Orígenes e historia

El término bullmastiff, acuñado para este molosoide británico leonado o atigrado, es la fusión de los nombres de los dos mastines más antiguos que los ingleses consideran autóctonos y cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos: el bulldog y el mastiff.

De sus antepasados, el bullmastiff ha heredado las mejores cualidades, o mejor dicho, las más adaptables a la convivencia con el hombre moderno. No es tan imponente, pesado y corpulento como el mastiff y es más grande que el bulldog, un perro que hoy en día es casi exclusivamente de compañía. El bullmastiff mantiene la complexión propia de los perros de guarda, es más potente y majestuoso que el boxer, por ejemplo, y más rápido y reactivo que el mastiff.

Todas estas cualidades lo convierten en un animal de gran planta que domina el territorio, rápido de reflejos y muy eficaz en aquellos casos en que deba defender. Sin embargo, también puede ser un excelente compañero para las actividades de tiempo libre.

El bullmastiff es uno de los perros más equilibrados que se conocen: nunca tiene reacciones incontroladas y se muestra muy cariñoso con los niños, a los que trata como si fueran sus propios cachorros. En casa no molesta y, a pesar de sus grandes dimensiones, no impide el paso. Se hace querer como el mejor perro de compañía y es muy sensible tanto a las felicitaciones como a las reprimendas.

Por ello, no puede vivir en una caseta aislada y mucho menos atado a una cadena. Por el contrario, debe permitírsele entrar en casa y participar en la vida y las viscisitudes familiares. Sólo así se podrán apreciar todos los matices de su carácter. Vivir con un perro que se adapte a nuestro estilo de vida es una de las mejores experiencias humanas.

Una pareja de los dos colores básicos de la raza. Propietario: Ferramosca (fotografía: Badodi)

La historia antigua

La historia de la raza bullmastiff se divide en dos partes: la historia antigua, rica en alusiones a perros de media sangre mastiff y a mestizos de bulldog y mastiff, y la moderna, que abarca los últimos setenta años y que empieza con una serie de apareamientos estudiados y programados para obtener una raza homogénea que pudiera ser reconocida oficialmente.

El bullmastiff fue considerado una raza independiente en 1924, cuando fue inscrito oficialmente en el Kennel Club (organismo oficial de la cinofilia inglesa).

Antes de esta fecha, los mestizos de mastiff, además de ser identificados con el nombre actual, recibían los nombres de large bulldog («bulldog grande»), mongrel mastiff («bastardo de mastiff») y keeper’s night dog («perro guardián nocturno»). En cualquier caso, lo cierto es que antes de su reconocimiento existían unos perros que presentaban características comunes al mastiff y al bulldog.

Estos perros se conocían en las islas británicas desde tiempos inmemoriales, y sobre sus orígenes sólo pueden formularse hipótesis.

Como en otras partes del mundo, en las islas del mar del Norte el hombre quiso tener perros de talla grande que actuaran como guardianes, lo cual representó en cierto sentido una primera selección en la que se prefirieron cánidos domésticos más grandes y más agresivos con los extraños.

Más tarde, los fenicios llevaron a las islas perros de procedencia asiática que pueden considerarse los antepasados de una rama de molosos que vivían en las actual Turquía y en Oriente Medio. Con toda probabilidad, los molosos asiáticos, que tampoco debían constituir un grupo homogéneo desde el punto de vista morfológico, aportaron a los perros guardianes una notable huella molosoide: osamenta, corpulencia y anchura de cráneo. En la evolución del moloso autóctono británico también contribuyeron los perros de guarda de los celtas, también originarios de Oriente Medio o del continente.

Es evidente que durante la época de la conquista que llevaron a cabo las tropas romanas de Claudio (49 d. de C.) había un determinado número de molosos repartidos por toda la isla. Para hacer frente al invasor, los britanos habían entrenado a un buen número de molosos, a los que azuzaban antes de la lucha cuerpo a cuerpo.

En las crónicas de la época se puede leer que los romanos quedaron impresionados por la fuerza, el ímpetu y la agresividad de los mastines británicos (los pugnaces Britanniae) y constataron que eran bastante homogéneos en cuanto a tipo y pelo. En aquella época ya no había perros molosos de montaña, con el pelo denso y tupido, heredado de los perros asiáticos. La talla era superior a la normal —hay que tener en cuenta que hace dos mil años la estatura media del hombre se encontraba por debajo del metro y cincuenta centímetros—, lo cual significa que el término enorme, referido a estos perros, que se puede leer en las crónicas de aquel tiempo es muy relativo y no se corresponde con la talla del mastiff del siglo actual.

Anexionada Britania al imperio, los romanos llevaron pugnaces a Roma en varias ocasiones, donde se mezclaron con los molosos romanos, empleados como guardianes de los cuarteles y campamentos militares. A este respecto, hay quienes sostienen que el moloso británico intervino en la creación del dogo de Burdeos y del mastín napolitano. Otros, en cambio, creen todo lo contrario, es decir, que los mastines romanos, los antepasados del mastín napolitano, contribuyeron en muy importante medida en la creación o, por lo menos, en la fijación de las características del moloso británico. En la práctica ambas teorías pueden ser válidas sin que ello tenga que resultar sorprendente. Por otro lado, tampoco puede desestimarse la hipótesis de que, siglos más tarde, habría sido introducido algún mastín europeo, portador de una sangre nueva y vital para la futura creación del mastiff, del bulldog y del bullmastiff tal como pueden admirarse hoy en día.

Posteriormente se pasó a definir con el término mastiff a todos los perros de grandes dimensiones, poderosos, desconfiados y capaces de mostrarse agresivos; era un término genérico que significaba «perro de guarda». También se adoptaron otros nombres: además del latino pugnax, los sajones introdujeron el término bandog (de banda, «cadena»). El término céltico costog, muy usado en las islas británicas hasta la Edad Media, era sinónimo de mastín, aunque también de perro de casa, perro de pelea, perro de guarda con cadena y bastardo (para los celtas este término no era peyorativo, ya que aludía a la idea de perro de trabajo).

Todo el mundo conocía la utilidad de aquellos perros, desde los nobles, que procuraban hacerse con los más grandes y agresivos (en muchas ocasiones incluso adiestrados), hasta el vulgo, incluidos los ladrones, enterados de las consecuencias que acarreaba un ataque de estos grandes perros.

La ley galesa de mediados del siglo XIII (Ancient Laws of Wales) concedía el derecho de poseer costog sólo a la clase dominante. Otro término de origen céltico encontrado en varios textos es gafaelgi, que podría traducirse como «perro de guarda y presa».

En cuanto a la palabra mastiff, se cree que deriva del latín massivus («macizo»). Aparece por primera vez después de la invasión normanda, en el siglo XI, bajo el reinado de Enrique II.

En las leyes promulgadas por Enrique III (Forest Laws) se permite la tenencia de mastiff para usos de guarda, si bien en las casas rústicas colindantes con los cotos de caza del rey se les tenía que amputar tres dedos de cada extremidad anterior para impedirles la carrera. Con esta medida se pretendía combatir la caza furtiva, muy practicada a causa de la falta de medios de subsistencia que padecían las clases populares. La caza fraudulenta de ciervos y venados con fogosos perros de presa, que no ladran como los sabuesos, representaba una fuente de alimentos nada despreciable y más si se obtenía a expensas del señor del lugar.

Representación de un bull-baiting fechada en 1820 (colección Audisio di Somma)

Otra utilidad a la que se destinaron los mastines ingleses fue la lucha entre animales.

Esta cruel usanza, arraigada durante siglos, nació de una creencia popular que consideraba que un animal muerto en pleno esfuerzo proporcionaba una carne más tierna. Hace diez siglos era habitual descuartizar las reses al aire libre, para que los futuros compradores pudieran admirar la buena calidad de la carne; para ello muchos carniceros obligaban a su mastín a atacar al bovino atado, que sucumbía por ahogo, si era agarrado por la tráquea, o por hemorragia, si era herido en la yugular. El espectáculo atraía la atención de los campesinos, ya que solía ser poco frecuente.

Para llegar a las apuestas sobre la presa o la cornada del buey sólo había que dar un paso, y se dio: el carnicero comenzó a anunciar en los pueblos de los alrededores la fecha en que sacrificaría una nueva res. Todo aquel que tuviese un mastiff podría participar. Aquellos perros, sin embargo, quizá debido a la alimentación, eran de talla inferior a los ejemplares criados en las propiedades nobiliarias, que nacían después de una meticulosa selección en la que se buscaban características físicas muy desarrolladas y estaban nutridos con dietas muy ricas. Con todo, peleaban bien y rápidamente se ganaron el nombre de bull-dog («perro para el toro»).

Más adelante, se comenzó a diferenciar los mastines ingleses de talla grande de los de talla mediana, y se pasó a denominar mastiff a los primeros y bulldog a los segundos.

Los bulldog anteriores al siglo XIX eran perros de talla mediana, muy fogosos, y todavía no se les había sometido a un proceso de selección que les confiriera el aspecto que poseen hoy en día.

Las referencias a las dos tipologías aparecen con más frecuencia en los escritos de los siglos sucesivos. Cuando se difundieron los nombres mastiff y bulldog, empezaron a aparecer las primeras referencias a mestizos de uno u otro mastín, o a uniones entre ambos. Los mestizajes más comunes fueron entre bulldog y terrier de pelo liso o con sabuesos, y entre mastiff y bloodhound para aumentar la presa y aprovechar la agresividad de los grandes sabuesos.

Bear-baiting en un grabado de Richard Pynson de 1521

Estos perros pueden considerarse, con plena seguridad, los primeros bullmastiff de la historia, aunque es bastante difícil afirmar que su sangre se haya mantenido intacta hasta nuestro siglo y que haya participado en la creación de una raza que ha sabido reunir las mejores características del bulldog y del mastiff.

Es muy importante destacar que mucho antes de que el bullmastiff se reconociese como raza pura y se iniciase la programación de apareamientos entre bulldog y mastiff, en Gran Bretaña ya se conocían y se apreciaban los perros bulldog-mastiff.

LAS PELEAS ENTRE ANIMALES EN EL REINO UNIDO

Bear-baiting (pelea entre oso y perros)

Fue uno de los primeros pasatiempos de este tipo. Se remonta al periodo Tudor y estaba muy en boga en Londres, en donde se criaban osos para estos espectáculos. Los perros usados eran molosos, los primeros mastiff y bulldog.

Los combates se celebraban los jueves en las plazas públicas (el «jueves del oso» era el primero de cada mes). La reina Isabel I instauró incluso la figura del Chief Master of the Bears (o adiestrador de osos), y algunos ejemplares se hicieron tan famosos por su ferocidad que fueron mencionados en algunas crónicas.

En 1642 el bear-baiting fue abolido. Pero con la Restauración (1660) volvió a practicarse hasta el reinado de Ana Estuardo (1702-1714), época en que entró en decadencia. Desapareció hacia la mitad del siglo XVIII.

Bull-baiting (pelea entre toro y perros)

Es el tipo de pelea más antiguo. En el siglo X existían varias formas de bull-baiting en las que incluso participaban hombres.

En 1209 William of Warenne, señor de Stamford, dictaminó las reglas para el bull-baiting, que a partir de entonces se celebraría únicamente con la participación de perros y toros. En aquella época se utilizaban varios tipos de perro, si bien con el paso del tiempo se empleó sólo un tipo de molosoide de tallas mediana y grande al que se denominó bull-dog. Fueron famosos los bull-baiting de Stamford, que tenían lugar la sexta semana antes de Navidad, en el marco de la feria anual de ganado, y que se celebraron durante seiscientos años.

En el reinado de Isabel I, los combates llegaron a gozar del favor de la realeza. Cuando un bull-dog de un cierto valor sufría lesiones porque el toro le fracturaba o le aplastaba una extremidad, se le sometía a operaciones delicadas o se le amputaba a fin de que el animal sobreviviera y por lo menos pudiera tener descendencia.

El declive del bull-baiting se inició en los últimos años del siglo XVIII. En 1802, se presentó una propuesta de ley que contemplaba la prohibición de los enfrentamientos sangrientos entre animales, y fue elevada a ley en 1835. Con todo, las peleas se continuaron celebrando, hasta que el gobierno británico decidió multar las infracciones con 600 libras esterlinas. El bull-baiting desapareció al cabo de pocos años, y los jugadores recalcitrantes orientaron su interés hacia otras actividades parecidas que se celebraban en la clandestinidad con animales de menores dimensiones.

Dog-fighting (pelea de perros)

Al igual que otros «deportes» menores, como el cock-fighting (peleas de gallos), el dog-fighting durante siglos permaneció en un segundo plano. Los contendientes eran molosos británicos, denominados genéricamente bull-dog y mastiff.

La ley de 1835, si por un lado decretó el final de las peleas con animales que atraían al gran público, por el otro estimuló la difusión de este tipo de luchas. Para el dog-fighting se seleccionaron unos perros, definidos como bull-and-terrier, que eran mestizos obtenidos del cruce de bulldog con algunos terriers de pelo corto o raso, más pequeños pero más adecuados para pelear y, sobre todo, capaces de pasar inadvertidos a ojos de los agentes de policía.

Ratting (captura de ratas con perros)

Como el dog-fighting, el ratting se difundió especialmente en el siglo XIX, si bien ya se conocía en siglos anteriores. A diferencia de las otras modalidades, este pasatiempo estaba permitido por las autoridades por la utilidad que suponía la cría y el adiestramiento de perros (terrier) para la caza de ratas y ratones. En 1912 la Royal Society for Prevention of Cruelty to Animals forzó la ilegalización de este pasatiempo.

La historia moderna

La historia moderna del bullmastiff nace gracias a la ilusión de unos cuantos cinófilos ingleses, que compartían la idea de dar a conocer y seleccionar este mastiff ligero. Pueden mencionarse algunos de ellos: J. H. Biggis, que seleccionó bullmastiff desde principios del siglo XIX; J. H. Barrowcliffe, que inició su actividad al comenzar la primera guerra mundial; y W. Burton, experto adiestrador de perros de guarda de principios de siglo.

La campaña de difusión y selección captó rápidamente el interés de los órganos oficiales de la cinofilia inglesa, de manera que la raza fue reconocida por el Kennel Club en el año 1924. En diciembre del mismo año, el Kennel Club dividió el Libro de Orígenes del bullmastiff en dos partes: un primer registro en el que figuraban todos aquellos ejemplares que se consideraban puros —hijos y nietos de bullmastiff—, y un segundo registro que, bajo la denominación AOV (Any Other Variety) incluía perros aparentemente típicos, pero nacidos de cruces.

Esta diferenciación fue de gran importancia para orientar correctamente la selección y para salir del caos en el que se encontraban inmersos los molosos británicos. Unos eran los bullmastiff cross bred («mestizos») y los otros bullmastiff pure bred («criados en estado puro»), cuyos padres y ascendentes hasta la tercera generación eran bullmastiff, sin intervención de ningún bulldog, mastiff u otro perro (Reg. 128 de las Regulations for Registration).

Por ello, y siguiendo este criterio, en 1925 fueron registrados 68 bullmastiff.

El 23 de junio de aquel mismo año fue homologada la primera asociación de raza, The Midland Bull-Mastiff Club; una de las primeras acciones que llevó a cabo fue la elaboración, por encargo del Kennel Club, de un primer estándar oficial del bullmastiff, que se publicó en setiembre del año siguiente.

Izquierda: Ramblin Rosie at Chalfs. Propietario: Bill Warren (GB); Derecho: It’s So Easy of Copperfield a los nueve meses. Propietario: Bill Warren (GB)

Otra efemérides importante es el 4 de enero de 1926, fecha de la fundación de otra asociación de raza: The National Bullmastiff Police Dog Club, cuyo promotor fue S. E. Moseley, un personaje clave en la evolución moderna de la raza.

Moseley obtuvo sus primeros ejemplares de bullmastiff siguiendo un programa muy complejo basado en cruces sucesivos de mastiff y bulldog de pura raza mediante los que procuraba aislar y fijar cada una de las características que debía poseer la nueva raza. Moseley estaba convencido de que era demasiado complicado llevar a cabo un trabajo de selección partiendo de mestizos de los cuales se desconocía la ascendencia en muchas generaciones, ya que de este modo sería muy difícil y laborioso conseguir un ejemplar que respondiese a todos los requisitos y no transmitiese caracteres no deseados a las futuras generaciones. El bullmastiff ideal que buscaba Moseley hubiera tenido que poseer en un 60 % las características de un mastiff y en un 40 % las de un bulldog, por lo que respecta a la estructura, las angulaciones y la expresión.

Sin embargo, a pesar del rigor con el que llevó a cabo la tarea, sus conocimientos de genética no estaban demasiado desarrollados. Para obtener un mestizo de bulldog y mastiff que respetase esta proporción partió de la idea de que cada progenitor aporta al cachorro el 50 % del patrimonio. En realidad era una concepción poco científica, porque no tenía en cuenta el genotipo, que generaliza la capacidad hereditaria de las numerosas características psicomorfológicas que están fijadas en una raza. Moseley argumentó de este modo su proceder: «Partí de la base de que apareando una hembra mastiff con un bulldog sabía que produciría un ejemplar 50/50. Así pues, crucé una de estas hembras con un mastiff macho y obtuve una hembra con un 75 % de mastiff y un 25 % de bulldog que hice montar por un macho 50/50. El producto de esta unión fue una hembra con un 62,5 % de mastiff y un 37,5 % de bulldog. La apareé con un macho 50/50, y la hembra nacida de esta unión fue montada por un macho con un 62,5 % de mastiff y un 37,5 % de bulldog, que me proporcionó un ejemplar que se aproximaba a las proporciones ideales de 60 % de mastiff y 40 % de bulldog. Repetí el mismo proceso con otras líneas de sangre, como un outcross, y fue así como fundé la línea Farcroft y fijé el tipo del bullmastiff. De este modo se consigue fijar un tipo preciso sin criar mestizos de cualquier manera».

Con todo, los resultados que obtuvo fueron más que satisfactorios. Moseley no había dejado ningún cabo suelto ni se había abandonado a la improvisación. Su experiencia como criador de cocker spaniel y de mastiff, que registraba con el afijo Farcroft, garantizaba el éxito de sus tentativas. Cuando inició la selección del bullmastiff, al principio usó para estos el afijo Hamil, si bien lo cambió al poco tiempo a causa del prestigio que había obtenido en sus anteriores labores. La aceptación de sus bullmastiff fue tan grande, que ideó un lema que se hizo famoso: «Los Farcroft son tal como deberían ser los bullmastiff: fieles e intrépidos, pero no feroces. Son lo bastante grandes como para ser potentes, pero no excesivamente grandes como para no ser activos».

Maxtoke Emily of Molosser. Criadores: C. y M. Jones; propietario: Jeans-Brown (GB) (fotografía: David Bull)

Molosser Alexander. Criador y propietario: Jeans-Brown (GB)

El primer bullmastiff, con el que además obtuvo un gran éxito, fue Farcroft Fidelity (nacido en 1921), un macho leonado que en la actualidad se considera el patriarca de la raza y que fue el primer ejemplar inscrito en el registro Stud Book del Kennel Club.

La primera exposición canina inglesa en donde participaron ejemplares de bullmastiff se celebró en Bagnall el 19 de agosto de 1925. Y precisamente en aquella ocasión, fue proclamado Mejor de Raza (BOB) el propio Farcroft Fidelity, que obtuvo así la primera de una larga serie de victorias. Moseley lo retiró de las competiciones unos años más tarde, sin que nunca hubiese sido vencido.

Durante muchos años Moseley produjo bullmastiff de la estirpe que había creado a partir de ejemplares de raza pura, y criticó públicamente a los criadores que utilizaban para la cría ejemplares inscritos en el registro Bullmastiff cross-bred, en un intento de que se erradicara por completo la sangre de bloodhound, dogo, San Bernardo, etc. A pesar de que sus teorías tuvieron muchos seguidores, no hubo demasiados aficionados que se atrevieran a repetir el largo y complicado camino que recorrió para obtener ejemplares de bullmastiff. En definitiva, los Farcroft tuvieron una influencia fundamental en la raza, y a S. E. Moseley se le considera el creador del bullmastiff.

En las dos décadas posteriores a la segunda guerra mundial, el bullmastiff no tenía una estructura tan poderosa como muestran los ejemplares de hoy en día. Tenía el tronco más enjuto, lo cual lo hacía más parecido al dogo que al mastiff (sin tener en cuenta la altura, lógicamente), y la cabeza normalmente era menos pesada, con una proporción entre el cráneo y el hocico de 1 a 1. Con el paso del tiempo, la influencia del mastiff en las nuevas generaciones ha ido siendo más acentuada, si bien los nuevos ejemplares poseen unas líneas más gráciles y estilizadas.

C. Colom Florin

C. Colom Jumbo

El primer ejemplar que se diferenció para adquirir la conformación actual, más próxima a la de nuestros días, fue Tiger Prince (nacido el 21 de junio de 1925), el primer bullmastiff que fue proclamado campeón inglés. Era hijo de un famoso semental, Tiger Torus, que a su vez era hijo de Farcroft Fidelity. Esta fue la primera línea de sangre que dominó los pedigríes de los bullmastiff de los años treinta.

En el ámbito reproductivo, se considera al campeón Roger of the Fenns (1929-1937) el mejor semental del periodo prebélico, descendiente de tercera generación directa masculina de Farcroft Fidelity, y cuya madre era hija de Tiger Prince.

En 1930 se exportó el primer bullmastiff, al que llamaron precisamente Farcroft Export, a Estados Unidos. Este ejemplar fue el primero de una larga serie de exportaciones.

De hecho, hasta que la guerra no concluyó, muchos perros fueron llevados a Estados Unidos, en donde la raza fue reconocida en 1933 por el American Kennel Club. Entre ellos cabe destacar a una perra, Jeanette of Brooklands (exportada en 1936) que se convirtió en el primer bullmastiff campeón de Estados Unidos, y que más tarde volvería a Gran Bretaña, en donde conquistó también el campeonato inglés.

Con el paso de los años el número de aficionados y de pequeños criadores iba constantemente en aumento. El periodo comprendido entre 1939 y 1945 marca un importante descenso de la producción de todos los perros, por motivos obvios. Después, pocos fueron los afijos importantes que tuvieron el empuje y la constancia suficientes para reanudar la actividad expositiva y de cría con una población canina tan drásticamente reducida. Entre ellos cabe recordar los afijos Bulmas, Stanfel, Mulorna y Brooklands, que más tarde pasó a ser Rodenhurst.

Los primeros sementales que destacaron fueron los campeones Billy of Stanfell (n. 1943) y Branch of Bulmas, que generaron muchos campeones ingleses que formarían parte de la historia moderna de la raza; de hecho, los mejores ejemplares de bullmastiff son herederos de estos dos machos.

La segunda guerra había dejado su huella nefasta en otro aspecto importante: el color atigrado. Ya antes la mayor parte de los aficionados se había dedicado al color leonado y a la búsqueda de máscaras mejores, de manera que al término de las hostilidades prácticamente no había ejemplares atigrados. De hecho el color atigrado pudo sobrevivir gracias al gran trabajo desempeñado por el matrimonio Warren.

Los Warren centraron todos sus esfuerzos en recuperar ejemplares válidos, aunque sin éxito. Uno de los poquísimos sementales atigrados, Big Bill of Harbex (n. 1935) era ya demasiado viejo para reproducirse, por lo que los Warren debieron recurrir a un hijo de Big Bill, Highland Laddie, un ejemplar maduro que nunca se había apareado.

Tuvieron suerte, pues en su única camada nacieron los dos futuros sementales atigrados Peregrine of Harbex y Pearly King of Harbex, de quienes descienden todos los atigrados que existen hoy en día. El primer campeón inglés atigrado fue Chips of Harbex (n. 1949), hijo de Pearly King.

Como ya se ha comentado anteriormente, la crisis bélica afectó duramente al bullmastiff porque la raza estaba dando los primeros pasos hacia el reconocimiento oficial y todavía no había alcanzado el mismo grado de popularidad que otras razas, ni en Gran Bretaña ni mucho menos en el extranjero. Sin embargo, una vez superado el conflicto, el bullmastiff despertó el interés de un gran número de cinófilos, y en pocos lustros se difundió por todo el mundo.

Sus cualidades físicas y morfológicas le han permitido adaptarse plenamente al tipo de vida del hombre actual. Posee una rapidez de reflejos digna del mejor perro adiestrado para guarda y defensa; es valiente si la ocasión lo requiere, poderoso y menos voluminoso que el mastiff y el dogo; muestra un corazón de oro con el hombre; es un vigilante perfecto de los niños que se le confían y un gran deportista, además de limpio por naturaleza... En definitiva, puede ser uno de los mejores perros de compañía que pueden tenerse.

Rojo, leonado o atigrado, con una máscara negra que le da un aire de terrible malhumorado, esconde un corazón grande. Así es el bullmastiff.

PEDIGRÍ DE TIGER PRINCE, PRIMER CAMPEÓN INGLÉS

Consideraciones sobre la selección del bullmastiff

No es tarea fácil condensar en pocas páginas la historia de una raza, ya que se corre el riesgo de convertirla en una lista con los nombres de los ejemplares más representativos por sus excelentes cualidades psicofísicas, típicas de los grandes reproductores. Sin embargo, las cualidades físicas no bastan para que una raza se desarrolle, sino que debe atenderse también a la fase reproductiva y la mejora zootécnica que se aporta a la raza.

La dificultad en una selección de alto nivel reside en la detección a priori del potencial genético de los reproductores en activo y en determinar cuál es la hembra más adecuada para un ejemplar. Hay que tener en cuenta que crear una familia que con los años llegue a ser importante no es coser y cantar.

Actualmente suele recurrirse a bancos de esperma y técnicas de inseminación que permiten multiplicar el potencial reproductivo de los grandes sementales y superar determinados obstáculos, como la distancia, la cuarentena o la muerte precoz. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que cada raza sigue su propia evolución y que los mejores ejemplares surgen en un momento determinado de la evolución. De hecho, en el caso hipotético de que se pudiera obtener esperma congelado de Billy o de Stanfell, ¿merecería la pena inseminar hoy en día una buena hembra? Creo que no, porque se retrocedería cuarenta años.

Y, visto desde otra perspectiva, de todos los ejemplares que hoy en día están siendo presentados en las exposiciones, ¿cuál de ellos será recordado dentro de veinte o treinta años por su importancia en la evolución de la raza?

Una última reflexión sobre el bullmastiff en nuestras latitudes: a nuestro país han llegado muchos perros extranjeros, pero no todos han destacado por su calidad. A este respecto conviene realizar algunas puntualizaciones, dirigidas especialmente a aquellos que se han interesado por la raza desde hace poco, y también a quienes, pecando de inmodestia, están convencidos de que ya lo saben todo.

La persona que trabaja con la raza día a día, siempre descubre algún detalle que le puede ser útil. La modestia y la apertura de miras sirven para consolidar los conocimientos, y el interés por otras razas que tengan aspectos en común permitirá ampliarlos.

No basta que un bullmastiff haya nacido en Gran Bretaña, o en otro país extranjero, para que deba ser considerado de calidad.

En este mismo sentido, que un ejemplar lleve el nombre de un afijo de renombre no significa que se le deba valorar igual que a sus ilustres antepasados.

Si realmente se quiere entrar en el mundo de la raza, es importante saber apreciar los defectos de nuestro perro para elegir la pareja más adecuada.

Una espléndida pose del campeón Colom Nelly