de hacer algo drástico cada vez que no estaban de acuerdo en algo.

—¡Madre mía! Lo odio con todas mis fuerzas —dijo, levantando su botellín de Heineken y llevándoselo a los labios.

—¿A que sí? —Me hice con un trozo de pizza y le di un mordisco—. El caso es que ella sabía que, si cancelaba la ceremonia, él convencería a todos de que estaba loca; por no hablar de la vergüenza que pasarían sus padres, que también la culparían por el dineral que se habían gastado en la boda.

—Qué horror —comentó Sophie tras beber un sorbo y dejar el botellín—. ¿Y qué hicisteis después…?

—Pues pasamos del «¿Y si alguien cancela la boda?» a «Vamos a llamar a la otra para sonsacarle todos los detalles», y terminamos con «La leche, este plan es brillante, adelante con él».

—Y decidiste ser tú quien lo hiciera —susurró, mirándome con los ojos muy abiertos—. Eres todo un héroe.

Estiré el pie y le di un suave toque a los suyos para que los quitara de la mesa.

—Anda ya.

—Lo digo en serio. —Me señaló con el botellín—. Eres mi héroe. Mi padre trabaja para el padre de Stuart, y ese hombre es un idiota sin alma. Estoy segura de que, si hubiera cancelado la boda, habría despedido a mi padre en un abrir y cerrar de ojos, solo por despecho. Es así de ruin.

Como no tenía ni idea de qué responder, di otro mordisco a la pizza.

—De hecho, iba a casarme con Stuart sabiendo perfectamente que solicitaría la anulación o me divorciaría de él en cuanto pudiera. No iba a permitir que mi padre perdiera treinta años de trabajo por mi culpa.

—No hay nada peor que no poder elegir tu futuro —dije, convencido de ello. No podía imaginar a Sophie casándose con ese tipo, un imbécil que la había engañado dos veces—. Me alegra haber sido de ayuda.

—Estás prestando un servicio público, Objetor —repuso ella, terminándose la pizza y limpiándose las manos—, salvando a la gente de una vida de miseria, boda tras boda.

—Sí, claro. —Me reí, más borracho de lo que había previsto estar—. Es como ser bombero, pero sin la valentía ni el peligro que conlleva el trabajo.

—El héroe más blandito de todos —dijo ella entre risas.

Me estaba cayendo bien. A ver, no la conocía, así que podía ser un monstruo en la vida real, pero era una persona muy agradable con la que pasar unas horas de borrachera.

—¿Tienes reglas? —quiso saber.

La pregunta me sorprendió. Por supuesto que las tenía, pero no esperaba que me preguntara aquello.

—La más importante es que solo lo hago por personas que no tienen otra opción, que están a punto de casarse con alguien que ya les ha hecho daño y tienen pruebas de ello. —«¿Qué hora sería?»—. Infieles y estúpidos, básicamente.

—¿Es rentable? —preguntó, rascando la etiqueta de su botellín con una uña con una manicura perfecta—. Ni siquiera sé cuánto te ha pagado Asha.

—Qué va —dije—. Lo justo para unas cervezas.

Era mentira.

Al principio, no lo había hecho con esa intención, pero aquel trabajo extra había ido creciendo por sí solo. Hannah había insistido en pagarme por la ayuda. Pagarme bien.

Un mes más tarde, la mejor amiga de la hermana de Hannah se puso con contacto conmigo para que la ayudara a arruinar su boda. Intenté negarme, pero resultó que, cuando se trataba de personas que estaban a punto de casarse con un imbécil, se me podía convencer con mucha facilidad. Saber que yo era su única esperanza me afectaba, sobre todo cuando estaba involucrada la frase «hasta que la muerte nos separe».

Me resultaba imposible decir que no. Por eso solía quedarme solo con lo necesario para cubrir los gastos y donaba el resto.

—Dios —dijo Sophie, sonriendo de forma que parecía más joven y borracha—. Qué buena idea tuviste. Me juego el cuello a que hay suficientes personas infelices y relaciones fallidas como para que pudieras dedicarte a esto a tiempo completo si quisieras. Es más, seguro que tendrías que rechazar algunas bodas porque una sola persona no sería suficiente para hacerse cargo de la cantidad de gente desesperada porque no se celebre su boda.

—Puede que esa sea tu vocación —dije, intentando imaginármela en ese papel. No sé por qué, pero tuve la sensación de que lo haría de maravilla—. Podrías ser la objetora.

—Me gusta mi trabajo. —Apoyó la cabeza en el sofá y cerró los ojos—. Aunque ser la objetora contigo de objetor podría ser un trabajo extra de lo más divertido.

—No sé si «divertido» es la palabra más adecuada —señalé, cerrando los ojos también.

—Créeme, Objetor —dijo, con voz somnolienta—, nos lo pasaríamos en grande.