Queridos amiguis, me gustaría inaugurar este espacio que es Hoy comemos con Isi expresándoos la emoción tan bonita que me invade en este momento, mientras empiezo a abordarlo, y que no es otra que un profundo agradecimiento. Nunca imaginé estar escribiendo un libro sobre recetas ni dedicarme a lo que actualmente hago en redes. Y es que, probablemente, las mejores cosas que tenemos en la vida llegan sin que las hayamos podido imaginar. Soy muy feliz cocinando, divulgando, aprendiendo sobre cocina y comunicando lo que voy descubriendo, compartiendo y hablando con vosotros. Y resulta que todo esto es ahora mi trabajo.
Que lo que se ha convertido en mi pasión insospechada sea ahora mi profesión os lo debo muy especialmente a vosotros. Si tenéis este libro entre las manos, lo más probable es que nos conozcamos de las redes. Esta es una labor que, sin el apoyo de los que consumís mi contenido, no saldría adelante. Y por eso no puedo empezar de otra manera más que agradeciendo vuestra presencia cada día. El mundo de las redes puede ser en muchas ocasiones algo hostil, pero sobre todo solitario. No ver a la gente a la que estás hablando detrás del móvil, o el error de convertir a las personas en un número, puede deshumanizar este trabajo.
Pero vosotros me lo habéis puesto siempre muy fácil. Tengo la suerte de tener una comunidad que nunca me ha hecho sentir sola en este camino y que ha interactuado conmigo desde el principio con mucho cariño. Me sé el nombre de muchos de vosotros porque habláis conmigo día a día, incluso me habéis confiado historias de vuestra vida. Sobre todo, he aprendido y me he reído con vosotros. Me habéis contado cómo hacéis tal o cual receta, o trucos de cocina básicos para vosotros y que yo no sabía. Yo luego he puesto en común todo lo que me ibais enseñando y así es como hemos ido creando todos juntos esta comunidad tan fantástica y segura. Por eso me gusta llamaros «amiguis».
Otras emociones que también están presentes son la inquietud y los nervios de enfrentarme a algo que nunca he hecho y que no sé si estará «a la altura». Sí, todos tenemos nuestros demonios. Pero me puede la alegría de compartir con vosotros este libro que no quiero que sea una simple recopilación de recetas, sino un recetario con narrativa. Porque la cocina no solo ha sido para mí una pasión, ha sido también una forma de relatar mi historia. Y creo que todos podríais hacer lo mismo: seguramente haya sabores que asociéis más a una etapa de vuestra vida, o un plato que os acompañó en la infancia, o esa salsa que descubristeis y os evoca un viaje determinado.
Pero ¿por qué hablo tanto de emociones si esto es un libro de cocina? Porque cocinar ha sido para mí algo terapéutico. Empecé con el perfil de Instagram en un momento muy difícil a nivel personal: mi pareja y yo atravesábamos una crisis que acabó en nuestra ruptura, a mi padre le diagnosticaron cáncer de laringe y yo estaba viviendo en Múnich sin poder acompañarlo en ese momento, ya que nos encontrábamos en plena pandemia. El nivel de ansiedad y desconexión que tenía en ese momento era abismal. Sin embargo, la cocina era ese lugar, el único, en el que encontraba calma y reconexión conmigo misma.
Muchas veces vivimos acelerados, con mil cosas en nuestra cabeza: en ocasiones son preocupaciones, problemas, dolores; pero en otras no tiene por qué ser algo tan dramático, sino simplemente aspectos que nos reclaman en el día a día y exigencias a las que tenemos que atender. Todo esto nos puede llegar a enajenar, a hacernos vivir absolutamente fuera de nosotros. La cocina tiene el don de que, si quieres elaborar bien un plato, tienes que estar presente. Nos hace reunir nuestros sentidos de allá donde los habíamos dispersado.
Puede pareceros una tontería, pero desde el básico «a este guiso le falta sal» a una intuición quizá más elaborada como «¿qué pasaría si intento hacer una crema pastelera a base de vino?» son todo voces que proceden de nuestras sensaciones. Son nuestros sentidos los que nos hablan y nos dicen lo que a nuestra comida le falta o le sobra, o los que comprenden los sabores y a los que se les ocurre cómo combinarlos. Es por los sentidos que conocemos, que diría Aristóteles, y mucho más en el caso de la comida. No es solo el gusto, sino también el aspecto de un buen plato, el olor de nuestro guiso favorito, el tacto de una carne tierna en nuestra boca, incluso el sonido de un pastel jugoso o de una tempura crujiente. Tener que centrarse en ellos para poder elaborar platos como Dios manda hace que la cocina sea como una especie de maestro o iniciador en nuestro itinerario para reconectar.
Yo me descubrí prestándome cada vez más atención a mí misma y a mis sensaciones mientras preparaba platos, también en esos ámbitos de mi vida que me hacían estar enajenada. Y, poco a poco, como quien guisa a fuego lento, la cocina ha sido el fogón donde se han ido cociendo decisiones muy importantes de mi vida, como dejar una relación que me hacía daño, cambiar de carrera y de trabajo, retomar el contacto con familiares y amigos que había dejado por el camino o volver a España.
Si no nos conocemos de antes y te ha caído este libro en las manos, te doy las gracias por querer compartir este espacio conmigo. Hablo de espacio porque eso es lo que significa la cocina para mí desde que la descubrí: un lugar seguro, como un refugio. De hecho, sincerándome con vosotros, no es un espacio que me guste demasiado compartir, porque, por todo lo que os he contado anteriormente, lo disfruto mucho en soledad. Creo que este libro es una buena forma de colarme en vuestras casas a cocinar con vosotros, cerveza en mano.
Una de las cosas que más me han costado a medida que el perfil ha ido creciendo ha sido definirme, decantarme por un tipo de cocina: recetas vegetarianas, cocina saludable, recetas tradicionales… Necesitas colocarte en un nicho concreto para poder ofrecer tus preparaciones a un target determinado. Esto me ha dado mucha guerra. Pero, tras darle varias vueltas, he llegado a la conclusión de que lo que más me define es la inclusión: no puedo excluir toda la variedad gastronómica que conozco en favor de un solo tipo de cocina. Eso me ha dificultado mucho el trabajo, pero mi esencia es permanecer sin etiquetas.
A la hora de enfrentarme al libro, me hice la misma pregunta: qué clase de cocina es la que me caracteriza para poder enfocarme en ella y así ofrecerla a un público en concreto. Pero no me sentía cómoda dejando que un solo tipo de preparaciones absorbiera el libro. Pienso que la gran mayoría de nosotros no nos sentimos identificados con una sola etiqueta, sino que nos vamos haciendo a nosotros mismos teniendo en cuenta una variedad muy diversa, una mezcolanza de colores. En la cocina nos pasa lo mismo: un día nos apetece el guiso de la abuela y otro unas gyozas japonesas; nos cuidamos con nuestra alimentación diaria, pero de vez en cuando queremos unas buenas croquetas con su rebozado y su fritura.
He pasado por épocas en las que una clase de elaboraciones tenía más presencia en mi alimentación que otras, aunque nunca me he cerrado a nada. Y, mirándolo con perspectiva, hoy me doy cuenta de que lo que comía o cocinaba en cada momento se veía —y se ve— influenciado por el episodio vital en el que me encontraba, y eso me ha hecho comprender un poco mejor esta forma de decantarme por una cocina inclusiva. Así que esta va a ser la tendencia que voy a seguir en este libro, con vuestro permiso. Tranquilos, que no voy a contaros mi vida, esto es un recetario. Pero, si me lo permitís, sí querría compartir con vosotros un poco esos episodios que la cocina me ha hecho comprender y saborear mejor. Y lo más importante de todo, compartir que no hay nada de ella —ni de la cocina ni de mi vida— que tenga que excluir o rechazar, sino simplemente integrar y coger de cada etapa, como de cada tipo de preparaciones, lo mejor. Así es como he ido haciendo mis propios platos. Sencillos, sin complicaciones, pero nacidos de la libertad de atreverme a mezclar lo que más me gusta de aquí y de allá o de probar nuevos sabores sin miedo a equivocarme. Y eso es lo que me gustaría que hicierais vosotros con este libro. Que cojáis ideas y que luego hagáis con ellas lo que os venga en gana, cambiando este ingrediente por otro que os guste más o, lo que me parece más bonito, que juguéis con productos de temporada y de proximidad. Pero sobre todo quisiera que, al abrir vuestra nevera o la despensa, no os falten ideas ni imaginación para hacer con lo que tengáis un plato sabroso.
A mi parecer, hay dos cosas fundamentales para obtener un plato satisfactorio: el sabor y la textura. Por eso, más que una serie de recetas con fórmulas a seguir, me gustaría enseñaros a crear sabor y a construir texturas en nuestras preparaciones más cotidianas, para que comer no sea solo algo funcional, sino ante todo un mimo a nosotros mismos, también cuando comemos solos y no cocinamos para nadie más. Porque cocinar es una de las mejores formas de decir «te quiero, te cuido» a la comunidad de nuestro entorno —familia, amigos, pareja…—, pero sobre todo a nosotros mismos.