En cuanto me despierto a la mañana siguiente, me viene a la mente un recuerdo: cuando llegué a casa del instituto y me encontré la mesa de la cocina repleta de folletos y formularios. Supe al instante lo que estaba pasando.
—¿Os estáis intentando librar de mí?
—La verdad es que sí, hijo; quiero convertir tu dormitorio en un gimnasio.
—Para eso tendrías que levantar el culo del sofá alguna vez.
—Estás sacando unas notas y unas calificaciones impresionantes. Nos podrían dar una buena beca. Si quisieras marcharte…
—¿Si quisiera? ¿Irme de McCarl? ¿Dejar a mamá?
—¿Has oído hablar de este centro? ¿La Academia Essex?
Sonaba fantástico. Un internado privado. Y muy lejos de allí.
Más tarde, mi padre dejó caer todo su peso en el borde de mi cama al sentarse mientras yo estaba cotilleando la página web del internado.
—¿Estará bien mamá?
—Creo que la ayudaría que aprovecharas esta oportunidad. Y a ti también te vendría bien. Puedes tomártelo como la posibilidad de reinventarte. No mucha gente tiene esa suerte.
No se trataba solo de los problemas de mis padres; sino también de lo que había hecho yo. Cosas inmundas y vergonzosas que dieron lugar al incidente…, que a su vez nos llevó a esta situación. La vergüenza parecía recorrerme las entrañas como un aceite viscoso que había sustituido a la sangre. En cierto sentido, me estaban exiliando.
Decido no ir a Graymont y saltarme todas las comidas. No estoy de humor para ver a Ashton, a Lily y a Toby al otro lado de la sala. Durante todas las clases, no puedo dejar de pensar en lo que presencié anoche. Me saco la tarjeta una y otra vez y acaricio el ojo, como para asegurarme de que no es solo algo que he soñado. ¿Cómo se colaron todos esos niños en el auditorio? En Essex, no se nos permite entrar en casi ningún sitio.
Todos tenemos unos llaveros de proximidad para entrar en nuestras residencias y los edificios del campus durante el día. Si intentamos usarlos para acceder a un edificio cerrado fuera del horario escolar, el sistema lo registra y nos podemos meter en líos. Podría hablar con Jason; a lo mejor él sabe algo. Pero, después de las clases, hay algo que tengo que hacer antes.
Me dirijo al edificio Hertzman, el pabellón deportivo donde los luchadores del equipo de competición del centro y del equipo juvenil entrenan para los Campeonatos de Secundaria de Nueva Inglaterra. Y donde nadie esperaría encontrarme. Me siento en un lateral del edificio que da a una zona boscosa, apoyo la cabeza contra la pared, saco el móvil y me lo pego a la oreja.
—Cal, creo que deberías dejar de llamarme. No me parece que vaya a ayudarnos a ninguno de los dos a…
—No puedo hablar con mis padres. —Me limpio los mocos con la manga de la sudadera—. No se pueden enterar de lo mal que me está yendo. —Alzo la mirada y veo una bandada de pájaros como un triángulo de puntos negros borrosos contra un cielo que parece un estropajo de acero—. Me enviaron aquí para… para… —Me pego el móvil a la mejilla durante un segundo—. Me están dando ataques de pánico.
—A lo mejor puedes ir a la enfermería. Para hablar con alguien, al menos.
—Se lo contarían a mis padres y se sentirían impotentes. Querrían que volviera a casa, o sea, que habría fracasado. En fin, no es que eche de menos mi casa; es que me siento… como si estuviera en territorio enemigo.
—No estás en una guerra, Cal.
—Pero es que en cierto modo sí.
—Llevas muy poco por allí. Dale algo más de tiempo, ¿no? A lo mejor cambian las cosas.
No cambiarán. A no ser que ocurra algo drástico. Varias lágrimas me caen en la mano ahuecada como si fueran gotas de lluvia.
—No estoy siendo un exagerado.
No quiero decir ni oír nada más, de modo que decido colgar. Mientras rodeo Hertzman, el atajo desierto que suelo tomar, veo algo raro: un chico pintando algo con una lata de espray en la fachada opuesta del edificio.
Se gira y nos quedamos frente a frente. Tiene una mochila abierta a los pies y una lata de pintura en cada mano, pero, aun así, tardo un rato en asimilar que me he topado con alguien que está vandalizando un edificio que es propiedad del centro. Y ha elegido bien el lugar, rodeado de hierba descuidada y bastante alejado.
El chico deja caer los brazos a los costados; ya no tiene sentido intentar esconder las latas de pintura. Se coloca justo delante del dibujo que acaba de hacer, de modo que solo puedo vislumbrar un trocito colorido antes de que el chico lo tape por completo.
—No me quedaba otra —dice sin más, como quien admite tener una adicción.
Miro el móvil, aún en mi mano. A mí tampoco me queda otra. Por alguna razón, su tono y su porte me relajan. En lugar de juzgarme y evaluarme, como los demás, me ha hablado con un toque de vulnerabilidad en la voz, como si fuera una confesión. Doy un paso más hacia él, entrecerrando los ojos.
—Te conozco.
—De Química —responde con una sonrisita—. Vamos juntos a Química.
Claro, es verdad, es el chico asiático mono y deportista de mi clase de química, igual de inaccesible que todos los deportistas de Essex. Solo somos quince en esa clase. Tendría que haberlo reconocido.
—No suelo hablar mucho —me dice.
—Ya —respondo, pero, vamos, que yo tampoco.
—Soy Luke Kim.
—Ah, es verdad —le digo, aunque no tenía ni idea de su nombre; no tenía ni idea de que nadie de este internado fuera así de cautivador.
—Calixte Ware. Cal.
—Estoy en la casa Garrott.
—Yo en Foxmoore —contesto, con una curiosidad cada vez mayor sobre lo que estaba tramando—. Bueno —añado, señalando la pared pintada que aún sigo sin poder ver porque Luke la está tapando—. No me importa lo que hayas hecho, de verdad.
Y es cierto, aunque vandalizar tu propia escuela me parece horrible.
—Te he visto por aquí alguna que otra vez, Cal.
Nunca se me había ocurrido pensar que me pudieran estar observando. Me quedo espantado durante un segundo. Este chico me ha visto llorar. Señalo las latas de pintura con la cabeza.
—No se lo voy a decir a nadie, eh.
Luke frunce el ceño. Cree que creo que me está chantajeando y, aunque no se mueve ni un centímetro, sus ojos muestran su sorpresa mientras intenta corregir el rumbo de la conversación.
—O sea, quería decir que si estás bien.
Al principio su interés me resulta sospechoso, como si tuviera un precio. Pero me está mirando con unos ojos francos e inquisitivos. La confusión que siento se transforma en algo que se parece a determinación. Agacho la cabeza ligeramente, como si estuviera ante la realeza.
—Sí, estoy bien, gracias.
—Yo también he llegado este año a Essex.
—¿Me has estado observando?
—No tengas el ego tan subidito. —Me sonríe y agita las latas de pintura—. Encantado de conocerte.
Doy por hecho que es el momento de salir pitando de allí.
—Lo mismo digo. Supongo que ya te veré en clase de Química.
—Sí, nos vemos, Cal.
Sacude una de las latas y vuelve a pintar, más rápido ahora, como si se le acabara el tiempo.
Vuelvo a meterme el móvil en el bolsillo mientras me alejo y me pregunto si tendré los ojos muy rojos, si se me verán las lágrimas secas en las mejillas como dos franjas blanquecinas.
Cuando vuelvo a Foxmoore, busco a Jason.
—¿Todo bien, Cal? ¿Estabais intentando domesticar un león y la cosa se ha salido de madre y ahora voy a tener que llamar al Centro de Recuperación de Animales Silvestres?
—¿Es que eso… ha pasado… alguna vez?
—Qué va —dice entre risas.
De su cuarto emerge una ráfaga de marihuana mezclada con pachuli (los alumnos mayores siempre suelen querer ser prefectos porque así les ofrecen una habitación individual). Me pregunto cómo puede hacer unas bromas tan tontas un chico que está tan bueno. Y por qué necesitará colocarse tan a menudo. Jason está en el equipo de natación y siempre lleva el pelo (cortado a capas, rubio, veteado y más decolorado aún por el cloro) despeinado a la perfección, como si acabara de salir de la peluquería.
Me apoyo contra el marco de su puerta.
—Te quería preguntar una cosa.
—Dime.
No puedo contarle a Jason que me he escapado de la residencia. Salir al campus después del toque de queda es una «infracción de primera clase», según el manual para estudiantes. Y he tenido suerte al volver, ya que se habían dejado la puerta principal abierta. Seguro que porque alguien había salido a fumar, aunque también está prohibido. Menuda coincidencia. De modo que en vez de contarle lo que he visto en el viejo auditorio, le digo que es un rumor que he oído a la hora del almuerzo; que había varios alumnos hablando sobre fiestas de disfraces y máscaras que se celebran en el campus después de medianoche.
—Ah, sí, bueno, se supone que hay una sociedad secreta. Lo mismo se estaban refiriendo a eso.
—Pero ¿cómo va a ser secreta si tú estás al tanto? —le pregunto.
—Bueno, se cuentan historias…
—¿Sobre qué?
—Pues eso, sobre que hay una sociedad secreta en el campus. —Juguetea con los cordones de su sudadera roja—. Pero no son más que leyendas. En teoría reclutan a alumnos de primero y de segundo cada otoño y, si te seleccionan, eres miembro de esa sociedad de por vida.
Me va el corazón a mil. No sé por qué me afecta de un modo tan visceral todo esto.
—¿Y qué es lo que hacen? —le pregunto, intentando ocultar las ansias de mi voz.
Jason hace el gesto de cerrar una cremallera sobre la boca y luego se echa a reír.
—Creo que exploran cosas… Si existieran, claro. Y no lo creo; no es más que una broma. Pero, si no fuera una broma, he oído que son muy poderosos; tienen influencia en todos los ámbitos de la sociedad, y forman parte de los Illuminati.
Aunque todos esos rumores son un poco descabellados, sé que la sociedad no es ninguna broma.
—¿De verdad reclutan a alumnos de primero y de segundo todos los otoños? O sea, ¿ahora?
—En teoría, en teoría…
Las fechas cuadran. Y técnicamente tengo posibilidades de que me seleccionen, pero solo porque soy alumno de segundo. En Essex, conseguir la aceptación de los demás está resultando ser un reto constante. Y eso no va a cambiar a no ser que yo intente cambiarlo.
—¿Y cómo consigue uno que lo recluten?
—¡Es una sociedad secreta! Imagino que en estos casos te tienen que encontrar ellos.
—¿Y cómo los encuentro yo a ellos?
Aunque ya los he encontrado, ¿no? De pronto caigo en el motivo por el que todo esto me importa tanto, por qué me he despertado recordando lo que me dijo mi padre aquel día.
«La posibilidad de reinventarte».
Pienso en la ventana del auditorio, un edificio que técnicamente ya no existe. La gente en su interior. Riendo. Bailando. La música antigua. Soy un fanático de la historia, y siempre he tenido la sensación de haber nacido o demasiado pronto o demasiado tarde, como un alien que observa la humanidad. Y este internado me lo ha confirmado una y otra vez. Pero no puedo dejar de pensar en esa luz dorada que salía del interior de terciopelo rojo. Quiero formar parte de eso. Tengo que superar las trabas sociales que me estoy encontrando en Essex. Por el bien de mi familia. Y tal vez entrar en esa sociedad es la manera de hacerlo. Si es que lo consigo.