5

Después de que Alexander y Wood intercambiaran una larga mirada que solo ellos dos sabrían qué significaba, este último y Annabeth se retiraron y nos dejaron a solas. Aún apoyada en una pila desproporcionada de almohadas y con los ojos cerrados, me permití unos pocos segundos para que mi mente se pusiera al día. No sabía lo que había sucedido con Elijah y una parte de mí tenía miedo de preguntar. Dado el estado de ánimo en el que se encontraba Alex, parecía seguro que las cosas no habían acabado como habíamos esperado. La verdad era que nada había sido como deseábamos. Nada en absoluto.

—¿Qué pasó? —pregunté finalmente. No tenía sentido retrasarlo.

Abrí los ojos y lo encontré contemplándome con una mirada repleta de agonía. Llevó la mano hasta mi rostro y trazó la línea de mi mandíbula con la yema de los dedos. El gesto estaba cargado de ternura y fue tan delicado que no pude evitar estremecerme.

—Pensé… que habías… muerto —dijo entonces, atragantándose con cada palabra—. Pensé que yo te había… matado.

Mi primer impulso fue hacer alguna broma al respecto; sin embargo, por mucho que sacarnos mutuamente de quicio se hubiera convertido en un juego para ambos, me daba la sensación de que aquel era un momento importante, una especie de muro a derribar entre nosotros. No estaba segura de las horas que había pasado inconsciente —unas cuantas, supuse, si me habían trasladado a dondequiera que estuviésemos—, pero aún tenía en la punta de la lengua las palabras que no había llegado a decirle, esas que había callado primero y luego me hubiera gustado gritar. Y ahora me ahogaba con ellas del mismo modo en que Alexander lo había hecho al señalar algo que no había llegado a suceder: no me había matado.

—No lo hiciste —atiné a decir, aunque una vocecita me animaba a confesarle mis sentimientos de inmediato, antes de que él me lo contestase todo y el mundo real invadiera nuestra pequeña burbuja—. Estoy viva.

«Y enamorada de ti», pensé, pero se me hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo de ridícula podía parecer si le decía algo así justo en ese momento? Pero ¿y si luego tampoco había tiempo? ¿Y si cometía de nuevo el error de callar?

—No gracias a mí —señaló, y me di cuenta de que empezaba a moverse aún más atrás sobre el colchón.

Lo agarré de la camiseta y tiré de él para obligarlo a acercarse. Lo tomé tan desprevenido que no opuso ningún tipo de resistencia. Nuestros rostros quedaron a tan solo unos centímetros. Un suspiro de distancia, ese era el espacio entre nuestras bocas. Aun así, él continuaba estando demasiado lejos.

—¿Sabes qué fue lo último que pensé antes de desmayarme? —pregunté, y el horror que reflejó su expresión fue indicación suficiente de lo erradas que debían de ser sus suposiciones sobre aquel instante—. Eres digno Alexander Ravenswood. Digno de un poder que nunca has querido y que llevas toda tu vida luchando por controlar. Y puede que dicho poder sea oscuro, pero tú no lo eres. No eres malo. No eres un monstruo. —Se encogió y trató de retirarse de nuevo, pero no se lo permití. Alex necesitaba oír eso—. No lo eres. Lo que hiciste fue porque yo te lo pedí, porque había que hacerlo, y a pesar de que era la única forma, sigo aquí… Y yo… —Se me quebró la voz—. Yo te…

Incapaz de continuar hablando, lo besé. Tal vez así pudiera convencerlo de que mis palabras eran sinceras. Lo que había dicho era verdad, y lo que sentía por él, real. Tan real que incluso a mí me sorprendió. Estaba enamorada de Alexander Ravenswood, y era tan estúpida que no lograba decirlo en voz alta.

El beso fue torpe y cargado de desesperación, y totalmente unilateral al principio. Alex se quedó paralizado, y me dije que igual sí que estaba haciendo el ridículo. La vergüenza se extendió por mi piel en forma de un cosquilleo desagradable y empecé a retroceder. Pero entonces se movió de golpe, más rápido de lo que lo hubiera visto hacerlo jamás. En un momento estaba sentada junto a él y al instante siguiente me encontré tumbada, con su cuerpo sobre el mío, una de sus manos apoyada en la almohada, junto a mi cabeza, y la otra aferrando mi rostro.

Atacó mi boca como el general que se lanza a la batalla decisiva de una guerra eterna, como el lobo que cae hambriento sobre su presa después de haberla acechado durante horas. Y yo le permití que me asaltase a placer. No sé durante cuánto tiempo nos besamos, pero cuando Alex retrocedió finalmente sentí los labios entumecidos de la manera más agradable posible. Se quedó mirándome en silencio y, a pesar de lo agitado de su aliento, lucía más pálido de lo normal. Casi como si hubiera visto un fantasma.

Me planteé que el temor que había sentido al despertar no fuera tan solo un miedo infundado. Que yo hubiera caído y todo se tratara de algún sueño o engaño. O que algo del don de su familiar se hubiera filtrado hacia él y ahora compartieran la habilidad de ver a los muertos.

—Estoy viva, ¿verdad?

Alex soltó una carcajada, apretó la mano que mantenía en mi nuca y me dijo:

—No vuelvas a hacer algo así.

—¿Hacer qué? ¿Preguntas estúpidas? ¿Besarte?

La esquina de su boca se curvó, pero negó con la cabeza.

—Sacrificarte. —Su expresión perdió entonces cualquier asomo de burla—. Nunca más, Danielle. Promételo. No puedo… No voy a…

No fue capaz de terminar la frase, y me maravilló ser capaz de dejar a Alexander Ravenswood sin palabras. Quizás, tal y como me pasaba a mí, había algunas que él tampoco se atrevía a pronunciar…

El pensamiento despertó un aleteo en mi estómago.

Pero entonces él tomó aire y lo soltó muy lentamente. Luego, su frente estaba de nuevo contra la mía y cerró los ojos mientras dejaba salir otro suspiro que lo hizo sonar totalmente derrotado.

—Perdí el control, Danielle, y me dejé ir por completo. Me aterroriza y avergüenza en lo que me convertí. No dudé en drenar a los alumnos que Mercy había hechizado. Fui cobarde y egoísta, pero me resultó imposible arrancarte hasta la última gota de tu poder. No pude hacerlo; no me importó lo que estuviera en juego. También me las arreglé para derrumbar el auditorio Wardwell porque creía que estabas muerta, que yo mismo había apagado tu luz.

—Por Dios, Alex.

Lo rodeé con los brazos y lo apreté contra mí, pero forcejeó para alejarme. No creo que fuera porque despreciara mi contacto, sino porque no se creía merecedor de él: se había mantenido aislado durante años para evitar hacerle daño a otros brujos y ahora su peor miedo se había convertido en realidad. Recé para que todos los alumnos hubieran sobrevivido; de no ser así, Alex no se lo perdonaría jamás. Ni siquiera estaba segura de que se perdonase por haberme drenado, daba igual que hubiera sido nuestra única salida.

—No puedes llevar esa carga —le susurré al oído, cuando finalmente sus músculos se aflojaron y escondió la cara en el hueco de mi cuello.

Sin embargo, era Alexander Ravenswood, así que no me sorprendió en absoluto cuando replicó:

—Puedo y lo haré. —Su voz sonó amortiguada contra mi piel, pero había una certeza ineludible en su afirmación.

—Y luego soy yo la terca —traté de bromear.

Se movió un poco y sus labios rozaron mi sien con más de ese cariño delicado que conseguía estremecerme cada vez, luego buscó de nuevo mi mirada.

—No debería haberme quedado en este sitio, pero no… No podía separarme de ti.

Mi pecho se contrajo al escuchar el tono desgarrado de su confesión y la expresión desolada con la que me contempló. Su comportamiento había cambiado tanto desde aquel primer día en el que nos habíamos conocido; continuaba manteniendo la actitud seria y dura del heredero Ravenswood, pero ahora era mucho más. En ese momento, sus emociones se reflejaban en cada centímetro de su rostro: el ceño fruncido por la culpa y la preocupación, el miedo en los ojos y en las líneas rectas de sus rasgos afilados, la curva descendente de su boca… No pude evitar recordar la visión de sus lágrimas cubriéndole las mejillas mientras me drenaba. Puede que hubiésemos cometido un montón de errores, pero el destino —aquel equilibrio de mierda— no había sido nada benevolente con alguien que había estado sufriendo casi desde su nacimiento.

—Gracias —murmuré, sosteniendo su mandíbula para que no desviara la mirada, lo cual intentó hacer casi de inmediato.

—No me…

—No, escúchame. Seguramente es muy egoísta por mi parte, pero gracias por salvarme y gracias por quedarte conmigo.

Salvo Dith, nadie se había quedado jamás y… joder, eso tenía que contar. Contaba para mí.

Ahora solo restaba descubrir cómo podíamos arreglar ese desastre. Si la profecía se había cumplido, si Elijah era la oscuridad augurada y ya estaba libre por el mundo, entonces íbamos totalmente a ciegas con lo que sucedería a partir de ahora.

Alexander parecía abrumado como jamás lo había visto. Había humedad en sus ojos y también un montón de agradecimiento que luchaba por ocultar. Ladeó la cabeza y su pulgar trazó mi mentón antes de inclinarse sobre mí y rozar los labios contra mi boca.

—Siempre me quedaré contigo, Danielle Good. Siempre.

Tomé aire para contener mis propias emociones. Las heridas que hubiera tenido se habían curado, pero sentí un peso persistente en el pecho. Resultaba doloroso ver tan derrotado a alguien como Alexander Ravenswood, no por su poder o el linaje al que perteneciera, sino porque yo sabía que era una buena persona, una a la que le habían pasado demasiadas cosas malas. Y estaba bastante segura de que aún tendríamos que sufrir más antes de que todo eso acabara.

Eché un vistazo a la habitación en la que nos encontrábamos y traté de sobreponerme a mis sombríos pensamientos, porque no ayudarían en nada; lo que más necesitábamos en ese momento era esperanza.

—Por cierto, ¿dónde estamos?

Alex soltó un profundo suspiro, como si él también necesitase unos segundos para recuperar algo de serenidad. Si bien se retiró un poco, su mano se deslizó hasta mi muñeca y enredó los dedos con los míos. Juraría que sus mejillas enrojecieron levemente cuando se dio cuenta de lo que había hecho, pero no me soltó.

Quién hubiera pensado que llegaría a ver a un Alexander tímido. La idea me hizo sonreír.

—En una academia —contestó tras aclararse la garganta. A pesar de la situación, no pude evitar emocionarme; nunca había estado en ninguna de las otras escuelas del país—. Una nueva, fundada por el aquelarre de Robert y que aloja tanto a brujos oscuros como blancos.

Vale, eso sí que era sorprendente. Las academias de ambos bandos que habían existido hasta entonces tenían mínimo un siglo de antigüedad y dependían directamente de Abbot o de Ravenswood, que habían sido las iniciales; además, todas habían sido fundadas por linajes destacados. No podía ni empezar a imaginar lo que habría supuesto para Robert y los demás crear una al margen de la estructura ya establecida, el trabajo y el riesgo asociados.

—Vaya… ¿Y le han puesto nombre?

Alex dejó salir un asomo de sonrisa.

—Parece ser que discutieron mucho sobre ello. Robert era bastante reacio, pero finalmente la bautizaron como Academia Bradbury.

Bueno, bien por los Bradbury. Había sido un linaje muy maltratado a lo largo de tres siglos. A pesar de lo que había sucedido con Maggie, o quizás a causa de ello, aquel podría ser el nuevo comienzo que necesitábamos; tal vez había llegado la hora de que las nuevas generaciones se olvidaran de las rencillas de sus antepasados y crearan algo más allá de las normas impuestas por estos. Ojalá tuviésemos un futuro en el que fuésemos solo brujos, sin más etiquetas. O, mejor aún, personas.

—Ah, y estamos cerca de Montreal.

Se me abrieron los ojos como platos y de inmediato mi mirada voló hacia la ventana. Las cortinas que la cubrían evitaron que pudieran ver nada del exterior.

—¿Estamos en Canadá?

—Así es.

Nunca había salido del país, pero en cierto modo parecía lógico que el aquelarre de Robert decidiese hacerlo y alejarse así de Salem. Alexander no parecía muy impresionado por nada de aquello, aunque a lo mejor era porque él había llegado allí por su propio pie.

Me dejé caer contra las almohadas y estaba a punto de preguntarle cuánto tiempo había pasado inconsciente cuando la puerta se abrió de golpe. Raven entró a la carrera, directo hacia la cama, y se lanzó sobre mí. A pesar de que Alex ya me había dicho que estaba bien, una nueva oleada de alivio me recorrió de pies a cabeza al verlo de una sola pieza.

—¡Rav! —chillé cuando me rodeó con ambos brazos y me aplastó contra su pecho.

No pude evitar echarme a reír mientras que, al mismo tiempo, las lágrimas regresaban a mis ojos. Había temido tanto por él cuando Mercy lo había secuestrado… Y, bueno, teniendo en cuenta que había pensado que iba a morirme, me estaba permitido mostrarme más emocional que de costumbre.

Raven me mantuvo apretada de tal forma que me resultaba difícil respirar, pero no me importó en absoluto y no me quejé al respecto. Me limité a disfrutar de su calor y brindé un agradecimiento silencioso por haberlo mantenido a salvo a quien fuera que estuviese escuchando.

—Bienvenida de nuevo, Dani —murmuró en mi oído, y tuve que redoblar mis esfuerzos para no ponerme a sollozar.

Raven era el único que alguna vez me había llamado así, él y Chloe, mi hermana pequeña, y se sintió como volver a casa, al hogar que eran ahora los Ravenswood para mí. Mi familia. No importaba dónde nos encontrásemos siempre que estuviésemos juntos.