CAPÍTULO CUATRO
Sake y silencio

Un sabor afrutado permanecía sobre la lengua de Hana mientras vaciaba su tercera taza de sake. Aguantaba el alcohol mejor que la mayoría de la gente, una habilidad de la que su padre se atribuía todo el mérito.

Si su madre hubiera estado viva o si Toshio tuviera algún amigo con el que salir a beber, su rutina nocturna podría haber sido diferente. En lugar de eso, Toshio parecía perfectamente satisfecho con tener a Hana sentada en silencio frente a él en la mesa, haciéndole compañía mientras bebían sake hasta que sus párpados se volvían demasiado pesados como para mantenerlos abiertos. Sus noches estaban más llenas de sorbos silenciosos que de conversación, pero Hana pensaba igualmente que era un intercambio justo. Esperar hacía que la noche pareciera más larga, y se sentía agradecida por cualquier cosa que mantuviera la mañana alejada.

Pero, en la víspera de la jubilación de su padre, ni siquiera las pausas más largas o los sorbos más lentos sirvieron de nada para alargar el momento.

—Hana —dijo Toshio, y colocó una caja envuelta sobre la mesa—. Esto es para ti.

—¿Para mí?

La joven miró fijamente la caja. Reconocía el paño que la envolvía como uno que ella misma había pintado recientemente.

—Un pequeño detalle para celebrar el próximo capítulo de tu vida.

—Gracias, Otou-san.

Su padre era un hombre práctico, de modo que a Hana no le sorprendió que le hubiera regalado una caja de té del suministro que tenían preparado para sus clientes. Los recuerdos que evocaba de las búsquedas del tesoro de su infancia compensaban cualquier falta de creatividad en el regalo. Su padre no tenía que decir nada para que Hana conociera su intención. Sus ojos, ligeramente nublados a causa de las lágrimas, lo decían todo.

—¿Recuerdas lo que les digo a nuestros clientes sobre el té?

—Que sabe diferente para cada persona.

—Esa regla se aplica también para ti. Puede que hayas conocido este té durante toda tu vida, pero mañana, cuando te bebas tu primera taza como la nueva dueña de esta casa de empeños, podrías sorprenderte por cuántas cosas cambiarán, incluso aunque en la superficie sigan pareciendo exactamente iguales. ¿Crees que estás preparada para ello?

—Esta noche no trata de mí, Otou-san. Lo que estamos celebrando es tu jubilación.

—Los finales y los principios son el mismo punto en el tiempo —dijo él—. Esta noche es tan significativa para ti como lo es para mí. Tal vez incluso más todavía. Me doy cuenta de que tienes muchas cosas en la cabeza.

Hana rodeó la cajita de té con los dedos, tratando de encontrar algún consuelo en los fríos pliegues de la seda.

—¿Te ha…?

Entonces, apartó la mirada y decidió guardarse sus pensamientos para sí misma.

—Continúa.

—¿Te ha hecho feliz?

—¿El qué?

—Esta casa de empeños.

—Ya veo. —Toshio asintió lentamente con la cabeza, sirviéndose sake en la taza—. Mañana la casa de empeños será tu responsabilidad, y te preguntas si te hará sentir tan desdichada como crees que me ha hecho a mí.

—No… No… Otou-san, eso no es lo que quería decir. —Un calor se encendió en las mejillas de Hana—. Yo no he dicho eso.

—¿Desde cuándo hemos necesitado palabras para decirnos exactamente cómo nos sentimos? Yo no te dejaría a cargo de la casa de empeños si no hubieras aprendido esa lección. Perderíamos la mitad de nuestro negocio si no fuéramos capaces de oír todas las palabras que los clientes no dicen en voz alta. —Toshio hizo una pausa—. Tú tienes un don para leer a nuestros clientes, Hana. Puedes leerlos casi tan bien como me lees a mí. Mi trabajo aquí nunca ha consistido en tratar de ser feliz. Los dos sabemos para qué es realmente la casa de empeños, cuál es el servicio que proporcionamos en realidad.

Hana clavó la mirada en su reflejo en la ventana.

—¿Alguna vez los envidias, Otou-san?

—¿Envidiar a quién?

—A nuestros clientes. Sé que no debería hacerlo, pero de vez en cuando…

Toshio dejó su taza de sake sobre la mesa con un golpe.

—¿Tengo que recordarte lo que le ocurrió a tu madre?

Hana bajó la cabeza y tragó saliva con fuerza.

—Robó una decisión de la cámara acorazada.

Toshio le levantó la barbilla a su hija, obligándola a mirarlo a los ojos.

—¿Y qué más?

—Y pagó por su crimen con su vida.

Toshio colocó las manos sobre la mesa y exhaló un suspiro que retumbó dentro de su pecho. Cuando volvió a hablar, su tono cambió a ese tan amable que reservaba para los clientes más nerviosos.

—Sé que tú no quieres esta vida. Nunca la has querido. Es el más cruel de los deberes, pero también es el más importante.

—Lo sé, Otou-san. Lo sé.

—Yo no era el marido que tu madre se merecía, y tampoco he sido el mejor padre para ti. Pero he dirigido esta casa de empeños lo mejor que he podido, y te he instruido para que tú hicieras lo mismo. Es lo único que conozco y lo único que puedo darte. Le fallé a tu madre de la peor forma posible, pero espero haberte enseñado mejor a ti. Mañana, esta casa de empeños será tuya, y con ella, todas sus reglas y consecuencias. Yo no voy a estar por aquí siempre para protegerte, Hana. Prométeme que no repetirás el error de tu madre. Puedes olvidar todas las lecciones que te he enseñado alguna vez, pero jamás debes olvidar que la única decisión que tenemos permitido tomar en este mundo es entre la muerte o…

—El destino. —La joven hizo una reverencia—. No lo olvidaré.

Hana se metió en la cama, con la cabeza dándole vueltas. No sabía si lo que la había dejado mareada era el sake o las palabras de su padre. Le resultaba difícil decidir si lo que le había dicho sonaba como una advertencia o como una despedida. La joven estaba más familiarizada con lo primero que la mayoría de personas. El fantasma de su madre vivía en todas las habitaciones de su hogar, recordándole a Hana lo que les ocurría a aquellos que rompían la regla más importante de la casa de empeños: olvidar.

Toshio había enseñado a su hija a pronunciar esa palabra antes que ninguna otra, obligándola a repetirla como una oración cuando abrían la casa de empeños al público por la mañana y la cerraban por la noche. En cuanto las decisiones empeñadas estaban dentro de su cámara acorazada, Hana tenía que expulsarlas por completo de su mente. No importaba lo relucientes, hermosas o fascinantes que fueran.

A los nuevos dueños, que acudían con cada luna nueva para recoger las decisiones de los clientes de la casa de empeños, no les gustaba compartir esos preciados hallazgos. Hana pensaba que esa era la verdadera razón por la que su padre mantenía la cámara acorazada oculta detrás de una estantería en la trastienda. Los pensamientos errantes eran los ladrones más sigilosos, y ella jamás había tenido permitido olvidar las consecuencias de obsesionarse con decisiones que nunca podrían ser suyas. Pero, aunque las advertencias no eran nada nuevo para ella, no tenía demasiada experiencia con las despedidas. Su padre era tan constante como la luna, a excepción de esa única mañana silenciosa en la que no lo fue.

Habían pasado ocho meses desde que Hana se había encontrado a Toshio tirado e inmóvil en la parte baja de las escaleras después de su ataque al corazón. La imagen seguía estando grabada detrás de sus párpados. Era lo último que veía antes de quedarse dormida y lo primero que la recibía cuando terminaban sus sueños. El corazón de su padre no había llegado a recuperarse del todo. Y tampoco el de Hana. Sentía una opresión en el pecho cada vez que lo veía con aspecto de estar cansado o sin aliento. De modo que, cuando Hana se despertó para no oír nada más que el sonido de sus propios pensamientos en el primer día de la jubilación, se imaginó lo peor. Fue corriendo hasta la habitación, sin molestarse en ponerse las zapatillas.

La puerta estaba entreabierta.

—¿Otou-san? —preguntó, asomándose dentro.

Una cama vacía le devolvió la mirada. Hana corrió hasta las escaleras, conteniendo el aliento.

La escalera y el rellano también estaban vacíos. Soltó aire. Se dijo a sí misma que lo más probable era que su padre hubiera estado tan nervioso como ella por su primer día a cargo del negocio familiar, y hubiera descendido las escaleras hasta la casa de empeños temprano. Hana se tomó su tiempo para bajar los escalones, evocando imágenes de Toshio revisando sus libros de registros y comprobando su inventario de té.

Aquella era una explicación mucho más agradable para el silencio de su casa que la segunda posibilidad que Hana se estaba esforzando por expulsar fuera de su mente. Era demasiado joven para recordar esa mañana silenciosa en particular en la que su madre había muerto, pero cuando fue lo bastante mayor como para comprenderlo, Toshio le describió el día de la ejecución de su madre por primera y última vez.

Hana llegó a la parte baja de las escaleras y golpeó algo pequeño y duro con los dedos del pie. Una cajita de madera para té sin tapa se deslizó por el suelo y chocó contra el escritorio volcado de su padre. Un pálido rayo de luz del sol revelaba el resto del caos a sus pies. Había libros de registro tirados por todas partes. Sillas tumbadas. Estantes de cristal destrozados. La joven retrocedió y tropezó con las escaleras. Un calor blanco explotó en su coxis al caer.

Se tragó un grito y se puso en pie a trompicones. Sus ojos recorrieron a toda velocidad la casa de empeños saqueada y se detuvieron sobre el rastro de luz de sol que caía sobre los tablones del suelo, cruzaba la habitación y salía por la puerta delantera totalmente abierta.