MARZO

Tengo sangre en la camiseta.

Apoyo la manga en el lavabo del cuarto de baño, abro el agua fría y froto la mancha con el pulgar. Esta mancha de mierda no sale. Empiezo a reírme como un loco mientras froto cada vez más fuerte. Pero no es gracioso. Me han mordido, y no puedo estar manchado de sangre.

Salgo del cuarto de baño dando pisotones y sacudiendo la camiseta. Luke se ha dejado la tele encendida, y en las noticias aparece nuestro internado, como siempre últimamente. Día y noche. No consigo acostumbrarme a estos reportajes. Sigue sin haber noticias de Gretchen Cummings, la hija del vicepresidente de los Estados Unidos y alumna de segundo año de este internado, la Academia Essex, que desapareció hace varias semanas.

Me acerco a la ventana y contemplo el campus. No es muy probable que alguien aviste a un chico en lo alto de una torre, en una biblioteca que no existe. Pero, si alguien me viera, atrapado tras el cristal de esta ventana alta, un borrón blanco bajo la intensa luz del sol matinal, ¿pensaría que soy un fantasma?

Observo a los agentes del FBI y del Servicio Secreto que están peinando el campus.

—Qué horror —digo en alto, aunque no hay nadie cerca.

En la ventana, que da al campus, se refleja la imagen del mismo campus que están emitiendo en la tele y se crea una ilusión óptica extraña.

Me giro justo cuando el microondas pita.

La luz del sol abrasa los viejos volúmenes que hay en las estanterías, donados a un Departamento de Latín que nunca existió. Luke y yo no podemos salir de la torre a la vez. Se ha escabullido antes de que me despertara. Pero aún puedo oler indicios de su presencia. Un olor a limpio, a chico atlético. El aroma de la posibilidad.

Atravieso el campus, que aún está bastante en calma, sin demasiada actividad, pero tampoco desierto del todo. Solo soy otro alumno de segundo año estresado que se ha levantado temprano y acarrea una bolsa de lona.

Nadie repara en mí.

Entro en el laboratorio Bromley, al que es fácil acceder a estas horas. No hay cámaras de seguridad. La cerradura de la puerta del sótano está forzada y la puerta lleva varias semanas entreabierta. Si los agentes del FBI han registrado esta zona, debieron de concluir la búsqueda hace ya tiempo.

Nadie repara en mí.

Recorro un pasillo, abro una puerta roja de metal que hay al fondo, paso por una sala de máquinas y me adentro en los túneles de los conductos de vapor subterráneos, donde se oyen ligeros silbidos. Atravieso los pasillos húmedos. Llego al cuarto de servicio B-25 e introduzco la contraseña para abrir la puerta. Aquí dentro hace más fresco y está todo vacío, salvo por un cubo y un catre desvencijado.

—El desayuno —anuncio desde la puerta.

Gretchen Cummings se incorpora en el catre y se lleva las rodillas al pecho. Intuyo, por su tez grisácea, que lleva despierta un buen rato. Cierro la puerta tras de mí, saco de la bolsa de lona una bolsa naranja de repartidor de pizzas, que está tan caliente que quema, y la dejo sobre el suelo de hormigón. Lo siento, lo siento mucho, pienso mientras me acerco a ella y la señalo con un dedo a modo de advertencia.

—Ni se te ocurra morderme esta vez.