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NO SABÍA QUE TOKIO FUERA TAN LOCO

—Ah, tú debes de ser Nanako, ¿cierto?

El hombre que me habló al entrar en la cafetería era alto y tenía una presencia más tranquila y relajada de lo que me había imaginado. Aparentaba unos cuarenta años.

—Yo soy Tsuchiya, encantado. ¿Ya has pedido algo de beber? Vengo aquí a menudo y hacen una tarta de queso brutal. Si te apetece probarla, te invito a un trozo. De verdad que te la recomiendo.

Me dijo aquello con un semblante sereno, sentándose frente a mí.

Mi cita con Tsuchiya fue la primera con alguien de la web, y fue memorable.

Después de registrarme en X, me dediqué a navegar por la página para descifrar su funcionamiento.

Al parecer, para conocer gente se hacía lo siguiente: primero había que indicar un día y una hora aproximada, como «El día nosequé a las 17:00 por Shibuya», añadir un comentario breve del estilo «¡Tengamos una charla amena!» y publicarlo. A esto lo llamaban «Crear un anuncio». Después aparecía en una especie de tablón de anuncios visible para las cuentas que estaban conectadas. Quienes querían hablar en persona con el anunciante tenían que enviar una «Solicitud». Si el anunciante recibía varias solicitudes, podía elegir con quién quedar. Si ninguna de las personas que le habían enviado una solicitud le llamaba la atención, podía rechazarlas todas y borrar el anuncio. Si no recibía ninguna solicitud, se cancelaba la cita, como era obvio. En resumen, para conocer gente había dos opciones: o creabas un anuncio y esperabas a que alguien te enviase una solicitud, o tú respondías al anuncio de otra persona.

No servía de nada si solo registrabas tu perfil. Cuanto más navegaba por la página, más claro tenía que, a diferencia de Facebook o Twitter, no era divertido si te dedicabas a mirar sin más. Lo único que se podía hacer era dar «Me gusta» a los perfiles que parecían interesantes de los primeros puestos del ranking de popularidad, o agregar etiquetas con tus intereses, como #leer o #viajar, y ver con quién los compartías.

Eché un vistazo a los anuncios que se habían publicado hacía poco y, aunque había muchos y muy variados, la mayoría se cancelaban porque no recibían ni una solicitud. Me preguntaba si me deprimiría o si pasaría vergüenza si al final a mí también me ignoraban, y le daba vueltas a qué haría si solo atrajera a bichos raros; así que, entre unas cosas y otras, no me decidí a publicar ningún anuncio.

Justo entonces me llegó una notificación del Messenger de Facebook. Alguien que no me sonaba de nada me había enviado un mensaje:

¡Hola! Soy Tsuchiya, trabajo de publicista. ¡Mucho gusto! He visto que eres nueva en X y se me ha ocurrido hablarte. No soy un experto ni mucho menos, pero si no sabes cómo moverte por la web, puedo ayudarte.

Tuve sentimientos encontrados. Por un lado, me tranquilizaba que hubiera aparecido ese amable desconocido, pero, por otro, me parecía sospechoso que alguien se hubiera puesto en contacto conmigo tan de repente. Por eso le respondí: «Te agradezco el mensaje, pero ¿cómo me has encontrado?». A lo que él siguió:

¿Que cómo te he encontrado en Facebook?

¿Ves que en la parte inferior del perfil de X aparecen unos iconos pequeñitos? Pues son los de Facebook y Twitter. Si pinchas ahí, se accede al perfil correspondiente de ese usuario. Siempre es bueno echar un vistazo a las redes sociales de las personas que te contactan, así puedes ver qué publican y llegar a conocerlas un poco más.

Además, los que se acaban de unir a X y los que están conectados aparecen como usuarios destacados en la parte inferior de la página principal de la web, ¿lo ves?

Fue un poco descarado que me mandara un mensaje así tan de repente, pero no parecía un mal tipo.

«Ah, vale… Como soy nueva, no sabía nada de eso», le contesté.

«¿Estás pensando en publicar algún anuncio? ¿O solo tanteas el terreno?», me preguntó.

«Supongo que, para que haya algo de movimiento, debería poner algún anuncio, pero me da miedo que lo ignoren».

«¿Quieres que yo sea tu primera cita? Fija el día y la hora, y contestaré al anuncio. ¡Así practicas! ¡Hay que probarlo todo en esta vida !».

Me sentí un poco empujada a poner el anuncio, pero tampoco tenía sentido dedicarme a navegar por la página en las sombras. Además, me daba buena sensación, así que ¿por qué no quedar con él a ver qué tal?

«De acuerdo, probemos. Voy a poner el anuncio ahora mismo».

Así fue como decidí quedar con Tsuchiya.

Tsuchiya eligió una cafetería de Oku-Shibuya, elegante y con café auténtico. Me puse de los nervios mientras lo esperaba, pensando en que iba a conversar con un desconocido; miraba inquieta a mi alrededor y no paraba de alisarme la falda. Sin embargo, cuando llegó y nos saludamos, no me pareció tan intimidante. Era alguien con quien no costaba entablar conversación, y eso también ayudaba.

Para cuando pedí un café y un trozo de la tarta de queso que me recomendó, toda la tensión que me había estado carcomiendo desapareció.

—Tú llevas bastante tiempo en X, ¿no? ¿Qué te llevó a querer probarlo? ¿Y qué te parece?

—Me apetecía entretenerme, estaba cansado de ir yo solo a cafeterías. Además, es estimulante hablar con gente joven, a veces incluso me dan ideas para el trabajo. Es divertido. ¿Y tú, Nanako?

—Me separé de mi marido y pensé que podía ser bueno probar nuevas experiencias, y de paso podía aprovechar para recomendar libros a la gente, así practico.

—Vaya, ¿te has separado? Has debido de pasarlo fatal. Aunque creo que me estoy perdiendo parte de la historia… Me intrigas. Si no me lo quieres contar, no pasa nada, pero ¿por qué os separasteis?

—Pues…

Dado que mi marido y yo trabajábamos en la misma empresa y teníamos muchos amigos en común, hasta ahora no había hablado con nadie de los motivos de mi separación. Temía que, si solo contaba mi versión de la historia, pareciera que me victimizaba, y no me parecía justo. Nuestra separación fue un fracaso mutuo, de modo que no sentía ninguna necesidad de culparle o guardarle rencor. Más bien, me sentía culpable por no haber encontrado otra solución más que tomar distancia para aplazar el problema.

Pero Tsuchiya no formaba parte de mi vida. No me preocupaba que metiera las narices donde no lo llamaban, que se pusiera a cotillear sobre nosotros con mis conocidos, ni que fuera a contarle a mi marido lo que iba diciendo de él. Era un completo desconocido al que solo vería ese rato, por eso pude relajarme e incluso bromear con mi separación.

Tsuchiya me escuchaba con gran interés, asintiendo de vez en cuando.

—¡La web es un buen sitio para conocer gente! Ya que te has separado, incluso podrías terminar encontrando novio. No quiero meterme donde no me llaman, pero puede que eches de menos el contacto físico y esas cosas, ¿no?

«¿Perdona?», fue lo primero que pensé cuando intentó animarme con unas palabras que estaban fuera de lugar; pero al final comprendí que estaba en una situación donde lo normal era tener conversaciones desenfadadas y podían tocarse temas como el sexo.

—Bueno, no te creas que lo echo tanto de menos… Aunque tarde o temprano me gustaría volver a estar con alguien, claro —respondí, evadiendo el tema.

—No me refiero al contacto físico así en general, sino al deseo sexual. No sé si estaré siendo demasiado directo, pero no me parece mal que las mujeres también tengáis esa necesidad y la expreséis; no es algo de lo que avergonzarse.

Por algún motivo, daba por sentado que yo sentía insatisfacción sexual. Siguió insistiendo:

—Es lo normal, ¿no crees? Yo estoy a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, y os respeto mucho y eso, pero las mujeres que se esfuerzan en salir adelante solas, sin un hombre al lado, me parecen unas histéricas, ¿me explico? Creo que una mujer brilla cuando un hombre la quiere y la satisface.

Ante una opinión del siglo pasado, no pude disimular la sonrisa incómoda que afloró en mi rostro.

—Ah, vale…

—¡Pero no me malinterpretes! No digo que siempre haya que estar con un hombre, o que tú me parezcas que estás necesitada, solo digo que seguro que terminarás encontrando a otro.

—Gracias. Estaría bien encontrar a un hombre tan maravilloso como Pierre Taki —dije, siguiéndole la corriente a la vez que intentaba cambiar de tema.

—¡Vaya, vaya! ¿Conque te gusta ese actor? ¡Mira que eres rara! Bueno, puede que no sea tan gracioso como él, pero siempre estaría disponible para comer o lo que surja, y podrías desahogarte contándome tus problemas o cómo van las cosas con tu marido. Estoy a tu entera disposición. Hasta podríamos acostarnos si te apeteciera, pero tampoco es necesario. Era broma, ¿eh?

Deduje que solo quería hablar de sexo. Me estaba hartando, pero gracias a él me había decidido a dar el primer paso, por eso estaba en deuda con él.

—Eres muy majo y te lo agradezco, pero de momento solo quiero conocer gente en X. Ha sido un placer pasar este buen rato contigo, ¡y me hace mucha ilusión la idea de quedar con más personas! —respondí, y añadí para mis adentros: «No pienso volver a verte».

—Sí, seguro que te viene bien, pero hay mucha gente rara por ahí, ya sabes.

«Mira quién habla», pensé, y se me ocurrió que podría bromear con él.

—Claro, como tú, ¿no?

—¡Oye! ¡No seas mala! ¡Que ahora somos amigos! —respondió él, también en tono jocoso.

—Uf, qué pereza, paso.

—¡No me digas cosas feas!

Era alentador haber conseguido llegar a ese nivel de confianza dentro de la media hora de límite establecido. En cierto modo, también me relajaba saber que no tendría que volver a verlo, y eso facilitaba las cosas.

El hecho de haberlo rechazado medio en broma al principio pareció funcionar, porque pasó a hablar sobre la industria publicitaria y de los anuncios en los que había trabajado recientemente.

Hacia el final de la cita me apresuré a hablar sobre libros. Le pregunté qué libros leía y cuáles le gustaría leer.

—No estaría mal alguna novela, últimamente no leo mucho.

Por lo que me contaba, no daba la sensación de ser alguien que estaba al día de las novedades ni un lector acérrimo.

Para ser sincera, no soporto a estos típicos maduritos que insisten en volver a quedar y que sus conversaciones giran en torno al sexo, pero cuando hablaba de su trabajo mostraba una faceta sensible y delicada. Además, por su personalidad y su profesión adivinaba que le gustarían más las novelas contemporáneas que las clásicas.

Iba a recomendarle algo de Takehiro Higuchi, un autor que había descubierto hacía poco y que me pareció fascinante. Me entusiasmó su uso innovador del lenguaje y su visión del mundo tan particular. Como Tsuchiya trabajaba en publicidad, era mi deber que conociera a ese escritor emergente que rebosaba talento. No habría estado mal que empezara por Hasta la vista, Zoshigaya, pero como parecía gustarle bastante el sexo, si el título incluía esa palabra, como ocurría con Sexo en Japón, era más posible que le diera una oportunidad. Además, acababa de salir en edición de bolsillo y era fácil de encontrar.

El libro trata de un matrimonio que se adentra en el mundo del intercambio de parejas. Al principio, parece una simple novela erótica, pero cuando llegas a la mitad pasa a ser sobre la violencia, después se convierte en una novela policial y termina como una novela romántica pura. Este aparente sinsentido es interesante, como una suerte de montaña rusa. Esperaba que le llamara la atención.

A los pocos días decidí enviarle un mensaje por Messenger para recomendarle el libro junto a unas palabras de agradecimiento.

Quedar para conversar con un desconocido no me pareció tan horrible como esperaba. Había estado más deprimida de la cuenta entre la separación y el trabajo, pero al conocer a Tsuchiya, una persona ajena a todo aquello, me sorprendí estando alegre y siendo dicharachera por primera vez en mucho tiempo.

Le cogí el gusto y al día siguiente publiqué otro anuncio. Como no tenía que trabajar, me fui a Tokio y probé a hacer un experimento. Quería averiguar si, publicando un anuncio para quedar esa misma noche dentro de una hora, había alguna posibilidad de que alguien lo viera y se pusiera en contacto conmigo.

A los diez minutos seguía sin recibir ninguna solicitud. Pensé que no todos estarían pendientes de la web y que era difícil que alguien estuviera disponible con tan poca antelación, pero cuando estaba a punto de rendirme me llegó una respuesta. Era de un tal Koji.

«¡He visto tu anuncio y me gustaría conocerte! Ahora estoy en el trabajo y me queda muy poquito para terminar, pero no creo que pueda llegar a las ocho. ¿Quedamos a las ocho y media?», este fue su mensaje.

Antes de contestarle, eché un vistazo a su perfil. Por lo visto ya había conocido a bastantes personas que le dejaron reseñas del estilo: «Es un tipo alegre e interesante», «Estábamos tan absortos en la conversación que acabamos alargándola. Ja, ja» o «Es una persona muy optimista».

Me dio buena impresión.

«No te preocupes, te esperaré leyendo en la cafetería. Tómate tu tiempo», respondí.

Y así fue como concerté mi encuentro con Koji, mi segunda cita.

Habíamos quedado en una cafetería retro donde reinaba el silencio, así que me pregunté si sería buena idea charlar allí o si resultaría inapropiado. Mientras dudaba, recibí otro mensaje:

«Lo siento mucho, pero he tenido que salir más tarde de lo previsto. Llegaré sobre las nueve y diez».

La verdad es que me molestó un poco. Al final íbamos a quedar más de una hora después de la acordada. Podía haber aprovechado ese tiempo para conocer a otra persona, pero ya era demasiado tarde. Por otra parte, ¿por qué tenía que adaptarme a su conveniencia? Podía haberle respondido: «Entonces lo dejamos para otro día», pero como tampoco tenía otra cosa que hacer ni me importaba volver tarde a casa, decidí aprovechar la ocasión para conocerlo.

La cafetería cerraba a las nueve y tuve que elegir otro sitio para vernos. Como no había más cafeterías cerca que abrieran hasta tarde y me estaba dando hambre, le envié un enlace con la ubicación de un bar de por allí llamado S. Para no perder más tiempo, empecé a beber y a comer sin él.

—¿Eres Nanako? ¡Perdón, perdón! ¡Lo siento muchísimo, de veras!

El tipo que se presentó era de aspecto agradable y aparentaba unos treinta años. Atlético, con una voz potente y una gran energía propia de los deportistas. No pude evitar reírme ante aquella disculpa tan exagerada que me hizo sospechar que no lo sentía en absoluto.

—No pasa nada, estaba aquí cenando pizza.

—¡Qué alivio que te estés riendo! ¡Así me siento mejor! ¡Ahí va, pizza! ¡A mí también me apetece! ¡Me muero de hambre! ¿Cuál has pedido? ¿Te queda hueco para más? ¡Bebamos y comamos hasta reventar! Esta noche invito yo a modo de disculpa.

Se sentó a mi lado en la barra y se dirigió al camarero con la misma efusividad:

—¡Oye, amigo! ¡Dos cervezas, por favor! ¡En los vasos más grandes que tengas! ¡Un barril entero también nos iría bien! ¿Solo tienes jarras? ¡Vale, perfecto!

Brindamos y por fin se calmó lo suficiente como para poder charlar.

—Te acabas de hacer la cuenta en X, ¿verdad? ¡Es todo un honor que hayas aceptado quedar conmigo!

—Lo mismo digo. Tú llevas ya unas cuantas citas, ¿no?

—Sí, bueno… —respondió, rascándose la cabeza con timidez.

—¿Y cómo es que estás en X?

—Ahora trabajo en una start-up relacionada con educación infantil, pero me gustaría montar mi propio negocio algún día, por eso estoy buscando ideas mientras aprovecho para ahorrar dinero. Llevo toda la vida trabajando en el campo de la educación, así que cuando me decida a dar el paso, será en algo relacionado; pero en mi empresa solo hay hombres y no tengo oportunidad de conocer la perspectiva femenina. En definitiva, utilizo X para compartir mis ideas y pedir opiniones —contestó con decisión, como si fuera un recién graduado en una entrevista de trabajo al que hubieran preguntado por qué le interesaba el puesto e intentara causar buena impresión.

—Ya veo, supongo que hay muchas maneras de usar la web.

—¿Y tú, Nanako? ¿Qué te llevó a probar X?

Entonces le relaté lo que ya le había contado a Tsuchiya. Koji asentía con vehemencia, fruncía el ceño y sonreía mientras me escuchaba.

—¡Es fantástico! Te enfrentas a nuevos retos y yo formo parte de esta nueva etapa de tu vida. Me siento afortunado. Seguro que es cosa del destino que me haya encontrado con una persona que mira hacia delante como tú. Esa determinación que tienes me inspira a esforzarme más todavía. ¡Tienes todo mi apoyo! —dijo, y me tendió la mano. Las palabras de Koji, fueran acertadas o no, siempre sonaban demasiado entusiastas.

—Oh, gracias… —Un poco incómoda, le ofrecí mi mano para el apretón.

—¡Oye, espera! No te estaré molestando, ¿no? ¿Te parezco demasiado intenso? Después de treinta años con esta personalidad, sé que suelo dar esa impresión.

—No, para nada, es solo que no estoy acostumbrada. Cuando te conozca mejor dejará de parecerme raro.

—¿Raro? ¡Eso es aún peor! Aunque te entiendo. Lo que pasa es que las palabras tienen poder y hay que decir lo que se piensa. Cuando digo que me siento afortunado, lo digo con la mano en el corazón; no debería ser algo de lo que avergonzarse. ¿Me explico? ¡Hay que decir las cosas! ¡Quiero ser optimista, afrontar todos los retos que se me crucen por delante como un animal salvaje! Ser como So Takei, ¿sabes quién te digo? El atleta, ¿no te suena? ¡Vaya! ¡Con lo guapa que eres! ¡De verdad, eres preciosa!

—¿Cómo? ¿Yo?

Koji era agotador, pero no me parecía mala persona. Aunque no lograba conectar con su forma de ser, solo con hablar con él me sentía llena de la energía excepcional que emanaba. Al final, empujada por esa energía que no lograba comprender, terminé pidiendo otra copa y la conversación se alargó dos horas más.

Cuando empecé a hablar sobre libros, él me dijo:

—Quiero saber qué te mola a ti, Nanako. —A pesar de ser mayor que él, adoptó un tono muy informal—. Recomiéndame un libro que te haya marcado, uno con el que pueda conocerte mejor. ¡Lo leeré sin falta!

Me llevé un chasco con su petición, pero luego recapacité y me pareció una buena forma de conocernos. Pensé en ello cuando regresé a casa.

Un libro que me haya marcado… Entonces le recomendaría Todo sobre la exposición «Transmitir emociones», de la artista Ellie Omiya. Se trata de una recopilación de fotografías y textos de una exposición personal de Ellie. Tal vez quien no esté familiarizado con su obra no lo encuentre interesante y le cueste comprenderlo, pero no paré de leerlo durante mi reciente vida errante; era como mi amuleto de la suerte y, cada vez que abría el libro, terminaba llorando. La reflexión de Ellie «Sigamos intentando conectar con los demás, aunque no sea fácil» caló hondo en mí, y si nuestra cita servía para que sus palabras llegaran al corazón de Koji, habría merecido la pena. A él también le envié la recomendación del libro a través de Messenger.

Su respuesta no se hizo esperar:

¡Muchas gracias por la recomendación! ¡He pasado una velada muy amena! No sé cómo explicarlo, pero siento que conectamos muy bien, como si vibráramos en la misma sintonía. Creo que, cuando dos personas con la misma energía coinciden, pueden hacer que esta se duplique o triplique. Tú sentiste lo mismo, ¿no es así?

La verdad es que estoy casado, pero eso no importa, porque pienso que los encuentros entre personas siempre están predestinados. Me encantaría volver a verte y pasar horas charlando contigo hasta que se nos haga de día. Sería estupendo llegar a conocernos en profundidad.

Si no te atreves a dar el paso, lo respeto, pero sería una pena que no tuvieras el valor de hacerlo. Si ese es el caso, ¡no hace falta que contestes! Lo aceptaré como un hombre.

No vi venir que me obligara a elegir entre dar un nuevo rumbo a nuestra relación —suponía que romántico— o cortar todo contacto.

Mientras seguía atónita, incapaz de asimilar lo que acababa de leer, me llegó un mensaje de Tsuchiya, mi primera cita. Sus palabras también fueron desatinadas.

Sexo en Japón es una novela, ¿no? Parece muy interesante, gracias por recomendármela.

He visto que va sobre el intercambio de parejas, ¿a ti te va el rollo ese? ¿Tu visión del sexo cambió cuando leíste el libro? Como hombre, a menudo me pregunto si a las mujeres os resulta excitante ser miradas y deseadas.

La próxima vez que nos veamos me gustaría hablar del libro. Conozco un sitio en Meguro donde hacen una carne a la parrilla de muerte, ¿te vendría bien la semana que viene?

«Vale, vale. Ya entiendo… Por ahí va el tema», pensé.

A pesar de mi aspecto y de mi edad —treinta y tres años, casada pero separada, sin hijos—, seguía teniendo demanda en el mercado. A decir verdad, recibir esos mensajes fue un alivio, como cuando en un chequeo médico te dicen que todo está bien.

Sin embargo, la alegría que sentí al conocerlos distaba mucho de la atracción. Para mí solo pasamos un buen rato, disfrutamos de la conversación y nos entendimos mutuamente. Pensé que había comenzado algo nuevo y me lancé a ello con ilusión. Incluso me tomé mi tiempo para elegir los libros que podían interesarles más, pero al final lo único que querían era acostarse conmigo: ese era mi valor como mujer.

Mi corazón se fue nublando de una impotencia indescriptible.

A pesar de todo, sentí que debía seguir intentándolo.

Mi tercera cita fue con Harada. Pensé que, a lo mejor, las otras dos veces no salieron bien por quedar de noche, de modo que propuse vernos a mediodía, en uno de mis días libres. Esa vez mi anuncio recibió varias solicitudes y pude elegir a la persona que parecía más decente. Tener la posibilidad de elegir significaba que podía evitar a aquellos sobre los que no había información, algo que me tranquilizó.

Cuando llegué al Starbucks donde habíamos quedado, vi allí sentado a un joven delgado con un jersey de cuello alto. Asumí que sería Harada. Sobre su mesa había un café y una baraja de cartas.

A diferencia de los dos tipos anteriores, que fueron demasiado efusivos, Harada me parecía refinado y tranquilo.

Nos saludamos y él rompió el hielo.

—Voy a mostrarte un truco de magia.

—Oh, vale.

Harada decía en su perfil: «Te enseñaré trucos de magia. También me interesa la fotografía y la poesía, y tengo un blog que actualizo a diario».

Aquella repentina propuesta me sorprendió un poco, pero debo admitir que sus trucos de magia eran muy entretenidos, y él parecía más seguro y feliz que en la breve charla que acabábamos de mantener.

Harada hizo truco tras truco, como si fuera un vendedor de electrodomésticos en plena demostración. Al cabo de un cuarto de hora, cuando ya había transcurrido la mitad de nuestro tiempo, se detuvo.

—Eso es todo por ahora —dijo, guardando las cartas y sacando una carpeta negra—. También hago fotografías y escribo poemas. ¿Querrías echar un vistazo? Y ahora me dices qué te parecen.

—Sí, claro…

Abrí titubeante la carpeta y me encontré con una fotografía romántica de un campo de flores cosmos con una noria brillando al fondo, y un poema impreso en una tipografía elegante. El poema revelaba una tercera faceta de Harada, completamente distinta a la primera impresión que me causó y muy alejada de la imagen que proyectaba con los trucos de magia.

Memory

¿Por qué existen las despedidas?

Desde que te perdí no pienso en otra cosa

Miro al cielo y aparece tu sonrisa

Pero aún no puedo sonreír como tú en el cielo azul

Las estaciones vuelven a cambiar

¿Estarás bien?

Las fotos eran de estampas nocturnas, flores, el cielo, atardeceres, hojas caídas flotando en charcos, tazas de café y tréboles de cuatro hojas. Los poemas hablaban de amor y expresaban mensajes románticos: «Incluso esta lluvia amainará y el arcoíris que cruza el cielo será aún más hermoso». Todo aquello me mantuvo un rato en silencio.

—Las fotos… ¿las haces con una cámara digital? Son muy bonitas.

Fue lo primero que se me ocurrió para llenar el silencio. Después seguí haciéndole preguntas anodinas, como «¿Por qué escribes poesía? ¿En qué momento del día te gusta escribir? ¿Escribes sobres tus experiencias?», mientras repasaba el contenido de la carpeta. Harada respondía escuetamente.

—¿Qué foto te ha gustado más?

—Creo que la primera, la de la noria. Es preciosa.

—Sí, a la gente suele gustarle esa.

—También me gusta esta, y creo que esta otra. —Las señalé y me tranquilizó ver que se ponía un poco contento. Como me di cuenta de que ya había pasado la media hora, me apresuré a cambiar de tema—. Ah, por cierto, doy recomendaciones de lectura. No sé mucho sobre ti, pero ¿te gusta leer algo en particular?

—A ver que piense… No suelo leer mucho, ni siquiera poesía. Puede decirse que soy autodidacta; solo escribo lo que se me ocurre en el momento. Creo que me gustaría leer algún poemario, si puede ser. Da igual de qué trate.

Ya tenía uno pensado, así que decidí recomendárselo en el momento.

—Por supuesto, ¿conoces a la poeta Noriko Ibaragi?

—No me suena.

—Cualquiera de sus poemarios puede gustarte, pero si tuviera que decirte solo uno, sería Palabras de mujer. Es una recopilación de sus mejores poemas. Aunque sé que el poeta actual más famoso es Shuntaro Tanikawa, los versos de Noriko Ibaragi tienen un mensaje más potente, a mi parecer, y consiguen llegarte al corazón. Es posible que su forma de expresarse te inspire nuevos poemas. Escribe con una mezcla de pureza y audacia, con pasión y brevedad, de una forma que logra conmoverte. A mí me encanta.

—Suena interesante. Tengo muchas ganas de leerlo.

Y así nos despedimos, casi demasiado rápido, demasiado fácil. La cita con ese muchacho había sido mucho más tranquila, como un soplo de aire fresco, en comparación con el fervor de los otros dos. Hasta ese momento creía que el fin de quedar para charlar era conocerse, pero la media hora también podía usarse para compartir con los demás lo que uno deseaba mostrarles. Éramos libres de hacer lo que quisiéramos…

Sentí como si se hubiera abierto otra puerta.

Mi cuarta cita fue con Ohashi. Tenía veintipocos años y llevaba un traje que no parecía estar acostumbrado a usar, como si fuera un joven graduado que acabara de incorporarse al mundo laboral, y una llamativa mochila azul que desentonaba con su aspecto formal.

Era un viernes por la noche y el local de Shibuya de la cadena de cafeterías Doutor parecía estar lleno. Ohashi me esperaba frente a la puerta y, al verme, me saludó sonriendo con naturalidad y con una leve inclinación de cabeza.

—No cabe ni un alfiler, ¿buscamos otra cafetería más tranquila? —le pregunté.

—No, ahora se quedará alguna mesa libre —respondió, entrando sin titubear.

Ordenó algo de beber para él, me dijo que iba a buscar una mesa y subió rápidamente por las escaleras. Pedí un té helado a toda prisa y fui tras él.

Al final conseguimos sentarnos en una mesa para dos. Tras presentarnos y recuperar el aliento, Ohashi dijo:

—Estoy estudiando mentalismo. Si quieres, puedo enseñarte algo. —Sacó una moneda de diez yenes de su cartera y me la dio—. Haz lo siguiente: escóndela en una mano, sin que yo lo vea, y extiende los puños. Adivinaré en cuál está la moneda.

«¿Cómo? ¿De verdad hay gente que practica el mentalismo? Creía que solo era algo que se había inventado DaiGo, el de la tele», pensé, pero no le mencioné nada y le hice caso. Escondí la moneda en una mano y puse ambos puños sobre la mesa.

—Esto no funciona con la intuición, sino que se trata de observar las sutiles expresiones de tu rostro cuando te pregunte si está en una mano o en otra. Ah, no abras los puños hasta que te lo diga y tampoco me contestes si he acertado o no. Muy bien, ¿podría estar en la derecha?…

Me miró con detenimiento. Intenté mantener la mente en blanco y permanecer inexpresiva, pero en el fondo deseaba que acertara para que no pasara vergüenza, porque con lo seguro que parecía iba a darme pena, y no pude despejar la mente del todo con esos pensamientos.

—Muy bien, está en la izquierda, puedes abrirla.

Abrí el puño izquierdo vacío con pesar.

—Vaya… —dijo, confundido.

Como me dio lástima, me apresuré a darle ánimos.

—¡Es que he intentado con todas mis fuerzas que creyeras que está en la izquierda! ¡He ganado esta vez! Aunque debo decir que tu mirada me puso nerviosa, es muy intensa, como si fueras a adivinar lo que pienso.

—Pues sí, has logrado engañarme. ¡Tienes dotes de actriz! De hecho, a DaiGo le pasó algo parecido con la actriz Sayuri Yoshinaga, cuando intentó practicar mentalismo con ella y no fue capaz —me dijo, compartiendo conmigo un momento televisivo, de donde parecía aprender.

Aunque confiara mucho en sí mismo y fallara, no mostró atisbo de rencor ni vi que actuara con mala intención; era buena persona.

—No estoy aprendiendo mentalismo para aprovecharme de la gente, solo quiero usarlo para comunicarme mejor.

Basándome en esas palabras, le recomendé El arte de hacer reír, un libro que, aunque parezca una parodia de un manual de negocios, te enseña trucos para hacer reír a la gente durante las conversaciones. No solo es una lectura divertida, también te sorprende por señalarte aspectos de la comunicación que suelen pasar desapercibidos. Por ejemplo, la importancia de discernir qué tipo de humor es el más adecuado en cada ocasión para caer bien.

—Anda, pinta bien. Seguro que me ayuda en mis estudios —dijo Ohashi, encantado con la recomendación.

—¿Eres psicólogo o algo así? —le pregunté, aunque no me interesara especialmente su respuesta, solo quería que no decayera la conversación.

Me contestó que no y empezó a balbucear, diciendo que estaba con otras cosas. Después, como si pensara en voz alta, dijo:

—En realidad, ahora estoy ocupado trabajando para Hakuhodo, una agencia de publicidad, y solo me da dolores de cabeza. Al menos gano cincuenta millones de yenes al año… Mierda, no debería haber dicho eso —dijo, tomándose la molestia de contar algo que no le había preguntado.

Al oír ese dato, pensé: «¡Madre mía! ¡Qué locura, cincuenta millones al año! A pesar de ganar tantísimo, sigue frecuentando sitios baratos como Doutor y deja que paguemos a medias, es toda una lección de humildad». Intenté que me impresionara, de verdad, pero fue imposible.

Al menos, si hubiera dicho una cifra como diez millones, me hubiera sorprendido también, pero sería más creíble. No sabía si se había inventado una cifra tan disparatada para tomarme el pelo, pero no parecía querer hacerme reír… Cuanto más lo pensaba, menos entendía lo que pretendía conseguir, de modo que, tras un largo silencio, me limité a decir «Vaya…» y di un sorbo a mi té helado.

—Oh, se ha acabado el tiempo, ¿nos vamos?

—Ah, es verdad.

Llevamos abajo las bandejas con los vasos y salimos de la cafetería.

Recapitulé y, hasta entonces, había conocido a un tipo que me tiró los tejos hablando de sexo, otro que estaba casado pero que no importaba, uno que me enseñó trucos de magia y poemas, y este, que me había dicho la mentira ridícula de que ganaba cincuenta millones de yenes al año. ¿Ese era el tipo de gente que había en la página web? Aquello era un disparate. No podía ser más absurdo. Pero allí estaba yo, de camino a la estación de Shibuya junto al tipo de los cincuenta millones de yenes, y la multitud me parecía más colorida que de costumbre.

Aquella ciudad, que siempre me había parecido fría e inhóspita, resultó ser emocionante y divertida en cuanto me asomé un poco por la puerta. Éramos libres, podíamos hacer lo que nos apeteciera. Si quería recomendar libros, nada me lo iba a impedir.

Enardecida por esta nueva sensación, me detuve a esperar el semáforo en verde en el cruce de Shibuya. Entretanto, el tipo de los cincuenta millones de yenes empezó a hablarme de nuevo, pero esta vez parecía que le costaba, como si fuera a tocar un tema espinoso.

—Oye, Nanako… no tienes nada que ver con la imagen que das en tu perfil, ¿sabes? Creo que deberías cambiarlo un poco. A mí me encantan los retos y por eso me animé a conocerte, pero luego me quedé más tranquilo al ver que eras una persona bastante normal. Lo que pasa es que podrías dar mal rollo a muchos, así que deberías currártelo un poco para que puedas conocer a más gente decente.

«¿Qué?», pensé, boquiabierta.

No me lo esperaba para nada. Estaba tan obcecada en dudar de los demás que ni se me había pasado por la cabeza que pudieran sospechar de mí.

Creía que lo importante de las páginas de citas era destacar para no quedar sepultada entre los miles de perfiles; por eso mismo creé una personalidad cómica. En «Ocupación» había escrito «Librera sexi», y, por si fuera poco, en mi respuesta al anuncio de Ohashi había incluido un atrevido acertijo: «¿Qué se pone duro cuando se calienta? Si sabes la respuesta, ¡me encantaría conocerte!», —la respuesta era un huevo… duro—. Aparte de eso… para la foto de perfil elegí una selfi con mi cara inexpresiva y con un peluche de un tsuchinoko —una criatura yokai que parece una serpiente regordeta—, en la cabeza, para dar la imagen de una excéntrica.

Este tsuchinoko en concreto apareció en un episodio de Doraemon, cuando Gigante lo trajo del futuro, y a partir de ahí crearon material promocional. El peluche era en realidad una funda para cajas de pañuelos que tenía por costumbre ponerme como sombrero en casa, y en un momento dado me dije: «Seguro que estoy mona», me hice la selfi y acabó como mi foto de perfil.

Cuanto más lo pensaba, más me desanimaba. No estaba en condiciones de burlarme de un aspirante a DaiGo que se afligía porque no podía adivinar en qué mano había escondido una moneda. Era evidente que yo era más rara. Una chiflada, incluso.

Me di cuenta de que yo era la peor de todos, y para colmo otro zumbado me estaba dando consejos.

Quería que me tragara la tierra.

—Sí, tienes toda la razón. Me has abierto los ojos. Lo cambiaré.

—¡Te irá mucho mejor, ya verás!

«Gracias, tipo de los cincuenta millones de yenes. Solo por esta noche me creeré que ganas todo eso al año», pensé.

El semáforo se puso en verde. Nos despedimos con un gesto de la mano y dejé atrás esa ciudad de locos.

Aunque Ohashi fue el primero que me señaló los problemas de mi perfil, fue gracias a Ida, mi siguiente cita, que la calidad de este mejoró notablemente y empecé a recibir solicitudes de gente decente.

Ida era un vendedor de seguros fornido, como el jugador de béisbol Hideki Matsui, pero era simpático y se podía mantener una conversación agradable con él. Me dijo que trabajaba por cuenta propia. A pesar de esa amabilidad exagerada típica de los vendedores, era fácil hablar con él, y estas dos cualidades juntas hacían que inspirase confianza.

—¿Ya no eres la librera sexi? He visto que lo has borrado de tu perfil.

—Por favor, no me lo recuerdes…

Aunque fue algo que yo misma sembré, escucharlo de la boca de otra persona hacía que quisiera tirarme por un puente.

—Pero no me pareció algo malo, de hecho, comenté con un amigo que hice en X que por fin había aparecido alguien interesante, porque tú recomiendas libros a tus citas, ¿no?

—Sí. Para serte sincera, se me ocurrió que haciéndome notar conseguiría más «Me gusta» y subiría en el ranking de popularidad, así que probé a crear un perfil que impactara; pero mi cita anterior me dijo que «podría dar mal rollo» y la gente no querría conocerme, por eso lo borré todo.

—Ah, ya veo. ¿Quién te dijo eso? ¿Ohashi? Parece que es un buen tío después de todo— musitó, y me imaginé que también debía de conocerlo. Cuando oí que dijo «después de todo», supuse que no le caía muy bien, y quise preguntarle si a él también le había soltado lo del sueldo de cincuenta millones de yenes, pero me contuve.

Ida siguió hablando con su sonrisa reconfortante dibujada en el rostro.

—Es una pasada que conozcas diez mil libros.

—Pero eso no significa que me los haya leído todos. Cuando estábamos de reorganización en la sección de libros, repasé por casualidad la lista de libros que encargamos en años anteriores y había en torno a trece mil. Como los encargué yo misma, recuerdo casi cada portada y de qué trataba cada uno.

—¡Ah, vale! De todas formas, me parece una idea genial lo de recomendar libros. En vez de hacerte la excéntrica, deberías tirar por ahí y transmitir de manera clara y directa lo que quieres hacer. Así atraerás a gente interesada en el tema, que buscan lo que ofreces. ¿Les has recomendado libros a todas tus citas?

—Sí. A algunos en persona, y con otros me lo pensé un poco y les envié un mensaje por Messenger con mi recomendación.

Ida tenía la mano en la barbilla, como si reflexionara sobre lo que le había contado. Asintió y dijo:

—A lo mejor es buena idea que, con el permiso de la persona con quien quedes, incluyeras tu recomendación en la reseña, ese apartado que aparece abajo en los perfiles, donde pueden dejarse comentarios. De ese modo los demás usuarios también podrán saber qué recomendaciones haces. Creo que podría ser buena publicidad para ti. Además, los que no hayan visto tu perfil podrían encontrar tu reseña en el perfil de otro y despertarles interés.

—Claro… ¡Nunca se me habría ocurrido!

—También podrías mencionarlo en los anuncios que publiques para que sepan al instante que te dedicas a recomendar libros. Para enterarse de eso, ahora mismo tienen que meterse en tu perfil y pinchar en «Leer más», así que puede que muchos ni se enteren.

—Anda, es verdad.

—¿Te importaría iniciar sesión en tu cuenta un momento?

Ida abrió la página de X en su ordenador portátil y me lo pasó para que escribiera los datos de mi cuenta. Inicié sesión y se lo devolví. Se puso a editar mi perfil con manos expertas.

—Primero escribimos esto aquí, luego borramos esto…

Corregía lo necesario sin vacilar y con mucha destreza. En un abrir y cerrar de ojos, mi perfil parecía otro. Hasta yo misma pensé: «¡Así sí! ¡Ahora cualquiera querría que le recomendara libros!». Lo único que dejó igual fue mi foto de perfil con el tsuchinoko en la cabeza. Como no me convencía del todo, me haría otra selfi más tarde.

—¡Menudo cambio le has dado! ¡Mil gracias!

—De nada. Con esto espero que puedas aprovechar mejor la página y que la disfrutes más —dijo Ida, como si trabajara de representante de la web.

—¿Por qué te tomas tantas molestias? ¿Tanto te gusta X?

—No había caído en que puedo parecerte raro. Lo que pasa es que fui uno de los primeros en registrarme en X. Sigo ahí desde los inicios porque me gusta bastante cómo funciona y he podido hacer muy buenos amigos, por eso intento proteger la web.

»Ahí puedes conocer a gente realmente interesante, pero también puedes encontrarte con otros que promocionan sus negocios, con estafas piramidales o con los que buscan adeptos para sectas religiosas. Por eso, algunos de nosotros formamos un grupo para hacer de policías de X. Si vemos algún perfil sospechoso, intentamos quedar con esa persona fingiendo interés, y si cuando nos vemos saca algún tema de esos, denunciamos su cuenta.

En X estaba explícitamente prohibido promocionarse ni involucrar a la gente en estafas piramidales o sectas religiosas. Si se detectaba alguna conducta de ese estilo, se suspendía la cuenta.

—Por eso, aunque yo trabaje por cuenta propia vendiendo seguros, no ofrezco seguros a mis citas a menos que me lo pidan.

Después me señaló a algunos usuarios con los que podría tener buenas citas.

Hasta ese momento, había visto X como una página web donde había que elegir a alguien entre muchos, quedar para hablar cara a cara y luego volver a hacer lo mismo con otra persona. Sin embargo, me estaba empezando a dar cuenta de que en realidad se asemejaba a una gran comunidad, a un pueblo incluso, donde sus gentes se iban conociendo poco a poco e iban tomando confianza con el tiempo. Me pareció fascinante descubrir que detrás de una página de citas había toda una estructura cooperativa y que existían personas como Ida que se esforzaban tanto en protegerla. Volvió a parecerme un buen lugar donde conocer gente.

—Cuando X acababa de empezar a funcionar, abundaban las personas extravagantes y era bastante interesante, ¿sabes? Pero ahora cada vez hay más gente normal y aburre un poco; es como si hubiera perdido su esencia, por eso me alegré cuando apareciste. ¡Espero mucho de ti!

Me sonó a un estudiante de último curso de instituto quejándose de que los recién llegados son demasiado disciplinados. ¿De verdad me había visto como una persona prometedora? Aunque al principio la idea de recomendar libros me había parecido buenísima y pensaba: «¡Va a ser la pera!», me había desanimado por la reacción de mis primeras citas, muy alejada de la que esperaba, y había perdido la confianza en mí misma. «Casi nadie lee libros ya, ha sido una idea pésima…», me había estado torturando con pensamientos así, por eso me alegré tanto cuando me elogió. Me motivó a conocer a más personas como él, y estaba resuelta a esforzarme todavía más para lograrlo.

Pasamos el resto del tiempo charlando sobre un tema que nos apasionaba: Kioto. Me encanta Kioto. Viví allí en torno a un año y medio por un traslado de trabajo cuando tenía veintimuchos años. Como sabía que era algo temporal, quise aprovechar todo lo que pudiera la ciudad y me la recorrí entera, guía en mano. Ida, en cambio, se había quedado prendado de Kioto hacía poco y pasaba allí los fines de semana, llegando a ir y venir en el mismo día si no disponía de mucho tiempo libre. Ambos estuvimos de acuerdo en que lo que nos atrae no son tanto los templos y santuarios, sino las calles y la cultura local.

—Entonces conocerás la revista Meets, ¿no?

—¡Anda, claro que sí! La revista de la región de Kansai, ¿no? Me flipa, tiene información muy detallada de la zona.

—Sí, es maravillosa. Los números que dedican a Kioto son muy distintos a cualquier otra guía que haya en el mercado. Cuando empezaron a publicarla era mejor que ahora, si cabe. Su fundador, Hiroki Ko, también escribió un libro sobre cómo creó la revista, es fascinante. En él habla sobre cómo plasmar las voces de la ciudad en papel, siguiendo una metodología muy diferente a la de las revistas o guías normales. Además, siento que el estilo de Ko es parecido al tuyo, ambos sois geniales. Me encantaría que lo leyeras.

—¡Menudo piropo! Pues me gusta mucho lo que cuentas, ¿cómo se llama el libro? ¡Ahora tengo que leerlo!

El camino a Meets: la era de las revistas urbanas.

Había sido una seguidora acérrima de la revista desde los primeros números, por eso era un libro especial para mí, pero nunca había encontrado a nadie a quien me apeteciera recomendárselo. Me alegré de haber podido hablarle de él a Ida, y más aún en una conversación tan amena en la que había surgido en mí el deseo genuino de que él lo leyera; estaba pletórica porque la recomendación había surgido de ese modo tan natural.

«Sí, esto es justo lo que me gusta hacer», pensé.