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1917-1929

Toda población autóctona del mundo se resiste a los colonos mientras alberga la mínima esperanza de librarse del peligro de que la colonicen. Es lo que están haciendo los árabes en Palestina y lo que seguirán haciendo mientras quede una sola chispa de esperanza de evitar la transformación de «Palestina» en la «Tierra de Israel».

VLADÍMIR JABOTINSKY

«LOS TÍPICOS PALESTINOS»

El dominio británico enseguida dejó claras tanto la escala de la ambición sionista como la profundidad de la hostilidad árabe, si bien esta última se silenció hasta que las operaciones militares contra fuerzas turcas se saldaron con la toma de Damasco en octubre de 1918. En abril, Chaim Weizmann lideró una comisión sionista «para investigar la situación actual de las colonias judías» en un viaje oficial al país, donde reclamó usar el hebreo como idioma oficial y ondear la bandera blanca y azul con la estrella de David. Cuando la comisión visitó Hebrón, un periodista judío de la comitiva plasmó las expectativas de los sionistas para el futuro, pese a los evidentes obstáculos que hallarían en el camino:

Algún día, esta ciudad será magnífica. Pero por el momento no lo es. Los árabes —y se dice que hay más de 20.000— son los típicos palestinos, y aunque muchos de ellos son bastante ricos, se contentan con pasar los días en hediondas y estrechas callejuelas y con ir vestidos como pordioseros. El número de judíos en la actualidad ronda los 850.1

En este ambiente confiado, reminiscente de encuentros en otras partes del mundo entre europeos colonizadores y nativos, los sionistas celebraron el primer aniversario de la Declaración Balfour con un desfile en Jerusalén. Dicho desfile topó, cerca de la puerta de Jaffa, con protestas árabes que exigían el desistimiento de la declaración,2protestas que a partir de entonces se repetirían todos los años el 2 de noviembre. A ello se sumó la creación de una nueva Asociación Cristiana y Musulmana (ACM),3la primera organización nacionalista palestina, con sucursales en todo el país, que declaró:

Palestina es árabe. Su idioma es el árabe. Y queremos que así se reconozca oficialmente. Fue Gran Bretaña quien nos rescató de la tiranía turca y no creemos que vaya a dejarnos en las garras de los judíos. Reclamamos justicia y ecuanimidad. Exigimos que proteja nuestros derechos y no decida el futuro de Palestina sin pedirnos nuestra opinión.4

Se trataba de un mensaje contundente que presagiaba conflictos en un ambiente cada vez más aciago. Musa al-Alami, un joven abogado árabe, señaló que sus antiguos amigos judíos sefardíes de Jerusalén habían cortado el contacto con los árabes a instancias de los «duros y agresivos askenazíes».5

La diplomacia de alto nivel fue una de las respuestas a la enemistad árabe. En junio de 1918, Weizmann viajó al sur hasta Aqaba, en Transjordania, para reunirse con el emir Faisal, el tercer hijo del Hussein Ibn Ali, jerife de La Meca y comandante del Ejército árabe que había ascendido desde Hiyaz con el apoyo de los británicos para enfrentarse a los turcos. El dirigente sionista creía haber asentado «las bases para una amistad duradera» con el apuesto e inteligente príncipe hachemita; su admiración por «el más grande de todos los árabes», que nunca se empañó,6contrastaba poderosamente con su desprecio hacia la hostil variedad palestina. «Nos interesa localizar la cuestión árabe —indicó Weizmann a sus colegas—, desplazarla de Jerusalén a Damasco, sacar a los palestinos de Panarabia y concentrarlos en Bagdad, La Meca y Damasco.»7Faisal creía que el dinero y la influencia de los judíos en Estados Unidos ayudaría a la causa del nacionalismo árabe y le garantizaría el trono de Siria frente a la rotunda oposición de los franceses, un planteamiento que se ha descrito como un «intercambio de favores».8Ambos hombres volvieron a darse cita en Londres antes de rubricar su acuerdo en enero de 1919, antes de la Conferencia de Paz de París. Sobre el papel, era un éxito notable. El artículo 4 estipulaba:

Se adoptarán todas las medidas oportunas para alentar y estimular la inmigración a gran escala de judíos a Palestina y para establecer lo antes posible a los inmigrantes judíos en el territorio mediante asentamientos y el cultivo intensivo de la tierra. En la adopción de tales medidas se protegerán los derechos de los campesinos y aparceros árabes y se les ayudará a seguir progresando en su desarrollo económico.

También estipulaba que «los lugares sagrados musulmanes seguirían bajo control mahometano». Ahora bien, Faisal incorporó una importante condición en árabe al texto inglés: el acuerdo quedaría anulado y sin efecto a menos que se garantizara la independencia plena a los árabes. Y pese a su incumplimiento, Weizmann continuó creyendo que el pacto seguía siendo válido. En realidad, con el férreo control de los franceses y los británicos en toda la región, al cabo de pocos meses aquel pacto se había convertido en papel mojado.

No sería la última vez que los sionistas intentarían resolver el conflicto relativo a Palestina subsumiendo el tema en un contexto árabe más amplio. Años más tarde, Weizmann evocó el acuerdo de 1919 como una trágica oportunidad perdida de colaboración en beneficio mutuo. La propaganda sionista esgrimió de manera reiterada su argumento, o autoengaño, de que «el sueño de Faisal se dejó morir».9Dicho argumento pasaba por alto que ni el príncipe hachemita ni ningún otro mandatario árabe podía oponerse, al menos de manera descarada, a los intereses de los palestinos. Tampoco sería la última vez que se produciría una discordante desconexión entre las grandes ambiciones de la diplomacia y la realidad de la confrontación en tierra firme. Semanas después de que la Conferencia de Paz de París rechazara las exigencias de Faisal con respecto a Siria, funcionarios sionistas se reunieron para analizar las relaciones con «nuestros vecinos». Ben Gurión, por entonces convertido en líder del movimiento Ahdut haAvoda (‘Unidad Laborista’), era un pesimista en extremo elocuente y perspicaz:

Todo el mundo aprecia dificultades en el asunto de las relaciones entre árabes y judíos. Pero no todo el mundo parece ver que dicho asunto es irresoluble. ¡No hay solución posible! Se ha abierto un abismo y no hay modo de cerrarlo. El conflicto entre los intereses de judíos y árabes no puede resolverse [solo] con sofismos. No sé qué árabe puede estar de acuerdo en que Palestina debería pertenecer a los judíos, aunque los judíos aprendan árabe. Y debemos ser conscientes de esta realidad. Si nos negamos a aceptarla e intentamos dar con «remedios», corremos el riesgo de caer en la desmoralización. [...] Como nación, los judíos queremos que este país sea nuestro y, como nación, los árabes quieren que este país sea suyo.10

AGRAVIOS, PROPAGANDA E INSEGURIDAD

Hacía mucho tiempo que era inviable sostener la quimera de que Palestina era una tierra vacía. «Las clases de terratenientes y mercaderes entre los árabes palestinos sienten auténtico pavor ante el hecho de que el plan sionista comporte la expropiación de sus tierras y su exclusión de cualquier participación en el desarrollo industrial y comercial del país», recogía el diario ZionistReview a principios de 1920.

Se oponen, con motivo, a un dominio judío exclusivo tanto en la esfera política como en la económica, y están predestinadas a resistirse al sionismo mientras sigan creyendo que tal dominio es uno de sus objetivos. Pero los sionistas cometerían un grave error concluyendo que esta oposición es inamovible y basando su política en tal hipótesis.11

Era una conclusión optimista y, seguramente, errónea. Para entonces resultaba más que evidente que los árabes rechazaban la Declaración Balfour, así como la inmigración judía y la venta de tierras a los judíos, por más que esta pudiera comportar una mayor prosperidad para todos. Además, esa última promesa de los sionistas no resultaba convincente, en particular por la cuestión de las tierras: en tiempos de los otomanos no se había desahuciado a los arrendatarios cuando unas tierras cambiaban de manos, sino que estos se limitaban a rendir cuentas ante un nuevo terrateniente. Ahora se los desalojaba y, como era lógico, esa «novedad incomprensible» fomentaba la incertidumbre sobre el futuro.12En el mejor de los casos, insistían los sionistas, las relaciones con los árabes mejorarían a medida que la presencia de los judíos fuera afianzándose y generara prosperidad económica. Y si las relaciones no mejoraban, pues qué se le iba a hacer.

Ronald Storrs, el gobernador militar británico de Jerusalén y autor de las memorias más elegantes escritas acerca de los primeros años de imperio colonial británico, describió un ambiente «permanentemente crítico, con frecuencia hostil, a veces amargo y vengativo, e incluso amenazante»13a medida que el resentimiento árabe iba extendiéndose. «Escuchar reclamaciones árabes durante dos horas seguidas me puede llevar a la sinagoga, mientras que tras un curso intensivo de propaganda sionista estaría dispuesto a abrazar el islam», comentó Storrs.14En marzo de 1920, los ataques contra los asentamientos de Metula y Tel Jai, en el norte de Palestina, provocados por las tensiones en el Líbano y la Siria controlados por los franceses, avivaron la sensación de inseguridad entre los judíos. La muerte de su héroe, Joseph Trumpeldor, un miembro de la HaShomer nacido en Rusia que había quedado manco sirviendo como soldado del zar en la guerra ruso-japonesa de 1904 y 1905, se convirtió en objeto de un culto al sacrificio patriótico: una versión sionista del dulce et decorumest. Más allá del martirio de Trumpeldor, Tel Jai acabó por simbolizar el vínculo entre la tierra, el trabajo, el sudor y la sangre, encapsulado en el lema: «Un lugar colonizado nunca debe abandonarse.»15

Los incidentes de ataques árabes contra judíos aumentaron.16Los sionistas denunciaron que los británicos no estaban adoptando medidas pertinentes, pero Storrs aseguró a los representantes judíos que, en abril, durante el peregrinaje musulmán a Nabi Musa, en el desierto de Judea, cerca de Jericó, la seguridad sería la adecuada. Lo que sucedió fue que tres días de violencia en Jerusalén se saldaron con cinco judíos muertos y 200 heridos, y con cuatro árabes muertos y 25 heridos. Los judíos canalizaron su ira hacia la Administración británica por no tomar medidas firmes. Un informe británico oficial, inédito en la época, se centraba en los temores de los árabes a la inmigración y el asentamiento judíos, si bien también criticaba la respuesta militar. «Todas las relaciones de entendimiento recíproco entre británicos, árabes y judíos, construidas con tanto esmero, parecieron estallar en una agonía de miedo y odio», se lamentaba Storrs, con la exasperación típica del «hombre sobre el terreno» puesto en entredicho por sus colegas en la lejana capital imperial.

Quizá podríamos haber estado mejor preparados, [...] pero a menudo me pregunto si quienes nos criticaron [...] conocían, aunque fuera remotamente, la configuración empinada, angosta y serpenteante de los callejones de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la infinidad de escaleras por las que ningún caballo o vehículo puede transitar, los oscuros recovecos letales tras los cuales toda una familia puede ser asesinada sin que nadie lo vea y sin que llegue el sonido de la sirena de un coche de policía que circula a cien metros de distancia. ¿Qué sabían ellos de los nervios de Jerusalén, donde, en las épocas de mayor tensión, el repentino repiqueteo de unas piedras en una lata de gasolina vacía puede desencadenar el pánico?17

El Informe de la Comisión Palin describía «una situación en la que la población nativa, decepcionada, desesperanzada y desasosegada ante sus perspectivas de futuro, exasperada hasta lo insoportable por la actitud agresiva de los sionistas y exasperada por los agravios en manos de una Administración que considera impotente frente a la Organización Sionista, es el caldo de cultivo ideal para cualquier forma de agitación».18El miliciano líder sionista de derechas Vladímir Jabotinsky, que había servido en el Ejército británico durante la guerra y había intentado liderar las iniciativas defensivas judías en Jerusalén, fue condenado a quince años de trabajos forzados. Pero, tras las protestas en la Cámara de los Comunes, su sentencia se redujo a un año y su legado de activismo perduró.

UN MANDATO PARA EL CAMBIO

Entre la comunidad árabe, la idea de una identidad nacional palestina propia había seguido expandiéndose desde el final de la guerra, alentada, en parte, por la creciente conciencia de las ambiciones sionistas y por la creación de una Administración británica aparte para el país.19En febrero de 1919, el primer congreso de Asociaciones Cristianas y Musulmanas declaró la unidad con Siria, si bien el apoyo se erosionó cuando el verano siguiente el Gobierno de Faisal se desmoronó y los franceses lo desterraron. Entre los círculos árabes empezaron a circular preguntas acerca de qué había acordado exactamente Faisal con Weizmann.

En mayo de 1920, la Conferencia de San Remo garantizó a Gran Bretaña el Mandato sobre Palestina bajo el Pacto de la Sociedad de las Naciones. Siria, que incluía el Líbano, y Mesopotamia (Irak) obtendrían reconocimiento provisional como Estados independientes, si bien estarían asistidas y asesoradas por Francia y Gran Bretaña, respectivamente. La intención era gobernar estos antiguos territorios otomanos «hasta el momento en el que sean capaces de caminar solos». A partir de entonces, los líderes árabes defenderían que, aplicando el mismo criterio, los británicos estaban obligados a facilitar la creación de un Estado árabe independiente en Palestina, lo cual era incompatible con el compromiso de fundar allí un hogar nacional para los judíos. Durante un breve espacio de tiempo, Transjordania fue tierra de nadie, pero luego quedó adscrita al Mandato británico de Palestina, si bien quedó exenta del compromiso de Balfour por hallarse bajo la autoridad del hermano de Faisal, el emir Abdalá bin Hussein. La península arábiga siguió siendo un campo de batalla entre el jerife Hussein y la casa de los Al Saud.

El primer alto comisionado de Gran Bretaña para Palestina, sir Herbert Samuel, un destacado político judío liberal, llegó en barco a Jaffa, al estilo de los grandes virreyes, vestido de blanco tropical, con plumas y un sombrero de tres picos. «Las autoridades militares estaban nerviosas y habían hecho los preparativos más formidables previendo cualquier posible eventualidad —recordaba Samuel—. Pero no hubo incidentes y las máximas personalidades de todas las comunidades participaron en una recepción cortés.»20Los términos del Mandato se adherían a la Declaración Balfour casi palabra por palabra. El fundamental artículo 6 se comprometía a fomentar la inmigración de los judíos y su asentamiento en el territorio, y tanto el inglés como el árabe y el hebreo se declaraban idiomas oficiales. Se preveía el reconocimiento de un «organismo judío» para asesorar a la Administración, pero en cambio no se establecía ningún organismo árabe equivalente. La palabra árabe no aparecía en el texto y la palabra palestino solo se utilizaba con referencia a la adquisición de la ciudadanía por parte de los judíos. La hostilidad árabe quedó así garantizada desde buen principio. Y la sensación era recíproca: el correligionario de Weizmann, Menájem Ussishkin, originario de Rusia, se negó a estrechar la mano del muftí de Jerusalén, Kamal al-Husseini, en una recepción que Storrs dio en honor del alto comisionado.21

En diciembre de 1920, el tercer Congreso Palestino de las ACM en Haifa abandonó su petición de unirse a Siria y rechazó la Declaración Balfour. También formó una comisión de la Ejecutiva Árabe (EA) al frente de la cual puso a Musa Kazem al-Husseini, miembro de una prominente familia de Jerusalén. Los palestinos empezaron a centrarse más en el destino de Palestina. Reflejo de ello fueron los libros de texto de geografía e historia en lengua árabe publicados en la década de 1920. Y, de manera progresiva, también lo fue el comportamiento político: «Ante los recientes acontecimientos en Damasco, debemos modificar nuestros planes por completo —dijo Musa Kazem a sus seguidores—. El sur de Siria ya no es nuestro objetivo. Tenemos que defender Palestina».22

Aunque la política británica oficial era clara, en privado suscitaba muchas dudas. «Cuesta entender cómo podemos cumplir nuestra promesa a los judíos de convertir el país en su “hogar nacional” sin causar perjuicio a nueve décimas partes de la población —confesaba una autoridad en su diario personal—. Ahora cargamos con esa responsabilidad sobre nuestros hombros y nos hemos ganado el odio de los musulmanes y los cristianos, a quienes no es posible apaciguar con promesas vagas de que sus intereses no se verán afectados.»23En agosto de 1921, al repasar su primer año en el cargo, el alto comisionado se refirió de manera específica a esos sionistas «que a veces olvidan o no tienen en cuenta a los actuales habitantes de Palestina» y que «parecen descubrir con sorpresa y a menudo incluso con incredulidad que en Palestina hay 500.000 personas, muchas de las cuales tienen una idea muy distinta que defienden a capa y espada».24

La diplomacia de Weizmann no había logrado distender la oposición árabe. También se probaron otros métodos menos sutiles. En mayo, Weizmann se reunió con un noble de Nablus, Haydar Bey Touqan, exalcalde y miembro del Parlamento otomano, y le prometió 2.000 libras a cambio de difundir propaganda sionista. Touqan logró obtener peticiones de diez poblaciones en apoyo al Gobierno británico y a la inmigración judía y condenando las revueltas en Jerusalén. En total, se recopilaron unas ochenta peticiones en estos términos.25Otra táctica fue ahondar en las divisiones existentes y alentar otras nuevas. El ejecutivo sionista encomendó a Chaim Kalvarisky, una de las figuras más extravagantes del mundo de las relaciones entre árabes y judíos, promover la formación de las Asociaciones Nacionales Musulmanas como contrapeso de las Asociaciones Cristianas y Musulmanas. Kalvarisky, natural de Polonia y educado en Francia, era agrónomo de profesión y se lo consideraba el máximo «experto» en árabes del Yishuv (lo seguirían muchos otros.) Había ejercido como administrador de fincas en Galilea durante muchos años, desahuciando a campesinos árabes, pero también expresando consideración hacia los sentimientos de ese pueblo.26Bajo sus auspicios se fundaron «partidos de agricultores» árabes en Nazaret y Yenín con el objetivo de «mantener y profundizar la división»27entre el entorno rural y la élite urbana, táctica que resurgiría décadas después. Se persuadió a la prensa de adoptar una política prosionista o, al menos, neutral. Se pagaron sobornos para garantizar el aplazamiento de un congreso nacionalista hasta después de un periodo vacacional sensible en el que parecía probable que hubiera altercados.28La iniciativa más osada de Kalvarisky consistió en «comprar» a Musa Kazem, presidente de la Ejecutiva Árabe.29Otros planes de comprar el apoyo árabe, o la inacción, no se materializaron debido a la escasez de dinero en efectivo. Además, según algunos sionistas críticos, todas aquellas artimañas fueron en vano: «La firma del peticionario profesional o la benevolencia temporal de un editor corrupto no tienen un efecto apreciable en la situación —comentaba un funcionario— y, en general, poco puede hacerse mediante el mero reparto de pequeños sobornos, salvo, quizá, a una escala mucho mayor de lo que es posible contemplar».30

Por su naturaleza, las actividades de Kalvarisky exigían discreción, pero no ponía demasiado empeño en pasar desapercibido. Los interlocutores árabes lo contemplaban con visible desprecio: Awni Abdel-Hadi, un destacado abogado nacionalista de Nablus, le dijo a Kalvarisky sin rodeos que prefería tratar con sionistas que no aseguraban buscar un acercamiento:

Se pasa la vida hablando de un acuerdo entre judíos y árabes o de buenas relaciones entre judíos y árabes. Pero permítame que le diga, con toda sinceridad, que preferiría tratar con Jabotinsky o con Ussishkin antes que con usted. Sé que son nuestros enemigos declarados y que quieren aplastarnos, quedarse con nuestras tierras y expulsarnos del país, y que tenemos que enfrentarnos a ellos. Usted en cambio, Kalvarisky, se presenta como nuestro amigo, pero, en el fondo, no aprecio diferencias entre su objetivo y el de Jabotinsky. Además, está a favor de la Declaración Balfour, del hogar nacional, de la inmigración sin restricciones y de la compra continuada de tierras árabes, que para mí es un asunto de vida o muerte.31

Abdel-Hadi reiteraría su opinión sobre la inevitabilidad del conflicto en posteriores reuniones con representantes sionistas.32

PRIMERO DE MAYO

Ni los sobornos ni la diplomacia evitaron la siguiente oleada de violencia en Palestina. En mayo de 1921 se desencadenaron disturbios en Jaffa. El detonante fue un enfrentamiento durante el Primero de Mayo entre grupos judíos socialistas y comunistas rivales en el barrio de Manshiya, fronterizo con Tel Aviv. El principal objetivo era el albergue para nuevos inmigrantes judíos, donde «parejas de pioneros que caminaban cogidas del brazo por las calles representaban para los árabes de Jaffa la demostración más tangible de la ruina moral y social que afrontaba Palestina a causa de la inmigración judía».33Desde el septiembre anterior, 10.000 judíos habían arribado al país por el puerto de Jaffa, la mayoría de ellos sionistas socialistas de la Europa del Este que habían nacido en los pogromos de la Rusia zarista y que se habían pasado la juventud sumidos en la agitación de la guerra y la revolución. Noticias en la prensa árabe lamentaban la difusión de las ideas «bolcheviques»; algunos temas habituales que suscitaban especial preocupación eran las costumbres sociales y el aspecto provocativo e inmodesto de las mujeres judías. Los baños mixtos eran otro.

Los problemas se propagaron por todo el país. Los ataques contra las colonias judías de Petaj Tikva y Hadera (fundadas por Hovevei Zion en 1891) lograron repelerse gracias al despliegue de la caballería y la aviación británicas. Se declaró la ley marcial. Durante los seis días de hostilidades, 41 judíos y 44 árabes fueron asesinados.34De entre las víctimas judías, la más conocida fue el escritor Yosef Haim Brenner, que contemplaba con profundo pesimismo las relaciones con los árabes. Sir Herbert Samuel anunció un alto temporal a la inmigración judía, medida que provocó la indignación entre la población judía. Se impusieron multas y castigos colectivos a las comunidades árabes. «Fue mi primer contacto con la experiencia del terror, de la muerte, de los árabes como enemigo», recordaría un joven judío tiempo después.35El derramamiento de sangre fue la señal más alarmante hasta el momento de que las tensiones entre árabes y sionistas podían suponer una complicación grave para las autoridades británicas. La Comisión Haycraft, encargada de investigar los hechos, desestimó la opinión de los portavoces del Yishuv, quienes aseguraban que el origen del problema era la labor de «demagogos, agitadores y efendis», en lugar de la expresión de una creciente oposición política árabe. «El sentimiento antisemita era demasiado auténtico, demasiado generalizado y demasiado intenso para expresarlo de manera superficial», recogía el informe.36Samuel, haciéndose eco de los hallazgos de la comisión, indicó a Weizmann: «He llegado a la conclusión de que el movimiento sionista ha subestimado la importancia del factor árabe; a menos que se timonee con mucho cuidado, el barco sionista podría colisionar con el peñón árabe y naufragar».37Del informe, se lamentaba Weizmann, se desprendía «que el deseo sionista de dominar Palestina podía generar un mayor caldo de cultivo para el resentimiento árabe».38A instancias del alto comisionado, Weizmann se reunió con una delegación árabe palestina encabezada por Musa Kazem al-Husseini (el supuesto receptor de sobornos de manos de Kalvarisky) en Londres aquel noviembre para debatir futuros acuerdos constitucionales, pero el terreno común era escaso. En un ambiente de recelo, apenas hubo progresos. Weizmann solicitó a un estudiante de Haifa, David HaCohen, que reservara una habitación en el hotel de la delegación árabe bajo una identidad falsa y se hiciera con copias de sus documentos.39«El doctor Weizmann, pese su discurso conciliatorio, adoptó un talante desafortunado al pronunciarlo —informó una autoridad británica—. Su actitud era la de un conquistador que entrega a los enemigos vencidos los términos de un acuerdo de paz. Además, me da la impresión de que desprecia a los miembros de la delegación, pues no los considera coprotagonistas merecedores y opina que para él es un tanto denigrante [sic] que se le requiera reunirse con ellos en igualdad de condiciones.»40En privado, Weizmann era incluso más contundente y llegó a decirle a un colega que la delegación árabe era «deleznable».41

Como ocurriera con los desórdenes más limitados en Jerusalén el año previo, el malestar fue un poderoso estímulo para los planes de autodefensa de los judíos: otra respuesta a las preocupaciones acerca de cómo «bregar» con la oposición árabe al sionismo, «la cuestión árabe», como solían denominarla los judíos. En diciembre de 1920, la recién establecida Histadrut (Federación General Palestina de Sindicatos Hebreos) había resuelto crear una organización de defensa con voluntarios denominada Haganá (‘Defensa’.)42La HaShomer, la asociación de guardias de los asentamientos judíos fundada en 1909, se abolió. Encabezada por su fundador, Eliahu Golomb, la Haganá celebró su primer «curso de entrenamiento de oficiales» en agosto de 1921. El contrabando de armas aumentó, con la entrada de 200 pistolas en el país. El espionaje, centrado de manera inevitable en los árabes, comenzó a organizarse mejor. Jabotinsky, ya excarcelado, hizo campaña en vano por la rehabilitación de los batallones judíos de la Primera Guerra Mundial y su incorporación a la guarnición británica en Palestina. No tardaría en instar a la erección de un «muro de acero» para proteger el incipiente proyecto judío. Su célebre expresión ha quedado para la posteridad como una descripción sucinta de cómo el movimiento sionista en verdad lidió, más allá de sus habladurías sobre la convivencia, con la oposición árabe, a pesar de las importantes discrepancias de énfasis entre los movimientos políticos rivales. «Toda población autóctona del mundo se resiste a los colonos mientras alberga la mínima esperanza de librarse del peligro de que la colonicen —escribió Jabotinsky—. Es lo que están haciendo los árabes en Palestina y lo que seguirán haciendo mientras quede una sola chispa de esperanza de evitar la transformación de “Palestina” en la “Tierra de Israel”.»43Unos discretos preparativos de la Haganá contribuyeron a prevenir nuevos disturbios en Jerusalén el 2 de noviembre, el Día de Balfour, para entonces ya una celebración habitual en el calendario civil de un conflicto que se aceleraba.

La Comisión Haycraft apreció otro cambio importante, en este caso en la percepción que los árabes tenían de sus vecinos judíos. «Durante los disturbios, toda discriminación por parte de los árabes entre las distintas categorías de judíos se desvaneció —comentaba el informe—. Colonos de antiguo arraigo, judíos de la Chalukah [Haluka] [que vivían de la ayuda caritativa llegada del extranjero] y judíos bolcheviques, judíos argelinos y judíos rusos quedaron fusionados en una sola identidad, y las antiguas amistades cedieron terreno ante la enemistad que ahora sentían hacia todos ellos.»44Los británicos rechazaban cada vez más el relato estándar de los sionistas acerca de las relaciones esencialmente buenas que existían entre ambas comunidades: «Está muy bien decir que durante generaciones árabes y judíos han convivido en paz. Era el tipo de paz que existe entre dos colectivos de personas que tienen poco o nada en común».45

DIFERENCIAS DESDIBUJADAS

En un plano superficial, durante los siguientes años reinó una calma relativa. En 1922, la Sociedad de las Naciones confirmó el Mandato británico y se establecieron las fronteras del país, basadas en las tres provincias otomanas del sur de Siria. Transjordania se convirtió en una entidad aparte exenta de la aplicación de la promesa de Balfour, para irritación de los sionistas, que la reclamaban como parte de su patrimonio bíblico y se oponían a lo que denunciaban como una «partición», una cuestión que reaparecería en años posteriores. El territorio de la ribera opuesta estaba gobernado por el emir Abdalá, el benjamín del jerife Hussein de La Meca, bajo tutela británica.

Para entonces, el proyecto sionista ya llevaba en marcha cuatro décadas, aunque aún no había comportado una transformación demográfica significativa: los 757.000 habitantes de Palestina seguían estando integrados por una abrumadora mayoría de árabes, con una minoría judía de 83.000 personas, un 11 por ciento de la población. No obstante, la inmigración continuó a buen ritmo. La tercera aliá, que se extendió entre 1919 y 1923, conllevó la llegada de 35.000 nuevos inmigrantes, muchos de ellos rusos y polacos y, casi en su totalidad, judíos socialistas. Aquellos halutzim (‘pioneros’) desempeñaron un papel destacado en el establecimiento de kibutz y otras organizaciones sionistas colectivas como Gdud haAvoda (‘Batallón de Trabajo’.) Construyeron carreteras, drenaron pantanos y acometieron otros proyectos de obras públicas, contribuyendo con ello a moldear el espíritu de una sociedad autónoma levantada por mano de obra hebrea, sustituyendo de manera deliberada con la palabra hebreo (Ivrit) el término judío. «Vinimos a esta tierra a construirla y a reconstruirnos en ella», decía una canción popular de la época, reflejando la idea de un «nuevo judío» que se estaba forjando en aquella patria ancestral, un judío duro, comprometido, fornido y de habla hebrea que rechazaba los valores de la diáspora.

Los árabes no formaban parte de esa visión nacionalista exclusiva. De hecho, estaba mal visto darles trabajo: a principios de la década de 1920, un granjero judío de Rishon LeZion denunció ante un funcionario británico que la Agencia Judía le había ordenado despedir a los árabes con quienes se había criado y a quienes tenía contratados como pastores y labradores, y a reemplazarlos por inmigrantes judíos nuevos por un salario más elevado.

Si despedía a los árabes de la forma sumaria que le exigían, provocaría tal animadversión que, tratándose de personas vengativas, podían quemarle las cosechas. [...] Los judíos a quienes le habían propuesto contratar como labriegos no sabían nada de agricultura ni [...] de las condiciones locales. A los árabes no les importaba trabajar durante toda la noche si había que salvar una cosecha antes de las lluvias, mientras que los judíos depondrían las herramientas a las seis en punto, hiciera el tiempo que hiciese.46

La siguiente oleada de inmigración judía masiva durante el Mandato, la cuarta aliá, tuvo lugar entre 1924 y 1929. La mayoría de los recién llegados procedía de Polonia, sumida en una severa crisis económica y presa de una ola de persecución antisemita. (Se los conocía como los «aliá de Grabski», en referencia al primer ministro polaco cuyas reformas financieras habían afectado gravemente a los judíos del país.) En términos sociológicos, aquellos nuevos inmigrantes eran muy distintos de los pioneros del pasado motivados por la ideología, a quienes Weizmann denominaba con admiración «los hombres de Degania y Nahalal». Había entre ellos una cantidad considerable de individuos de clase media y baja que viajaban con sus ahorros encima (el mínimo requerido para obtener un nuevo certificado de inmigración «capitalista» era de 2.500 dólares), que pretendían invertir en talleres, negocios y servicios. Weizmann no los veía con buenos ojos. «Algunos estaban poco dispuestos a esforzarse por construir un nuevo país —escribiría más tarde—. Y unos cuantos, que pugnaban por sobrevivir, exhibían tendencias antisociales; no parecían sionistas y no apreciaban diferencia entre Palestina como país de acogida y, por ejemplo, Estados Unidos.» Demasiados de aquellos recién llegados olían a «vida en el gueto».47Muchos se establecieron en Tel Aviv, por entonces pregonada como la «ciudad blanca» sobre arenas mediterráneas. Ya en 1918, un nuevo libro de geografía escrito en hebreo la describía como «un oasis europeo en pleno desierto asiático» y alababa sus calles rectas y pavimentadas ornamentadas con jardines y flores, donde todo era «nuevo y reluciente».48La llegada de capital y de residentes, algunos de los cuales dieron la espalda a Jaffa tras los disturbios de 1921, desencadenó un auge de la construcción.49La vida cultural floreció con un teatro y una orquesta, aunque también con otros factores menos atractivos, como la prostitución. Según recogía un informe policial de 1924: «De súbito empezamos a ver [...] coches de árabes y cristianos acaudalados procedentes de Jaffa que llegaban a Tel Aviv en plena noche y aparcaban junto a las casas de [...] mujeres inmigrantes, y el desenfreno se prolongaba hasta bien entrada la madrugada».50

Nuevos periódicos y editoriales impulsaron la difusión de la lengua hebrea. La población de Tel Aviv pasó de solo 2.000 habitantes en 1920 a 34.000 en 1925, año en que el urbanista escocés Patrick Geddes trazó un plan de ordenación para la ciudad. Jaffa seguía siendo más grande, pero poco a poco fue quedando aislada de las poblaciones árabes de la periferia por la creación de una zona contigua de asentamientos judíos.51Así lo recordaba un nativo de Tel Aviv:

Considerábamos a los árabes nuestros vecinos y primos. Conocíamos al panadero y al verdulero, a los vendedores de fresas, de higos chumbos y de bouza [‘helado’ en árabe]. Cuando alguien decía en Tel Aviv: «Voy a la ciudad», se refería a Jaffa. Allí era adonde íbamos a divertirnos, a comprar y a trabajar, y sobre todo la visitábamos para ir al puerto, el epicentro de la vida social. Aun así, deambular por las calles de Jaffa transmitía cierta sensación de nerviosismo e inseguridad. Los jóvenes [árabes] shabab, gamberros y maleantes, solían insultar a los judíos y provocarlos. Y la policía y los funcionarios británicos a menudo los alentaban a hacerlo.52

En la primavera de 1925, la población judía total en Palestina era de 108.000 habitantes.53Fue un año clave: por primera vez, el número de judíos llegados a Palestina superó al de los llegados a Estados Unidos, tras la imposición allí de cuotas de inmigrantes.54Según relató un periodista británico que visitó Tel Aviv en 1927:

[La ciudad] era una verdadera extrañeza en Palestina, [...] más parecida a Alejandría, pero carente de todo sabor de Oriente. Las calles estaban abarrotadas. Muchachas alemanas, polacas y rusas de anchas caderas empujaban cochecitos, una fila inacabable de ellos, y los hombres parecían usar bronceador en sus gordos rasgos aquilinos. No se oía ni una palabra en inglés y, al pedir indicaciones, nadie parecía entenderme.55

La modernidad y la prosperidad iban de la mano. Bajo el Mandato, la política británica priorizó sin ambages el desarrollo judío, proporcionando «un entorno propicio para la expansión de un enclave sionista de mayores dimensiones y más homogéneo, lo cual, a su vez, comportó la bifurcación de la economía palestina».56En 1922 se otorgó al industrial ruso-judío Pinchas Rutenberg una concesión para tender una red de suministro que proporcionara electricidad a Jaffa, Tel Aviv, los asentamientos judíos y las instalaciones militares británicas. Más adelante, Rutenberg construyó también una central eléctrica en Naharayim, a orillas del río Jordán. Winston Churchill, ministro británico de Colonias, explicó a los miembros del Parlamento que el proceso de licitación no había sido injusto, ya que «en mil años los árabes de Palestina no han dado pasos efectivos hacia la irrigación y electrificación de Palestina». Las obras para la construcción de Palestine Potash en Sedom, en el mar Muerto, también dependieron de la inversión y la destreza tecnológica de los judíos.57

En el plano político, mediada la década de 1920, la cuestión de las «relaciones» con los árabes parecía urgir menos a los sionistas, si bien, desde luego, no había desaparecido. Los intentos de Kalvarisky de «comprar» a palestinos moderados arrojaron pocos resultados positivos, y sus métodos manirrotos le desprestigiaron hasta tal punto que se le retiró «todo control sobre el gasto de fondos sionistas». Las instituciones judías redujeron su dedicación a las relaciones con los árabes. La «cuestión árabe», que nunca fue prioritaria para la mayoría de los judíos, desapareció del panorama. Jabotinsky siguió siendo una voz aislada y sincera que denunciaba lo que consideraba una ilusión de la aquiescencia árabe entre el sionismo, así como «los sobornos de Kalvarisky y los embustes de Weizmann sobre la paz».58En 1925 fundó la Nueva Organización Sionista, más conocida como «movimiento revisionista» porque pretendía «revisar» los términos del Mandato para incluir Transjordania en su esfera de acción. «El Jordán tiene dos orillas —decía su célebre lema—. Una es nuestra... y la otra, también.»

En el bando árabe, durante un tiempo se espoleó un sentir más probritánico mediante concesiones sobre las tierras y la institución de un poderoso Consejo Supremo Musulmán dirigido por Haj Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén, que había recibido el novísimo título de «gran muftí».59Aun así, en 1923, las propuestas británicas para crear un consejo legislativo toparon con el contundente rechazo del quinto Congreso Árabe Palestino, que se opuso a cualquier decisión basada en la aborrecida Declaración Balfour. Al Yishuv le desagradaba la idea de tener instituciones representativas, dado el número todavía relativamente reducido de judíos. Los sionistas accedieron a regañadientes a participar en las elecciones municipales, pero el boicot árabe y la consiguiente asistencia mínima a las urnas comportó que los resultados se declararan nulos y sin efectos. Los esfuerzos del alto comisionado Samuel zozobraron debido a la discordancia irreconciliable entre el apoyo británico a un hogar nacional judío y la negación de los sionistas a aceptar su condición de minoría. Fue otro ejemplo más de cómo las acciones y divisiones de los árabes a menudo acababan ayudando, sin quererlo, a la causa sionista.

«NO HABLAMOS EL MISMO IDIOMA»

Mientras que la prosperidad económica de mediados de la década de 1920 reafirmó al Yishuv, las pruebas de que los beneficios estuvieran llegando a la población árabe, como la propaganda sionista no paraba de afirmar que ocurriría, seguían brillando por su ausencia. Las adquisiciones de terrenos se ampliaron, sobre todo en el valle de Marj Ibn Amer, donde las ventas por parte de la familia beirutí ausentista Sursuq suscitaron notoriedad a la par que distrajeron la atención, de forma engañosa, de las numerosas ventas a muy menor escala efectuadas por árabes palestinos.60Se establecieron nuevos asentamientos judíos en la llanura litoral. Las ventas de tierras alcanzaron su punto álgido en 1925. A finales de 1924, la conferencia anual de Ahdut haAvoda, celebrada en Ein Harod (uno de los primeros kibutz), brindó una oportunidad para debatir la cuestión de las «relaciones» sionistas con los árabes. La conclusión a que se llegó fue que la respuesta estribaba en la organización conjunta de trabajadores árabes y judíos, que no existía un «movimiento nacional [árabe] como tal y que, en el estadio actual de desarrollo del hogar nacional, el acuerdo político con los árabes de Palestina no era ni práctico ni deseable».61Analizando en retrospectiva los debates sobre el consejo legislativo propuesto, el líder de Ahdut haAvoda, Ben Gurión, se manifestó con contundencia en contra de un Gobierno representativo: «No debe asustarnos proclamar abiertamente que nosotros, los trabajadores judíos, y los líderes del actual movimiento árabe, los efendis, no hablamos el mismo idioma», afirmó. Ben Gurión no le negaba a la comunidad árabe el derecho al autogobierno, pero no tenía intención de concederle el de gobernar el país y, además, no podía hacerlo. A su entender, el sionismo era un movimiento nacional auténtico y progresista, mientras que el nacionalismo árabe, el juguete de líderes reaccionarios que solo velaban por sus intereses y cuyo único objetivo era mantener a las masas ignorantes bajo su control, no lo era.62

No obstante, incluso entonces algunos destacados sionistas percibían una persistente sensación de falsa seguridad. «No deja de preocuparme la relación entre judíos y árabes en Palestina —confesaba Arthur Ruppin, el abogado que había inaugurado la Oficina de Palestina en Jaffa en 1908—. A escala superficial, ha mejorado, en el sentido de que el riesgo de pogromos ha desaparecido, pero los dos pueblos tienen planteamientos cada vez más alejados. Ninguno entiende al otro.» La opinión árabe reflejaba este pesimismo en una imagen especular desoladora: «Es un craso error creer que árabes y judíos puedan llegar a algún entendimiento por más que se cambien la chaqueta de extremismo por una de moderación —informaba el Congreso Árabe Palestino a la Sociedad de las Naciones en 1924—. Cuando los principios subyacentes a dos movimientos entran en colisión, es absurdo esperar que se encuentren a medio camino».63

En 1925, Ruppin ayudó a fundar una nueva organización, la Brit Shalom (‘Alianza de Paz’) con el objetivo de fomentar el entendimiento entre árabes y judíos y promover la idea de un Estado «binacional». Dominada por pacifistas e intelectuales judíos, la mayoría de ellos centroeuropeos, muchos nacidos en Alemania —«llena de Arthurs, Hugos y Hans», en los términos despectivos de un crítico—64, la Brit Shalom despertó una hostilidad considerable en las altas esferas sionistas, que, en el mejor de los casos, la consideraban idealista e ingenua y, en el peor, absoluta y peligrosamente desligada de la cruda realidad de la vida en Palestina. Otros miembros destacados fueron el carismático filósofo Martin Buber, el historiador Gershom Scholem y numerosos profesores judíos de Estudios Orientales de la recién fundada Universidad Hebrea de Jerusalén.

La animadversión árabe resultó inequívoca cuando lord Balfour, acompañado por Weizmann y el mariscal de campo Allenby, asistió a la inauguración de la nueva institución en el monte Scopus el 1 de abril de aquel año y se declaró una huelga general. Se enviaron centenares de telegramas de protesta al palacio del gobernador, pero este no extrajo ninguna conclusión del hecho de conducir por calles prácticamente desiertas.65Por contra, los judíos lo recibieron calurosamente en Jerusalén y Tel Aviv, y en especial en Balfouria, un asentamiento fundado cerca de Afula por sionistas estadounidenses en honor a este «nuevo Ciro» (el rey persa que había liberado a los judíos de su exilio babilónico). Más tarde, ese mismo día, en Nazaret, Balfour y su comitiva fueron apedreados y tuvieron que rescatarlos soldados británicos.66Balfour también tuvo que hacer frente a manifestaciones masivas con ocasión de una visita a Damasco que realizó mal asesorado y donde las tropas francesas que lo protegían mataron a tres manifestantes. La convivencia seguía siendo una aspiración noble: la Brit Shalom fomentaba los debates privados, publicaba una revista y lanzó un programa de clases nocturnas de árabe para judíos como parte de un intento de alentar relaciones de amistad entre ambos pueblos. Kalvarisky y un puñado de nobles sefardíes también se unieron a sus filas. Muchos árabes vieron en la imagen de la Brit Shalom una señal positiva de debilidad en el movimiento sionista general.67Pero, políticamente, la organización no llegó a ninguna parte.

Las rivalidades entre los árabes beneficiaron a los sionistas. Ragheb al-Nashashibi, descendiente de otra poderosa familia jerosolimitana (calificado por Ronald Storrs como «el árabe más capaz de Palestina, sin duda alguna»), lideró la oposición al gran muftí. El Partido Árabe Palestino de Al-Nashashibi apostaba por la colaboración con la Administración británica y fue acusado de traidor por la Ejecutiva Árabe. Los sionistas hicieron cuanto pudieron por alentar tal vilificación mutua, llegando incluso a proveer de ayuda financiera cuando menguaban los recursos propios.68Muchas familias árabes destacadas, entre las que había activistas nacionalistas, siguieron vendiendo tierras a los judíos, un asunto bochornoso que pocas veces se ha abordado en la literatura histórica palestina.69Más allá de su impacto local, las transferencias de tierras afectaron a la economía árabe en su conjunto. Tras la venta del valle de Marj Ibn Amer, métodos de producción y de ganadería modernos reemplazaron el pastoreo y el cultivo tradicional de cereal; las cercanas Nazaret y Yenín, ciudades donde se comerciaba con grano, sufrieron, mientras que Haifa, mejor ubicada para suministrar maquinaria agrícola y vender cultivos comerciales, resultó beneficiada.70

En 1926 apenas había actividad política árabe organizada e incluso las ya tradicionales huelgas el Día de Balfour habían caído temporalmente en el olvido. Sobre el trasfondo de una grave crisis económica local caracterizada por el desempleo, por las protestas obreras e incluso por una clara «emigración» judía en 1927, el sionismo se antojaba menos amenazador que en el pasado. Los Al-Husseini y Al-Nashashibi aparcaron sus diferencias para perseguir un cierto grado de autogobierno. En el séptimo (y último) Congreso Árabe Palestino, celebrado en 1928, ni siquiera se exigió la derogación del Mandato ni se expresó oposición al sionismo.71Sus sesiones, según informó Kalvarisky, fueron «pragmáticas y moderadas», si bien observó la pérdida de ascendiente de las familias feudales aristócratas y la fuerza creciente de la intelectualidad «extremista y chauvinista», con quienes a los judíos les resultaba más difícil entenderse.72El interés de los árabes en colaborar con el Gobierno suscitó apoyos gracias al progreso alcanzado por países vecinos bajo regímenes mandatarios (Irak, Siria y el Líbano) en el establecimiento de instituciones representativas y de autogobierno, instituciones cuya ausencia en Palestina resultaba clamorosa.

VISITAS AL MURO

Mientras que la depresión económica alimentó la quiescencia política, el retumbo de una nueva crisis garantizó que la confrontación entre árabes y judíos no tardara en ocupar nuevamente la mente de todo el mundo, y con un elemento especialmente volátil. Surgió con una disputa sobre medidas que afectaban al Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones del complejo del templo de Herodes, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde los judíos creen que se erigió el templo de Salomón. También se trata del Muro Occidental del Haram al Sharif o la Explanada de las Mezquitas, conocido entre los musulmanes como Al Buraq, en honor al caballo que el profeta Mahoma amarró allí antes de completar su «ascenso nocturno» al cielo. Hacía tiempo que los musulmanes temían que el Haram, donde se alzan la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa (el tercer lugar más sagrado para el islam, tras La Meca y la Medina), pudiera estar amenazado. Los judíos habían rezado en las enormes rocas del muro desde hacía siglos. En tiempos de los otomanos no se les había permitido colocar en el emplazamiento bancos, biombos ni pergaminos de la Torá, ni tampoco hacer nada que pudiera interpretarse como una reivindicación de su posesión. En realidad, no siempre se observaron ni estas restricciones ni las costumbres, la ley no se siguió al pie de la letra y las prácticas fueron más laxas de lo permitido. Poco cambió bajo los británicos, que se comprometieron a respetar el statu quo. En 1922, el Consejo Supremo Musulmán (CSM) se opuso a cualquier intento de reforzar el acceso judío y Haj Amin, el gran muftí, recaudó grandes sumas de dinero entre los musulmanes para restaurar la Explanada de las Mezquitas. Empezó a circular entonces en el mundo islámico propaganda acerca de una supuesta amenaza sionista. (Es posible que se basara en un fotomontaje o en un dibujo de la Explanada en panfletos y postales de propaganda sionista que tenían como objetivo atraer financiación judía.) Arengas incendiarias esporádicas avivaron las sospechas. Estudios modernos han sacado a la luz pruebas incompletas del plan de un extremista judío para volar la mezquita, así como la ejecución del hombre por parte de la organización de defensa Haganá.73Pero no había ningún plan sionista oficial para apoderarse de los lugares sagrados musulmanes. De hecho, el acuerdo firmado por Weizmann con el emir Faisal estipulaba que seguirían bajo control musulmán. Aun así, en un ambiente tan tenso, los rumores, la propaganda y la exageración importaban más que los hechos.

Este controvertido conflicto se agravó durante el Yom Kipur (el Día de la Expiación judío) de 1928, cuando los judíos llevaron un biombo al muro para separar a los hombres de las mujeres que oraban. La policía lo retiró. Cuando los británicos reafirmaron el statu quo, el CSM inició una campaña para imponer restricciones. «Los musulmanes de Palestina están decididos a sacrificarse en cuerpo y alma para proteger sus derechos religiosos —advertía un diario leal al muftí—. No permitirán que se los arrebaten como les han arrebatado sus derechos nacionales.»74La presión sionista generó una presión árabe contrapuesta. Meses de tensiones crecientes, una provocadora manifestación donde el movimiento revisionista de Beitar inspirado por Jabotinsky ondeó banderas y el cruce de acusaciones alcanzaron un punto crítico en el abrasador verano de 1929.75Ataques recíprocos en Jerusalén y más protestas sirvieron de preludio para los peores episodios violentos desde 1917. El 16 de agosto, un adolescente judío kurdo murió apuñalado a manos de árabes en la frontera entre dos barrios. Los relatos coetáneos difieren con respecto a si Avraham Mizrahi había enviado de un puntapié un balón de fútbol a un jardín árabe o había robado un calabacín. En épocas normales, una disputa trivial como aquella se habría resuelto sin problemas. Pero aquella distaba mucho de ser una época normal.76

La violencia estalló en Haram al Sharif tras las oraciones del viernes 23 de agosto. Varios judíos fueron asesinados en Jerusalén, donde se lamentó que la policía británica no utilizara la fuerza, que ni siquiera lanzara disparos de advertencia para disuadir a los atacantes. Hombres de la Haganá repelieron ataques procedentes de Lifta y Deir Yassin, en el confín occidental de la ciudad, en el recién construido barrio residencial judío de Beit Hakerem, con sus modestas casas de piedra y tejados de tejas rojas. Tanto la policía como los sionistas describieron Lifta de ser «la peor población de los alrededores de Jerusalén».77Árabes de Qaluniya atacaron la población judía vecina de Motza. Los muertos conocían personalmente a sus asesinos, un recordatorio de que en Palestina los vecinos y enemigos a menudo eran intercambiables. De toda la familia Maklef, el único superviviente fue Mordechai, de nueve años, que se salvó saltando por una ventana. (En 1948 participaría en la batalla por Haifa y en 1952 se convirtió en el segundo jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel.)

MASACRE EN HEBRÓN

El mayor ataque árabe en respuesta a las noticias que llegaban de Jerusalén tuvo lugar en Hebrón, sede de la Tumba de los Patriarcas y la mezquita de Ibrahim, un enclave religioso reverenciado por musulmanes y judíos. Entre las 64 víctimas de la comunidad judía ortodoxa de la ciudad se contaban una docena de mujeres y tres niños pequeños asesinados en circunstancias atroces. Raymond Cafferata, superintendente de la policía británica, describía así lo que había presenciado:

Oí gritos en una habitación y me dirigí hacia allí por una especie de pasaje abovedado. Vi a un árabe en el acto de decapitar a un niño con una espada. Le había alcanzado previamente y el pequeño tenía otro tajo. Al verme, intentó dirigir el espadazo hacia mí, pero falló; yo lo tenía prácticamente encañonado con el rifle. Le disparé en la entrepierna. Tras él había una mujer judía bañada en sangre. De pie junto a la mujer, con una daga en la mano, había un hombre en quien reconocí a un agente de policía [árabe] de Jaffa llamado Issa Sheriff. Al verme, corrió a una habitación cercana y me gritó en árabe: «Señor, soy policía». [...] Entré en la habitación y le disparé.78

En Safed, la ciudad santa de la Alta Galilea, 26 personas fallecieron. Los judíos habían vivido allí en paz, como en Hebrón, durante siglos, mucho antes de la aparición del sionismo, pero las tensiones habían ido en aumento en los años previos, como en todo el país. Pese a ello, los líderes de la comunidad judía de Hebrón habían rechazado la oferta del envío de hombres de la Haganá desde Jerusalén para protegerlos. En total, 133 judíos y 116 árabes fueron asesinados, la mayoría de los últimos por la policía británica, y 339 judíos y 232 árabes resultaron heridos. Ben Gurión calificó la masacre de Hebrón de pogromo, comparándola con los infames asesinatos de Kishinev de 1903 inmortalizados en un famoso poema hebreo de Chaim Nahman Bialik titulado «La ciudad de la masacre». De ese modo, el antisemitismo de la Europa del Este y la violencia árabe en Palestina, descrita por los árabes como resistencia legítima a la expansión sionista, quedaron fusionados en un todo indisoluble. La prensa hebrea publicó páginas y páginas con descripciones truculentas de las atrocidades y fotografías de las víctimas inocentes. La lección que extrajeron muchos judíos fue que la mejor defensa es un buen ataque. Haim Bograshov, director del instituto Herzliya de Tel Aviv, una escuela de élite donde se inculcaban con orgullo los valores sionistas, articuló tal argumento con las siguientes palabras:

Durante toda una generación, educamos a nuestros hijos y alumnos para que no ofrecieran el cuello al asesino, para que no murieran como los muertos de Safed ni como los caídos en la carnicería de Hebrón. Pero eso se ha acabado. El tiempo de los disturbios ha pasado para nosotros y no regresará, porque no dejaremos que nos maten sin oponer resistencia.79

Ahora bien, a diferencia de los pogromos de Rusia, la matanza de Hebrón no la organizaron las autoridades. Centenares de judíos recibieron el cobijo de sus vecinos árabes, que de este modo los salvaron. Aun así, pervivió como un ejemplo alarmante (y perdurable) del coste humano de la hostilidad árabe, que no mostraba indicios de amainar. En octubre, los árabes declararon una huelga general en protesta por las políticas británicas «de un prosionismo ciego». En Nablus, donde las autoridades concentraron su castigo, ochenta alumnos de la escuela gubernamental fueron azotados en las nalgas desnudas. Lo ordenó un funcionario británico conocido por su desprecio hacia los árabes, quien estaba convencido de que solo uno de cada 30 «estaba dotado por la naturaleza para merecer la inversión de dinero público en su educación secundaria».80Sin embargo, la Comisión de Investigación Británica encabezada por sir Walter Shaw consideró que la violencia no pretendía ser una insurrección contra la autoridad británica.

Los árabes denominaron aquellos ataques «la sublevación de Buraq», en referencia al caballo alado del profeta. Los judíos recordarían aquellos acontecimientos como los «disturbios de 1929». En junio de 1930, tres árabes, condenados por asesinatos en Hebrón y Safed, murieron en la horca en la prisión de Acre. Mientras tenían lugar sus ejecuciones, una multitud de centenares de personas aguardaba en silencio en el exterior, en el que pasaría a conocerse como Martes Rojo por el poema de Ibrahim Touqan. Se celebraron velatorios en Haifa y en Nablus. «Que la sangre de estos mártires palestinos riegue las raíces del árbol de la independencia árabe», rezaba un panegírico.81La canción «Desde la cárcel de Acre» («Min Sijn Akka»), del popular poeta Nuh Ibrahim, sigue siendo un clásico en la memoria colectiva palestina. En cambio, al policía palestino que mató a toda una familia árabe en Jaffa le conmutaron la pena de muerte.82

Con el tiempo, la violencia de 1929 se vería como un hito importante. Se había despertado un sentimiento panmusulmán por el destino de Haram al Sharif, y seguiría siendo un factor determinante en la movilización de la opinión pública y para gobiernos externos a Palestina. En el propia Palestina, los árabes tenían la percepción de que la antigua distinción entre judíos y sionistas había dejado de ser válida. En Hebrón, en concreto, el establecimiento de una nueva yeshivá (escuela rabínica) en 1924 había comportado la llegada de estudiantes judíos estadounidenses y europeos; no eran colonos sionistas, pero probablemente los árabes locales los concibieran como tales.83Los judíos sefardíes del viejo Yishuv cerraron filas con los asquenazíes recién llegados y empezaron a hacer algo de lo que hasta entonces se habían refrenado: alistarse a la Haganá y adoptar un espíritu abiertamente sionista.84Para abreviar, la confrontación entre árabes y judíos se estaba volviendo de manera más explícita un conflicto nacional.

Además, la conciencia del significado de este cambio se agudizó: voces judías de la izquierda y de la derecha comparaban la situación con estar sentados sobre un volcán.85Christopher Sykes, un astuto cronista británico de los años del Mandato, identificó 1929 como «una encrucijada en el tiempo en la que los errores no podían revertirse».86En uno de varios episodios similares, árabes de Lifta, en la periferia oeste de Jerusalén, atacaron el vecindario judío de Nahalat Shiva del centro urbano, construido sobre tierras que sus antepasados habían vendido años antes. ¿Era tal ataque un indicio de que empezaban a entender el craso error que habían cometido al permitir que los sionistas se establecieran con la firmeza con la que lo habían hecho?87Shmuel Yosef Agnón, el célebre literato hebreo, vivió el trauma en Talpiot, una nueva zona residencial judía de Jerusalén que también fue atacada, tras lo cual relató que sus sentimientos hacia los árabes habían cambiado. «Ahora mi actitud es la siguiente: ni los odio ni los aprecio; no quiero verles la cara. En mi humilde opinión, lo que hoy necesitamos es construir un gran gueto de 500.000 judíos en Palestina. De lo contrario, estamos perdidos.»88Yehoshua Palmon, un judío nativo de Jaffa que con el tiempo se convertiría en un influyente «experto» en árabes, situaba 1929 como un punto de inflexión en el conflicto. La violencia «me enseñó que solo teníamos dos alternativas ante nosotros: la rendición o la espada —reflexionaba más tarde—. Y yo elegí la espada».89

RECELOS CRECIENTES

Siguiendo un patrón cada vez más corriente bajo el Mandato británico, tras los hechos de 1929 se inició otra investigación que se consumó con nuevas recomendaciones políticas. En marzo de 1930, la Comisión Shaw concluyó que «las reivindicaciones y las exigencias que el bando sionista ha planteado con respecto al futuro de la inmigración judía en Palestina han suscitado recelos crecientes entre los árabes, quienes por un lado temen que se los prive de su medio de vida y por otro quedar bajo la dominación política de los judíos».90Para desasosiego de los judíos, la comisión señaló a «la clase desposeída de tierras y descontenta» que se estaba formando a raíz de la expansión sionista como la principal causa de conflicto y urgió a seguir «instrucciones más explícitas». Otra investigación, esta realizada por sir John Hope Simpson, analizó a continuación la capacidad financiera de Palestina y concluyó que no había tierra suficiente para colmar las necesidades de los inmigrantes judíos. Las zonas rurales árabes ya estaban experimentando una crisis económica, agravada por una mala cosecha que había obligado a los campesinos a vender sus tierras y emigrar a las ciudades y a los barrios de chabolas que se propagaban a su alrededor. Y advertía:

El principio del boicot persistente y deliberado a la mano de obra árabe en las colonias [judías] no solo es contrario al Mandato, sino que además representa una fuente constante y creciente de peligro para el país. La población árabe ya contempla la transferencia de tierras a manos sionistas con consternación y alarma. Y no puede considerarse que no tengan motivos para hacerlo a tenor de la política sionista.

En opinión de los sionistas, esta valoración era «condescendiente y hostil».91

El libro blanco que se publicó a raíz del estudio, a nombre del secretario colonial, lord Passfield (Sidney Webb), apareció en octubre de 1930. Daba a entender que en un futuro previsible habría que restringir la inmigración judía a Palestina. Los sionistas, descontentos ante lo que percibían como una pérdida de influencia en Londres, se mostraron horrorizados. Chaim Weizmann dimitió como presidente de la Organización Sionista y la Agencia Judía, su brazo ejecutivo reconocido por los británicos. Tanto diputados laboristas prosionistas como la oposición conservadora atacaron a Passfield, y el libro blanco se retiró tras someter a una intensa presión al Gobierno laborista en minoría de Ramsay MacDonald aprovechando su debilidad.92En febrero de 1931, MacDonald leyó a los parlamentarios una carta que le había enviado a Weizmann (los árabes la llamaron Carta Negra) en la que repudiaba la política de Passfield. «Aquella carta que me remitió MacDonald —escribió Weizmann— comportó un cambio de actitud en el Gobierno, así como en la administración de Palestina que nos permitió obtener las magníficas ganancias de los años subsiguientes.»93En la estela de los alarmantes acontecimientos de 1929, el movimiento sionista obtuvo una sonada reafirmación del compromiso de Gran Bretaña con el hogar nacional. En cambio, no se reevaluaron las relaciones de los judíos con los árabes de Palestina.

De manera esporádica, algunas voces más críticas se hicieron oír. Hans Kohn era un simpatizante de la Brit Shalom que, de manera inusitada, aunque apropiada para un futuro y renombrado experto en nacionalismos, expuso la confrontación entre árabes y sionistas enmarcándola en el contexto más amplio de la resistencia al colonialismo en otras regiones del mundo:

No puedo estar de acuerdo [con la política sionista oficial] cuando se describe el movimiento nacional árabe como una agitación injustificada de unos cuantos grandes latifundistas. Sé [...] que a menudo la prensa imperialista más reaccionaria de Inglaterra y Francia plasma de modo similar los movimientos nacionales de la India, Egipto y China, es decir: de allá donde los movimientos nacionales de pueblos oprimidos amenazan los intereses de la potencia colonial. Y sé lo falso e hipócrita que es este retrato. Fingimos ser víctimas inocentes. [...] Es cierto que los árabes nos atacaron en agosto. Como carecen de ejército, no podían obedecer las reglas de la guerra. Perpetraron todos los actos barbáricos que caracterizan una revuelta colonial. Pero tenemos la obligación de explorar la causa más profunda de tal revuelta. Llevamos doce años en Palestina [...] sin hacer ni el más mínimo intento serio de obtener, mediante negociaciones, el consentimiento del pueblo autóctono. Hemos dependido exclusivamente del poderío militar de Gran Bretaña. Nos hemos fijado objetivos que, por su propia naturaleza, tenían que conducir a un conflicto con los árabes. [...] Deberíamos haber sabido que dichos objetivos [...] serían [...] la causa justa de una sublevación contra nosotros. [...] Hemos fingido que los árabes no existían.94

Judah Magnes, el pacifista y rabino reformista estadounidense que devendría el primer rector de la Universidad Hebrea, había inferido conclusiones similares en un polémico discurso pronunciado en torno a la misma época, durante el cual fue abucheado por los estudiantes. «Si no somos capaces de hallar vías para la paz y el entendimiento, si la única manera de establecer un hogar nacional judío es con las bayonetas de un imperio ajeno, nuestro proyecto, en sí, no merece la pena; y convendría que el pueblo eterno, que ha sobrevivido a muchos imperios, supiera aplacar su espíritu con paciencia, planificar y esperar.»95Aun así, eran los argumentos de una exigua minoría judía con muy poca capacidad para influir en el estado de ánimo forjado por el derramamiento de sangre. En 1931, Arthur Ruppin abandonó la Brit Shalom y la organización dejó de existir dos años después a causa de la deserción de muchos de sus miembros y de la falta crónica de financiación.

Ben Gurión, por entonces erigido en una poderosa figura del movimiento laborista, había hablado sin rodeos de las aspiraciones irreconciliables de los sionistas y los árabes durante años, y en noviembre de 1929 aseguró que la existencia de un movimiento nacional árabe era ya incontestable. «El árabe de Eretz Yisrael ni debería ni puede ser sionista —les dijo a sus correligionarios—. No puede pretender que los judíos se conviertan en una mayoría. Ese es el origen de nuestra verdadera confrontación con los árabes. Ambos aspiramos a ser la mayoría.»96Tales comentarios se hicieron en privado. Mientras tanto, en paralelo, en público mantenía la línea oficial de que los disturbios eran obra de «una turba incitada e inflamada por el fuego de la religión y el fascismo».97En octubre ya había recalcado la necesidad de centrarse en la inmigración masiva y de reforzar la seguridad física del Yishuv, y había esbozado un plan llamado Bitzaron (‘Fortificación’.) Los espacios vacíos entre los distintos asentamientos existentes se cerrarían —«unir los puntos», lo llamaba él— y, en el futuro, se planificarían los asentamientos con vistas a garantizar la contigüidad territorial. Jerusalén, que hasta entonces no había sido una prioridad, sería objeto de especial atención.

Sobre el terreno, otra consecuencia importante de la violencia de 1929 fue la creciente separación física entre las dos comunidades del país. Los judíos abandonaron por completo Hebrón, si bien tres docenas de familias sefardíes regresaron en 1931. Los pocos judíos de Gaza y otras zonas de Palestina con una mayoría abrumadora de árabes también se marcharon. Movidos por la presión de un efímero boicot por parte de los árabes, los mercaderes judíos abandonaron la Ciudad Vieja de Jerusalén, así como barrios árabes de Haifa y Jaffa, y se mudaron a otros donde la población predominante era judía o a Tel Aviv. La pequeña comunidad de pescadores judíos de Salónica que residía en Acre se trasladó a Haifa. Los árabes también dejaron las zonas dominadas por los judíos. «Los taxistas árabes temen entrar en los barrios judíos y los judíos en los árabes —aseguraba la esposa de una autoridad británica en Jerusalén—. Una se sube a un coche con matrícula hebrea pensando que el conductor será judío y se sorprende al encontrar al volante a un árabe que ha puesto números hebreos para conseguir clientes. Todos los taxistas tienen dos gorros, y se ponen el fez o un sombrero normal en función del distrito por el que transitan.»98La demarcación se agudizó. «En todos los aspectos, se había abierto un cisma entre los dos pueblos que nadie intentaba enmascarar», sostenía un informe británico.99La tendencia hacia la segregación económica también se agravó. En su estela, los disturbios impulsaron la campaña para contratar mano de obra hebrea, sobre todo en el ámbito rural. La vieja idea de un sindicato conjunto de árabes y judíos, que nunca tuvo demasiada repercusión, recibió una estocada casi mortal. En el viñedo de Motza, a las afueras de Jerusalén, donde en el pasado el Histadrut había hecho campaña en vano por la contratación exclusiva de mano de obra hebrea, se despidió a la mayoría de los jornaleros árabes.100Las líneas de la batalla estaban cada vez más claras.