Al día siguiente, en clase de Química, Luke me lanza una sonrisa encantadora, y todo él parece resplandecer bajo la luz celestial del sol que se cuela por las ventanas. Tiene la mejilla apoyada en la mano y está dándole vueltas a un lápiz. Casi parece estar orgulloso de mí, como si fuera consciente de los acertijos que he resuelto. Nunca me había prestado atención de ese modo en clase antes.
A la hora del almuerzo, Ashton pasa a mi lado y me intenta dar un golpecito amistoso en el hombro.
—¿Te has liado con alguna tía o algo? ¿Has ligado, colega? Tienes cara de enchochado.
—Ey, parece que os lo pasasteis genial en la fiesta, ¿no?
Ashton parece desconcertado durante un instante.
—Sí, vi vuestras historias de Instagram —añado, y ahora sí que parece recordar vagamente lo ocurrido—. Pero, oye, si queréis imitar mi acento, soy de Misisipi, ¿eh? Que no dabais una. A veces parecíais de Arkansas, otras de Georgia… Incluso de Florida, o algo así. La próxima vez, a ver si lo hacéis mejor.
Le hago una pequeña demostración, como si estuviera hablando con mi madre, mientras él se queda ahí plantado. Resulta divertido ver cómo se le descompone el rostro mientras me mira con espanto.
Esa noche, decido contarle a Jeffrey todo lo relacionado con la sociedad secreta. Es otro lobo solitario, como yo, y además consiguió arreglarme el móvil (y mis padres no se habrían podido permitir comprarme otro). Le muestro la captura de pantalla que tomé tras haber resuelto los acertijos.
Sábado, 20:03. Patio Noyce, junto al viejo roble. No llegues pronto. No llegues tarde. Ven vestido de punta en blanco.
No importa si tienes otros compromisos.
Omnia ex umbris exibunt.
—¿Quieres venir conmigo? —le pregunto, porque la verdad es que no me apetece ir solo; mientras más, mejor.
—El sábado es la noche de los clubes—me dice Jeffrey, que parece intrigado.
Tiene razón; es la Feria de Clubes de Estudiantes de Essex. O sea, que todo el mundo va a ir vestido elegante de todos modos. Los miembros de la sociedad secreta esta, sea lo que sea (SSO, según su página web), pasarán completamente desapercibidos entre la multitud.
—¿Me permitirán ir contigo? Tenían tu dirección IP…
—Solo hay una manera de averiguarlo.
—¿Tienes algún esmoquin? —me pregunta Jeffrey.
Ah, cierto: tenemos que ir vestidos «de punta en blanco». Una de esas expresiones raras, como «irse a freír espárragos», que nadie se cuestiona nunca. Lo único elegante que tengo (aparte del uniforme del internado, y evidentemente no se refieren a algo así) es el traje que llevé al funeral de mi abuelo.
—No, ¿y tú?
—Qué va. Pero sé dónde podemos conseguirlos. Me mola todo esto. Deja que te devuelva el favor.
Al día siguiente, después de las clases, salimos del campus para ir a Abel & Mystick’s, una famosa tienda de segunda mano de Nueva Inglaterra. Jeffrey se compró unas botas allí hace dos semanas, y resulta que son unas Alexander Wang negras de cuero adornadas con hebillas plateadas. Valen ochocientos pavos, pero a Jeffrey se las vendieron por unos ochenta, lo cual el dueño de la tienda describe como una de las mejores ofertas de Abel & Mystick’s de los últimos cinco años. Aunque lo único que puedo pensar yo es: ¿De dónde coño ha sacado Jeffrey ochenta dólares?
Bajo la vista hacia mis deportivas desgastadas rojas. Jeffrey señala un amplio perchero con esmóquines al fondo de la tienda. Por algún milagro, después de revolver un montón de perchas y probarnos varias prendas, Jeffrey y yo encontramos esmóquines, camisas y zapatos a un precio decente.
Tengo una tarjeta de crédito que me dieron mis padres para que la usara cuando fuera necesario. Reflexiono un momento sobre si esto se consideraría una necesidad, pero, dado que he llegado a la conclusión de que entrar en la sociedad secreta podría ayudarme a sobrevivir en Essex, creo que vale la pena, lo cual contrarresta un poco el sentimiento de culpa por gastarme dinero.
Jeffrey es alto y esbelto, y el esmoquin que ha elegido le queda como un guante; menudo cabrón con suerte. El mío me queda grande. Más de una vez me han llamado «escuálido», lo cual me sienta fatal. Por suerte, hay un sastre aquí al lado. Me entregarán el esmoquin arreglado en la residencia mañana a la hora del almuerzo.
«Sábado, 20:03, junto al viejo roble. No llegues pronto. No llegues tarde».
Más tarde, decido ir hasta el viejo roble cronometrándome, y paso junto a la estatua de bronce de Abraham Cook, que fue el director del centro a principios del siglo xix y fundó la famosa galería de arte estadounidense Cook, frente a la cual se alza imponente. Hace setenta años, se produjo un robo legendario en la galería, y nunca se llegó a recuperar un cuadro de valor inestimable. Incluso hoy en día siguen hablando del tema; creo que el centro aún está un poco tenso al respecto.
Estoy haciendo todo lo posible por entrar en la sociedad secreta. Incluso me he gastado dinero.
¡Cada vez siento que tengo más posibilidades!
—Ha estado lloviendo estos días —me dice mi madre.
Su acento me reconforta y al instante me arrastra de vuelta a casa. Suena relajada, distante. Seguro que por la marihuana medicinal. Mi padre ha reducido el tiempo que se pasa al teléfono conmigo a unos maravillosos 43,6 segundos.
—¿Te vas a poner? —le grita mi madre.
—Estoy aquí —contesta mi padre—. Ha estado lloviendo.
—Eso he oído.
—¿Cómo van las clases, hijo? ¿Has hecho amigos ya? ¿Has visto ya a Gretchen Cummings?
—La he visto por ahí; parece maja.
—¿Y va con el Servicio Secreto o qué?
Le explico que a veces los reconocemos, ya que intentan hacerse pasar por profesores o personal del centro, y llevan mochilas y van en bici, pero siempre tienen auriculares. Nadie habla de ellos, sobre todo porque todo el mundo intenta fingir indiferencia al respecto.
—Vaya —dice mi padre con una carcajada—, cuesta creerlo. Resulta que su padre parece tener algunas ideas progresistas bajo la manga. Nadie se lo esperaba.
—Desde luego —convengo.
—Bueno, me alegro de hablar contigo, hijo. Trabaja mucho, ¿eh? Tengo que volver a…
Y, tras añadir algo ininteligible, cuelga.
Mi padre se siente culpable de que sus propios problemas contribuyeran a que tuviera que marcharme de McCarl. No hay mucha gente de nuestra zona de Misisipi que vaya a internados privados de Connecticut. Querían que me fuera para protegerme. El regreso del cáncer de mi madre. Las dificultades económicas por culpa de las facturas médicas. La demanda civil de mi padre, los rumores sobre negligencia criminal. El acoso que sufrí en mi antiguo instituto y que empeoró y que acabó causando el incidente.
No puedo angustiarlos más aún con mis problemas para encajar aquí. Tengo suerte de estar aquí. He de ocultar la emoción de la voz. No ha sido una situación fácil. Pero lo estoy solucionando.
—Te noto mejor —me dice mi madre con una voz cargada de melancolía.
—Si. —Me enjugo una lágrima—. ¿Y tú qué tal?
—Ah, yo bien. Cuéntame algo divertido de Essex.
Estoy más solo que la una, tanto que duele como si un clavo me atravesara la mano.
—Me he comprado un esmoquin.
—¿Vas a alguna boda?
Le cuento lo de la fiesta que vi, los ojos, los acertijos, y le noto la voz más alegre.
—¡Oye, pues suena fascinante! Con lo que te encantan esas cosas. —Mi madre siempre es capaz de percibir mi estado emocional, y ahora también—. Sé que ha sido una época dura. Tienes que ser paciente.
—Ya. Pero estoy bien, de verdad.
Mi madre siempre pone buena cara, siempre intenta parecer animada por mí, y desde luego lo ha conseguido hasta en los peores momentos, incluso haciendo bromas cuando estaba enferma; pero ahora oigo la resignación en su voz, y eso es nuevo. No solemos hablar nunca de su enfermedad abiertamente; no es algo a lo que estemos acostumbrados.
El sábado, saco el esmoquin de la funda de plástico, me visto y me planto delante del espejo del dormitorio. No es que parezca un actor arrebatador en la alfombra roja, pero me han ajustado muy bien el esmoquin. A Jeffrey le queda aún más elegante; parece como si ya hubiera llevado un esmoquin antes. El reloj de mi abuelo, una reliquia familiar, va contando los minutos.
—Hora de irnos —le digo a Jeffrey.
Se oyen voces por todas partes; hay un montón de alumnos por el campus y la energía que reina es de curiosidad y exploración. Conforme nos acercamos al árbol, me invade tanta expectación que la noche se convierte en un remolino abstracto y oscuro: figuras y sombras que giran a mi alrededor, como un caleidoscopio apuntado hacia el asfalto.
Ashton, Toby y Lily pasan a toda prisa a mi lado, entre risitas. Si consigo entrar en la sociedad secreta, ya no me importarán. Me dará igual toda esa absurdez de escalar puestos en la sociedad de Essex.
Llegamos al patio Noyce. En cuanto nos acercamos al roble, un tipo con un esmoquin negro y una máscara de carnaval en tonos crema y dorado emerge de la oscuridad. Me quedo deslumbrado, como si estuviera delante de un famoso.
—Seguidme —nos ordena.
Subimos por una colina tras él. Tardo un momento en darme cuenta de que nos están siguiendo más personas. Nuestro grupito va aumentando; más y más gente se va uniendo a nosotros como ramitas de una zarza que se nos quedan pegadas. Veo a cinco alumnos (tres chicos con esmoquin y dos chicas con vestidos elegantes, y todos con máscaras) que doy por hecho que son mayores y que lideran cuatro grupos a través de la noche. Y de pronto caigo: seguro que ha habido varios puntos de encuentro. No querían que se formara una gran multitud.
Hago un recuento rápido.
—Cuarenta alumnos en total —le susurro a Jeffrey.
Ya hay cuarenta alumnos reclutados… Guau.
—Seguro que es cosa de familia —me contesta.
Tiene razón. Lo más probable es que muchos de ellos ya supieran lo que era la SSO, por sus padres o por sus hermanos mayores, y, si no formaban ya parte de ella, estarían esperando que les llegara el turno. Essex es una escuela competitiva; es normal que la gente compita. Debería habérmelo esperado. Aunque yo no sea uno de ellos, estoy rodeado de la élite.
—Apagad los móviles —dice el tipo de la máscara sin aminorar el paso.
Nos están llevando al laboratorio Bromley, un edificio de hace ciento tres años del estilo neogótico típico de las universidades estadounidenses en el que me dan clase de Química. Hay varias plantas de salas de conferencias antiguas, laboratorios y aulas más nuevas.
Atravesamos las verjas de hierro con el lema del centro grabado: Felix qui potuit rerum cognoscere causas. Es de Virgilio, y significa: «Dichoso aquel que puede conocer las causas de las cosas». Me parece una buena frase. La fachada de piedra del edificio, que de noche resulta aún más imponente y sólida, parece horrorizada por tener que dejarnos pasar. Las dos puertas principales pesadas de Bromley se abren y entramos en el edificio en fila de a uno. ¡Qué serio todo! Las luces están apagadas; solo se ven las señales de salida rojo sangre en las esquinas del vestíbulo principal.
—Esperad —dice el chico de la máscara al que estábamos siguiendo, con la palma de la mano en alto—. Primer treffpunkt —dice, señalando a una chica enmascarada que ha combinado el vestido con un collar de perlas, y la chica se adelanta con sus tropas por el pasillo y giran de pronto hacia la derecha.
¿Qué coño es un trefpunk de esos? Jeffrey y yo nos miramos.
Hay más chicas de lo que pensaba; más o menos un tercio de los presentes, y llevan vestidos de varios colores: rojo atrevido, champán resplandeciente y blanco marfil. Todos los chicos llevan esmoquin, como yo, y me muero de ganas de preguntarles si se los habían traído a la escuela o de dónde los han sacado.
Me preocupa que la gente piense que es la primera vez que llevo algo más formal que un peto de granjero. Me llevo la mano a la nuca, algo que suelo hacer cuando me siento cohibido. Tengo que dejar de una vez de sentirme siempre fuera de lugar. Y he de empezar a creer que yo también tengo derecho a estar aquí. Si no, estoy jodido.
—Segundo treff —le dice el chico de la máscara a alguien que está por detrás de mí, y conducen a otro grupo de chicos vestidos de gala al pasillo, donde giran también a la derecha.
Tras una breve pausa, añade:
—Vamos.
Y todos lo seguimos por el pasillo.
—Tercer treff —dice alguien por detrás de nosotros.
Giramos hacia la derecha, como todo el mundo, y seguimos al tipo de la máscara por otro pasillo paralelo.
—Los cinco treffs —anuncia alguien desde detrás.
Bromley no ha sido siempre un edificio del Departamento de Ciencias; cuando estuve leyendo sobre Essex, vi que mencionaban a un tal Frederick Anson Taft (antiguo alumno de Essex, 1913), un famoso ilustrador de libros infantiles, campeón de ajedrez, cazador y alcohólico. Volvió a Essex para pintar murales para el interior de un salón de actos que iba a llevar su nombre dentro de Bromley. Pero otros libros que leí decían que dicho salón de actos ya no existía, que se había demolido cuando se llevaron a cabo reformas en el edificio a principios de los noventa. Sin embargo, ahora nos están conduciendo a través de unas puertas dobles, y al entrar…
¡Estamos en el salón de actos Taft! El que se supone que no existe. Lo han conservado, y aún hay murales descoloridos en el techo con escenas de cuentos infantiles clásicos como Jack y las habichuelas mágicas y Alicia en el País de las Maravillas. La gente deja escapar gritos ahogados al entrar, porque es como adentrarse en un sueño.
El salón de actos de dos plantas tiene un telón grueso granate que oculta un escenario tras el proscenio curvado, lámparas de araña antiguas de latón y ventanas de estilo medieval que dan a uno de los jardines de Shakespeare infestados de luciérnagas del internado. Las luces de la sala están atenuadas y las luciérnagas entran a montones por las ventanas, revoloteando como hadas vacilantes y aterradas.
Los alumnos mayores enmascarados nos hacen señas para que nos sentemos en las primeras filas y, una vez que todo el mundo está ya en su sitio, las luces se apagan y se alza el telón, que levanta un vendaval de polvo. Hay cinco miembros de la sociedad sentados en unas sillas de madera de respaldo alto: una chica y cuatro chicos, todos enmascarados. Iluminados por velas, tienen un aspecto fantasmal pero festivo. Menuda combinación.
La luz de las velas titila en las paredes, delante de las cuales, en ambos lados del salón de actos, hay siluetas oscuras con capucha. No me da tiempo a reparar demasiado en ellos, ya que redirijo toda la atención hacia el escenario cuando el chico que estaba sentado en el centro se levanta y comienza a hablar:
—Soy el maestro de ceremonias de este año. Bienvenidos y bienvenidas a nuestra sesión informativa. El proceso de selección para la SSO ha comenzado oficialmente.
Se sienta, y la chica que está a su lado se levanta.
—SSO son las siglas de la Sociedad de los Siete Ojos —añade—. Estáis todos aquí porque os hemos invitado, o porque nos habéis conseguido rastrear y habéis resuelto nuestros rompecabezas. Somos una de las sociedades secretas más antiguas del país, y nos dedicamos a investigar sobre nuestro campus.
¿Tendrán más privilegios los alumnos a los que han invitado que los que los han «rastreado»? Estoy seguro de que voy a tener que esforzarme más para impresionarlos.
—En la Academia Essex hay miles de peculiaridades ancestrales, secretos históricos y anomalías únicas que, una vez descubiertas, revelan la verdad de los oscuros sacrificios de nuestros antepasados.
Hostia puta.
—Al desenterrar los secretos del campus, aprendemos la historia de nuestro internado y se la transmitimos a las generaciones futuras.
Es casi como si estuviera diciendo que, a no ser que descubramos la verdad, todos viviremos engañados para siempre.
La chica se sienta y uno de los chicos sentado en un extremo se levanta.
—Solo diez de vosotros seréis elegidos —afirma, y un grito ahogado se extiende por la sala—. Se os seleccionará en base a vuestro talento, vuestro compromiso, vuestra creatividad y vuestro valor. La suerte sonríe a los valientes. Debajo de vuestros asientos encontraréis vuestras tarjetas, pero no las miréis todavía.
Hallo una tarjeta pegada con cinta adhesiva al asiento; la despego y me la dejo en el regazo.
—Tenéis tres ubicaciones escritas en la tarjeta. Elegid solo una de ellas. Encontradla. Entrad. Escribid un informe sobre cómo lo lograsteis y respaldadlo con pruebas fotográficas.
El maestro de ceremonias vuelve a levantarse.
—Debéis ser observadores y fijaros en los detalles. Prestadle especial atención a la arquitectura y a la historia. Nos interesa vuestro conocimiento sobre Essex, pero también vuestro modo de ver las cosas. Enviad los informes a la dirección de correo electrónico que encontraréis en vuestra tarjeta.
Se levanta otro miembro de la sociedad. Tiene una voz grave, autoritaria, y lleva una máscara negra, además de un anillo con una gema morada que resplandece a la luz de las velas.
—Meteos las tarjetas en el bolsillo. Os llevarán al exterior del edificio en fila, tal y como habéis entrado. Volved a vuestras residencias. Una vez que estéis allí, podréis leer las tarjetas. No le habléis a nadie de la sociedad. Recordad estas normas: nunca dañamos nada y nunca robamos. Sed imaginativos, sed discretos. Somos la Sociedad de los Siete Ojos, y esto es a lo que nos dedicamos. Buena suerte. Omnia ex umbris exibunt. Tibi oculi aperti erunt.
En cuanto cae el telón, miro hacia los pasillos. Las figuras encapuchadas han desaparecido.