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Los islandeses son exactamente igual de atípicos que la isla volcánica en que viven. También se nota en la capital, que nunca deja de sorprender.
“Están metidos en unas aguas termales, hablando de sus cosas, una obispa, un dentista que de paso entrena a la selección nacional de fútbol, una expresidenta del país que tiene más de 90 años, un sacerdote pagano y el fundador de la única faloteca del mundo, cuando, de repente…” Así podría empezar cualquier historia sobre Reikiavik.
“Somos tan pocos, que todos nos conocemos o tenemos, como mínimo, un amigo o un pariente en común. Y al vivir en una isla, nunca hemos conocido fronteras”, dice la obispa Agnes Sigurðardóttir, con la que he quedado en un café. Junto a nosotras están sentados dos jóvenes con barba que hacen punto. (Parece inventado, pero así fue.) La fachada de la casa de enfrente es una obra de arte urbano; la calle está pintada de colores vivos. Hemos pedido café solo y unos pringosos bollos rellenos llamados vínarbrauð. Hablamos de que los islandeses se hicieron cristianos en el año 1000 por motivos económicos –aunque no se bautizaban con agua fría, sino en una fuente termal que hay a 50 km– y de que, tras la Reforma, se volvieron protestantes de nuevo por interés, haciendo luego y creyendo cada cual, en la intimidad, lo que le daba la gana. Comentamos asimismo cuán pequeña es la capital europea más septentrional –apenas 236 000 habitantes– y recordamos al primer poblador de la isla, Ingólfur Arnarson, quien no llegó a lo que hoy es Reikiavik hasta el año 874.
O sea: que, cuando en Europa ya habíamos dejado atrás la época de Carlomagno, aquí no había nada ni nadie, solo unos cuantos volcanes activos. Para instalarse en tal lugar, había que estar loco o desesperado. Pues bien, Ingólfur Arnarson, buscado en Noruega por múltiples asesinatos, reunía ambas características. Es fama que echó al mar unas tablas de madera para instalarse donde los dioses las llevaran. (O quizá simplemente tenía demasiado frío…) Cuando encontró una fuente termal en la “humosa bahía” (reykja vík), allí se estableció para no moverse nunca más. Debió de pensar: “Vale, aquí no hay nada, pero al menos se está calentito y nadie va a venir a darme órdenes…”.
En Ingólfstorg –en el centro–, dos columnas de basalto recuerdan que es con los descendientes de tal hombre con quienes aquí seguimos tratando a día de hoy, es decir, con unos proscritos que ya en el año 900 fundaron un Parlamento; con una gente que en 1980 eligió a una mujer, por primera vez en la historia, presidenta de un Estado –a Vigdís Finnbogadóttir se la sigue venerando por haber conseguido sentar en la misma mesa a Mijaíl Gorbachov y a Ronald Reagan en plena Guerra Fría–, pero que en el 2010 eligió alcalde al punki y humorista Jón Gnarr, cuyo programa consistía en exigir toallas gratuitas en los baños termales públicos y asegurar que él sería exactamente igual de corrupto que sus predecesores… Hablamos de una gente que pasó 50 años edificando, por orgullo, la gigantesca Hallgrímskirkja para no dejar el lugar preeminente de esa plaza a la estatua de Leifur Eiriksson –el descubridor de América–, que había sido un regalo de EE UU; una gente que construyó una doble conducción que bajaba 30 km desde la central geotérmica de las montañas –suministrando a Reikiavik tanto electricidad como agua caliente–, y cuya temeraria especulación financiera estuvo a punto de llevar al país a la quiebra. Por no hablar de su pasión coleccionista…
Islandia está llena de estrambóticos “museos”: ora exhiben piedras bonitas, pero absolutamente normales; ora juguetes, ora coches viejos estropeados… O bien cosas que la gente ha pintado, tejido o tallado (o que le han regalado). Tal fue el caso de Sigurður Hjartarson, a quien en 1974 un amigo le hizo entrega de un vergajo diciéndole, socarronamente, que lo usara de fusta para caballos, como en la Edad Media hacían. La siguiente vez le vino con un arrugado falo de ballena, y así una y otra vez hasta que Sigurður se vio con una auténtica colección de penes que hoy se puede admirar en el Icelandic Phallological Museum que regenta su vástago. Hay incluso una lámpara-pene confeccionada por la hija de Sigurður, así como el candelabro fálico que a este le hizo por su cumpleaños su mujer, por no hablar de los penes de elfos (invisibles, por supuesto).
Y hablando de elfos: según un sondeo reciente, los jóvenes islandeses que creen que Dios creó el mundo representan el 0%, pero más del 50% cree en los elfos. (Tal cual.) “Una parte de la mentalidad nacional islandesa vive aún en el s. XVI”, explica Magnus Skarphéðinsson, historiador y jefe de la única escuela élfica (Síðumúli 31). Dice que, en Islandia, sencillamente se saltaron la época de la Ilustración; que se vieron catapultados directamente desde las casas de turba a la modernidad y, por eso, mantuvieron parte de los antiguos mitos como lo más normal, concretamente la asunción de que entre el cielo y la tierra hay más cosas de lo que la ciencia quiere hacernos creer; seres que habitan una suerte de mundo paralelo, pero que pueden entrar en contacto con nosotros. Supuestamente intervienen cuando destrozamos la naturaleza más de lo necesario, como al querer construir carreteras por parajes especialmente bellos. En tales casos se estropea la maquinaria, enferman los trabajadores, no paran de sucederse las tempestades… hasta que los humanos terminan desistiendo. En otros lugares sería un suicidio político que un ministro de Fomento se rigiera por la voluntad de los elfos, pero en Islandia sucede al revés. Así son las cosas, dicen aquí, y añaden: Þetta reddast (“Todo va a salir bien”). Lo más importante es que tienen sus baños termales y que nadie va a ir a darles órdenes… Caroline Michel
“Así son las cosas, dicen aquí, y añaden: Þetta reddast (Todo va a salir bien)”.
Arte urbano junto al bar Kiki.
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Vista del mar con la iglesia Hallgrímskirkja en primer término.
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Un perrito caliente para reponer fuerzas.
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El Icelandic Phallological Museum.
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PAUSA EN PERLAN
En Perlan (“La perla”), depósito de agua con una llamativa cúpula de cristal, esperan ser bombeados hacia los hogares 20 millones de litros de agua ardiente (85°C). En el interior hay, para deleite de los visitantes, exposiciones temporales, una cueva artificial de hielo transitable de 100 m de largo y un espectáculo de auroras boreales (aparte de cafés y restaurantes). Las joyas son, sin embargo, las vistas panorámicas de 360° en la azotea.


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // El centro puede explorarse a pie en un solo día.
Mejor época del año // En la época más oscura es posible ver auroras boreales; en verano, el sol de medianoche.
Cómo llegar // Al aeropuerto de Keflavík (a 50 km) o al puerto de Seyðisfjörður (a 660 km).
Alojamiento // El hotel Viking (www.fjorukrain.is), en la cercana Hafnarfjörður, recrea un poblado vikingo, con habitaciones modernas y un restaurante típico.
Más información // https://visitreykjavik.is
Consejo // Puede hacer muy mal tiempo y no todas las carreteras son siempre practicables. Véase www.vedur.is y www.road.is.
Qué comprar // El jersey islandés tejido a mano (lopapeysa) no es barato y además rasca, pero abriga una barbaridad.

PUNTOS CALIENTES
QUE NADIE SE OLVIDE EL BAÑADOR
Cuando en Islandia aún no había bares ni cafés, la gente se reunía en los baños termales para contarse sus cosas. Hoy, jóvenes y mayores siguen frecuentándolos, sobre todo al final de la jornada. En Reikiavik destacan el gigantesco Laugardalslaug, la antiquísima piscina cubierta junto a Laugavegur –Sundhöll Reikiavikur–, y la playa de Nauthólsvík. Aquí no hay zona de natación, solamente un pilón rectangular; quien quiera nadar, habrá de salir al mar, donde el agua es gélida. Mi fuente termal favorita es el pequeño pediluvio gratuito y descubierto del extremo de la península de Seltjarnarnes (justo antes de Grótta, reserva natural con un bonito faro); caben hasta cuatro personas y, mientras el agua caliente mima los maltrechos pies, se ve, si hace buen tiempo, Snæfellsjökull, el glaciar donde, según Julio Verne, está la entrada al centro de la Tierra.
https://visitreykjavik.is/geothermal-pools-reykjavik
ERUPCIONES VOLCÁNICAS EN LA PENÍNSULA DE REYKJANES
En los años 2021 y 2022 hubo sendas erupciones volcánicas a pocos kilómetros de la capital; la primera duró seis meses; la segunda, apenas tres semanas. Habían pasado unos ocho siglos desde el último ciclo eruptivo y nadie contaba con que pudiera iniciarse otro. Pero eso es exactamente lo que se prevé: podría haber nuevas erupciones en torno al valle de Meradalir y al volcán de Fagradalsfjall. Como las que hasta ahora ha habido no han sido, sin embargo, peligrosas –dejando aparte los gases tóxicos–, la gente acude en tropel para admirar de cerca el espectáculo. También resulta impresionante la lava solidificada, que cubre más de 1 km2 de terreno. A los miradores más bonitos salen sendas, cortas y largas, desde la costa sur (carretera 427).
RITUALES VIKINGOS EN EL TEMPLO ÁSATRÚ
El ásatrú es la religión politeísta nórdica, que en Islandia tiene reconocimiento oficial. El sumo sacerdote Hilmar Örn Hilmarsson puede oficiar matrimonios; sus bodas gozan de una popularidad cada vez mayor entre autóctonos y visitantes. Hilmar, que por lo demás se dedica a componer música para cine, es, con su barba tupida y su túnica, un vikingo de libro… y un tipo de lo más tranquilo y cabal, pues, aunque en las celebraciones se venera con gran prosopopeya a los dioses Thor, Frigg y Freya, en el día a día rigen virtudes vikingas como la humildad, la modestia, la honradez, la franqueza y el respeto a la naturaleza y al prójimo. Con algo de suerte, se puede encontrar a Hilmar y a sus adeptos al pie del cerro Öskjuhlið, donde llevan años trabajando en la construcción de un templo.
Erupción volcánica en la península de Reykjanes (“Punta Humeante”), un espectáculo grandioso.
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En invierno da gusto relajarse en los baños termales de Reikiavik.
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Finlandia, país neutral durante mucho tiempo y escenario clave de la diplomacia, ahora parece decantarse por Occidente; pero el meollo urbano exhala aún el “espíritu de Helsinki”.
En verano, Helsinki tiene un atractivo que lleva 20 años fascinándome. En la época de las “noches blancas”, la irrepetible mezcla de entorno urbano y naturaleza desprende una atmósfera casi meridional; entonces no se encuentran finlandeses taciturnos… Por doquier se abren –salvo hacia el norte– amplias panorámicas del Báltico con islas y embarcaciones. Y, como amante del café que soy, estoy encantada con tantas bonitas cafeterías con terraza, muebles de diseño y vistas, locales que en estos meses hacen su agosto (nunca mejor dicho).
La capital finlandesa se ubica exactamente entre Estocolmo y San Petersburgo. Tal campo de tensión geopolítico ha marcado a esta gran ciudad nórdica abierta al mundo, internacional, moderna y orientada al futuro, volviéndola espacialmente cautivadora.
La pequeña localidad maderera de Helsingfors –“Helsinki” en sueco– fue fundada en 1550 por el rey Gustavo I de Suecia. (El sueco sigue siendo la segunda lengua nacional.) En el barrio de casas de madera de Puu-Villa intento sentir el plácido pulso de aquella época tomando un café matutino y caracolas de canela. En el centro, por el contrario, las casas de madera desaparecieron: a partir de 1812, el zar Alejandro I construyó a imagen de San Petersburgo una nueva capital para lo que entonces era el autónomo Gran Ducado de Finlandia.
El tranvía n.º 7 me lleva, desde ese paraíso de casas de madera, a la plaza del Senado –de estilo Imperio–, que en la época del Telón de Acero solía hacer de doble cinematográfico de San Petersburgo en pelis de espías. La blanca y elegante catedral del cerro –Tuomiokirkko– es, aunque a primera vista no lo parezca, protestante, una concesión del zar al legado sueco de los finlandeses. En medio de la plaza está, además, la estatua de Alejandro II, quien tanto hizo en su día por los finlandeses, aunque hoy produce sentimientos encontrados…
Por eso visito ahora los rompehielos finlandeses (tranvía n.º 4); estos portentos fondean en el extremo oriental de la isla de Katajanokka y simbolizan la inquebrantable voluntad finlandesa a pesar de “gélidas circunstancias”. Continúo caminando hacia Luotsikatu, donde hay algunos de los edificios modernistas más bonitos de la ciudad (en torno a 600). Con su base de granito y su simbología nórdica, son testigos petrificados de la resistencia contra los últimos zares rusos, como si dijeran: “Basta de estilo Imperio; ahora construimos a la finlandesa”. Las casas tienen nombres, son personalidades…
A pocos cientos de metros se yergue la catedral Uspenski; este templo, antaño ortodoxo ruso, es hoy sede de la Iglesia ortodoxa finlandesa. Disfruto brevemente la magnífica estampa desde la plaza, y en 10 min he llegado a Kauppatori, la vivaz plaza de mercado del puerto sur. En las piscinas de la sauna pública con vistas al palacio presidencial, nadan los primeros asiduos de las saunas. Compro fresas; hay setas, flores, verduras y artesanías; la gente bebe café en vasos de cartón sentada en taburetes ligeramente cojos por los adoquines. Huele a pescado a la brasa, a tortitas y a buen humor. En el puerto surcan las aguas ferris, embarcaciones turísticas, cruceros y lujosos yates. En la plaza descuella –punto de encuentro ideal– un obelisco coronado con el águila bicéfala de los Románov.
Luego paseo por la exclusiva calle comercial de Esplanadi –deteniéndome en los escaparates de la icónica firma de diseño Iittala & Arabia– hasta llegar a la plaza Kasarmitori. Aquí está, ante el Ministerio de Defensa, la mayor escultura de acero de Finlandia: el reluciente Portador de luz de Pekka Kauhanen, que mira atento al este sobre una gran bola de acero. Evoca la Guerra de Invierno de 1939, cuando la pequeña Finlandia plantó cara a Stalin y defendió su independencia con sisu, ese rasgo de carácter propio de los finlandeses que cabría traducir como “tenacidad” o “resolución”. Mi búsqueda de vestigios me lleva a la estación ferroviaria, diseñada por Eliel Saarinen y conocida, entre otras cosas, por las cuatro ceñudas estatuas del grupo escultórico de la entrada, llamado Lyhdynkantajat. Las vías tienen ancho ruso y solo se tardaría 3,5 h hasta la estación de Finlandia de San Petersburgo, pero ese destino no figura en el gran panel anunciador. Todo el mundo sabe lo que eso significa: turbulencias en las relaciones este-oeste. Camino por entre los futuristas tragaluces del museo de arte subterráneo Amos Rex, por detrás del Palacio de Cristal, hasta la plaza Narinkka. Me gusta cómo el cuerpo oval de madera de la capilla del Silencio ofrece, con su aterciopelado brillo, una versión moderna de la arquitectura de madera tradicional y un remanso de paz en el trajín urbano.
Mi siguiente objetivo, la iglesia de Temppeliaukio –excavada en la roca–, podría perfectamente pasar inadvertida. La entrada diríase la de un aparcamiento subterráneo y no hay campanario por ninguna parte. Cuando el templo estuvo terminado, en 1969, fue calificado despectivamente de “búnker para la defensa del demonio”; pero yo no conozco a nadie capaz de sustraerse a la magia de la gigantesca cúpula de cobre y al juego de los rayos de sol en el granito sin pulir. Se trata, sin lugar a dudas, de la mejor sala de conciertos de la ciudad.
Y ya estoy otra vez en el Báltico… El monumento al músico Jean Sibelius, un órgano de tubos de acero de la escultora Eila Hiltunen, reluce al sol de las primeras horas de la tarde y yo me doy el lujo de una tosta de salmón y una limonada en la terraza del café Regatta, cuya diminuta casita con parrilla de leña para asar salchichas es de lo más finlandesa. No soy la única que lo considera su local favorito…
Con una bici pública vuelvo, por el carril de la costa, a la plaza del mercado. Dejando atrás la playa de Hietsu y atravesando el delicioso Lapinlahti, llego a Wood City, referencia de la arquitectura de madera más moderna. La dársena del ferri a San Petersburgo está desierta; el mercadillo de Hietalahti, desmontado. Lucen, en cambio, las casas modernistas de Eira en la luz crepuscular, y el paseo marítimo de Meriranta está lleno de gente ociosa. Se ven las islas fortificadas de Suomenlinna mientras el gran ferri de Estocolmo abandona el puerto. Ante mí tengo Helsinki. Joseann Freyer-Lindner
“Huele a pescado a la brasa, a tortitas y a buen humor. En el puerto surcan las aguas ferris, embarcaciones turísticas, cruceros y lujosos yates”.
Tuomiokirkko, la catedral de Helsinki.
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El grupo escultórico Lyhdynkantajat de la estación de tren.
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Vistas desde el spa Allas Sea Pool.
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La iglesia de Temppeliaukio, en Etu-Töölö.
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PAUSA A MEDIODÍA EN EL ROBERT'S
Helsinki tiene merecida fama por su creativa oferta gastronómica: desde hamburguesas veganas o cocina agreste, hasta establecimientos galardonados con estrella Michelin. Toda una institución es el Robert's Coffee Jugend, con su precioso ambiente modernista. Este tostadero familiar sirve un café de primera, bufé a mediodía y helados caseros. Pohjoisesplanadi 19, https://robertscoffee.com/en/


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // Un día usando el tranvía y las bicis públicas y caminando (sin prisa y con pausas) aprox. 21 km.
Mejor época del año // De mediados de mayo a mediados de septiembre.
Cómo llegar // En avión desde Madrid (4 h) o en ferri desde Travemünde, Alemania (1,5 días) o Estocolmo (12 h-1 día).
Alojamiento // Hay muchos hoteles de precio medio; Scandic Pasi (www.scandichotels.com) está en el centro, junto al mercado Hakaniemi. Queda a seis paradas del punto de partida del tranvía nº 7, y está al lado del barrio de moda de Kallio.
Más información // www.myhelsinki.fi

CULTURA ANTIGUA Y MODERNA
FORTALEZA MARÍTIMA DE SUOMENLINNA
Casi medio siglo dedicaron los suecos a construir, sobre seis islas frente a Helsinki, esta fortaleza (que ellos llaman Sveaborg). Los 8 km de muralla, 1000 cañones y 7000 soldados debían ser un baluarte frente a Rusia, pero en 1809 el bastión se rindió al zar Alejandro I prácticamente sin resistencia. Hasta 1917 fue una guarnición rusa llamada Viapori. Desde 1918 se llama Suomenlinna; ha recibido el título de Patrimonio Mundial de la Unesco y es una zona recreativa y también residencial. El templo ortodoxo ruso se hizo protestante con la independencia de Finlandia, y las casas de madera y los barracones albergan hoy cafés, museos, tiendas, una fábrica de cerveza y viviendas. A Suomenlinna se llega en ferri desde Kauppatori. Hay que dedicarle al menos medio día (y llevar ropa de abrigo).
SEURASAARI Y EL DESIGN DISTRICT
El museo al aire libre de la isla de Seurasaari (46 Ha) ofrece un viaje al pasado y un grato paseo por una naturaleza bellísima. Si hace sol, merece la pena llevar bañador y toalla. Aquí se puede admirar el arte de construir una vivienda con los medios más sencillos, de confeccionar utensilios cotidianos con fibra de abedul o de hornear y conservar gran cantidad de pan de centeno. El diestro manejo tradicional de materiales naturales –producto, en general, de la necesidad– ha inspirado a los diseñadores y artistas finlandeses hasta hoy. Tras la visita a Seurasaari, se advierte mejor la antiquísima tradición que subyace en las versiones estilizadas y minimalistas de las tiendas chic del llamado Design District de Helsinki.
www.kansallismuseo.fi/en/seurasaarenulkomuseo
https://find.designdistrict.fi/explore
OODI
La fachada colgante de madera de la biblioteca Oodi es espectacular. Desde el 2018, este lugar cumple magistralmente su función de punto de encuentro, taller de creación y plataforma de despegue para los amantes de la lectura y del aprendizaje. En el “Cielo de los Libros” –inundado de luz–, a uno le entran ganas instantáneamente de hundirse en un sillón de diseño y enfrascarse en la lectura. Es un asunto, al fin y al cabo, de democracia, porque esta, en la pequeña Finlandia, pasa por la cultura, la creatividad y la implicación de todos. Por eso el estudio de arquitectura ALA creó un espacio que animara, invitara y espoleara a todos en tal sentido. Hay materiales de lectura en 20 idiomas; las impresoras 3D dan forma a las ideas; en la zona infantil se leen historias en alto, y tomando un café se hacen nuevos amigos. Imprescindible.
En la biblioteca Oodi –inaugurada en el 2018–, la cultura, la lectura y el aprendizaje continuo resultan muy divertidos.
© Joseann Freyer-Lindner
Al conjunto de islas interconectadas y fortificadas de Suomenlinna, construido en el s. XVIII, se le conoce como el “Gibraltar del norte”.
© Joseann Freyer-Lindner
En Estocolmo todo gira en torno a la hållbarhet (“sostenibilidad”). La metrópolis sueca es un modelo en ese sentido, sin que por ello sufra menoscabo la calidad de vida.
Aquí estoy otra vez. Me gusta tanto volver a Estocolmo… Porque es cierto que la capital sueca ha cambiado, pero no en lo esencial. Cuando hace ocho años pasé por aquí, el estilo de vida escandinavo me fascinó. Y fascinada sigo… Me impresionó, en efecto, lo feliz que es la gente. Y no es raro, viviendo en una ciudad que por un lado está llena de vida, de cafés, de restaurantes y de tiendas, y al mismo tiempo está conectada con la naturaleza. Esta conexión se ve en los abundantes parques y oasis verdes, así como en el amor por el agua. Los habitantes de Estocolmo cuidan su entorno; la sostenibilidad es aquí importantísima. Es una de las ciudades del mundo más respetuosas con el medioambiente; quiere llegar a una huella de carbono cero para el 2040. Para alcanzar el ansiado objetivo, todo el mundo tiene que tirar del carro. Y eso hacen: por doquier hay tiendas de diseño, restaurantes, start ups y proyectos que, comprometidos con la sostenibilidad, contribuyen a hacer de la urbe un modelo de neutralidad climática.
Muchas de esas ideas salen de Södermalm, mi barrio favorito. Está lleno de artistas y estudiantes y es un foco de proyectos ecológicos. Allí me pasaba yo horas (sentada en cafés, revolviendo por tiendas de segunda mano, explorando la zona…). Y heme aquí de nuevo, pero esta vez con el claro objetivo de localizar los sitios más sostenibles y bonitos, de modo que mi viaje deje la menor huella medioambiental posible. Lo primero es aclarar, por tanto, cómo desplazarse de un lugar a otro. Para mí, la mejor opción es caminar. (Así descubro también los pequeños sitios ocultos.) Por supuesto que hay alternativas, pero, como en las ciudades la movilidad es uno de los puntos clave en términos de medioambiente, Estocolmo cuenta con múltiples proyectos de bicis públicas. “Söder” –que así llaman a este barrio– tiene sus buenas cuestas, así que más vale que la bici sea eléctrica. La empresa BICELO colabora con muchos hoteles y ha desarrollado una app con plano de la ciudad. Si se llega en transporte público, lo mejor es ir a Slussen.
Desde allí voy hacia el este y empieza mi tramo favorito, con una gastronomía estupenda y bonitas tiendas ecológicas; en Götgatan hay una detrás de otra… Mi primera parada es Emmaus, tienda solidaria de segunda mano que tiene de todo: ropa vintage, muebles y pequeños souvenirs. Aquí se encuentran auténticos tesoros. (El Stadsmuseet, enfrente, un museo interactivo en un edificio histórico del s. XVII, ya lo veremos en otra ocasión.) Pero Emmaus no va a ser la única tienda vintage que visite, pues me he propuesto encontrar buena ropa y, para eso, nada como Söder. Junto a la concurrida Medborgarplatsen, famosa por sus cervecerías con terraza y sus tabernas, encontramos la primera zona verde. Desde esta “plaza ciudadana”, lo suyo es girar a la izquierda por cualquier calle, pues aquí empieza SoFo, el barrio más de moda. El nombre alude a la abreviatura del SoHo neoyorquino y significa South of Folkungagatan. Su centro es Nytorget, con abigarradas casas tradicionales, un parquecillo y algunos de los mejores restaurantes y cafés de Estocolmo. Uno de mis sitios favoritos para comer es Urban Deli, junto al parque. Me lo enseñó en su día Malin, la madre de la familia con la que vivía, y por suerte no ha cambiado: además de vender ingredientes bio de la región, preparan deliciosos platos típicos.
Quien prefiera dulce, que pruebe el fika. Para mí es lo mejor de la cocina sueca: una merienda compuesta de café y algún bollo tradicional como la caracola de canela (fikabröd). Los suecos hacen una pausa para el café dos veces al día. Da igual si están en el colegio, trabajando, en la universidad o en casa: es una especie de ritual que requiere atención plena. Más recientemente, la versión clásica se ha ampliado con tentempiés más saludables como batidos y sándwiches de verdura y pescado. El local ideal en tal sentido está justo al lado: Omayma, en Skånegatan, ofrece platos vegetarianos y veganos con ingredientes de la región; tiene fama por su oferta para el fika, con gran variedad de bollitos y otros bocados. Como mínimo igual de buena que la propuesta culinaria es aquí la enológica, pues la nueva moda son los vinos naturales, sin aditivos y de pequeños productores. En mi lista hay tres bares de vinos. Mis favoritos serían Bar Agrikultur y Alba Vinbar. Y no solo por la calidad, sino también por el ambiente. Quien llega solo, no tiene la sensación de estar aislado, sino en el centro del meollo.
Tras un tentempié o un vino, es momento de seguir con las compras. La plaza está llena de tiendas vintage y de segunda mano; puedo recomendar Stockholms Stadsmission, Lisa Larsson Vintage y Pop Stockholm. Mi siguiente parada es Vitabergsparken, cuyo anfiteatro descubierto ofrece en verano conciertos y espectáculos teatrales; pero su grada también invita, aunque no haya eventos, a relajarse ante la magnífica visión de la bonita Sofia Kyrka. Esta iglesia se yergue sobre un cerro de 46 m; los tejados de cobre de sus torres relucen alegres al sol.
Y ahora voy hacia el agua, pero quiero llegar a un punto muy concreto que ofrece la mejor panorámica de la ciudad y de la laguna; sigo, por tanto, Erstagatan hasta el final. Una vez junto al agua, girando hacia la izquierda se enfila un paseo de ensueño con unas vistas increíbles. Paso junto a los ferris y por el Fotografiska y me dirijo a mi última parada, el Hermans. Termino la tarde en este restaurante y proyecto comunitario multicultural, que ofrece un bufé de cocina internacional. Los ingredientes son de la zona; la ropa del personal, de reciclaje; la comida, vegana y absolutamente deliciosa. (Atención: hacen descuento a estudiantes.) Aquí contemplo el ocaso y me regocijo ante la idea de que he pasado el día entero sin dañar el medioambiente… Paula Völler
“Los suecos hacen una pausa para el café dos veces al día. Da igual si están en el colegio, trabajando, en la universidad o en casa: es una especie de ritual que requiere atención plena”.
Tienda retro del SoFo.
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Estocolmo se edificó sobre 14 islas.
© Shutterstock.com: lmeleca (Leonid Meleca)
Pausa de mediodía en la naturaleza.
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Tienda de segunda mano de Stockholms Stadsmission.
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Un restaurante de SoFo.
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El Fotografiska, con exposiciones interesantes y una estupenda ubicación junto al agua.
© Shutterstock.com: Jeppe Gustafsson

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EL FOTOGRAFISKA
El Fotografiska, que ocupa un antiguo edificio portuario, no solo exhibe fotografías clásicas, también ofrece espacios a jóvenes que se inician en las artes visuales. No es ni un museo, ni galería de arte; organiza performances que crean un espacio accesible para todos. Los responsables ponen el foco en compartir, así como en la sostenibilidad –la hållbarhet–, que también rige en el restaurante de la azotea, un sitio cautivador por su innovadora cocina y sus vistas de la ciudad. www.fotografiska.com


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // medio-1 día.
Mejor época del año // Cuando más cómodo resulte. A ser posible, que no llueva…
Cómo llegar // En avión desde Madrid (4 h).
Alojamiento // El hotel de diseño NOFO (www.nofohotel.se), en Södermalm, con certificado ecológico Green Key.
Más información // https://international.stockholm.se/city-development/the-eco-smart-city (sobre proyectos municipales sostenibles); www.stockholmgoodfoodguide.com (vecinos del mundillo gastronómico recomiendan locales sostenibles).
Consejo // El metro se considera la mayor galería de arte del mundo. Más de 90 de las aprox. 100 estaciones han sido decoradas por artistas, por lo que no solo es sostenible, sino también una bonita experiencia.

TESOROS DE LA NATURALEZA
EL “JARDÍN DE ISLAS” DE ESTOCOLMO
Este archipiélago cuenta más de 30 000 islas, en su mayoría deshabitadas y no más grandes que una mancha de piedra en el agua. Es posible ir en ferri a las más grandes y pobladas, o apuntarse a un recorrido guiado que se aleje de las que más visitantes reciben. Hay múltiples opciones, desde excursiones de un día en kayak, hasta salidas con acampada. Zonas del archipiélago como Värmdö son una meca para los amantes de la vela. En las islas rige el derecho de acceso público (allemansrätten), que permite la acampada libre. Un operador ha hecho suya esta forma de ecoturismo: Green Trails ofrece viajes de aventura que no estropean el medioambiente, sino que ayudan a conservarlo. También merece la pena un breve trayecto en ferri hasta el restaurante Fjäderholmarnas Krog, cuya ubicación isleña y su comida son maravillosas.
https://waxholmsbolaget.se/visitor-information
MARIATORGET
También en Södermalm queda la zona en torno al pequeño parque urbano de Mariatorget. A la izquierda de Slussen, todo es completamente distinto que a la derecha. Aquí se encuentran las que probablemente sean las calles más pequeñas de Estocolmo, que parecen ajenas al tiempo. Desde Mariaberget hay unas vistas magníficas de los imponentes “palacios” de la ribera del centro de la ciudad, y el viajero puede imaginarse cómo se vería antaño, desde una pequeña casa de madera y adobe, el ambiente local. El cual, entretanto, también ha invadido esta otra orilla, como atestiguan la abundancia de pequeñas galerías, tiendas de arte y cafés que flanquean al camino hacia el parque de Mariatorget. En él se encuentra otra joya de la ciudad: un antiguo cine que se ha convertido en el hotel Rival –con café- restaurante, bar, confitería y cine de estilo art déco–, proyecto impulsado nada menos que por Benny, de ABBA.
MERCADO DE ÖSTERMALM
El mercado (saluhall) de Östermalm es una institución en Estocolmo. Lleva vendiendo comestibles desde 1930 y su viejo encanto persiste a pesar de una remodelación reciente. El edificio de ladrillo rojo es especial ya por fuera; por dentro, el viajero sencillamente no puede salir de su asombro y, sobre todo, del picoteo… Aquí solo tienen los productos más frescos y mejores –cangrejos de río suecos, fresas, arenque escabechado o carne de alce–, pero también estará encantado quien no quiera cocinar, porque el mercado incluye algunos restaurantes. Los vecinos no solo acuden a comprar, sino también para pasar el rato al final del día, así que, a partir de las 16.00, se llena de un abigarrado gentío deseoso de tomarse un aperitivo y charlar antes de hacer la compra para la cena.
https://en.ostermalmshallen.se
Al recomendable café-restaurante Fjäderholmarnas Krog, en la isla de Stora Fjäderholmen, se llega en ferri.
© DuMont Bildarchiv: Peter Hirth
El mercado (saluhall) del barrio de Östermalm ofrece todo género de delicias.
© Olaf Meinhardt
La capital danesa es una de las ciudades del mundo donde mejor se vive. La metrópolis del estrecho de Øresund ofrece incontables parques y se considera la capital mundial de la bici.
La primera vez que la visité, Katrin vivía en un quinto piso y le entregaban el correo directamente en la puerta de su vivienda; aquello me dejó fascinada. Hoy sigue viviendo en København –“Copenhague” en danés– a pesar de que solo quería quedarse un año; ya han pasado 25… Ahora vive en un bajo, pero siempre en el barrio multicultural de Nørrebro. Lo mejor de su casa es el patio interior que todos usan comunitariamente: un gran jardín con árboles frutales, zona infantil, mesas, bancos y barbacoa. “Dinamarca es un país pionero en materia de viviendas orientadas a ser compartidas”, dice Katrin, ya plenamente afincada en esta ciudad de sus sueños. “Aquí se valora mucho un buen vecindario que funcione debidamente”. Y esa es una de las razones por las que ella se quedó.
Otra es Assistens Kirkegård o, más concretamente, el modo de estar en el mundo que conlleva. Dicho camposanto, que ya tiene sus buenos 250 años y en el cual reposan daneses tan famosos como Søren Kierkegaard, H. C. Andersen y Niels Bohr, se utiliza como parque: allí la gente va a correr, a jugar, a besuquearse o a hacer un pícnic, como nosotras ahora. Aparcamos las bicis junto a las lápidas y nos instalamos junto a mi cuentista favorito. “Me gusta que los daneses sean tan pragmáticos, que lo afronten todo con esa distensión y esa desenvoltura; aquí sencillamente les gusta vivir”, comenta Katrin. Y efectivamente Dinamarca siempre queda a la cabeza en los rankings internacionales de satisfacción vital, mientras que otros siguen atascados…
De nuevo en las bicis, por hoy dejamos pasar, allá a la izquierda, Fælledparken, el pulmón de Copenhague. A este parque gigantesco acuden paseantes, deportistas, ciclistas, familias con niños y monopatinadores, todos encantados; pero ya vendremos en otro momento, pues, entre semana, aquí dan clases gratuitas de salsa, rumba o tango. Y a partir de las 20.00 tocan bandas o pinchan DJ. Con mucho gusto me dejo convencer…
Pedaleando me llama la atención lo magníficamente que esta urbe se presta a experimentarse. Por doquier hay carriles bici separados del tráfico motorizado por barreras, de modo que los cyklisterne (“ciclistas”) estén bien protegidos; y los nuevos carriles tienen nada menos que 4 m de ancho. Los semáforos para bicis permiten a los ciclistas ponerse en marcha antes que los coches. “Tenemos incluso ocho autopistas para bicis”, explica Katrin orgullosa. Estos 167 km de vías ciclistas rápidas llevan desde los arrabales al centro. Para el 2045 debería haber 45 de esas vías.
Pasando junto a Folkets Park, una pequeña zona verde que los propios vecinos iniciaron en 1971 y que fue reconocida y financiada por el Ayuntamiento en el 2008, llegamos al casco viejo. O casi, pues antes cruzamos la simpática Blågårdsgade, donde se suceden los restaurantes otomanos, panafricanos, libaneses, de fusión… Nos detenemos a probar unos dumplings en el restaurante chino GAO y están lækkert, o sea, “deliciosos”.
Por Dronning Louises Bro cruzamos Søernen, una fila de tres rectangulares lagos artificiales. El puente de arcos ofrece unas vistas tremendas del casco viejo (y de una familia de cisnes que no se inmuta por las barcas). “Mucha gente viene a correr alrededor de estos lagos”, me cuenta Katrin, “6 km es una distancia asequible”. Claro, pienso yo; cómo no. Aunque tampoco es mal plan sentarse en alguno de los cafés ribereños y mirar el agua…
Nos detenemos en Botanisk Have, que, como Tivoli, Ørstedsparken y Østre Anlæg, se habilitó en la década de 1870 sobre las instalaciones defensivas de la ciudad. La entrada es gratuita; la variedad de especies, grande. A mí me fascina la Casa de las Palmeras de este jardín botánico, con su fantástica arquitectura de acero y cristal. La entrada solo cuesta 5 €. Subimos la escalera de caracol de hierro colado (16 m) y disfrutamos de las vistas sobre las copas de los árboles. Y otro desvío al gigantesco Østre Anlæg, agreste parque con tres lagos en el que las familias van a hacer pícnics y, en verano, hay conciertos gratuitos. Como por doquier en Copenhague, me llama la atención la cantidad enorme de zonas infantiles, areneros, rocódromos, etc. “En Dinamarca se tiene muy en cuenta a los niños y a las familias”, apostilla Katrin. “Por todas partes hay rincones para niños: en los restaurantes, en las bibliotecas… Y los niños pueden ponerse a dar voces y no pasa nada”.
Enseguida llegamos a Rosenborg Slot. Este palacio renacentista de más de 400 años “es cosa regia”, bromea Katrin. Y efectivamente alberga los tesoros de la Corona danesa (está abierto al público). Tras el palacio, que es de ladrillo, está el jardín real (Kongens Have). Esta mezcla de parque y huerto lleva abierta ya 200 años. A otros tiempos recuerdan los paseos Damegangen y Kavalergangen, el invernadero y múltiples esculturas. H. C. Andersen nos saluda benévolo desde su zócalo; sirve de fondo en muchas fotos de Instagram. En el plácido café del pabellón de Hércules nos tomamos un café y un smørrebrød. Qué maravilla…
Y llega el esprint final: tras pasar por angostas callejas y bordear Slotsholmskanalen –donde se yergue Christiansborg Slot–, se cruza al otro lado del puerto por el emblemático Lille Langebro, uno de los nuevos puentes para bicis. Merece la pena volver la mirada: en un lugar prominente junto a la orilla, se ve un “castillo” de cristal llamado BLOX. Está construido de forma sostenible, pues Copenhague quiere llegar a la huella de carbono cero para el 2025 y es la sede del Dansk Arkitektur Center. El de 2023 sería un año importante para Copenhague: ostentaría la capitalidad mundial de la arquitectura, la segunda ciudad a la que la Unesco otorga ese título tras Río de Janeiro.
A nosotras, eso ahora nos da bastante igual, porque ya hemos alcanzado nuestro objetivo: Havnebadet Islands Brygge. Con sus tablones de madera y su claro diseño, esta zona bañista del puerto es bonita y ofrece opciones para todos los gustos: piscina de 75 m, torre de saltos y piscinas para niños y bebés. Puede una bañarse, tumbarse en los tablones o alquilar un bote y darse una vueltecilla por las aguas del puerto. Optamos por el relax, aunque luego tenemos tango al aire libre en el “diamante negro” (Den Sorte Diamant), como los daneses llaman a la Biblioteca Real, arquitectónicamente impresionante. ¡Ay!, ¡qué dolce vita! Susanne Völler
“Pedaleando me llama la atención lo magníficamente que esta urbe se presta a experimentarse. Por doquier hay carriles bici separados del tráfico por barreras”.
Søernen, los lagos artificiales de la ciudad, muy concurridos por corredores, ciclistas y paseantes.
© Copenhagen Media Center: Astrid Maria Rasmussen
En Blågårdsgade se ha consolidado una buena oferta gastronómica internacional.
© Copenhagen Media Center: Martin Auchenberg
Rosenborg Slot está abierto al público.
© DuMont Bildarchiv: Peter Hirth
El césped ribereño de Islands Brygge, un punto de encuentro.
© laif: Gerald Haenel (r.)

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EL PARQUE SUPERKILEN
El último logro de Nørrebro es el parque de Superkilen, de apenas 1 km de largo. Tiene tres zonas con sendos colores: roja para cafés, deporte y música; negra para una plaza clásica con fuente, y verde para un pequeño parque. Son fascinantes, además, sus más de 60 extraordinarias esculturas y objetos procedentes de todo el mundo: columpios de Irak, una fuente marroquí, una estatua japonesa…


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // 4-8 h (aprox. 10 km).
Mejor época del año // En invierno puede hacer un tiempo muy desapacible, sobre todo viento. En primavera empiezan a florecer y verdear los parques, que en verano albergan multitud de conciertos y eventos (a menudo gratuitos).
Cómo llegar // En avión desde Madrid (3 h 15 min).
Alojamiento // Coco Hotel (www.coco-hotel.com), que es un hotel-boutique sostenible de Vesterbro, barrio de moda.
Más información // www.wonderfulcopenhagen.com/wonderful-copenhagen/international-press/bicycle-friendly-copenhagen
Consejo // En el tren de cercanías se puede llevar la bici sin recargo (salvo en la estación de Nørreport).

INSTALACIONES ATÍPICAS
KALVEBOD BØLGE
Frente a la zona bañista del puerto está, con sus ondulantes pasarelas, Kalvebod Bølge, una delicia arquitectónica. Sus puentecillos de madera y hormigón –que se acercan, se tocan y vuelven a alejarse con distintos anchos y a varios niveles– forman dos triángulos. El del norte funge de playa bañista y tiene hasta tobogán. En la piscina móvil adicional –la Dyppezone–, los vecinos se bañan también en invierno. En el triángulo sur alquilan tablas de surf de remo, kayaks y canoas; también está la zona lúdica, que invita a los niños a trepar. Sigue el mismo patrón de formas onduladas, igual que los bancos y los carriles bici. El moderno SvajerBar, que está hecho con un contenedor de transporte marítimo y se dirige sobre todo a un público ciclista, parece que sirve las mejores ostras de la ciudad. El chef Morten también ofrece rutas gastronómicas en bicicleta.
LOUISIANA MUSEUM OF MODERN ART
Una excursión lleva a Louisiana, al norte de la capital danesa. Este museo de arte sorprende con espectaculares obras tanto dentro, como fuera –junto al estrecho–, donde el jardín del museo invita a un pícnic. Ya solo el trayecto hasta allí es una experiencia y se puede hacer en tren o en autobús. En bici se tarda apenas 2 h y se pasa por Charlottenlund Strandpark –con una pasarela bañista y un fuerte provisto de cañones–, por el deliciosamente anticuado parque de atracciones familiar de Bakken –en Klampenborg– y, por Jægersborg Dyrehave, parque forestal declarado Patrimonio Mundial por la Unesco y en el cual viven unos 2000 ciervos. (Todavía hoy sigue siendo un coto de caza real.) En Louisiana la cosa es más pacífica y, en verano, hay más ambiente, pues hasta agosto se celebran eventos de arte, música y teatro en el parque de las esculturas.
COPENHAGEN CONTEMPORARY
Con el ferri amarillo del puerto se llega a Refshaleøen –del otro lado de la desembocadura– y a su centro internacional de arte contemporáneo, Copenhagen Contemporary, donde exhiben sus alucinantes instalaciones artistas de fama mundial y talentos emergentes. También se organizan exposiciones con títulos tan interesantes como Reset Materials. Towards Sustainable Architecture. Pero el propio Refshaleøen merece también un paseo: esta antigua zona industrial se ha convertido en un barrio de vanguardia. Se considera uno de los centros creativos de Copenhague y se le atribuye un gran papel en el desarrollo de la urbe. Hasta finales del 2024, aquí se ubicará el famoso restaurante Noma. Para bolsillos menos potentes, cabe aconsejar La Banchina (con zona de baño en el puerto) y Reffen, mercado bio de comida callejera en un entorno más tosco.
www.copenhagencontemporary.org/en
Kalvebod Waves es una especie de parque urbano acuático enmarcado por un complejo de pasarelas que ondulan tanto horizontal, como verticalmente, y conectan tres zonas de la orilla.
© Shutterstock.com: vatolstikoff
El mercado bio de comida callejera Reffen, en Refshaleøen, no es nada chic, pero es lo más in.
© Shutterstock.com: Oliver Foerstner
Lo más interesante de la capital estonia se descubre recorriendo su litoral. El viajero asiste a una caleidoscópica interacción entre el pasado y el presente.
Caminando agachado por el gigantesco submarino, paso por las literas, por el centro de mando, por el periscopio, por la cocina… y me digo que la fascinante atmósfera claustrofóbica de aquella película de El submarino reflejaba fielmente la realidad. Menuda experiencia inolvidable… Pero un momento: esto era al final del recorrido. Mi itinerario favorito por la capital estonia no empieza con angosturas, sino con un abierto panorama de cielo azul y agua reluciente. Y junto a la playa… Porque hay playa, sí, a solo 6 km del casco viejo. Esta franja amarilla en pleno entorno urbano es un portento: una amplísima zona de arena con espacio de sobra para todos. El acceso al agua es perfecto para familias con niños pequeños por su larga y suave pendiente; la bonita curvatura de la orilla en dirección al centro ofrece, además, una magnífica perspectiva de este. También es bonito, justo enfrente –sobre todo en días calurosos–, el gran parque Pirita Terviserada, por el que serpentea con elegancia el río Pirita, que le da nombre. Y, para que sea imposible aburrirse, entre la playa y la zona verde están las ruinas del antiguo convento de Santa Brígida. A mí me encanta esta pequeña atracción, que la mayoría de las listas de lugares de interés pasan por alto.
Los peatones pueden rodear la totalidad del pequeño puerto deportivo siguiendo la orilla en dirección al centro de la ciudad (en paralelo al tráfico de la vía rápida Pirita Tee, pero a la suficiente distancia de la misma). Igualmente bonito resulta pasar por las zonas verdes, por el parque canino que llevo años visitando encantado con Elek –mi amiguito mestizo–, por los parques infantiles, por los estilosos bloques de pisos de nueva construcción de un barrio portuario cuya estampa antaño caracterizaban viejas instalaciones industriales y casas en ruinas… Y finalmente aparece el gran puerto de Tallin, importante núcleo de comunicación marítima. Aquí están los auténticos colosos: desde cargueros y cruceros, hasta ferris. En tiempos más pacíficos, desde aquí se iba a San Petersburgo. Hace muchos años, mi esposa y yo dejamos aquí nuestras bicicletas y seguimos hasta San Petersburgo en autocar. Incluso en la época soviética más profunda, en este lugar olía a gran mundo… Hoy el principal destino del tráfico de pasajeros es Helsinki. Hay unas naves especialmente rápidas que llegan a Finlandia prácticamente en 2 h. Es aquí, y en ningún otro sitio, donde empieza Escandinavia…
Atravieso el barrio portuario de Sadama, en construcción todavía en algunos tramos, y en otras zonas ya a la última. Y llegamos, unos pasos más allá, al Linnahall, construido junto al mar con gran dispendio como espacio polivalente para los JJ OO de Moscú de 1980, bautizado en honor del camarada Lenin… y en constante declive desde entonces. Pero el encanto decadente también es atractivo, de ahí que actualmente este curioso desierto de piedra y hormigón atraiga tanto a jóvenes parejas para un paseo romántico, como a turistas encantados de fotografiar Tallin y el Báltico con estas ruinas en primer término.
Enfrente en diagonal hay un sitio igualmente encantador, pero mucho mejor mantenido: el centro cultural Kultuurikatel, habilitado con un estilo industrial chic en la antigua sala de calderas de una central eléctrica. De los conciertos a los que en este lugar he asistido, se me grabó la impresionante atmósfera del alto auditorio; casi recuerdo más las tuberías y los viejos muros de piedra que la música… Es indistinto, por tanto, qué evento se celebre: una fiesta, un concierto, una exposición… Si se puede, lo suyo es asomarse y conocer el sitio.
Una cosa estupenda que tiene Tallin es que todo está cerquísima. Desde aquí ya veo el casco viejo histórico y los miradores de la ciudad alta. Junto al agua empieza Kalamaja, el barrio de visita obligada. Me alejo un poco de la orilla para explorar la parte de moda, justo detrás de la estación central de trenes. Voy al modernísimo mercado Balti Jaama Turg, con sus buenas panaderías y cafés, y toda clase de productos agrícolas. (Hay mucha opción bio y todo está riquísimo.) Por no hablar de las galerías, de los bares, de los tentempiés, de los sofisticados grafitis, de un viejo vagón jubilado que funge de restaurante… Añádanse un par de patios donde, contra todo pronóstico, en lo que fueran feas instalaciones fabriles o almacenes de la zona de la estación han hecho su entrada finas boutiques, acogedores lounges e informales tabernas.
Valgevase es la calle que sale del Kalamaja hipster hacia la parte castiza del barrio, con algunas bonitas casas viejas de madera. Voy un poco en zigzag hacia el agua… y ahí lo tengo: el Lennusadam (“hidroaeropuerto”). Suena interesante y lo es, pero no como cabría imaginar: estas dependencias del Museo Naval estonio –hay otras en el casco viejo– son, para mi gusto, el summum museístico del país. En el 2012, el gran hangar de época zarista se transformó en un espacio realmente fascinante que ya solo habría merecido la pena por su imponente arquitectura, sus dimensiones, su iluminación azulada y sus sones marítimos. Pero es que aquí está suspendido, cubriendo casi toda la longitud del habitáculo, el enorme submarino Lembit, de 1937, al que naturalmente se puede acceder. Esta es, sin duda, la guinda del conjunto, pero hay muchos más objetos interesantes, así como materiales interactivos y todo tipo de actividades sobre la navegación, los mares y la guerra naval. Junto al edificio hay incluso un rompehielos, el Suur Tõll, que también se puede visitar y es muy recomendable. Para Tallin, en cambio, quien la descubra desde su litoral no necesitará rompehielos ninguno. El viajero encontrará, antes bien, una cálida ciudad donde se sentirá comodísimo al instante. Mirko Kaupat
“Junto al agua empieza Kalamaja, el barrio de visita obligada: me alejo un poco de la orilla para explorar la parte más de moda”.
El skyline de Tallin visto desde el mar.
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El puerto exhala un aire de apertura al ancho mundo.
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El estilo industrial chic del barrio de Rotermanni.
© Mirko Kaupat
Grafiti en el barrio alternativo de Kalamaja.
© Mirko Kaupat

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DESVÍO PARA AMANTES DE LA ARQUITECTURA
El barrio de Rotermanni queda a tiro de piedra del puerto principal. Algunos de los arquitectos más creativos del país han convertido lo que aquí eran molinos, panificadoras, instalaciones madereras y centrales eléctricas, en un complejo comercial, gastronómico y de oficinas al aire libre, con callejuelas, plazas y fuentes. No se ha experimentado Tallin en condiciones si no se ha disfrutado un desayuno, o un café y un bizcocho en la confitería RØST. https://rotermann.ee/en/


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // 2 h para el mero recorrido a pie (8 km); más rápido en bici de alquiler o en patinete eléctrico; con pausas, al menos medio día por el Museo Naval y, si hace bueno, un día.
Mejor época del año // Cualquiera.
Cómo llegar // En avión desde Madrid (5 h 40 min). Desde Finlandia, ferri desde Helsinki (aprox. 2,5 h).
Alojamiento // Hay mucha oferta. Se recomienda el Citybox Tallinn (https://citybox.no/en/tallinn), en el barrio del puerto: check in automatizado, habitaciones modernas y grandes cristalera panorámicas.
Más información // www.visittallinn.ee, www.inyourpocket.com/tallinn

VESTIGIOS DEL MEDIEVO
GARBEO POR EL CASCO ANTIGUO
El centro histórico de Tallin es todo un espectáculo; de eso no hay duda. Un espectáculo especialmente bonito, además, como atestiguan los cientos de miles de visitantes anuales y el título de Patrimonio Mundial de la Unesco, concedido en 1997. La zona en estonio se llama Vanalinn (“ciudad vieja”). Las callejas y travesías que salen de la plaza mayor ligeramente oblicua –subiendo y bajando y serpenteando a derecha e izquierda–, el conjunto medieval de casas y comercios de tonos pasteles –de la época de esplendor de la Liga Hanseática–, todo eso va incluido en este irrepetible museo al aire libre, que es gratuito y de libre acceso e incluye multitud de estilosos restaurantes, cafés, tiendas, museos y embajadas.
MURALLAS, TORRES Y SUBTERRÁNEOS
El casco viejo está delimitado por una muralla del s. XIII a la que no solo se puede, sino que es muy recomendable subir en el tramo entre las torres de Nunne, Sauna y Kuldjala. Se conservan 1,85 km de aquella fortificación perimetral, es decir, casi la mitad. Así es posible asomarse a este legendario centro histórico desde otra perspectiva. De las torres defensivas de la muralla, por increíble que parezca han sobrevivido a los tumultos del tiempo 26. A algunas se puede acceder. Especialmente fascinante resulta el museo, con su bonito nombre en bajo alemán: Kiek in de Kök (“Mira en la cocina”). Al museo pertenecen la torre cañonera homónima –de 1475–, los misteriosos pasadizos subterráneos que albergan exposiciones de historia de la ciudad, y otras tres torres.
TALLIN DESDE ARRIBA
Aunque en principio también pertenece al casco viejo, hace falta cierta forma física para llegar a la ciudad alta, también llamada Domberg o Toompea (en alemán y estonio, respectivamente). Las callejas van subiendo una cuesta bastante pronunciada durante varios cientos de metros, p. ej. por la calle Pikk y luego por la histórica calleja Pikk Jalg. Arriba se ve inmediatamente que todo es más despejado, más amplio, más tranquilo: la catedral ortodoxa rusa Alexander Nevski, la iglesia medieval Toomkirik y un par de lindas callejuelas. (Faltan todavía algunas fachadas por rehabilitar.) Pero lo importante aquí son las vistas, y las hay hacia dos lados: desde Kohtuotsa (del casco viejo) y desde Piiskopiaia Vaateplats (del barrio de Kalamaja, del puerto y del Báltico).
En verano, las callejas del casco viejo de Tallin están animadísimas.
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Músicos callejeros al pie de una de las 26 torres conservadas de la muralla.
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Vista sobre los tejados de la ciudad vieja.
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Riga debe su belleza y sus encantos a la antiquísima tradición de la Liga Hanseática, que en la capital letona ha pervivido hasta la actualidad en las más variadas formas.
Las ciudades más efervescentes suelen ser las que llevan una eternidad viviendo del comercio, pues en ellas la apertura al mundo no es ninguna novedad. Por los sitios donde se comercia a lo grande, siempre está pasando gente; y la gente del lugar sale a otros sitios también. La red comercial por excelencia fue, durante la Edad Media, la Liga Hanseática. Que una ciudad perteneciese a ella, era un honor y una distinción. Tal vez por eso yo me sienta, en Riga, tan en casa: en las calles del casco viejo, veo las callejas de los más bellos lugares de mi patria chica del norte de Alemania: Bremen, Lubeca y, por supuesto, mi Hamburgo natal, con los despachos de café, cereales y especias del barrio de Speicherstadt.
El meollo del casco viejo de Riga, que es Patrimonio Mundial de la Unesco, está marcado por la tradición comercial, con las casas de la Liga Hanseática –sobre todo la Grande (Lielā Ģilde) y la Pequeña (Mazā Ģilde)–, con las emblemáticas fachadas –pegadas entre sí– de los Tres Hermanos (Trīs Brāļi), y con la celebérrima casa de las Cabezas Negras (Melngalvju Nams). Todos estos lugares fueron viviendas de comerciantes, se usaron para reuniones o funcionaron como instalaciones mercantiles.
El corazón de Riga está marcado por el comercio, con productos llegados de todo el mundo. Las especias, la cebada y la espelta, el café y el té, son cosas que uno compra casi con desdén en la tienda de comestibles; pero incluso en la Riga actual hay sitios maravillosos donde la antigua tradición pervive. Justo fuera del casco viejo, en el jardín Vērmanes Dārzs, hay, prácticamente a cualquier hora del día o de la noche, montones de vendedoras –en general, mujeres– ante sus puestos de flores, resueltas a agotar sus existencias. ¿Por qué tiene Riga tamaño mercado floral en pleno centro? Porque es bonito. Y simpático. Y encantador. Sobre todo, en una tibia noche de verano, es obligado ir a dar una vuelta y a comprar –dependiendo de la compañía– un par de rosas, tulipanes o lirios. O aunque solo sea una florecilla para el propio ojal.
El azar ha dispuesto que, justo al lado, espere la siguiente gran experiencia de compras y paseo distendido: Berga Bazārs. Este estiloso pasaje comercial descubierto –con boutiques, galerías, un hotel y cafés– tiene su origen en un conjunto de edificios decimonónico que se remodeló por completo. Tras la pandemia va volviendo a la vida poco a poco, por ejemplo, en el bar de vinos Garage o en el restaurante de moda Andalūzijas Suns (“Perro Andaluz”), especialmente popular entre los jóvenes locales.
Ahora sigo bordeando el casco viejo en dirección sur. Paso por la estación ferroviaria central. El moderno centro comercial Origo –justo al lado– fue el primer auténtico “templo del consumo” de la Letonia libre. Aquí vuelve a concentrarse una oferta tremenda de tiendas; se venden cosméticos originales made in Latvia –de la marca Stenders–, o los añejos chocolates y dulces letones de Laima. También está aquí –detalle banal, pero sumamente práctico– el supermercado Rimi. He de reconocer, aunque sea un poco embarazoso, que vengo aquí a comprar en plan barato cada vez que he vuelto a excederme en Riga gastando en cultura, ocio, gastronomía y, por supuesto, juerga. Ese milagroso licor de hierbas negro llamado Rīgas Melnais Balzams cuesta aquí la mitad…
Y hablando de comercio, en ese ámbito, Riga tiene toda una atracción que no coge de paso, pero a la que es obligado acercarse: el mercado central (Rīgas Centrāltirgus). Cruzo las vías por el túnel junto a la estación de tren, vuelvo a salir a la superficie y aparecen delante, a la derecha, las cinco naves gigantescas –con forma de zepelín– del mercado: cuatro dispuestas paralelamente, y otra en perpendicular. Es el mayor mercado de abastos del país. Estos antiguos hangares sirvieron en su día para la construcción de dirigibles, siendo luego transformados cuando el negocio de aquellas aeronaves decayó. En una superficie de más de 72 000 m2, hay prácticamente cualquier cosa que quepa catalogar como comestible. Todas las naves están interconectadas y cada una tiene su punto fuerte: lácteos, carne, pescado… Además, hay escaleras que permiten subir a ambos lados de los pabellones, donde se venden más productos y se ofrecen tentempiés recién preparados. Ya solo recorrer estos inmensos habitáculos es toda una experiencia.
Conque así se comercia hoy en la ciudad hanseática de Riga: las floristas del parque, la glamurosa galería de boutiques, los relucientes grandes almacenes, los productores que venden sus comestibles en los antiguos hangares de zepelines… Entretanto he vuelto, dando un paseo, al casco viejo; me he detenido ante la casa de los Cabezas Negras y pienso que tal vez los orgullosos miembros de aquella antigua Liga Hanseática aprobasen la abigarrada oferta comercial de hoy en día. Por cierto: entre los vendedores del mercado, así como entre las floristas del parque, hay un alto porcentaje de rusófonos. Así lleva siendo desde hace décadas: la lengua materna de media ciudad es el ruso. Pero eso aquí parece que a nadie le molesta, ni siquiera en tiempos políticamente revueltos, pues a comprar acuden lugareños y forasteros de todos los idiomas y orígenes por igual. Es en el comercio donde mejor funciona la apertura al mundo, al menos en la ciudad hanseática de Riga. Y hablamos ya de siglos… Mirko Kaupat
“Por los sitios donde se comercia a lo grande, siempre está pasando gente; y la gente del lugar sale a otros sitios también”.
Músicas callejeras junto a la estatua de Orland frente a la célebre casa de las Cabezas Negras.
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La galería comercial tradicional Berga Bazãrs, bellamente rehabilitada, vuelve a estar de moda.
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El fragante mercado de flores.
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Uno de los espacios del mercado central está totalmente dedicado a la gastronomía.
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El mercado central, alojado en cinco antiguos hangares para dirigibles, es todo un emblema de Riga.
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UN MERCADO PARA CUALQUIER EVENTUALIDAD
En el mercado central no solo se compran decenas de miles de comestibles recién cosechados y dispuestos para su venta. Si, paseando por las naves, al viajero le entra hambre, no tiene sino que ir a Centrālais Gastro Tirgus. Uno de los cinco pabellones se dedica a la gastronomía. Ofrece todos los manjares: desde raclette hasta jinkali caucásico, pasando por pelmeni.


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // ½ día incluyendo paseos sin prisa por los puntos del casco viejo mencionados, por Berga Bazārs y por el mercado central (4,5 km).
Mejor época del año // Cualquiera.
Cómo llegar // En avión desde Madrid (4 h 10 min).
Alojamiento // Ya puestos, lo mejor: el hotel Neiburgs (www.neiburgs.com) está en pleno casco viejo, justo enfrente de la casa de los Cabezas Negras. Aun así, es relativamente tranquilo, espacioso, asequible y tiene un ambiente amigable, un magnífico bufé de desayuno y hasta sauna.
Más información // www.liveriga.com, www.inyourpocket.com/riga

ENFOQUES ALTERNATIVOS
PASEO POR EL CASCO VIEJO
Las casas de comerciantes y de la Liga Hanseática marcan la imagen del casco viejo; pero la Riga medieval ofrece, por supuesto, muchas más sorpresas. ¿Quién ha subido alguna vez a la torre de una iglesia en ascensor? Eso permite la iglesia de San Pedro (Svētā Pētera Baznīca), la más alta de la ciudad, que conserva plenamente su estilo gótico y acaba de volver a manos de la Iglesia evangélica luterana alemana de Letonia. A 2 min a pie está la catedral (Rīgas Doms), uno de los edificios sagrados más antiguos de los países bálticos. Merece la pena visitar el Museo de la Ocupación, recién remodelado (junto a la casa de los Cabezas Negras); presenta de manera sumamente gráfica la historia del dominio soviético sobre el país. Y, por último, Līvu Laukums, con sus cafés y restaurantes con terraza, y el dédalo de callejas de este vivaz casco viejo.
MODERNISMO EN LA CIUDAD NUEVA
El de “nuevo” es un concepto, como tantos otros, relativo. La mayor parte de la “ciudad nueva” de Riga lleva en su sitio entre 100 y 150 años. Comparado, sin embargo, con el centro histórico medieval, aquí se ve todo muy moderno… O, más que moderno, modernista, ya que, por las calles Elizabetes Iela y Albertas Iela, el viajero encuentra uno de los más bellos conjuntos de arquitectura modernista de Europa. Las altas fachadas, profusamente decoradas, son un auténtico festín visual. Todo estaba muy deteriorado cuando, a comienzos de la década de 1990, Letonia recuperó su independencia. Desde entonces se ha venido realizando una minuciosa y magnífica labor de restauración. Hay que asomarse al centro de interpretación Rīgas Jūgendstila Centrs (Strēlnieku Iela 9), en cuya tienda hay souvenirs, objetos de diseño y artesanías, todo ello modernista.
https://jugendstils.riga.lv/eng/
LAS MEJORES VISTAS
La capital letona también ofrece unos cuantos miradores reseñables. Para empezar, la torre de la iglesia de San Pedro, en el casco antiguo. Luego está el postinero lounge de la planta 27ª del hotel Radisson Blu Latvija, justo entre las ciudades vieja y nueva. Y la torre de telecomunicaciones de la isla del río Daugava ofrece un panorama increíble de todo el centro, pero últimamente está, por desgracia, cerrada. Tanto más se agradece así el estupendo mirador de la Academia de Ciencias de Letonia. Es un típico edificio del “socialismo realmente existente”, muy similar al Palacio de la Cultura de Varsovia o a la Universidad Estatal de Moscú. En este “Panorama Riga” –que así se llama el mirador–, antes nunca había nadie; ahora se publicita un poco más… Su altura de 65 m tampoco es descomunal, pero su ubicación junto a los hangares-mercado comporta unas vistas perfectas del casco viejo, la ciudad nueva y el río.
Elementos modernistas en una fachada del casco viejo de Riga.
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Gastronomía al aire libre en Livu Laukums.
© Shutterstock.com: Mirko Kaupat
En el centro hay muchos pequeños restaurantes históricos.
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Por la autoproclamada “república de Užupis” sopla una fresca brisa de libertad. Este barrio bohemio encarna, como ningún otro sitio, la atmósfera distendida de la capital lituana.
El casco viejo y la torre de Gediminas, los mercados y las iglesias de Vilna son, qué duda cabe, magníficos. Del otro lado del río aguarda, sin embargo, la gran libertad. Atravesando el puentecillo Užupio Tiltas se llega a la tierra prometida de la república libre de Užupis.
Este pequeño barrio de Vilna fue, durante siglos, predominantemente judío. Tras la expulsión y el exterminio de la población local, y acabada la guerra, amplias partes del antes vivaz barrio fueron deteriorándose, hasta que los artistas redescubrieron este entorno maravilloso a comienzos de la década de 1990, cuando Lituania recobró su independencia. Resulta, pues, que 1000 de los 7000 vecinos del actual Užupis son artistas, y que semejante comunidad quiere ser creativa y tiene que ser creativa. Y, así, ya en 1997 surgió la idea –añadiendo quizás un par de copas de vino– de proclamar una “república libre” ni más ni menos que “al otro lado del río”, que es lo que, traducido libremente, significa Užupis.
Pegado al puente hay tan solo una bonita señal que indica el tránsito al territorio de la república, todo en plan superserio y sin emojis guiñando el ojo ni nada. Siguiendo unos pocos cientos de metros por Užupio Gatvė, el viajero entiende de inmediato en qué consiste el encanto de este barrio: las increíbles vistas del río desde el mirador Vilnius in Love, la taberna Devinkė, un estudio de tatuajes, una especiería, una galería de arte, el monumento al Ángel de Užupis, una pizzería, una librería de viejo… ¿Quién no iba a querer trasladarse inmediatamente a semejante vecindario?
Hay, por último, un amplio muro donde está escrita la Constitución de esta república, que hasta el momento ha sido traducida con gran esmero a cuarenta y dos idiomas. No me canso de recorrer los cuarenta y un artículos de esta carta magna, que resultan ora cómicos, ora estrambóticos… y de repente también filosóficos, inspiradores e incluso emotivos. Por ejemplo: “Cada cual tiene derecho a vivir junto al río Vilnia (o Vilnele), cuyas aguas tienen derecho a correr junto a cada cual”. O bien: “Todo individuo tiene derecho a equivocarse”. O: “Todo el mundo tiene derecho a ser único”. O: “Un perro tiene derecho a ser perro. Todo ser humano tiene derecho a cuidar de su perro hasta que uno de los dos muera”. Y, para terminar: “No te rindas nunca”.
Las pocas calles y callejas de Užupis, pequeño en términos de superficie, se pueden recorrer bastante rápido; pero están llenas de mil detalles estupendos que descubrir: patios traseros donde cabe hallar tirados todo género de cachivaches, pero también bonitos grafitis o esculturas a medio terminar; restaurantes verdaderamente internacionales (comida india, tailandesa, marroquí con un cuscús vegetariano que es un poema, italiana, japonesa y, bueno, también lituana); pubs alternativos y agradables cafés de lo más íntimos y encantadores, y obviamente un sinfín de galerías de arte. Merece una inspección más detenida, por ejemplo, Užupio Meno Inkubatorius (Užupio Gatvė 2A), una “incubadora de arte” sita en un gran patio interior que hay entre el río, Užupio Gatvė y Malūnų Gatvė. Aquí se coordinan actividades artísticas, hay talleres de profesionales, se ponen en marcha proyectos culturales y se exponen trabajos de creadores del lugar. Otra opción es, justo al lado, Baltic Shamans (Užupio Gatvė 2), con los abigarrados murales psicodélicos de su fachada y con su tienda, donde es posible comprar genuinos souvenirs de la capital lituana: desde monederos y bolsos, hasta unas balance boards (“tablas de equilibrismo”) pintadas de formas chulísimas e ideales para poner a prueba el equilibrio y a los músculos.
Es cierto que Užupis no es más que un pequeño barrio de Vilna, pero dice mucho de la atmósfera, del ambiente del conjunto de la metrópolis el hecho de que sus mayores responsables políticos apoyen a esta república y no se dejen acoquinar por el espíritu libre que aquí impera. De hecho, el arte urbano no solo tiene un gran protagonismo en las fronteras de Užupis: famosos grafiteros de todo el mundo pasan por esta urbe con regularidad y se los invita a inmortalizar su paso con la correspondiente obra, como los hermanos brasileños Os Gêmeos con su inconfundible mural de Pylimo Gatvė 60-62, junto al gran mercado Halės Turgus –este último ya vale una visita por sí solo–, y, casi al lado, ese mítico mural de Putin y Trump besándose. Todo a apenas 1 km del barrio de Užupis y a las puertas también del venerable casco viejo… En fin: que el mensaje de Užupis se ha entendido y se ha puesto en práctica en múltiples puntos de Vilna, lo que hace que esta ciudad resulte, si cabe, más simpática aún.
También hay que decir, en aras de la verdad, que, una vez que los artistas hicieron renacer de las cenizas y de los escombros a este barrio, llegaron los inversores y construyeron sus bonitos bloques de pisos (a menudo, por desgracia, más caros). Estamos hablando del fenómeno de la gentrificación, que tampoco en Užupis hay que perder de vista. Los artistas (de la vida) deben velar por defender su sitio en esta república, como de hecho hacen con serenidad y aplomo. Y, así, aunque en la vida cotidiana –y debido a duras realidades– las cosas ni siquiera en Užupis sean siempre mucho más libres que en cualquier otro sitio, lo que cuenta son las ideas, los pensamientos, la imaginación, la fantasía. Todos los cuales son libres. Y tal convencimiento está firmísimamente anclado en esta microrrepública. Así lo dispone, además, su Constitución…
De nuevo en el puentecillo que lleva del mundo “normal” a Užupis, esta vez me meto debajo de él: cuelga del puente un columpio directamente sobre el agua. Mientras me balanceo sobre el río, miro a los ojos a la pequeña y encantadora sirena que, sentada en la hornacina del muro, vuelve la espalda a Vilna y mira siempre hacia Užupis. Ella así lo ha decidido libremente… Mirko Kaupat
“Lo que cuenta son las ideas, los pensamientos, la imaginación, la fantasía. Todos los cuales son libres. Y tal convencimiento está firmísimamente anclado en esta microrrepública”.
Entrada a la “incubadora de arte” y centro de información de Užupis.
© Mauritius Images: Alamy Stock Photos/M Ramírez
En la república libre de Užupis rigen unas reglas clarísimas.
© Shutterstock.com: Martina Pellecchia
Un pianista solitario junto al agua.
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¿Qué sería Užupis sin sus grafitis?
© Mauritius Images: Alamy Stock Photos/M Ramírez (dcha.)

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COMO EN CASA CON UNA CERVEZA
Hay muchísimos restaurantes, tabernas y cafés en la “república libre de Užupis”. Užupio Kavinė, sin embargo, solo hay uno: la gran terraza de madera de la casa de ladrillo con vistas al río, al “puente fronterizo” Užupio Tiltas, al columpio que de este cuelga sobre el agua, a la sirena de la hornacina del muro... Un par de cervezas por la noche, y el viajero se hace automáticamente ciudadano de Užupis. www.uzupiokavine.lt


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DATOS PRÁCTICOS
Duración // El periplo por Užupis y los murales de arte urbano (4 km) lleva al menos medio día incluyendo visitas a tabernas, restaurantes y galerías.
Mejor época del año // Cualquiera. De preferencia en verano.
Cómo llegar // En avión desde Madrid (5½ h).
Alojamiento // The Joseph Premium B&B Riverside (www.thejoseph.lt) está a 1,5 km de Užupis. Desde fuera pasa desapercibido; por dentro es primoroso, estiloso, muy personal.
Más información // www.govilnius.lt; www.inyourpocket.com/vilnius

PUERTAS, TORRES, TRAGEDIA
EL CASCO VIEJO
Se trata, por supuesto, de la perla de Vilna. Aquí el viajero puede deambular durante horas en todas direcciones, disfrutando de uno de los mayores conjuntos históricos que se conservan en Europa. El Gran Ducado de Lituania tuvo en Vilna durante algunos siglos su capital, y eso se refleja en la imagen de la ciudad: sobre la base medieval, surgió una mezcla maravillosa de estilos gótico, renacentista, barroco y neoclásico. Vamos, que ante aquello la Unesco no podía decir que no… Las múltiples iglesias muestran el marcado cuño católico del país. Un punto de interés, y no solo para peregrinos, es la puerta del Alba, en la antigua muralla de la ciudad, con su santuario mariano. Invitan especialmente a deambular el barrio del Cristal –en torno a la angosta calleja Stiklių Gatvė– y Aušros Vartų Gatvė, que lleva hasta la puerta del Alba pasando por la bonita plaza del Ayuntamiento.
TORRE DE GEDIMINAS
Justo fuera del casco viejo histórico, no solo puede admirarse el alternativo barrio de artistas de Užupis, sino también la blanquísima y neoclásica catedral de San Estanislao en una plaza gigantesca. Tras ella se yergue el cerro de Gediminas (142 m de alto), al que se puede ascender a pie serpenteando; más espectacular resulta hacerlo en el pequeño funicular. Arriba, las vistas panorámicas de la ciudad, del río Neris y de la inmensa zona verde Kalnų Parkas llegan tan lejos, que en realidad ya no haría falta subir a la pequeña torre de Gediminas. Pero claro, ya que estamos… En el interior, el viajero aprende un poco de historia a través de un minimuseo. Se trata de la única torre conservada de cuantas tenía el castillo que dominaba la ciudad, del cual solo han quedado ruinas.
https://lnm.lt/en/museums/gediminas-castle-tower
VISITA A LA CÁRCEL DE LUKIŠKĖS
La visita a esta cárcel es una experiencia intensa y que deja huella; esto es historia ya más viva… La institución no sé cerró, en efecto, hasta el 2019; unos 10 años antes, seguía habiendo aún aprox. 1000 presos y 250 funcionarios. Y en 1995 se llevó a cabo la última ejecución, antes de que Lituania aboliera la pena de muerte. Durante la ocupación nazi, la Gestapo recluyó aquí a miles de judíos. En época soviética, también se trajo aquí a multitud de presos políticos. Hoy el lugar se conoce como “Cárcel de Lukiškės 2.0” y se ha convertido, como tan a menudo en Vilna, en un lugar de cultura, con conciertos, instalaciones y otros proyectos. Pero también se puede hacer la visita guiada de la prisión, que permite al viajero asimilar el día a día de la vida carcelaria. Son unos recorridos guiados interesantes, intensos, profesionales, conmovedores, detallados y muy personales. Algo muy especial.
https://www.lukiskiukalejimas.lt/pasivaiksciojimai/en/home-eng/
En el casco viejo de Vilna aguarda al visitante un imponente conjunto arquitectónico de distintos siglos.
© Mirko Kaupat
La catedral de Vilna, consagrada a san Estanislao, ostenta desde 1985 el título honorífico de basílica menor.
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