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DARLING

He soñado con la oscuridad.

No con la noche, en la que las estrellas y la luna arrojan sombras, sino con una oscuridad que todo lo consumía y que devoraba, retorcía y cambiaba a una chica hasta convertirla en algo diferente, algo desafiante y monstruoso. Se abría paso por el abismo con las demás mujeres de su casa (hermanas, madres, primas y amigas) que, una a una, iban desapareciendo hasta que solo quedaba ella. Para cuando se daba cuenta de que había salido de aquel hoyo, sus ojos ya habían aprendido a vivir sin la luz y a amar el consuelo frío de las sombras. Así que lloraba entre los brazos de quienes la habían liberado. No porque estuviera triste, sino porque sus pobres ojos dañados no sabían qué hacer ante el brillo del sol.

Cada noche antes de una batalla, sueño con mi niñez, lo que, si tenemos en cuenta que Pyrlanum lleva sumido en esta guerra sin sentido desde antes de que pueda recordar; es decir, mucho. Puede que luchar sea un rito de iniciación, uno que me parece menos triunfal cuanto más tiempo pasamos en combate, pero mis sueños me resultan tan familiares que se han vuelto reconfortantes y angustiosos en igual medida. Por suerte para mí, aprendí a hacer las paces con el miedo hace tiempo.

—¡Darling, atenta!

Un cuchillo me pasa volando junto a la cara, lo bastante cerca como para hacerme una raja en la piel marrón oscura de la mejilla y llevarse un trocito de oreja. Un rizo que había conseguido escapar de los dos moños que llevo en la nuca cae al suelo. No suelto una palabrota ante el repentino brote de dolor; tan solo me giro a la espera de la siguiente hoja, lista para desviarla con una de mis dagas.

—¿En serio, Adelaide? ¿Cuando falta tan poco para la batalla? —digo mientras reprimo un suspiro.

Adelaide Seabreak, mi hermana adoptiva y Segundo Vástago de la Casa del Kraken, me sonríe desde la otra punta de la cubierta del Tentáculo Espinoso, la nave insignia de la flota del Kraken. El viento hace que la larga melena castaña se le agite en torno a la cara y, aunque tiene la piel bronceada, no luce un tono marrón tan oscuro como el de la mía. Dicen que todos los miembros de la Casa de la Esfinge tenían la tez del mismo marrón que el cuero de sus apreciados tratados, pero no hay nadie que pueda verificarlo. Yo soy la única que queda.

—¿De qué otra manera se supone que voy a lograr que no acabes empantanada por la melancolía?

Está de pie en posición de disparar, con las piernas separadas a la altura de los hombros y los pies plantados con firmeza sobre la cubierta del barco. En la mano izquierda, la que está maldita, sujeta otro cuchillo arrojadizo y su postura destila arrogancia y una bravuconería ganada a pulso. Algún día, debería convertirse en la regente de su casa y ocupar el puesto de su padre, pero el hecho de que sea zurda desbarató ese sueño antes de que pudiera empezar siquiera. «Tocada por el Caos», susurran todavía las viejas chismosas cuando Adelaide está cerca. Incluso en la Casa del Kraken, las viejas supersticiones de Pyrlanum controlan el futuro de todo el mundo.

Al menos ella tiene una Casa a la que llamar propia.

—Ahora no. Además, ¿no tienes un plan de batalla que revisar?

No tengo el ánimo necesario para aguantar su buen humor y me levanto del montón de cuerda sobre el que estaba recostada. Quería una siesta rápida, un breve descanso tras un día cargado de emociones, no una pelea de cuchillos improvisada.

—Ay, no seas así. De verdad, Darling, tampoco es como si tuvieras que preocuparte. ¡Mira! Tu don ya ha hecho que vuelvas a estar preciosa.

Inconscientemente, me toco la mejilla. El corte ha desaparecido y en su lugar solo queda el rastro de una costra. Mi habilidad para sanar me convirtió en una leyenda entre los Tentáculos de la Casa del Kraken desde el momento en el que me encontraron y despertó en ellos tanta especulación como admiración. Después de todo, ¿cómo era posible que la chica con el don para sanar tuviera unos ojos tan dañados? Incluso ahora, tengo que llevar unas gafas protectoras de cristal oscurecido porque el sol, que se está poniendo, todavía está demasiado alto en el cielo como para que pueda quitármelas.

La sensibilidad a la luz de mis ojos es una señal visible de que mis dones tienen sus límites: no soy invencible.

Me pongo en pie y me dirijo hacia la proa del barco, haciendo caso omiso de los comentarios trillados y las disculpas a medias de Adelaide. Quiero a mi hermana aunque no tengamos la misma sangre. Me adoptaron como miembro de la Casa del Kraken después de que Leonetti Seabreak, el Kraken regente, me salvara de la oscuridad de las alcantarillas de Nakumba hace siete años, cuando yo tenía diez. Sin embargo, a su hija le encanta insistir e insistir hasta que encuentra tus límites. No es más que su naturaleza: como el agua, fluye en torno a una persona hasta hallar sus puntos débiles.

El problema es que, mucho antes de revelar mis debilidades, habré atacado, y matar a Adelaide no sería una opción ni aunque quisiera hacerlo. Así que, tal como llevo haciéndolo muchos años, prefiero alejarme de su insistencia en lugar de darle alas.

—No le hagas caso. Lo único que le pasa es que siente la presión de la misión de esta noche.

Gavin Swiftblade se acerca a mí con una sonrisa. El viento le revuelve el cabello de un tono rubio arenoso y se lo aparta de los ojos azules brillantes de manera distraída. El sol le ha dejado pecas en las mejillas pálidas, lo que le da un aire angelical. Sin embargo, es todo una mentira; he visto a Gavin clavarle un cuchillo entre las costillas a un hombre sin el menor atisbo de remordimiento. Era de esperar. Después de todo, los Swiftblade fueron respetados asesinos antes de darle la espalda a la Casa del Dragón y desafiar al Alto Príncipe Regente para luchar junto a la Casa del Kraken.

—Que el Caos me dé fuerza, ¿estás excusándola? Todos notamos la presión, Gav. Eso no significa que pueda tomarse la libertad de ser una idiota —digo.

—Te he oído, Darling —replica Adelaide, a pesar de que mantiene las distancias. Sabe que es mejor no provocarme cuando estoy de mal humor y, esta noche, los recuerdos tiran de mí con demasiada fuerza como para sonreír ante sus burlas amables.

A pesar de que hemos echado el ancla a unos pocos kilómetros de la costa de Lastrium, no se ve demasiado del litoral. Se trata de una ciudad portuaria normal y corriente con poco valor estratégico, pero los espías de la Casa del Kraken nos han indicado que, en algún lugar de la casa del gobernador, tienen cautivo a Leonetti. En algún momento de la semana pasada, mientras mis Tentáculos y yo arrasábamos asentamientos del Dragón por toda la costa oriental, secuestraron a nuestro regente, lo que nos obligó a circunnavegar los páramos del sur para llegar hasta aquí, la costa occidental del país. Fue un viaje duro, pero Tentáculo Espinoso es rápida, pues fue construida más para el contrabando que para la guerra, lo que, con la ayuda del don para los vientos favorables de Adelaide, hizo que completáramos el trayecto en días en lugar de semanas. Ahora, tenemos que llegar hasta Leonetti antes de que los malditos Dragones lo trasladen.

No tengo muchas esperanzas de volver a ver a mi padre adoptivo con vida. Esta guerra, tres veces maldita, tiene tendencia a arrebatarte todo lo que amas para convertirlo en cenizas.

Por un instante, vuelvo a estar atrapada en el jardín de mi infancia. Mi madre grita mientras uno de los Dientes del Dragón, soldados de élite que, básicamente, cumplen el mismo propósito que los Tentáculos de la Casa del Kraken, le separa la cabeza del resto del cuerpo. El último recuerdo que tengo antes de que alguien me tomara en brazos y me empujara hacia un pasadizo que comunicaba con los túneles de Nakumba es del arco carmesí de su sangre salpicando sus floreternas. En el recinto de mi niñez, solían vivir más de cien mujeres y niños.

—¿Vamos a despellejar a unos pocos Dragones o qué? —dice Alvin Kelpline antes de escupir por la borda mientras se apoya en la barandilla de la cubierta junto a Gavin y a mí.

Alvin es un mozo de cubierta y tan solo tiene trece veranos, por lo que es demasiado joven para formar parte de los Tentáculos todavía, pero casi lo bastante mayor como para derramar sangre él solito. Su maraña de rizos negros y sus dientes de conejo siempre me hacen sonreír. Tiene la misma piel olivácea que el resto de la Casa del Kraken, lo que apunta al linaje ancestral compartido que hace tiempo unió a los Kraken y los Esfinge.

—Tú no vas a ninguna parte, pececito —le digo con una sonrisa y haciendo caso omiso del miedo que me asalta cuando pienso en inocentes como Alvin tomando las armas junto al resto de nosotros. Pero lo más probable es que, igual que muchos otros niños, se vea obligado a entrar en batalla antes de estar preparado. Me esforzaré al máximo para asegurarme de que eso no ocurra—. Enséñame tu postura.

Alvin se coloca en posición de disparo, pero tiene los pies demasiado juntos y los hombros caídos. Le ajusto el cuerpo para mejorar su postura y llevo a cabo con él un entrenamiento mientras Gavin le ofrece consejos útiles. Los movimientos, fáciles y familiares, son suficientes para apartar el resto de nubes tormentosas de mis recuerdos, por lo que me pregunto si Adelaide me habrá enviado al chico; siempre se le ha dado bien adivinar mi estado de ánimo.

La sonrisa se me borra cuando imagino a Alvin luchando. Yo tenía su edad cuando le supliqué a Leonetti que me dejara tomar la espada por primera vez. Dos años después, participé en mi primera escaramuza cuando la Casa del Barghest asaltó la casa de campo en la que nos estábamos alojando. Leonetti me lanzó una espada y me exigió que me defendiera.

—Darling Seabreak, si vas a formar parte de mi Casa, tendrás que luchar como una Kraken —me dijo con una sonrisa torcida. Su piel curtida por las inclemencias del tiempo y su cabello canoso y despeinado hacían que pareciera un pirata libertino más que el gobernante de una Casa próspera.

Aquel día, fue la primera vez que maté a un hombre. Después, le han seguido demasiados.

—Yo también lo echo de menos.

Miranda, la hermana mayor (y más seria) de Adelaide, está cerca de mí. Lleva el cabello largo y oscuro recogido en una trenza y la piel bronceada oscurecida con hollín mezclado con aceite. Aunque ambas comparten la misma madre, Miranda no tiene ni idea de quién es su padre biológico. Sin embargo, Adelaide es la viva imagen de su hermana, solo que sin la temeridad. Miranda me ofrece el cuenco con la mezcla de hollín, pero yo niego con la cabeza. Mi piel es lo bastante oscura de forma natural como para no tener que preocuparme por fundirme con las sombras.

—Creo que Adelaide y tú debéis de haber lanzado algún hechizo de sangre prohibido para interpretar mi estado de ánimo —digo para cambiar de tema de conversación mientras empiezo a prepararme para la noche que tenemos por delante. No quiero hablar de Leonetti o de cómo no estábamos allí para evitar que lo secuestraran. En su lugar, me envuelvo el pelo con un pañuelo oscuro y me lo paso por detrás de las orejas.

—¿Magia de sangre? Incluso con las gafas oscurecidas, eres como un libro abierto, Darling. ¿Por qué crees que siempre pierdes jugando a las cartas? —me pregunta Miranda con una carcajada.

Sonrío.

—Porque todos los Seabreak sois unos tramposos.

Ella se encoge de hombros.

—Pero es tan fácil interpretar tu estado de ánimo como leer los manuscritos de los Grifos. Deberías trabajar ese asunto.

—No es un problema cuando estás en medio de la oscuridad.

Miranda vuelve a encogerse de hombros.

—Solo tú pensarías que pasar la vida en la penumbra es la solución para un simple incordio.

Ella lo dice sin mala intención, pero sus palabras me duelen de todos modos. Cuando las cosas han ido mal, mi reacción instintiva siempre ha sido ocultarme entre las sombras. Tal vez por eso me alegré de unirme a los Tentáculos cuando Leonetti me lo propuso el año pasado: ellos reciben alabanzas por merodear en la oscuridad, no reprimendas.

Sin embargo, después de esta noche, se acabó. Me he jurado que se acabó tanta perfidia: los asesinatos, la captura de rehenes que nunca sale como era de esperar, los sabotajes… Pondré fin a todo eso tras liberar a mi padre de acogida. Ya he interpretado mi papel en esta guerra sin fin. Ahora, me haré a un lado y dejaré que otra persona ocupe mi lugar en el escenario. Alguien como Gavin, cuyo apetito por la violencia a veces parece insaciable.

—Nos pondremos en marcha en cuanto se haya ido la luz —dice Miranda, interrumpiendo mis pensamientos—. Gavin y tú iréis hasta la mansión del gobernador. Yo me quedaré en la playa para asegurarme de que la extracción sea impecable.

—¿Estás segura?

A pesar de lo cansada que estoy de las matanzas y las traiciones, hay pocas cosas que me generen más alegría que liderar una misión. Me gusta hacer un buen trabajo aunque eso me suponga demasiadas noches sin dormir.

—Claro que sí. Él tiene la invisibilidad y tú la sanación. Mi don con los venenos no servirá de mucho en una misión de rescate y a los demás los he enviado a investigar los almacenes que hay junto al muelle, así que solo quedamos nosotros tres. Yo os esperaré con el bote para que podamos marcharnos rápidamente. —Me apoya una mano fría en el brazo desnudo—. Pero quiero que tengas cuidado. No quiero perder a otro miembro de mi familia esta noche.

Gavin aparece a nuestro lado y sonríe al ver que nos hemos sobresaltado.

—¿Estás de broma? Si alguien se interpone en nuestro camino, Darling los hará pedazos. Estarán muertos antes incluso de darse cuenta de que han perdido la cabeza.

Por razones obvias, él también ha rechazado el hollín. Me guiña un ojo antes de desaparecer de nuevo y yo pongo los ojos en blanco ante la manera en la que presume de su don. Si el mío no necesitara de cierta cantidad de dolor, tal vez yo también estaría más tentada de presumir.

Mientras Miranda repasa los parámetros de la misión una vez más, dejo que mi mente divague. El sol, grande y redondo, está bajo en el cielo y parece temblar gracias a la forma en la que la luz se refleja en el mar. Aunque tal vez solo sea producto de las gafas de protección oscurecidas que llevo. De todos modos, a este mundo no le queda mucha luz del día y estoy ansiosa por levar anclas y partir. En breve, podré quitarme las gafas y moverme en la oscuridad, donde seré yo la que tenga ventaja.

Esta noche, mataré a cualquiera que se interponga entre mi padre y yo.

Y, después, depondré las armas de una vez por todas.