Un fémur roto

El primer signo de civilización en una cultura antigua es un fémur que se rompió y luego fue sanado. En el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, lo ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización.

Margaret Mead

En la sabana regada por el río Congo, hace más de ciento cincuenta mil años, alguien resbaló y cayó por un risco. Estaba subiendo hacia la cima de la montaña con su presa, una cría de antílope. Su traspié dejó sellado su destino en un instante, restableciendo un equilibrio natural: cuando su grupo había cazado al antílope, la manada había escapado abandonando a la presa. De igual forma, él yacía quebrado en el fondo del risco y era ahora abandonado. Pensaba en eso cuando se escucharon las pisadas y los gritos de hombres y mujeres. Tardó un momento en comprender que era su grupo, que lo buscaba pese al riesgo. Este gesto, que se origina en la necesidad de la especie de garantizarse la supervivencia, es la primera idea humana del amor, el punto de partida sobre el cual se construyeron los primeros modelos afectivos.

Pero entonces… ¿qué es el amor? Uno de los problemas que tiene contestar esta pregunta es que mientras pensamos el amor, estamos atravesados por él. Es como si quisiéramos analizar la historia de una casa mientras vivimos en ella. Y no solo no tenemos planos, sino que las habitaciones tienen nombres en griego y en latín. Algunas paredes son de piedra, otras de ladrillos, un cuarto es una caverna. Las columnas fueron fabricadas en madera por artesanos medievales. Los caños y los cables están conectados según la razón de un romántico que se sentía rebelde. Al modernizarla se simplificaron los detalles para que cualquiera pudiera habitarla… Si nuestra casa fuera así nos convendría demolerla y construir un nuevo hogar según el propio gusto. Pero para eso tendríamos que estar dispuestos a vivir temporalmente solos y sin techo.

De jóvenes necesitamos apenas un lugar en el que descansar: sentimos que nuestro hogar está afuera, descubriendo el mundo. Los grandes espacios no representan comodidad sino responsabilidades que cuesta mantener. Pero no somos los mismos cuando estamos creciendo que cuando llegamos a la vejez. Y en ese recorrido nuestras compañías cambian. Cada una de las relaciones que establecemos son el fruto de nuestra crianza, de nuestras experiencias y de nuestras elecciones. Gracias a lo que nos diferencia, la subjetividad forma parte de nuestra vida. Las personas nos acompañan por esas diferencias, no a pesar de ellas. Y aunque esto sea común para todas las relaciones adultas de cualquier tipo, color y forma, al mismo tiempo se nos enseña que hay una única forma de amar y que esta forma viene desde la Antigüedad.

Esto es extraño, tomando en cuenta que los constructores que tuvo cada época libraron una batalla a muerte con los de la época anterior, y ellos mismos, a su vez, fueron traicionados y dinamitados por los más contemporáneos. Este error no solo nos hace imaginar que en la historia siempre fuimos monógamos y que la familia tradicional está compuesta por un varón, una mujer y sus hijos, sino que además nos hace chocar contra mecanismos de control del afecto que pocos se animan a desafiar. Aceptamos una institución sincrética sin manuales, sin historia, sin revisión. Así, nuestra «casa del amor» es grande por un lado pero pequeña por otro. Hay sentimientos que no caben dentro y otros que se ahogan por no poder salir.

Si estás leyendo esto hoy es porque conocés esa incomodidad. No sos la única persona que está pasando por esto. Todas las épocas tuvieron sus «caídos del sistema», y fueron precisamente esos «caídos de los sistemas» quienes más contribuyeron a crear nuevas ideas acerca del amor. Pero entonces… ¿qué es el amor? ¿Siempre fuimos monógamos? ¿Cuándo se hicieron regla los celos? ¿Por qué pensamos o sentimos que el amor es de una forma y no de otra? ¿Cómo podemos saber de dónde viene el amor que tenemos?

Un modelo afectivo

La herramienta con la que nos proponemos acceder a esas respuestas (y a nuevas preguntas) sobre el amor es lo que llamaremos «modelo afectivo». Un modelo afectivo es un sistema de creencias, reglas explícitas e implícitas, usos y costumbres que regulan las relaciones afectivas y sexuales, sus límites y sus consecuencias durante un determinado período de tiempo y en un lugar. Ese sistema de creencias, reglas y costumbres que regulan los afectos siempre nace y crece dentro de un contexto histórico, con sus mecanismos de control y válvulas de escape. Las costumbres nos moldean y afectan la manera en la que vivimos las relaciones afectivas. No obstante, conociéndolas y conociendo los motivos que las crearon, podremos entenderlas y desarrollar nuevas costumbres con las que afrontar nuestro presente.

Los restos de «modelos afectivos» legitimados en otras épocas funcionan como muebles viejos que obstaculizan el paso, sin que nadie se pregunte para qué. Sin embargo, cuando alteramos el modelo surgen los interrogantes. ¿Es posible querer a alguien del mismo género? ¿Se puede amar a alguien pero no querer tener hijos, o sexo? ¿Se puede querer sexo pero no querer formar pareja? ¿Está bien querer una relación abierta en la que la exclusividad afectiva y sexual no sea una condición para estar con alguien?

Por otro lado: ¿el matrimonio es un modelo afectivo? ¡No! El matrimonio en sí no es suficiente para comprender un modelo afectivo, ni tiene una interpretación u origen monolítico. A lo largo de la historia, el control del matrimonio, el afecto y la sexualidad han permitido regular las decisiones afectivas, sexuales y reproductivas que tenían consecuencias laborales, económicas y políticas. No siempre hubo exclusividad afectiva y sexual. Y contra lo que se imagina, los problemas del amor y la sexualidad de cada época no son los únicos que influyen en el modelo afectivo. No obstante, desde que la humanidad se irguió sobre sus patas traseras se ha gozado y sufrido por amor.

Pero, no todos los goces y los sufrimientos han tenido un mismo origen, causa o interpretación. Lo que en una época era normal, en otra época hubiera sido extraño. Y para saber cómo se fue formando la idea de amor de cada época necesitamos conocer el contexto histórico. ¿Qué problemas había? ¿Cómo contribuían la sexualidad y el afecto a resolver o agravar esos problemas? En cada modelo afectivo, el contexto no solo da forma a ciertas ideas sobre el amor, sino que también justifica los mecanismos de control sobre lo que se imaginaba que el amor debía ser.

Pero comencemos por el principio. Miremos hacia atrás para reconocer los modelos y sistemas de control que nos dejaron otras épocas, y que hoy resultan un impedimento para avanzar en las relaciones afectivas que queremos construir. Remontémonos, para empezar, a la prehistoria y a su transición hacia la Antigüedad. ¿Cómo era ese contexto y de qué modo se vivían el afecto y la sexualidad en él? ¿Había límites, control, libertad? ¿Cuál fue el primer amor de la historia?

Ancestral sí, primitivo no

Según lo que planteamos al comienzo de este libro, todo empezó con un fémur roto. Pero ¿cómo era el mundo antes de que se imaginara la protección al más débil? Previo a ver que un fémur roto había sanado solo había rastros de la violencia que existía entre las sociedades primitivas: calaveras perforadas, huesos quebrados y heridas de flechas. 1 Cualquier grupo de personas corría el riesgo de cruzarse con un grupo hostil mayor que lo atacara. O con animales predadores que amenazaban de día y de noche.

El primer material con el que se construyó un modelo afectivo fue el grupo, y la primera forma de amor fue el cuidado al más débil. A este modelo lo denominamos «modelo antiguo-grupal». Así como hoy se dice que las parejas sin amor están destinadas a separarse, los grupos nómades que no cultivaban el cuidado y la protección de sus miembros estaban destinados a no sobrevivir. Estos grupos estaban formados por varias familias extensas, es decir que incluía a los padres/madres, tíos, abuelos y primos.

Para algunos antropólogos, el afecto y la sexualidad dentro del grupo nómade se pautaban a través de una especie de «matrimonio» grupal entre los miembros. Según esta mirada, las uniones se producían entre los hermanos varones de un grupo y las hermanas mujeres de otro grupo, lo que generaba lazos entre ambos clanes. El intercambio era grupal, por tanto solo se podía precisar la maternidad de los hijos y no era fácil identificar a qué padre pertenecía cada uno. La supervivencia era tan difícil que si la frontera de los grupos hubiera sido la línea de sangre ningún grupo habría logrado un número suficiente para sobrevivir. 2

Pero si bien en este período la exclusividad sexual hubiera sido prácticamente imposible, los mecanismos de control del modelo se ejercían desde el grupo hacia todos sus miembros: escapar a ese control era tan imposible como sobrevivir en soledad. A diferencia de lo que hace cualquier persona del siglo xxi, que disfruta de la libertad afectiva o sexual que supone tener más de una pareja, entre los nómades no había ningún tipo de consentimiento. El centro era el grupo en el que se había nacido, o al que se pertenecía en cautiverio o por dominación. No existía la noción de la persona separada de él. Había que relacionarse forzosamente y sin excepción con la familia.

El cuidado y la protección del débil fue nuestra primera forma de amor, pero esta se limitaba al interior del propio grupo. La posibilidad de cuidar, proteger o no matar a alguien de un grupo ajeno, precisamente, fue lo que representó la transición hacia un nuevo modelo afectivo. ¿Cuál fue el motivo? ¿Por qué los grupos nómades comenzaron a ver como algo necesario cuidar a alguien extraño?

El primer suelo fértil

Hace aproximadamente once mil años tuvo lugar una revolución agrícola. Al día de hoy, más de la mitad de nuestras calorías provienen de alimentos (plantas, animales y bacterias) que fueron domesticados entonces. Se la llamó «la Revolución del Neolítico» y fue la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasó de nómade a sedentaria. Se concretó en el área que hoy se conoce como Creciente Fértil, que estaba bañada por los ríos Tigris y Éufrates al este, y por los ríos Jordán y Nilo al oeste. 3 Las primeras ciudades no se podrían haber establecido sin una fuente constante de alimento. Por eso, la tecnología que propició la agricultura fue esencial. 4 Si se podía sembrar y cultivar alimento, no hacía falta continuar peregrinando.

Esta realidad impactó en los modelos afectivos, ya que los grupos nómades tuvieron que buscar una forma de asegurar su unión con otros grupos que vivían en la misma ciudad, aunque no se fusionaran completamente con ellos. Es decir, no solo era necesario sembrar y cultivar para permanecer en un lugar, además había que inventar una razón para que un grupo antagónico no se levantara un día y acuchillara o esclavizara a otro. El conflicto entre grupos nómades se tradujo en la ciudad en una competencia por el liderazgo. Si los grupos no encontraban una forma de asegurar una alianza permanente, el destino de las ciudades se ponía en juego.

Hoy en día aún sucede: de repente a un «loco suelto» se le ocurre que para acabar con los problemas del país, del Estado, de la religión, de la cultura, de la economía o del comercio hay que «matar a todos». Por supuesto, ese «todos» se refiere a los que pertenecen a un grupo antagónico: los pobres, los ricos, los chinos, los blancos, los negros, los vecinos, los inmigrantes, los invasores o los invadidos. Para impedir estas «soluciones», afortunadamente, existe un conjunto de instituciones que regulan la vida social. Pero ¿qué pasaba antes de que estas existieran? ¿Cómo se aseguraba la supervivencia frente a un grupo antagónico o de origen diverso? ¿Cómo se vivía en paz con otros grupos en lo que fueron los primeros asentamientos? En una época en la que ni el papel ni los escribanos existían, la única forma de sellar una alianza era con los hijos. Esta dinámica, que se llama exogamia, fue la primera forma de unión que garantizó la paz entre grupos diferentes. Sin embargo, su origen fue violento, a través del secuestro y el rapto.

El primer modelo afectivo del que se tiene registro y que involucra «alianzas» entre diferentes grupos es el matrimonio por la fuerza o «por rapto», que luego transicionó hacia métodos menos traumáticos. Pero en la medida en que se fueron estableciendo los primeros imperios de la Antigüedad se consideró que robarles las hijas a los vecinos no era una buena estrategia de «política internacional», y se introdujo una forma más respetuosa de obtener mujeres: comprarlas y establecer una alianza mediante el traspaso entre varones.

En civilizaciones antiguas, como la de los sumerios, el matrimonio era un contrato privado entre el padre o tutor de la mujer y un varón. Este podía rechazar y dar por finalizado el contrato cuando se le antojase; ellas no tenían ni voz ni voto. Esta transición desde el matrimonio por rapto al matrimonio por compra nos lleva a teorizar sobre las transiciones que tienen todos los modelos afectivos.

La transición

Los modelos afectivos nunca son una foto fija, más bien son un video. Es decir, cambian constantemente, pero no lo hacen de la noche a la mañana o de una generación a otra. Siempre conviven elementos de modelos anteriores con los actuales. La decadencia de un modelo se da paulatinamente, mientras se conforma uno nuevo. A medida que el contexto cambia, los modelos afectivos comienzan a perder eficacia y se van desacreditando como fórmula de organización social. Los mecanismos de control que antes se justificaban se consideran violentos: el amor ya está en otro lado.

Mientras esto ocurre, comienzan a formarse nuevos modelos en torno al nuevo contexto, con nuevos mecanismos de control para ajustar a la «norma». Durante este cambio paulatino, en la sociedad o en un sector de ella pueden convivir ambos sistemas, y quienes adoptan cada modelo consideran coherente el propio y decadente el ajeno. El modelo afectivo romano, por ejemplo, contó con los recursos del imperio para favorecer las «alianzas», a fin de generar hijos legítimos que heredasen la propiedad y la situación de sus padres. Este «matrimonio» se entendía como un asunto privado, no había fórmula ni inscripción ni registro. Hubo leyes 5 que intentaron regular las relaciones entre esposa y esposo, pero el matrimonio no constituía un contrato y la exclusividad sexual se le exigía solo a la mujer casada. No así al varón ni a las demás mujeres con las que este se relacionaba.

Pero ¿por qué quería alguien casarse en la Antigüedad? ¿Se casaban «por amor»? ¿Por qué un hombre elegía una mujer y se comprometía a asistirla y a mantener a sus hijos mediante una ceremonia? ¿Por qué eso era una prioridad en la corta vida de los antiguos? ¿Con qué mujeres era mejor establecer esta relación de colaboración entre dos varones?

Empleada se busca, proactiva, que se ponga la camiseta de la empresa

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal. Todos los días de su vida. Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; trae su pan de lejos. Se levanta aun de noche y da comida a su familia y ración a sus criadas.

«Elogio de la mujer virtuosa», Proverbios 31:10

Las sociedades antiguas fueron posibles gracias a la agricultura, pero este trabajo no podía ser realizado por una sola persona. Para sobrevivir y vivir cómodamente en el mundo agrario antiguo, una familia necesitaba sembrar, cosechar, tejer, coser y moler granos. Y para hacer todo eso, lo fundamental era reproducirse. Los hijos eran necesarios para trabajar en los campos y comenzaban a hacerlo a corta edad. Una familia numerosa tenía mayor fuerza productiva que una con pocos hijos o con ninguno: si un padre quería prosperar, debía tener muchos hijos. La necesidad constante de tener mano de obra forzaba a los hombres a elegir mujeres fértiles y sanas antes que amadas.

Al Estado romano, por otro lado, le interesaba establecer un cierto tipo de familia en su seno: aquella a la que pudiera censar y exigirle un tributo. Si un varón se quedaba soltero no solo era un problema social sino que no se le podía exigir la misma cantidad de impuestos laborales que si estaba casado. Entonces, ¿cómo se lograba una familia numerosa en la Antigüedad? ¿Cómo se orientaban las decisiones para asegurar la existencia de familias estables y funcionales?

La imposible tarea de tener hijos y sobrevivir en el intento

Hoy en día, la ciencia no solo hizo que tener hijos no fuera un problema, sino que mejoró los métodos anticonceptivos para lograr una planificación familiar más eficiente. En la actualidad, muchas personas eligen voluntariamente no tener hijos. Sin embargo, en el mundo antiguo sucedía lo opuesto. La mortalidad al nacer era del 33 %, y la mortalidad de los infantes de hasta quince años era del 50 %. Muchos embarazos terminaban en abortos espontáneos. Las condiciones de higiene eran tan precarias como la medicina del nacimiento. Parir era un deporte extremo y muchos nacimientos terminaban con la muerte de la madre. 6 Además, los pueblos de la Antigüedad practicaban el infanticidio ante cualquier «deformación» que pudiera tener el niño o indicio de que diera «mala suerte». 7 Por otro lado, con tantas amenazas a la vida y a la salud en general era poco frecuente que una familia no sufriera la muerte de uno de los padres, por lo que las familias ensambladas eran mayoritarias. Pero el matrimonio no era un medio que solo buscaba la reproducción, lo que buscaba era reproducir humanos propios. En ese sentido, la exclusividad sexual de la mujer casada tenía un fundamento: asegurarse niños a través del embarazo-nacimiento y permitir identificar la paternidad de esos niños para que valieran dentro de la herencia.

Como la medicina estaba atada a la religión, se entendía que la fertilidad de una mujer resultaba de una práctica sexual que debía mantenerse en el tiempo, no de una razón biológica. Había determinadas posiciones sexuales que se creía fomentaban la fertilidad y otras que la disminuían. Así comenzó a construirse una costumbre de división de los actos sexuales entre los que «se hacían con una madre de familia» y los que solo debían hacerse con «otras mujeres». La importancia de la reproducción era tal que si la mujer o el varón no podían tener hijos para sus familias y para Roma no se podía realizar el casamiento. 8 En el mismo sentido, la razón por la que estaba prohibido el matrimonio entre varones era que no permitía la reproducción. Por otro lado, para los varones romanos libres estaba mal visto adoptar el rol de subordinación propio de una esposa romana, lo que no significaba que no tuvieran relaciones afectivas y sexuales entre ellos: pensar el sexo y la reproducción como un requisito del matrimonio no implicaba que el sexo se diera solo dentro de este. En efecto, la sexualidad se disfrutaba sin límites, aunque lo importante era reproducirse.

El control de la esposa: que otorgue seguridad sobre la paternidad

El derecho romano establecía algunas reglas para casarse. En primer lugar, el matrimonio era la transferencia de una mujer a la familia del marido. La mujer era considerada un semiobjeto reproductor, una propiedad. Si el marido no era el pater familia (porque su padre aún estaba vivo), quien «recibía» a la mujer era su suegro. En segundo lugar, el ciudadano romano «compraba» a la novia entregando una paga (llamada dote) a su familia. 9 Es difícil que con nuestros ojos contemporáneos veamos este tipo de actos como el inicio de una relación afectiva o sexual. Sin embargo, en nuestra época estos actos sí están naturalizados, por ejemplo, en el mundo del trabajo.

La usucapión hoy en día es una forma de adquirir objetos o inmuebles después de usarlos por un tiempo sin que nadie los reclame. Así como en la Roma antigua un ciudadano tenía poder sobre la esposa aunque hubiera violencia o rapto, actualmente la usucapión de terrenos o inmuebles que no es contestada por nadie después de un tiempo también otorga derechos. Si nos cruzamos con una propiedad inmueble a la que no se le conoce dueño, podemos tomarla y buscar al propietario mediante publicaciones en los diarios. Si aparece, este deberá pagarnos las mejoras hechas en el inmueble antes de recuperar la propiedad; si no aparece, al cabo de ciertos años el inmueble será nuestro. Del mismo modo se establecía el control de una mujer por la fuerza allá en el Imperio Romano.

Es importante mencionar que en Roma esta situación no se daba solo con las mujeres, sino que era una forma de transferencia de la propiedad: ocurría lo mismo con un esclavo, por ejemplo. En Grecia, las mujeres tampoco gozaban de demasiada libertad. Si una mujer estaba soltera, vivía bajo la autoridad del padre. Al casarse pasaba a pertenecer al esposo y si su esposo moría, sus hijos varones hablaban en nombre de ella. Dentro de estos mecanismos de control de la mujer reproductora oficial estaba el repudio, que era lo más cercano al divorcio que existía en aquella época. El esposo podía invocar el repudio y volver a estar soltero, aunque debía comprobarse que faltaba afecto maritalis, o sea, que la mujer no lo trataba como marido, que era infértil o había cometido adulterio. Ninguna mujer casada podía tener relaciones con otro hombre que no fuera su marido. También los esposos podían repudiar a sus esposas si pasaban la noche fuera del hogar, si hablaban con varones desconocidos o si iban al circo o al teatro.

Los partos solían realizarse en habitaciones especialmente herméticas. El varón esperaba en la puerta a que la mujer entregara al hijo, sin ningún contacto con el exterior. Según la costumbre, una vez que el niño era entregado, era puesto en el suelo y el pater podía tomarlo como propio, o no. Si el padre decidía no tomarlo como propio, lo dejaba expósito, o sea «expuesto». Un niño expuesto sin vigilancia (al igual que una esposa sin vigilancia) no se podía adjudicar a este o aquel padre, y por lo tanto no tenía el valor necesario para ser heredero. Más adelante en el tiempo, los niños abandonados en los orfanatos llevaban el apellido Espósito por esta razón.

Pero ¿para qué estaban todas estas reglas y prohibiciones? ¿Cuál era el fin de condenar el adulterio? ¿Qué era lo arriesgado y amenazante? La palabra latina lo dice: adulterium viene de ad (cercano), alter (otro), ium (efecto). El adulterio era el delito de cambiar las cosas que se vendían, entregaban o transportaban. En este caso, la cosa adulterada eran los hijos. Si ocurría una violación hacia una mujer por parte de un varón que no era su marido, esto era considerado un ataque a la propiedad privada del padre o el marido de la mujer, una ofensa a la propiedad privada, y no una ofensa sexual hacia la víctima. 10 La condena del adulterio no estaba destinada a penar la no exclusividad afectiva y/o sexual en sí.

Pasemos en limpio: si eras una mujer casada solo podías reproducirte con tu marido, y el fundamento para la exclusividad sexual era dar seguridad de que los hijos le pertenecían al padre, para que no hubiera problemas a la hora de heredar títulos. No tenía que ver con la «fidelidad» o la «infidelidad». Los únicos «ciudadanos libres» en Roma eran los pater familia, quienes ejercían la autoridad y todos los mandos de la casa. Siempre era un hombre y bajo su control estaban todos los bienes y personas que pertenecían a la familia, tenía atribuida la plena capacidad jurídica para obrar según su voluntad y ejercer la patria potestad sobre la mujer casada, los esclavos y otros hombres.

Por otro lado, la única forma válida de que los hijos heredaran era que hubieran elegido a una esposa de su mismo estamento social (patricios, ciudadanos, libertos o esclavos). Según Freud, el «gran suceso traumático del hombre» 11 es el hecho por el cual, en la horda original, el padre monopoliza el poder y el placer al poseer a las mujeres con exclusividad. A su muerte los hijos se reparten su herencia y continúan aquel monopolio. Pero ¿por qué no se podía vivir sin ese monopolio? Para Freud, este «principio de la dominación» era simplemente económico: el padre monopolizaba los vientres, el placer y la reproducción. Por otro lado, esa distribución desigual hacía que los hijos muchas veces se rebelaran. Cabe aclarar que no todos los matrimonios debían pedir la autorización del pater familia: una mujer de avanzada edad podía casarse sin autorización paterna, pues ya no era una mercadería atractiva para los negocios familiares. Además, constituía más un gasto que una ganancia.

Algunas leyes romanas quisieron prohibir el «repudio» de la esposa. Pero no debemos interpretar esta restricción como algo destinado a mantener el cariño dentro de la pareja o vinculado con alguna cuestión sentimental, afectiva o sexual. El matrimonio era un contrato para la reproducción, y el divorcio (o repudio) y posterior casamiento con otra persona significaba un mejor negocio social, económico o político. Era un trámite equivalente a lo que hoy sería cambiar de universidad, de empresa o de banco.

Un gobernante antiguo que llama la atención en relación con esto es el emperador Augusto, ferviente defensor de la estabilidad familiar y de la virtud de las mujeres romanas. Gobernó durante cuatro décadas y su estabilidad política contribuyó en gran medida a la pax romana. En nombre de dicha estabilidad, introdujo el divorcio obligatorio para las mujeres casadas adúlteras: si la esposa de un romano era descubierta teniendo sexo con otro varón que no era su esposo, este último estaba obligado legalmente a divorciarse. Las penas para las esposas adúlteras en este período (recordemos que solo la mujer casada era reprendida, no el pater familias ni las mujeres no casadas) eran muy duras: perdían la mitad de la dote, eran expulsadas a una isla-prisión y jamás podían volver a casarse.

Estar casado era símbolo de hacer las cosas bien para el poder de Roma, implicaba que sabías gobernar (aunque fuera con violencia) a tu gente y tu casa y que podías mantener de forma ordenada y acorde a la república la familia que Roma esperaba. Se trataba de un mecanismo de control. Otro mecanismo era la castración masculina, según la cual los hombres eran privados de sus genitales mediante dolorosas técnicas para evitar que se reprodujeran y crearan nuevas familias. Los castrados o eunucos no podían casarse con hijas de otras familias o tribus. Sin embargo, el beneficio de esta limitación era que podían ascender en el entramado político. 12 Pero los mecanismos de control no se restringen a la Antigüedad, sino que son una constante. Existen en todas las épocas, como formas más o menos explícitas de regular el orden social.

Características de los mecanismos de control

Para garantizar el funcionamiento de cada modelo afectivo es necesario que se establezcan mecanismos de control social sobre las personas, las parejas y las familias y entre las personas, las parejas y las familias. Los mecanismos de control están legitimados, justificados y apoyados por gran parte de la sociedad y están íntimamente ligados con el contexto de cada modelo. La reproducción casi inconsciente de estos mecanismos de control permite ver que no siempre decidimos libremente cómo pensamos en cuestiones de amores, relaciones estables, amantes o familia.

Aunque nunca se establezca efectivamente en toda una población, la mayoría de las personas es silenciosa con respecto al mecanismo de control que crea consenso acerca del modelo ideal al que hay que llegar. Se trata de un conjunto de normas que encauzan las respuestas para solucionar determinados problemas. El control en la mayoría de los casos no es represivo, si bien en ciertas épocas ha sido más tangible, mostrándose con fuerza y violencia, en general es sutil y escurridizo. Y no está solo en las parejas, sino también fuera de estas. Los mecanismos de control también operan desde las familias de ambas personas y desde la sociedad en su conjunto. Están tan internalizados que nos marcan el camino. Se presentan como «la norma social» que llevamos dentro. Se apoyan y alimentan en la familia, en la sociedad y en la pequeña unidad afectiva que es la pareja.

Cuando hablamos de mecanismos de control no nos referimos a un sistema opresivo o negativo, sino de un conjunto de costumbres y procesos destinados a cuidar aquello que es considerado escaso en cada época. 13 Dentro de su contexto, están aceptados y gozan de buena reputación. En el modelo romano, por ejemplo, si bien las mujeres bajo la lógica patriarcal solo eran un elemento más de intercambio, arrancarlas de su familia sin darles algo a cambio a sus padres por haberlas criado comenzó a considerarse una acción violenta e incivilizada, así que se estableció el matrimonio por compra.

En muchos períodos históricos, el poder termina asimilando e institucionalizando mecanismos que comienzan fuera de él. Sin embargo, ningún mecanismo de control ha logrado contener del todo los afectos. Como no alcanza con la masificación de la norma «correcta y aceptada», se hace necesario contener a los que actúan en disrupción, aquellos que precisan una contención «antinormativa». De modo que el control actúa acompañado de otro tipo de normas: las válvulas de escape.

Válvulas de escape: la excepción organizada y controlada

Las válvulas de escape son costumbres que a primera vista parecen situaciones excepcionales de los mecanismos de control, pero operan metódicamente para mantenerlos. ¿Cómo puede ser que los mecanismos de control y de escape estén igualmente institucionalizados, aunque en apariencia sean antagónicos? En primer lugar, si no existiese una mínima forma de escapar temporalmente, la rigidez extrema haría tambalear el control de cualquier sistema. Pero las válvulas no representan un escape real al modelo, sino que son parte de él, excepciones controladas para poder ejercitar el poder punitivo. Aunque por un lado aflojan un poco la cadena, solo lo hacen para poder apretar más fuerte por otro.

La característica principal de todas las válvulas de escape es que prometen alivio, pero terminan poniendo a quien las usa bajo mayor control y vigilancia. Las personas que ejercen el poder en la sociedad son quienes controlan a quién permiten o no escapar de las normas, y en esa transacción cimentan su poder. Veamos algunos ejemplos en este primer modelo de la Antigüedad. ¿Qué válvulas de escape actuaron junto con los mecanismos de control?

El amor es entre hombres ¡no seas débil!

Todo o casi todo lo que es propio del amor, la mayoría de los hombres hetero lo reservan exclusivamente para otros hombres. Las personas que ellos admiran; respetan; adoran y veneran; honran; quienes ellos imitan, idolatran y con quienes cultivan vínculos más profundos; a quienes están dispuestos a enseñar y con quienes están dispuestos a aprender; aquellos cuyo respeto, admiración, reconocimiento, honra, reverencia y amor ellos desean: estos son, en su enorme mayoría, otros hombres. En sus relaciones con mujeres, lo que es visto como respeto es cortesía, generosidad o paternalismo; lo que es visto como honra es colocar a la mujer como en una campana de cristal. De las mujeres ellos quieren devoción, servidumbre y sexo. La cultura heterosexual masculina es homoafectiva; ella cultiva el amor por los hombres.

Marilyn Frye, Ensayo sobre la política de la realidad

Como ya quedó claro en el capítulo anterior, no tiene sentido pensar en el matrimonio romano o griego sin subordinación y sin reproducción. ¿Y el amor? Veamos. Para los griegos había siete tipos de amor: eros, la pasión sexual; philia, la amistad profunda; ludus, el amor divertido; ágape, el amor a todos; pragma, el amor perenne; philautia, el amor a uno mismo; y storge, el amor a los padres y a la familia. Una de las formas más bellas de amor, según la Grecia antigua, era entre un varón adulto y otro… mucho menor.

El banquete de Platón, pieza filosófica que se considera un referente en las reflexiones del mundo occidental con respecto al amor, y que define lo que luego se llamó «amor platónico», expresa varias de estas ideas. Según se cuenta, los hombres desafiaron a los dioses, por lo que Zeus, el dios supremo, dijo: «Voy a cortarlos en dos partes, así serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por haberse multiplicado en número». 14 Pero, una vez que los hombres fueron divididos en dos, cada parte estaba constantemente buscando a la otra hasta reunirse con ella. Es una leyenda que se cuenta en infinidad de lugares como una oda al amor romántico entre el hombre y la mujer, romántico y en exclusividad. Lo curioso es que solo se hace referencia al mito de la separación y a la búsqueda constante de esta parte que nos constituye y está perdida (lo que luego dará vida a la búsqueda de la media naranja) pero no se habla de que El banquete remite a una búsqueda homosexual y pedófila.

Sin embargo, había un cierto acuerdo respecto de la bondad de las relaciones homosexuales y sus efectos positivos. Esta modalidad sexual estaba instalada en las clases altas e intelectuales atenienses, y no era un obstáculo para las relaciones heterosexuales ni conspiraba contra el matrimonio o la familia. 15 Por otro lado, para los griegos si un varón estaba muy cerca de su esposa (o de cualquier mujer) corría riesgo de centrar sus intereses en tareas mundanas destinadas a las mujeres. La cuestión del amor estaba ligada a la elevación del alma a través de la filosofía, y eso se hacía entre hombres. Tomar maneras femeninas, y «afeminarse», no era mal visto o cuestionado, lo que se intentaba evitar era que el destino de los hombres cayera en tareas poco valoradas.

Lo cierto es que si nos remontamos a la historia y queremos saber cuál es el primer caso de «amor» entre dos personas que se eligen sin intervención de terceros, que se admiran y se buscan como la «media naranja», tenemos que ahondar en las relaciones homosexuales, ligadas a la educación y a la filosofía, y no en las heterosexuales, desiguales y ligadas a la reproducción y al trabajo. El matrimonio en este modelo afectivo se constituía principalmente como una forma social de control, según la cual había que intercambiar y disciplinar a las mujeres reproductoras con las cuales se compartían los mismos mecanismos legales dirigidos a controlar o disciplinar a los niños o al ganado. La costumbre moderna de referirnos al amor como un sentimiento súbito, mágico, asociado a una persona que nos complementa, no existía en la Antigüedad. De darse el caso se consideraba una enfermedad mental que se curaba con sangrías e infusiones de helleborus. 16

Volviendo a los vínculos afectivos entre hombres, no es un dato menor la existencia de concubinos. La palabra latina concubinus era el término que se le daba a un joven varón que era escogido por su amo como amante, mientras que se llamaba concubinas a las mujeres que eran escogidas para ocupar ese lugar. A continuación analizaremos en qué consistía esto y cuál era su estatus. 17

Las mujeres que no se casan: las concubinas

El concubino varón era una de las formas más «puras» de amor en la sociedad griega y romana, pero también estaban las concubinas, o sea las mujeres que el varón elegía para tener relaciones pero no para producir herederos legítimos. La concubina se diferenciaba de la mujer legítima en el nombre y en la dignidad: era una mujer que por alguna razón no había sido elegida para generar herederos legítimos. Pero era reconocida y en muchos casos convivía con las esposas y formaba parte de la familia. En ocasiones sucedía que un padre de familia que ya tenía hijos de un matrimonio anterior elegía una concubina antes que una nueva esposa. En Roma su existencia era tan aceptada que las relaciones entre los varones y las concubinas llegaron a estar legisladas. 18 El emperador Vespasiano, Antonino Pío y Marco Aurelio, por ejemplo, tenían sus correspondientes concubinas. Estas, en efecto, eran una válvula de escape con todas las letras, una libertad bajo el mismo mecanismo de control.

Si el marido estaba con una, dos o tres mujeres que no estuvieran casadas con nadie no se consideraba que cometiera adulterio, ya que no estaba en peligro la transmisión de propiedad a través de un hijo legítimo que podía ser adulterado. El control, como vemos, siempre se ejercía sobre la mujer, y solo se castigaba al marido si se metía con la propiedad de otro hombre. 19 Si eras varón, hijo mayor y sin padres vivos podías elegir una mujer para que produjera niños que heredaran, si eran varones, o fueran vendidos, si eran mujeres. Mientras tanto, el afecto y la sexualidad se repartían con esclavas, siervas, otras mujeres no casadas u otros varones. Este modo de vivir no se consideraba ilícito ni contrario a las costumbres, sino una unión desigual, pues las concubinas estaban privadas de las ventajas de las que gozaban las mujeres enlazadas por matrimonio.

Platón, en La república, cuenta que para proteger a la polis los guardianes (los guerreros y los dirigentes-filósofos) debían compartir una comunidad de concubinas y prostitutas. ¿Y los hijos de la comunidad, a quién pertenecerían? A la comunidad. Platón justificaba esta comunidad de mujeres y de niños como medio para regular los nacimientos y para garantizar la paz y la concordia entre los guardianes, que «por no poseer cosa alguna propia, sino el cuerpo, y ser todo lo demás común, de donde resulta que no ha de haber entre ellos ninguna de aquellas reyertas que los hombres tienen por la posesión de las riquezas, por los hijos o por los allegados». 20

Uno podría pensar que los romanos y los griegos eran degenerados y que no ocurría lo mismo en pueblos menos díscolos. Sin embargo, a través de las Sagradas Escrituras nos enteramos de que entre los judíos la poligamia era algo natural. La historia del mismísimo Abraham es una prueba (si bien estaba casado con Sara, al mismo tiempo Agar era su concubina), o la de Isaac y Rebecca. Y para no quedarse cortos, el rey David tuvo ocho esposas y el rey Salomón «tuvo setecientas esposas, hijas de otros jefes de Estado y trescientas concubinas», entre ellas la hija de un faraón. 21

También en la Biblia hay referencias al carácter laboral del matrimonio y de las concubinas, a través de la historia de Jacob, Raquel y Lea: una alianza laboral entre dos varones a través de la posesión de las mujeres. La historia fue que Jacob era un pastor que quiso casarse con Raquel, que era su prima. Habló entonces Jacob con su tío Labán, que era el padre de Raquel, y ambos acordaron esto: Jacob trabajaría siete años para Labán y entonces le daría a Raquel. Pasados los siete años, Labán le da a la hija mayor, Lea, y no a Raquel, que era la que quería Jacob. Jacob se queja con Labán y él le responde: «No te puedo dar a la menor antes de haber casado a la mayor». Ambos quedan en que Jacob deberá trabajar otros siete años para casarse también con Raquel, situación que ocurre y viven todos felices para siempre (sobre todo Labán, que por tener dos hijas se rascó la panza catorce años). 22

El oficio más antiguo del mundo

La prostitución era una válvula de escape perfectamente organizada en el mundo antiguo. Por ejemplo, tanto Augusto como Catón, dos de los más conocidos defensores de «la virtud y la moral romanas» y por tanto del matrimonio, consideraban altamente positivo frecuentar prostitutas con el fin de aliviar el peso de los deseos y tentaciones que el varón romano tenía. Catón decía que las prostitutas eran necesarias para el buen funcionamiento del orden establecido, por cuanto preservaban a las mujeres decentes del «peligro del adulterio» o de la violación, y ayudaban a consolidar el papel social que debía cumplir cada tipo de mujer. Tanto la mujer-reproductora-madre como la prostituta eran modelos a seguir. 23

La razón por la que se dice que la prostitución es «el oficio más antiguo del mundo» es que es el primer oficio independiente (que puede realizarse en soledad): estas mujeres no necesitaban asociarse familiarmente para ejercer su oficio. La mujer-madre, aunque utilizaba su cuerpo para producir, estaba gobernada por el marido. La relación de la cultura romana con las prostitutas es conocida. Según se cuenta, Roma se fundó cuando Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba. Sin embargo, según Livio, esa «loba» fue la mujer del pastor Fáustulo, que cuidó a los gemelos y era una famosa prostituta.

Como ya mencionamos, incluso hoy existe la costumbre de dividir las posiciones sexuales entre aquellas que mejoran la fertilidad y las que la disminuyen. El resultado fue que las prostitutas se ocuparon de las prácticas que se imaginaba que disminuían la fertilidad. El modelo afectivo griego también diferenciaba el control y el escape como dos dispositivos que sostenían el modelo: las hetaerae eran para el placer, las concubinas y esclavas para la mantención diaria y las esposas para que dieran hijos legítimos para la polis y fueran las guardianas de la casa. 24

En síntesis, la Antigüedad fue patriarcal en el sentido más estricto. Y la familia era algo que los pater familia tenían bajo su completa autoridad, incluyendo a la esposa, los esclavos y los hijos. Pero la familia no era el padre, sino que pertenecía al pater. Con el tiempo, en la medida en que lo que era experimentado como escaso fue cambiando, también cambió la sociedad, y esto dio paso a la Edad Media, que contribuyó creando un nuevo modelo afectivo con costumbres que llegan hasta hoy también, como veremos en el próximo capítulo.