Un verano, hace muchos años, estaba pasando una dura mañana de domingo. Llegó después de una racha de días malos en los que había estado teniendo problemas con el trabajo y con mis relaciones, lo que me hacía estar callado y tenso. A mi hijo, que tenía ocho años, lo habían invitado a una fiesta de cumpleaños a una hora de camino en coche y, en lo que salíamos de casa, agarré un fino libro de tapa dura de una pila que había cerca de la puerta. Zachary estaba cansado y durmió por el camino roncando apaciblemente en el asiento trasero, lo cual no suponía ningún problema para mí. Cuando llegamos a la fiesta, que se celebraba en el jardín trasero de una gran casa en una zona residencial en Connecticut, saludé brevemente a los adultos y me escabullí para sentarme bajo un árbol, sacar el libro y empezar a leer.
Era El origen del universo, escrito por el físico teórico John Barrow.1 Empezaba relatando el descubrimiento de Edwin Hubble de que el universo se expande y luego repasaba la teoría del Big Bang sobre cómo empezó todo.
A medida que fui leyendo, el corazón empezó a latirme más rápido. Era emocionante que pudiéramos saber todo eso, que pudiera estar leyendo sobre acontecimientos que ocurrieron hace catorce mil millones de años. Quizá los creyentes sientan lo mismo cuando leen las Escrituras —la experiencia de que se les están revelando grandes verdades—. Al aprender cosas del universo, me sentí insignificante, diminuto en el espacio y el tiempo, pero también me sentí orgulloso de nuestra especie, de que pudiéramos saber tanto sobre cosas increíblemente lejanas tanto en el tiempo como en el espacio que respondieran a las preguntas más fundamentales. Cuando la fiesta terminó y me levanté a recoger a mi hijo, el mundo me parecía lleno de luz.
En el camino de vuelta a casa, le hablé a Zachary de lo que había aprendido y, mientras hablábamos, empecé a fantasear con dejar mi trabajo de profesor de Psicología, sacarme otra carrera y convertirme en cosmólogo. Pero yo estaba donde debía estar. La lápida del filósofo Immanuel Kant tiene grabada una cita de su Crítica de la razón pura: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y asombro a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mi interior». Me había pasado la mañana estremecido por el cielo estrellado; años más tarde, mi investigación se centraría en la moralidad y la psicología moral y llegaría a experimentar el mismo sentimiento de «admiración y asombro» que Kant.
Aunque, a decir verdad, prácticamente toda la psicología me entusiasma por igual. Para mí es casi el tema más interesante que existe: nosotros. Trata sobre nuestros sentimientos, experiencias, planes, metas, fantasías..., los aspectos más íntimos de nuestro ser.
El libro que tienes entre manos está basado en una asignatura de Introducción a la Psicología que llevo impartiendo desde hace muchos años en la Universidad de Yale. Es una de las más populares allí y se la he dado a miles de estudiantes de pregrado, a veces ha sido su primera asignatura en la universidad. Basándome en esas clases, creé un curso en línea en el que ha habido, hasta el día de hoy, cerca de un millón de matriculaciones.2
Me encanta enseñar la Introducción a la Psicología, pero lo que se puede transmitir en una serie de charlas es limitado y hay mucho material que tratar, por eso decidí escribir Psico.
El espectro es amplio y, si decides leerlo de principio a fin, adquirirás las bases de los aspectos más importantes de la ciencia de la psicología. Entre otras cosas, en este libro encontrarás las mejores respuestas de las que disponemos en la actualidad a las siguientes preguntas:
¿Cómo se las ingenia el cerebro, una masa de kilo y medio de carne sanguinolenta, para que exista la inteligencia y la experiencia consciente?
¿En qué acertó Freud sobre la naturaleza humana?
¿En qué acertó Skinner sobre la naturaleza humana?
¿De dónde viene el conocimiento?
¿En qué se diferencia la mente de un niño de la de un adulto?
¿Qué relación hay entre el lenguaje y el pensamiento?
¿Cómo afectan nuestros prejuicios a nuestra manera de ver y recordar el mundo?
¿Somos seres racionales?
¿Qué nos motiva y cuál es la función de emociones como el miedo, el asco y la compasión?
¿Qué opinamos de los demás, incluso de otros grupos sociales y étnicos?
¿Cómo (y por qué) nos diferenciamos en cuanto a personalidad, inteligencia y otras características?
¿Cuál es la causa y el tratamiento de los trastornos mentales?
¿Qué hace feliz a la gente?
Cada capítulo de este libro puede leerse independientemente. No pasa nada si decides zambullirte en él y leer sobre Freud, el lenguaje o los trastornos mentales o incluso saltar al final, a la parte sobre la felicidad; nadie te va a decir nada, pero el libro sigue una línea; hay temas o ideas que se extienden a lo largo de estos capítulos dispares y es mejor ir desvelando la historia en el orden apropiado.
Algunas partes de esta historia incomodan a la gente. Veremos que la psicología moderna acepta una concepción mecánica de la vida mental, concepción que es materialista (entender la mente como un objeto físico), evolutiva (entender nuestra psicología como un producto de la evolución biológica, formada en gran parte por la selección natural) y causal (entender nuestros pensamientos y acciones como el producto de nuestros genes, nuestra cultura y nuestras experiencias individuales).
Puede que te preocupe que falte algo. Este concepto de la vida mental puede chocar, en apariencia, con nociones de sentido común sobre el libre albedrío y la responsabilidad moral. Puede que te parezca que choca con la noción de que el ser humano posee una naturaleza trascendental o espiritual. Esta situación la ilustra muy bien John Updike en su libro Conejo en paz, cuando Harry «Conejo» Angstrom habla con su amigo Charlie sobre la reciente cirugía de éste:
—Válvulas de cerdo. —Conejo intenta ocultar su repulsión—. Debe de ser horrible. ¿Te abren el pecho en dos y pasan tu sangre por una máquina?
—Fue pan comido, te dejan frito. ¿Qué problema hay con que pasen la sangre por una máquina? ¿Qué crees acaso que eres, campeón?
—Una creación divina y única con un alma inmortal insuflada. Un vehículo de Su Gracia. Una batalla entre el bien y el mal. Un aprendiz de ángel...
—No eres más que una máquina blanda —insiste Charlie.3
Hay muchas maneras de reaccionar a todo esto. Sé de filósofos y psicólogos que están seguros de que no existe el libre albedrío ni la responsabilidad moral y he conocido a otros que rechazan la ciencia preocupados porque ese enfoque de la mente le arrebate a la gente su condición de «especial», que eso nos menoscabe de alguna forma. Es demasiado reduccionista, demasiado crudo. Nos reduce a ordenadores o montones de células o ratas de laboratorio. Éste es su argumento: «Si la psicología me va a decir que soy sólo una máquina, que los aspectos más íntimos de mi ser no son nada más que neuronas que se activan, pues a tomar viento la psicología».
Desde mi punto de vista, podemos quedarnos en un término medio. Creo que la perspectiva científica en la que se basa la psicología moderna es perfectamente compatible con la existencia de la elección, la moralidad y la responsabilidad. Sí, en última instancia somos máquinas blandas, pero no sólo máquinas blandas.
Quiero terminar este prólogo con una nota de humildad. Sabemos mucho del mundo físico y muy poco de la vida mental. Esto no es así porque los físicos sean inteligentes y los psicólogos unos estúpidos, es así porque mi campo de estudio es mucho más difícil que el de Barrow. Los misterios del espacio y el tiempo resultan ser más fáciles de comprender que los de la consciencia y la elección. En las siguientes páginas seré sincero sobre las limitaciones de nuestra joven ciencia y crítico con algunos colegas que piensan que ya lo hemos resuelto todo.
Pero formar parte de una ciencia joven es una verdadera alegría. Encuentro el estudio de la psicología tan apasionante como el del cosmos y espero que tú también llegues a opinar lo mismo. Hemos hecho progresos emocionantes en este campo y me muero de ganas de contártelos. Mi mayor esperanza al publicar este libro es que las teorías y los descubrimientos que se analizan aquí asombren un poco al lector, algo similar a lo que sentí cuando leí sobre los orígenes del universo bajo aquel árbol hace muchos años.
PAUL BLOOM
Notas:
1. Barrow, John D., The origin of the universe: Science masters series, Basic Books, Estados Unidos, 1997.
2. Puede accederse al curso gratuito en <https://www.coursera.org/learn/introduc tion-psychology>.
3. Updike, John, Conejo en paz, Tusquets Editores, Barcelona, 2010.