RHYS

La Universidad de Magia y Elocuencia está situada en el Palazzo Pitti. Se trata de un edificio de tres plantas que se encuentra al otro lado del río, construido en el siglo xv y rodeado de jardines. Es un lugar hermoso y algo inusual si lo comparamos con el resto de los palacios de Florencia, mucho más discretos y estilizados. Nos citaron a todos los nuevos alumnos en una especie de anfiteatro al aire libre, en el patio central frente a las puertas de entrada. Son las doce del mediodía y podemos ver a los estudiantes de cursos superiores recorrer el sendero de acceso a los jardines en dirección al pórtico frontal. Ellos llevan uniforme; nosotros, todavía no.

No me interesan demasiado los alumnos de cursos superiores, si os soy sincero. Me preocupan mucho más las personas que tengo a mi alrededor. Ellos van a ser la verdadera competencia durante los próximos tres años. Somos diecisiete. Quizás os parezcan pocos, teniendo en cuenta que no hay otra universidad especializada en magia en Italia, pero no todos los magos llegan tan lejos en sus estudios. La mayoría se conforman con una formación básica durante la escuela media que les permita controlar sus poderes. Solo los mejores entre los mejores son admitidos en un lugar así y se dedican en exclusiva a la investigación de la magia. A crear nuevos hechizos.

Reconozco a varias personas de la fábrica textil, pero he pasado casi toda mi vida en Inglaterra y la mayoría me resultan caras desconocidas. Muchos se acercan a saludar a Enzo o le dedican sonrisas tímidas. Él se comporta ante ellos con la misma fría indiferencia con la que trata a casi todo el mundo. Chloe saluda a una chica morena y menuda que juega de forma nerviosa con los botones de las mangas de su blusa y, cuando regresa con nosotros, nos explica que se llama Lucía y que es una prima lejana.

—En realidad no quiere estar aquí —nos aclara Chloe—. Y me sorprende verla: nunca se le ha dado muy bien la magia, que yo recuerde.

Se parecen un poco en las pecas.

Un par de personas me dedican miradas curiosas. Quizá se estén preguntando quién soy o qué hago al lado de Enzo de Luca. Los magos no tenemos realeza propia ni nada parecido. Tampoco tenemos gobierno propio, nos integramos en nuestro país de residencia como una profesión más, aunque a veces pienso que la magia se parece más a una religión que a una profesión. Aun así, la familia De Luca es lo más cercano que tenemos los magos italianos a una familia real. Son insultantemente ricos (y esto os lo dice alguien a quien a los cinco años le compraron un poni y a los diecisiete un Aston Martin) y tienen un talento natural para la magia que parece reforzarse generación tras generación.

Como si esto no fuera suficiente, la abuela de Enzo es la encargada de organizar todos los años la temporada social de verano y las celebraciones de Navidad. En ellas, las familias mágicas más importantes del país se reúnen en Amalfi y en Roma, respectivamente, para sacar a relucir lo mucho que se desprecian mientras fingen cortesía e intentan arreglar un buen matrimonio para sus hijos e hijas. Por suerte, jamás he ido a ninguna de esas celebraciones. La simple idea me produce escalofríos. Imagino que mi padre hace tiempo que renunció a que acabara casándome de forma voluntaria con la hija de una respetable familia mágica (con la hija de nadie, en realidad) y comprendió que no merecía la pena enviarme a Amalfi durante el verano.

Hablando de eso: uno de los chicos que llevan un rato observándome se ruboriza y sonríe de forma suave cuando me giro en su dirección. Desvío la atención a otro lugar, dejándole claro que no estoy interesado en lo que sea que se le esté pasando por la cabeza. Es moderadamente atractivo y, si me hubiera cruzado con él en un pub del Soho londinense, quizá habría tratado de entablar conversación. Pero no tengo ninguna intención de complicarme todavía más la existencia, muchas gracias. Estoy seguro de que hay otros hombres en Florencia, fuera de la Universidad de Magia y Elocuencia.

Adrián Montes también me ha estado observando. La sutileza nunca ha sido su punto fuerte. Aunque, en su caso, cuando nuestras miradas se cruzan, yo le dedico una mueca hostil y él pone los ojos en blanco. Ha venido bastante bien vestido. Estaba seguro de que no iba a respetar la etiqueta de la universidad. A los nuevos alumnos se nos permite asistir con nuestra propia ropa durante las dos o tres primeras semanas, hasta que los uniformes estén listos, pero hay una regla no escrita por la cual, durante ese tiempo, se debe tratar de escoger prendas que combinen con los colores de la institución (gris, verde musgo y granate). Adrián, para mi sorpresa, ha aparecido vestido con unos pantalones grises de algodón y un elegante jersey de cuello redondo de color granate. Si no fuera porque sé quién es, pensaría que se trata del hijo de alguna de las grandes familias romanas.

Sospecho que la chica rubia que va con él, que lleva un buen rato poniéndome de los nervios y que no para de grabar vídeos en su teléfono móvil, ha tenido algo que ver. Seguro que ha sido ella quien le ha escogido la ropa.

Me pregunto si son pareja. Ojo, no es que me importe. En absoluto.

Chloe saluda a Adrián desde el otro lado del anfiteatro con un efusivo gesto con la mano, como si se conociesen de toda la vida, en lugar de un breve periodo de apenas cinco segundos en los que no intercambiaron ni una sola palabra. Adrián parece un poco sorprendido, pero le devuelve el saludo con una sonrisa amable, y es mi turno para poner los ojos en blanco mientras me acomodo entre mis dos amigos en uno de los asientos. No tarda mucho en venir a buscarnos una de las profesoras de la institución.

La reconozco pese a no haberla visto nunca en persona. Se trata de Alfonsina Baldini, una de las brujas italianas más respetadas de nuestro tiempo. Que yo sepa, ha trabajado en esta universidad desde que se graduó. Ahora tiene alrededor de sesenta y cinco años. Es una mujer de espalda recta, andares rápidos, piel bronceada y pelo oscuro, canoso por las sienes, recogido hacia atrás de tal modo que le cae suelto por los hombros hasta media espalda. He visto fotografías suyas antes, así que no me toma por sorpresa el parche que lleva sobre el ojo izquierdo, debajo de las llamativas gafas de pasta de color carey.

—Aquí está mi nueva remesa de aprendices —comenta con una sonrisa de medio lado al colocarse en el centro del anfiteatro con los brazos en jarras y repasando de forma rápida, con su único ojo visible, todos nuestros rostros—. Parecen unos jóvenes saludables, encantadores y llenos de ganas de aprender —comenta, de un modo que no queda claro si lo dice en serio o trata de burlarse de nosotros—. Me alegra tenerla por aquí, señorita Knight —añade, dirigiéndose a Chloe—. ¿Qué tal se encuentran sus padres?

Chloe hace ademán de ponerse en pie, y tengo que sujetarle la manga con disimulo para que permanezca sentada. Las instituciones mágicas inglesas, donde hemos estudiado tanto ella como yo, mantienen una serie de protocolos de lo más estrictos, pero sé que en Italia no se espera tanta formalidad de nosotros.

—Ambos se encuentran estupendamente, señora.

La madre de Chloe es italiana, pero su padre dirige una pequeña escuela de magia en Somersby, especializada en el poeta Alfred Tennyson. Casi todo lo que sé sobre Alfonsina Baldini proviene de lo que nos ha contado Chloe. Se ha alojado en su casa un par de veces; a los intelectuales les gusta relacionarse entre sí.

La mirada de la profesora se desliza hacia mí y vuelve a sonreír. Juraría que lo hace con cierta nostalgia, dejando atrás su socarronería previa. Trago saliva y trato de permanecer impertérrito. En la época en la que mi madre estudiaba aquí, ella ya debía de formar parte del claustro de profesores. Agradezco cuando desvía su atención a otro sitio, da una palmada con las manos de forma enérgica y nos anima a seguirla al interior del edificio.

—Vamos, estoy segura de que se mueren de ganas de conocer el lugar donde van a pasar la mayor parte del tiempo durante los próximos tres años.

El interior de la Universidad de Magia y Elocuencia no es lo que esperaba que fuera. Había visto fotos y vídeos en la página web, pero en persona se respira un ambiente distinto. Atravesamos una sala vacía tras otra, tratando de seguir el ritmo de la profesora Baldini. Son todas enormes, con las paredes repletas de cuadros y una disposición algo laberíntica. Los techos están decorados con frescos de escenas mitológicas y hay estanterías llenas de libros por todas partes.

Eso es lo que más me sorprende. No los libros en sí, sino la energía que desprenden. Nunca había visto tantos volúmenes antiguos juntos, y su poder resulta abrumador. En la biblioteca que tenemos en casa hay una colección magnífica, pero mi padre no es un estudioso y esos libros no están acostumbrados a que se experimente con ellos. Los de la universidad parecen susurrarte para que te acerques. Para que los abras, los leas y encuentres una frase que nadie hasta ahora haya encontrado. Una frase que se convierta en un nuevo hechizo. El hechizo que lo cambie todo.

Tomo aire despacio por la nariz y lo expulso por la boca. Llevo utilizando este truco desde que era pequeño para evitar perder el control. Es demasiado. Demasiados libros y demasiados recuerdos. La profesora Baldini me observa con curiosidad, y creo que se ha dado cuenta de que no me encuentro muy bien. Rezo interiormente para que siga adelante y no se dirija a mí. Lo último que necesito ahora mismo es convertirme en el centro de atención. Agradezco cuando vuelve a mirar al frente y nos anuncia que la estancia que acabamos de dejar atrás se llama Sala de Apolo y que vamos a pasar a la Sala de Marte.

—Casi todas las clases de iniciación las tendréis conmigo —informa, mientras vamos atravesando una sala tras otra—. Después de unas semanas, cuando podamos ir valorando vuestras capacidades, os asignaremos grupos de trabajo más reducidos con otros profesores y alumnos de cursos superiores. Sé que no todos vosotros habéis recibido educación mágica reglada en una escuela media, y algunos os habéis formado en un idioma diferente al italiano. En la mayoría de los casos, eso os va a enriquecer, pero también puede llegar a ser un problema. Os asignaremos también tutores de refuerzo para suplir vuestras carencias…

Apenas puedo escucharla. El pulso me golpea con fuerza en las sienes. Demasiados libros y demasiados recuerdos. Busco a Adrián con la mirada. Está a un par de metros delante de mí, caminando junto a su amiga y prestando total atención a las palabras de la profesora. Lo odio más que nunca.

¿Es que no es consciente de dónde nos encontramos? ¿No comprende lo que ocurrió en los laboratorios de esta misma universidad? Beatriz Barbieri y Gemma Pellegrino, amigas inseparables, estudiantes brillantes, brujas excepcionales, obsesionadas con encontrar una frase que se convirtiera en un nuevo hechizo. El hechizo que lo cambie todo.

Y lo cambió todo. Al menos para nosotros.