Uno

Sophie

En el momento en que mi padre me levantó el velo, me dio un beso en la mejilla y me entregó a Stuart, me entraron unas ganas horribles de vomitar.

Bueno, eso no es del todo cierto. Antes de eso, quise dar un puñetazo a mi novio en la cara, con esa sonrisa de bobo que tenía.

Y después, ya sí, quise vomitar.

Pero en lugar de eso, me agarré de su brazo y le devolví la sonrisa como una novia ejemplar.

El pastor empezó a hablar, soltando el típico sermón sobre el amor verdadero, y a mí se me aceleró el corazón mientras esperaba a que terminara. Os juro que sentí como si tuviera clavadas cuatrocientas miradas en la espalda de mi vestido de novia de Jacqueline Firkins, y lo único que podía oír era el sonido de mi pulso desbocado recorriendo mis venas y retumbando en mis oídos.

¿Habría llegado ya? ¿Estaría sentado entre los invitados o irrumpiría por las puertas, gritando?

Y… Dios… ¿qué iba a hacer si no se presentaba?

El fotógrafo, arrodillado justo a mi derecha, me hizo una foto mientras escuchaba las mentiras sobre el amor del pastor Pete, así que me obligué a sonreír e intenté aparentar ser una novia feliz.

—Te veo muy nerviosa —susurró Stuart, esbozando una leve sonrisa.

En serio, no sé cómo no le di un puñetazo en la garganta en ese momento.

—Queridos hermanos —proclamó el pastor, sonriendo a la congregación—, estamos aquí reunidos para unir a Sophie y a Stuart en sagrado matrimonio.

Empecé a respirar de forma entrecortada, errática, mientras ese hombre seguía parloteando, acercándonos cada vez más al momento crucial. De repente, las luces titilantes y las ramas de abeto que habíamos escogido con tanto esmero en diciembre para nuestra boda me parecieron grotescas, como si el fantasma vagabundo de Polar Express fuera a aparecer al fondo de la iglesia para burlarse por mi insensatez.

Y no le hubiera faltado razón.

«Ay, por favor, por favor, por favor», pensé, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí. Mi ansiedad aumentaba con cada palabra que pronunciaba el pastor.

Stuart me apretó la mano, que me temblaba por los nervios, como un prometido atento y comprensivo, y yo le devolví el apretón con tanta fuerza que me miró sorprendido.

—Si alguno de los presentes conoce algún impedimento para que se lleve a cabo esta boda, que hable ahora o calle para…

—Yo lo conozco.

Un suspiro colectivo resonó en la gran capilla. Cuando me giré, el hombre que estaba de pie no era en absoluto lo que me había esperado. Era grande, alto e iba vestido de forma impecable con un traje gris oscuro, camisa blanca, corbata gris y un pañuelo a juego en el bolsillo. Parecía el doble de acción de Henry Cavill, pero con el cabello más oscuro y una mirada más intensa.

Si os soy sincera, me lo había imaginado más como un tipo al que le gustaba la fiesta, algo así como Vince Vaughn en De boda en boda, pero este hombre se parecía más un ejecutivo en una sala de juntas.

—Siento mucho la interrupción —anunció con voz grave y profunda—, pero esta pareja no debería casarse.

—¿Quién es ese? —siseó Stuart, teniendo la osadía de lanzarme una mirada de reproche a medida que un murmullo bajo recorría los bancos.

—No, ella no sabe quién soy, Stuart —dijo el hombre, mostrándose como pez en el agua en su incómodo papel. Enarcó una ceja oscura y añadió—: Pero mi amiga Becca sí te conoce.

Solté un grito ahogado; una reacción genuina, a pesar de haberla ensayado. Sabía que ese hombre iba a aparecer, pero no había esperado que fuera tan… convincente.

Porque lo era. Habló de una manera que me dejó tan impactada como lo había estado dos noches antes, cuando descubrí lo de Stuart y Becca en el teléfono de mi prometido.

—Mira, hombre, no sé quién…

—Stuart, cállate —lo interrumpió el hombre, bajando la vista a su muñeca y ajustándose el puño como si la mera presencia de mi prometido lo aburriera—. La encantadora Sophie se merece algo mejor que un marido infiel. Y supongo que la mayoría de los presentes saben que no es la primera vez. ¿No tuviste también algo con una tal Chloe el año pasado?

—No sé quién eres, pero esto es absurdo —exclamó Stuart, rojo de ira, fulminando al hombre con la mirada. Luego volvió la vista hacia mí. Lo miré a la cara, recordando cómo me había suplicado entre lágrimas que lo perdonara por su desliz con Chloe, y tuvo la desfachatez de decirme—: Sabes que no es verdad, ¿no?

Me fijé en su fingida expresión de inocencia y sentí cómo me ardía el estómago.

—¿Cómo se supone que debería saberlo? Además, ¿no se llamaba Becca la chica que te mandó un mensaje la otra noche y que tú me aseguraste que se había equivocado de número?

—Por supuesto que se había equivocado de número —respondió con los ojos desorbitados—. Está claro que este tipo está intentando estropearnos el día, y tú se lo estás permitiendo, Soph.

—Entonces dame tu teléfono —le dije con calma.

El pastor Pete se ajustó el cuello de la camisa.

—¿Qué? —A Stuart se le deformó la cara, todavía roja, y miró a la congregación como si estuviera buscando apoyo.

—Si no tienes nada que esconder —señaló el objetor, que seguía de pie, hablando con esa voz grave y tranquila, como si todo aquello fuera lo más normal del mundo—, simplemente dale el teléfono, Stuart.

—¡Hasta aquí hemos llegado, imbécil! —gritó Stuart, lanzándose hacia el hombre.

Cuando sus padrinos lo siguieron, no sé muy bien si para sujetarlo o para incitar la pelea, se desató el caos, con una cacofonía de gritos masculinos y trajes grises en movimiento.

Su madre gritó «¡Stuart, no!», justo cuando mi prometido le asestaba un puñetazo al objetor.

—Ay, Dios mío —exclamé para nadie en particular, mirando estupefacta cómo el hombre recibía el golpe sin inmutarse, como si ni siquiera lo hubiera sentido.

El padre de Stuart me miró directamente mientras murmuraba en voz alta: «Cielo santo».

En cuanto al pastor Pete, debió de olvidarse que llevaba un micrófono en la solapa, porque soltó un suspiro y dijo:

—No me jodas.

—Por haberte librado de Stuart —propuso Asha, levantando su vaso de chupito.

—Por haberme librado de Stuart —repetí, antes de beberme de un trago el contenido del vaso.

El líquido ardió de camino a mi estómago («¡Dios! Cómo odio el tequila»), pero agradecí sus efectos. Mi cabeza iba a mil tras el desastre de la boda y necesitaba con desesperación cualquier cosa que me ayudara a desconectar. Aunque habían pasado cuatro horas desde la trifulca en la ceremonia, y una hora desde que Stuart se había llevado sus cosas de la suite nupcial, tenía la sensación de que todo acababa de ocurrir.

—¡Brutal! —gritó Asha, dejando el vaso sobre la barra con un golpe.

«Sí, me lleva un chupito de ventaja y está mucho más relajada».

La suite nupcial tenía un bar completamente abastecido entre las dos puertas que daban al balcón, y no nos habíamos movido de allí desde que Stuart se había ido.

—Aún no me creo lo bien que ha salido todo —dijo, negando con la cabeza—. A ver, en realidad pagamos por eso, pero ese tipo ha conseguido que todos los invitados odiaran al infiel de Stuart y empatizaran contigo por completo.

«El infiel de Stuart». Me gustó que lo convirtiera en el malo de la película (al fin y al cabo, eso es lo que hacen las amigas), pero seguía devastada por su infidelidad. Sí, ya me había engañado antes, así que no me había sorprendido por completo, aunque en el fondo creía que había sido un error puntual y me había tragado el cuento del «felices para siempre» como una auténtica idiota.

Hasta que había visto su teléfono hacía dos noches.

—No te imaginas lo aliviada que estoy de que la culpa de que se haya cancelado la boda recaiga sobre Stuart y no sobre mí o sobre mis padres —comenté, echándome un poco hacia delante sobre el taburete para alcanzar un Twinkie de la caja que había en la barra.

Hasta que Asha no había dado con su poco ortodoxa solución, me había resignado a casarme con Stuart y a pedir la posterior anulación. Sabía que seguir adelante con la boda era una locura de proporciones épicas, pero era la única manera de asegurarme de que mi padre no sufriera las consecuencias de mi relación fallida.

Desenvolví el pastelito y sacudí la cabeza, todavía asombrada.

—No me puedo creer que el plan haya funcionado —indicó Asha, extendiendo el brazo por encima de la caja de Twinkies para agarrar más tequila—. ¡Menos mal que estaba el objetor!