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DÍA CERO

Con la confianza que le daba haber sido la puntera de una elección histórica, el 2 de junio de 2024 Claudia Sheinbaum llegó a la casilla 3 960, ubicada en la alcaldía Tlalpan, para emitir su voto, acompañada por su esposo, Jesús María Tarriba. Estuvo formada durante casi una hora —como gran parte de los electores en toda la República— para identificarse y llenar las seis papeletas recibidas. Todas las boletas las marcó por su partido, salvó una: la de presidenta de la República.

Un acto protocolario que cerraba la larga campaña iniciada casi dos años antes y, a la vez, constituía el primer paso del momento histórico que dejaría el saldo de la jornada: la elección de la primera mujer presidenta del país, en los más de 200 años de vida nacional. Entró en solitario a hacer su votación, pero sabiendo que millones de mexicanos estaban haciendo lo mismo y que las consecuencias cambiarían su vida para siempre, y en cierta manera, la de todos.

Un hito histórico que parecía estarse fraguando ese 2 de junio de 2024, pero que en realidad había comenzado largo tiempo atrás. Y justo por eso, Claudia cruzó la boleta de la última planilla, la presidencial, con el nombre de la ex diputada federal Ifigenia Martínez: el recuerdo de una figura emblemática, pero también un reconocimiento simbólico a las muchas pioneras que hicieron posible la elección de una mujer para dirigir el destino del país.

Ifigenia Martínez y Hernández nació el 16 de junio de 1925.1 Estudió la licenciatura en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y continuó su formación con una maestría en Economía en la Universidad de Harvard. En la arena política, Martínez fue una figura con un protagonismo significativo dentro de una clase política caracterizada por su misoginia. Miembro del ala progresista del Partido Revolucionario Institucional (PRI), más tarde fundó, junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Pasó por la Cámara de Diputados y la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, donde fue vicepresidenta; se desempeñó como senadora (del PRI y luego del PRD) y fue embajadora de México ante la Organización de las Naciones Unidas.

El voto de Claudia, de alguna manera, recuperaba todos estos reconocimientos, y traía de vuelta el nombre de Ifigenia para que también estuviera grabado en aquel día histórico. Pero en el sufragio de Claudia a favor de esta mujer había otro guiño. La trayectoria de Martínez y Hernández no solo era el recordatorio del meritorio antecedente de una mujer que logró ser respetada por una comunidad de «hombres fuertes», sino también de la manera en que lo hizo. Ifigenia Martínez prefiguró el difícil equilibrio entre la capacidad técnica y la sensibilidad social: una economista de altos vuelos comprometida con la justicia social y la defensa de políticas encaminadas a reducir la desigualdad. Es un verdadero referente para Claudia Sheinbaum, una científica determinada a mejorar la condición de los que tienen menos, y hacerlo a partir de la razón. A lo largo de su carrera, Ifigenia fue objeto de numerosos honores por su labor en el ámbito académico y político, como la Medalla Sor Juana Inés de la Cruz, otorgada por la Cámara de Diputados a mujeres eminentes; y la Medalla Belisario Domínguez de 2021, entregada en la Cámara de Senadores.2 Pero es probable que el reconocimiento que encuentre más entrañable esta mujer nonagenaria resida en saber que, mientras la mayoría de los mexicanos cruzaba el nombre de Claudia Sheinbaum en ese espacio, esta lo hacía de puño y letra con el de Ifigenia Martínez.

Los fotógrafos que asistieron registraron toda la secuencia. Claudia se acerca a las urnas con sus boletas y coloca ceremoniosamente cada una de ellas en la urna correspondiente. Llega a la última, levanta alto la papeleta doblada con su mano izquierda y sonríe. Es un segundo. Mantiene su sonrisa y mete la boleta en la urna. Sin palabras, el gesto de Sheinbaum parecía decir: «Hubo y hay mujeres capaces y preparadas que también podrían, que pudieron haberlo hecho años antes, llegar a la Presidencia… pero hoy me toca mí, será mi responsabilidad».

Las elecciones de 2024 fueron un punto de inflexión para la representación política de las mujeres. Por primera vez en la historia del país, las dos candidatas punteras para la Presidencia de la República fueron mujeres: Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. El presidente número 66 de México es presidenta, y se unirá a las 28 mujeres que actualmente son jefas de Estado o de Gobierno en todo el mundo.

Las mujeres han atravesado un largo camino en la conquista de sus derechos políticos. El primer momento clave fue el reconocimiento de su derecho al voto en 1953. El 3 de julio de 1955 fue la primera vez que acudieron a las urnas a emitir su voto con el propósito de elegir diputados federales. Tuvieron que pasar 24 años para que Griselda Álvarez se convirtiera en la primera mujer en gobernar un estado, tres años más para que México tuviera a su primera candidata presidencial, y casi 70 para que una mujer fuera la elegida para guiar al país.

«Llegamos todas»

Horas después de la votación, cumplidos los vaticinios, Claudia Sheinbaum diría, en plena celebración y con sus seguidores y miembros de Morena en el Zócalo capitalino:

Vamos a gobernar para todas y para todos, pero aquí, por ser la primera vez que una mujer es reconocida por el pueblo para el más alto honor, la Presidencia de la República, si me permiten, quiero nombrar a algunas mujeres de nuestra historia que, además, cuando fui jefa de Gobierno, pusimos en el Paseo de las Heroínas en Paseo de la Reforma. Están presentes con nosotros: sor Juana Inés de la Cruz, Gertrudis Bocanegra, Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Margarita Maza, Agustina Martínez Heredia, Dolores Jiménez y Muro…3

Feministas y 4T

El tema de los movimientos de mujeres fue de claroscuros para Claudia en los últimos años. Si bien en su actitud y lenguaje muestra una sensibilidad que contrasta con las formas que suele utilizar López Obrador, las primeras manifestaciones del sexenio dejaron mal parado al Gobierno de la Cuarta Transformación; la propia jefa de la Ciudad de México pareció quedar atrapada en este equívoco. La primera marcha del Día de la Mujer, el 8 de marzo de 2019, que terminó en duros reclamos a las autoridades y actos de vandalismo por parte de algunos grupos radicales, llevó al presidente a un primer posicionamiento dominado por la confrontación.

Da la impresión de que esto dejó a Claudia entre la espada y la pared. Los intentos de conciliación desde una perspectiva sensible a un tema de género quedaban oscurecidos por el deseo evidente de no desautorizar las palabras del presidente, quien, además de una provocación, veía en las protestas una intervención de sus adversarios políticos. El siguiente año, en 2020, marcharon varias decenas de miles, y el lunes siguiente convocaron «un día sin nosotras». Para entonces, la profecía se había hecho realidad y la derecha intentaba convertir el día de las mujeres en un reclamo al Gobierno. López Obrador fue un cómplice involuntario al abordar desde las «mañaneras» ese mismo enfoque y asumir que la beligerancia de las manifestantes constituía un ataque a él y a su proyecto. Muchas mujeres sin bandera política —la mayoría— asumieron que el presidente no comprendía su causa. Sheinbaum la entendía, sin duda, pero en este conflicto parecía rebasada. Unas semanas más tarde comenzó la pandemia del COVID y las campañas de distanciamiento social terminaron por enfriar el ambiente.

Dos años más tarde, el 8 de marzo de 2022, volvieron a marchar decenas de miles, pero ahora el Gobierno de la Ciudad de México estaba preparado. Las fuerzas del orden desplegadas eran en particular mujeres, algunas incluso marcharon con las manifestantes e intercambiaron flores. El presidente no abandonó del todo su perspectiva, pero el paréntesis de la pandemia la había matizado notoriamente. Lo suficiente para que Sheinbaum pudiera encarar el tema con menos presiones.

Al final del sexenio las circunstancias eran otras. «No llego sola, llegamos todas», con esta frase, Claudia Sheinbaum celebró su triunfo no solo como la continuación de una opción progresista, inaugurada seis años antes por López Obrador, sino también como una victoria para el movimiento feminista.

En el discurso que dio en el Zócalo tras conocer su victoria en la elección presidencial, Sheinbaum subrayó:

Es tiempo de mujeres y de Transformación, y también, aquí lo quiero decir, eso significa vivir sin miedo y libres de esta violencia. Y desde esta tribuna le digo a las jóvenes, a todas las mujeres de México: compañeras, amigas, hermanas, hijas, madres, abuelas, no están solas.4