
Siento las luces sobre mí. Me deslizo rápidamente y sonrío. Sé que a todos les ha encantado mi último giro. Veo a mi alrededor; la pista está llena y todos me miran. Me siento muy feliz. Estoy haciendo lo que más me gusta en la vida: patinar.
La pista se ilumina con diferentes colores y mientras sigo deslizándome veo cómo brilla mi medallita.
Me concentro, tomo impulso y giro haciendo una pirueta que me hace sentir que puedo alcanzar el cielo. Y de repente lo siento, siento cómo la cadena se desprende de mi cuello y sale volando lejos de mí.
Miro hacia todos lados, desesperada. No la encuentro. ¿Dónde está? ¿Dónde está?
Alguien me llama.
—Luna, Luna…
Me cuesta despertar, pero cuando finalmente puedo abrir los ojos, veo a mi mamá que intenta desesperadamente decirme algo.
—¡Luna, Luna, despierta! ¿Ya viste la hora? —me dice apurada. Se llama Mónica y ahora lleva puesto su impecable uniforme de chef.
Veo el reloj y me siento rápidamente en la cama. ¡Es tardísimo! Trato de vestirme mientras choco con todos los muebles del cuarto, y me pongo los patines.
—¡Estaba teniendo un sueño increíble! Soñé que patinaba en una pista, con luces de colores. La gente me miraba patinar. De repente, daba un giro en el aire y se me caía la medallita —le cuento a mi mamá.
—Luna, los sueños son eso precisamente: sueños nada más. —Y tocándome el cuello dice—: Aquí está tu medallita para cuidarte.
—Yo ya no sé si creo en medallitas protectoras. —Veo la hora y salto de la cama—. ¿Mi papá no podrá llevarme hoy?
—No, no puede. Recuerda que hoy tiene que recibir a los nuevos dueños. Mejor apúrate, ¡que ya es muy tarde!
Le doy un beso cariñoso y me arranco velozmente con mis patines. Tengo que llegar lo más rápido posible a Fudger Wheels, el restaurante en el que he trabajado todo el verano repartiendo pedidos con mi amigo Simón.

Justo él me recibe en la puerta con cara de complicidad y una gran sonrisa.
—¡Ándale! ¡Apúrate! Ponte el uniforme antes de que te vea la Generala; hoy anda más ruda que nunca.
Por eso lo quiero, es mi mejor amigo en el mundo y siempre me cuida.
Después de cambiarme rápidamente, preparo un pedido y, mientras, le cuento a Simón el maravilloso sueño que tuve:
—Soñé que patinaba en una pista, la gente me miraba; parecía un show… y hacía como un giro en el aire…
—Déjame decirte dos cosas, Luna Valente —me interrumpe Simón, riendo—: primero: tú siempre estás en tus patines, prácticamente caminas en ruedas y, segundo: tienes una gran imaginación. ¿Seguro no había elefantes que patinaban en tu sueño?
—Elefantes no, pero sí había una canción. —Tarareo la canción intentando recordar el ritmo exacto. Simón se ríe de nuevo pero me acompaña dando golpecitos con sus dedos y tratando de seguirme.
En ese momento entra la Generala con las direcciones para entregar los pedidos y el cronómetro en la mano.
—Tome, Valente. Tiene que ir a todos estos lugares y, recuerde, si no lo entrega en diez minutos, se lo descontamos de su sueldo.
—¡Muy bien! ¡Que arranque el reloj!
Escucho el ¡click! del cronómetro que tiene la Generala, le sonrío a Simón y salgo disparada sobre mis patines.
Patino lo más rápido que puedo y entrego todos los pedidos. No quiero que la Generala se enoje más de lo que ya está. Aprovecho para regresar por el lugar donde practico con Simón cuando no estamos trabajando, la vista es tan bonita…
Los colores del mar me dejan siempre sin aliento. Y, de repente, de la nada, se me atraviesa un chico que al parecer está practicando movimientos de freestyle.
—¡Cuidado! —grito cuando estoy a punto de caer sobre él.
—¡Hey! ¡Se pide permiso! —dice el chico. Y mirándome de arriba abajo sonríe, presumido—. Seguro que buscabas chocar conmigo. A muchas chicas les interesa.
—No me interesa chocar contigo. Además, estoy trabajando —le respondo.
Se nota que es superfresa; además, no es de aquí; debe ser algún turista.
—¿Sí? ¿En dónde? Me gustaría hacer un pedido —dice, mientras sonríe.
Lo ignoro y sigo mi camino. La verdad tengo que apurarme y regresar a Fudger Wheels. No tengo tiempo para lidiar con un chico desconocido y, además, fresa.