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Este día ya había tenido suficientes emociones; de pronto, algo muy extraño llamó mi atención: ¡un pedido para la mansión! Debe ser para los nuevos dueños, pienso mientras leo la dirección que me pasa la Generala.

Patino rápidamente, pero antes me encuentro a una señora muy elegante que me dice que mi cara le resulta muy conocida, ¡qué raro! Tal vez es la nueva dueña de la casa. Al llegar me avisan que es para la señorita Ámbar, que está en la alberca. Cuando llego, desde lejos veo a una chica un poco más grande que yo, muy bonita, tomando el sol y hablando por una tablet.

—¡Aquí está el pedido! ¡Fudger Wheels siempre llega a tiempo! —voy diciendo mientras me acerco con la comida.

La chica me ve con cara de molestia, pero de repente cambia la expresión cuando mira detrás de mí.

—¡Matteo, amor, por fin llegaste! —Cuando volteo, me sorprende ver al chico presumido con el que choqué hace un rato.

Eso me hace distraerme y, cuando giro la cabeza nuevamente, apenas me doy cuenta de que la chica se levantó, pero a mí no me da tiempo de frenar los patines, así que chocamos mientras toda la comida cae sobre ella.

—Perdón… —digo con un hilo de voz—. ¡Lo siento mucho; ahorita lo limpiamos! —Intento acercarme con una servilleta, pero ella me mira como si sus ojos estuvieran a punto de salírsele de la cara.

—¡No me toques! —dice ella mientras se aparta. Creo que está realmente molesta. Detrás oigo al chico que ríe—. ¡Por tu culpa, mirá cómo me encuentra mi novio!

—Parece que la especialidad de esta chica delivery son los choques —comenta maliciosamente el chico que ahora sé que se llama Matteo.

—Es que te moviste… —contesto nerviosa, intentando explicar lo sucedido—. No es para tanto, ahorita lo solucionamos.

—¡Ahora decís que es mi culpa! —me responde, muy enojada.

Me volteo para buscar algo con qué recoger todo el desastre, pero de repente siento cómo la chica me hace tropezar, y casi en cámara lenta caigo a la alberca. Siento que el peso de los patines me lleva al fondo; trato de nadar hacia arriba, pero no puedo. Inevitablemente me hundo cada vez más.

Estoy luchando por tratar de ir a la superficie y sigo sin poder. De repente siento que alguien me agarra; es el chico fresa que se lanzó a la alberca y logró sacarme. Cuando abro los ojos, también está mi papá ayudándome. No puedo parar de toser, realmente me asusté mucho; sentir el peso de los patines me puso muy nerviosa… ¡No puedo creer que esta chica me haya lanzado a la alberca!

—¡Me empujaste! ¡Me empujaste! —le digo con la voz todavía entrecortada.

—¿Yo? No es cierto, menos mal que estás bien —contesta ella indiferente, mientras jala a su novio.

—¿Estás bien, hija? —pregunta mi papá, preocupado, tomándome la mano.

—Sí, papá, estoy bien, pero perdí mi medallita —le sonrío para tratar de tranquilizarlo.

—¿Es esto lo que buscás? —me dice el tal Matteo con la medallita escurriendo entre las manos y le doy las gracias.

Un hombre al que no había visto se acerca y pregunta qué es todo ese alboroto. Mi papá le responde que soy su hija y que caí a la alberca. No soporto quedarme callada y lo corrijo:

—Lo que pasa es que casi me ahogo porque ella me empujó a la alberca —digo, mirando a Ámbar—. Y, además, ahora mis patines están arruinados.

El recién llegado mira a mi papá.

—Este escándalo se tiene que acabar; la señora está descansando. Qué bueno que su hija está bien.

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Un poco después, Sharon se encuentra disfrutando de la langosta preparada por Mónica.

—Exquisita, está en su punto justo —le comenta a Rey—. Esta mujer realmente tiene talento. La quiero en Buenos Aires. Es una orden. Además, no quisiera que hubiera problemas legales por el incidente de la pileta que me acabas de contar.

—Pero ¿y si no aceptan? Tienen una hija. No es tan fácil —insiste Rey y le presenta otras opciones.

—A mí nadie me dice que no —responde Sharon enérgicamente—. Si aceptan, inscribiré a su hija en el Blake South College, donde estudia Ámbar, y tendrá una educación a la que ahora no puede acceder; si no, pueden despedirse de sus trabajos.