III

TERCER MATRIMONIO

EL PÉNDULO ESTABLE

La consumación del tercer divorcio, el gestado tras el matrimonio de la Revolución mexicana, se cristalizó en marzo de 1929 cuando un puñado de militares encabezados por Plutarco Elías Calles, Gonzalo N. Santos, Manuel Pérez Treviño y Aarón Sáenz, entre otros, fundó el Partido Nacional Revolucionario (pnr).

Fue ese el cónclave de los caudillos que mutaría el movimiento armado revolucionario por una estructura política en la que el reparto del poder tendría una ruta institucional, fincada en disciplinas militares, como el respeto irrestricto al rango y a la lealtad. A partir de 1929, esa ruta del poder en México pasaría por un sistema pendular en el ejercicio político. Se alternaban gobiernos de izquierda, que se sustentaban en tesis sociales, con gobiernos de derecha, que obtenían su fuerza de los beneficios al capital y a aquellos que lo detentaban.

En 1934 comenzaron varios cambios con el gobierno socialista del general Lázaro Cárdenas: la expropiación de los ferrocarriles y del petróleo; el decreto de la reforma agraria a fin de eliminar la concentración de tierras; y la creación de dos poderosos brazos sindicales de genética político-social, la Confederación de Trabajadores de México (ctm) y la Confederación Nacional Campesina (cnc).

La reacción al llamado «cardenismo» llegó con la elección, en 1946, de un hombre de derecha, Miguel Alemán Valdés, el primer presidente civil de México en la era posrevolucionaria, quien direccionó el presupuesto público, que entonces favorecía el gasto militar, hacia el desarrollo de infraestructura y la promoción industrial. La alianza del Estado mexicano ya no era con la Iglesia ni con los militares, sino con el capital. La expansión industrial en todo el mundo le exigía a México su aportación. Fue el despertar de un desarrollo económico que, años más tarde, sería mundialmente conocido como el Milagro Mexicano.

Pero los privilegios otorgados a los grandes industriales y su cercanía con el Gobierno de Estados Unidos instalaron a Miguel Alemán Valdés como el primer gran presidente de derecha, que, a pesar de iniciar su gobierno con enorme popularidad, terminó cuestionado en medio de enormes escándalos de corrupción por sus evidentes amasiatos con las familias del gran capital.

La reacción a las políticas proempresariales del gobierno de Alemán tendría su respuesta con la elección, en 1958, de Adolfo López Mateos, quien, con la nacionalización de la industria eléctrica, la controvertida creación del libro de texto único y la fundación del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (Issste), transitó hacia un gobierno de corte más de izquierda social. El péndulo político estaba en marcha.

En 1964, al asumir la presidencia Gustavo Díaz Ordaz, el péndulo volvió a la derecha. Y a pesar de que durante su sexenio el crecimiento económico fluctuó un 6.3% en promedio con inflaciones apenas del 2.7%, su gobierno fue estigmatizado por su confrontación con el sector estudiantil, que culminó con la llamada matanza de Tlatelolco. El choque abierto del Gobierno contra un bloque estudiantil universitario, al que se le acusaba de estar infiltrado por comunistas, selló el destino «derechista» de un gobierno que gestó acciones trascendentes, como la nueva Ley Federal del Trabajo, el Tratado de Tlatelolco para proscribir las armas nucleares en América Latina y el Caribe, las grandes obras de infraestructura como el Metro de la Ciudad de México, así como la edificación de la infraestructura y la colosal organización para consumar la celebración de los Juegos Olímpicos de 1968 y la Copa Mundial de Futbol de 1970.

La elección en 1970 de Luis Echeverría Álvarez, el secretario de Gobernación, a quien se le endosaría la responsabilidad de dos matanzas estudiantiles —la de Tlatelolco y la del Jueves de Corpus— acabó por regresar el péndulo a la izquierda. Echeverría se convirtió en el artífice del rompimiento del llamado Desarrollo Estabilizador que heredó, induciendo un gobierno que destapó el gasto público, estatizó empresas privadas emproblemadas por el exceso de deuda y arreció la invasión de tierras agrícolas, en un intento por emular el gran reparto que se dio en el sexenio de Lázaro Cárdenas.

Distanciado de la Iglesia, confrontado con los militares a quienes facturaba la sangre estudiantil derramada, Echeverría fue incapaz de sostener el pacto con el único sector que tenía en la mesa: el del capital. A mitad de su sexenio, el choque de frente con la clase empresarial vivió su clímax con los asesinatos de los líderes industriales Eugenio Garza Sada, el patriarca empresarial de Monterrey, y Fernando Aranguren, el más prominente empresario tapatío. Ambos fueron ejecutados en 1973, con una diferencia de apenas 29 días.

Confrontado con la fe —es decir, con la Iglesia—, la esperanza —personificada por los militares— y la caridad —investida por el capital—, Echeverría selló su destino. La deuda pública, elevada ante el creciente estatismo y su choque frontal con los empresarios, destruyó cualquier vestigio de lo que fuera el Milagro Mexicano. El dólar rompió con 22 años de cotización fija de 12.50 pesos por dólar hasta alcanzar los 23 pesos. La primera gran crisis de 1976 sacudió a la nación entera.

El divorcio entre el Estado y el capital se consumó, y Echeverría fue su instigador al romper los equilibrios con los hombres que lo detentaban, pero en su desbordada megalomanía fue incapaz de sellar un nuevo matrimonio.