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Penny

Me introduzco el juguete más adentro y los dedos de los pies se me encojen contra las sábanas mientras se me separan las rodillas. Dejo escapar un pequeño gemido cuando doy con el ángulo perfecto. Puede que no sea una polla caliente, pero al menos es igual de grueso, lo que me facilita llevar a cabo mi fantasía. Lo meto y lo saco mientras giro la cabeza contra la almohada y las imágenes adecuadas inundan mi mente. Unos brazos fuertes y tatuados enganchan mis piernas alrededor de su esbelta cintura. Me muerde el cuello antes de darme la vuelta y propinarme un azote en el culo mientras me separa las piernas. Su voz ronca en mi oído, me susurra lo bien que lo estoy haciendo, que huelo a…

No. Eso no. Cualquier cosa menos eso.

Sacudo la cabeza cuando la fantasía se desvanece. Arqueo la espalda en busca de la excitación necesaria para mantenerla, pero es inútil. Abro los ojos y la fantasía se esfuma cuando las imágenes, las malas, inundan mi mente. Me muerdo el labio y jadeo. He pasado media hora esforzándome para volver a chocar contra un muro. Me paso la mano por la cara.

Ya van tres veces seguidas. Llevo años esforzándome por mantener fuera de mi vida a Preston, y a cualquier futuro Preston, pero últimamente se ha colado en mis fantasías. En mi mundo feliz. Hay dos cosas que él nunca ha podido tocar: mis fantasías y las historias que escribo en mis cuadernos, pero después de esto… Se puede decir, sin temor a equivocarse, que lo primero acaba de cambiar.

Solía ser capaz de imaginar una buena fantasía sin problemas. A algunas chicas no les gusta masturbarse, pero a mí me gusta desde que me di cuenta de lo bien que podía hacerme sentir. Un par de minutos pensando en Mat Barzal o Tyler Seguin, o si me apetecía algo más sobrenatural, en un hombre lobo o un orco sexi, y ya estaba lista. ¿Últimamente? Es llegar al momento en que el chico de mis fantasías me penetra, y no importa lo que imagine, ya sea la posición, el escenario o el tipo específico de sexo que estemos practicando, mi orgasmo desaparece igual que una roca que cae en el centro de un lago y ya no vuelve a emerger. Las novelas románticas picantes no han ayudado. Tampoco los partidos de hockey. Ni siquiera repasar las partes más sensuales de mi novela a medio escribir me ha servido de nada. Algo me recuerda a aquella noche de febrero, a él, y una pizca de pánico lo envenena todo.

Mientras me llevo la mano al pecho, intentando calmar mi desbocado corazón, me trago ese amargo veneno, intentando neutralizarlo. Llevo años trabajando con la doctora Faber para aprender a alejarme del precipicio antes de perder el control. No pasa nada por sentirse frustrado. No tengo que dejar que me controle.

Pero lo ha hecho tres veces.

Mi excitación desaparece por completo en un abrir y cerrar de ojos y una breve y peligrosa punzada de inquietud que hace que se me revuelva el estómago la sustituye. Trago saliva mientras intento relajar la tensión de mis hombros. Miro el consolador que tengo en la mano y trato de contener una oleada de asco.

—¡Joder!

Lo arrojo al otro lado de la habitación.

Mi compañera de cuarto entra de repente, envuelta en una toalla, con el pelo oscuro colgando por encima de un hombro y los ojos desorbitados por el pánico. ¿Tiene una maquinilla de afeitar en la mano?

—¿Qué está pasando? —me pregunta en el mismo instante en que mi consolador azul chillón le golpea en la cara.

¿Sabes cuando ves pasar algo horrible en tiempo real y te parece que va a cámara lenta? Pues sí. Ese es mi consolador golpeando a Mia como un maldito disco en la cara. Le da en la mejilla y las bolas falsas rebotan antes de aterrizar en el suelo con un sonido húmedo.

Nos miramos durante un momento que dura aproximadamente un millón de años. Ella sujeta con más fuerza la maquinilla de afeitar mientras se limpia la mejilla.

Recuerdo algo muy aterrador. Mi mejor amiga jugaba al sóftbol y era lanzadora.

—¡Penny! —grita, cortando el aire con la maquinilla como una loca. Me agacho, pero no la suelta—. ¡Creía que te morías o algo así! ¿Qué ha sido eso?

Me tapo la cabeza con la manta. La mortificación de este momento me asalta como una avalancha y, si miro a Mia durante medio segundo más, podría vomitar. Debo tener las mejillas más rojas que mi pelo.

—¡Lo siento mucho!

—¡Joder! ¿Me has tirado a Igor? ¡Te voy a matar!

Esto frena en el acto mi ataque de ansiedad. Me hago un ovillo y me debato entre volver a gritar de frustración o reírme. Pero si me río, Mia podría abrirme en canal con la maquinilla. Pone nombre a todos mis juguetes sexuales y hasta ahora había olvidado el nombre del gran consolador azul. Igor.

Me aparta la manta de la cabeza. La agarro de nuevo y la uso para taparme las tetas. ¿Por qué he tenido que desnudarme del todo para esto? Su mirada asesina debería haberme dado ganas de huir, pero en lugar de eso hace que rompa a reír a carcajadas. Siento que me tira del pelo, pero me limito a resoplar.

—Igor —digo entre jadeos—. Salió volando.

—Y ahora estoy traumatizada de por vida.

Miro a Mia, que vuelve a limpiarse la cara. No la culpo. Puede que no me haya corrido, pero eso no significa que no estuviera excitada. Le he sujetado el pelo mientras vomitaba en la alcantarilla, pero eso no significa que ella quiera tener mis… fluidos… restregados por toda la cara.

—Deberías volver a la ducha.

—Tienes suerte de que no te mate aquí mismo. —Hace una mueca, pero luego su expresión se suaviza—. ¿Sigues sin poder?

—No. Y ahora no puedo dejar de pensar en… él. ¡Uf! —Me presiono los ojos con los pulpejos de las manos mientras mi diversión se desvanece—. A la mierda con esto. Estoy harta de estar atrapada.

Mia se sienta en el borde de la cama y me mira con sus ojos de color avellana. Me frota la espinilla con la mano.

—Es solo un recuerdo.

Respiro hondo y asiento. Tiene razón. Hace años que no veo a Preston y jamás volveré a verlo, aunque eso signifique no volver a poner un pie en Arizona. Pero ni siquiera se trata de él. Se trata de mí. La mayor parte del tiempo me bastan mis fantasías e historias, pero todo tiene un límite. Mientras todo el mundo a mi alrededor vivía las experiencias universitarias de sus sueños, yo me quedaba en punto muerto, incapaz de hacer realidad mis deseos. Cuando no tenía problemas para correrme, podía fingir que no me importaba, pero ahora…

Ahora creo que voy a gritar si no tengo un orgasmo. Que se joda Preston Biller. A la mierda el amor que creía que compartíamos. Doblo las piernas y las abrazo contra mi pecho por encima de la manta.

—No soporto estar rota. No puedo más con esto.

—No digas eso. —Mia me coge la mano. Llevamos la manicura a juego. Ayer fuimos al salón de uñas del centro comercial Moorbridge. Ella las lleva en verde chillón con las puntas negras y pegatinas de fantasmas y yo, blancas con las puntas naranjas y pegatinas de calabazas. Perfectas para octubre, que empieza en unos días. Ella me da un apretón reconfortante—. A lo mejor solo necesitas ponerle un poco de picante.

—He ampliado mi lista de criaturas fantásticas para incluir a los orcos —digo.

Mia pone los ojos en blanco.

—Ya sabes a qué me refiero. Puede que sea el momento.

Se me hace un nudo en el estómago y el corazón me da un vuelco.

—No lo sé.

—Estás en una universidad enorme. Seguro que hay alguien en el campus con quien te gustaría enrollarte.

No se equivoca; técnicamente hablando, hay ligues potenciales en todas partes. Estudiamos en la Universidad McKee, que tiene miles de estudiantes universitarios, y no es que los chicos no hayan intentado ligar conmigo. Por lo general, se trata de un flirteo grosero que consiste en preguntarme si las cortinas hacen juego con mi felpudo, ya que soy pelirroja, pero aun así. Los universitarios no necesitan mucho estímulo para ligar; solo hay que guiñarles un ojo y te perseguirán toda la noche.

—Sabes que no se trata de eso.

—Lo sé —dice con suavidad—. Pero no puedes seguir así.

Busca en mi mesilla, saca mi diario y lo agita.

—¡Oye! —exclamo y se lo arrebato. Abrazo la cubierta rosa flúor contra mi pecho—. Trátala con cuidado.

Cuando empecé a ir a la doctora Faber, quería que llevara un diario, y aunque ya tengo tres años de cuadernos, siempre lo empiezo con la misma lista. Es una lista de todo lo que me gustaría poder hacer con otra persona en la cama; todo lo que deseo desesperadamente, pero no he hecho. Preston me arrebató mi primera vez más importante y me la estropeó, así que quería recuperar todo lo que pudiera y poder tener yo el control. La he perfeccionado desde la primera vez que la escribí, he quitado algunas cosas y he añadido otras. Cuando empecé la universidad el año pasado, actualicé la lista y decidí que iba a hacerla realidad. Me buscaría un follamigo, o tal vez un par de tíos, y seguiría la lista punto por punto. Pero cada vez que me acercaba, era incapaz de dar el paso. Por bueno que estuviera el tío o por muy bien que me tratara, me refugiaba en mis libros y en mis fantasías. ¿Cómo podía confiar en un desconocido? Puede que entonces fuera simpático, pero a saber cómo sería en realidad cuando estuviéramos a solas y tuviera el control sobre mí.

Ahora estoy en el primer semestre del segundo año y todavía no he hecho nada de la lista. La miro, pasando el dedo por la página, llena de cosas como «sexo oral», «negación del orgasmo» y «bondage». El último punto de la lista, «sexo vaginal», no ha cambiado. Si lo hago, ese será el mayor logro. La mayor demostración de confianza.

Miro a Mia.

—¿Y si las cosas vuelven a salir mal?

Mia enarca una ceja.

—Si sigues esperando, no harás otra cosa que inventarte excusas.

—Tienes razón, tienes razón. Lo sé.

—Bueno, si estás citando Cuando Harry conoció a Sally, es que debes estar bien.

Nos sonreímos. Mia preferiría ver casi cualquier cosa antes que una comedia romántica, pero me complace de vez en cuando. Ni siquiera ella puede negar el talento de Nora Ephron.

—Y si de verdad no quisieras hacerlo, no te presionaría. —Se levanta, ciñéndose bien la toalla debajo de los brazos, y recoge su maquinilla de afeitar—. Pero sé que quieres, Pen. Te mereces tener sexo. O una relación. O ambas cosas. Pero no ocurrirá si sigues escondiéndote en tu habitación con Igor. Usa la lista.

—Supongo que debería dejar de pensar que voy a vivir una historia a lo Bella Swan, ¿no? —Intento bromear.

El rostro de Mia permanece muy serio. Es mi mejor amiga desde que en la universidad nos asignaron como compañeras de habitación el año pasado. A mi padre le preocupaba que viviera en la residencia, pero yo tenía un buen presentimiento, y ha merecido la pena con creces. Mia es más amiga mía que la gente que conocí en el instituto, incluso antes de todo lo que pasó con Preston. Aunque a veces me molesta su sinceridad, normalmente la admiro. Dice lo que piensa, sin importar con quién esté hablando o dónde se encuentre. Si ella estuviera en mi lugar, iría a una fiesta, buscaría a un chico y tacharía el número uno de la lista en una hora.

—Te lo mereces —dice—. No dejes que siga arruinándote la vida. No vale la pena.

Respiro hondo.

Puedo pasarme el resto de mis días dando vueltas en círculo o puedo intentar romper el patrón. Puedo seguir dejando que Preston entre en mi vida o puedo enterrar su recuerdo con nuevas experiencias. Vuelvo a mirar la lista. El primer punto, «Sexo oral (que me lo hagan)», destaca con mi pulcra caligrafía.

La empecé para tener cierta sensación de control. Pero ¿de qué sirve el control si nunca lo ejerzo? ¿De qué sirve el deseo si no respeto el mío?

Cada cosa a su tiempo. Una experiencia después de otra. Puedo hacerlo.

Asiento, presionándome los ojos con los pulpejos para frenar las lágrimas que amenazan con derramarse.

—Vale.

Mia se arrima y me abraza.

—¿Vale?

—Vale. —Respiro hondo. El corazón se me acelera y noto un cosquilleo en el cuerpo, pero me siento bien. Ya más tranquila. No quiero volver a ser esa chica tendida sobre el hielo, atrapada como una mariposa bajo un cristal. Hermosa y rota. Observada por todos mis conocidos. Todo mi instituto y la mitad de la ciudad vieron el antojo que tengo junto al ombligo, y cada vez que pienso en ello durante más de medio segundo, tengo que esforzarme por permanecer en el presente.

Estoy harta de que sea el final de la historia. Ya no tengo dieciséis años. Soy adulta y merezco tener el control. Las fantasías que tengo y las historias que escribo tienen un límite. Mia tiene razón. Si quiero tener el futuro que deseo, he de arriesgarme.

Me zafo de su abrazo y yergo la espalda.

—Ya no quiero tener miedo.

Mia me dedica su sonrisa más grande y poco frecuente mientras se coloca el pelo detrás de la oreja.

—Eres una campeona. Piensa que te estás documentando para tu libro.

Cuando se va y cierra la puerta tras de sí, me levanto corriendo de la cama y recojo a Igor. No me siento una campeona, pero desde luego me siento mejor, y eso va a tener que bastar por el momento. Tengo que limpiarlo, y dado que ya no voy a correrme, me pongo la ropa, me peino y luego meto el portátil y el cuaderno de Química en el bolso.

Miro la hora en el móvil. Tenía pensado ir al Purple Kettle temprano para escribir unos minutos antes de que mi padre se reúna conmigo para tomar nuestro café semanal, pues la novela que estoy escribiendo lleva languideciendo en mi portátil como una planta de interior olvidada desde que empezó el semestre. Pero ahora tendré suerte si llego a tiempo. Al menos escucharlo quejarse de su equipo de hockey será una distracción. Yo soy la razón por la que trabaja aquí en vez de en la Universidad Estatal de Arizona, y como ir a los partidos me produce urticaria, esto es lo menos que puedo hacer.