Ino Moxo enumera las pertenencias del aire
—Es una historia larga, ya te dije. Si te contara todo, nada me creerías. Nunca se puede creer todo. ¿Sabes? Nuncanunca se puede escuchar todo…
—Yo estoy dispuesto a oírlo, maestro Ino Moxo —me oigo decir casi como un soborno—, para eso he venido…
—¿Podrías? No, creo que no podrías —y su cabeza yendo a un costado, trayéndola de regreso sus ojos—: solo para darte un ejemplo, mira la selva. Si te pones a escuchar todo lo que suena en la selva, ¿qué escuchas…?
Y como si acabara de capturarse él mismo, como si al mismo tiempo él fuera la cerbatana y el dardo y la presa y el cazador y los leños encendidos de la cocina esperando, Ino Moxo algarabió su voz:
—No solamente el grito de los monos escuchas, no solamente el zumbido del zancudeo, de la arambasa que es la abeja más brava y más oscura, del chinchilejo que seguramente llamarás libélula, del chushpi que te infecta al picar, de la carachupaúsa que sangra sin aviso, no solamente oyes a la ronsapa siseando en el aire, a la mantablanca que bebe tu cabello, a la quillu-avispa de vuelos amarillos, al papási que nace de gusanos pero que no es gusano, a la wayranga que nunca toca el suelo. No solamente oyes el pájaro flautero, el firirín que no sabe volar y tiene alas, ni el ushún ni el tabaquerillo ni el shansho ni el piurí ni el tímelo grisáceo ni el tibe blancoblanco, ni el taráwi que come caracoles y es demasiado negro, ni la sharára que sabe vivir bien bajo del agua y mejor encima del viento, ni el zuizúi celestito ni el yungurúru grande cuyos huevos son color del zuizúi, ni esa garza gigante y rojiblanca que se llama tuyúyu. No solamente escuchas al urkutútu sabihondo. Ni a la quicha-garza, floja de excremento. Ni al ucuashéro ni al tiwakuru que solo come hormigas y canta en lo alto de las wimbras, ni al pawkar que sabe imitar todos los cantos de las aves, con su plumaje negro y amarillo, ni a la unchala lo mismo que paloma color vino tinto, ni al paujil, acaso habrás comido, más sabroso que carne de mono makisapa, más que carne de lagartito blanco, más rico que ciruelo gigante de taperibá, ni al tatatáo que es ave de rapiña, algunos le llaman virakocha. No solamente oyes al pato mariquiña, al locrero, a la pinsha, al móntete que en ciertos lugares nombran trompetero, al tuhuáyu, al pipite, a la panguana que pone siempre cinco huevos y después se muere, a esos loros azules que llaman marakána, ni a la wapapa carnicera, tú le has visto seguro en el río Mapuya, no solamente oyes a su primo el wankawi avisando cada que se aproxima algún humano, ni al chiwakúllin ni al koro-kóro ni al ayaymaman que llora como niño abandonado, ni al camúnguy, ni esa garza del tamaño de un hombre que tiene plumas grises y se llama manshaku, tantos y tantos pájaros… No solamente oyes nubes gordas de insectos sonando desde la tarde, adentro, en las mañas del monte. No solo suena la víbora desconfiando, el tunchi avisando una muerte, el tigre, el otorongo calladito procurándose carne tibia, ni el ronsoco baboso en los yucales ni los enormes peces cabezones en las redes tramperas.
»No solo suenan peces: el akarawasú, la gamitana, el tamborero, el paiche de tres metros y lengua de hueso que pare criaturas y no huevos, el peje-torre se hincha de aire y flota como boya, la dorada no tiene una sola espina, el chállualagarto, el kunchi, la añashúa, la anguila te mata de una sola descarga, la manitoa, el shitári, la doncella uncida de franjas negras, el chullakaqla, huérfano de escamas, el tiriri, el fasácuy, al fondo de los lagos, el shirúi, el maparate, la shiripira, el bujúrqui, la makána parece sable de tres filos, el shuyu sabe andar sobre la tierra, pez de camino, y el cañero te entra por el ano y te come las tripas, el demento-chállua vuela, poco vuela, más asombra el saltón, ese peje gigante sale del agua metros arriba y pesa más de cien kilos y mide hasta dos metros. Por no hablar de la paña, tú conoces, más le nombran piraña, que te come sin asco en un ratito. Y la kawára, enorme, y la palometa que sabe a casi dulce, y el bujéo, también nombrado delfín de los ríos, el bujéo cuya hembra es más deliciosa en amor que las mujeres, más rica, así dicen los pescadores que han probado, y tiene igual vagina y pechos duros y pare a sus hijitos como humana. Cortándole a una bujéa los labios de su abajo, de su sexo, y curándolos algunos shirimpiáre fabrican pulseras infalibles en asuntos de amantes desdeñados, eso es sabido. Y suena también la gran carachama de boca como piedra, que vive una semana y más fuera del agua y que viene de lejos, desde antes del diluvio, antes de ese tigre que dispersó hace siglos a nuestros primeros padres asháninka. Tantos y tantos peces…
»No solamente escuchas culebras, víboras: la afaninga inocente, inofensiva entre los pastos defendiéndose apenas al azotar su cola, y el aguaje-machácuy que respira en el agua y tiene piel ídem que fruto de palmera, y la naka-naka pequeñita y mortal acechando en los ríos, y la mantona con sus diez metros por gusto pues no hace daño a nadie, diez metros de colores bien subidos, puro adornos ingenuos, y la chushupe venenosa que mide cinco metros y persigue a su presa mordiéndola varias veces, y la yanaboa que alcanza quince metros y es gruesa como un hombre que primero hipnotiza y más tarde ya devora. Y la sachamama, boa con orejas, a diferencia de la yakumama que vive solamente en el agua. Anaconda de tierra es la sachamama, se mimetiza sin proponérselo: la hierba le crece sólita sobre el cuerpo. El jergón, al revés, también se mimetiza pero a propósito: conforme crece va adquiriendo su piel un color marrón moteado, de hojarasca brillante, y solo puedes distinguirlo por su aura, por ese resplandor que el jergón deja en el sitio por donde va a pasar; como aviso, como ánima. Tantas y tantas existencias oyes, tanta callada sabiduría escuchas cuando escuchas la selva. Y eso que ya no puedes oír el canto de los peces que alegraban las aguas del Pangoa, del Tambo, del Ucayali, animales musicales que presintieron la llegada del gran otorongo negro y huyeron días antes y se salvaron. Has de saber que ese otorongo produjo con sus zarpas gigantescas un torrente de piedras y lodo que acabó con la vida de los ríos. Solo los peces que cantaban y que en sus canciones decían y escuchaban el futuro, pudieron sobrevivir al fango de esas garras. Aunque hoy no sepan cantar más, o si es que es, quiero decir si saben cantar todavía, lo harán de seguro sin delatarse, con sonidos que nuestros oídos no acostumbran, callados cantarán, en otra jerarquía… Has de saber que todos, hasta los humanos, cuando son niñitos, oyen el futuro igualito que los peces del diluvio, así como tantos animales de ahora, tantas vidas que saben lo que va a suceder y no pueden hablarnos, advertirnos. Los niños, por lo general, tienen nueve sentidos y no cinco, otros llegan a dominar once, yo he visto. Conforme crecen y sus cuerpos se van envenenando con las comidas y los padeceres, y conforme sus ánimas van siendo casa de pensamientos y de sueños manchados, los cuerpos y las ánimas del hombre pierden esos sentidos, esas fuerzas. Y por eso los brujos, los grandes shirimpiáre, para ejercer a plenitud los poderes del aire, para desarrollar al máximo su potencia de mirar, usan espíritus de niño, ánimas como familias nuevecitas ocupando las moradas de su cuerpo, los caseríos ruinosos…
»No solamente escuchas animales: la awiwa, ese gusano que se puede comer como el zuri, otro gusano sabroso de colores, y ese sapo gritón que pesa más de un kilo y se llama walo, y el bocholocho que canta y al cantar solo sabe decir su propio nombre, bocholochooo, llamándose siempre a sí mismo, lejos, y la manakarácuy peleadora, invencible entre las aves, y el cupiso, pequeña tortuga de aguas que se come en sus huevos y en su carne, y la feroz wangana, cerdo salvaje que anda en poblaciones de cientos de colmillos voraces, y el tokón, ese mono de cola gigantesca y peluda, y el allpacomején, hormiga condenada a vivir sobre tierra, y la bayuca, gusano venenoso cubierto de cabellos azules, amarillos, rojos, verdes, y aquella hormiga grande y sin veneno que se alimenta de hongos y le dicen curuince, y el añuje, casi conejo de tamaño, y el isango que no podemos ver y nos pica metiéndose en la carne lo mismo que castigo, y el ayañawi, el ojo-de-los-muertos que otros llaman luciérnaga o cocuyo, y el achúni buscado porque tiene su falo hecho de hueso y con polvo de su pene condimentan brebajes para los impotentes, y ese otro jabalí de cerdas gruesas y collar como nieve que le nombran sajino, y el ronsoco, tal vez el roedor más grande de esta naturaleza, un metro de largo y cien kilos de peso, y la apashira que es un camaleón, la apashira con cuyo nombre nombran los pueblerinos al sexo de la mujer.
»No solamente suenan tantos y tantos animales que has visto, que no has visto, que nadie verá jamás, bichos que aprenden a pensar y conversar lo mismo que personas… Suenan también las plantas, los vegetales: la katawa de savia venenosa, la chambira que nos presta sus hojas para fabricar sogas, el pan-de-árbol que nominan pandisho, el makambo elevado de hojas grandes y frutos como cabezas de gente, la ñejilla espinosa que crece en los bajiales, el rugoso pashako, el machimango de olores imposibles, la chimicúa cuyas ramas se desgajan a un soplo, el wakapú más duro de corazón que el propio palosangre, la itininga, el witino, la itahúba, el wikungu de espinas negras y ese árbol recto que se llama espintana, que cuando cae es bueno para sentarse y charlar, y la wakapurana más mejor para leña, y la chonta, cogollo de palmeras: de wasái, de cinámi, de pijuáyu, de hunguráwi. Y el hunguráwi de cuyo fruto mana un aceite que hace crecer cabellos. Y la wayúsa trepadora en sus hojas contiene un poderoso tónico que borra las flaquezas. Y el sapote de fruta color verdesombra. Y el tawarí durísimo. Y la shiringa, la shiringa, ese caucho que sin querer nos trajo las desgracias… Y la quinilla, y el timaréo, y la shapaja de aceitosos frutos, y la wiririma, y el shebón gigantesco que nos brinda sus hojas para techar viviendas, y ese marfil vegetal que nosotros llamamos tágua, y el sitúlli, aquel plátano rarísimo de grandes flores rojas, y el wingu, arbusto cuyo fruto se vuelve recipiente de bebidas y se llama tutumo, y el pitajáy, la pona negra y dura, y el aguaje gigante, y la andiroba, y el caimito de frutos como pechos de virgen, y la waqrapona, palmera barriguda, y la anona sabrosa, y el cashú que por fuera es almendra y por dentro más dulce y más jugosa, y la apasharama de savia para curtir cueros, y el barbasco de raíz de veneno, y el camucámu cítrico, semiacuático, y la capirona insuperable para leña y carbón, y la aripasa de fruto chato, pardo y redondito que no debe comerse, y la cumala, y la punga, y la cumaceba, y la cashiri-muwena, y el ashúri que protege los dientes de la carie, y la catirima por cuyos frutos disputan y se matan algunos peces, y la cocona hermosa, y ese tubérculo que se come crudo y se llama ashipa, y el puka-kiru de corazón rojo, durísimo, y el punquyu coposo, apretado de hojas, a cuya sombra nada vive pues expele veneno por sus ramas, y el mucho más frondoso parinari de fruto largo y rojo que se llama supay-oqote, culo-del-diablo. Y la lupuna en las orillas con sus alas inmóviles, blancas o coloradas, a flor de tierra, el más grande de los árboles de toda esta Amazonía. Y ese otro que llueve como tejado de invierno. Y ese otro que se infla y revienta peor que cientos de balas en la noche, en lo adentro del bosque, y el renaco creciendo más que bosque sin hojas y sin flores, y el garabato-kasha que sana varios tipos de cáncer y disuelve lo torpe de las articulaciones que envejecen, y el tamshi te aleja del frío, y la coca se usa con ayawaskha para adivinación, y la kamalonga también se usa para diagnosticar, y la renaquilla distrae a los lisiados, y la wankawisacha cura para siempre a los alcohólicos, y el chamáiro ayuda a chacchar coca, y el tornillo-negro flotando bajo el agua, a media altura de los ríos flacos que traicionan mejor que el jugo de tohé, cuando la luna es verde y la época buena para talar el cedro sin rajar su corteza. Y la paka, la paka también suena como túnel al borde de los ríos que han desaparecido, y la zarzaparrilla sana de la sífilis, y la papaya verde elimina la sarna y la parasitosis y sus hojas cubren las carnes más duras y las vuelven animalitos tiernos. Y la wenáira de sombra venenosa como el jugo de la flor del tohé. Y el tohé que te hace ver los mundos de ahora y de mañana que forman este mundo. Y la parapára, más llamada hiporuru, esa hoja nunca pierde su forma como si estuviera hecha de jebe, porfiada: tú la cortas de su tallo, la arrugas, la doblas y ella regresa a como era en la rama, siempre vuelve a su forma, a su tamaño, al tamaño y la forma de sus dos nacimientos, y no es por eso sino por los poderes que le vienen de lejos que la hoja de hiporuru sabe devolver a los hombres la juventud sexual. Y la quina-quina que aprendió hace siglos a lavar las heridas corrompidas. Y la liana-del-muerto, ayawaskha sagrada, la madre de la voz en el oído. Con el ayawaskha, con el oni xuma, si lo mereces, puedes pasar del sueño hacia la realidad, y sin salir del sueño… Tantas y tantas plantas, todas y todas suenan. La abuta, pon atención, la abuta, árbol mediano cuya raíz rojiza se hierve y tomando ese líquido en pocos días el azúcar de la sangre se borra, no existen los diabéticos. Y la mariquita, mitad enamorada y mitad flor, que solo sabe abrirse en la purísima sombra. Y la tzangapilla, anaranjada y grande, hija única, flor más caliente que frente de afiebrado. Todas y todas suenan, lo mismo que las piedras…
»Y más que nada suenan los pasos de los animales que uno ha sido antes de humano, los pasos de las piedras y los vegetales y las cosas que cada humano ha sido. Y también lo que uno ha escuchado antes, todo eso suena en la noche de la selva. Dentro de uno mismo suena, en los recuerdos lo que uno ha escuchado a lo largo de la vida, bailes y pífanos y promesas y mentiras y miedos y confesiones y alaridos de guerra y gemidos de amor. Voces de agonizantes que uno ha sido o que uno ha escuchado solamente. Historias ciertas, historias de mañana. Porque todo lo que uno va a escuchar, todo eso suena, anticipado, en medio de la noche de la selva, en la selva que suena en medio de la noche.
La memoria es más, es mucho más, ¿lo sabes? La memoria verídica conserva también lo que está por venir. Y hasta lo que nunca llegará, eso también conserva. Imagínate. Nada más imagínate. ¿Quién va a poder oírlo todo, dime tú? ¿Quién va a poder oírlo todo, de una vez, y creerlo…?