¿Cómo ayudar a quien nos consulta?
Ésa es la pregunta básica que todo clínico se hace.
En el caso de niños y adolescentes con trastornos de lenguaje, la respuesta no es sencilla.
Dar consejos y pautas de tratamiento implica haber realizado una evaluación que a su vez presupone observación, descripción y análisis reflexivo. Este complejo proceso evaluativo se lleva a cabo atendiendo a los conocimientos teóricos y prácticos del profesional, quien además se vale de recursos específicos que facilitan su tarea.
El sentido que anima esta obra es precisamente brindar al lector un panorama –que intenté fuera pormenorizado y abrevara tanto en bibliografía actualizada como en la experiencia clínica– de distintos aspectos involucrados en la evaluación del lenguaje en niños y adolescentes. Cada capítulo explora un área o una temática específica. Así, el capítulo 1, a modo de introducción, se ocupa del encuadre general de la consulta neurolingüística. A continuación (capítulo 2) se hace un recorrido por las distintas dimensiones del lenguaje: fonológica, morfosintáctica, léxico-semántica, pragmática y discursiva, indicando los recursos más adecuados para evaluar cada una de ellas. En los capítulos 3 y 4 se describen los principales trastornos específicos del lenguaje y otros cuadros clínicos que no son exclusivamente lingüísticos, pero en los cuales el trastorno de lenguaje constituye un síntoma muy destacable, al punto de ser a menudo el motivo de la primera consulta.
Se señala la relevancia de evaluar el lenguaje en diferentes ámbitos (hogar, consultorio), sin olvidar a la escuela (capítulo 5), lugar de privilegio para analizar las competencias comunicativas inter-pares. También se enfatiza la importancia de la prevención (capítulo 6) a través de la detección temprana, mediante pruebas de cribado destinadas a las primeras etapas del desarrollo (0-3 años). Más adelante, dirigida fundamentalmente al período preescolar y desde una perspectiva sociolingüística y ecofuncional, se resaltan las ventajas de la “Hora de Juego Lingüística”, técnica rápida y económica, de sumo interés para el abordaje inicial (capítulo 7).
En cuanto a las pruebas formales, se ha dado prioridad a los instrumentos disponibles en castellano, con especial mención de aquellos desarrollados en países hispanoamericanos. Aunque dichos instrumentos son aún bastante escasos, nuestra intención es darlos a conocer y propiciar el diseño de nuevas pruebas de carácter regional.
En las últimas décadas, los importantes aportes de la lingüística a la patología del lenguaje se reflejan claramente en la cantidad de vocablos de esta disciplina que se han incorporado a las descripciones médicas más tradicionales. Es por ello que nos pareció útil incluir al final del libro un breve glosario de términos lingüísticos. También hemos tratado de ser cuidadosos con las referencias, para que el lector interesado pueda recurrir a otras fuentes de información.
Por último, no podría cerrar esta presentación sin antes agradecer a los colegas, alumnos, ex alumnos y amigos que, sabiendo que escribía este libro, me aportaron datos bibliográficos interesantes y me asistieron en las búsquedas por Internet. Cito a continuación (por orden alfabético): Ana Aizpun, Paula Aloy, Luisina Arietto, Marina Ballester, Susana Bampa, Marta Castello, Sara Colombres, Analía De Carlo, Elena Dutari, Ester Echeverría, Liliana Laudano, Lucía Magaldi, Lucía Mirabella, Isabel Muscari, María del Carmen Ronconi, Elena Salinas, Ana Sanguinetti y Evelyn Zukowski.
De manera especial quiero agradecer el apoyo incondicional de Estela Pertierra y su asesoramiento en temas de fonología. Asimismo la perseverancia de Yanina González Ayrala, quien desde París pasó muchas horas conectada a la web con el solo objetivo de ayudar a que el cuadro de “Pruebas en castellano” que se brinda en el anexo, quedara los más completo y actualizado posible.
Los agradecimientos se extienden también a profesores de otros países. De España, a Dori Juárez, Marcos Monfort, Gerardo Aguado, Juan Narbona y Feli Peralta, con los que compartimos enriquecedoras charlas e intercambio de opiniones y experiencias.
De Francia, a Claude Chevrie-Muller, de quien tanto he aprendido; a Emilie Schlumberger por su generosidad para compartir las nuevas publicaciones, y a la profesora Françoise Bonnet siempre dispuesta a despejar cualquier duda en la traducción de los textos franceses.
De Chile, a Luis Martínez de la Universidad de Talca, quien muy gentilmente me ha proporcionado la información sobre las técnicas desarrolladas en su país, y a Omer Silva de la Universidad de la Frontera, por sus aportes teóricos. De Uruguay, a Sandra Berta y Rosa Díaz, de la cátedra de Neuropediatría de la Universidad de la República, por sus contactos en la búsqueda de pruebas latinoamericanas.
A los Dres. Natalio Fejerman y Hugo Arroyo, jefes del Servicio de Neurología del Hospital Garrahan, donde desarrollo mi tarea hospitalaria desde hace ya más de 20 años.
En cuanto a la etapa de producción del libro, es también mi intención destacar la labor de Editorial Paidós. Muchas veces el término “trabajo en equipo” se reduce a una fórmula clisé o una simple expresión de deseo. En este caso ha sido una realidad, facilitada por el teléfono y el e-mail; hubo una constante comunicación entre autor y editores. Emilce Paz y luego Moira Irigoyen se preocuparon por cada detalle y brindaron sus ideas y juicio de expertas.
Generalmente los autores somos demasiado optimistas cuando estimamos el tiempo que nos llevará escribir una obra. Con frecuencia los cálculos fallan. Siempre lleva más horas, más días, más meses (y hasta más años) de lo que pensábamos. Por ello no puedo dejar de agradecer la paciencia, la compañía y el sostén permanente de Horacio, mi marido.
Nuevamente a todos los mencionados y a otros que no figuran en esta lista, pero que de algún modo directo o indirecto también han colaborado, ¡muchas, muchísimas gracias!
ANA MARÍA SOPRANO