Saludo con alegría este libro que permite al que se ha acercado ya a la MPA volver a recorrer las etapas hechas anteriormente y que ofrece al mismo tiempo una lectura cómoda y completa de un método claro y directo a aquel que por primera vez se acerque a la vía meditativa. Nunca podré expresar todo lo que ha significado para mí la meditación profunda y autoconocimiento, y sin embargo lo mucho que significa. Lo que voy a decir no es sino el reflejo de mi sencilla experiencia madurada día a día durante más de diez años de práctica personal y de servicio en el amor para quien ha querido acercarse a la meditación.
El laberinto que cubre el pavimento de la catedral de Chartres siempre me ha seducido, no sólo por su valencia simbólica, sino también por los elementos figurativos allí representados. De éstos hay dos que hasta hoy me parece que no se han superado: la rosa florida que representa el centro, una vez al año iluminada con el rayo de mediodía del primer día de primavera, y el trazado del laberinto que, más que en otros, te hace volver a empezar desde el obstáculo con un recorrido cada vez más amplio y circular, de modo que el obstáculo te parece un descanso y no un verdadero impedimento: estás y sigues estando en el camino. Es más, nunca te has apartado del camino. El laberinto, por consiguiente, representa no sólo el caminar por el mundo del hombre de todos los tiempos, del hombre errante, del vagabundo privado de la orientación adecuada y, por consiguiente, sujeto a error, sino que representa también el alma del peregrino que crece y que, al crecer, no se alza como una caña, sino que se abre como una flor, brota en torno a su centro, pétalo a pétalo, etapa tras etapa, hasta que se llena de luz, y completamente ofrecida a la luz, renace.
No nacemos vagabundos ni nacemos peregrinos. Nos convertimos en uno u otro en el transcurso de nuestra existencia. El vagabundo no sabe donde ir, no tiene dirección, se pierde en mil caminos en un deambular sin sentido y, muchas veces, sin saber qué llevar consigo, se carga con fruslerías inútiles y a veces perjudiciales, se inclina bajo su peso, y bajo ese peso sucumbe; en cambio el peregrino tiene muy presente, aunque sólo sea por intuición, su orientación. Al caminar se va despojando de lo que no es estrictamente necesario para su viaje, y su elección nunca es definitiva puesto que cada día, cada hora, a cada momento, debe preguntarse qué es lo que verdaderamente necesita. En resumen, al abandonar, se abandona, entregándose confiado, tal como es, a la fe que lo mueve.
El peregrino, quienquiera que sea, debe superar obstáculos, y sin embargo siempre recibe una ayuda. La verdad es que las ayudas son muchas, la mayoría invisibles y desconocidas; otras se materializan y te llevan de la mano.
La MPA y su creador, Mariano Ballester, padre jesuita y autor de este libro, representan algunas de las ayudas que se ofrecen al hombre más allá de culturas y confesiones, más allá de etnias y razas, es decir, al hombre como tal.
Por mi experiencia puedo afirmar que, desde el primer encuentro con la MPA, experimenté una consciencia que me llenó de una paz que nunca antes había experimentado. No era sólo paz, era armonía, alegría, flujo de amor y, al mismo tiempo, fui consciente de que «aquél era mi sitio»; estaba bien, los nudos se iban desatando por sí mismos, nadie me exigía nada, sino que todo quedaba en mis manos y con la libertad para decidir autónomamente. Una auténtica primera certeza me decía que estaba en presencia y vivía algo «fuera» de lo ordinario, fuera de la autocomplacencia y la enseñanza por una parte, fuera de la temerosa e insegura acogida por la otra. Sentía como un canal entre el instrumento que se iba vaciando de su personalidad particular y el corazón de todos nosotros, un único vaso abierto, dispuesto a desbordarse e irradiar… Me inscribí en un segundo curso y de repente se me desveló lo que había sabido desde siempre: estaba en el camino y había encontrado a uno de sus acompañantes. Me sentí parte de un universo maravilloso hecho de círculos de luz en movimiento concéntrico hacia un único punto. Cada centro de los círculos brillaba; allí estaba quien mantenía firmes las partes, dirigiéndolas hacia el centro de los centros, todas hacia el UNO en un latir de luces y de sonidos. Sé que habrá quien sonría leyendo estas palabras: puedo asegurar que es sólo experiencia, y es experiencia que comunico para que se entrevean los dones del mundo de las cosas invisibles en las que todos nosotros creemos. Por consiguiente MPA como vía hacia el Absoluto… y, sin embargo, al mismo tiempo, un sencillo método preparatorio.
Muchas personas se acercan a los cursos porque tienen necesidad de ayuda: se sienten y viven con un malestar real cuya raíz está en la psique y se alimenta de la psique sufriente. Pues bien, será evidente por la lectura del texto que sigue, que la MPA, que está avalada también por contribuciones científicas de otros métodos y disciplinas y que propone de nuevo conocimientos y prácticas que en otro tiempo estuvieron en uso en Occidente, además de conocimientos y prácticas habituales en Oriente, proporciona un método de conciliación válido para el hombre de cualquier edad, religión o civilización; para el hombre tal como es, hecho de cuerpo, alma y espíritu.
El método se desarrolla en varias etapas, magistralmente ilustradas en los capítulos de este texto. Estas pausas de purificación van preparando la clara y límpida consciencia de quién somos, del punto de donde venimos y del punto a donde vamos, es decir, a la consciencia que vuelve a unir al centro con los centros, al sí mismo con los pequeños yo, a lo mudable con el Uno no mudable. Es un método transconfesional que no tiene nada que ver con el sincretismo UNO es UNO. Los modos para transmitirlo y practicarlo están diferenciados, pueden ser discordantes y nunca hay que confundirlos entre ellos. El Uno es Uno: para los hebreos es «lo que es»; para el Islam «no hay nada fuera de Alá»; para el hinduismo es «lo que lo comprende todo pero no es comprendido por nada»; para nosotros los cristianos «en él vivimos, nos movemos y existimos», mientras «todo fluye» para Heráclito y para el Tao.
Quisiera concluir mi testimonio con una advertencia. Ir por esta vía es gracia, y, en cuanto al método, puede parecer de fácil asimilación y de fácil difusión, y sin embargo no es así. Para explicarlo voy a contar una parábola. Un día Martina, recién casada, pidió a Lucía, su suegra, la receta de la tarta de pera, que le había dado tanta reputación y que también a ella le había dejado el gusto de un sabor nunca experimentado. Lucía reconstruyó la receta, con precisión indicó las dosis, la calidad de los ingredientes y el tiempo de cocción; lo escribió todo en una cuartilla de cuadrícula sobre la que dibujó el molde y las fases de la preparación y, como buena suegra, tuvo sus expectativas. Martina invitó a comer a toda la familia; había comprado las peras, pero no eran las espadonas y puso las decanas. En la despensa ya tenía los huevos, la harina y el azúcar. Había hecho la masa con menos cantidad de azúcar (ya se sabe que el azúcar hace daño), había añadido canela (si en el pastel de miel iba estupendamente…con las peras sería también una delicia…) y en vez de cinco peras puso siete, fiel al proverbio «más vale que sobre, que no que falte». No tenía el molde redondo; paciencia, lo pondría cuadrado, ¡qué más da! ¿Y la cocción? ¡Sería aproximadamente unos 40-45 minutos a temperatura media! Lo sacó del horno, lo sirvió, y ¡sorpresa! era un dulce de pera, pero no era «aquel dulce», no sabía de manera especial y no hacía falta ni un pedacito para darse cuenta de que era un dulce como otros mil que se vendían por el mundo.
Al proponer el método a otros, o incluso al proponérnoslo nosotros mismos después de la lectura de este libro, hay que hacer un acto de humildad, no añadir nada, no quitar nada; lo que se ofrece es un pan; es lo que es perfecto y bueno, no lo convirtamos en otra cosa, no le añadamos, no lo modifiquemos, aunque sea con el propósito de mejorarlo. Porque a veces el que pide facilidades o explicaciones o repeticiones quiere continuar apoyándose, pero mientras que se apoye nunca crecerá. Nadie nos puede sustituir en esto, nadie podrá dar a otro la consciencia de que la llamita es reflejo de la luz, que el espíritu refleja al Espíritu. Hay una sola ayuda: la práctica sin expectativas y sin desánimo. Por último, si te parece que te puedes desestabilizar, atención, porque un instrumento es más válido cuanto más vacío está.
Sólo en el vacío hay resonancia, y abriéndose a lo invisible, se crece y se ayuda a los demás a crecer, se abre pétalo a pétalo, pausa tras pausa, en el paso por el laberinto de la existencia, renacidos y renovados en el centro de la luz.
Anna Lorizio