Dos

Max

Llamé a la puerta de la habitación del hotel y esperé.

Esta era la parte que menos me gustaba.

La mayoría de las novias que estaban desesperadas por cancelar sus bodas solían terminar hechas un mar de lágrimas, conmocionadas por el final de lo que creían iba a ser el comienzo del resto de sus vidas.

Y a mí no se me daba bien consolar a nadie. Las palmaditas en la espalda y ofrecer pañuelos no eran lo mío.

Lo único que quería era mi dinero y largarme de allí cuanto antes.

«Y hablando de esto, ¿quién narices no tiene Venmo o Paypal?».

Justo antes de que se abriera la puerta de golpe, oí un ruido.

—¡El objetor! —exclamó con una sonrisa una rubia con una camiseta de los Red Hot Chili Peppers que le llegaba hasta las rodillas—. Soy Asha. Hablamos por teléfono… ¿Te acuerdas?

«Ah, sí. La mejor amiga de la novia y prima de mi compañero de universidad».

—Así que tú eres la prima de Tom.

—¡Sí! —Al ver cómo volvía a sonreír me di cuenta de que estaba bastante borracha—. ¡Entra!

Sostuvo la puerta abierta y la seguí hasta lo que claramente era una suite nupcial, con un salón enorme, una habitación a la izquierda con pétalos de rosa por todas partes y un cubo plateado con una botella de champán dentro en la mesa baja.

«Lo típico».

Miré hacia la derecha y vi una barra con una botella de tequila abierta en el centro y dos vasos de chupito en la encimera.

«No tan típico».

—¡Has estado increíble! —gritó, sacudiendo la cabeza como si no se lo pudiera creer mientras iba directamente a la barra y tomaba la botella—. Tommy me dijo que confiara en él, pero no tenía idea de que fueras tan profesional.

Sonreí y murmuré un «Gracias», aunque nunca sabía muy bien cómo reaccionar a eso. No era un actor orgulloso de su actuación en busca de una buena crítica ni nada por el estilo. Solo era algo que hacía de vez en cuando por dinero.

En ese momento, la puerta del balcón se abrió de par en par y Sophie, la novia, entró corriendo, diciéndole a Asha:

—Necesito uno más.

O, al menos, parecía la novia.

Cuando la había visto caminar hacia el altar, estaba impresionante. Llevaba el pelo oscuro en un impecable recogido alto que resaltaba sus ojos marrón claro y su cuello largo y elegante. Era todo lo que una novia soñaría ser el día de su boda.

Ahora, sin embargo, tenía el pelo hecho un desastre. Aunque la mayor parte seguía recogido en un moño desordenado, varios mechones rizados le caían por la cara como si acabara de enfrentarse a un oso. Se había quitado el maquillaje, lo que la hacía parecer una adolescente, y se había cambiado el vestido de novia por una camiseta de los Chicago Bears, unos leggings… y unas botas de nieve.

En cuanto me vio, se detuvo en seco, aunque luego esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Eres mi HÉ-RO-E.

Abrí la boca para hablar, pero me interrumpió levantando el dedo índice.

—Dame un segundo. Tengo que terminar una cosa.

Observé incrédulo cómo Asha le lanzaba un Twinkie y luego la vi desaparecer por la puerta del balcón.

—¿Quiero saberlo? —pregunté, con la vista todavía fija en la puerta corredera.

—Los Twinkies no le harán nada a la pintura del Volvo, así que nadie saldrá perjudicado —me explicó antes de girarse para mirar las botellas de alcohol de la estantería detrás de la barra—. Esa es la única información que te hace falta.

En ese momento, me planteé salir de esa habitación de inmediato porque a) aquello no era asunto mío y b) eran las siete pasadas y me moría de hambre.

Pero cuando vi a la novia echar el brazo hacia atrás y lanzar el pastelito por el balcón como un quarterback profesional, decidí quedarme un rato más.

—¿Te apetece beber algo? —preguntó Asha, lista para servirse un chupito de tequila.

Antes de que pudiera responder, la novia volvió entrar y comentó, mientras cerraba la puerta corredera detrás de ella:

—Tenemos que cambiar de bebida.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Asha, haciendo un puchero. Levantó la botella de tequila y dijo—: José es nuestro amigo.

—No. —La novia sacudió la cabeza, se quitó las botas y añadió—: Aunque estoy deseando emborracharme, no quiero terminar con la cabeza en el inodoro del hotel. Estoy segura de que así es como se contrae la disentería.

—Estoy seguro de que eso no es cierto —murmuré.

—¿Qué tal schnapps? —sugirió Asha.

—Que decida el objetor —propuso Sophie, curvando los labios en una ligera sonrisa mientras ladeaba la cabeza y me miraba—. ¿Qué crees que deberíamos beber?

Whisky —respondí. Me pregunté cuál sería su bebida favorita. Cuando la había visto vestida de novia, habría apostado a que le gustaban los cosmopolitan, o quizá un buen chardonnay. Pero la mujer que tenía delante, con esa mirada salvaje y que se dedicaba a lanzar Twinkies a la calle, era todo un enigma—. A menos que quieras algo más suave.

—En absoluto. —Se quitó la goma del pelo y se lo sacudió para deshacerse el moño—. Pero el tequila es demasiado fuerte.

—Tómate un chupito con nosotros, Objetor —dijo Asha, o más bien, chilló—. La pizza viene de camino.

—Antes de nada, tenéis que dejar de llamarme así.

—¿Por qué? —quiso saber Sophie, con los brazos en jarra y frunciendo el ceño—. ¿Cómo has dicho que te llamas?

—Max —contesté—. Parks.

—Max —repitió antes de mirar al techo como si estuviera decidiendo qué la parecía mi nombre—. A ver, es un nombre que no está mal, pero Objetor es muchísimo mejor.

—Con eso parezco un superhéroe de segunda.

Ella soltó una pequeña risita y, al arrugar la nariz, me fijé en que tenía pecas.

—Como un abogado que se cayó a un contenedor de residuos radiactivos, ¿no?

—Exacto.

—¿Qué whisky, Objetor? —Asha señaló la barra—. Porque te vas a quedar a beber un trago con nosotras, ¿verdad?

—Gracias, pero no puedo…

—Pues claro que no puede —dijo Sophie, poniendo los ojos en blanco al tiempo que se subía a uno de los dos taburetes de la barra—. Es un hombre, y su misión en la vida consiste en decepcionarnos. Siempre. Por favor, Ash, sírveme un chupito.

—¿No acabas de llamarme «tu héroe»? —pregunté, metiendo las manos en los bolsillos mientras ella me ignoraba y estiraba el brazo para alcanzar el vaso—. ¿Hace como dos minutos?

—Lo que hiciste fue heroico y te lo agradezco mucho —dijo, dibujando círculos con una uña perfecta sobre el borde del vaso y dándome la espalda—. Pero no voy a retractarme sobre lo que acabo de decir. Asha, cielo, ¿puedes servirme un chupito de whisky, por favor?

Algo en la certeza con la que habló y el hecho de que me ignorara por completo hicieron que me quitara la chaqueta, la tirara al sofá y me sentara en el taburete a su lado.

—Que sean dos, por favor.

Giró la cabeza hacia mí y arqueó las cejas.

—¿Te quedas?

—No seré yo quien destruya la reputación de todos los hombres decepcionándote. —Agarré el chupito que Asha deslizó hacia mí—. ¿Por qué brindamos?

Sophie levantó el vaso mientras esbozada una sonrisa lenta.

—Por los rescates en el último momento.