INTRODUCCIÓN

«Te digo que hagas esto y lo otro, pero en el campo ve por tu cuenta.» En estas palabras se resume toda la sabiduría del fútbol. Nereo Rocco, maestro indiscutible de un fabuloso Milán que cosechaba triunfos en los años sesenta, solía repetirlas a sus jugadores. Y es que en el fútbol, a pesar de que han sido muchos los que se han dedicado a la ardua empresa de estudiar nuevas tácticas, introducir métodos científicos de preparación o, incluso, de cambiar las reglas, lo cierto es que este deporte continúa apasionándonos porque, afortunadamente, el balón consigue siempre rodar libre, fuera de los esquemas de juego, empujado por la inteligencia, la inspiración y el talento de los jugadores, que siguen siendo imprevisibles aun cuando siguen las instrucciones del entrenador y se esfuerzan por aplicarlas. Si no fuese así, el fútbol se parecería mucho a un videojuego con un número limitado de combinaciones.

Por fortuna, la técnica, antes de perfeccionarse, nace de nociones tan espontáneas como perseguir y chutar un balón, que apasionan a millones de aficionados que lo practican en todo el mundo, ya sea de manera ocasional o regular, o que asisten a los estadios por el placer de contemplar un espectáculo de gran belleza y dinamismo. El fútbol se aprende gracias al instinto. Después, los entrenadores se encargan de convertirlo en una disciplina y los grandes campeones lo transforman en un arte. Evidentemente, no puede enseñarse por correspondencia ni tampoco se puede pretender que un manual dé todas las indicaciones, como si se tratara de un curso de bricolaje.

El talento no puede nacer leyendo simplemente un manual de instrucciones, con el balón en los pies y el libro abierto en la mano, sino que debe desarrollarse con el ejercicio constante. Sin embargo, algunas lecciones de fútbol pueden resultar muy útiles para entender los delicados mecanismos que están en la base de cada recurso técnico y de cada solución táctica; son como un prontuario del que extraer las indicaciones que sirven para corregir los hábitos erróneos. Es por ello que nos hemos decidido a escribirlo. La tarea no ha sido fácil: hemos tenido que poner a prueba nuestros conocimientos y darnos cuenta de que describir la parada de un balón no es tan automático como hacerlo sobre el campo. Siempre hay una coma de más o una palabra que puede sustituirse por otra más adecuada, del mismo modo que en un partido siempre hay un rebote imprevisto o no se acierta cuando se intenta interceptar el balón. La escritura y el fútbol son mundos que todavía esconden muchos secretos.

De este modo, con el pretexto de dar un repaso a las lecciones de juego, se enriquece una parcela más de la propia cultura deportiva, lo cual es un buen motivo para afirmar que este manual, el enésimo sobre el tema del fútbol, no es, en ningún caso, innecesario, ni siquiera cuando se piensa que ya se sabe todo.

El hilo conductor de este volumen, como el de los otros tres que lo acompañan en la colección (Lecciones de fútbol: Driblar, pasar, tirar; El juego de ataque; La defensa y el portero; publicados por Editorial De Vecchi), es la descripción de diferentes técnicas, con referencias al reglamento, a la anatomía, a la salud física y atlética, a la historia y a los resultados actuales, siempre y cuando tengan relación con el tema que se trate.

Antes de tratar el dribbling, los pases, el tiro, la defensa y el ataque, en este volumen nos ocupamos específicamente del control del balón, tan necesario para dominar todas las técnicas del fútbol. De hecho, Pelé dijo que «la felicidad es ver cómo un balón bota», a lo que nos permitimos añadir que es todavía más gratificante ir al encuentro del balón, capturarlo y conducirlo tranquilamente y con toda seguridad, sabiendo que está bajo nuestro control. Este manual se propone explicar cómo se adquiere esta habilidad que permitirá mejorar la técnica y el rendimiento general, tanto a través del conocimiento del propio cuerpo y de las propias habilidades como de los ejercicios para mejorarlas.

Sin embargo, antes de comenzar a explicar lo que para algunos puede ser una puesta al día y para otros un simple repaso, es preciso tener en cuenta algunos principios y recomendaciones dirigidas a los alumnos, los técnicos, los padres y, por extensión, a todos los adultos, sobre todo a aquellos que deben ser escogidos por los diferentes clubes y asociaciones para que organicen el trabajo de la manera más eficaz posible. Sin esta premisa, es inútil enseñar a chutar y llevar el balón. Es necesario ser conscientes de que, además del gol, la meta más importante que debe alcanzarse es el desarrollo personal de quien ama este deporte: no sólo los jugadores, sino también los que están en el banquillo y todos los aficionados.

Al niño-alumno, al entrenador-instructor, al padre-adulto

El deporte para niños resulta ya de por sí muy positivo: es un divertido paréntesis, una válvula de escape, un elemento para el desarrollo de la personalidad, una oportunidad para cultivar la fantasía y la creatividad, un apoyo útil para el estudio, una práctica saludable, una ocasión para socializar y vivir con los demás una experiencia de grupo.

Para una franja de edad más elevada, el fútbol no es sólo una distracción o una agradable interrupción en las tareas del estudio o del trabajo, sino participación constante, sacrificio y renuncia.

Los jóvenes que practican esta disciplina deben ser conscientes de su importancia, tanto desde un punto de vista lúdico como formativo, porque el fútbol ayuda al desarrollo físico y templa el carácter, mediante el respeto de las reglas, de sí mismo y de los demás.

Un buen entrenador es aquel que posee dotes de técnico, de psicólogo y de educador; es aquel que, aplicando sus propios métodos, no presta tanta atención a los resultados inmediatos como a la mejora gradual del jugador. Debe de tener un comportamiento flexible y reconfortante, adecuado a la edad de los alumnos, poseer un entusiasmo notable y mucha paciencia, para evitar la exasperación del juego y la especialización obsesiva en la edad infantil. Es importante también que el tono de la voz sea sosegado y estimulante, y el comportamiento, tolerante y comprensivo.

Compete a los instructores, además, el deber de conducir a los jóvenes hasta una dimensión más humana y menos esquematizada, dejando más espacio a la fantasía y a la libertad de acción.

Los adultos deben ser conscientes de la complejidad de la tarea de los chicos y tratarlos con equilibrio y coherencia, de manera que lo que se espera de ellos no se convierta en una obsesión.

Evitar la improvisación

Cuando se prepara un partido entre amigos todo está permitido, incluso jugar siete contra once y hasta sin portero, pero, en cambio, si se organiza un club de verdad, no se debe nunca actuar de cualquier manera como desgraciadamente todavía está muy extendido. El primer paso para evitar la improvisación, es nombrar un responsable ejecutivo de las secciones inferiores, un dirigente competente para la actividad técnica y para la programación que sirva de mediador entre técnicos y directivos del club. La persona que coordina el trabajo de los empleados, los planes de actuación y los métodos de entrenamiento. La figura que sugiere los objetivos y se ocupa de los controles y las valoraciones.

El responsable de la cantera está llamado a instaurar una relación de estrecha colaboración con todos los directivos y a pedirles un compromiso que vaya más allá de la administración ordinaria, esperando que cada uno encuentre gratificación y satisfacción. Por otra parte, vigila el comportamiento de los socios, para no permitir que caigan en inútiles polémicas. Seguro de su buen sentido y de su carisma, interviene en relación a aquellas personas que expresan su propio y recíproco malestar.

Saber dirigir un grupo no requiere solamente tener capacidad operativa, sino fuerza moral, autoridad para convencer y habilidad para persuadir, siempre con formas agradables, claras y demostrativas. Prudente en los juicios y en los proyectos, un hombre de esta responsabilidad tiene que interesarse por todo pero sin excederse. En concreto, es un directivo que se convierte en portavoz del club, toma decisiones y tiene el conocimiento y la intuición necesarias para mantener una buena relación con los técnicos y los jugadores. Inevitablemente, en su camino comete errores, pero siempre debe aprender de ellos. Lo importante es garantizar credibilidad y continuidad.

El voluntariado, aunque esté alimentado por el entusiasmo y por las buenas intenciones, hoy en día no es suficiente. El servicio que los colaboradores ofrecen con pasión, pero al mismo tiempo con escasa competencia es preciso que esté coordinado por personas cualificadas, capaces de mantener al día a todos los voluntarios (e incluso a los dirigentes). El camino a seguir es el de la formación continua, conducida por un encargado que pertenezca al club, ya que evita la búsqueda de jugadores en otras escuelas o cursos.

Una elección que revaloriza la competencia, mejora a cada una de los integrantes y consolida todo el club. No será poco si se tiene éxito en la tarea.

Con la misma seriedad hay que coordinar un grupo especial de observadores (a los que habitualmente se les conoce como cazatalentos), concentrados preferentemente en la provincia y en la región. Los componentes de esta unidad operativa, que se ocupa de descubrir nuevos jugadores, tienen la tarea de verificar las informaciones de asistentes y colaboradores, que pueden formar parte de una red externa de informadores o estar encargados oficialmente por el club.

Para evitar juicios apresurados e incompletos sobre los candidatos, conviene contrastar los informes recibidos. ¿Pero qué requisitos debe tener un buen cazador de talentos? Tiene que conocer el fútbol, haberlo practicado en el campo como jugador y desde el banquillo como entrenador. Por ello es necesario estar al día, no dudar del propio olfato y estar predispuesto a la colaboración, a fin de ganarse toda la confianza con el resto de componentes del club, puesto que el esfuerzo colectivo está en la base de los buenos resultados. Nunca hay que estar desprevenidos. Como existen distintos términos de comparación y de valoración, es necesario ser prudentes, tanto en los juicios como en la selección.

Para entendernos, el observador debe de poseer cuatro virtudes: la seguridad, la decisión, la paciencia y la capacidad de reflexión.

Aprender también del fútbol femenino

Que programación y organización están en la base del éxito técnico seguro, desde la escuela de fútbol hasta los resultados atléticos, está demostrado por los clubes que han sabido consolidar a un alto nivel el propio trabajo, llegando a ser ganadores. Pero, con esfuerzo, no es nunca demasiado tarde para ponerse al nivel de los mejores sin necesitar para ello demasiados años.

El ejemplo más impactante procede del fútbol femenino todavía hoy menospreciado culturalmente y de un país en el que el fútbol masculino no tiene el éxito que se le reconoce en Europa y en América del Sur. En los campus universitarios, donde seis millones y medio de chicas practican lo que allí se llama soccer (porque con el nombre football, como todos saben, se hace referencia a otra disciplina), nació uno de los más grandes proyectos futbolísticos del siglo: en seis años se formó y entrenó la selección que en 1991, en China, ganó el campeonato del mundo femenino, batiendo a la cotizada y experta selección de Noruega.

En 1985, cuando en Dallas, capital del fútbol (soccer) femenino (se disputó el torneo juvenil más importante del mundo con 100 equipos americanos y 50 extranjeros), el técnico Anson Dorrance se puso manos a la obra, ya que no existía ningún equipo nacional; comenzó desde cero. Estas estudiantes han dado al mundo del balón una gran lección de pasión y de constancia. «Porque es necesario amar con locura este juego, —declaró a la Gazzetta dello Sport—, es necesario vivirlo día y noche al precio de sacrificarse y renunciar.»

El éxito de las mujeres ha enseñado otra cosa aún más importante: el fútbol es una disciplina apta para todos, sea cual sea la talla atlética; seguir afirmando que es un juego masculino es absurdo.

Se quiere añadir que gusta tanto al sexo débil porque es dinámico como las jóvenes modernas. Pero además de un lugar común sería una injusticia delante de la historia. Baste saber que cuando en España el fútbol era todavía una cuestión de pioneros, en Inglaterra, en 1895 un grupo de mujeres valientes y emancipadas fundó el Britush Ladies’ Football Club. Jugaron el primer partido oficial en Crounch End, ciudad al norte de Londres. Quizás estaban ridículas con las cofias de noche para recoger sus cabellos y los largos vestidos que impedían los movimientos ágiles, pero por verlas se dice que acudieron diez mil espectadores.

Citar a las mujeres, que sufren tabúes y prejuicios tan arraigados todavía en la opinión pública, es un acto de respeto hacia las muchas practicantes que juegan al fútbol. Todas animadas por el mismo fuego que las emprendedoras estudiantes de las universidades norteamericanas. ¿Quién ha dicho que hasta el más viril de los jugadores no puede aprender algo de su tenacidad y de su espíritu de lucha?