Prólogo a la edición del 30 aniversario

He perdido la cuenta de las veces que me han preguntado cómo fue crecer en el hogar del mundialmente célebre Stephen R. Covey y sus 7 Hábitos.

Cuando era pequeño, mis padres solo eran eso, mis padres, y, aunque eran afectuosos y buenos, también eran fuente de bochorno para mí. Recuerdo que, cuando ya era adolescente, totales desconocidos se me acercaban, me abrazaban, rompían a llorar sobre mi hombro y me confesaban: «Quiero que sepas que el libro de tu padre me ha cambiado la vida». Tenía diecisiete años y solo podía pensar: «¿En serio? ¡Si supieras que mi padre lleva pantalones de chándal de terciopelo con camisa y náuticos! ¿Seguro que hablamos de la misma persona?».

Una vez, cuando aún iba a primaria, mi padre se presentó en la escuela a la hora del almuerzo y, mientras hacíamos cola para pedir, comenzó a cantar una canción que se iba inventando sobre la marcha y a la que tituló «Adoro a mi familia». A mis amigos les pareció divertidísimo. Yo me quería morir. Y, por si todo eso fuera poco, ¡mi padre era calvo! ¡Menuda humillación!

No fui consciente hasta bastante después del regalo que se me había concedido de niño. A los diecinueve años, cuando por fin abrí uno de los libros de mi padre y comencé a leer lo que tenía que decir, pensé: «Caramba, mi padre es muy inteligente. ¡Ha madura do mucho!». Esa lectura me recordó todas las lecciones que había aprendido hasta entonces. Era el cuarto de los nueve hijos que crecimos en la casa de los 7 Hábitos, por lo que viví envuelto en ese contenido desde el principio. Mi padre no solo nos enseñaba los principios acerca de los que escribía, sino que nos consideraba sus alumnos más preciados. Probaba todo su material en nosotros. Y, sin embargo, al igual que los peces, que son los últimos en descubrir el agua, estábamos tan inmersos en el elemento que no éramos conscientes de su presencia.

Cuando emprendí mi carrera profesional, fui adquiriendo cada vez más conciencia de la verdadera profundidad de los 7 Hábitos y decidí escribir una versión para adolescentes, Los 7 hábitos de los adolescentes altamente efectivos. Por suerte para mí, en aquel entonces aún no tenía hijos adolescentes. Ahora que los tengo, retiro todo lo dicho... No existe nada semejante a un adolescente efectivo. Es un oxímoron. No, es broma. Sí, en serio..., hay muchos adolescentes excepcionales.

Constatar la influencia de los 7 Hábitos en la vida de las personas me inspiró a seguir compartiendo su mensaje y a publicar un libro infantil ilustrado, Los 7 hábitos de los niños felices, y un manual universitario titulado Los 7 hábitos de los estudiantes universitarios altamente efectivos. Como director de la división Innovations de FranklinCovey, también produje múltiples talleres, seminarios web, vídeos y cuadernos de trabajo sobre los 7 Hábitos a lo largo de un par de décadas. En resumen, creo que se puede decir que he trabajado con, escrito sobre y reflexionado acerca de los 7 Hábitos más que ninguna otra persona del mundo (a excepción de mi padre, claro está).

Por lo tanto, cuando Simon & Schuster, los editores de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva en inglés, me pidieron que añadiera mis ideas a la edición del trigésimo aniversario del libro, no supe qué hacer. Mi respuesta instintiva fue: «¡Ni hablar! El libro ya es una obra maestra, ¿para qué añadir nada?».

Sin embargo, cuando reflexioné acerca de ello, me empezó a parecer una buena idea, porque me permitiría ilustrar el impacto que los 7 Hábitos habían ejercido no solo sobre mí, sino sobre el mundo en general. Me di cuenta de que podía compartir historias tras las cámaras de la vida de mi padre e ilustrar la relevancia continuada de los 7 Hábitos.

Para ser sincero, estoy convencido de que, cuanto más profundos son los problemas y los desafíos a los que se enfrentan las familias, las organizaciones y la sociedad, más relevantes son los hábitos.

¿Por qué? Porque se basan en principios universales y atemporales de efectividad que resisten el paso del tiempo. Mi padre nunca afirmó haber inventado esos principios. Muy al contrario, los entendía como principios aceptados universalmente. Su función consistió en sintetizarlos y presentarlos en forma de hábitos que pudieran guiar la vida de las personas.

La misión personal de mi padre era inundar el mundo con un liderazgo basado en principios. Repetía una y otra vez: «Lo importante no soy yo. Lo importante son los principios. Y quiero que esos principios se sigan enseñando mucho después de que yo ya no esté». Esa afirmación me da fuerzas y creo que, si mi padre estuviera aquí, me animaría a añadir algo de color a su libro para que los principios sigan llenos de vitalidad.

He añadido al final de cada apartado y de cada hábito unas cuantas páginas con ideas y anécdotas que espero que agreguen textura y lo ayuden a aplicar los principios aún mejor. Quiero destacar que no he cambiado ni una sola de las palabras de mi padre. Este libro es Stephen R. Covey en estado puro y, cuando lo lea, será su voz la que oiga afirmando su valor y su potencial, enseñándole cómo convertirse en una persona más efectiva en el trabajo y en casa.

Cuanto más trabajo con los 7 Hábitos, más los entiendo como un profundo avance científico en el campo del aprendizaje socioemocional de las ciencias conductuales. Los 7 Hábitos son mucho más que siete «haz esto o lo otro». Muy al contrario, coincido con lo que Jim Collins ha escrito en el prólogo de este libro:

Para mí, lo que logró en cuanto a efectividad personal es análogo a lo que representa en el ámbito de los ordenadores personales la interfaz gráfica para el usuario. [...] Habían transcurrido cientos de años de saber acumulado sobre efectividad personal, desde Benjamin Franklin hasta Peter Drucker, sin que existiera ninguna recopilación de ese saber en un marco coherente y agradable. Covey creó un sistema operativo estándar fácil de usar: el «Windows de la efectividad personal».

Ahora, alumnos de miles de centros de educación infantil, primaria y secundaria de todo el mundo, compañías de la lista Fortune 100, pequeñas y medianas empresas, prisiones, centros de hipoterapia, fuerzas armadas, personas con discapacidades, familias y un largo etcétera aplican los 7 Hábitos.

Los principios, metáforas y anécdotas de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva pueden cambiar vidas. Recibí una carta de una adolescente de dieciséis años que acababa de aprender el concepto «Pensar Ganar-Ganar» en el instituto. Me escribió lo siguiente:

Querido Sean:

Me es muy difícil romper con los hábitos que he ido adquiriendo a lo largo de mi vida. Una de las cosas más importantes es que he dejado de competir con una chica de la escuela. Es una engreída (lo siento, acabo de aprender esta palabra, significa maleducada, avasalladora y abusona), pero le interesan muchas de las mismas cosas que me interesan a mí, así que acabamos juntas muchas veces. Antes, dejaba que mi antipatía por ella intoxicara mi disfrute de ciertas cosas, como la obra de teatro de la escuela o los concursos de oratoria. Bueno, pues ahora lo llevo mucho mejor. La he perdonado y he pasado página. Ahora me he escrito una nota a mí misma en el diario, para recordarme que la vida no es un concurso. ¿Y sabe qué? ¡Que me siento mucho mejor! Es como si me hubiera quitado un peso enorme de la espalda.

Y recuerdo este correo electrónico, que me escribió el presidente de Mississippi Power, Anthony Wilson:

En la década de 1990, cuando la amenaza de la desregulación planteó desafíos sin precedentes a nuestro sector, nuestra empresa recurrió a los 7 Hábitos para seguir adelante. Formamos a todos los empleados, del primero al último, en los 7 Hábitos de Covey y en el liderazgo centrado en principios e imbuimos nuestra cultura de esos principios. En 2005, el huracán Katrina asoló los veintitrés condados que componen el territorio al que prestamos servicio y dejó sin electricidad a todos nuestros clientes. Tuvimos que traer a doce mil operarios de primera línea de toda América del Norte, pero no contábamos con suficientes supervisores para liderarlos. Confiamos en nuestros empleados para que adoptaran posiciones de liderazgo durante la respuesta de emergencia. Como sabían cómo Comenzar con un Fin en Mente y cómo Buscar Primero Entender, etcétera, lograron un desempeño excepcional. Pudimos devolver la electricidad a nuestros clientes en doce días, una hazaña que USA Today describió entonces como un «caso de gestión de crisis digno de estudio». Contábamos con una cultura de capacitación que permitió a nuestros empleados dar un paso adelante y liderar, tomar decisiones rápidas e innovar en plena devastación. Los 7 Hábitos siguen reforzando el tejido de nuestra cultura de alto rendimiento. ¡Solo le quería dar las gracias!

Este es el poder de los principios. Este es el poder de los 7 Hábitos. Espero que las aportaciones que he incluido a lo largo del libro le resulten útiles.

Mis mejores deseos,

Sean Covey