NOTA DEL AUTOR

Un bonito día de septiembre, hace ya más de diez años, entré en el aula de la Kennedy School of Government de Harvard donde tenía previsto impartir clases, y donde me esperaba una escasa asistencia. Quedé sorprendido cuando me encontré con varias docenas de estudiantes amontonados adentro que me miraban intrigados. No había sitio para todo el mundo. Mucha gente se quedó de pie cerca de la entrada. Pensé que me había equivocado de aula. Pero no. Todos se habían inscrito en un nuevo curso que había llamado, simplemente, «Líderes y liderazgo en la historia». El curso era una especie de experimento: un intento de que los estudiantes de Política Pública, de diferentes edades, condiciones sociales y partes del mundo, vieran cómo el estudio de la historia podría resultarles relevante. Fue en esa primera clase cuando les planteé a mis alumnos una pregunta que me había venido a la cabeza: ¿los líderes hacen la historia o la historia hace a los líderes? Desde entonces, he formulado esta pregunta al comienzo de este mismo curso, dondequiera que lo imparta.

La primera vez que empecé el curso no sabía muy bien qué esperar. Muchos de mis estudiantes de Política Pública estaban condicionados para que pensaran que casi todo se puede cuantificar y medir, y la teoría económica dominaba su plan de estudios. Los cursos de Historia no eran obligatorios para los estudiantes y, cuando se impartían, no solían tener mucha asistencia. A lo mejor no soy objetivo, pero pensé que las escuelas de Política Pública que pretenden enseñar a los aspirantes a funcionarios cómo funciona el mundo deberían hacer hincapié en el estudio de la historia. Sin embargo, la historia, por sí misma, no era suficiente. Había que enseñarla de un modo que hiciera que a esos estudiantes les importara. Buena parte de quienes asistían querían aprender a ser líderes o a entender qué era un buen liderazgo. Pero estas cosas no son fórmulas o abstracciones, que es como suelen enseñarse. ¿Cómo se puede entender el ascenso o la caída de los líderes, cuál es la base de su autoridad, la cultura de su gobierno o los costos de las decisiones que toman sin un conocimiento profundo de las circunstancias históricas en las que intervienen? En otras palabras, ¿qué mejor manera hay de aprender sobre los líderes y el liderazgo que a través de ejemplos concretos de la historia?

Así que organicé el curso de la manera habitual. A lo largo del semestre, les planteé a mis alumnos una serie de casos que nos permitieron explorar cuestiones básicas y universales sobre los líderes y el liderazgo. En el transcurso de ese primer año, y en los años siguientes, la asistencia no paró de aumentar. Eso me planteó nuevos retos: mis alumnos tenían edades comprendidas entre los dieciocho y los ochenta años, y procedían de todos los ámbitos sociales, culturales y religiosos imaginables. Algunos ya habían estudiado Historia en la universidad y en otros estudios superiores, mientras que otros nunca dejaron de aprender historia después de la preparatoria o incluso la escuela primaria. Desde luego, nada que no fuera la historia básica de su propio país. Había policías, políticos, activistas, pilotos, obreros, funcionarios, médicos, capitalistas de riesgo, científicos, artistas, diseñadores, licenciados, refugiados y abogados. Muchas de esas personas hablaban inglés como segunda lengua, a veces tercera. Había gente licenciada de la Ivy League y también estudiantes sin título universitario. Había descendientes de la realeza, y otros eran las primeras personas de su familia que habían ido a la universidad.

Cuando empecé a impartir el curso, esperaba que fuera un buen modo de despertar el interés de estudiantes de todos los orígenes y de todo el mundo por lo que la historia podía ofrecerles como futuros funcionarios públicos. Lo que no esperaba era el enorme interés que suscitó en todas partes. En los estudiantes que asistieron a la clase encontré una gran curiosidad y un ansia de saber sobre la naturaleza de la autoridad, el buen gobierno, el liderazgo audaz y la toma de decisiones acertadas. A lo largo de los años que llevo enseñando esta asignatura, todas estas cuestiones parecen haber adquirido un nuevo cariz urgente (e inquietante) mientras nos esforzamos por comprender el mundo en rápido cambio que nos rodea, y lo que la política (y el liderazgo) podrían significar para la gente y las comunidades en las que vivimos en los años venideros. Siempre fui muy consciente de los dramas del pasado, pero como historiador profesional en un entorno académico de élite, me había centrado sobre todo en una comprensión racional de lo ocurrido a través de la investigación académica y el intercambio historiográfico. No había previsto que enseñar Historia de esta manera, a estos estudiantes, nos conmocionaría de este modo, tanto a ellos como a mí. Aprendí, relativamente tarde en mi carrera académica, que enseñar Historia puede ser emocionalmente poderoso, además de intelectualmente estimulante. La experiencia me devolvió a la razón por la que quería ser historiador.

Lo que quería en mi curso era que los asistentes se imaginaran lo que significaba tomar decisiones en las peores circunstancias, que se pusieran en la piel de un líder que lucha contra viento y marea ante la desesperación o la muerte; o, alternativamente, que se imaginaran intentando sobrevivir en un mundo de corrupción o tiranía (una situación que, para algunos de ellos, no era descabellada). Vi la oportunidad de utilizar el arte, incluidas la literatura y el cine, para realzar la emoción del pasado. Siempre he creído que los mejores exponentes de la ciudadanía y del liderazgo se ven afectados por el arte transformador, conmovedor. Por eso, para mi curso, seleccioné películas y novelas que pocos asistentes conocían, e hice de estas obras los temas de nuestro estudio. Para que comprendieran las duras opciones a las que se enfrentaba la gente común que vivía bajo la ocupación nazi de Francia, les hice ver la película de Jean-Pierre Melville, El ejército de las sombras, de 1969. Para subrayar la violenta rectitud de las luchas anticoloniales del siglo XX, vieron la película La batalla de Argel, de 1966, de Gillo Pontecorvo. Para que reflexionaran sobre lo que significaba desafiar el poder absoluto de un dictador despiadado, les asigné la lectura de La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, sobre la República Dominicana bajo el régimen de Rafael Trujillo. Para que se dieran cuenta de la locura de la guerra de Estados Unidos en Vietnam y el papel desempeñado por los «mejores y más brillantes» del país, elegí el documental de Errol Morris sobre la vida de Robert McNamara, Sob a niebla de guerra. Ninguna de estas obras era perfecta. Todas mostraban errores como fuente histórica, pero eran importantes por distintos motivos y hacían que la historia pareciera atractiva. Mi enseñanza se basó en el modo en el que estas obras hacían que los acontecimientos parecieran vívidos y reales. Quería canalizar su poder.

A lo largo de un semestre, nuestros debates fueron desde el rey David a las sufragistas del siglo XIX, desde Franklin Roosevelt a la Resistencia francesa, desde Malcolm X a Margaret Thatcher, desde Mahatma Gandhi a Fela Kuti. Prestamos una atención especial a la forma en que los líderes actuaban dentro de las limitaciones de su tiempo, o se oponían a ellas. Nos dimos cuenta de cómo los arraigados marcos de toma de decisiones condujeron a resultados trágicos que habían parecido inevitables. Abordamos las nociones de lealtad, desafío, responsabilidad y sacrificio. A buena parte de mis alumnos les resultaban familiares los ejemplos que estudiábamos, bien porque se trataba de la historia de su propio país o, con más frecuencia, porque los albergaban en sus recuerdos o experiencias. Algunos de los asistentes habían vivido revoluciones, guerras civiles, desplazamientos, ocupaciones militares y otros desastres. Otros muchos trabajaban en el gobierno o en la administración pública y se habían enfrentado a situaciones difíciles que no eran tan diferentes de las que estábamos estudiando. Unos pocos procedían de países autoritarios y se enfrentaban al dilema de trabajar en una dictadura, luchar contra ella o intentar escapar. Algunos se llevaban al aula unos intensos sentimientos nacionales y les resultaba difícil participar en un debate desapasionado sobre los días más oscuros del pasado de su país. Me describieron la desorientadora experiencia de darse cuenta de que no sabían nada de la historia que estábamos aprendiendo, o de que lo que creían saber sobre ella era erróneo, mientras que otros alumnos sentían que lo que se les había enseñado antes no era más que pura propaganda. Pero la respuesta más frecuente por su parte fue darse cuenta de que formaban parte de la historia, de que el mundo en el que vivían estaba moldeado por la historia, de que los acontecimientos del pasado tienen su eco en los acontecimientos del presente, de que ellos mismos son actores históricos con capacidad para moldear el futuro, para bien o para mal.

El objetivo de este libro es dar a conocer el liderazgo en el pasado y reflexionar sobre el liderazgo en nuestros días, y captar la misma energía, emoción y espíritu de investigación que animaron los debates en mi aula. Espero que ayude a quienes lo lean a responder a la siguiente pregunta: ¿qué nos enseña la historia sobre el tipo de líderes y el liderazgo que se necesita para abordar los problemas reales a los que se enfrenta nuestro mundo hoy en día? Al mismo tiempo, quiero evitar una exaltación fácil de algunos líderes y su liderazgo. En su lugar, propongo una visión crítica, incluso escéptica, del liderazgo. Espero mostrar cómo se puede identificar, o ser, un buen líder, pero también quiero que quienes me lean salgan con confianza en su capacidad para desafiar el liderazgo establecido, para desconfiar de sus líderes, incluso para aspirar a sustituirlos. Aprender del liderazgo no es solo tener éxito. Podemos aprender tanto (y a veces, más) del fracaso.

La historia está llena de momentos sombríos y difíciles. En muchos sentidos, nos encontramos en un momento así. Es el arte del liderazgo en estos momentos lo que más me interesa, y lo que aparece en este libro. Es cuando los tiempos son arduos, incluso desesperados, cuando con frecuencia vemos surgir como líderes a personas improbables, a veces trascendentes o importantes. Este libro aborda muchos acontecimientos impactantes, y al hacerlo refleja la realidad de nuestro mundo. No trata de evadir o negar esa realidad centrándose sobre todo en los aspectos positivos y alegres de la historia. Las historias no siempre tienen un final feliz. Más bien, mi objetivo es que los lectores se enfrenten a los problemas y retos de nuestro mundo de frente, una vez que hayan terminado de leer, y encuentren inspiración en lugares improbables o sorprendentes. Al analizar con honestidad a los líderes y el liderazgo en la historia, este libro pretende mostrar a quienes lo lean que todo el mundo vive a través de la historia y que, aunque somos productos del pasado, también somos quienes creamos el futuro.