Un mes más tarde
Alexander
—Ese será el tercero que destroce si continúa golpeándolo así —escuché comentar a alguien desde la puerta; Annabeth Putnam, tal vez.
Wood hizo un ruidito mostrando su acuerdo; sin embargo, no me molesté en reconocer la presencia de ninguno de los dos. En esos momentos, pocas cosas conseguían captar mi atención y menos aún mantenerla. Continué golpeando el saco de boxeo colgado a un lado de la sala sin pausa. Una y otra y otra vez, a pesar del dolor en mis nudillos y de lo pesados que sentía mis brazos. No había manera de que esas molestias compitieran en modo alguno con ese otro dolor que se extendía desde el centro de mi pecho, casi como si fuera mi propia oscuridad la que irradiaba en todas direcciones, arañando la carne a su paso.
Pero no había rastro de sombra en mis venas ni había llamas en torno a mis hombros. Mis ojos mantenían su tono dispar y los mechones de pelo que se me pegaban a la frente y la nuca a causa del sudor exhibían su color dorado habitual. La marca de mi pecho no arrojaba nada más allá de un leve picor. Y a pesar de que podía percibir la magia de cada uno de los brujos distribuidos por todo el edificio y los alrededores, ninguna canción se alzaba en mis oídos con la suficiente fuerza como para tentarme en lo más mínimo.
Era yo mismo y a la vez no lo era. O no lo había sido durante el tiempo que llevábamos allí. La oscuridad se mantenía recluida en mi interior y, sin embargo, la sentía en torno a mí. Sobre mi boca y mi piel. Aislándome. Asfixiándome. Como si todavía me hallara sumergido en ella. Como si aún continuase en el auditorio de Ravenswood. Como si aquella maldita Noche de Difuntos no hubiera terminado y nunca fuese a hacerlo.
Golpeé, golpeé y volví a golpear. Mis dedos crujieron al impactar con el cuero y el saco se balanceó. Golpeé de nuevo.
Frustrado.
Herido.
Roto.
Furioso.
—Alex —me llamó Wood.
Su voz sonaba lejana en mis oídos, incluso cuando me di cuenta de que había accedido a la sala y estaba ahora mucho más cerca. Dijo algo más, pero mi mente se negó a procesarlo. Seguí lanzando golpes y más golpes, y nuevas palabras salieron de la boca de mi familiar. Ruido, solo era ruido.
Continué golpeando.
El saco se movió hacia un lado al recibir un golpe que no provenía de mí y mi siguiente puñetazo encontró solo aire. Lo había lanzado con tanta fuerza que trastabillé hacia delante y, de regreso, fue el saco el que me golpeó en el costado.
—¡Maldita sea, Alex! ¡Para de una vez!
—¡No! —rugí, porque no quería detenerme.
Traté de situarme de nuevo frente al saco, pero Wood me empujó hacia atrás, llevándome lejos de él.
—¿Quieres pelear? Pues pelea conmigo entonces.
Me lanzó un puñetazo antes siquiera de haber acabado de hablar. Aun así, lo esquivé a tiempo. No quería pelear con él, sino conmigo mismo. Con la neblina difusa que me rodeaba. Con la culpa. Con la rabia.
Con la ira.
—Danielle… —suspiré sin siquiera darme cuenta de que lo hacía en voz alta.
—No la metas en esto. No va de ella, sino de ti.
Wood amagó con la derecha y me golpeó en el mentón con la izquierda. Toda mi mandíbula vibró con el puñetazo, pero no sentí dolor. Apenas sentía nada en realidad.
—Hiciste lo que tenías que hacer —agregó—. Todos lo saben.
Sí, por supuesto. Todos en aquel sitio sabían lo que había hecho. Todos conocían el relato de cómo Luke Alexander Ravenswood se había erigido como algo salido del mismísimo infierno y había drenado a un montón de brujos que no eran más que niños hechizados y luego había derrumbado un edificio sobre ellos quebrando los mismísimos cimientos de una escuela que llevaba más de tres siglos en pie. Después de escapar de allí, nadie se había acercado lo suficiente como para comprobar lo que fuera que vivía ahora en aquellos terrenos. Ni siquiera estábamos seguros de lo que le había hecho al lugar, aunque yo tenía mis sospechas. Y por si eso fuera poco, Elijah había conseguido escapar.
Todo había sido en vano.
—No —repetí, porque parecía que era lo único capaz de decir en ese momento.
—Se están recuperando. —«Los que viven», pensé yo, aunque no fui capaz de hablar en voz alta—. Y Danielle…
Mi puño salió disparado y se hundió en su estómago. Wood soltó el aire de golpe, retrocedió un par de pasos, tambaleándose, y se llevó la mano al punto en el que lo había golpeado. Pero el muy estúpido se limitó a sonreírme como si el hecho de que le pegase fuese lo más divertido que le había sucedido en todo el día.
Tal vez lo fuera; con Wood nunca se podía estar seguro de nada.
—¡Le arranqué su magia! ¡¿Es que no lo entiendes?! —grité finalmente, perdiendo cualquier atisbo de control que hubiera podido mantener—. ¡Se estaba muriendo en mis brazos mientras yo me alimentaba de su sufrimiento! ¡Y luego hice lo mismo con esos críos!
Él se cruzó de brazos y suspiró. Me obligué a apartar la vista. Si descubría siquiera la más mínima compasión en sus ojos… me volvería loco, si es que no lo estaba ya.
—Escúchame bien. Fue ella quien te pidió que empleases su poder. Y, aun así, a pesar de que te rogó que lo tomases todo, no fuiste capaz. Sé que suena egoísta y probablemente lo sea, no te mentiré sobre eso, pero no soy un santo, Alexander; no voy a decirte que yo no habría hecho lo mismo si se hubiera tratado de Dith. Lo habría hecho sin siquiera pensármelo dos veces. Habría sacrificado casi a cualquiera por ella, así que no voy a culparte por tus actos ni por las decisiones que has tenido que tomar. No cuando, además, intentaste usar tan solo un poco de cada uno de ellos…
—Nada de eso lo hace mejor.
—¿Eso crees? Porque te aseguro que yo no hubiera tenido tantas contemplaciones.
Mentía. Conocía a mi familiar. Wood hubiera muerto por Dith y también habría matado por ella, no tenía ninguna duda sobre eso; sin embargo, no a un puñado de niños inocentes. En el pasado le hubiera agradecido que tratase de hacerme sentir mejor, pero no ahora. No con aquello. No cuando finalmente me había convertido en todo lo que una vez había luchado para no ser. No cuando le había dado la razón a mi padre. No cuando me parecía seguir percibiendo la muerte a mi alrededor. Y no cuando todo había sido para nada.
Ravenswood había caído en las sombras. Abbot estaba medio derruida. Elijah había escapado a un mundo que no estaba ni mucho menos preparado para hacer frente a la oscuridad del monstruo en el que mi antepasado se había convertido, y tampoco para lo que yo era.
—Wood tiene razón.
Me giré hacia la puerta y encontré a Annabeth apoyada contra el marco. La melena turquesa le caía sobre el hombro y hasta la cintura en forma de una larga trenza. Vestía un uniforme similar al de los Ibis, ropa negra y ceñida que no entorpecía sus movimientos en una pelea, aunque no había armas a la vista.
Sabía que se estaban organizando patrullas para inspeccionar el desastre que era ahora Ravenswood, pero no estaba al tanto de mucho más. Mi atención en esos días se centraba en una única cosa; al margen de ello, tan solo me permitía unas cuantas horas en el gimnasio para liberar la tensión a la que estaba sometido mi cuerpo ahora que reprimía de forma constante la oscuridad, lo cual apenas servía de nada en realidad. Aunque había funcionado en el pasado, en aquel momento el ejercicio físico no era más que un parche muy débil para todo lo que había en mi interior, y yo lo sabía.
—Wood tiene razón —repitió Annabeth.
Negué.
—Soy un peligro para todos, ni siquiera debería estar aquí —repliqué, a pesar de que no pensaba marcharme.
No había puesto un pie en el exterior del edificio después de que atravesásemos las puertas un mes atrás. La aparición tardía del aquelarre de Robert en Ravenswood había permitido que fuésemos rescatados tras mi estallido final. Habían tenido que remover y rebuscar entre los escombros, y solo la ausencia de las protecciones que una vez había tenido la academia les permitió emplear la magia para conseguir salvarnos y sacar a la mayoría de allí. El golpe de poder había sido tal que durante un instante llegamos a creer que Elijah había sido vencido y devuelto al infierno del que había escapado. Sin embargo, no habíamos encontrado su cadáver ni señal alguna que indicara tal cosa. Pero sí que habíamos descubierto otros cuerpos…
Se había traslado a los heridos al edificio en el que ahora nos encontrábamos, en el que, con el paso de los días, habían ido refugiándose cada vez más y más brujos; algunos oscuros, otros blancos. Una academia, eso era aquel lugar. Robert y su aquelarre no se habían limitado a ofrecer refugio a algunos brujos descarriados en Nueva York, sino que, mientras lo hacían, habían estado planeando otras muchas cosas, tales como la fundación de un centro en el que no se distinguía entre los linajes de sus alumnos; donde la magia era simplemente… magia, y lo importante era lo que hacías con ella.
De no haber estado tan aturdido por todo lo sucedido, tan furioso y tan repleto de amargura, me habría maravillado todo lo que habían conseguido hacer a espaldas de ambas comunidades, lo mucho que se habían jugado. Si alguno de los dos consejos se hubiese enterado de sus planes, lo más probable era que hubieran acabado malditos y convertidos en familiares. Pero eso había sido antes de que la oscuridad llamase a nuestra puerta. Por ahora, los consejos estaban demasiado dispersos y desestabilizados por las pérdidas como para reclamar que se cumpliesen sus normas obsoletas.
Wood se plantó frente a mí una vez más. No había ni rastro de las heridas que había recibido la Noche de Difuntos a pesar de lo mal que estaba cuando lo sacaron de allí, pero las sombras que se apreciaban bajo su mirada hubieran podido competir con las que yo acumulaba en mi interior.
—Te estás reprimiendo, Alex, y eso… —Agitó la cabeza de un lado a otro—. Vas a tener que dejarlo salir en algún momento o te consumirá hasta matarte.
Sentí deseos de reír. Ya estaba consumido, ya me estaba matando. Me moría un poco más cada vez que cerraba los ojos y me veía a mí mismo drenando a Danielle. Veía con claridad mi mano sobre su estómago; la súplica en sus ojos, alentándome a hacerlo incluso cuando sabía que eso la mataría; las palabras que no había llegado a decirle y las que ella no había podido pronunciar. Veía las venas negras en mis brazos extendidos hacia los jóvenes brujos cuya magia había robado a continuación. Veía, y sentía, el poder ingobernable que me había controlado por completo.
Veía…veía un monstruo.
Así que procuraba no cerrar los ojos el tiempo suficiente como para perderme en esas imágenes, lo cual seguramente me convertía en alguien aún más cobarde.
Annabeth se adelantó desde el lugar junto a la puerta que había estado ocupando.
—Necesitamos tu ayuda, Alexander. Los informes que han llegado no son…
Levanté la mano para interrumpir su discurso, aunque esta vez no fue porque me negara a escucharla. Había algo. Un sonido… Ladeé la cabeza y, a riesgo de que las pesadillas que me torturaban tanto dormido como despierto cobraran vida una vez más, cerré los ojos para concentrarme. Un edificio lleno de brujos oscuros y blancos no era el mejor lugar para mí teniendo en cuenta lo que mi poder podía hacerles, pero después de los días que llevaba allí ya me había acostumbrado al ruido de fondo en mi mente que provocaba la magia de estos. Solo que ahora…
Abrí los ojos de golpe.
Se me aflojaron las rodillas en cuanto comprendí lo que estaba escuchando. Durante un momento, el tiempo pareció quedar suspendido en un segundo infinito; un instante más tarde, la oscuridad rugió en mi interior.
—¿Qué es? ¿Qué pasa, Alex? —preguntó Wood al percatarse de que algo estaba sucediendo.
No le respondí. Cuando por fin reaccioné, eché a correr hacia la puerta, y luego seguí corriendo por los pasillos.