E1
EL ENEAGRAMA DE LA IRA

CATEGORÍA

SUBCATEGORÍA

Oscurecimiento óntico (ser)

Oposición al mundo real desde parámetros del mundo ideal

(Auto)negación del substrato instintivo (y emocional)

Degradación

de la conciencia

Ceguera provocada por el exceso de ira (rabia) Identificación con una máscara de corrección y de bondad

Formación reactiva como transformación de lo inaceptable

Dificultades diversas para ser consciente

Perturbación de la conducta a través de algunas estrategias operativas

(Auto)crítica de un inapelable juez interno

Sentimiento de superioridad en las relaciones sociales

(Sobre)esfuerzo al servicio de la mejora y del perfeccionismo

(Auto)control como orden, norma, dominio y manipulación

Conflicto entre opuestos con vivencia de lo prohibido

Necesidad de tener razón como garantía de ser correcto

Rigidez junto con la carencia de flexibilidad y espontaneidad

- Repercusión de la ira en el ámbito de las relaciones

Leyenda: Conservación Sexual Social

1. Oscurecimiento óntico (ser)

Platón (1979) habla de dos mundos (κόσμος): el mundo inteligible (κόσμος νοητός) y el mundo sensible (κόσμος αíσζητός). El paradigma y referente objetivo de la realidad visible se encuentra en las ideas, en tanto que esencias permanentes y eternas. El devenir y la multiplicidad surgen con el mundo sensible, que supone un distanciamento de la perfección. La persona iracunda parte del mundo ideal y cuando desciende a la realidad se sumerge en las sombras del mito de la caverna. No acepta este desajuste y lo afronta con ira. Su trabajo será forzar la realidad para adecuarla a lo que entiende por ideal.

1.1 Oposición al mundo real desde parámetros del mundo ideal

La atalaya desde la cual se observan todas las cosas se sitúa en un mundo ideal. La atracción por lo divino implica un alejamiento de las realidades terrenas, que son menospreciadas. La naturaleza que se mantiene todavía incontaminada es un trampolín que eleva la perspectiva del E1. Partir desde lo sublime origina juicio, comparación y desestima de lo que se encuentra fuera de su ámbito.

Me siento admirador y soy atraído por lo divino más que por los seres humanos o las cosas y ante esto soy reverente con confianza y obediencia.

Las dificultades que me impiden tomar conciencia de mi pasión predominante están incrustadas en un modo ideal de ver las cosas y las situaciones que me atañen.

Respeto la naturaleza y, sobre todo si no está contaminada, me gusta estar a mis anchas y tener un contacto profundo con ella.

El resultado de ver las cosas desde una óptica ideal es la minusvaloración de la realidad. Se traduce en una profunda devaluación (nada merece la pena), una falta de aceptación que culmina en rechazo y una oposición que se transmuta en ira (definición de Ichazo). El perfeccionismo subyacente pugna por conseguir niveles de excelencia a fin de evitar valoraciones negativas (reproches, críticas y censura).

Nada merece la pena.

Me cuesta mucho quedarme con lo que hay, me hace sentir mucha impotencia.

Intento hacer todo muy bien, con mucha atención y dedicación, para que no se me pille en falta, tengo un listón muy alto, para no dar lugar al reproche, a la crítica, a la censura.

No hay pasividad ante la realidad. Su falta de aceptación se convierte en ansias de reformarla para que se ajuste a los parámetros ideales. No hay mejora adecuada sino forzamiento de la misma. El iracundo incorpora automáticamente este ojo crítico de aproximarse a ella. La visión de sí se alimenta de los mismos mecanismos descritos.

La necesidad de retocar las cosas, es decir, la dificultad en aceptar las cosas tal y como son.

Una visión ideal de sí mismo y de las situaciones produce la necesidad de reformular casi cada cosa, e incluso ir contra sus propios impulsos y tendencias más fuertes y naturales.

1.2 (Auto)negación del substrato instintivo (y emocional)

Proyectar la visión del E1 en el campo de la antropología conduce a la negación y al rechazo de las dimensiones problemáticas, que se sitúan en primer lugar en el ámbito de los instintos. Los impulsos naturales, prioritariamente los agresivos y sexuales, generan miedo y desconfianza. Dejarse guiar por ellos es renunciar al amor. El precio es su amputación existencial.

La negación y la represión de los impulsos agresivos y sexuales provoca el ocultamiento completo de la conciencia de los impulsos agresivos y sexuales intolerables y una grave perturbación del funcionamiento de los instintos.

No se puede confiar en los impulsos naturales.

Si me dejo ser, tal como soy o guiada por mis impulsos, nadie me querrá.

Una consecuencia de esta desconexión instintiva se deja sentir en el área emocional. Existe reparo a implicarse en las relaciones desde el afecto y el amor. Por ello, se adopta una distancia de protección que se traduce en frialdad e insensibilidad, como muestra la princesa Turandot en la famosa ópera de Puccini, común a conductas de otros eneatipos.

En relación conmigo mismo entre los aspectos que más me afectan de mi pasión dominante está mi propio aislamiento emocional, que conlleva seriedad, poca alegría.

Niego mi capacidad de amor, de ser acogedora, realizo así el alejamiento de mí misma y de los otros.

Puedo entonces parecer fría, abrasadora e impasible, jugando a que nada me toca ni me mueve.

La consideración negativa que merecen los impulsos naturales a los ojos del iracundo se traduce en una necesidad de controlarlos. El empeño requiere esfuerzo y sacrificio, pero prefiere pagar el precio para no quedar a su merced. Impera el deber sobre el placer. Se renuncia al gusto a favor de la ira. La acción acalla el sentimiento y los instintos.

Los impulsos son malos, no son de fiar, hay que controlarlos, por tanto todo depende de que yo me esfuerce mucho, que me controle, que controle lo de fuera y que me proponga con toda mi alma ser mejor persona, solo así lo conseguiré.

Apego al sentido del deber en detrimento del placer y del ocio.

Los resultados en las diferentes áreas de mi vida también están medidos por esos cánones y en ningún momento me planteo si me gusta o no.

2. Degradación de la conciencia

La inconsciencia, como mecanicidad, conduce a la distorsión cognitiva y es terreno abonado para que la pasión dominante, como motivación deficitaria, dificulte el despertar lúcido, sin el cual el ser queda oscurecido y el vacío que se genera pugna por llenarse a través de sucedáneos. Los mecanismos de defensa coadyuvan al mantenimiento de la inconsciencia. Se buscan soluciones falsas o aparentes para confirmar las propias capacidades o para satisfacer las necesidades profundas. Se utilizan aquí cuatro subcategorías para indicar distintos modos que tiene el carácter iracundo de bloquear su conciencia o reducir su percepción.

2.1 Ceguera provocada por el exceso de ira (rabia)

La pasión, vivida con vehemencia, ciega, ofusca y priva de la vista. En definitiva, degrada la conciencia hasta anularla. El E1 llega a desconocer sus motivaciones reales y suprime del primer plano todos aquellos aspectos inaceptables, entre los cuales está la ira. La rabia es como una venda en los ojos. No permite ver nada ni siquiera a sí misma.

El juego es bastante complicado, el no querer ver es cada vez más satisfactorio.

En general me sigue cegando mi intención de ser mejor, como si mi buena intención no me dejara ver los motivos reales por los que me muevo (una frustración temprana que me dejó insatisfecha de amor).

Puedo servirme de mi capacidad de dar en la diana para focalizar; si no reconozco la rabia, se nublan mis facultades perceptivas, se reduce o se bloquea mi capacidad de mobilización en vista de una meta.

La búsqueda de la perfección, llevada a cabo de manera compulsiva, adopta un carácter selectivo. Para no tener que enfrentarse a las carencias, a los defectos y a los fallos, la rabia que éstos producen los desplaza a zonas de inconsciencia. El E1 vive la ira como imperfección y por ello la vuelve invisible. Actúa, pero se pierde la conciencia de sus efectos.

Creo que si me preguntaras qué me gusta o qué deseo, incluso me puedo sentir ofendida, ya que eso no tiene nada que ver con el guion. Aparte de no saber qué contestar.

La invisibilidad de la rabia y la negación de la agresividad me han hecho irresponsable de una gran parte de mí mismo y de las verdaderas motivaciones de mis comportamientos y elecciones de vida.

2.2 Identificación con una máscara de corrección y de bondad

La máscara que utiliza el E1 difiere de la que usa el E3. En este, está al servicio de la vanidad y de la imagen. Se trata de una forma de cubrir el vacío a través de la belleza o el prestigio. El iracundo, en cambio, enmascara la imperfección para ajustarse a la visión ideal de sí mismo. Cierra con llave los portones de los sótanos porque allí pueden encontrarse los animales salvajes, imposibles de dominar. Prefiere ignorarlos. No hay vacío sino contención. Bajar a los subterráneos implicaría enfrentarse con ellos.

Un comportamiento correcto y bondadoso desactiva la mala conciencia y la ira pasa al olvido, pero sigue actuando.

La forma en cómo se manifiesta es a través de la acción, en forma de crítica, reproche de lo correcto e incorrecto, lo justo o lo injusto, lo bueno y lo malo, es decir en una actitud moralista y bien intencionada que oculta y tapa lo que siento: la rabia, la ira y en el fondo también tapa mi miedo a descontrolar, a no ser dueña de mí, a que salga toda mi mala leche y toda mi maldad, mi agresividad, incluso mi odio y violencia, y también mi debilidad.

En el plano del comportamiento está bien educado y controlado.

Cuando contacto con el sentimiento de culpa que a menudo significa algo parecido a ser descubierto haciendo algo que socialmente es reprensible o equivocado (emoción absolutamente devastante y que me da la sensación de privación de todas mis energías, de estar aniquilado), busco entonces comportamientos opuestos y que a mi juicio son virtuosos.

La corrección, que implica un ajuste a las pautas sociales del entorno, enmascara el resentimiento por no poder gozar de aquello que sería merecido. Los comportamientos inadecuados existen, pero pasan inadvertidos por falta de conciencia de sí o se justifican como reacción a alguna injusticia sufrida o a la conducta de los demás. La ira adquiere así carta de ciudadanía.

Esta idea loca se manifiesta en su polaridad, contraponiéndose con una apariencia de dignidad o perfección.

Es benévolo exteriormente, mientras que por dentro está resentido.

Por un lado, tantas manifestaciones mías encubiertas de agresividad, como formas de malhumor, movimientos de ingratitud, quejas, críticas sarcásticas, actos vengativos indirectos, pasaban inadvertidas o eran minimizadas por mí, e incluso, eran consideradas reacciones justas al comportamiento injusto de los demás.

El E1 considera que la ira, como impulso instintivo, le aleja del perfeccionismo que busca en todas las cosas. Al no poder destruirla ni siquiera expresarla, enmascara la rabia tras un rostro de bondad y de virtud. Se identifica con sus aspiraciones, pero la máscara no resuelve el problema. Solo lo encubre.

La racionalización de la ira. Continúo en mantener una imagen virtuosa aunque convive en presencia de sentimientos y comportamientos hostiles o de rabia expresada, mientras tengan una justa motivación y defiendan principios elevados.

Detrás de la máscara de la bondad escondo un sujeto muy rabioso y resentido, sea hacia mí mismo como hacia los demás, que se sostiene con una energía destructiva y que, a su vez, alimenta el perfeccionismo.

Por consiguiente, la rabia se muda en un estilo de carácter aparentemente virtuoso y lleno de buenos propósitos.

2.3 Formación reactiva como transformación de lo inaceptable

La subcategoría anterior vista como ocultación complementa el mecanismo de defensa propio del E1, que recibe el nombre de formación reactiva, de la que Naranjo (1994a) afirma: «no es solo una cuestión de encubrimiento de una cosa con la contraria, sino una distracción de la conciencia de ciertos impulsos mediante actividades contrarias» (p. 60). Aquí se subraya más este aspecto.

Lacroix (2005) sostiene que existe una lucha contra la represión social de las emociones, pero de manera selectiva. Expresar alegría no requiere control, pero sí la cólera: «Fora del marc d’una psicoteràpia no tolerem que els nostres semblants deixein esclatar la seva còlera» [Fuera del marco de una psicoterapia no toleramos que nuestros rostros dejen estallar su cólera] (p. 73). Enuncia algunas razones que explican el rechazo de la expresión de la ira: altera las relaciones humanas, está vinculada a los valores militares en una sociedad pacífica y democrática, y es signo de machismo como afirmación masculina en una época en que se resaltan los valores femeninos. Estas situaciones facilitan que el iracundo debilite el grado de conciencia sobre sus sentimientos y pulsiones.

El mecanismo que utilizo por excelencia es el llamado «formación reactiva», no puede ser otro, pues toda mi energía está en ocultar mi rabia y la indignación e irritación que siento ante determinadas situaciones.

A través de la formación reactiva, mis sentimientos contradictorios se complican posteriormente; por ejemplo, una contradicción viene a ser una formación reactiva hacia otra.

La palabra «vacío» no aparece en ninguna entrevista del E1. ¿Por qué? Seguramente porque la podría encontrar no tanto en sus aspectos negativos, que enmascara e intenta hacer desaparecer de la pantalla de su consciencia, sino en su idea de perfección. Idea sesgada porque no se sustenta en la realidad, llena de luces y sombras, sino en una aspiración utópica y sin consistencia. No se trata de matar al dragón sino de encauzar su energía. La acción, como reacción al conflicto que se experimenta, impide tomar conciencia del mismo.

Sustituyo actitudes naturales con otras contrarias, aniquilando el comportamiento más espontáneo y después se forma una negación de lo que he anulado anteriormente.

Son mecanismos reactivos —no pienso, actúo— a la situación interior que el conflicto me crea. Lo normal es que el conflicto se me aparezca como una especie de tensión.

2.4 Dificultades diversas para ser consciente

Esta subcategoría agrupa una serie de unidades conceptuales, presididas por la pasión dominante, que tienen en común obstaculizar la consciencia de sí, que en el iracundo es muy escasa. Se sitúa a sí mismo en un mundo ideal y le cuesta mucho descender al nivel de sus deseos e instintos, ya que los ignora o los reprime. No contacta con ellos y permanece en la inconsciencia. La incapacidad de verse a sí mismo y descubrir la propia rabia se proyecta como agresión externa.

No tomando la responsabilidad de mis deseos y obligándome a menudo a la compañía de una insatisfacción de fondo.

Otra dificultad es no traducir mi reacción física en una toma de conciencia de qué está pasando.

Esa misma pregunta, por ejemplo, me parece difícil de contestar, engorrosa. Entonces la interpreto como un ataque por parte del que pregunta.

Cuando la perfección parece inalcanzable, surge el desencanto y la pérdida del entusiasmo por la vida. Quizás el primer paso para conseguir un sueño es renunciar conscientemente a él. Se entraría así en el principio de la realidad, base para una auténtica transformación.

Comporta pérdida de pasión, entusiasmo por la vida, por las relaciones y una forma de estar con nivel medio-bajo.

3. PERTURBACIÓN DE LA CONDUCTA A TRAVÉS DE ALGUNAS ESTRATEGIAS OPERATIVAS

La conducta se ve afectada por el grado de conciencia que posee una persona, pero a su vez lo genera. Aquí se entiende por obras las estrategias operativas que utiliza la persona iracunda para conseguir sus fines y deseos. Un progreso en la conciencia y en la virtud desactiva en su misma medida los comportamientos a ellas subordinados. Se resaltan, a partir de los datos obtenidos, siete estrategias operativas.

3.1 (Auto)crítica de un inapelable juez interno

La conducta del iracundo viene totalmente condicionada por la existencia de un guion interno que actúa de juez inapelable. Sus sentencias, sus voces interiores, gozan de absoluta autoridad en todos los campos de la existencia, desde el trabajo hasta la vida íntima. La crítica se vierte sobre los demás, pero también se retuerce contra uno mismo, transformándose en autocrítica inmisericorde. Censura y reprobación desembocan en una vida insatisfecha. No hay nada perfecto. La (auto)crítica secuestra los deseos y engaña a quien la ejerce. No mueve al juez interno una razón objetiva sino una transmutación de la ira que busca una salida elegante y aceptable.

En cualquier actividad que realice, ya sea en el trabajo, socialmente y hasta sexualmente, estoy más bien en acuerdo con un guion interno (que además no cuestiono y que ni siquiera sé cómo se ha ido formando, tan ajena soy yo misma a él) y actúo según él, en vez de estar en conexión con mi deseo.

Recientemente he hecho una intervención en un congreso sobre el tema de la inmigración, pero a pesar de haber recibido felicitaciones por parte de muchas personas, estaba insatisfecho porque me parecía que mi contribución estaba lejos del supuesto nivel de aceptación.

La rabia introvertida que toma formas de autocrítica les convierte en jueces crueles y rígidos educadores de sí mismos.

El crítico interno me llevaba a reprimir muchos sentimientos de ira y empezaba a decirme que no estaba en absoluto enojada.

La predisposición a la crítica: es un modo elegante, socialmente aceptable para desahogar la rabia; sin embargo, no lo es.

La (auto)crítica está vinculada a la insatisfacción. Está siempre pendiente de lo que falta y concentra sus energías en descubrir el mínimo defecto. No goza y disfruta de la realidad. Nada escapa a su mirada inquisidora. Incluso las mismas relaciones sexuales deben seguir los cánones de un protocolo de perfección. La crítica es rechazo y condena. Implica la interiorización del gran ojo, que no deja ni respirar. Más penetrante que el diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara o que el ojo del big brother de George Orwell.

La autocrítica ha sido una constante en mi vida, de tal forma que, aunque hubiera realizado muy bien la tarea, siempre ha habido un punto de no aceptación o conformidad. Necesidad de tener razón y de retocar resultados.

Critico también abiertamente y delante de mis colegas a mis jefes cuando pienso que sus decisiones son equivocadas e incoherentes. Cuando, en substancia, creo que no son competentes.

En el ámbito de la pareja he aplicado mucho la devaluación de la otra parte —el no reconocimiento de la pareja—, el pretender tener razón, y también la crítica acerada.

La crítica del iracundo no es un ejercicio meramente intelectual. Se trata de una estrategia operativa que quiere incidir en cambiar las cosas para que se hagan según sus criterios. Asistido por la razón, cualquier medio es válido para obtener el resultado apetecido. No hay invitación sino exigencia.

Intento corregirme y corregir a las personas cuando sus conductas no me parecen moralmente justas, razonables o bien intencionadas; lo suelo hacer con reproches, críticas, reprobando o censurando esa conducta (justa indignación de la que habla Claudio Naranjo) y exigiendo que se rectifique.

3.2 Sentimiento de superioridad en las relaciones sociales

Las relaciones de simetría no son propias del E1. Al identificarse con el ideal, la perfección y la norma, se eleva sobre los demás. Surge el sentimiento de superioridad al estar colocado en el podio. Sus tomas de cámara son en picado y nunca los demás, a quienes juzga por sus defectos, pueden estar a su altura. El iracundo genera distancia. Bajar de sus ideas al mundo de sus sentimientos e instintos le colocaría al mismo nivel que los demás, pero le rompería los esquemas. Tendría que enfrentarse a sus propios miedos.

Sentaba cátedra ya fuera en las relaciones de amistad, pareja y trabajo.

Trabajar en equipo conmigo, por consiguiente, resulta muy difícil y desagradable.

Al compañero le pido sobre todo tolerancia casi ilimitada hacia mí y formas de admiración exclusivas.

Infravalorización del otro, como forma de tapar la ira.

La rabia se mueve, también, en el interior de una visión jerárquica y autoritaria de la sociedad, apareciendo obediente hacia la autoridad y, al contrario, rebajándola en las relaciones con los demás y con los subordinados.

He contribuido al fracaso de mi matrimonio a través de dos aspectos, en particular de mi pasión dominante: el sentido de superioridad inferiorizante, por el cual mi mujer «nunca ha podido sentirse bastante digna de mí».

Querer ser el número uno es una tarea que busca ponerse por encima de los demás. La mentalidad aristocrática comporta una identificación con el sentimiento de superioridad, que se mantiene al evitar la dedicación a trabajos de poco rango y al descalificar a los otros por cualquier motivo. La actitud farisaica de no ser como los demás hombres es una variante del mismo esquema. No basta ser considerado mejor, el iracundo necesita sentirse como tal.

Este exceso de amor admirativo, que hace de contrapunto al desprecio de todo lo que no es superior, está alimentado por la sed del poder.

Eso hace que hable mal de ella, la descalifique entera y yo intento a través de la descalificación sentirme superior, sin poder decir en qué, en eso ni siquiera me detengo.

Las componentes burocráticas me fastidian mucho, a menudo las delego a otros; también este comportamiento deja entrever la interferencia de las formas de vida ideal de tipo aristocrático, de no enfrentarse con ciertas realidades más prácticas y materiales.

Hay en él una gran necesidad de sentirse el mejor y de ser considerado como tal.

El ejercicio de la superioridad, como una forma sutil de poder, se lleva a cabo a través de maneras diversas: prédicas insistentes, lucha a favor de las personas necesitadas, relaciones de ayuda mediante la crítica o el consejo… El ejemplo de la propia vida, a base de esfuerzo y trabajo, se convierte en una fuente de poder para la persona iracunda. Su objetivo: permanecer inalcanzable a las críticas de los demás.

Llevado por un fuerte moralismo y animado por principios de justicia, puedo hacer verdaderas exhortaciones o encontrarme comprometido en sostener la causa de personas necesitadas.

Va hacia el otro con la crítica o con el consejo, que son, de todos modos, siempre una expresión de superioridad.

El esfuerzo-trabajo ha sido siempre una especial referencia en mi vida, como medio para desarrollar-demostrar mi poder a la sociedad.

3.3 (Sobre)esfuerzo al servicio de la mejora y del perfeccionismo

La búsqueda de la perfección estimula un esfuerzo para mejorar. El objetivo es tan sublime que exige sobreesfuerzo. No alcanzarlo implicaría un fracaso que el iracundo no está dispuesto a afrontar. Su dedicación compulsiva puede perderse en los detalles y alejarlo del resultado final. La imperfección se atribuye a la propia culpa o a la falta de esfuerzo. El drama está asegurado.

Es una pescadilla que se muerde la cola, como si tener fallos o no ser perfecta fuera por mi culpa y falta de esfuerzo.

Tengo que hacerlo mejor, un mejor que nunca llega, y que me impide estar en paz.

Como me cuesta tanto reconocer que he hecho algo mal, me exijo un trabajo impecable, lo cual significa hacer muy a menudo los trabajos más minuciosos de lo que se me ha pedido, empleando mucho tiempo.

La trampa del E1 es creer que si alcanza la perfección obtendrá amor, reconocimiento y admiración. Como la perfección prácticamente no existe porque cualquier realidad es susceptible de mejora, se empeña en un esfuerzo abocado al fracaso. La resistencia que encuentra le genera rabia, que orienta hacia la mejora permanente sin resultados satisfactorios.

Todo es imperfecto y por tanto mejorable con esfuerzo, tal como están las cosas no están bien, o no son justas, o se pueden mejorar… y yo debo intentarlo (esta última idea loca es más bien una extensión o generalización de las anteriores).

Es más de lo mismo, está todo marcado por mi esfuerzo, el amor se consigue con esfuerzo, esfuerzo en ser buena, en hacer lo mejor para aquellos a los que quiero, siendo generosa, entregada, protectora y cuidadosa.

La rabia inconsciente alimenta la tendencia a un mejoramiento continuo de mí mismo y de las cosas, con el fin de recibir amor, reconocimiento y admiración.

El optimismo filosófico de Leibniz (2001), expresado a través del principio de perfección, consiste en defender que estamos en el mejor de los mundos posibles. Para el E1, nada más alejado de la verdad. No hay aceptación de las cosas sino idea de mejora que parte de una autoimagen idealizada.

Si no soy perfecto, no valgo nada y pierdo la relación con otro.

En mi eneatipo se encuentra una exigencia muy fuerte de perfeccionismo de las cosas, situaciones, personas e incluso de uno mismo, por estos motivos el tipo uno da mucho espacio a los enfrentamientos, evaluaciones, juicios.

Preocupación por hacer bien las cosas, identificación con la autoimagen idealizada.

3.4 (Auto)control como orden, norma, dominio y manipulación

El (auto)control constituye una obsesión para el iracundo. Se pretende que toda conducta se ajuste al orden establecido y a la norma en vigor. La falta de referencias produce inseguridad, así como la aparición de sentimientos difíciles de gestionar. Sujetarse a la regla de turno a menudo requiere esfuerzo pero así puede anticiparse el resultado.

Un comportamiento rígido e hipercontrolado, como para llevar una vida bien estructurada y reglamentada.

Tiene necesidad de sentirse seguro, de controlarse mucho a sí mismo y todo lo relacionado consigo mismo.

Otro ejemplo sería en mi propia terapia personal, lo llevo todo revisado, analizado y reflexionado, sé de lo que voy a hablar, lo que voy a contar…

Lo que hago es guiarme según la regla de turno.

No hay espacio para la improvisación, pero el precio que se paga es la pérdida de espontaneidad. El control abarca todos los campos, incluido el ámbito de las emociones y de los instintos, que es el que más desestabiliza al iracundo.

El hipercontrol emotivo y del comportamiento hace que uno sea torpe, aburrido y poco espontáneo.

Con frases tipo «ya veremos», «haz según lo que surja», «hoy por mí mañana por ti», no me manejo bien.

Del mismo modo, mi vida personal y social se desarrolla entre los carriles de la costumbre, hasta tanto, que llego a estar preocupado, torpe y embarazado en situaciones imprevistas y fuera de mi control.

El control de la ira es fundamental para el E1. El iracundo fabula que la liberación de la rabia le abocaría a traspasar los límites de lo prohibido y sería incapaz de afrontar situaciones incontrolables. El control se ejerce al precio que sea, incluida la manipulación sutil de los demás.

Especialmente en el trabajo, exijo mucho de los colegas y tiendo a criticar y corregir sus comportamientos de un modo manipulativo amable.

Es una sensación de querer tenerlo todo bajo control porque así evito que se den situaciones personales desagradables o molestas para mí, tanto del exterior como a los reproches que yo me hago.

Si libero mi rabia, pudiera acaecer algo incontrolable y prohibido.

3.5 Conflicto entre opuestos con vivencia de lo prohibido

Stevenson (1999) definió magistralmente en su obra El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde el tema conocido del doble desde la óptica de la dualidad moral: «mis dos facetas eran terriblemente reales» (p. 82). El E1 detecta en sí la existencia de opuestos: a) el mundo de los valores y de los principios, y b) el mundo de los instintos y de los sentimientos.

En mí se encuentran contradicciones muy fuertes, un sentido de roce interno y de resistencia hacia ciertas partes de mí misma y solicitaciones exteriores.

A veces siento paralelas entre lo mundano, sobre todo lo corporal, y lo divino, lo espiritual o trascendente.

Solo sé que esos comportamientos tan dispares son raros, pero en ningún momento los relacionas con que son mecanismos para escapar de tal ceñido guion.

Esta pugna entre los dos mundos se resuelve mediante la represión de los impulsos agresivos y sexuales. Este tratamiento provoca en el E1 la aparición de la ira, que le aleja de la conciencia de su mundo pulsional.

La negación y la represión de los impulsos agresivos y sexuales. Provoco así el ocultamiento completo de la conciencia de los impulsos agresivos y sexuales intolerables y una grave perturbación del funcionamiento de los instintos.

Sévérine Serizy, personaje representado por Catherine Deneuve en Belle de jour de Buñuel (1966), representa una doble vida: esposa de un cirujano y prostituta de día. El iracundo puede sentirse impelido a vivir lo prohibido y a actuar las fuerzas negadas, tal como sugiere el subtipo sexual del E1.

Se delinea casi una doble vida: una, caracterizada por mucho control, atención escrupulosa, severidad, rutina y sentido de sacrificio, la otra, más lujuriosa, desmandada y dedicada al placer.

Si después surge malestar porque tal vez algo de lo que hago no puede gustarme, no lo identifico como algo que no me gusta, sino más bien como algo vago que no sé muy bien qué es y que se manifiesta en una actitud de comer y fumar en demasía (de los 12 a los 24 años, comer), de beber y fumar (de los 25 a los 40 años), además en ese orden, o en forma de unos hábitos sexuales nocturnos, que para el día ya son historia o son negados como si formaran parte de otra persona.

3.6 Necesidad de tener razón como garantía de ser correcto

Tener razón significa estar en lo cierto. Se convierte en una necesidad neurótica para el iracundo. Le proporciona seguridad y le garantiza estar en lo correcto. Moverse en el ámbito de los principios conlleva el riesgo de olvidarse de los matices y de no reconocer el error. La lógica es aplastante pero la vida sigue otros derroteros.

Pasión de superioridad, necesidad neurótica de tener razón.

La pasión de tener razón me lleva a creer que tener razón es la cosa más importante y no me deja ver cuando la relación humana sufre.

Cabezona.

Esta necesidad de tener siempre la razón genera problemas con la autoridad. Esta se basa en la jerarquía, aquella en la superioridad de estar en lo cierto, característica consubstancial a la persona iracunda.

Durante muchos años no he podido aceptar ningún maestro, verdadero o no.

Mi intención de fondo y automática era probar y mostrar que está equivocado.

No hay que olvidar que tengo una gran dificultad para reconocer la autoridad de quien me es jerárquicamente superior.

La empresa de tener siempre la razón requiere grandes esfuerzos y el uso inteligente de las más variadas artimañas: discusiones, justificaciones, polémicas… El E1, más que convencer, vence por su dedicación extenuante que provoca el abandono del adversario y el deterioro de sus relaciones con él.

He trabajado en tres juzgados y de los tres me despidieron por discrepancias o discusiones con los jueces o secretarios.

Si alguien no está de acuerdo conmigo, intento justificar mi punto de vista, el aceptar otra opinión sin más me es casi imposible.

Frecuentemente me meto en discusiones polémicas extenuantes para llevar la razón.

3.7 Rigidez junto con la carencia de flexibilidad y espontaneidad

El control, la necesidad de tener razón y el esfuerzo confluyen en producir un carácter rígido. No hay medias tintas. Los extremos son más fáciles de manejar que los intermedios y los matices. En las relaciones se traduce como dureza de corazón. La defensa neurótica de los principios prevalece sobre la atención a las personas.

No me sentía libre para tratar el caso como quería, como si no hubiese una vía media entre expresar con demasiada fuerza mis argumentos y dejarlos correr.

La dureza de corazón y de los sentimientos, por los que «me ha sentido poco cerca emotivamente y no suficientemente interesado por ella».

La rigidez de mi carácter ha mantenido una excesiva distancia entre mí y los demás, hasta llegar a infundir respeto y ser considerado por muchos como frío, quisquilloso y presuntuoso.

La rigidez se contradice con el cambio y la flexibilidad. La ira, sustentada a menudo por percepciones erróneas, tiende a reafirmarse en sus planteamientos, que considera seguros. La flexibilidad es vivida por la persona iracunda como un peligro de descontrol y de pérdida de referencias.

Yo tampoco me permito ser muy cambiante con mis opiniones.

No me permito ya ser flexible.

Exageradamente concienciosa, escrupulosa, inflexible en lo moral, manifiesto rigidez y testadurez.

Las características de rigidez y falta de flexibilidad inciden negativamente en la espontaneidad. La expresión natural queda constreñida y encarrilada. Los impulsos permanecen inhibidos.

Seriedad y rigidez, falta de auténtica espontaneidad en las relaciones.

El E1 es inhibido y poco espontáneo, como para ser considerado el más rígido de entre los eneatipos.

REPERCUSIÓN DE LA IRA EN EL ÁMBITO DE LAS RELACIONES

La pasión de la ira

La pasión del E1 recibe el nombre de ira y rabia. No se utilizan otros sinónimos como cólera, enojo, enfado, furia, irritación, arrebato… El subtipo conservación en sus dos versiones lingüísticas indica la ira como rabia controlada.

La ira surge al experimentar la resistencia que presenta la realidad en ajustarse al mundo ideal. Carece de aceptación de las cosas tal como son dadas, porque se las filtra a través de un mundo ideal.

Este eneatipo tiene dificultad de acceptar las cosas así como son, es como si tuviera un modo ideal y justo a través del cual hiciese una traducción y refundición de cada fenómeno que le atañe.

Y la necesidad de retocar las cosas, es decir, la dificultad en aceptar las cosas tal y como son.

Se produce una negación del substrato instintivo (y emocional) de la persona al considerarlo malo y perjudicial. Esta pérdida parcial del sí mismo engendra rabia y enojo. Se pierde el sentido dionisíaco de la vida y se aboca a la represión, al control y a un esfuerzo inagotable.

Una visión ideal de sí mismo y de las situaciones produce la necesidad de reformular casi cada cosa, e incluso ir contra sus propios impulsos y tendencias más fuertes y naturales.

Miedo a sentir y a experimentar con mi vulnerabilidad y sensibilidad.

Los impulsos son malos, no son de fiar, hay que controlarlos, por tanto todo depende de que yo me esfuerce mucho, que me controle, que controle lo de fuera y que me proponga con toda mi alma ser mejor persona, solo así lo conseguiré.

Cada subtipo vive a su modo la pasión de la ira. El celo del sexual, tal como indica su etimología, implica ardor, hervir. En el social, rigidez e inadaptación. En el conservación, más velado, preocupación y angustia.

Sexual: La rabia está dirigida hacia formas de exagerada envidia.

Social: Inadaptación, rigidez, ciertas formas aristocráticas.

Conservación: La preocupación y el ansia de que todo esté bajo control.

Las fijaciones, coloquialmente ideas locas, son distorsiones cognitivas que alimentan y justifican la pasión dominante, situada en el centro emocional. La liberación de los impulsos negados, como la rabia, produce pánico en el E1. Así consigue justificar su represión. Se ilusiona también pensando que su actitud perfeccionista es garantía de obtener amor.

Si libero mi rabia, pudiera acaecer algo incontrolable y prohibido.

Si no me descubren fallos, no solo me querrán, sino que estaré a salvo de toda crítica.

Si me dejo ser, tal como soy o guiada por mis impulsos, nadie me querrá.

La pasión de la ira visualiza la renuncia de los impulsos y deseos, la prioridad concedida sistemáticamente al deber en perjuicio del placer y de la diversión, y el control para que todo sea correcto.

Tengo mucha inconsciencia respecto a mi deseo.

El deber siempre ha estado por encima de la diversión.

Un comportamiento rígido e hipercontrolado, como para llevar una vida bien estructurada y reglamentada.

Los mecanismos de defensa pretenden atenuar la conciencia en todos sus ámbitos o hacerla desaparecer. El más representativo del E1 es la formación reactiva, por la que se sustituyen comportamientos, sentimientos y pensamientos inaceptables por otros opuestos.

El mecanismo que utilizo por excelencia es el llamado formación reactiva, no puede ser otro, pues toda mi energía está en ocultar mi rabia y la indignación e irritación que siento ante determinadas situaciones.

La formación reactiva. Representa el proceso defensivo de base, a través del cual guardo la máscara de una persona de bien y virtuosa.

Me llego a mentir a mí misma.

El perfeccionismo del carácter iracundo busca el amor, su necesidad esencial, a través del merecimiento. No hay gratuidad, sino conquista mediante el esfuerzo y el control de los impulsos que amenazan la conducta ejemplar. La ira es uno de ellos, un auténtico «fuego interior» según Nhat Hanh (2002). Como teme manifestarse, se camufla en una máscara de bondad o se expresa al servicio de causas justas que le dan una salida honorable. Su necesidad de tener razón se ve así satisfecha. Un juez interno se encarga de afianzar los mandatos: «deberías…». La crítica anula la espontaneidad y rigidiza las posturas. El potencial energético de la ira es enorme. Negarlo es una pérdida. Encauzarlo, un desafío.

Liberar la rabia significa dar rienda suelta al instinto y perder por lo tanto el control de la razón y «adentrarse en un territorio» muy arriesgado.

Es injusto que, a pesar de «la bondad y la obediencia» mostradas, no reciba después todo el respeto, el reconocimiento y la admiración a la que tengo derecho.

REPERCUSIONES DE LA IRA EN LAS RELACIONES CONSIGO MISMO

La formulación de las subcategorías mediante la expresión «auto», utilizada en control, crítica y negación, indica que la ira tiene una fuerte repercusión en el propio sujeto que la posee. Su tarea consiste en controlar los impulsos negados. El juez interno y el esfuerzo personal colaboran en ello. No es fácil que la persona iracunda tenga conciencia de su situación.

La rabia hace que yo pretenda siempre el máximo de mí y, por consiguiente, quede a menudo insatisfecho de mis éxitos.

Se verifica una cierta ilusión de no tener problemas y sentimientos hostiles, y evito afrontar lo que hay.

La autocrítica.

La negación de los propios impulsos y sentimientos desplaza la atención hacia un mundo de principios, en el que el E1 se maneja bien. El precio es muy alto porque se abdica de la propia realidad, base para el amor. No hay autenticidad sino rigidez. Se sustituye la espontaneidad por la corrección. La recuperación de las pérdidas instintivas y emocionales cristaliza en un afán perfeccionista. Ni se obtiene lo que se busca, porque es inalcanzable, y se pierde lo se que posee, porque se niega. Resultado: insatisfacción crónica.

Mi atención va a si lo hago bien o mal, es este mi propio reto.

Consuelo a una mujer que es mi rival amorosa renegando de mis sentimientos.

Me siento inquieta y herida por un comportamiento que me parece injusto respecto a mí; sin embargo, el mecanismo de negación de mi sentimiento empieza a saltar, entran en juego exigencias de superioridad y orgullosas y no me autorizo a sentir la herida y salta la máscara de la indiferencia.

REPERCUSIONES DE LA IRA EN LAS RELACIONES CON LOS DEMÁS

Se desglosa aquí el ámbito de las relaciones con los demás en dos subámbitos: a) el amor vivido en la pareja y en la amistad; y b) el trabajo. ¿En qué afecta la ira a estos dos subámbitos?

Amor (pareja y amistad)

La dificultad de la relación íntima para el E1 reside en que tiene que poner en juego los impulsos negados. No vive el sexo con naturalidad sino con el morbo adicional de lo prohibido o con el control rígido que destruye su espontaneidad. Se juzga a sí mismo por la calidad de sus ideales y a los demás por la realidad anodina de sus vidas. El resultado es un sentimiento de superioridad, que destruye una condición básica de la relación amistosa y de pareja: la simetría. Exige el tributo de la admiración, del reconocimiento como la persona mejor y más perfecta. Pero quien ignora los propios impulsos, difícilmente puede reconocer los de su pareja, que se siente más juzgada que querida. Dos códigos de reglas para un mismo juego.

Que sea responsable de sí mismo, atento, cariñoso, etc. Olvidando por completo los deseos e impulsos del otro. Como que no han de tener lugar.

En la relación de pareja, al prevalecer la actitud crítica y la insatisfacción, el otro acaba por sentirse inferior e inadecuado.

La bondad más formal que sustancial, la rara espontaneidad, la dureza de los sentimientos, la seriedad que juzga y separa, la implicación emotiva limitada son algunos aspectos de mi pasión dominante que han condicionado mi vida de relación.

Al compañero le pido sobre todo tolerancia casi ilimitada hacia mí y formas de admiración exclusivas.

La incapacidad de concederme la gratificación y el placer se manifiestan también en relación con los demás, por lo que a veces —en las relaciones de amistad y de pareja— gratifico poco o no doy el reconocimiento necesario a los amigos o a la compañera, porque considero que lo que hacen es sencillamente normal.

En el ámbito del amor, tiendo a ponerme en posición de superioridad revestida de virtud y alimentada desde un perenne anhelo por los altos ideales y por las cosas grandes.

El predominio del amor admirativo en el carácter iracundo se impone a costa de relegar el amor erótico y el amor compasivo. El disfrute del placer queda sometido a las exigencias de una ejecución perfecta. Se desplaza el acento sobre el control y el esfuerzo en vez de favorecer la entrega y la intimidad. La competencia suple la pasión. El deber puede anularla.

La causa profunda entiendo se encuentra en la falta de referencias afectivas estables y profundas. Siento que de aquí deriva la tensión de fondo.

Ahora tengo clara conciencia del enorme rechazo a sentirme vulnerable. Es decir, a reconocer el dolor de fondo.

Dificultad en el autoreconocimiento y reconocimiento del otro en la relación amorosa.

El sentimiento de placer, unido al hecho de percibirme competente y buena, encubría la rabia y el sentimiento de falta de comunicaciones más íntimas y satisfactorias.

En la pareja me cuesta muchísimo dar satisfacción a la compañera cuando hace algo por mí.

Trabajo

Perfeccionismo, crítica, esfuerzo y control garantizan que el E1 realice un trabajo bien hecho. Su fiabilidad y competencia alimentan su sentimiento de superioridad. Sentimiento que le genera dificultades con la autoridad, asunción de numerosas responsabilidades, reparos a la hora de delegar y sujeción a su función profesional. Esta última característica le protege de tener que afrontar sus sentimientos y su implicación emocional en el trabajo, que constituye una auténtica válvula de escape. La acción consume energías y distrae del mundo pulsional.

Como me cuesta tanto reconocer que he hecho algo mal, me exijo un trabajo impecable, lo cual significa hacer muy a menudo los trabajos más minuciosos de lo que se me ha pedido, empleando mucho tiempo.

El trabajo ha sido mi válvula de escape: siempre he procurado ser autónomo en mis actividades y hacer las cosas a conciencia.

Suelo cargarme de responsabilidades, me cuesta delegar, pero exijo que todos cumplan a la par que yo y me pongo muy crítica si no lo hacen a mi manera o no me gusta el resultado.

En fin, especialmente en el trabajo, exijo mucho de los colegas y tiendo a criticar y corregir sus comportamientos de un modo manipulativo amable.

En el ámbito del trabajo llevado al respeto de las jerarquías y a relaciones más bien formales y profesionales, sobre todo con los subordinados, raramente he salido del rol profesional.

No tener jefes —cuando los he tenido han sido frecuentes las discusiones.

El afán de una tarea bien hecha reclama un buen control. El E1 lleva a cabo su trabajo de acuerdo con sus exigencias, pero cuando en él se implican otras personas se dispara la crítica, la corrección, las insinuaciones, que son demostraciones de la falta de confianza en los demás. Por ello, la delegación es difícil. Para mejorar el rendimiento, se evitan implicaciones afectivas y la autocrítica desemboca en la insatisfacción pese a los buenos resultados.

Con los compañeros de trabajo y amigos hago igual, pero me controlo más esas reacciones tan bruscas, intento abarcar yo todo lo que puedo, es la mejor manera de que se haga como creo que es mejor, y si lo hacen ellos siempre creo que se puede mejorar.

El sentimiento de placer, unido al hecho de percibirme competente y buena, encubría la rabia y el sentimiento de falta de comunicaciones más íntimas y satisfactorias.

A pesar de llevar muchos años trabajando y —muy habitualmente— ganar los asuntos, no guardo memoria de haber quedado totalmente satisfecho con algún caso.

Por la preocupación de tener todo bajo control en el trabajo, de disfrutar siempre del respeto de todos y de no arriesgar ser menos justo e imparcial, he estado muy atento para evitar implicaciones afectivas.

Global: amor (pareja y amistad) y trabajo

El indicador que más destaca en el ámbito de las relaciones con los demás (pareja, amistad y trabajo) es el sentimiento de superioridad, que para mantenerlo es necesario un (auto)control al servicio del orden, de la norma, del dominio de los demás y, si es caso, de la manipulación. La superioridad en las relaciones comporta inevitablemente la inferioridad de los demás, que el carácter iracundo consigue mediante la crítica, el esfuerzo, la rigidez y la necesidad de tener razón. Si el E1 no entra a fondo en los aspectos negados de su ser, las relaciones humanas serán formales. El primer paso es tomar conciencia de su situación personal.

REPERCUSIONES DE LA IRA EN LAS RELACIONES CON LAS COSAS

En el ámbito de las relaciones con las cosas, se han elegido dos elementos de interés que son analizados como subámbitos:

  1. el dinero y la propiedad;
  2. la naturaleza y la ecología.

Observar las repercusiones que el iracundo tiene en ellos no es tarea fácil y se ha dispuesto de un número menor de unidades conceptuales para su estudio, pero no por ello carentes de significado.

Dinero y propiedad

Los subtipos indican matices frente al dinero y a la propiedad. El sexual defiende el espacio propio; el social lo enfoca como poder, y el conservación lo vive como respeto y se distancia del materialismo. Más allá de estas tonalidades, predomina en todos ellos el (auto)control y la rigidez. Subyace una minusvaloración general porque los aspectos materiales se alejan del mundo ideal y de la esfera de los principios. El carácter iracundo utiliza los medios con austeridad. El E1, desde la óptica de la justicia, puede solidarizarse con los más pobres a partir de posturas beligerantes.

Propiedad: ¡ojo en donde pisas! Si he tomado terreno, ya sea en la piscina o en la oficina, como me lo invadas protesto a veces desproporcionadamente.

Me cuesta aceptar el libre albedrío del otro en mis cuatro paredes. Ha de cumplir mis normas.

He entendido que las cosas, las propiedades, el dinero han sido los medios más idóneos para demostrar la capacidad y el poder personal.

Me reconozco cierta tacañería o, mejor, con dificultades para disfrutar de las cosas que yo mismo he conseguido o me he creado.

He rechazado y reprimido durante años mi interés por el dinero, quería seguir ideales, proyectaba mis aspectos más materialistas sobre los demás, dirigía sobre ellos una especie de desprecio.

Desde hace poco puedo ver el dinero como un medio, para mí estaba siempre en conexión con un sentimiento de vergüenza y de suciedad.

El (auto)control afecta al dinero y a las propiedades, de manera sutil: crítica a una mala administración, rechazo a contraer deudas, participación distributiva en los gastos compartidos, dificultad en desechar y tirar cosas, conservación de objetos con valor sentimental, desinterés por el cambio… Estas conductas reafirman la imagen de corrección y superioridad.

También me cabreo con la gente que siempre se está quejando de que no tienen dinero, pienso que no saben administrarse y que es exclusivamente su responsabilidad, si tengo mucha confianza con ellos lo que suelo hacer es que les digo formas de administrarse o cómo lo hago yo, o cómo me ha servido a mí y qué es lo que podrían hacer para mejorar su situación.

Cuando lo he pedido [el dinero], la sensación de angustia y de deuda es tan grande que me hacen devolverlo rápidamente.

Hago lo posible para no tener deudas (no compro nada a mensualidades) y, si tengo una, trato de pagarla lo antes posible.

Exijo mucha precisión cuando —por ejemplo, en el restaurante con los amigos— es necesario dividir la cuenta entre los comensales.

Hasta tengo dificultades para tirar alguna cosa, incluso cuando ya no me sirve.

Tengo un reloj de pulsera que me regalaron mis padres para mis quince años. Como funciona todavía muy bien, no he pensado en cambiarlo, aunque tenga ahora casi diecinueve años.

Naturaleza y ecología

La naturaleza y la ecología, en la medida que estén incontaminadas, reflejan aspectos del mundo ideal, muy valorados por el E1. Las relaciones con ellas están presididas por la responsabilidad, el control, el sentido del deber, las normas éticas y el valor de la solidaridad. La austeridad en el uso de las cosas que la persona iracunda lleva a cabo predomina sobre el placer.

Naturaleza: allí todo está bien, tal cual es, maravilloso. Me relaja mucho.

Como soy muy responsable y me esfuerzo en ser una buena persona también lleva implícito ser una buena ciudadana, cumplir con las normas, la naturaleza…

Como me cuesta complacerme, empleo las cosas de una manera morigerada y tiendo a gastar poco.

Para mantener mi imagen de virtud he praticado una cierta sobriedad y limitación en las compras.

Me adhiero a la cultura ecológica preocupado por las consecuencias cada vez más graves del desequilibrio y degradación ambiental y de la injusticia social del mundo.

La relación que el E1 mantiene con la ecología no es apasionada, pero muestra una característica básica. Pone de manifiesto una conducta ejemplar que respeta las normas más elementales. Quienes no las observan, son objeto de rabia contenida y de crítica justificada.

Con respecto a la naturaleza: soy de las que separa la basura, recicla… y no entiendo a la gente que no lo hace, o a los que sacan la basura al contenedor antes de hora.

En casa trato de utilizar poco detergente para el lavado y la limpieza, para no contribuir exageradamente a la contaminación de las aguas.

He reducido mucho mis compras de carne para no sostener con mi consumo las inaceptables políticas de violencia y explotación de los animales con la finalidad exclusiva del mercado.

Global: dinero y propiedad / naturaleza y ecología

El orden de la naturaleza debe respetarse. Una actitud descontrolada frente a la misma conduciría al caos. Todos los bienes materiales, incluido el dinero, deben ser utilizados con responsabilidad. Siempre son perfectibles la actitud y la conducta de las personas frente a las cosas.

REPERCUSIONES DE LA IRA EN LAS RELACIONES CON DIOS, LO DIVINO, LO TRASCENDENTE

Este último ámbito tiene su particularidad. Cada persona entrevistada se ha podido posicionar personalmente ante Dios, lo divino, lo trascendente. Las observaciones no se enfocan desde una religión concreta o desde una confesión determinada.

a. La búsqueda de perfección y el amor admirativo explican la apertura genuina del E1 hacia el mundo divino y trascendente. La persona iracunda experimenta «la protección de lo sagrado» (Grün, 2003b).

Creo en lo divino en forma de autorrealización.

Siempre he sido muy espiritual y en épocas incluso muy metida en lo religioso, me gusta leer sobre las diferentes religiones y siento mucha admiración y curiosidad ante todo lo trascendente.

Me siento en un estado de búsqueda y deseo abrirme a la confianza y a la dimensión de lo divino.

Creo en la existencia de lo transcendente, que para mí es el Dios de los cristianos católicos.

b. La dimensión moral de la vivencia religiosa es muy importante para el E1. No se desprende tanto de su fe como de su carácter perfeccionista, controlado y rígido. Puede volverse obsesivo y escrupuloso.

Una vez algo esté codificado como bueno o correcto, ya me siento adjudicada a ello.

También en hacer las cosas, más por obligación que por gusto.

Eso deriva de la tendencia al perfeccionismo y a la observancia escrupulosa de normas y principios. El resultado es que aparezco una persona educada y cortés.

c. La rabia del E1, cuando está al servicio de causas nobles, se transforma en furor sagrado, capaz de sembrar un campo de cadáveres en nombre del amor. Se siente copartícipe de la justicia divina.

La rabia y la ira se manifiestan principalmente en una especie de furor sagrado destructivo, pero que se transforma en servicio hacia los demás.

La racionalización de la ira. Continúo en mantener una imagen virtuosa aunque convive en presencia de sentimientos y comportamientos hostiles o de rabia expresada, mientras tengan una justa motivación y defiendan principios elevados.

El perfil del fariseo se ajusta a la vivencia que el carácter iracundo hace de la religión: «¡Oh, Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano» (Lc 18,11). Hay amor admirativo y apertura formal a lo divino, junto con un innegable sentimiento de superioridad. Añade: «Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias» (Lc 18,12). No se vive la fe como gracia sino como conquista, esfuerzo y merecimiento personal. Dos pequeñas notas a las frases que siguen: la conexión del instinto (especialmente la sexualidad) con lo sagrado y Dios es objetivo de ira porque no ha hecho el mundo suficientemente perfecto. Muy propio del E1.

Me siento admirador y soy atraído por lo divino más que por los seres humanos o las cosas y ante esto soy reverente con confianza y obediencia.

Advierto la importancia de mi instinto y cómo me puede guiar hacia lo sagrado.

La convicción de tener pensamientos justos, honestos y comportamientos éticos me hace creer que estoy en línea con la voluntad de Dios.

Muchas veces descargo toda mi rabia y mi ira sobre él [Dios] y le reprocho que no vaya todo mejor con lo que yo me esfuerzo.

Miro bien si son charlatanes (maestros) o no, o si alguna religión está repleta de «debes y no debes».

La abdicación de los propios sueños y fantasías y el reconocimiento de la impotencia del esfuerzo personal, junto con la experiencia de la desesperación y tristeza, conducen al iracundo a la rendición. Estas experiencias sanadoras evidencian una característica fundamental del E1: la falta de entrega y confianza en Dios. El control, el esfuerzo, el afán perfeccionista y la rigidez obstaculizan, en vez de propiciarla, una experiencia profundamente religiosa. Aquí la victoria es la rendición.

Cuando me siento muy desesperada y triste le pido ayuda, como a un padre amoroso que todo lo puede, y me confío a él, en vez de seguir esforzándome.

Recuerdo estar en el retiro, en una situación de dolor físico tremendo y yo seguía esforzándome en hacer y cumplir con mi tarea, hasta que me tiré al suelo, dejé de hacer la dichosa tarea y me rendí, a Él, a su voluntad, a mi dolor y a mi llanto.

San Juan de la Cruz (1955) describe tres manifestaciones de la ira espiritual: a) quienes reaccionan airadamente cuando se acaba el sabor y el gusto por las cosas espirituales, como cuando al niño le apartan del pecho; b) quienes se aíran contra los vicios ajenos con cierto celo desasosegado, les reprenden con enojo haciéndose ellos dueños de la virtud; y c) quienes se aíran contra sí mismos ya que querrían ser santos en un día y que, a medida que hacen mayores propósitos, caen en una espiral sin fondo (cap. 6). El perfeccionismo espiritual tiene sus propias trampas. En vez de servir a la virtud, agudiza la fuerza del ego.

El perfeccionismo y la atracción por los altos ideales, una vez recuperada la dimensión espiritual, han corrido el riesgo, por un lado, de que esta aspiración fuese utilizada para obtener el ego más grande y más perfecto; por otro lado, que el recorrido hecho fuese una vía de huida de las frustraciones de la vida cotidiana y de las intolerables imperfecciones de la realidad terrena.

Sensible al camino espiritual como perfeccionamiento y como acreditación de una superioridad en la virtud, he comprobado que, poco a poco, me separaba todavía más de mis semejantes en vez de acercarme a ellos y amarles.