La nueva crisis de 1987 obligó a Miguel de la Madrid a inclinar la sucesión hacia el hombre que pudiera manejar mejor el debilitado presupuesto nacional, su secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari. Con apenas 39 años, el hijo de Raúl Salinas Lozano, secretario de Industria y Comercio en el sexenio de Adolfo López Mateos, era visto como un neoliberal educado en los claustros de la ortodoxia económica estadounidense.
La histórica disputa entre dos dinastías políticas, los Echeverría y los Salinas, alcanzó un punto crítico en la selección de Carlos Salinas como candidato. Echeverría no aceptaba que el péndulo se mantuviera por tercer sexenio consecutivo en la derecha. Y mucho menos en manos del hijo de su archirrival político, Raúl Salinas Lozano.
Por eso, desde su residencia de San Jerónimo, en la Ciudad de México, Echeverría instigó a dos líderes de la izquierda —Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo— a segregarse del pri para crear la llamada «Corriente Democrática». La escisión priista no era un mero sueño idealista desde la izquierda. Este venía apuntalado con la chequera del sindicato petrolero y de su poderoso líder, Joaquín Hernández Galicia, alias la Quina, y del brazo electoral del Sindicato de Maestros, con su también poderoso dirigente, Carlos Jonguitud Barrios. El llamado viejo pri se resistía a ser dominado por el nuevo pri, el neoliberal. Y a pesar de una cuestionada elección presidencial, Carlos Salinas se instaló en la presidencia para gestar la quinta revolución de expectativas, posterior a las de Calles, Cárdenas, Alemán y Echeverría.
La diferencia es que Salinas entendió que, para tener éxito, debía restaurar el trípode del poder sentando de nuevo, alrededor de la mesa, a la Iglesia, a los militares y a los empresarios. La fe, la esperanza y la caridad volverían a ser las piezas clave del Estado profundo mexicano y de la nueva gran refundación nacional. Por eso se restablecieron las relaciones con el Vaticano. Por eso se les devolvió a los militares el derecho de participar activamente en política. Por eso se gestó una nueva élite empresarial mediante la gran privatización de la banca, las telecomunicaciones, los medios de comunicación y decenas de grandes empresas estatizadas en los sexenios de Echeverría y López Portillo.
Para Salinas, el nuevo mantra económico ya no radicaba en el dólar de Echeverría ni en el petróleo de López Portillo, tampoco en el mercado de valores de De la Madrid. El nuevo fetiche para el despegue del desarrollo sería la apertura económica y comercial. Era la globalización que se apuntalaba desde un Tratado de Libre Comercio (tlc) con Estados Unidos y Canadá.
Las tesis del neoliberalismo económico, impulsadas desde el reaganomics y reforzadas durante los gobiernos de los Bush y de los Clinton, servirían para catapultar al nuevo México. Pero los detractores del neoliberalismo, con Luis Echeverría al frente de esa nomenklatura priista opositora —operada desde las sombras por Fernando Gutiérrez Barrios— rechazaban la apuesta. Esperaban que el péndulo sucesorio de 1994 los favoreciera. No estaban dispuestos a aceptar un cuarto sexenio en la marginación política, en el ostracismo.
En 1994 ocurrieron dos de los asesinatos políticos más escandalosos de México. Por un lado, Salinas se inclinó por su aprendiz, Luis Donaldo Colosio, como su sucesor y candidato del pri para las elecciones de ese mismo año, pero la nomenklatura opositora instigó el quiebre del modelo con el asesinato en Lomas Taurinas de dicho candidato presidencial. La bala que le quitaba la vida a Colosio exiliaría a Carlos Salinas de Gortari a Irlanda. El otro asesinato fue el de José Francisco Ruíz Massieu, quien era secretario general del pri y quien tuvo varios desencuentros con Raúl Salinas de Gortari, hermano del entonces presidente. Los enfrentamientos que había tenido con él no eran un secreto y meses después del asesinato de Colosio, en septiembre, Massieu tuvo el mismo final. La bala que le quitaba la vida, llevaría a la cárcel a Raúl Salinas de Gortari. El modelo neoliberal, instigado por el llamado «error de diciembre», entraba en coma.
La improvisación de Ernesto Zedillo, como relevo del malogrado Luis Donaldo Colosio, dio un giro radical a un priismo que vio con asombro el encarcelamiento de Raúl Salinas —el llamado «hermano incómodo», Mister Ten Percent— y la exigencia de que Carlos Salinas se fuera al exilio, como en su tiempo sucedió con Luis Echeverría.
El modelo económico conservó su rigidez neoliberal y el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) fue maquillado como un rescate. En realidad, se trató del rescate a un puñado de banqueros que, apenas se vieron beneficiados con ese salvavidas, salieron prestos a vender a extranjeros el esqueleto de sus bancos, con el beneplácito y la complicidad del gobierno priista, primero, y de los gobiernos panistas, después. México se convertía en la primera nación del planeta en entregarles su sistema de pagos a extranjeros.
Pero el presidente Zedillo temía entregarle al pri las llaves de Los Pinos. Prefería pactar con la oposición —con el pan— antes que correr el riesgo de que el salinismo recuperara la presidencia y cobrara venganza por la afrenta de sumarse a la dinastía Echeverría, en su lucha durante el cuarto sexenio por inutilizar políticamente a la dinastía Salinas.
Así fue como el panista, Vicente Fox, se convirtió en el 2000 en el primer presidente no priista en la historia de México y su promesa del gran cambio se topó con sus propios temores, pero sobre todo con las ambiciones de una mujer —Marta Sahagún—, quien lo convenció de pactar con el pri para impedir que la amenaza de una izquierda liderada por el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, tomara por asalto la presidencia en 2006.
Solo el pacto con Carlos Salinas, Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps, como banderas insignia, pudo cristalizar el llamado Prian, que terminó por instalar en el poder a Felipe Calderón Hinojosa, quien cogobernó con el pri durante todo el sexenio. El rol de vicepresidente de facto de ese gran acuerdo político le fue asignado al priista Manlio Fabio Beltrones.
Para cumplir con su promesa de devolverle en 2012 las llaves de Los Pinos al pri, Fox y Calderón le dieron la espalda a su candidata, Josefina Vázquez Mota. La urgencia de frenar en 2012 al entonces perredista López Obrador pesó a la hora de la verdad. Una vez más, la traición hizo acto de presencia en la alta escena de la política mexicana.
El pacto sellado seis años atrás con la victoria de Felipe Calderón —«Haiga sido como haiga sido»— se cumplió a cabalidad con el regreso del pri al poder. Enrique Peña Nieto acabaría por convertirse en el sepulturero del neoliberalismo, aplastado por los lapidarios escándalos de su nueva residencia bautizada como la «Casa Blanca», los favoritismos y los sobornos de las constructoras Higa, Odebrecht y ohl, así como los excesos cometidos con la llamada Reforma Energética, que pretendía consumar la privatización final de Pemex y de la cfe. Esas fueron las balas que obligaron, en 2018, a publicar la esquela para el Prian. Desde su nuevo partido, Morena, Andrés Manuel López Obrador confirmó la máxima de que la tercera era la vencida: «barrió» en las elecciones de julio de 2018.