Me despertó un profundo dolor de espalda, producto de haber dormido en una cama tan incómoda, aunque seguía satisfecha por mi éxito del día anterior. Recogí mis pocas pertenencias en un viejo bolso y dejé la insípida habitación. Me acerqué al mostrador donde una anciana recibía a los huéspedes, entregué la llave oxidada y me marché de allí.
Según mi orientación —que era muy buena, por cierto— debía dirigirme hacia el noroeste para encontrarme con un pequeño pueblo, al que llegaría luego de varias horas a pie. Era temprano por la mañana y calculaba que podría arribar tal vez por la tarde.
Era el destino elegido para mi próxima hazaña.
En aquella zona de Soberbia durante el día el sol salía con algo de fuerza y entibiaba un poco con sus rayos, pero apenas caía, la temperatura bajaba con brusquedad. El invierno era duro en el reino, por eso tenía que llegar a destino antes del anochecer si quería evitar congelarme a oscuras en medio de un bosque, sin reparo alguno.
Disfruté mucho de esa caminata porque me sentía muy optimista. Había recorrido dos pueblos en ese viaje, y en los dos había obtenido buenas ganancias, que nos acercaban a mí y a mi nana a nuestro objetivo. Mi próxima parada sería la última, dado que no me gustaba ausentarme de mi hogar por demasiado tiempo. Odiaba preocupar a Eyra.
Otra precaución que tenía en cuenta era vender todas las pertenencias que iba recogiendo en otro lugar que no fuera mi sitio de origen. Sería extraño si me presentaba en la tienda de joyas de mi pueblo con la intención de vender varias alhajas o relojes. Eusebio, el anciano dueño del lugar, sabía que yo no tenía demasiado dinero y Eyra tampoco, por lo tanto, tratar de vender objetos valiosos levantaría sospechas. No quería ensuciar mi nombre, ni iniciar rumores donde yo fuera la protagonista. Por ello, en mi última parada antes de regresar a mi hogar procuraba vender aquellos objetos de valor que había recolectado en mi travesía. Regresaba a casa únicamente con el dinero reunido. Siempre fui muy astuta. Una inteligencia especial ardía en mi ser.
Caminé durante varias horas disfrutando de los rayos del sol en mi rostro, sin percibir demasiado cansancio. Estaba en buena forma.
Cuando llevaba algo más de cinco horas caminando, gracias a los hombres que aportaron sus relojes para que yo supiera qué hora era, comencé a divisar algunos caseríos a lo lejos. Estaba arribando a mi destino.
Al llegar, lo primero que pude ver en aquel pueblo fue el color. Color puro, vibrante, en varias gamas, tonos y brillos. Me sorprendió con tan solo un vistazo. Había muchos árboles que teñían el paisaje con un fuerte verde, y a los costados del camino se encontraban las casas. Pequeñas, en su mayoría, y muy llamativas. Era muy bonito.
Me invadió de inmediato una extraña sensación de bienestar, como si el propio aire del lugar hiciera sentir cuidado y protegido al forastero.
Cuando llegaba a un nuevo pueblo solía recorrer un poco a pie para conocerlo y para tener ubicada una taberna para visitar por la noche. También me aseguraba de encontrar un sitio donde dormir —que fuese lo más económico posible— y que se ubicara cerca de la taberna en donde actuaría. De esa forma planificaba mi noche, siempre con atención y, sobre todo, con precaución. En definitiva, con inteligencia.
Esa recorrida en particular la hice con mayor tiempo y tranquilidad porque el pueblo era demasiado pintoresco. Las calles eran empedradas y grises, por lo tanto el color de las casas les daba un aspecto único, que contrastaba. Había bastante gente caminando por allí, pese a que ya había caído la tarde y el frío se pronunciaba más minuto a minuto.
De calle a calle cruzaban cuerdas con pequeños faroles colgando. Como estaba oscureciendo, se lucían cada vez más. El panorama era tan bello a la vista que me embelesaba. Parecía que había una fiesta para los sentidos.
Divisé una taberna en el centro del poblado, justo frente a una plaza que, en ese momento, estaba muy concurrida. Se oía a niños jugar y reír. Lo cierto es que la gente en ese pueblo parecía muy feliz. También había observado en mi caminata distintas posadas con carteles que anunciaban disponibilidad de habitaciones. A pesar de ello, no había consultado por los costos aún. Temía que, debido a la belleza innegable del pueblo, pasar la noche allí fuese demasiado caro.
Cerca de la taberna encontré un comercio pequeño de compra y venta de joyas y me acerqué para poder negociar allí las pertenencias recolectadas en mi travesía.
El lugar estaba pintado de color café por fuera y tenía una puerta anaranjada muy vistosa. La vidriera tenía en exhibición varios anillos y colgantes preciosos, y algún que otro reloj. Supuse que allí querrían comprar mi botín.
Al empujar la puerta una campanilla anunció mi llegada. Por dentro, la tienda era bastante pequeña y desordenada. Había una estantería en el fondo repleta de pequeñas cajas y, ante esta, un mostrador de vidrio. De la parte trasera del lugar apareció una mujer de unos cincuenta años, con el cabello largo y blanco. Tenía una sonrisa tan grande que, por alguna razón, me causó escalofríos.
—Hola —saludé temerosa, aunque no sabía por qué—. Buenas tardes.
—Qué tal, señorita. Mi nombre es Alicia. Sabía que hoy vendrías —dijo con esa sonrisa enorme que parecía estar fijada en su rostro.
—¿Disculpe? ¿Cómo que lo sabía?
—Es que soy psíquica —explicó— y todas las mañanas medito para recibir visiones sobre lo que me deparará el día que comienza. Hoy vi a una joven extraña, forastera, muy poderosa, que me visitaba para vender joyas de dudosa procedencia —tosí cuando dijo aquello, pero ella continuó hablando como si no lo hubiese notado— y yo aprovechaba la ocasión para ofrecerle una lectura de su destino. ¿Tengo razón?
No sabía qué responder. Temía que me delatara. Que supiera algo, lo que había estado haciendo, y que me entregara a los de la guardia real, que me apresarían, y jamás podría ver a Eyra otra vez. Me asustó que, de repente, esa mujer parecía saberlo todo. Mi cabeza pensaba con velocidad mientras intentaba enunciar una respuesta creíble, pero ella me interrumpió.
—No te voy a juzgar, querida. No me interesa de dónde vienen las joyas que quieres venderme. Si me gustan las compraré, no preguntaré sobre su origen, pero sí te sugiero que aquí en Maya no hagas lo que vienes haciendo en otros lugares. Aquí no. Aquí sabemos detectar engaños. No se nos puede mentir.
—¿Maya?
—Te encuentras en Maya, niña. Ese es el nombre de este poblado, elegido por los lugareños. Fue rebautizado hace algunos años. Bienvenida.
Pese al temor que sentía de solo pensar en la posibilidad de ser descubierta, decidí confiar en la extraña mujer. También pensé que, dada la particular recepción que había tenido en ese lugar, tal vez no fuera buena idea llevar adelante mi numerito de todas las noches. La mujer había sabido mis intenciones solo con verme y, además, ¿cómo pudo estar al tanto de que iba a venderle algo? Había escuchado que unas pocas personas en los Siete Reinos tenían el don de la adivinación, pero nunca había conocido a nadie cara a cara, ni mucho menos alguien había adivinado cosas sobre mí. Me espantó un poco todo aquello, pero seguí mi instinto.
—Como bien dijiste, Alicia, tengo algunas joyas y relojes para ofrecerte que pertenecían a mi abuelo —expliqué mientras rebuscaba en mi bolso—, y agradezco tus palabras y tu bienvenida. Maya es muy bonito.
—Te dije que no se nos puede engañar, querida. Somos resistentes a las mentiras aquí —respondió mientras negaba con su cabeza.
Opté por ignorar el comentario porque me rehusaba a contar la verdad y expuse todo mi botín sobre su mostrador. Lo revisó con mucho detenimiento y aceptó comprarme la totalidad de lo recolectado por una suma más que interesante. Sin dudas, accedí con gusto.
Alicia estaba contando el dinero que debía entregarme cuando habló otra vez.
—Como te comenté, en mi visión de hoy me ofrecía a leer tu futuro, así que cumpliré con lo que vi esta mañana. Morana, ¿te interesa que lea tu destino? No te cobraré, considéralo un obsequio de bienvenida a Maya.
No recordaba haberle dicho mi nombre, pero ya me sentía algo confundida luego de aquella conversación. Alicia era una mujer misteriosa y hablaba con total seguridad, pese a que yo no le había revelado nada. Seguía sin comprender aquello en lo que ella insistía acerca de la posibilidad de detectar engaños que tenían las personas de Maya. Desconocía esa clase de magia, pero consideré su propuesta. Desde muy niña me intrigaba mi destino. La intriga me parecía normal, teniendo en cuenta la poca información que había logrado recolectar sobre mi origen. Consideraba que origen y destino solían estar relacionados. Las personas que nacen en una familia cuyos padres se dedican a cierto oficio saben que lo más probable es que su destino se encuentre dentro del mismo rubro. Los nacidos dentro de familias aristocráticas saben que, al llegar a adultos, tendrán poder o cargos importantes dentro del reino. Yo, sin embargo, no sabía de dónde venía y, en consecuencia, tampoco sabía hacia dónde ir.
Por esa razón acepté el ofrecimiento.
—Alicia, sería un placer. ¿Cómo se realiza la lectura?
Ella respondió con su sonrisa enorme, que ya no me causaba temor, y señaló la puerta que tenía detrás. Me invitó a pasar, atravesando el mostrador. Al fondo de la tienda había una puerta de madera que llevaba, según indicó, a su cuarto de trabajo.
Al cruzar esa puerta sentí una energía diferente. Todos mis sentidos se encendieron en estado de alerta. El aroma a incienso invadía mis fosas nasales y, de inmediato, empecé a sentir calor e inquietud.
—Es normal que te sobresaltes al entrar aquí, Morana. Hay muchas energías en este lugar. Tú misma irradias mucho poder.
La percepción de Alicia me sorprendía cada vez que hablaba, y en ese momento temí por mis más profundos secretos. No sabía qué tanto podía ver ella en mí. De todas formas, a pesar de lo invasivo que se sentía que otra persona percibiera tanto, la mujer seguía inspirándome confianza.
En el centro de la habitación había una mesa de vidrio y, encima de esta, ardían dos velas de color azul. A cada lado de la mesa se encontraba un sillón negro. Parecía cómodo. Alicia me indicó que me sentara allí, en cualquiera de los dos. Tomé asiento en el que estaba más cerca de mí, y ella se sentó en el otro.
—¿Alguna vez participaste de una sesión de adivinación o revelación de tu futuro o algo por el estilo? —me preguntó a la vez que se acomodaba en su sitio.
—Nunca —respondí distraída, mientras admiraba los cuadros que colgaban en la pared. El arte era bello y, como todo allí, era un estallido de color.
Una vez sentada, me sentí menos inquieta. De a poco, lograba relajarme.
—De acuerdo, Morana. Te explicaré lo que haremos aquí. Te tomaré de las manos y luego de invocar al Universo y su fuerza sentirás que te habrás dormido. Le hablaré directo a tu mente, a tu conciencia, y el Universo te hablará a través de mí. Podrás hablarle al Universo, pero en tu mente, pues estarás en un estado de duermevela. Luego, al terminar, te concederé respuesta a dos preguntas. Piensa bien al despertar, ya que solo podré responder a las primeras dos que enuncies —asentí, sintiéndome ansiosa por lo que estaba por ocurrir—. Por favor, te pido que te relajes y estés tranquila. Eso me permitirá acceder mejor a tu conciencia.
—Entendido.
—Percibo que emanas una energía de duda muy fuerte sobre tu origen. Morana, te hablaré de tu destino. Espero que, al seguirlo, halles las respuestas sobre tu identidad también, pero yo no podré responderte sobre aquello. No puedo hablar de tu pasado —asentí de nuevo, una vez más sorprendida por sus habilidades de adivinación sobre mis pensamientos—. Comenzaremos ahora. Dame tus manos.
Puse mis manos sobre la mesa. Alicia las tomó con fuerza.
Cerré los ojos y me dejé llevar.