Capítulo 2

DIRIGENTE DEL PRD

En 1996 pasé sin demasiados tropiezos de lo regional a lo nacional y asumí la presidencia del prd. Fue todo un desafío porque tuve que empezar a moderar mi viveza tropical sin perder autenticidad. La política es, entre otras cosas, el arte de conciliar la razón con la pasión.

Asumí ese encargo el 3 de agosto de 1996, tras una contienda en la que participaron Amalia García Medina y Heberto Castillo. Al ganar la elección interna, lo primero que hice fue hablar con los otros candidatos. De conformidad con los estatutos del partido, por haber triunfado con un amplio margen, tenía la facultad de nombrar a la mayoría de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional, pero no procedí de esa manera: acordé con el ingeniero Heberto y con Amalia incluir en la dirección a compañeros de las corrientes que ellos encabezaban. Integré un Comité Ejecutivo plural. Elaboramos un programa de trabajo, definimos reglas claras y, por encima del interés personal o de grupo, se colocaron las causas del partido y del pueblo de México. Fue un buen Comité Ejecutivo en el que participaron, por cierto, varias mujeres que respondieron bien, con entrega y responsabilidad; obtuvimos resultados políticos y electorales muy importantes.

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Mientras fui dirigente nacional del prd, Ernesto Zedillo era presidente de la República. Con él tuve una relación tirante. Comenzó más o menos bien. Mi antecesor, el licenciado Porfirio Muñoz Ledo, había logrado con Zedillo y con otras fuerzas políticas cambios importantes en las reglas electorales. Esto fue posible, en gran medida, gracias al movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln), porque las concesiones en el terreno democrático pocas veces se dan por voluntad o gracia de los de arriba: cuando se avanza es porque hay detrás un movimiento social o una circunstancia específica. El zapatismo contribuyó mucho para estos cambios durante el gobierno de Zedillo. Por ejemplo, cuando se creó el primer Consejo General del Instituto Federal Electoral (ife), el titular del Poder Ejecutivo estuvo de acuerdo en que fuese plural, sin el predominio del pri. Antes este Consejo dependía de la Secretaría de Gobernación y con Zedillo se hizo autónomo y los consejeros se nombraron a partir de un acuerdo entre los partidos: ellos tenían el poder, pero aceptaron proponer solo dos consejeros; el pan, dos; nosotros, tres; y el Partido del Trabajo (pt), uno. De origen, en el nuevo Consejo General del ife, el pri ya no tenía mayoría.

Como dirigente del prd me tocó encabezar esta negociación. Nos trabamos por dos asuntos: primero, porque el pri y el pan estaban decididos a designar como consejero presidente a Jorge Alcocer. Ya lo habían negociado los priistas con Diego Fernández de Cevallos y con Felipe Calderón, entonces presidente nacional del pan, a lo cual nos opusimos porque no le teníamos confianza: en 1988 Alcocer había estado con nosotros y en el 2000 con el pri, en la campaña de Francisco Labastida. Ahora está enfermo y le deseo que sane y siga manteniendo su vasta inteligencia. Tras argumentar nuestra inconformidad, logramos que retiraran la candidatura de Alcocer y se propuso conjuntamente a un constitucionalista, don Héctor Fix-Zamudio, pero él no aceptó. La tercera propuesta recayó en el entonces presidente de El Colegio de México, Andrés Lira González, quien también declinó. Considero que esta postura habla bien de ellos porque en el sistema político mexicano casi nadie dice que no cuando se trata de estos ofrecimientos. La cuarta opción fue José Woldenberg. Él sí aceptó y se logró el consenso. Por cierto, ese Consejo General no actuó mal, sobre todo si se compara con la indigna y tramposa actitud de los posteriores consejeros del ife o del Instituto Nacional Electoral (ine), como un personaje lamentable que en 2006 participó en el fraude electoral, empleado de Elba Esther Gordillo, o el que terminó en abril de 2023, cuyo nombre es preferible olvidar y que casi al día siguiente del fin de su encargo, anunció que se iba de comentarista con Carlos Loret de Mola, un periodista corrupto y defensor del antiguo régimen.

El otro asunto complejo fue el de la apertura de la televisión a los partidos políticos. Me consta que a finales de 1996, hace relativamente poco, a los partidos de oposición no se les permitía ni siquiera contratar publicidad para comunicarse por televisión. Al llegar a la presidencia del prd me propuse romper ese bloqueo. Con ese propósito se contrató a la publicista Teresa Struck, quien hizo los primeros mensajes de 30 segundos para las elecciones municipales del Estado de México, que se realizaron en noviembre de ese año. Sin embargo, las televisoras no quisieron transmitirlos ni aunque se pagaran, a pesar de que su contenido era realmente moderado. Por eso, cuando estábamos en la mesa de acuerdos de la Secretaría de Gobernación, amenacé con retirarnos si no se transmitían nuestros mensajes. Así fue como, luego de la intervención de Gobernación, comenzaron a vendernos tiempos para nuestras campañas. Esto explica, en parte, por qué Zedillo y el régimen permitieron la integración plural del Consejo General del ife: de seguro calcularon que el Estado o los oligarcas contaban, como sucede hasta ahora, con varios instrumentos o mecanismos para inclinar la balanza durante los procesos electorales y seguir simulando que había democracia en México. El poder mediático es el más socorrido en los últimos tiempos: los potentados ya no necesitan los golpes militares o la invasión de territorios porque si logran controlar en su totalidad o en su gran mayoría los medios convencionales de comunicación, pueden contar con una fuerza muy poderosa que, manipulando y desinformando, puede acabar con gobiernos legales y legítimos o con opositores que se atreven a quitarles privilegios a las minorías en beneficio del pueblo. Bien decía uno de los mejores periodistas del mundo, Ryszard Kapuściński, fallecido en la primera década de este siglo, que cuando se descubrió que la información era negocio, la verdad dejó de ser importante.9

También con Zedillo me tocó ver parte de la negociación sobre el financiamiento a los partidos políticos y desde entonces hemos expresado nuestro desacuerdo por el cuantioso gasto en campañas políticas. En la legislación electoral de agosto de 1997 se decidió entregar muchísimo dinero a los partidos. Rechazamos ese ordenamiento en particular, pero aun así se aprobó.

En congruencia, nosotros decidimos utilizar solo lo indispensable para las tareas del partido. El excedente se destinó a otros propósitos: una parte se ocupó para comprar libros de secundaria que fueron entregados a 700 000 alumnos de los municipios más pobres del país; otra parte se utilizó para apoyar con becas a viudas y huérfanos de compañeros asesinados durante el salinismo; una tercera parte se destinó para abrir oficinas en ciudades fronterizas y proteger a los trabajadores mexicanos que emigran a Estados Unidos y son vejados o maltratados.

Zedillo me había advertido que me vería cobrando el cheque, y como obviamente no le di ese gusto, se enojó tanto con nuestro proceder que su secretario de Educación, Miguel Limón Rojas, trató de prohibir que entregáramos los libros de secundaria en los municipios donde gobernábamos. Como no pudo, desde entonces el Gobierno federal decidió incluir en la entrega gratuita de los libros de texto también a los alumnos y alumnas de secundaria. Hasta entonces, madres y padres de familia tenían que comprar estos libros, pero desde ese momento los empezó a otorgar el Gobierno. Esto fue una de esas importantes y pequeñas cosas que hicimos en favor del pueblo sin estar en la Presidencia.

Otro punto del distanciamiento con Zedillo tuvo lugar cuando se echó para atrás en la aprobación de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. En ese entonces los miembros de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa) habían empeñado su palabra con los zapatistas de cumplir esos acuerdos. El ingeniero Heberto Castillo, miembro de esa comisión en su calidad de senador, había trabajado con intensidad para la pacificación de Chiapas. Recuerdo que se molestó mucho porque Zedillo se retractó, pero también se echaron para atrás el representante del pan, el senador Luis H. Álvarez, y otros. El caso es que los Acuerdos quedaron sin efecto. El Gobierno usó el pretexto de que al firmar un documento de esta naturaleza se estarían sentando las bases para la fragmentación del país, es decir, su balcanización. Se dijo que otorgar la autonomía a las comunidades indígenas implicaba ceder los recursos naturales y el petróleo, cuando en los Acuerdos se hablaba de respetar el dominio de la nación sobre la riqueza del subsuelo y otros bienes. El punto es que el Gobierno federal incumplió los Acuerdos de San Andrés Larráinzar en el sentido de garantizar la autonomía de los pueblos indígenas.

Me parece pertinente definir mi posición respecto al Subcomandante Marcos o Capitán Insurgente Marcos, como se hace llamar ahora. Siempre lo he considerado un hombre inteligente, aunque no comparto del todo su visión política. Por ejemplo, pienso que se equivocó en sus apreciaciones sobre el proceso electoral de 2006. Nunca he respondido a sus ataques y críticas ni lo voy a hacer, pero ha hecho juicios sin sustento en relación con mi persona. En plena campaña electoral dijo que yo era «el huevo de la serpiente —en obvia referencia al origen del fascismo— que anida en el Gobierno de la Ciudad de México»,10 e insinuó que yo fomentaba el narcotráfico. Esa y otras barbaridades nada tienen que ver con mi vida, pero sus declaraciones fueron ampliamente utilizadas y difundidas por nuestros adversarios. Por mi parte, no tengo nada de qué avergonzarme, siempre he actuado de manera congruente y nunca voy a polemizar con él porque no lo considero mi adversario, mucho menos mi enemigo. Creo que es un luchador social que ha contribuido al movimiento por la democracia, tal vez sin proponérselo o sin que ese fuera su propósito principal, porque no parece estar muy de acuerdo con la vía electoral. Pronto abandonó la lucha en favor de los indígenas, los más pobres entre los pobres, como él mismo lo dijo con toda la razón.

En tres ocasiones me reuní con el Subcomandante Marcos. Antes de asumir la dirigencia nacional del prd, acompañé al ingeniero Cárdenas, junto con doña Rosario Ibarra, a un encuentro con él en la comunidad de Guadalupe Tepeyac, Chiapas. Eran momentos de mucha tensión porque estaba a punto de desatarse de nuevo el enfrentamiento entre el ezln y el Gobierno. El propósito era convencer a Marcos de una especie de tregua para evitar la represión. El ingeniero Cárdenas le llevó una carta notable donde hacía toda una argumentación acerca de la importancia de la paz, del sufrimiento que produce la violencia y de lo imprescindible del zapatismo. No sé si se haya publicado, pero era una carta muy profunda y, sobre todo, muy oportuna. Marcos se convenció y días después planteó la tregua a través de un comunicado. Nos quedamos muy contentos porque se había logrado el propósito de detener una confrontación. Aunque tiempo después, Zedillo no supo valorar la importancia del diálogo y del acuerdo, y el 9 de febrero de 1995 ordenó la represión. Luego los dirigentes no indígenas del zapatismo negociaron y al parecer se olvidaron de cuestionar a los oligarcas y sus personeros, para solo cuestionar nuestra lucha, al grado que, cuando en el 2021 pedimos a la monarquía española que ofrecieran disculpas por la represión a los pueblos originarios —como también lo hicimos nosotros—, ellos organizaron una gira por la península ibérica para atacarnos sin motivo ni razón, como haciéndoles el juego a los potentados extranjeros.

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La ruptura política definitiva con Zedillo se dio a partir de que decidió convertir deudas privadas de unos cuantos en deuda pública mediante el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). Esa irregularidad la denuncié en 1997, por primera vez, luego de una reunión que sostuvimos y en la cual se le «escapó» comentarme sobre esa decisión, aunque para entonces yo ya tenía indicios. Le planteé que no estaba de acuerdo, que no era posible que dinero público se destinara al rescate de traficantes de influencias y hombres de negocios vinculados al poder, mientras se necesitaban caminos, presas, obras públicas, infraestructura, impulso al campo y, sobre todo, inversiones para garantizar la educación pública y la salud. ¿Por qué vamos a rescatar a los banqueros? Y lo peor: ¿por qué vamos a solapar el saqueo y la corrupción? En esa ocasión le puse como ejemplo que, si un comerciante o cualquier persona fracasaba, tenía que ver cómo le hacía porque el Gobierno no iba a rescatarlo, y que si había que «rescatar» a alguien con el presupuesto público, que es dinero de todo el pueblo, se tenía que pensar primero en millones de mexicanos que padecían —y padecen— pobreza y marginación.

Zedillo respondió que no compartía mi punto de vista, y desde ese tiempo rompimos. Comencé, entonces, a denunciar el que ha sido posiblemente el mayor robo que se ha cometido en México desde la época colonial. Además, Zedillo mintió al asegurar en su segundo informe de Gobierno que el rescate financiero nos iba a costar 180 000 millones de pesos cuando, en realidad, se trata de una deuda de alrededor de 3 billones de pesos, incluyendo el capital principal y los intereses ya pagados y por vencerse en el futuro; es decir, más de veinte veces lo que informó el tan distinguido y alabado tecnócrata.

Fue tan grande la discrepancia con Zedillo por este tema que nunca volvimos a encontrarnos. Cuando gané la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, en julio de 2000, no se comunicó conmigo; solo felicitó a Vicente Fox por su triunfo en la elección presidencial. Después, él se fue a radicar al extranjero y no lo he vuelto a ver. Ahora pertenece al grupo de expresidentes de derecha contratados y utilizados —junto a Mario Vargas Llosa y otros intelectuales y políticos inmorales— para hablar mal de los gobiernos populares del mundo que no son del agrado de las oligarquías o de los poderes hegemónicos.

El caso Fobaproa mostró con claridad que la política económica aplicada desde la época de Salinas tenía como principal lineamiento privilegiar los intereses financieros sobre las demandas sociales y aun sobre el interés público. Más allá del discurso neoliberal y del fundamentalismo tecnocrático, el hecho evidente es que esa política económica solo buscaba satisfacer la voracidad de las minorías, sin interés alguno por el destino del país ni, mucho menos, por los reclamos de todo un pueblo que se ahogaba en la injusticia y la pobreza.

En la práctica, el Gobierno se convirtió, durante el periodo neoliberal, en un comité al servicio de un puñado de especuladores y traficantes de influencias. Solo así se explica que se haya considerado más importante el rescate bancario que el bienestar de la mayoría de los mexicanos. Todo comenzó cuando Salinas se propuso crear a «la nueva clase empresarial mexicana», vinculada a sus intereses políticos. Durante su gobierno entregó a particulares, empresas y bancos propiedad de la nación en una escala nunca vista en la historia de México. Todo se llevó a cabo sin legalidad ni transparencia. Así surgió la nueva camada de banqueros salinistas. Solo tres tenían experiencia bancaria, los demás eran propietarios de casas de bolsa o no contaban con ningún mérito empresarial y algunos, incluso, tenían una dudosa reputación y hasta antecedentes penales. Como era de esperarse, los bancos privatizados operaron sin ningún tipo de supervisión ni control, lo que dio lugar a que los mismos accionistas se autoprestaran y otorgaran créditos por consigna o influyentismo.

Al estallar la crisis de 1995, Ernesto Zedillo, en vez de transparentar el quebranto bancario, dimensionarlo, fincar responsabilidades y buscar el menor costo para las finanzas públicas, optó por la simulación, el engaño, la ilegalidad y hasta por el quebranto constitucional. Al inicio del sexenio de Zedillo se creó la Unidad Coordinadora del Acuerdo Bancario Empresarial (Ucabe), a cargo de Eduardo Bours, expresidente del Consejo Coordinador Empresarial (cce), encargado de recaudar las aportaciones económicas para Francisco Labastida como precandidato del pri a la Presidencia de la República y, posteriormente, gobernador del estado de Sonora. La Ucabe, conocida como el «Barzón de los ricos» sirvió de instrumento para reestructurar créditos a favor de grandes empresas con pérdidas millonarias para el erario. La justificación era que, al rescatar de la quiebra a las empresas más importantes del país, estas, como por arte de magia, jalarían a las demás. Tal razonamiento solo sirvió para encubrir el tráfico de influencias y permitir operaciones fraudulentas de todo tipo. Más tarde se utilizó al Fobaproa, un fideicomiso que sin facultades legales compró a los bancos cartera chatarra por miles de millones de pesos, a sabiendas de que los créditos no iban a ser recuperados porque tenían problemas de origen; es decir, fueron otorgados sin garantías y sin el debido sustento documental.

Para llevar a cabo todas estas operaciones, los funcionarios del Fobaproa, con el aval del Gobierno federal, suscribieron por medio de la Secretaría de Hacienda, pagarés a favor de los bancos; esto constituyó una flagrante violación de la Constitución, pues el Poder Legislativo es el único que tiene la facultad para autorizar endeudamiento público, tanto en el ámbito interno como en el externo. Por si fuera poco, en el manejo del fideicomiso hubo un cúmulo de irregularidades y violaciones a la ley que hicieron aún más grande el quebranto financiero. Hubo influyentismo al más alto nivel: se recibieron bienes en dación de pago con avalúos inflados y se vendieron activos a precios irrisorios. Hasta hace no mucho, el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (ipab) —organismo que sustituyó al Fobaproa— remató casas o departamentos a razón de 3 000 pesos a los hijos de Marta Sahagún, esposa de Vicente Fox.

Uno de los tantos casos de corrupción e influyentismo fue el rescate carretero. Por ejemplo, se pagó una indemnización al Grupo Mexicano de Desarrollo, de la familia Ballesteros, en condiciones totalmente dañinas para las finanzas públicas. Esta empresa, con el manejo de influencias, solicitó a finales de 1997 una indemnización por 309 millones de dólares, en el marco del rescate carretero por la autopista Cuernavaca-Acapulco. A principios de enero de 1998, de forma inexplicable, el grupo recibió 723 millones de dólares, más del doble de lo que en un principio había solicitado. El pago lo realizó la Secretaría de Hacienda, la cual compró a Banca Serfin la cartera vencida de esta empresa.

Es obvio que en estos enjuagues se cometieron delitos graves que involucran, entre otros, a Guillermo Ortiz, el entonces secretario de Hacienda y luego gobernador del Banco de México. Las pruebas de esos ilícitos son irrefutables: en el decreto presidencial para el rescate carretero, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 27 de agosto de 1997, se estableció como obligatorio realizar auditorías externas y que el monto de la indemnización a las empresas rescatadas sería fijado por la Comisión de Avalúos de Bienes Nacionales. Todo este procedimiento fue evidentemente violado. La indemnización a los Ballesteros, como en otros casos, se llevó a cabo a partir de los arreglos que se dieron en las altas esferas del poder. A pesar de ello, nunca se castigó a ninguno de los altos funcionarios públicos que participaron en todos estos actos de corrupción. Al contrario, estos tecnócratas siguen contando con la admiración de los hombres de negocios vinculados al poder y de la llamada sociedad política, lo cual me hace recordar a don Jesús Silva Herzog, cuando en 1943 se quejaba de que en México «son muchos los funcionarios gubernamentales que han hecho su fortuna sin perder públicamente su respetabilidad y este es el mayor de los males».

El 28 de mayo de 1998 lanzamos el primer manifiesto a la nación exponiendo el problema. Nuestra propuesta consistía en que, antes de convertir en deuda pública el Fobaproa, había que hacer auditorías banco por banco, expediente por

expediente, caso por caso, a fin de depurar la cantidad global y saber qué porcentaje asumirían los bancos al comprobarse operaciones ilegales, y luego buscar alternativas para pequeños y medianos deudores que habían sido víctimas de la crisis económica. Es obvio que el asunto central del disenso era el de la transparencia. Desde el principio, el Gobierno se negó a dar información con el pretexto del secreto bancario, a lo cual respondimos que no se trataba de un asunto entre particulares, sino que se intentaba hacer pública la deuda privada de unos cuantos, para lo cual era indispensable la apertura de toda la información.

Ante la negativa reiterada del Gobierno de proporcionar los datos requeridos, hicimos un llamado a la ciudadanía para que nos compartiera documentos y testimonios sobre el tema. La respuesta fue sorprendente. Gracias a ello, el 3 de agosto de ese año dimos a conocer el primer paquete de los beneficiarios del rescate, con cantidades globales y con observaciones sobre las características del banco, consorcio o persona beneficiada.

La publicación de esta lista causó gran revuelo. Desde Los Pinos se instruyó a Eduardo Bours, dirigente del cce, para que orquestara toda una lanzada contra nosotros. En ella participaron mediante la publicación de desplegados periodísticos y en recurrentes apariciones en medios electrónicos, los presidentes de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), la Confederación de Cámaras Industriales de los Estados Unidos Mexicanos (Concamin), la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco), la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios y la Asociación de Bancos de México. Bours llegó a decir que el prd pretendía convertir el caso Fobaproa en «un juicio sumario o de cacería de brujas» y que poníamos en riesgo con «acusaciones infundadas, el prestigio y la viabilidad de las empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores». Es más, aseguró que nos demandarían por la vía legal «por difamación, daños morales y lo que resulte». Como es obvio, nunca se atrevieron a presentar ninguna denuncia por la sencilla razón de que todo lo que decíamos era cierto y los dirigentes empresariales mencionados eran cómplices del saqueo.

Tras la publicación de las listas convocamos a una consulta pública nacional sobre el Fobaproa. En medio de presiones del Gobierno, enfrentando amenazas y actos de provocación, recorrí en 15 días todas las capitales de los estados para reunirme con dirigentes estatales del prd y con representantes de organizaciones sociales y ciudadanas. En esa gira logramos que todo el partido se volcara a informar a la población sobre el Fobaproa. El 30 de agosto de 1998 se celebró la consulta nacional y la participación fue extraordinaria: votaron 3 500 000 ciudadanos; la mayoría rechazó la propuesta del Gobierno y se opuso a que las deudas privadas se convirtieran en deuda pública sin la realización de auditorías.

Todo este proceso habría podido tener un mejor final, pero como siempre, los delincuentes de cuello blanco contaron con la complicidad de los dirigentes del pan. Así, cuando se dio a conocer la lista de los beneficiarios del Fobaproa, Vicente Fox, el entonces gobernador de Guanajuato, puso el grito en el cielo al preguntar con su peculiar estilo: «¿Por qué el prd desnuda, le baja los calzones a cientos de empresas y las exhibe ante el pueblo de México?». Más tarde, en plena campaña presidencial, dijo que se iba a castigar a los culpables y, como es sabido, una vez que llegó a la Presidencia no solo protegió a los saqueadores, sino que las empresas de su familia fueron beneficiadas, al igual que otros destacados dirigentes y promotores del pan. La inmoralidad siguió imperando.

También conviene, para refrescar la memoria, revisar la actitud de Felipe Calderón, en ese entonces presidente nacional del pan. Calderón siempre ha sido un simulador. Encarna la hipocresía, que es la verdadera doctrina de la cúpula de ese partido. El 28 de octubre de 1998 acudimos juntos a una mesa de debate en Monitor Radio, con el periodista José Gutiérrez Vivó, donde Calderón aseguró que el pan no aprobaría el Fobaproa. Veamos lo que afirmó:

AMLO: … ustedes acordaron con el Gobierno resolver el asunto del Fobaproa sin castigo a los responsables y sin que estén las auditorías.

Gutiérrez Vivó: A ver, le va a contestar…

Calderón: Nosotros no vamos a aprobar el Fobaproa, Andrés Manuel.

AMLO: Aquí el tema es: ¿van a aprobar el dictamen con el pri a principios de noviembre sobre el Fobaproa, sí o no?

AMLO: ¿Sí?…

Calderón: ¡No!…

AMLO: ¡Ah, perfecto! Ya está…

Gutiérrez Vivó: Ya le dijo que no…

AMLO: Ya está.

Calderón: Ya.

AMLO: Vámonos.

No obstante, mes y medio después, en la madrugada del 12 de diciembre, con 325 votos del pan y del pri, el Fobaproa fue aprobado.

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Al frente del prd obtuvimos logros electorales muy importantes: dio resultados la dedicación para fortalecer la organización del partido y trabajar abajo y con la gente. Como lo he expresado tantas veces, la actividad política requiere pensamiento y acción. Claro que es importante el pensamiento, la reflexión, pero también es fundamental el trabajo que suele acompañarse de la buena fortuna. Dicen que los pedacitos de suerte se reparten de madrugada, y por eso conviene levantarse temprano. Es importante estar presente en todos los lugares del país, hablar con la gente, organizar, postular buenos candidatos y apoyar las campañas. Las primeras elecciones locales que me tocaron fueron las del Estado de México, Guerrero e Hidalgo y me dediqué a recorrer sus municipios para levantar al partido y, al mismo tiempo, buscar buenos candidatos.

Luchar por la vía electoral implica apegarse a ciertas reglas. Una de ellas es postular candidatos que cuenten con el reconocimiento de la población. Puede haber un dirigente social extraordinario, una mujer o un hombre honrado, recto y comprometido, pero tal vez no sea lo suficientemente conocido por el electorado y, por ende, no es un candidato idóneo. Una cosa es ser dirigente, y otra, candidato. Son lógicas distintas, porque el dirigente trabaja más a partir de sectores. Se desenvuelve más en ciertos círculos o núcleos de la población. El candidato debe ser conocido por más personas, tener la aprobación no solo de las clases populares sino también de las clases medias. Ciertamente, también ocurre que un buen dirigente es, al mismo tiempo, un buen candidato. En todo caso, es indispensable la disposición para abrir el partido a candidatos externos. Si se acepta luchar por la vía electoral para lograr la prosperidad del pueblo y de la nación, no se puede participar en las elecciones solo de manera testimonial; se participa para ganar y avanzar en ese terreno.

Me tocó dirigir al prd en circunstancias muy difíciles. El partido había resentido mucho la embestida salinista y era necesario reposicionarlo. En el sexenio de Salinas hubo muchos asesinatos de dirigentes políticos y sociales. Durante su gobierno perdieron la vida alrededor de 600 militantes y simpatizantes de nuestra organización política. Es algo que nunca se debe olvidar.

El régimen salinista había decidido destruir al prd y negociar con el pan. En ese tiempo se empezó a construir la alianza entre el pri y el pan, la cual dio lugar a la componenda que hoy conocemos como prian. Mientras que al pan le respetaban los triunfos electorales —ganó su primera gubernatura en Baja California en 1989—, a nosotros nos hacían fraude en todos lados. No solo eso: con la complicidad de los medios de comunicación, sobre todo de la televisión, pusieron en marcha una estrategia de desprestigio, intimidación y miedo. Muchas veces repitieron que el prd era el «partido de la sangre y de la violencia». Al mismo tiempo, utilizaban los recursos públicos y los programas sociales para traficar con la pobreza de la gente y comprar lealtades con fines electorales.

Como resultado de estas acciones, después de que en 1988 la candidatura del ingeniero Cárdenas obtuvo a nivel nacional 30.8% de los votos, según las muy cuestionables cifras oficiales, en las elecciones de 1991 para renovar el Congreso bajaron a 9% nuestros sufragios. Es decir, nos barrieron; querían desaparecernos por completo. Nos dieron trato de enemigos a destruir, no de adversarios a vencer.

Ya desde los tiempos de Salinas existía la idea de consolidar el bipartidismo. Se apostaba a algo muy parecido al sistema político estadounidense, de dos partidos, pensando desde luego en eliminarnos de la escena político-electoral: nuestros adversarios querían la alternancia entre el pri y el pan, pero sin ningún cambio fundamental, porque la diferencia entre estos partidos es como la que puede haber entre la Coca-Cola y la Pepsi Cola. Para entonces, el Revolucionario Institucional había perdido todo rastro del contenido social de su ideología original y coincidía con Acción Nacional en lo sustancial de la política económica, en tanto que el panismo empezaba a prescindir de sus posturas a favor de la formalidad democrática y aprendía a paso acelerado las malas artes de la adulteración de la voluntad popular. Las franquicias de esos dos partidos llegaron a estar en manos de los oligarcas y las usaban según les convenía, afiliándose y haciéndose postular por uno o por otro, o bien utilizando a ambos en la defensa de sus intereses. Últimamente, como ya se les acabó el truco de la supuesta alternancia, han decidido descararse y actúan sin tapujos con un solo partido: el prian y asociados; lo que he denominado el bloque conservador.

En esencia, a los que se creían amos y señores de México no les convenía que participáramos y que tuviéramos buenos resultados, porque la opción que representábamos era distinta, significaba aspirar a un cambio verdadero, más allá de lo electoral: era —y sigue siendo— dar a la participación política una dimensión social; luchar contra la desigualdad económica, la corrupción y la impunidad; reivindicar las demandas de la mayoría; ser consecuentes con la consigna «arriba los de abajo», la cual no debe leerse como «abajo los de arriba» sino como «abajo los privilegios».

Decididos a no ser relegados, buscamos colocarnos en el centro de la acción política y lo conseguimos. En la elección federal intermedia de 1997, el prd desplazó al pan como segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Esto se logró con el trabajo de base, con la unidad y con la postulación de candidatos externos. Aunque no cualquiera pudo ser candidato: se cuidaron perfiles y trayectorias. No abrimos las puertas de par en par y nos reservamos el derecho de admisión. En fin, aun cuando las candidaturas externas siempre generan polémica, logramos consenso en el interior del partido. Nunca hubo un reclamo por la invitación a algún personaje de la sociedad civil para que se incorporara como candidato del prd. Casi no hubo problemas y, sí, entraron personas que venían del pri y otras sin partido. Por esa apertura fueron legisladores Bernardo Bátiz, María Rojo, Ricardo García Sainz, Enrique González Pedrero y otros más.

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Durante el tiempo que fui presidente del prd se alcanzaron los siguientes resultados electorales: A fines de 1996, en las elecciones locales del Estado de México, pasamos de gobernar siete municipios a 27, incluyendo Ciudad Nezahualcóyotl, de los más poblados del país. En Guerrero gobernábamos 13 municipios y triunfamos en 21; en Hidalgo solo gobernábamos en Tezontepec de Aldama y en la elección del 10 de noviembre de 1996 ganamos siete ayuntamientos; en Morelos pasamos de uno a 13 municipios, y en ese estado prácticamente empatamos en votación con el pri, que obtuvo 34.3%, mientras que nosotros logramos 33.6 por ciento.

Como ya lo mencioné, en la elección federal intermedia de 1997 desplazamos al pan como segunda fuerza nacional; pasamos de siete diputados de mayoría a setenta y ganamos la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, con Cuauhtémoc Cárdenas, quien, como en 1988, se convirtió en un gran atractivo para avanzar en el ámbito nacional. Además se ganaron las gubernaturas de Zacatecas, Baja California Sur y Tlaxcala. Es decir, de no tener ninguna, obtuvimos cuatro, incluido el Distrito Federal. Y me adelanto a subrayar lo sabido: en 2018, Morena no gobernaba en ningún estado, y ahora, junto con sus aliados, lidera en 23 de los 32 estados de la República.

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El caso de Ricardo Monreal es muy interesante. El presidente Zedillo no quería que Monreal fuera el candidato del pri al Gobierno de Zacatecas en la elección de 1998. Sin embargo, Ricardo tenía mucha aceptación en su estado natal. El enojo de Zedillo se había originado porque Ricardo acudió a la presentación del libro La neta II, escrito por la combativa periodista Manú Dornbierer, en donde hacía alguna crítica a la esposa del presidente. Ricardo fue acusado de promover el libro y fue hecho a un lado en el proceso de selección interna del pri, partido en el que militaba.

Nosotros teníamos en Zacatecas muy poca presencia. El prd obtenía un promedio de 5% de los votos en cada elección. Cuando Ricardo decidió buscarnos para contender por el prd a la gubernatura, los precandidatos de nuestro partido aceptaron declinar y darle el espacio.

En ese entonces recibí un expediente en contra de Monreal enviado por la Presidencia de la República. Quien me lo entregó me advirtió que tuviera cuidado, porque Ricardo tenía supuestos vínculos con el narcotráfico. Al revisar el expediente me di cuenta de que no había nada grave. Creo que acusaban a uno de sus 14 hermanos de haber comprado un caballo robado, o algo así; es decir, se trataba de una maniobra para evitar que lo postuláramos como candidato. Era común que el régimen tuviera un afán de intervenir en la selección de aspirantes de los partidos de oposición: el poder quería candidatos opositores a modo, es decir, perdedores. Hay adversarios nuestros, incluso gobernadores del pri o del pan, que se entrometían en la vida de los partidos. Se llegaba al extremo de apoyar con despensas, materiales de construcción o con dinero a precandidatos de la oposición para que ganaran las elecciones internas, a sabiendas de que iban a perder las constitucionales.

En el caso de Zacatecas, cuando vi el expediente y constaté que no tenía ningún señalamiento sólido, intuí que Zedillo tenía mucho interés en que Monreal no fuera postulado por el prd. Para mis adentros dije: «Entonces, él es el mejor candidato», porque en ocasiones lo malo para ellos es bueno para nosotros. Con la candidatura de Monreal Ávila se levantó un movimiento amplio y plural, y con él triunfamos en Zacatecas; sin embargo, no fue fácil. El Gobierno federal maniobró para consumar un fraude electoral e impedir que llegara a la gubernatura. Hicieron lo de siempre: utilizaron programas y recursos públicos, compra de votos, acarreos, propaganda en contra y mucha publicidad. Sin embargo, el liderazgo de Monreal resistió toda la embestida.

El día de la elección, un simpatizante nuestro se dispuso a escuchar y grabar todo el operativo del pri con un escáner o rastreador de llamadas. Recuerdo que estábamos en un hotel frente a la plaza principal de Zacatecas, casi al final de la jornada electoral, a las seis de la tarde. Ricardo me dijo que iría al centro de cómputo para ver cómo iban llegando los resultados por casilla. Momentos después, ese simpatizante me entregó unas grabaciones: la primera, una conversación entre el entonces subsecretario de Gobernación, Emilio Gamboa Patrón, con Jorge Fernández Menéndez, quien cubría «periodísticamente» la elección. Él siempre había estado vinculado al régimen y hacía un trabajo oficioso, antes con el pri y luego con el pan. La segunda grabación era de otra llamada desde la Secretaría de Gobernación dando instrucciones al gobernador para alterar los resultados electorales.

Mientras escuchaba las cintas, desde el cuarto del hotel veía los primeros informes de las televisoras. Televisa, por ejemplo, hablaba de una «elección cerrada», de un «empate en las encuestas de salida». Al mismo tiempo, Monreal regresaba y me expresaba preocupado, agarrándose la cabeza, «¡Han tirado el sistema de cómputo!». Le puse las grabaciones. «¿Qué hacemos?», me preguntó. Desde el cuarto del hotel hablé a Los Pinos y me contestó Liébano Sáenz, el secretario particular de Zedillo. Palabras más, palabras menos, le dije lo siguiente: «Comunícale al presidente que tengo una grabación que demuestra que están echando a andar un operativo para robarnos la elección. Dile que le exijo que garantice la democracia en Zacatecas. Si no hay una respuesta en dos horas, llamo a una rueda de prensa y doy a conocer las grabaciones». Le ofrecí detalles para que comprobara la veracidad de mi acusación. Le comenté pormenores de las llamadas; es más, le sugerí que preguntara a Gamboa Patrón si había hablado con el gobernador y con Jorge Fernández. Me respondió que iba a consultar y colgué.

Una hora después recibí la llamada de Liébano Sáenz. Me pedía que tuviera confianza, que se iba a hacer valer el voto. «Sí, sí —respondí—, pero eso no basta. Quiero que me aseguren que van a respetar el resultado. Nosotros ganamos la elección y no queremos fraude». Del otro lado de la línea, Liébano repetía: «Ten confianza». Supongo que no quería ser muy explícito por teléfono porque pensaba que también a él lo estarían grabando. Yo insistía en que se definiera con mucha claridad la situación pues, de lo contrario, daría a conocer las cintas y, además, como presidente del prd me quedaría en Zacatecas el tiempo que fuera necesario para defender el triunfo. En un arranque de sinceridad ante mi insistencia, Liébano Sáenz se vio obligado a exclamar: «¡Ve la televisión, carajo!». Colgué y, poco tiempo después, la televisión reportaba algo así como: «En el último corte informativo, el candidato del prd a la gubernatura de Zacatecas, Ricardo Monreal, se encuentra en primer lugar por cinco puntos y, al parecer, se trata de un triunfo irreversible». Volteé a ver a Ricardo, quien volvió a reírse con ganas, como acostumbra.

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Con este ejemplo podemos ver qué tan importante es la postulación de candidatos externos. Cuanta mayor apertura, mejor. Cuando se lucha por hacer valer la democracia no es aceptable el maniqueísmo. Los políticos no se dividen entre buenos y malos; se distinguen, sobre todo, por su forma de actuar en determinadas circunstancias. Los fundadores del prd no éramos los únicos con derecho a participar. Repetía y repetía: el prd no es de nadie, no tiene dueño, es de todos. Es un instrumento de lucha al servicio de la sociedad. Entonces, no se trata de buenos o malos o de quién llegó primero. Esto tiene que ver con la congruencia. Puede tratarse de una persona que viene del pri, pero al momento de tomar postura y empezar a actuar en el movimiento popular, en el movimiento de izquierda, tiene una actitud distinta. No se puede cuestionar o juzgar a priori, a rajatabla. Hay que cuidar los principios, pero debe concederse el beneficio de la duda.

En política hay que correr riesgos para avanzar. Es indispensable equilibrar principios con eficacia. Con más razón ahora, cuando existe una derecha neofascista y voraz, se requiere la unidad de todos los que nos situamos en el abanico de fuerzas progresistas. No estamos para ponernos muy exigentes, para exquisiteces, para decir: «Este compañero sí; este no. Este tiene una manchita, este otro no es puro». Así no se puede. La política la hacen hombres y mujeres; no se hace con santos. Por eso hay que tener una visión amplia y abierta para preservar lo fundamental y no fijarse nada más en lo accesorio.

Por otro lado, aunque se trata de un asunto muy difícil, se debe tomar en cuenta que las discrepancias se dan en cualquier movimiento popular. El problema de la estrategia política suele presentarse con todo rigor, es motivo de desacuerdos y hasta puede provocar desprendimientos en cualquier movimiento político de transformación. Así ha ocurrido en el proceso histórico mexicano. A este problema se enfrentaron los liberales en el siglo xix, divididos entre «puros» y «moderados». Los hombres de la Reforma, aunque estaban de acuerdo en los principios y el programa, diferían en la estrategia. Los «puros» estaban por el camino rápido y los «moderados» por el gradualismo. Los «puros» querían calar profundo y con celeridad en las reformas y la línea de los «moderados» era la conciliación. La política, decía Comonfort, debe huir de las exageraciones. En política, contestaba Ocampo, los temperamentos medios participan en todos los inconvenientes de los extremos sin ninguna de sus ventajas. Cuando Ocampo renunció a la Secretaría de Relaciones Exteriores, sostuvo que lo hacía por no estar de acuerdo con la visión del presidente Comonfort, y en 1856 escribió:

Dudo mucho que, con apretones de mano, como Comonfort me dijo que ha apaciguado a México y como se propone seguir gobernando, pueda conseguirlo, cuando yo creo que los apretones que se necesitan son de pescuezo.11

Es más, 15 días después de su renuncia, Ocampo hacía la siguiente reflexión:

¿Qué son en todo esto los moderados? Parece que deberían ser el eslabón que uniese a los puros con los conservadores, y este es su lugar ideológico, pero en la práctica parece que no son más que conservadores más despiertos, porque para ellos nunca es tiempo de hacer reformas, considerándolas siempre como inoportunas e inmaduras, o si por rara fortuna lo intentan, solo es a medias e imperfectamente.12

A pesar de todas estas diferencias, tanto Comonfort como Ocampo terminaron asesinados por bandas de conservadores reaccionarios y los dos, con el presidente Juárez y muchos otros, contribuyeron al triunfo de la causa liberal.

El problema de la estrategia también lo enfrentaron en distintos momentos los hombres de la Revolución. De ahí las diferencias entre Madero y Zapata, Villa y Carranza, así como los desacuerdos durante la Convención de Aguascalientes y las distintas tendencias de los constituyentes de 1917. Pero al final, todos, de una u otra manera, contribuyeron al derrocamiento del régimen porfirista, enfrentaron la dictadura de Victoriano Huerta e hicieron posible que en el texto constitucional quedaran inscritas las principales causas por las que el pueblo de México luchó durante la Revolución.

En la actualidad debemos dejar de lado el maniqueísmo; debemos actuar con más apertura y saber distinguir quiénes son los aliados y quiénes son realmente nuestros adversarios, porque a veces nos confundimos. La izquierda tiene mucho de eso: se ensimisma y se pelea desde dentro como si esa fuera su misión principal. Por otra parte, hay quienes exageran a la hora de juzgar. Una apreciación común entre la gente era considerar que en nuestro partido de entonces había enfrentamientos permanentes entre grupos y corrientes; que los del prd eran de lo peor. Aunque no fuera así, había, desde luego, diferencias y, obviamente, una lucha por posiciones políticas; sin embargo, en el prd había gente muy responsable en los cargos directivos y ni hablar de los militantes, quienes en numerosos casos actuaban de manera heroica.

El comportamiento de dirigentes y políticos debe explicarse a partir de circunstancias: hay gente que se conduce con integridad durante mucho tiempo y al final de su vida pública claudica. Se cansa de pensar y de ser como era. O al revés: hay gente que ha tenido una conducta muy cuestionada y decide actuar de manera consecuente en un buen tramo de su vida. Y esto no solo ocurre en México, sino en todo el mundo. Está el caso de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador. En un principio fue muy conservador, pero la realidad lo transformó: se convirtió en un sincero protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos, y se dedicó a denunciar la violencia, a enfrentar cara a cara a los representantes del régimen autoritario. Por ello, el 24 de marzo de 1980, fue asesinado de la manera más cobarde en plena misa. Ahora es un santo.

Una vez visité el Museo del Estanquillo, donde se exhibe la colección de arte popular donada por Carlos Monsiváis, y me llamó mucho la atención una caricatura, obra de José Clemente Orozco en contra de Francisco I. Madero. Lo pinta como pigmeo y resalta la grandeza de Porfirio Díaz. El texto lo dice todo: «Los enanos imitan al gigante». Y estamos hablando de quien, más adelante, pintó extraordinarios murales revolucionarios y, sobre todo, actuó sin dobleces hasta que dejó físicamente de existir. Insisto: la vida de un luchador social o de un dirigente político no es algo dado, fijo, preestablecido; no es un destino manifiesto. Es una prueba permanente y lo extraordinario es luchar y ser consecuente toda la vida.

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Todo lo alcanzado por el prd de 1996 a 1998, se consiguió manteniendo en alto nuestros principios. El prd creció electoralmente no por arreglos cupulares ni por concertacesiones, sino luchando junto al pueblo de México y por sus aspiraciones libertarias. Durante este periodo no cedimos al tintineo de la política tradicional. Avanzamos porque ante el poder autoritario ejercimos el contrapoder que nos dio la autoridad moral. Por ejemplo, en el Congreso de la Unión no teníamos el poder cuantitativo de los votos que, por ese entonces, dependía de los consensos y coaliciones parlamentarias. Pero la autoridad moral siempre da un importante poder cualitativo: el poder del veto, el poder de oponernos y, en última instancia, de hacernos a un lado en la medida en que nuestros argumentos no sean considerados para la toma de decisiones que atañen al pueblo y a la nación. En ese entonces así lo entendieron nuestros legisladores y nuestros coordinadores parlamentarios. Por eso siempre sostuve que, en vez de convertirnos en una izquierda legitimadora y continuar haciendo política con el viejo molde, debíamos ejercer ese poder cualitativo que da la autoridad moral. Nada de entrar al juego de la política tradicional, en la que cuentan los intereses de todos, menos los del pueblo. Se trataba de crear una nueva política cuya moral nos diera la fortaleza suficiente para resistir y no sucumbir a las siempre presentes tentaciones de poder o dinero.

Como presidente nacional del prd pude comprobar también que se puede y que es indispensable hacer política con el pueblo, no solo con los de arriba; la política es asunto de todos. La nueva forma de hacer política exige más vinculación con la gente que con los integrantes de la llamada «sociedad política». No es necesario estar todo el tiempo hablando con políticos. Incluso, mientras menos se hable con ellos, mejor. Algunos solo nos buscan para utilizarnos, adversarios que solo quieren la foto. Y, por cierto, a mucha gente no le gusta ese regodeo entre políticos.

Otra trampa es la supuesta amistad que profesan los adversarios. Una característica muy marcada en los políticos de derecha es, precisamente, ese estilo hipocritón, falso; hablan quedito y son muy amables pero, al mismo tiempo, pueden estar conspirando en contra de uno. Es una manera de ser de la derecha. Algunos fingen ser amigos o tratan de engañar con su amabilidad. Siempre el buen trato y la manera pomposa de hablar: «¿Cómo estás?, ¿Qué dice la familia?». O los títulos: «¡Señor gobernador!», «¡Qué tal, señor diputado!, ¿cómo ha estado?», «¡Senador, qué gusto verlo!». Este tipo de reverencias. No digo que no se pueda hablar con nadie. La política implica negociación y diálogo, pero es distinta a la politiquería, basada en lo superficial y en el manejo corriente de los asuntos importantes. Además, no debe olvidarse que en política muchas veces los amigos son de mentira, y los enemigos, de verdad.

Hay casos de políticos de izquierda que, cuando se convierten en legisladores, empiezan a ser distintos porque no resisten el halago y la lisonja de los poderosos. Antes, en las cámaras, se percibía un ambiente peculiar: los diputados o senadores desayunaban y comían juntos y llegaban a relacionarse tanto que nunca defendían causas populares o, cuando subían a la tribuna, se comedían porque la amistad estaba de por medio. También algunos ocupaban todo el tiempo en las relaciones políticas o en viajes internacionales y se olvidaban de la gente y nunca regresaban a las colonias, a las comunidades y a los pueblos de sus distritos o estados.

Por fortuna, esa no era la generalidad en los dirigentes y legisladores de izquierda, y ahora, menos. En su mayoría, mantienen inalterables sus convicciones, nunca se divorcian del pueblo y regresan a trabajar con la gente; no se dejan manipular, mantienen los pies en la tierra. Pero siempre está la tentación, el riesgo de caer en lo superfluo, en lo banal. Por eso es necesario reafirmar constantemente los principios y los ideales.

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Como dirigente nacional del prd me quedaron algunos pendientes. Por ejemplo, hizo falta fortalecer más la organización interna. Se avanzó, pero no lo suficiente. La lucha por el poder la hace el pueblo organizado. De ahí que se requiera consolidar la estructura territorial y sectorial de los partidos progresistas. Este tipo de organización requiere tiempo, paciencia y perseverancia, hasta lograr el objetivo superior de transformar la vida pública del país. No podemos enfrentar a una derecha autoritaria con actos espontáneos.

Recuerdo una conversación que tuve en 1989 con don Sergio Méndez Arceo, el obispo de Cuernavaca. Él era, como es sabido, un sacerdote de avanzada, progresista. En esa ocasión cenamos y en la plática salió el tema de la organización. Yo insistí mucho en ello. «Mira —me dijo—, una vez un hombre muy pobre llegó a pedir ayuda a la Virgen, rogándole que lo apoyara porque sus hijos no tenían para comer, no tenían ropa ni zapatos, y su familia estaba en una situación económica muy difícil. A lo cual la Virgen le respondió: “¡Organízate!”». Esto es fundamental, aunque suele olvidarse, sobre todo ahora que está de moda suplir este importante trabajo con la propaganda en los medios de comunicación o con mensajes en las redes sociales.

Como dirigente nacional del prd también me faltó imprimirle al partido más principios e ideales. En el tiempo que estuve se creó una escuela de formación de cuadros políticos, pero no fue suficiente. Como ya lo expresé, si no fortalecemos los principios, el pragmatismo se propaga y puede llegar a predominar. Poner por delante los ideales es lo único que puede detener la politiquería, el nepotismo, el amiguismo, el clientelismo y la corrupción, todas esas lacras de la política tradicional.

En la presidencia del prd cometí varios errores. Uno de ellos fue que, al final de mi gestión, cuando decidí retirarme, me propuse no involucrarme en el proceso electoral interno para elegir al nuevo presidente. Quise mantenerme al margen y se dio una elección muy complicada para el relevo en la presidencia. Participaron Jesús Ortega y Amalia García y hubo confrontación y crítica por el manejo irregular del proceso. Se anularon las elecciones para que entrara un presidente interino, Pablo Gómez Álvarez. Pero fue todo un escándalo, eso perjudicó al partido y me sentí culpable o responsable. Lo cierto es que caí en la indefinición, y en política la indefinición es funesta. Pensé que me podían acusar de querer inclinar las cosas a favor de un grupo o de un candidato y equivocadamente decidí no participar para poner orden y buscar un buen desenvolvimiento del proceso interno. La lección es que en estos asuntos hay que definirse; no convienen las medias tintas. A final de cuentas la política consiste en escoger entre inconvenientes. Pero aclaro que una cosa es participar proponiendo reglas claras e igualdad de condiciones para una elección interna y otra muy distinta es inclinar la balanza a favor de alguien. Afortunadamente, ahora, en Morena existe la posibilidad de elegir candidatos mediante encuestas y este método estatutario, legal y democrático ha demostrado ser eficaz y reducir al mínimo el riesgo de ruptura. Aquí añado que prefiero la encuesta al dedazo o a la decisión mafiosa y antidemocrática de las cúpulas.

En una elección interna se generan muchas pasiones, casi tantas como en una elección constitucional. Se pueden cometer abusos, irregularidades, incluso fraude electoral, algo reprobable en un partido democrático. En ocasiones, esas prácticas indeseables se presentan en los comicios internos de candidatos a puestos de elección popular. Cuando hay conflictos en la elección de dirigentes o de candidatos, siempre se afecta al partido; se pierde la unidad, hay desprendimientos, se van dirigentes y militantes a otras organizaciones. Ya hablé, por ejemplo, del primer Éxodo por la Democracia en Tabasco. En aquella elección de 1991, caminamos para defender el triunfo de un candidato, el doctor Carlos Alberto Wilson. Años después, él mismo volvió a competir para ser candidato a la presidencia del prd en Cárdenas; perdió, se inconformó, denunció un fraude, se salió del partido y se convirtió en abanderado del pan, algo muy lamentable. No responsabilizo a nadie, solo describo hechos. Al final, ganó el prd en Cárdenas, pero de no haberse producido ese conflicto, nuestro partido habría ganado con mayor ventaja. Las divisiones perjudican mucho.

Estos problemas se remedian inculcando principios en el partido. Debemos insistir en que lo nuestro no es la lucha del poder por el poder, sino que deben prevalecer las convicciones, la mística: el poder solo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás; no es solo la lucha por cargos públicos lo que debe movernos; lo principal es la lucha por los ideales y por las causas que defendemos. En todos los dirigentes de izquierda debe haber humildad. El poder es humildad. No debe prevalecer una visión personalista o individualista y pensar que uno tiene que ser el candidato, cueste lo que cueste. Hay casos, en los partidos de izquierda, en los cuales los dirigentes actúan de manera consecuente, pero en otras ocasiones se cierran por completo. No aceptan nada, quieren ser ellos nada más a como dé lugar. Entonces la lucha se vuelve una arena de ambiciones sin principios políticos o morales. Por fortuna, no es la regla sino la excepción y este tipo de casos pueden atemperarse imprimiendo muchos principios a nuestro quehacer político. Ahora una de las mejores cosas que ha hecho Morena —y son muchas las que ha hecho bien— ha sido destinar talento y convicciones para su excepcional escuela de formación de cuadros. Enhorabuena.