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CUATRO PRESIDENTES ESPÍAS

LA CONSPIRACION
DE LOS LITEMPO

En las páginas del México moderno existe un capítulo nebuloso que —coincidencia, manipulación o estrategia— instaló en 25 años a cuatro espías o «agentes colaboradores» de la cia en la presidencia de nuestro país. Los nombres de esos informantes son Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.

Todos —con excepción de López Portillo— fueron reclutados a finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta por un singular jefe de la central de inteligencia estadounidense en México, Winston Mackinley Scott, quien se dio a la tarea de seducir las ambiciones políticas de 12 mexicanos, a quienes les prometía el respaldo político del imperio de las barras y las estrellas, a cambio de que fueran prestos informantes de lo que sucedía en los pasillos y las cañerías del poder en México. A ese comando de informantes el jefe de la cia en México le otorgó el código Litempo. El «prefijo» Li- era el que la central de inteligencia les asignaba a sus operaciones en México; y tempo, el nombre que el jefe Scott le dio a lo que consideraba «una productiva y efectiva relación entre la cia y un selecto grupo de altos funcionarios de México».

Los detalles de la llamada Operación Litempo no pertenecen a la categoría de las teorías de conspiración. El bien armado escuadrón de espías e informantes es descrito con abundantes detalles no solo en el libro Inside the Company: cia Diary, de Philip Burnett Franklin Agee —mejor conocido como Philip Agee—, sino también en la desclasificación de los documentos que en 2006 se dieron desde la propia central de inteligencia estadounidense y que fueron rastreados por Jefferson Morley, columnista de The Washington Post, para gestar la biografía del creador de la Operación Litempo bajo el título Nuestro hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la cia (Taurus, 2010).

Para entender la dimensión de la Operación Litempo hay que recordar que a finales de los cincuenta el mundo occidental vivía una «fiebre» ante el temor a la oleada roja que desde la Unión Soviética amenazaba con implantar el comunismo en el continente americano. Cuba, con Fidel Castro al frente, sería apenas la primera cabeza de playa. Y la narrativa difundida profusamente por el macartismo era que desde la isla se esparcirían las doctrinas de Marx y Lenin a todo el continente americano. La Guerra Fría desplegaba todo su apogeo.

Bajo ese fantasma de la amenaza comunista, Winston Scott llegó a territorio mexicano. Era amigo personal del presidente Lyndon B. Johnson, quien había prestado sus servicios para el fbi en Cuba y para la cia en Londres. Desde su posición como jefe de la cia en México, Scott entabló de inmediato amistad con Adolfo López Mateos, entonces secretario del Trabajo en el sexenio del presidente Adolfo Ruiz Cortines. Meses más tarde, López Mateos sería el candidato del pri para la elección presidencial de 1958.

La cercanía entre Winston Scott y el político mexiquense era tal, que López Mateos —ya investido como presidente— fungió como testigo de honor en la ceremonia del tercer matrimonio del jefe de la cia en México con la peruana Janet Graham. El secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, también fue otro de los asistentes selectos a esa ceremonia, que tuvo lugar apenas tres meses después de la misteriosa muerte de Paula, su anterior esposa.

Se dice que Scott inició su Operación Litempo con el beneplácito de López Mateos, en los meses que le antecedieron a su toma de posesión como presidente. El primer reclutado fue Emilio Bolaños, a quien le fue impuesto el código Litempo-1, sobrino político del secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, quien también acabó reclutado y sería identificado en los reportes de inteligencia como Litempo-2.

El tercer reclutado fue Fernando Gutiérrez Barrios, quien bajo el código Litempo-4 apoyó a Scott en las investigaciones sobre el paso por México de Lee Harvey Oswald, quien meses más tarde —en noviembre de 1963— sería acusado de ser el asesino del presidente John F. Kennedy.

Luis Echeverría, subsecretario de Gobernación bajo el mando de Gustavo Díaz Ordaz, sería otro de los políticos reclutados por la cia. Se le daría el código Litempo-8 y, junto con Gutiérrez Barrios, manipuló los informes que sobre nuestro país —a través de Scott— se enviaban a Washington. En ellos se advertía que la oleada comunista se estaba infiltrando ya en México. Sus reportes revelaban que esas infiltraciones se daban primero a través de los sindicatos que estallaron las «huelgas locas» en el sexenio de López Mateos, y ya en el sexenio de Díaz Ordaz aprovecharon la oleada mundial de la intranquilidad estudiantil que, desde la Primavera de Praga y el Mayo francés, desembocó en el 2 de octubre de 1968, en la trágica noche de Tlatelolco.

De acuerdo con los documentos desclasificados de la cia, la queja era que los informantes mexicanos —López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría y Gutiérrez Barrios, entre los 12 que se reclutaron— eran caros y poco productivos. El reporte acusaba que los funcionarios habían descubierto en los informes que enviaban a Washington un filón para operar en favor de sus intereses personales y de grupo, aprovechando que Scott deseaba probar la infiltración comunista que podría darse desde México hacia Estados Unidos.

Fueron Echeverría y Gutiérrez Barrios —Litempo-8 y Litempo-4— quienes en 1968 se hicieron cargo del movimiento universitario que, desde el Instituto Politécnico Nacional (ipn) y la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), se dispersó a innumerables centros de educación superior, acusando un proceso bien estructurado de desestabilización, presuntamente gestado por extranjeros trotskistas que intentaban trastocar el gobierno de Díaz Ordaz para obligarlo a suspender los inminentes Juegos Olímpicos.

Detrás de los reportes manipulados de Echeverría y Gutiérrez Barrios, se buscaba asegurar el apoyo del Gobierno estadounidense al ascenso presidencial de políticos como Díaz Ordaz y Echeverría y no de tecnócratas educados en Estados Unidos, como Raúl Salinas Lozano —quien fungía como secretario de Industria y Comercio de López Mateos— o Antonio Ortiz Mena, el secretario de Hacienda durante los mandatos de López Mateos y Díaz Ordaz.

Los documentos desclasificados por la cia, y analizados por el periodista Morley, advierten que la amistad entre Scott y sus agentes Litempo acabó en una burda manipulación en la que los «espías mexicanos» —pagados por la cia— enviaban a Washington reportes manipulados. Siempre existió la sospecha de que Scott acabó secuestrado por aquellos a quienes reclutó y de quienes se hizo dependiente para cumplir con su delicada tarea. Morley lo describe con toda su crudeza: «Después de la matanza de Tlatelolco, sus más confiables agentes habían entregado historias de ficción y, luego, hecho una jugada. El amo de Litempo se había vuelto su prisionero. El titiritero se había convertido en su títere».

Los informes de lo que ocurrió aquella noche en Tlatelolco acabaron por ser la tumba política que obligó a los altos mandos de la cia a «jubilar» unos meses después a Scott, quien moriría el 26 de abril de 1971 —a los 62 años— en su casa de las Lomas de Chapultepec. Para entonces, Echeverría, el tercero de sus Litempos —el código 8—, ya despachaba en la silla presidencial.

Ya como mandatario, con menos capacidad de acción para entablar reuniones con los estadounidenses, Echeverría habilitaría a su amigo José López Portillo como su enlace con la cia. Informes recientemente desclasificados en Washington revelaron que, en noviembre de 1976, López Portillo —ya presidente electo e identificado como «el control del enlace durante varios años»— habría participado en reuniones de la central de inteligencia para definir qué informaciones sobre la estadía de Lee Harvey Oswald en México debían ser desclasificadas y cuáles debían ser destruidas por razones de «seguridad nacional». Y aunque no se cita a López Portillo por su nombre, se deja en claro de quién se trata: el próximo presidente de México. Y el reporte alertaba que ese nuevo mandatario no vería con buenos ojos la publicación de su relación con la central de inteligencia estadounidense.

Curiosidad, manipulación o estrategia, durante casi 25 años —de 1958 a 1982—, los hombres que alcanzaron la presidencia de México fueron espías o informantes al servicio de la cia. Lo que queda en el aire es si la cia los utilizó a ellos para lograr sus propósitos o si fueron ellos, o algunos de ellos, quienes, con sus informes sesgados y parciales, modificaron el destino de México.