Autor desconocido (tercer milenio a. C.)
Ampliamente considerado como el primer libro conocido de ficción del mundo, el Poema de Gilgamesh es un poema enorme que cuenta las aventuras de Gilgamesh, un rey de la antigua civilización sumeria localizada en la región moderna de Irak y Siria (algunos registros históricos sugieren que en realidad sí hubo un rey con ese nombre que probablemente gobernó durante la primera parte del tercer milenio a. C.). En la actualidad tenemos unas 3 200 líneas del texto, que, se piensa, son entre el 80 y 90% del total del original. Escrito en la última parte del tercer milenio antes de Cristo, Gilgamesh puede justamente considerarse como el primer gran avance en la historia de la literatura (la obra maestra original del pensamiento creativo preservada de manera escrita).
La historia en sí es muy divertida. Gilgamesh, descrito como una tercera parte humano y dos terceras partes deidad (su madre, Ninsun, era una diosa y su padre, un simple mortal), es rey de Uruk, una brillante ciudad amurallada al sur de Mesopotamia. Gigantesco y fuerte, también es bastante obstinado, trata con prepotencia a los hombres de Uruk con sus proezas atléticas y ejerce lo que él considera su derecho de involucrarse con las mujeres de la ciudad, en especial con las recién casadas. Los ciudadanos, cansados de este mal comportamiento, se quejan ante los dioses, por lo que, de un pedazo de arcilla, la diosa Aruru le crea un compañero, un gigante llamado Enkidu, con la esperanza de que lo mantenga en el buen camino.
Enkidu es de una naturaleza primitiva, aunque también posee inteligencia humana. Sin embargo, después de caer en la tentación de participar en una prolongada relación sexual con una humana, una prostituta del templo llamada Shamhat (se dice que el encuentro duró una semana completa, o incluso dos, de acuerdo con algunas interpretaciones), los animales lo rechazan y se vuelve completamente humano. Lo expulsan de su viejo mundo y lo lanzan a uno nuevo, con frecuencia más complicado. Su nueva moralidad provoca que rete a Gilgamesh en una lucha feroz; no obstante, al final forman una amistad que los conduce a varias aventuras.
Tiempo después de la pelea, el dúo va al Bosque de los Cedros, del cual planean llevarse algunos árboles sagrados luego de matar a su temido protector, un monstruo llamado Khumbaba el Terrible. Más adelante, la diosa Ishtar expresa su deseo por Gilgamesh, pero él la rechaza, lo que ocasiona que la diosa despreciada mande al Toro Celeste a ejecutar su terrible venganza sobre él si continúa rechazándola, pero Gilgamesh y Enkidu logran matar a la bestia. Las muertes de Khumbaba y el Toro suscitan la ira de los dioses, quienes condenan a Enkidu a sufrir una muerte lenta y agónica durante 12 días, enfermo y postrado en una cama.
Devastado por la pérdida de su amigo y decidido a escapar de un destino similar, Gilgamesh busca descubrir el secreto de la vida eterna de los únicos humanos sobrevivientes al diluvio universal. Para localizarlos, debe emprender un largo y peligroso viaje que de nada le sirve, ya que descubre que la muerte es inevitable. Gilgamesh muere antes de que la historia termine (probablemente de viejo, aunque no se dice de manera explícita) y los ciudadanos de Uruk lamentan la muerte de su gobernante.
Gilgamesh incluye varios tropos que se volvieron elementos básicos en las epopeyas clásicas de héroes; tal vez un claro ejemplo sería que sirvió de modelo para la Ilíada de Homero (en la que destacan las similitudes del personaje de Patroclo con Enkidu), y para la Odisea. Muchos eruditos también argumentan que Gilgamesh tiene puntos en común con la Biblia.
La historia de Enkidu (un hombre creado de manera divina a partir de barro y expulsado de su hogar después de haber sido tentado por Shamhat) tiene obvios paralelismos con la historia de Adán y Eva y su expulsión del Edén. Pero tal vez lo que más sorprende es la visita de Gilgamesh a Utnapishtim y su esposa en busca del secreto de la vida eterna. En ese episodio, Utnapishtim relata cómo el dios Enlil produjo un gran diluvio en el mundo como castigo por las fallas del hombre. Sin embargo, Utnapishtim recibe una advertencia por parte de otro dios, quien le dice que prepare un barco que pueda albergarlo a él y a su familia y poner a salvo todas las semillas de todas las cosas vivientes. Cuando llega el diluvio, solo los tripulantes del navío se salvan. Finalmente el barco queda en la cima de una montaña y es ahí donde Utnapishtim libera varias aves (incluyendo una paloma) para que busquen tierra firme. Salvo por unos cuantos nombres, la historia es casi idéntica a la del arca de Noé como se narra en el Génesis. Se desconoce si Gilgamesh sirvió de fuente para la historia de Noé o si ambas historias simplemente reflejan una tradición narrativa compartida.
La historia literaria de Gilgamesh es casi tan fascinante como la historia épica que relata. Originalmente era una serie de poemas sumerios en escritura cuneiforme, escritos alrededor del año 2100 a. C.; la versión más completa que conocemos en la actualidad proviene de los babilonios, quienes la grabaron en el lenguaje acadio en 12 tablillas de piedra entre el 1200 y el 1000 a. C. Pero después del 600 a. C., Gilgamesh se convirtió en un clásico perdido en su mayoría. Luego, en la década de 1850, un grupo de arqueólogos liderado por británicos descubrió un gran número de tablillas grabadas en el sitio de una antigua biblioteca en Nínive, cerca del actual Mosul en Irak, las cuales fueron debidamente enviadas al Museo Británico. Después de varios años, el museo recurrió a un voluntario —un grabador de billetes llamado George Smith, quien había abandonado la escuela a los 14 años (y que ya desde esa edad sentía una gran fascinación por la historia y la cultura asiria)— para que los ayudara a analizar los fragmentos que habían permanecido sin revisar en un almacén. Durante aproximadamente diez años, entre las décadas de 1860 y 1870, logró traducir varias tablillas y de esta manera reintrodujo la historia al mundo. Fue la poesía elegante de un aficionado entusiasta, y no la de un renombrado hombre de letras, la que reconectó al mundo con la primera y grandiosa obra literaria de la historia.
¡POR GEORGE!
No se sabe a ciencia cierta si George Smith se percató del alcance de su logro, dado que murió en 1876 en un viaje de estudio a Alepo, con tan solo 37 años. Gran parte de su emoción por los fragmentos que decodificó se debió a que creía que validaban la veracidad del Génesis. Se dice que se levantó de un brinco de su silla y que corrió eufórico por los pasillos del Museo Británico cuando leyó sobre un diluvio universal que había acabado con la humanidad, salvo por un hombre y su familia. Cuando le comunicó su descubrimiento a la Sociedad de Arqueología Bíblica, el primer ministro británico, William Gladstone, se encontraba entre la audiencia y los descubrimientos de Smith llegaron a los titulares en el mundo entero.
Atribuido a Lao Tse (primer milenio a. C.)
El Tao Te Ching, que de manera general se traduce como «El camino y la virtud», es la guía espiritual principal para los seguidores de la antigua filosofía china del taoísmo. Los taoístas abogan por llevar una vida sencilla, humilde y piadosa, y con ello, lograr equilibrar el Tao, que equivale al universo en sus manifestaciones materiales y espirituales. En términos más simples, sus adeptos buscan una existencia pacífica en armonía con la naturaleza y exponen conceptos como virtud (de), naturalidad (ziran) y no-acción (wu wei).
El supuesto autor del libro, Lao Tse, es un personaje altamente controversial, quien pudo haber vivido alrededor del siglo vi a. C., como contemporáneo de Confucio, aunque algunos eruditos han sugerido que vivió después, en los dos siglos siguientes. Muchos otros dudan que Lao Tse (que con frecuencia se traduce como «Viejo Maestro») haya sido real, incluso existe una gran escuela de pensamiento que cree que el Tao Te Ching es una colección de poesía y frases provenientes de varios autores.
La finalidad del libro es proporcionar una guía a los taoístas sobre cómo pueden vivir en armonía con el universo. Aunque el taoísmo permite deidades, la energía universal en el centro de su filosofía no se considera en términos de una divinidad suprema. Más bien, esta energía se conecta con todo, creando un todo unificado, y sus seguidores intentan vivir en equilibrio con sus fuerzas opuestas; por ejemplo, luz y oscuridad, fuego y agua, acción e inacción. Estas dualidades se encuentran resumidas en el concepto del yin y el yang.
El Tao Te Ching es relativamente corto, se compone de poco más de ochenta pequeñas secciones y tan solo alrededor de cinco mil caracteres chinos. En el corazón están las «tres joyas» de la compasión, la humildad y la moderación. Sus enseñanzas, con frecuencia resumidas en unas cuantas palabras, suelen ser místicas y difíciles de identificar. En particular, el concepto de wu wei ha inspirado varias interpretaciones, aunque la mayoría coincide en que promueve evitar la intervención perjudicial, que no es lo mismo que la inacción pasiva per se: «No hagas nada y todo estará hecho». En un mundo en el que el impulso es hacia el movimiento perpetuo y la acción sin fin, semejante argumento representa, cuando menos, un reto a la ortodoxia aceptada, cuando no una rotunda amenaza. Además, su crítica implícita a los excesos de una clase gobernante que supervisaba un estado de cambio constante y falta de armonía convierte al Tao Te Ching en un texto mucho más radical y controvertido de lo que podría parecer a primera vista. Considera la naturaleza hiriente de esta observación: «Cuando el maestro gobierna, el pueblo apenas es consciente de su existencia».
La primera referencia significativa de que Lao Tse es el autor se encuentra en los escritos del historiador Sima Qian, entre los siglos ii y i a. C. Se ha sugerido que Lao Tse pudo haber sido un historiador o que quizá trabajó en los archivos imperiales. Otras narrativas posteriores aseguraban que había vivido cientos de años y que era el último de una larga línea de reencarnaciones. Lo cierto es que es difícil discernir un personaje biográfico auténtico, de ahí el creciente apoyo a la idea de que el Tao Te Ching es una antología. Se piensa que la obra pudo haber sido compilada, editada y refinada tal vez a lo largo de varios siglos, en la segunda mitad del primer milenio a. C.
Una serie de tablillas de bambú, que tenían varias partes en común con el Tao Te Ching, se descubrieron en una tumba en la provincia de Hubei, en China central, en 1993. Con una antigüedad no mayor al año 300 a. C., son los ejemplos más antiguos del texto del Tao Te Ching que se conocen. Se han encontrado otros ejemplos posteriores del libro y los comentarios basados en él inscritos en bambú, seda o papel. El uso del título Tao Te Ching surgió durante el reinado de la dinastía Han, que abarcó del año 202 a. C. al año 220 d. C. El taoísmo fungió como una importante corriente filosófica en la vida china a lo largo de los siguientes siglos y compitió por un lugar junto con el sistema de creencias del budismo (bastante relacionado), así como con el confucionismo y el legalismo (que demandaba un gobierno fuerte basado en un sistema de ley y orden). Aunque estas escuelas filosóficas parecían estar en conflicto entre sí, por lo regular el taoísmo proveía los puntos de referencia a través de los cuales podían reconciliar sus diferencias.
El taoísmo floreció en la dinastía Tang (618 a 907 d. C.), y los emperadores de dicha dinastía afirmaban que Lao Tse era su ancestro. Seguiría siendo un rasgo importante del paisaje espiritual de China durante buena parte de los siguientes mil años, aunque su influencia declinó a partir del siglo xvii, especialmente debido a la continua influencia del budismo y el confucionismo. Fue a partir del siglo siguiente cuando entró de manera significativa en el consciente occidental, cuando sacerdotes jesuitas lo tradujeron al latín. La primera traducción al inglés apareció hasta 1868.
ZHUANGZI
La otra gran obra del taoísmo es Zhuangzi, del mismo nombre que su autor, quien vivió en el siglo IV a. C. En ocasiones también conocida como Nanhua zhenjing (que se traduce como «El clásico puro de Nan-hua»), es una colección de anécdotas y fábulas que se inspira en gran medida en el Tao Te Ching, aunque muchos críticos la consideran una exploración más profunda del credo taoísta. La personalidad de su autor permea en el texto,
en el que descubrimos a un hombre que usa zapatos viejos unidos con un cordón porque el mundo material no le importa,
que no puede llorar la pérdida de su esposa porque su muerte es tan solo una expresión del camino natural y que rechaza un ataúd para su propio funeral porque no le importa si serán los pájaros sobre la tierra o los gusanos debajo de ella quienes se alimentarán de su cadáver.
Su sentencia de muerte pareció haber llegado en la década de 1950, cuando las autoridades chinas implementaron la prohibición de una religión formal; aun así, el taoísmo ha mantenido su posición dentro del país y de manera más extendida en el ámbito internacional. Actualmente, puede jactarse de tener millones de seguidores. El mensaje de buscar vivir en armonía con el mundo natural, tan elegantemente defendido, resuena hoy más que nunca a medida que tomamos conciencia del daño que nuestra especie ha traído a nuestro planeta. «Ama al mundo como a ti mismo; entonces podrás cuidar de todas las cosas», dice uno de sus versos. ¡Cuán moderno y atemporal!
Homero (siglos viii y vii a. C.)
La Ilíada es un poema épico del antiguo mundo griego que se extiende a lo largo de 15 693 líneas y 24 libros para contar la historia de la guerra entre la ciudad de Troya y sus enemigos griegos. Al igual que con otras obras de la antigüedad, existe un debate académico sobre la naturaleza exacta de su autor, aunque es ampliamente atribuida a Homero, a quien también se le atribuye la Odisea, las dos obras sobre las cuales se afianzó y floreció la antigua literatura griega y que han demostrado ejercer una influencia duradera en toda la cultura occidental.
La Ilíada se encuentra ambientada en el último de los diez años que duró el asedio de los aqueos sobre Troya, situación que se vio precipitada cuando Paris, príncipe de Troya, secuestra a Helena, la esposa de Menelao, rey de la ciudad griega de Esparta. (Que el secuestro de Helena provocara el envío de una vasta flota para rescatarla motivó que, muchos siglos después, Christopher Marlowe cuestionara su belleza con la pregunta: «¿Fue este el rostro que lanzó mil naves?).
La acción tiene lugar al final de la Edad de Bronce, alrededor del 1200 a. C. (unos cuatrocientos años antes de la fecha en la que se cree que Homero escribió el poema). La autenticidad histórica de la epopeya es irrelevante. Durante mucho tiempo, la existencia misma de Troya fue considerada como una invención, aunque evidencia arqueológica descubierta en el siglo xix sugiere que sí fue una ciudad real localizada en la actual Turquía. Pero si la epopeya de Homero refleja un conflicto genuino, si es producto de su imaginación o tal vez un resumen de varios elementos y eventos históricos verdaderos es incierto.
El drama se concentra en unas pocas semanas definidas por un conflicto entre el líder aqueo Agamenón y su más grande guerrero, Aquiles (hijo de la nereida [ninfa del mar] Tetis y Peleo, rey de Ftía). En un relato cargado de dramatismo, intrigas, giros inesperados y batallas épicas, los dioses del Olimpo toman su lugar entre simples mortales, basta mencionar, como ejemplo, que Aquiles busca la ayuda de Zeus, el más poderoso de todos los dioses. Con las discusiones y conflictos entre deidades que contribuyen a las fluctuantes fortunas de quienes luchan en el reino humano, Homero fue tal vez el primero en infundir una vida discernible al conjunto de figuras divinas que dominaban el mundo de la antigua Grecia, y esa sola contribución cambió la naturaleza de la narrativa en el mundo clásico.
La Odisea, obra compañera de la Ilíada, cuenta el posterior viaje de Odiseo, rey de Ítaca, de regreso a casa tras la caída de Troya (viaje que le toma otros diez años, mismo tiempo que duró la guerra). La travesía llena de peligros lo enfrenta a un sinnúmero de retos y retrocesos, entre los que se incluyen la pérdida de su tripulación y encuentros con cíclopes, con peligrosas sirenas que atraen a los marineros hacia la muerte y con los lestrigones, una raza de gigantes antropófagos. Mientras todo esto ocurre, la madre y el hijo de Odiseo asumen que ha muerto y rechazan una serie de prospectos inadecuados que desean casarse con la reina aparentemente viuda. Un tema central en ambas obras es la influencia de la suerte en los destinos tanto de los humanos como de los dioses. Aunque lo terrenal y lo divino conservan la voluntad de actuar y el libre albedrío en el día a día, se considera que las narrativas generales de la vida están predeterminadas, por lo que intentar evitar el destino se vuelve no solo una empresa vana, sino también cobarde e insensata.
EL CABALLO DE TROYA
La Odisea menciona brevemente una táctica militar que ha cautivado la imaginación de generaciones de lectores, pero en gran medida se debe al recuento más detallado que se encuentra en la Eneida de Virgilio. El caballo de Troya era un caballo gigante de madera que los griegos construyeron y que los mismos troyanos metieron a la ciudad como un aparente símbolo de su victoria militar, sin saber que en el interior iba escondido un grupo de soldados griegos. Una vez dentro de la ciudad, los griegos salieron del caballo para abrir las puertas y dejar entrar a sus compañeros: un movimiento que condujo al saqueo final de Troya.
En ciertos aspectos, la cuestión de si Homero fue o no el único autor de estas epopeyas poco importa. A fin de cuentas, lo que es importante es la sola existencia de las obras, que alteraron la dirección del mundo de la literatura y que siguen captando la atención de los lectores casi tres mil años después de haberse escrito. No obstante, la cuestión de la autoría siempre arroja emocionantes misterios para meditar. Es ampliamente aceptado que ambas obras datan del mismo periodo, entre los siglos viii y vii a. C. Sin embargo, algunos académicos argumentan que son producto de autores diferentes, incluso de grupos de escritores que trabajaron en conjunto. La forma predominante de comunicación cultural en ese periodo era la transmisión oral; debido a esto, muchos académicos sospechan que la Ilíada y la Odisea representan la expresión literaria que posiblemente une múltiples historias que previamente se habían difundido a través de la palabra o la canción. La verdad es que no sabemos prácticamente nada de Homero como personaje histórico y que los pocos elementos de información seudobiográfica que sí poseemos, como su ceguera, son altamente cuestionables. Ambos poemas tratan con cuestiones de la memoria y de la transmisión de la sabiduría de generación en generación, por lo que tal vez tenga más sentido pensar en Homero como la figura que reunió, a través de la rememoración, extensas herencias literarias y que dio lugar a obras nuevas, coherentes y geniales. La Ilíada y la Odisea pueden considerarse no como las creaciones de una sola mente brillante, sino como el fruto extraordinario del espíritu cultural.
El impacto de Homero fue inmediato y de larga duración. Por ejemplo, las descripciones del reino divino cambiaron rápidamente la forma en que los antiguos griegos pensaban sobre la religión: los dioses y diosas se volvieron figuras menos abstractas y más cercanas. Las descripciones de las batallas militares también penetraron la psique griega e influyeron en sus tácticas, incluso en la psicología bélica. Pronto los poemas se convirtieron en herramientas vitales de enseñanza, no solo como modelos literarios, sino también como puntos de partida para debates filosóficos y éticos más amplios. Como dijo Platón: Homero educó a Grecia.
Las epopeyas homéricas introdujeron una nueva forma de narrativa dramática que pronto se difundió más allá de las fronteras del mundo helénico. Encontramos evidencia de ellas en las obras de los grandes poetas romanos como Virgilio y Ovidio en el siglo i a. C., el primero fue acusado con frecuencia de plagiar la Ilíada y de modificarla en la Eneida. Pero el alcance de Homero ha llegado mucho más lejos, por ejemplo hasta Shakespeare, quien explotó una fuente similar (aunque con un enfoque diferente) en Troilo y Crésida. Hay quienes sugieren que incluso las obras maestras cinematográficas modernas de la saga Star Wars tienen una gran deuda con la tradición de las epopeyas homéricas.
La Ilíada es una epopeya en todo sentido: en la historia dramática que relata, en el hechizante lenguaje que maneja, en las preguntas existenciales que plantea, en que logra hacernos ver el mundo bajo una perspectiva diferente; como lo propuso el crítico Longino en el siglo i: «al registrar de esa forma las heridas de los dioses, sus disputas, venganzas, lágrimas, prisiones y todas las diversas pasiones, Homero ha hecho un gran esfuerzo por convertir a los humanos de la Ilíada en dioses y a los dioses en humanos». Pero quizá lo más importante es que la Ilíada nos recuerda que las historias pueden ser entretenimiento y que en ocasiones pueden parecer frívolas —y está bien—, pero en el mejor de los casos, logran unir a la audiencia de formas inesperadas y nos ayudan a lograr un mejor entendimiento de quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el mundo. Nadie antes de Homero había logrado eso a esa escala ni de esa forma tan magistral.
Atribuidas a Esopo (siglos vii-vi a. C.)
Generaciones de niños y adultos han crecido con una dieta de fábulas antiguas que imparten sabiduría mediante cuentos cortos, memorables y con frecuencia muy entretenidos. Más de dos mil años después, y aunque sus orígenes estén envueltos en misterio, estas fábulas han demostrado tener un poder duradero. Cualesquiera que fueran las circunstancias de su creación, su atractivo casi universal a lo largo de un periodo tan largo sugiere que, aunque mucho nos divide como especie, también hay una corriente de cosas en común —un pozo de ética e ideas— que a fin de cuentas nos une. Tan es así que historias como La liebre y la tortuga, La hormiga y la cigarra y El pastorcito mentiroso tienen asegurada una audiencia global.
Podemos estar seguros de que las fábulas de Esopo se originaron en Grecia alrededor de los siglos vi y vii a. C., pero fuera de eso hay poca certeza. Ni siquiera sabemos si existió en realidad Esopo o si él fue el responsable de la escritura de las fábulas. Es probable que solo haya servido como representante, como supuesto autor de lo que fue el fruto de la labor de varios cuentacuentos. Incluso hay dudas en cuanto a si se puede decir que alguien «creó» las historias o si en realidad se trata de una recolección de cuentos que fueron pasando de generación en generación de manera oral y que constantemente iban cambiando y evolucionando.
Sea cual sea la verdad, un personaje llamado Esopo, descrito como escritor de fábulas, fue mencionado por Herodoto ya en el siglo v a. C. También se le encuentra en las obras de Aristófanes alrededor de la misma época, mientras que Platón reconoce que Sócrates trabajó algunas de las fábulas para volverlas verso durante el tiempo que estuvo encarcelado por haber ofendido a las autoridades atenienses. Varios cientos de años después, un autor anónimo hizo lo que parece ser una biografía de Esopo, en la que aseguraba que había sido un esclavo en Samos, una isla del mar Egeo.
Cuenta la historia que, a pesar de haber nacido mudo y marcado por la condena de la fealdad, Esopo era muy inteligente y lleno de sabiduría, por lo que creció para convertirse en un personaje célebre en toda Grecia, y, en el proceso, ganó una pequeña fortuna. Sin embargo, cuando visitó Delfos y las personas de la ciudad se rehusaron a pagarle por sus muestras de sabiduría, las insultó. Estas se vengaron acusándolo de ser un ladrón y, tras plantarle la evidencia necesaria en su contra, lo sentenciaron a muerte. La biografía termina cuando Esopo muere al caer de un precipicio, ya sea a manos de sus acusadores o al intentar escapar de ellos. Todo contribuye a una historia muy emocionante, pero su veracidad es sumamente incierta. Hoy en día, la mayoría de los académicos están a favor de la idea de que Esopo es una especie de autor simbólico a quien se le atribuyó cualquier historia que cayera dentro del formato general de la fábula.
Cabe destacar que en sus primeros recuentos, se consideraba que las fábulas estaban dirigidas a un público adulto, pues contenían reflexiones sociales, políticas y religiosas del momento. Aunque no eran obras filosóficas del tipo de Platón o Aristóteles, estas narrativas, en ocasiones lúdicas (que con frecuencia tenían animales con características humanas como protagonistas), eran consideradas como medios para grandes temas. Un famoso estadista ateniense, Demetrio de Falero, reunió la primera colección conocida de las Fábulas de Esopo en el siglo iv a. C. con el objetivo de que los aspirantes a oradores las estudiaran. Una vez que fueron traducidas al latín (alrededor del siglo i d. C.) también se convirtieron en material de estudio esencial de las clases educadas del mundo romano.
DATO DE INTERÉS: HISTORIA ANTIGUA
Esopo tuvo precursores literarios en la antigua civilización sumeria.
Los sumerios, con frecuencia considerados como la primera civilización urbana, ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, ya componían sus propios relatos con estilo de fábula en el 1500 a. C. Estos cuentos tenían rasgos en común con los de Esopo, como el uso de animales antropomorfizados para transmitir una moraleja básica o un consejo terrenal, como la sabia observación que se repite en El pastorcito mentiroso: «En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso».
Durante los siglos venideros, las fábulas se dirigían principalmente al público adulto, en particular de parte de predicadores que buscaban impartir parábolas ricas en sabiduría moral. Al parecer, el filósofo John Locke en el siglo xvii fue el primero en vislumbrar su potencial intergeneracional. Las Fábulas son, dijo: «aptas para deleitar y entretener a un niño […] y aun así le permiten una reflexión útil al hombre adulto. Y si permanecen en su memoria durante su vida posterior, no se arrepentirá de encontrarlas ahí, entre sus pensamientos de hombre y asuntos serios». A su debido tiempo, Luis XIV de Francia incorporó en el diseño del palacio de Versalles una serie de estatuas inspiradas en varias de las fábulas, con la esperanza de que contribuyeran a la educación de su hijo.
Su adaptabilidad es lo que ha ayudado a que las historias sean longevas. Al ser tan sencillas —tanto la historia como el mensaje—, permiten una recepción mucho más amplia. Han llegado a públicos de diferentes partes del mundo, de diversas religiones, en distintos momentos históricos. Todos, desde el filósofo de la antigua Grecia, el erudito medieval islámico, el monje de la Reforma, el pensador de la Ilustración, el moralista victoriano, hasta el educador del siglo xxi, han utilizado las fábulas para sus propios intereses.
Solo hasta siglos recientes se ha extendido la tendencia de incluir la moraleja de la historia como parte del texto. Pero muchos de esos mensajes sencillos, incluso aunque evolucionan y se adaptan a su público, son tan potentes ahora como lo eran hace miles de años. Hasta la fecha, en ocasiones necesitamos que nos recuerden semejantes verdades tan sencillas, como que es mejor pensar antes de actuar; que despacio, pero sin pausa se gana la carrera, y que las cosas no siempre son lo que parecen.
Apolonio de Tiana, un filósofo del siglo i d. C. de Anatolia, resumió la sencilla magnificencia de estas historias (que suman más de setecientas) que comúnmente se atribuyen a Esopo:
al igual que aquellos que comen bien con los platillos más sencillos, [Esopo] utilizó eventos sencillos para enseñar grandes verdades, y después de presentar la historia, le añade el consejo de hacer o evitar algo. También era más apegado a la verdad que los mismos poetas, pues estos últimos violentan sus propias historias para hacerlas probables, pero él, al anunciar una historia que todo el mundo sabe que no es verdadera, dice la verdad por el simple hecho de que nunca afirmó estar relatando eventos reales.
Atribuida a Moisés (siglos vi-v a. C.)
La Torá es el texto sagrado de la religión judía; consiste en los primeros cinco libros del Tanaj, la Biblia hebrea completa, que también incluye los «Escritos» (Ketuvim) y los «Profetas» (Nevi’im’). En ocasiones también se hace referencia a ella con el nombre griego de Pentateuco, que significa «Cinco Libros». La tradición dice que Moisés escribió la Torá después de que Dios le informara su contenido en el monte Sinaí. Esto sugeriría una fecha alrededor de la segunda mitad del segundo milenio a. C. Otros sostienen que es producto de múltiples autores y que la fecha de su elaboración es incierta, aunque existen referencias que apuntan a un escriba de nombre Esdras que estudiaba las escrituras en el siglo v a. C., no mucho después del cautiverio de Babilonia.*
Escrita en hebreo, la Torá consta de los mismos cinco libros que componen el inicio del Viejo Testamento cristiano (que en sí equivalen al Tanaj). Dichos libros son «Bereshit» (Génesis), «Shemot» (Éxodo), «Vayikrá» (Levítico), «Bemidbar» (Números) y «Devarim» (Deuteronomio). Comienza con la creación del mundo por parte de Dios y la caída del hombre; pasa por el surgimiento del pueblo de Israel; el éxodo a Egipto y esclavitud subsecuente; el encuentro de Moisés con Dios en el monte Sinaí cuando recibe los Diez Mandamientos; la alianza entre Dios y el pueblo judío; los cuarenta años en el desierto y la muerte de Moisés justo a punto de llegar a la tierra prometida de Canaán.
Además de mostrar el origen del pueblo judío, la Torá también brinda guía sobre las leyes de Dios (en todos los libros hay unos seiscientos mandamientos), cubre las prácticas rituales, las leyes civiles y las obligaciones morales. Por ende, la Torá es una parte central de la vida judía en general, y no solo con relación al cumplimiento religioso. En el culto, se utiliza un pergamino escrito a mano (Sefer Torá), aunque por lo regular se estudia o se lee en privado más en la forma de libro. Se lee habitualmente en la sinagoga los días lunes, jueves y sábado (sabbat), así como en diferentes días religiosos. El rollo completo se lee en secuencia a lo largo de todo el año, comenzando en el festival de Sucot (fiesta de las Cabañas) en septiembre u octubre.
ROLLOS, ROLLOS
En 2014, se subastó una copia de la Torá del siglo XV y un ofertante anónimo la compró a un costo récord de $3.87 millones de dólares. El libro se imprimió en Bolonia en enero de 1482 y, de acuerdo con el subastador de Christie’s, representaba «la primera aparición impresa de los cinco libros completos del Pentateuco, así como el primero al que se le añadieron las marcas de vocalización y la cantilación». En la parte trasera del libro, impresa en vitela, tenía las firmas de tres censores activos durante los siglos XVI y XVII, y confirmaba que el volumen había sido albergado en una biblioteca italiana en esa época. El récord anterior para un libro hebreo había sido de $2.41 millones de dólares por un libro de oraciones ricamente decorado hecho en Florencia en el siglo XV.
Dada su condición sagrada, la producción y manejo de la Torá se rigen por numerosas reglas. Aunque versiones tempranas estaban escritas en papiro, la mayoría de las que se usan en el culto están escritas en pieles de animales kosher (generalmente de vaca). El texto de un Sefer Torá debe estar escrito en hebreo impecable y libre de cualquier señal que indique cómo debe pronunciarse cada palabra, de tal modo que los creyentes deben conocer previamente el texto si se les pide recitarlo. Cada página de pergamino (unidos para formar un rollo) tiene 42 líneas y la Torá completa contiene 304 805 letras. Si un escriba (o sofer)* comete un solo error al reproducir el texto, está obligado a comenzar todo el proceso nuevamente.
Una vez terminado, el rollo se mantiene en un hejal (un nicho o armario que se encuentra al frente de la sinagoga, protegido por una cortina). Cuando debe leerse, se dispone sobre una bimá (una plataforma o púlpito para leer los textos sagrados) y luego se levanta tomando los árboles de la vida (ejes de madera que sirven como asidero del pergamino) por encima del lector para que todos puedan verla. Cada Torá no es meramente una copia del texto sagrado, sino un objeto sagrado en sí. Por ejemplo, si se cae por accidente, toda la congregación puede verse obligada a guardar ayuno durante cuarenta días. Además, el libro juega un papel destacado en otras ceremonias, como el ritual del bar mitzvah o la «llegada a la madurez».
Como documento fundacional de la más antigua de las tres grandes religiones abrahámicas, la Torá no solo ha servido como guía espiritual, sino también como una influencia formativa en la sociedad judía y en la historia global durante más de dos mil años. Hilel el Anciano, un líder religioso judío que nació en Babilonia alrededor del siglo i a. C. y que vivió en Jerusalén en los tiempos del rey Herodes, comentó: «No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Eso es la Torá completa; lo demás es su explicación».
Atribuido a Sun Tzu (siglos vi-iii a. C.)
El arte de la guerra es el tratado más antiguo conocido sobre tácticas militares. Se le atribuye a Sun Tzu («Maestro Sun»), de quien tradicionalmente se ha pensado que vivió en el siglo vi durante el periodo de Primavera y Otoño de China (nombrado así por los Anales de primavera y otoño, una obra clásica que documenta el periodo del año 722 al 481 a. C.). Sin embargo, existen preguntas significativas sobre la identidad del autor y muchos académicos consideran que lo más probable es que el texto se haya escrito posteriormente, lo que sí es seguro es que El arte de la guerra ha sido una obra muy influyente en términos de estrategia militar, en Asia y —en siglos más recientes— en todo el mundo. Es el primer y quizá más grande volumen sobre ciencia militar; las muchas lecciones que ofrece han sido extrapoladas para utilizarse también en otras disciplinas, desde los deportes y negocios hasta el desarrollo personal.
La obra se divide en 13 capítulos, cada uno se enfoca en un conjunto diferente de habilidades; por ejemplo, detalla los acercamientos al terreno, el espionaje, la planeación de un ataque, cómo comenzar una batalla, la movilización de tropas y el ataque con fuego. De acuerdo con el libro de Sima Qian en el siglo i a. C., Memorias históricas, una obra ampliamente conocida como El arte de la guerra, ya estaba en circulación alrededor del año 500 a. C. y se le atribuía a Sun Wu, un teórico militar que al parecer huyó de su estado natal Qi hacia el reino de Wu. El rey de Wu, se decía, leía la obra de Sun Wu y la admiraba mucho, le atribuía el mérito de haber formado incluso a las «refinadas damas» de la corte en las formas de la guerra. Los paralelismos entre Sun Wu y Sun Tzu son obvios. Sin embargo, no hay mucho más en los registros históricos que apoyen el recuento de Sima Qian, lo que ha conducido a los historiadores a especular que el libro de hecho fue escrito a más tardar en el siglo iv a. C. por un autor llamado Sun Bin durante el periodo de los Reinos Combatientes.
Muchas de las tácticas descritas son sencillas y atemporales, pero, aunque puedan parecer obvias, no por ello son menos poderosas. Con una eficacia comprobada a lo largo de milenios, la genialidad de Sun Tzu (o quienquiera que sea el autor) es que reconoció el poder de dichas estrategias hace muchísimo tiempo. En este tratado subyacen principios que pueden parafrasearse de la siguiente forma: prepárate adecuadamente y ataca cuando seas fuerte y tu enemigo débil. El libro afirma: «Hay cinco puntos esenciales para la victoria. Ganará quien sepa cuándo pelear y cuándo no. Ganará quien sepa cómo manejar fuerzas tanto superiores como inferiores. Ganará aquel cuyo ejército tenga el mismo espíritu sin importar el rango. Ganará quien, habiéndose preparado, espere para tomar desprevenido al enemigo. Ganará quien tenga capacidad militar y no se vea obstaculizado por el soberano».
Muchas de las instrucciones y valiosos consejos de El arte de la guerra se han vuelto dogmas fundamentales aceptados en el léxico militar. Por ejemplo, está el adagio: «Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria también sufrirás una derrota. Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla». O el consejo de no dormirte en tus laureles, sino siempre estar buscando nuevos acercamientos: «No ganas en la batalla de la misma forma dos veces».
IMPRESIONADO
En lo que se refiere al futbol americano y la Liga Nacional de Futbol (NFL, por sus siglas en inglés), nunca ha habido un entrenador más famoso que Bill Belichick, ganador de seis Super Bowl como entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra. Ha declarado públicamente que su filosofía de entrenamiento se basa en El arte de la guerra y que en el vestidor de los Patriotas se ostenta una de sus citas: «Cada batalla se gana antes de pelear». Incluso ha expresado: «Puedes remontarte hasta unos cuantos cientos de años antes de Cristo con Sun Tzu y su obra El arte de la guerra. Ataca la debilidad, utiliza la fortaleza y descubre cuáles son las fortalezas de tu equipo. Hay algunas cosas que debes proteger. Encuentra las debilidades de tu oponente y ataca».
Otro componente vital de la filosofía subyacente es que, idealmente, se debe evitar la guerra. El conflicto, dice el libro, siempre debe ser el último recurso, se debe recurrir a él solo cuando todas las vías diplomáticas se han agotado. Entonces, es el trabajo de los líderes militares planificar y combatir de manera reflexiva y estratégica para minimizar el daño ocasionado y el agotamiento de los recursos. Es fácil ver por qué estas ideas siguen resonando con fuerza en la actualidad. «Que las tropas pongan de rodillas al enemigo sin pelear, eso es lo ideal», exhortaba Sun Tzu.
Si de verdad el rey Wu fue conquistado por El arte de la guerra, tan solo fue el primero de muchos. En el año 1080, cuando el libro ya tenía unos 1 500 años de antigüedad, el emperador Shenzong, de la dinastía Song, lo introdujo formalmente en el canon de la literatura china, al catalogarlo como uno de los «siete clásicos militares». Era una lectura obligatoria para lograr ascensos a ciertos cargos imperiales, junto con obras como las Analectas de Confucio.
Pero la fama del libro no se limitó a China. En el siglo xvi, en Japón, Takeda Shingen, un señor feudal (daimio) en la provincia de Kai (en la actualidad la prefectura de Yamanashi), tenía una reputación impecable como líder militar y se ganó el apodo de «el Tigre de Kai». Conocido por su eficiencia implacable en la batalla y por el enfoque estratégico de su gobierno fuera de ella, El arte de la guerra influyó en él fuertemente. Su estandarte de guerra estaba decorado con la frase «Fu-Rin-Ka-Zan», que se traduce como «Viento, Bosque, Fuego, Montaña», derivada del concepto de Sun Tzu: «Rápido como el viento, silencioso como un bosque, feroz como el fuego, inamovible como una montaña». En el siglo xx, diversos personajes como el líder comunista de China, Mao Zedong; el general vietnamita Võ Nguyên Giáp, y Norman Schwarzkopf, líder de las fuerzas de coalición durante la guerra del Golfo en 1991, fueron todos estudiosos del libro. Se dice que Mao expresó: «No debemos menospreciar lo dicho en el libro de Sun Wu Tzu, el gran experto militar de la antigua China». El general Douglas MacArthur, el comandante supremo estadounidense de las Fuerzas Aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, también reconoció: «Siempre tengo una copia de El arte de la guerra en mi escritorio». Colin Powell, quien en diferentes momentos fue presidente del Estado Mayor Conjunto, asesor de Seguridad Nacional y el primer secretario de Estado afroamericano de Estados Unidos, señaló: «He leído El arte de la guerra de Sun Tzu y sigue influyendo tanto a soldados como a políticos».
En la actualidad, es muy probable que, tal como en un tratado militar, encuentres una cita de la obra al inicio de un libro de negocios o de una guía de bienestar. También se ha infiltrado en el mundo deportivo, donde las competencias de alto riesgo con frecuencia tienen un parecido con la guerra, solo que sin las matanzas. En 2002, Luiz Felipe Scolari llevó a la victoria al equipo nacional de futbol soccer brasileño en la Copa del Mundo y se ha dicho que pasaba extractos del libro por debajo de las puertas de los jugadores durante la noche. En 2018, en un artículo para el Irish Times, el general David Petraeus, un destacado militar estadounidense y posterior director de la cia, declaró de manera concisa: «La obra clásica de Sun Tzu es, en pocas palabras, una mezcla fascinante entre lo poético y lo pragmático, y tan relevante hoy como cuando fue escrito».
Confucio (reunido entre los siglos v y iii a. C.)
Las Analectas son la colección de dichos y pensamientos del gran filósofo chino Confucio. El libro es posterior a él (551-479 a. C.), y lo más probable es que en un inicio lo compilaran sus seguidores, en algún momento durante el periodo de los Reinos Combatientes (475-221 a. C.), antes de que tuviera la forma con la que estamos familiarizados hoy, bajo la dinastía Han (202 a. C.-220 d. C.). Con frecuencia catalogado como el epítome de la «sabiduría occidental», el confucionismo revolucionó la civilización china —y gran parte de la asiática— al promover un código de conducta que exigía un comportamiento correcto en las esferas tanto pública como privada. Sus enseñanzas continúan ejerciendo una influencia significativa en la actualidad.
Confucio nació como Kong Qiu en Qufu, en el estado de Lu en China, en el año 551 a. C. El nombre de «Confucio» es una europeización de uno de sus títulos oficiales posteriores, Kong Fuzi (maestro Kong). Su vida coincidió con una época turbulenta en la que la relativa calma del llamado periodo de Primavera y Otoño de China dio paso a la era más problemática de los Reinos Combatientes. Su familia disfrutó de una riqueza y prestigio moderados y, cuando todavía no llegaba a los 20 años, se convirtió en funcionario en la corte Lu, de donde emergió como un diplomático con una habilidad poco común. Ahí desarrolló un modelo de gobierno seguro, moral, centralizado, que respaldaría gran parte de su más amplia filosofía. Sin embargo, no pudo evitar por completo la ola constante de disputas dinásticas que se gestaron entre las familias aristócratas líderes; con el tiempo, se retiró a un exilio voluntario en el año 497 a. C. Durante dicho periodo viajó mucho y trabajó como maestro; después regresó a Qufu, donde murió en el año 479 a. C. Estas casi dos décadas alejado de su hogar provocaron que pocas de sus ideas fructificaran durante su vida, por lo que seguir con su legado recayó en las generaciones posteriores.
En la búsqueda de un gobierno justo y equitativo, Confucio enfatizó los vínculos entre la conducta personal y el bien social más amplio. Confrontó la tradición china al rebatir que el poder y la virtud son concedidos divinamente a una élite. En cambio, consideraba a la humanidad como un agente de la voluntad divina, encargada de crear un orden moral. La virtud, decía, no se da, sino que se cultiva. Argumentaba que todos, sin importar su posición social, podían comportarse de una manera virtuosa y benevolente, y por tanto jugaban un papel en el desarrollo de la estructura social. Además, creía que el juicio y la sabiduría son más importantes que la obediencia ciega a las reglas, y que aquellos con poder deberían dar un ejemplo moral, decía: «Las personas ejemplares ayudan a los necesitados, no hacen más rico al rico».
Para una región desde hace mucho tiempo acostumbrada a vivir bajo una jerarquía estrictamente social, semejantes teorías era incendiarias. No obstante, esto no quiere decir que fuera completamente radical. Muchos aspectos de su actitud sobre temas sociales eran altamente conservadores, por ejemplo, exigía el cumplimiento de los rituales y las ceremonias tradicionales (como la adoración a los ancestros) y la práctica de la devoción filial, mientras que instaba a los individuos de todos los niveles sociales a aceptar su estatus y a cumplir su papel lo mejor que pudieran. Concebía una sociedad basada en relaciones recíprocas: en la que un soberano debía ser benevolente y su súbdito, leal; un padre, amoroso y un hijo, respetuoso; un esposo, justo, y una esposa, comprensiva. Para ejemplo, el siguiente aforismo: «En casa, un hombre joven debe ser un buen hijo; afuera, debe tratar a los demás como sus hermanos; su comportamiento debe ser digno de confianza y propio; debe amar a la multitud en general y mantenerse cercano a la gente benevolente y recta. Si después de todo le queda energía, debe leer mucho para mantenerse culto». Confucio argumentaba que, al hacer lo justo, deberemos recibir un trato justo, y así la sociedad se vuelve intrínsecamente más justa. Como dice su «regla de oro»: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan».
Una idea clave de la creencia confuciana es la sinceridad, de la que dijo es «el fin e inicio de las cosas; sin sinceridad no habría nada». Enseñaba: «La sinceridad se vuelve aparente. De ser aparente, se vuelve manifiesta; de ser manifiesta, se vuelve genial. La genialidad afecta a los demás. Al verse afectados, los demás cambian. Al cambiar, se transforman. Solo puede transformar aquel que posea la más completa sinceridad que puede existir bajo el cielo».
La Doctrina de la medianía, un texto clave del confucionismo, escrito probablemente por su nieto Zisi, lo expresa de la siguiente manera: «La sinceridad es el camino del Cielo. La consecución de la sinceridad es el camino de los hombres. Quien es sincero alcanza, sin esfuerzo, lo que es correcto y comprende sin necesidad de reflexión; él es el sabio que de forma natural y con facilidad personifica el camino correcto. El que alcanza la sinceridad es quien elige lo que es bueno y lo sostiene con firmeza».
Confucio también estaba interesado en las cuestiones del conocimiento y la sabiduría. «Saber lo que sabes y saber lo que no sabes es la sabiduría», concluyó. Consideraba que la educación producía confianza, lo que en consecuencia generaba esperanza, y esta, a su vez, traía paz. También instaba a que aprendiéramos de los errores y que los corrigiéramos, ya que al no hacerlo se comete otro error. Afirmaba: «Hay tres formas de adquirir sabiduría. Primero, mediante la reflexión, que es la más noble; segundo, mediante la imitación, que es la más fácil; y tercero, mediante la experiencia, que es la más amarga».
En los siglos posteriores a la muerte de Confucio, se le dio un gran peso a los llamados Cinco clásicos que, se sostiene, escribió y editó Confucio (aunque en la actualidad hay una gran disputa sobre su autoría). Estos son el Libro de cantos, el Libro de Historia, el Libro de Ritos, el I Ching (Libro de Cambios) y los Anales de Primavera y Otoño. Durante mucho tiempo se pensó que las Analectas eran un texto secundario, que servían únicamente como comentarios sobre las otras obras. No obstante, con el paso del tiempo, las Analectas son las que se han asimilado mayormente. Las copias más antiguas conocidas que todavía existen, ambas ca. el año 50 a. C., se descubrieron en la provincia china de Hubei y en Pionyang en Corea del Norte, en 1973 y 1992 respectivamente.
Su influencia se extendió por Europa en el siglo xvii, cuando misionarios jesuitas que trabajaban en China las introdujeron. Voltaire fue uno de los que se fijó en ellas: «A Confucio no le interesa la falsedad, no pretendía ser un profeta, no afirmaba haber tenido ninguna inspiración, no enseñaba una religión nueva, no utilizó engaños, no aduló al emperador en cuyo reinado vivió […]». Sin embargo, ha sido en el este de Asia donde las ideas de Confucio han tenido un mayor impacto (incluso cuando perdió popularidad durante gran parte del siglo xx bajo el régimen comunista de China), no solo en China, sino también en Japón, Corea, Singapur, Vietnam y otros lugares.
ATRACTIVO DURADERO
Confucio tal vez represente la sabiduría de los antiguos, no obstante, sigue atrayendo nuevos seguidores. En 2009, Zhou Beichen, un estudiante del destacado discípulo confuciano de la actualidad, Jian Qing, fundó la santa iglesia Confuciana. La primera iglesia se ubicó en Shenzhen, una de las más grandes ciudades chinas. Seis años después, surgió una entidad nacional, la santa iglesia Confuciana de China, con el objetivo de establecer el confucianismo como religión estatal.
La República es el tratado más famoso de Platón, uno de los tres gigantes de la antigua filosofía griega, junto con su maestro Sócrates y su estudiante, Aristóteles. Escrito durante la primera parte del siglo iv a. C., considera modelos de la ciudad-estado ideal y pregunta qué constituye un gobierno y un individuo justos. También introdujo en la obra el concepto de las «formas ideales», que pondera la naturaleza de la realidad. Mientras que muchas ideas centrales de La República han sido olvidadas por la filosofía predominante en los milenios transcurridos desde entonces, su metodología y sorprendente virtuosismo intelectual han influido a la disciplina mucho más que tal vez cualquier otra obra. En 2001, en una encuesta realizada por la revista Philosopher’s Magazine entre más de mil filósofos y académicos, se encontró que La República era la obra más grande de la filosofía jamás escrita.
Platón nació en Atenas alrededor del año 428 a. C., dentro de una familia de alto rango con acceso a la mejor educación. Se ha sugerido que su nombre era Aristocles y que Platón, que significa «ancho», era su apodo, tal vez debido a su complexión fornida y frente ancha, o también como un guiño a la amplitud de su conocimiento. Estudió con Sócrates en su pueblo natal, pero se fue después de que su maestro fuera ejecutado en el año 399 a. C., bajo el cargo de corromper a la juventud de la ciudad con sus enseñanzas. Después pasó varios años viajando en el extranjero, pero regresó a Atenas en el 385 a. C. y fundó su legendaria Academia, en la que nuevas generaciones de destacados pensadores —Aristóteles entre ellos— se beneficiaron de su sabiduría. La República fue escrita en la década siguiente a la fundación de la Academia.
El libro se estructura como un diálogo socrático entre el antiguo maestro de Platón, Sócrates y otros filósofos. Como ninguno de los escritos de Sócrates sobrevivió, Platón preservó las ideas de su maestro en los muchos diálogos que escribió. De hecho, el furor del debate académico sobre dónde comienzan las ideas de Platón y dónde terminan las de Sócrates en estos textos continúa. El diálogo es un recurso del método socrático (o dialéctico) que fue perfeccionado por Sócrates, una forma de argumento inductivo en la cual un tema, concepto o argumento se investiga mediante una serie de preguntas y respuestas. Con un contrainterrogatorio riguroso, se pone a prueba concienzudamente la durabilidad del argumento o concepto investigados. Si no resiste el cuestionamiento, se debe descartar o volver a revisarse para ponerse a prueba nuevamente. De esta manera, el conocimiento de los participantes se incrementa hasta que llegan a una idea que demuestra ser resistente incluso ante el escrutinio más intenso. Por ejemplo, en uno de los diálogos de Platón, Sócrates le pide a su compañero Eutifrón que defina la piedad; este argumenta que todo lo que es piadoso es amado por los dioses, pero Sócrates replica que los dioses son propensos a pelear con respecto a los objetos dignos de amor o de odio, por tanto, podría existir algo que sea amado por algunos dioses, pero odiado por otros. De acuerdo con la definición de Eutifrón, un objeto puede así ser pío e impío al mismo tiempo, un absurdo falto de lógica. Y entonces comienza la búsqueda de una nueva definición. Sócrates se comparaba a una partera cuya labor era dar nacimiento a nuevas ideas.
A pesar de haber adoptado el método dialéctico, Platón tenía un concepto muy diferente del de Sócrates sobre las formas en que podía alcanzarse el conocimiento. La teoría de las formas era parte fundamental de su filosofía. Sostenía que existe un reino de formas idealizadas separado del mundo material. Además, nuestras almas (a las cuales consideraba el asiento de la razón, mientras que nuestros cuerpos materiales son el asiento de los sentidos) existían en este reino antes de su manifestación terrenal, y como resultado, llevamos con nosotros el conocimiento de ellas. Entonces, por ejemplo, nacemos con un concepto inherente de la flor ideal, de tal manera que podemos reconocer una rosa, una orquídea o una amapola como variantes de esta forma. Y así como para las flores, también aplica para perros, colores, montañas e incluso para conceptos como justicia y virtud. Por ejemplo, juzgamos la virtud de otro al compararlo con la forma ideal de virtud que reconocemos en nuestras almas.
Sugirió que el reino de las formas ideales es el mundo «real», mientras que nuestro mundo material está compuesto de meras sombras de dichas formas. Es por eso que, por ejemplo, Pitágoras podía concebir un triángulo perfecto cuando una cosa semejante no existe en la naturaleza. Es famosa la exploración que hizo de la noción de realidad en «la alegoría de la cueva» en La República. En ella, describe a un grupo de personas que ha pasado la vida en una cueva, de cara a la pared con el cuello encadenado, de tal forma que no podían desviar la mirada. Detrás de ellos, un fuego refleja las sombras de marionetas sobre la pared de enfrente, de tal forma que este mundo de sombras se vuelve la realidad de los prisioneros. Platón decía que nosotos somos como esos prisioneros, pues obtenemos nuestro conocimiento de la observación de las sombras. En cambio, replicaba, el filósofo debería confiar en la razón de aquellos para que reconocieran la verdad, la forma ideal de las cosas, de la misma forma que un prisionero libre de sus grilletes logra voltear para ver la luz detrás de él. Este punto de vista cambió la dirección del pensamiento filosófico, pues movió el centro de atención, que antes se enfocaba en la observación del mundo que nos rodea, al racionalismo: priorizar el razonamiento interno, ya que la «verdad» de la forma ideal existe en nuestro interior y no en el exterior.
¡HASTA LA VISTA, SOLÓN!
La familia de la madre de Platón, Perictione, afirmaba ser descendiente de Solón, un destacado poeta y un reformista social que vivió entre los años 630 y 560 a. C., que además fue uno de los llamados «Siete Sabios», un grupo de filósofos y hombres de estado célebres de la antigua Grecia. Era conocido por su progresismo, promulgó leyes para favorecer a los pobres y cimentó las tradiciones democráticas de su ciudad. Mientras tanto, sus versos iban desde la propaganda política hasta la erótica gráfica. En su Protágoras, Platón reconoció la relación al describir a Solón como «nuestro».
Escrito contra el telón de fondo de la reciente derrota traumática de una Atenas democrática ante Esparta y sus aliados en la guerra del Peloponeso, La República concluye que los filósofos son los más aptos para ostentar el poder debido a que se han propuesto adquirir comprensión y conocimiento del mundo y la moralidad. En ella, Platón aboga por el surgimiento del rey-filósofo: «Hasta que los filósofos gobiernen como reyes o aquellos que ahora son llamados reyes y líderes de hombres filosofen verdadera y adecuadamente, esto es, hasta que el poder político y la filosofía coincidan por completo, […] las ciudades no tendrán descanso de los malvados […] no puede haber felicidad, ni pública ni privada, en ninguna otra ciudad».
Decía que el rey-filósofo debía pasar una serie de pruebas en un proceso de educación que duraría hasta que cumpliera 50 años de edad. Además, en la sociedad ideal, debía adoptarse la propiedad común (eliminar la tentación de adquirir bienes privados) y el gobernante debía buscar mantener la armonía y la justicia sociales al mismo tiempo que debía eliminar cualquier fuente potencial de corrupción.
Antes de La República, la filosofía era prácticamente una disciplina dividida que se enfocaba ya fuera en la naturaleza de las cosas, la ética o la política. Pero la obra maestra de Platón brindó un nuevo acercamiento que reunió todos estos aspectos, junto con otros como la psicología y la epistemología (esto es, la teoría del conocimiento). Su poder nunca ha menguado, aun cuando se han desafiado sus conclusiones. Como lo señaló memorablemente el filósofo británico Alfred North Whitehead (1861-1947), la filosofía occidental es «un conjunto de acotaciones para Platón».
Aristóteles fue uno de los tres gigantes líderes intelectuales de la filosofía de la antigua Grecia. Sus obras son el producto de un intelecto extraordinario que abarcaba un sinnúmero de temas, entre ellos, política, ética, metafísica, lógica, psicología, física, zoología, retórica y estética. Es por ello que ha tenido una profunda influencia en prácticamente todos los movimientos intelectuales más grandes que han surgido desde entonces, en particular en Occidente. Escoger una opus magnum tal vez sea un ejercicio inútil, ya que cualquiera de sus obras conocidas (y hay un gran número que se perdió) puede calificar. No obstante, su Historia de los animales se erige como un trabajo emblemático, considerado por muchos como el primer estudio científico mayor de la vida en la Tierra y la base de la disciplina de la biología empírica.
Aristóteles nació en Estagira, Calcídica (cerca de Tesalónica en la Grecia moderna) en el año 384 a. C. Es probable que haya desarrollado un interés temprano en los asuntos del mundo vivo debido a que su padre era doctor en la corte de la familia real macedonia. Aristóteles disfrutó de una educación disponible solo para los privilegiados; luego, cuando tenía 17 años, se unió a la Academia de Platón en Atenas, lugar en el que se quedó durante veinte años, primero como estudiante y luego como maestro. Todo parecía estar dispuesto para que reemplazara al anciano Platón como dirigente de la Academia, pero al final el puesto se quedó en manos del sobrino de este. Además, el ánimo político del momento se estaba calentando en Atenas, y un sentimiento antimacedonio fue creciendo en Aristóteles. Entonces, alrededor del año 348 a. C., decidió irse de la ciudad para dirigirse a Jonia (una región en la costa egea de Anatolia en lo que hoy es Turquía) y luego a la isla de Lesbos.
Aquí pudo explorar a detalle su pasión por la biología y las ciencias naturales. Mientras que Platón creía que el conocimiento y la sabiduría tenían su raíz en el uso de la razón, Aristóteles estaba seguro de que el estudio de la naturaleza podía acarrear su propio entendimiento. Comenzó un estudio sistemático de la flora y la fauna autóctonas, tanto en la tierra como en el mar; buscaba todos los ejemplares que podía encontrar de una especie en particular para así sacar conclusiones generales sobre la especie como un todo. Al usar la recopilación de evidencias como apoyo y la observación repetida para obtener conclusiones más amplias, anticipó el método científico moderno por unos buenos dos mil años.
Aristóteles plasmó su investigación en lo que se convertiría en la Historia de los animales, la más grande obra del mundo antiguo de la historia natural, la zoología y la biología marina. Junto con otros dos estudios posteriores (Partes de los animales y Generación de los animales) es la más conocida de sus obras de biología, que constituye alrededor de una cuarta parte de sus escritos sobrevivientes. Su amplia metodología consistía en explorar hechos existentes (en griego hoti) en un intento por explicar sus causas (dioti). En la práctica, esto significaba buscar en la anatomía y la fisiología animal, investigar las diferencias entre las partes del cuerpo y otras características, y explorar modos de comportamiento, y al mismo tiempo, tomar en cuenta lo que era consecuencia del diseño y lo que ocurría de manera fortuita.
Para ello, Aristóteles practicaba varias técnicas que impulsaron la historia natural de manera exponencial. Por ejemplo, creó un extenso sistema de clasificación jerárquica que sentó las bases de la taxonomía que usamos en la actualidad. Comenzó con las categorías de seres vivos y no vivos, luego subdividió los tipos de todas las cosas vivas en, por ejemplo, plantas y animales; las plantas en hierbas, árboles y arbustos; y los animales en habitantes de la tierra, el aire o el agua, y así sucesivamente. Todos los grupos tienen características en común, por lo que, para catalogar un sujeto como pájaro, debe ser viviente y tener alas, plumas y un pico. Pero no solo se apoyaba en las características físicas para hacer sus clasificaciones, sino que buscaba cuatro «causas» para explicar su existencia: de qué está hecho algo; qué forma adopta; cómo se crea y cuál es su propósito (telos).
GRANDES TIEMPOS
Después de su tiempo en Lesbos, el rey Filipo II de Macedonia invitó a Aristóteles a su tierra para encargarle la educación de su hijo Alejandro, quien más adelante sería conocido como Alejandro Magno, uno de los más eficaces constructores de imperios de la historia. Durante su estancia en la corte de Macedonia, Aristóteles también contribuyó a la educación de otros dos futuros reyes: Casandro, quien gobernaría Macedonia, y Ptolomeo, futuro faraón egipcio. Sin embargo, con el tiempo, Aristóteles y Alejandro se distanciaron e incluso se ha sugerido que el filósofo pudo estar involucrado en la muerte del gobernante cuando este tenía poco más de 30 años (aunque hay poca evidencia que respalde esta idea).
También practicó la disección cuando apenas era un niño como una forma de lograr un mejor entendimiento de la anatomía de los animales que estudiaba, aunque la obra en la que detalla estos análisis se ha perdido. En ocasiones, cuando se basaba en los relatos que otras personas, como marineros o abejeros, hacían sobre criaturas que habían observado, sus conclusiones no eran siempre correctas. Pero algunos de sus análisis eran extraordinarios: su informe sobre el fenómeno del cambio de color del pulpo y su afirmación de que el macho de pez gato es quien cuida los huevos y no la hembra eran hechos que se consideraban extremadamente improbables, hasta que se comprobaron empíricamente en la actualidad. La Historia de los animales incrementó enormemente el banco de conocimientos de la humanidad sobre la fisiología y la naturaleza de cientos de especies diferentes. Más importante todavía, sentó las bases de un sistema que los biólogos han trabajado desde entonces, un acercamiento científico basado en la evidencia que da preferencia al fenómeno observable sobre las teorías hipotéticas. El mundo viviente se convirtió en un entorno no definido por la superstición y el folclor, sino por la investigación racional y el análisis. Después de Aristóteles, los historiadores naturales no podían hablar tan solo en términos de lo que pensaban que sucedía, sino que tenían que demostrar que así era.
Tal fue el impacto de su obra que no pudo desbancarse sustancialmente sino hasta el siglo xvi, cuando nombres tan destacados en el mundo de la zoología y la biología, como Conrad Gessner, Volcher Coiter, Guillaume Rondelet y Ulisse Aldrovandi —todos tan familiarizados con el trabajo de Aristóteles que incluso lo utilizaban como base para sus propios estudios— se encontraban ocupados en sus propias investigaciones en diferentes rincones de Europa. William Harvey, más conocido por describir el sistema circulatorio, también se basó en gran medida en los descubrimientos de Aristóteles en el campo de la embriología. Sir Richard Owen, el afamado naturalista inglés del siglo xix, alabó en exceso los logros de Aristóteles: «La ciencia de la zoología nació como fruto de su trabajo, casi podríamos decir que tal como Minerva nació de la cabeza de Júpiter: en un estado de noble y espléndida madurez».
Se puede decir que Elementos es la obra más significativa jamás escrita de las bases de las matemáticas, que respaldó la enseñanza de dicha disciplina hasta bien entrado el siglo xx. Sus principios básicos permanecieron sin disputarse hasta la llegada de Albert Einstein, y aunque la Teoría general de la relatividad exigía una reevaluación de los dogmas de Euclides, estos siguieron siendo componentes vitales del entendimiento matemático, aun cuando su universalidad finalmente ha sido desmentida.
Sabemos muy poco sobre Euclides como persona, aparte de que estuvo activo en Alejandría, Egipto, durante el reinado de Ptolomeo I (ca. 367-282 a. C.) y que al parecer era conocido por Arquímedes (ligeramente anterior a él).
Elementos comprende 13 libros que estudian:
•Geometría (que viene de la palabra griega para «medida de la tierra»): la rama de las matemáticas que busca abordar cuestiones de forma, tamaño y espacio, así como las relaciones entre puntos, líneas, curvas y superficies.
•Teoría de números: la rama de las matemáticas que trata con las propiedades y relaciones de los números enteros.
Euclides brindó definiciones y presentó diversos postulados y proposiciones, que después buscó demostrar o desmentir de una manera totalmente moderna, lógica y científica.
Así como introdujo sus propios conceptos y teorías, aprovechó el trabajo de otros —incluyendo a Platón y varios de sus seguidores—, entre los que tal vez el más destacado fue el matemático y astrólogo Eudoxo de Cnido (cuyas obras se han perdido). Pitágoras e Hipócrates de Quíos también fueron influencias importantes.
Los problemas relativos a la longitud, el área y el volumen han tenido mucho impacto desde hace tiempo en la vida cotidiana; por ejemplo, ¿cómo se podía comerciar vino si ni el comprador ni el vendedor estaban seguros de la cantidad de líquido de la que estaban hablando? o ¿cómo podía una tribu dividir sensatamente un trozo de tierra sin conocer su área? Desde el comerciante y el granjero antiguos hasta el científico de computadoras o diseñador de cohetes modernos, la vida no tiene mucho sentido sin la geometría.
La gente había lidiado con cuestiones de geometría durante miles de años antes de Euclides; los antiguos egipcios y los babilonios se destacaron por lograr grandes avances en la búsqueda de soluciones matemáticas. Mientras tanto, en Occidente, en el siglo vii a. C., Tales de Mileto utilizaba las matemáticas para establecer la distancia de los barcos a la costa. Pero fue hasta Euclides que la gran cantidad de conocimiento geométrico se consolidó en un sistema único y coherente que sentó el punto de referencia del rigor intelectual para los matemáticos de todas las ramas durante más de dos mil años. Euclides ayudó a definir las matemáticas como una disciplina de claridad y certeza donde antes había reinado la incertidumbre. Por ejemplo, cuando introdujo su trabajo sobre la geometría plana, Euclides delineó cinco axiomas (o postulados) básicos:
1. Una línea recta puede dibujarse al unir dos puntos cualesquiera.
2. Cualquier segmento de línea recta puede extenderse indefinidamente en una línea recta.
3. Puede dibujarse un círculo con cualquier segmento de línea recta, en el que el segmento sea su radio y uno de los extremos su centro.
4. Todos los ángulos rectos son iguales.
5. Cuando dos líneas intersecan una tercera de tal forma que la suma de los ángulos internos en un lado es menor que dos ángulos rectos, entonces las dos líneas inevitablemente se intersecarán si se extienden lo suficiente en ese lado.
El alcance de su trabajo ha sido vasto y comenzó a extenderse dentro del mundo conocido poco después de terminarlo. Sin embargo, para Europa occidental estuvo perdido durante varios siglos (rasgo que comparte con otras obras clásicas); fue redescubierto a principios del siglo xii cuando un monje inglés, Adelardo de Bath, lo tradujo al latín a partir de una traducción árabe (en el mundo medieval islámico, eminentes pensadores como Omar Jayam estaban bien versados en el trabajo de Euclides, aunque fuera desconocido en Europa).
HOMBRE DE MUCHOS TALENTOS
Omar Jayam (quien vivió del 1048 al 1131 en Persia) fue un gigante del mundo medieval islámico, un intelecto monumental cuyo trabajo abarcaba desde matemáticas y filosofía hasta astronomía, historia y literatura. Sin embargo, su fama en Occidente se logró mucho después, cuando una colección de poemas que se le atribuyen, Rubaiyyat de Omar Jayam, se publicó en inglés. Aunque existe polémica sobre su autoría (los expertos solo pueden adjudicarle con seguridad un puñado de poemas), lo que es indudable es su genio como matemático. Entre sus numerosos logros, calculó la duración del año con extraordinaria precisión: 365.24219858156 días.
La primera edición impresa de Elementos es de 1482, desde entonces se ha publicado en unas mil ediciones, por lo que se piensa que es el libro de texto más ampliamente distribuido de la historia. Grandes celebridades científicas y matemáticas como Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler y sir Isaac Newton se han parado, en mayor o menor medida, sobre los hombros de Euclides, pero su pensamiento también ha influido de una forma más general a los filósofos, desde personajes de la Ilustración como Thomas Hobbes y el arquetipo del racionalismo, Descartes, hasta lógicos posteriores como Bertrand Russell. Su formulación de teorías verificables influyó en todos ellos. El matemático Eric Temple Bell incluso lo ha comparado a un vaquero que laza un novillo: «Eso es lo que hizo Euclides con la geometría, la ató de pies y manos».
Euclides fue considerado durante unos dos mil años la última palabra en Geometría. Luego Einstein demostró que el espacio puede existir de formas no euclidianas (como alrededor de la entrada de un hoyo negro). Pero incluso Einstein reconoció la extraordinaria contribución de su predecesor:
Aquí por primera vez, el mundo fue testigo del milagro de un sistema lógico que procedió paso a paso con tanta precisión que todas y cada una de sus propuestas era completamente indudable. Me refiero a la Geometría de Euclides. Este admirable triunfo del razonamiento le dio al intelecto humano la confianza necesaria en sí misma para sus logros subsecuentes. Si Euclides no encendió tu entusiasmo juvenil, entonces no naciste para ser un pensador científico.
Atribuido a Viasa (ca. siglo ii a. C.)
El Bhagavad Gītā (que se traduce como Canto de Dios) se considera una de las piedras angulares de los textos de la religión hindú y una obra crucial en la historia de la filosofía india. Compuesto de 18 capítulos y unos setecientos versos, forma parte de un poema épico mucho más largo, el Mahabharata. Su influencia se ha extendido mucho más allá de la India y se volvió muy venerado en Occidente también, en particular debido a la presencia imperialista británica en el país durante el siglo xviii. El líder de la independencia india, Mahatma Gandhi, llamó al Bhagavad Gītā su «diccionario espiritual», mientras que el primer líder del país después de la independencia, Jawaharlal Nehru, comentó: «El Bhagavad Gītā en esencia trata de los fundamentos espirituales de la existencia humana. Es un llamado a la acción para descubrir las obligaciones y deberes de la vida, pero manteniendo a la vista la naturaleza espiritual y el propósito más amplio del universo».
El poema se estructura alrededor de un diálogo entre el protagonista, un príncipe llamado Arjuna, y su auriga, confidente y guía, Krishna. La historia proviene del contexto más amplio del Mahabharata (La gran epopeya de la dinastía Bharata), que cuenta las luchas dinásticas entre dos familias, los Kaurava y los Pandava (de cuyo linaje proviene Arjuna), en un texto que es unas siete veces más grande que la Ilíada y la Odisea juntas. Al inicio del Bhagavad Gītā, estas dos ramas familiares están a punto de entrar en batalla en Kurukshetra (que abarca un área de la actual Haryana y el Punyab). Sin embargo, Arjuna vacila, consciente de que está a punto de entrar en conflicto con su familia, amigos e incluso sus maestros: «No me gustaría matarlos, aunque ellos me maten a mí». Atormentado por la incertidumbre, le pide consejo a Krishna.
Lo que sigue es una profunda reflexión sobre temas como el destino del alma, el dharma (verdad cósmica), la armonía universal y el deber de actuar. Krishna —quien, se revela, es la reencarnación mortal del dios Vishnú— convence a Arjuna de la inmortalidad del alma y de que su deber como guerrero es luchar, pero que debe hacerlo sin buscar un beneficio personal, para así contribuir al orden de las cosas. Al presentar sus argumentos, Krishna une varias ramas de la religión hindú con aspectos de diferentes filosofías indias, en particular de las tradiciones de la veda y el yoga; además le muestra a Arjuna que sus dudas para ir a la guerra son el resultado de su comprensión incompleta de la naturaleza de las cosas y le enseña que el dharma llega mediante una acción desinteresada.
El Bhagavad Gītā se escribió en sánscrito, el antiguo lenguaje indoeuropeo que llegó a ser un lenguaje litúrgico accesible solo para una élite culta. Según la tradición, su autor fue Viasa, pero según otra leyenda, a este se lo dictó el dios-elefante Ganesha, quien rompió uno de sus colmillos para que lo usara como pluma para escribir. Sin embargo, lo más probable es que Viasa sea un autor simbólico, pues muchos académicos están abiertos a la idea de que en realidad se haya tratado de varios autores. De forma similar, asignar una fecha exacta a la creación del poema es un tema bastante problemático, aunque parece improbable que sea anterior al siglo v a. C. y la mayoría está a favor de ubicarlo en el segundo o tercer siglo a. C. Debido a su poesía elegante y dinámica ambientación, en ocasiones se considera al Bhagavad Gītā como una actualización más amigable del más viejo y denso Upanishad, una serie de escritos filosóficos que formaba parte del Veda, cuya autoría se fecha entre mediados del siglo ii y mediados del siglo i a. C.
PALABRAS PODEROSAS
El 26 de febrero de 2019, la copia más grande del mundo del Bhagavad Gītā fue develada en el templo de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON, siglas en inglés de International Society for Krishna Consciousness), en Nueva Delhi, India. Contiene 670 páginas, mide 2.8 x 2.9 m y pesa unos asombrosos 800 kg. Publicado por Bhaktivedanta Book Trust, se imprimió en Milán, Italia, en papel que, se afirma, es a prueba de agua y desgarramientos, e incluye 18 páginas completas de ilustraciones. Fue develado por el primer ministro de la nación, Narendra Modi, quien lo describió como «el regalo de India para el mundo».
Algunos académicos occidentales comenzaron a traducirlo en el siglo xviii y su impacto fuera de su lugar de origen fue instantáneo. El gran filósofo y ensayista del siglo xix, Thomas Carlyle, es uno más de quienes lo han alabado con estas palabras: «un libro completamente inspirador; ha traído consuelo y ánimo a mi vida». También se ha señalado que el poema más famoso de Rudyard Kipling, de origen indio, Si, puede verse como una síntesis del mensaje central del Bhagavad Gītā, principalmente en los versos: «si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso / y tratar a estos dos impostores de la misma manera / […] tuya es la tierra y todo lo que hay en ella».
Para Ralph Waldo Emerson, el estadounidense líder del trascendentalismo, fue «el primero de los libros; era como si un imperio nos hablara, nada pequeño ni poco digno, sino grande, sereno, consistente, la voz de una inteligencia vieja que en otra época y ambiente había reflexionado y, por tanto, había resuelto las mismas preguntas que nos preocupan». Mientras tanto, el ganador del Nobel, Hermann Hesse, lo describió como una «verdaderamente hermosa revelación de la sabiduría de la vida que permite que la filosofía florezca hasta convertirse en una religión». Asimismo, Aldous Huxley lo consideró en el contexto de la «filosofía perenne», un término acuñado por Godofredo Leibniz en relación a la idea de que todas las filosofías comparten ciertos conceptos recurrentes. Huxley decía que el Bhagavad Gītā era «uno de los resúmenes más claros y completos de la filosofía perenne jamás revelados; por lo tanto, la durabilidad de su valor está sujeta no solo a la India, sino a toda la humanidad». Las palabras del libro llegaron incluso a Robert Oppenheimer, director del proyecto Manhattan que dio a luz la bomba atómica, en ocasión de la primera prueba de una detonación nuclear:
Sabíamos que el mundo no sería el mismo. Algunos se rieron, otros lloraron, la mayoría guardó silencio. Yo recordé la oración de la escritura hindú, el Bhagavad Gītā: Vishnú intenta convencer al príncipe de que debería cumplir su deber y, para impresionarlo, asume su forma de múltiples brazos y dice: «Ahora me he convertido en la muerte, la destructora de mundos». Me imagino que, de una forma u otra, todos pensamos lo mismo.
Pero tal vez sea mejor dejar la última palabra a Gandhi, quien encontró inspiración en el texto a lo largo de su lucha por la libertad de su nación:
Hoy encuentro consuelo en el Bhagavad Gītā […] cuando la duda me acosa, cuando las decepciones me miran a la cara y cuando no veo otro rayo de luz en el horizonte, recurro al Bhagavad Gītā y encuentro un verso que me brinda alivio; e inmediatamente comienzo a sonreír en medio de la tristeza abrumadora. Mi vida ha estado llena de tragedias y si no me han dejado una huella visible e indeleble, es gracias a las enseñanzas del Bhagavad Gītā.
Atribuido a Marco Gavio Apicio (siglo i a. C.)
En el mundo comercial de los libros, es un hecho bien conocido que es más fácil complacer al gerente de un banco con un libro de un chef famoso que con los últimos garabatos de un ganador del Premio Nobel. Comer es una de las pocas actividades verdaderamente universales y a la gente le encantan los libros extensos que enseñan cómo preparar los platillos más deliciosos. Pero el hambre de libros de cocina no es un fenómeno moderno, estos han estado entre nosotros a lo largo de los milenios de diferentes maneras. En los tiempos antiguos, es probable que las recetas se transmitieran en forma oral; no obstante, el libro de cocina más antiguo conocido es de la época romana: De re coquinaria.
El origen exacto del libro está rodeado de misterio. Las ediciones más antiguas que todavía existen datan del siglo ix y se piensa que la colección de cuatrocientas y tantas recetas se compiló tal vez en los siglos iv o v. Sin embargo, es probable que este volumen se basara en la recopilación de recetas de diversos cocineros del siglo i. Entre los más famosos gourmets de ese periodo estaba Maro Gavio Apicio, a quien suele atribuírsele la autoría del libro; de hecho, la obra también se ha llegado a conocer simplemente como Apicio. No obstante, es muy improbable que él se haya puesto a escribir un libro de cocina en el sentido moderno de la palabra. En cambio, tal vez fue una de las fuentes principales de recetas, aunque puede ser que muchas de estas hayan sido el fruto de los cocineros que trabajaban para él.
Apicio fue un comerciante cuya riqueza le permitió disfrutar de la buena vida durante el gobierno del emperador Tiberio, en la primera mitad del siglo i. Era conocido por los fastuosos festines que ofrecía, y es probable que las autoridades romanas le hayan pagado para entretener a funcionarios extranjeros que iban de visita. Pero aunque sus contemporáneos consideraban que exhibía lo mejor del mundo romano, otros han llegado a ver los excesos que fomentaba como una señal del inminente declive del imperio.
Además de saber cómo organizar una buena mesa, Apicio también era famoso por su profundo conocimiento de la comida. Dicho conocimiento abarcaba desde la producción de ingredientes hasta su preparación. No se trataba de recetas para gente común y corriente, sino para cocineros entrenados que trabajaban para la élite de la sociedad romana. La reputación de Apicio estaba bien asentada para cuando Plinio el Viejo escribió en su Historia natural que él era «el devorador más glotón de todos los despilfarradores». Plinio detalló, por ejemplo, la reputación que tenía Apicio de haber aprendido a criar una cerda para que su hígado fuera una exquisitez. El proceso incluía alimentar al animal con grandes cantidades de higo, y luego, justo antes de matarla, darle vino con miel. A finales del siglo ii de nuestra era, Tertuliano llamó a Apicio nada más y nada menos que «el santo patrono de los cocineros».
COMIDA PARA LAS MASAS
En 1845, una mujer inglesa llamada Eliza Acton publicó otro libro de cocina que se convirtió en un punto de referencia y que en ciertos aspectos era la antítesis de su contraparte romana. Modern Cookery for Private Families (Cocina moderna para las familias) incluía recetas diseñadas para atender a las clases medias en lugar de a la élite acaudalada. Acton introdujo al pueblo británico ingredientes nuevos y exóticos, como el espagueti y las coles de Bruselas. Fue un éxito instantáneo, también sirvió de inspiración para otro libro de cocina y otros asuntos domésticos que llegó rápidamente para desbancarlo en popularidad después de su publicación en 1861: el legendario Mrs. Beeton’s Book of Household Management (El libro para el manejo del hogar de la señora Beeton). Sin embargo, a pesar de la gran sabiduría de la señora Beeton, ¡recomendaba hervir la pasta durante una hora y tres cuartos!
De re coquinaria está dividido en diez secciones, cada una trata un aspecto particular de la cocina, incluyendo limpieza, carne roja, vegetales, legumbres, carne de aves y mariscos. La mayoría de las recetas incluyen una salsa, hecha típicamente con pescado fermentado o una clase de jarabe de uva. Lo que no está muy claro son las cantidades de los ingredientes por usar y, con frecuencia, las técnicas precisas de preparación. A menudo, la instrucción dice algo semejante a «cocina hasta que esté listo» y muchas veces los ingredientes requeridos eran muy exóticos, como el lirón, la grulla, el pavo real y el avestruz, baste mencionar que una de las recetas requiere que el cocinero sancoche un flamenco antes de terminarlo con puerros y una salsa picante (cabe destacar que el volumen también incluye varias sugerencias de remedios para el dolor de estómago).
Eran legendarios los extremos a los que Apicio era capaz de llegar para encontrar los mejores o más exóticos ingredientes. Ateneo de Náucratis, un escritor griego de fines del siglo ii y principios del siglo iii, escribió en su Banquete de los eruditos (Deipnosophistae) —su relato épico de una serie de banquetes ofrecidos en Roma y considerado en sí una valiosa fuente de información sobre la cocina clásica— que Apicio se embarcó en un largo viaje a Libia en busca de camarones gigantes. Insatisfecho con los especímenes que le mostraron, se dice que regresó a Campania contrariado y con las manos vacías sin siquiera haber desembarcado. Séneca, un contemporáneo cercano, relató otra historia sobre cómo Apicio se vio envuelto en una guerra de pujas por un mújol inusualmente grande. Sus enseñanzas sobre comida y su consumo, sugirió Séneca, habían «contaminado la era».
Es cierto que el nombre de Apicio se convirtió en sinónimo de glotonería. Heliogábalo (también conocido como Antonino), emperador de Roma entre los años 218 y 222, era conocido por sus excesos en busca de placer. Se dice que se atiborraba de exquisiteces como talones de camello, lenguas de pavo real, ruiseñores, cerebros de flamenco y cabezas de perico en un intento por imitar a Apicio. Pero el tiempo le cobró factura a Apicio, cuya salud se vio mermada por su estilo de vida opulento. Al parecer temeroso de tener que vivir de una forma limitada, presuntamente optó por quitarse la vida.
La participación de Apicio como autor en De re coquinaria es discutible, lo cierto es que el libro que lleva su nombre abre una ventana a la vida de la alta sociedad romana y, lo más importante, demuestra que los libros no solo son un medio para el arte y la filosofía, sino también para la exploración de placeres más corporales.
Claudio Ptolomeo (ca. 150 d. C.)
Geografía fue un punto de referencia híbrido del celebrado polímata griego, escrito hacia la mitad del siglo ii. Es una mezcla entre un estudio filosófico sobre la naturaleza de la geografía y la cartografía, un atlas y un diccionario geográfico; sirve como un resumen sin paralelo del conocimiento geográfico hasta ese momento. Además, su influencia en los geógrafos y cartógrafos futuros fue inmensa, tanto en la Europa cristiana como en el mundo islámico hasta bien entrada la Edad Moderna temprana. Geografía ha sido crucial para moldear la manera en que vemos y conceptualizamos nuestro mundo durante más de mil quinientos años.
Ptolomeo nació alrededor del año 100 y vivió en (o muy cerca) de Alejandría, la ciudad egipcia que en ese entonces estaba bajo la hegemonía del Imperio romano. Se situó en la cúspide de varias tradiciones intelectuales, pues vivió en la parte de África bajo el dominio romano y escribía en griego. Como otros grandes intelectos de la era clásica, trabajó en diferentes campos, como astronomía, astrología, matemáticas e incluso música. Fue autor de varias obras académicas, Geografía es solo una de las tres por las que es más conocido, las otras son Almagesto, que buscaba resolver cuestiones sobre el movimiento de las estrellas y los planetas por medio de las matemáticas, y Tetrabiblos, un estudio sobre astrología.
NUEVA PERSPECTIVA DEL MUNDO
En 1569, Gerardus Mercator, nacido en Flandes, publicó una nueva proyección del mapa del mundo llamada Nova et Aucta orbis terrae descriptio ad usum navigantium emendate accommodata (Nueva y más completa representación del globo terrestre adecuadamente adaptada para su uso en la navegación). Al igual que la obra de Ptolomeo, fue un trabajo revolucionario: su diseño todavía es evidente en los mapas que utilizamos en la actualidad. De hecho, el aristócrata y explorador escandinavo del siglo XIX Adolf Erik Nordenskiöld dijo que Mercator «permanece sin ser superado en la historia de la cartografía desde los tiempos de Ptolomeo». En 1595, Mercator también acuñó el término atlas para un trabajo cartográfico cuando publicó su Atlas sive cosmographicae meditationes de fabrica mundi et fabricati figura (Atlas o meditaciones cosmográficas sobre la creación del universo y el universo como creación).
Geografía se compone de ocho libros divididos en tres amplias secciones. En el primero, Ptolomeo considera el método detrás de su trabajo, mientras en los otros siete relata cómo emprendió la recolección y organización de la información geográfica y cartográfica. La producción de mapas ya contaba con varios siglos de existencia para el momento en que Ptolomeo comenzó a escribir su obra, pero también consideró otras formas para crear mejores mapas con proyecciones mucho más precisas.
Los libros ii al vii sirven como un «diccionario geográfico», un catálogo de los mejores lugares del mundo entonces conocido por los romanos, junto con la latitud y longitud de cada ubicación. El final del libro vii se dedica a considerar varias proyecciones diseñadas para permitir una descripción lo más precisa posible de un mapamundi, mientras que el libro viii resume una colección de detallados mapas regionales. Aunque se cree que pudo haber tenido unos 64 mapas, ediciones posteriores de la obra solían presentar 12 de Asia, diez de Europa y cuatro de África. En términos de alcance, Ptolomeo mapeó el mundo conocido desde las islas Canarias al oeste hasta el Magnus Signus al este (o el Gran Golfo, que en la actualidad equivale a un área en el golfo de Tailandia), y desde las islas Shetland al norte hasta las fuentes del río Nilo.
Construyó la obra con base en sus propias ideas enriquecidas con el conocimiento ya existente recolectado de obras previas, tanto romanas como persas. En particular, reconoció la deuda que tenía con Marino de Tiro (Tiro era una provincia romana en la actual Siria), quien había creado un atlas —del que no se conserva ninguna copia— unas cuantas décadas antes de que Ptolomeo escribiera su Geografía. Entre las innovaciones de Marino estaba la adopción de un sistema mucho más detallado de latitud y longitud. Ambos también mostraron mayor disposición a incorporar la información que comerciantes y marineros proporcionaban en sus representaciones cartográficas, mucho más que generaciones previas de otros geógrafos como Estrabón y Plinio el Viejo.
Ningún ejemplar original de Geografía ha sobrevivido, pero, al igual que otras obras de Ptolomeo, fue ampliamente copiada y distribuida en los siglos siguientes. Se sabe que una traducción árabe círculó durante el siglo ix, aunque al parecer su popularidad en Europa declinó. Las versiones griegas más antiguas existentes datan del siglo xiii, después de que el monje y académico Maximus Planudes encontrara una copia.
Luego, a principios del siglo xiv, el humanista florentino Jacobus Angelus realizó la primera traducción al latín —y la más importante— con el título de Geographia Claudii Ptolemaei (la traducción anterior de Roger II de Sicilia, en el siglo xii, de un manuscrito árabe no sobrevivió). En 1477, apareció en Bolonia una edición que, se cree, es el primer libro impreso con ilustraciones grabadas.
El trabajo de Angelus dio pie a un nuevo interés en Occidente por la cartografía de Ptolomeo, pues había caído en el olvido desde hacía mucho; por ejemplo, donde los cartógrafos medievales destacaban lugares según la importancia percibida, Ptolomeo inspiró un enfoque más científico con base en las matemáticas, una medición más precisa y una mayor consideración de la proyección, aunque todavía estaba lleno de errores. Mientras tanto, su diccionario geográfico restauró el conocimiento de ubicaciones precisas que hacía mucho se habían perdido en el mundo occidental.
Así, la Europa renacentista comenzó a ver el mundo dibujado de una manera diferente. Para el ojo moderno, el mapamundi de Ptolomeo tiene fallas obvias, tanto en orientación como en tamaño; aun así era infinitamente más preciso que lo que había existido antes y, lo más importante, les dio herramientas a los futuros cartógrafos para elaborar representaciones mucho más exactas.
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