Acabo de colocar el último de los libros que me he traído de España en la estantería de mi nueva habitación y doy un paso atrás para contemplar mi obra. Resulta bastante deprimente. He facturado una maleta entera solo para ellos y, aun así, son poquísimos. Los magos necesitamos rodearnos de libros porque son la fuente de nuestra magia. En casa de mi padre tengo una pequeña biblioteca solo para mí, y en el internado acabé acumulando tantos que tuve que comprar una estantería adicional en Ikea a medias con mi compañero de habitación.
Quizá podría pedirle prestado algún ejemplar a mi abuela cuando vaya a visitarla este fin de semana. Ella no es bruja, pero le gusta leer. Además, todavía guarda alguno de los libros de mi madre. Acaricio con los dedos el lomo de mi ejemplar de Don Juan Tenorio. Es uno de mis libros más antiguos y valiosos y suelo recurrir a él para varios hechizos. Utilizaba «cuán gritan esos malditos, pero mal rayo me parta si en concluyendo esta carta no pagan caros sus gritos» casi a diario, cuando quería insonorizar la habitación del internado en época de exámenes. Con la primera frase hubiera sido suficiente, pero me encantaba recitar el fragmento entero. No puedo evitar sentir un poco de nostalgia.
Alguien golpea la puerta de mi habitación. Al abrirla, me encuentro a una chica de mi misma edad. Va vestida con un jersey enorme que le llega hasta medio muslo y con el símbolo de Gucci bordado en el pecho. Lleva el pelo retirado hacia atrás en una larga coleta rubia y una mascarilla para el cutis hecha con barro. Al menos espero que sea barro, porque no tiene muy buena pinta. Ni siquiera me mira, está tecleando en su teléfono móvil.
—¿Te gusta la comida vietnamita? —pregunta, todavía tecleando—. Hay un restaurante que reparte a domicilio y necesito gastar nueve euros más para que me salga gratis el envío.
—No estoy seguro de si la he probado alguna vez —contesto, aturdido.
Ella levanta la mirada y me dedica una sonrisa traviesa.
—Siempre hay una primera vez para todo, ¿no?
Suelto una carcajada.
—Vale, pídeme lo mismo que has pedido tú.
La chica asiente, satisfecha, y vuelve su atención a la pantalla. Sin embargo, no se marcha. Entra a mi habitación y se sienta en la cama a medio hacer, apoyando la espalda en la pared.
—Genial, estarán aquí en media hora. Además, voy a necesitar que recibas al repartidor por mí. No puedo salir con estas pintas. —Deja el teléfono sobre la colcha y estira los brazos, reprimiendo un bostezo a duras penas—. Estoy molida, llegué ayer desde Estados Unidos y el jet lag me está matando.
Me siento en la silla del escritorio.
—¿Has venido a Florencia para estudiar magia? —le pregunto.
Puedo notar que es una bruja, pero prefiero que sea ella quien me lo diga. Mi capacidad para detectar el aura mágica de otras personas no es un don muy habitual, ni siquiera entre los magos, así que suelo evitar mencionarlo.
—Eso es —comenta orgullosa—. No vengo de una familia de grandes magos, excepto mi tía abuela, a la que no se le daba mal, pero todo el mundo dice que yo tengo bastante potencial. Me llamo Gina, por cierto. Gina Gambaro.
Sí que tiene potencial, eso también puedo notarlo.
—Adrián Montes —me presento.
La mascarilla alrededor de los ojos de Gina se cuartea un poco ante su expresión de sorpresa. Un trocito de barro seco cae sobre su regazo.
—Dijeron que estarías por aquí. En la universidad, quiero decir. Pero no esperaba que te alojases justo en la habitación de enfrente.
—¿Dijeron? —repito—. ¿Quién lo dijo?
—Creo que lo comentaron en uno de mis vídeos de TikTok. La mayoría de mis seguidores ni siquiera son magos, pero están muy bien informados. En Estados Unidos la magia se ha puesto muy de moda, ¿sabes?
Niego con la cabeza. No lo sabía.
—Hay hasta foros de cotilleos sobre las grandes familias europeas —continúa ella—. Cuando anuncié que me marchaba de Brooklyn y venía a estudiar aquí, mis notificaciones se volvieron locas. Siempre he sido popular en redes sociales, pero de repente me convertí en una verdadera influencer. —Se señala la sudadera de Gucci—. Un montón de marcas querían colaborar conmigo y algunos seguidores empezaron a contarme cosas sobre la Universidad de Magia y Elocuencia. Me hablaron de ti y de tu amigo.
—¿Rhys?
Noto cómo me sube el calor a las mejillas, me siento invadido y violentado. No puedo creer que haya gente en Internet hablando de nosotros. Gina ha mencionado foros de cotilleos.
—Exacto, y también me hablaron de la familia De Luca —comenta ella con naturalidad—. Parece ser que Enzo, el hijo menor, no se lleva muy bien con sus padres y ha vivido los últimos tres años en casa de Rhys Cooper, en Londres. Ahora él también va a empezar a estudiar aquí… —Se detiene de golpe y me mira con preocupación—. Perdona, ¿te he hecho sentir incómodo?
—No sé qué te han contado tus informadores, pero no soy ninguna celebridad —le explico, intentando no sonar demasiado hostil—. Ni en Italia, ni en España, ni en ninguna parte.
Tampoco creo que Rhys lo sea. Los inquilinos de la fábrica textil apenas recordaban su nombre cuando he preguntado por él. Aun así, Gina parece sorprendida.
—Pero tu madre… —Debe percibir algo en mi mirada, porque no termina la frase—. Lo siento, dudo que te apetezca hablar de eso con una desconocida. Creo que he perdido la capacidad de tratar con seres humanos que no se encuentren al otro lado de mi teléfono móvil.
Parece muy avergonzada. Sonrío un poco, a pesar de todo.
—No pasa nada —contesto—. Supongo que tendré que empezar a acostumbrarme a que algunos desconocidos mencionen a mi madre, ahora que vivo aquí. Empezando por los profesores. La mayoría coincidió con ella en la universidad.
Gina arruga la nariz de un modo gracioso y cae otro trozo de barro a su regazo. Parece un golem de arcilla regresando poco a poco a su forma humana. Un golem atractivo. Pese a la mascarilla, Gina es bastante guapa.
—Tranquilo, he aprendido la lección. Me quedaré contigo durante las clases y lanzaré una mirada furibunda a quienes se pasen de la raya.
Suelto una carcajada.
—Te lo agradezco, llevo un tiempo planteándome contratar un guardaespaldas.
Gina ríe también. Sospecho que acabo de hacer mi primera amiga en Florencia.