El primer amor

Recuerdo tener 16 años, mi inocencia estaba a flor de piel, aunque yo no lo reconocía, pues como buen adolescente creía que lo sabía todo acerca de la vida, pero la realidad era que hasta ese momento no sabía lo que era salir de las faldas de mi madre.

Tenía un grupito de amigos con los que solía salir los fines de semana, con ellos comencé a saber lo que era pasar rato con los amigos. Los conocí cuando comencé el instituto a través de una compañera, y este grupo de amigos era totalmente diferente a lo que mis padres buscaban para mí, pues venían de familias humildes, la mayoría de ellos pertenecían a familias «desestructuradas», personas no muy bien reconocidas entre los parroquianos de mi pueblo, pero como buena rebelde, hice de ellos mis grandes amigos. Ellos vivían en un barrio de trabajadores con una economía baja. No tenían grandes lujos, por lo que cada cosa que conseguían lo festejaban alegremente.

Con este grupo de amigos descubrí muchas cosas que para mí habían sido desconocidas, como por ejemplo el mundo de las drogas. He de decir que, aunque pasaron por delante de mí, nunca acepté probarlas. El alcohol era otro gran desconocido con el que empecé a familiarizarme por aquellas compañías, la fiesta, la música y el descontrol.

Como toda adolescente intentaba divertirme dejándome llevar por las actitudes de mi grupo de amigos, y en ocasiones cometía locuras (sin que mis padres se enterasen, por supuesto). Mis padres siempre me han recordado como la loca de la casa que no medía las consecuencias de sus actos. Según ellos, siempre he sido una inconsciente que no piensa antes de actuar, y en realidad llevan razón. Pero forma parte de mi personalidad, y al fin y al cabo esa era su lucha conmigo; y en ocasiones también mi propia lucha interna. Sin embargo, a pesar de que pensaran que era muy impetuosa, mis padres siempre confiaron en que iría por el camino correcto.

Un buen día apareció un nuevo miembro a este grupo de amigos al que yo no conocía, su nombre era Paco. Solo venía a nuestro pueblo, a Puerto Real, en vacaciones de verano, aunque tenía familia aquí, sus padres estaban separados y él vivía con su abuela materna en Arcos de la Frontera, a unos 53 kilómetros de aquí. Me llamó bastante la atención, no por su belleza sino por su personalidad líder dentro del grupo.

Físicamente no era muy agraciado, era un chico muy delgado, más o menos de mi estatura. Tenía un bonito pelo rizado y moreno, llevaba un corte de pelo en forma degradado, muy rapado en el comienzo y más largo en la parte superior, que por cierto llevaba el rizo muy marcado a consecuencia de la gran cantidad de gomina que usaba. Al parecer tenía problemas de vista, pues sus gafas lo delataban, los cristales eran tan gruesos que parecían lupas incrustadas en las monturas. Tenía unos labios bonitos, pero cuando abría la boca se le veían los dientes…, como dirían en la mili: «¡Rompan filas!».

En fin, tengo que reconocer que no era un bellezón, pero había algo en él que de inmediato me atrajo, no sé si su olor corporal, su perfume amaderado, su forma de ser, un tanto rebelde…, el caso es que en el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron ya supimos que algo se había formado.

Todo el grupo de amigos lo seguía y cada vez que hablaba era como si hablara el mismísimo rey; esa personalidad me llamaba bastante la atención, su actitud rebelde y liderazgo entre los compañeros eran características que me atrajeron bastante, él en seguida mostró interés por mí.

Las fiestas de mi pueblo son muy importantes para todos los habitantes; tanto que durante esa semana de fiestas parece que cambia hasta la mentalidad de todos. Se vuelven más abiertos de mente, y personas que ni se miraban por la calle comparten en esos días momentos de alegría y de diversión en comunidad. En realidad, es muy contradictorio y yo personalmente no lo entiendo, pero aquí suelen ocurrir este tipo de cosas.

La Feria puede considerarse sin duda la fiesta más importante de mi pueblo, de hecho, puedo decir con orgullo que es una de las ferias más antiguas de Andalucía. Esta se articula en torno al recinto, llamado Las Canteras, un lugar que es el verdadero pulmón verde de la bahía.

Cuando llegaron las fechas de la feria, mis padres aceptaron que pasara una noche entera con mis amigos para ir a la playa al día siguiente y ver el amanecer. Fue un trabajo bastante duro convencerlos para que aprobaran esa salida. De hecho, fueron todos mis amigos a hablar con ellos para hacerles presión y así conseguir su aceptación. Finalmente accedieron por la persistencia de todos, y en realidad todavía me sorprende que aquello ocurriese. Esa noche fue muy divertida y bailamos hasta el amanecer; y, por supuesto, mi mirada estuvo fija en todo momento en este muchacho que tanto me gustaba.

A lo largo de la noche, Paco estuvo en todo momento muy cercano conmigo. Quiso acercarse más en alguna ocasión e incluso intentó estar a solas conmigo, pero mi negativa a llamar la atención en ese modo delante de la gente era cortante, por lo que respetó en todo momento mi comportamiento.

Cuando todo el grupo nos fuimos a la playa para ver el amanecer, Paco se sentó a mi lado. Me puse muy nerviosa y la sonrisa no se iba de mi cara. Cuando empezó a salir el sol Paco me miró, me cogió de la mejilla y me besó. Mi primer beso de amor, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, fue un momento inolvidable, como de una película se tratase; esas vistas, con ese cielo, el sonido del mar de fondo y los primeros rayos de sol acariciando nuestros rostros. Fue todo muy bonito y yo estaba sin percatarme de lo que pasaba a mi alrededor. Nuestros amigos nos miraron sorprendidos, no sabían que nos gustábamos y cuchicheaban entre ellos, tocándose los unos a los otros para que todos viesen lo que estaba ocurriendo. A partir de ese momento, Paco y yo comenzamos nuestra relación.

El fin de semana siguiente nos fuimos al cine de verano con el grupo; aunque casi ni me enteré de la película porque mi chico y yo estuvimos dándonos besos durante las dos horas que estuvimos allí. Salimos del cine y estaban mis padres esperándome para recogerme y llevarme a casa. Yo estaba eufórica por pensar que tenía novio y nada más subir al coche les confesé:

Antes de que os enteréis por ahí prefiero deciros yo misma que tengo novio.

El asombro de mis padres se reflejó en sus rostros inmediatamente. Aquello les impactó, sobre todo a mi padre; se quedó sin palabras. En realidad, no estaban todavía preparados para que su pequeña loca tuviese novio. Esa misma semana lo presenté a mi familia y, a partir de ahí, parecía que todo rodaba.

A los dos días nos vimos en el taller mecánico de uno de nuestros amigos mientras ellos trabajaban, y me dio una gran sorpresa que no esperaba. Él estaba sentado encima de una máquina y yo estaba de pie frente a él cuándo me dijo:

—He hablado con mis padres. Les he dicho que me quiero venir a vivir aquí.

Me quedé impactada, por lo que le pregunté con incertidumbre:

—¿Cómo?

Paco se sentía orgulloso de su decisión, cuando me comunicó lo que iba a hacer con su vida esperaba mi respuesta expectante, necesitaba saber mi opinión y al ver que no reaccioné de inmediata, él insistió:

—Que sí. Que me vengo a vivir aquí para estar cerca de ti.

Me quedé muy sorprendida y sin saber qué decir. Esto era nuevo para mí, y no pensaba siquiera que lo nuestro fuese a llegar a ningún sitio. De alguna forma me sentí obligada a estar con él porque iba a cambiar su vida por mí, y eso era demasiada responsabilidad para una adolescente, y más aún cuando eres tan joven y te cuesta decir la verdad por no herir los sentimientos de los que te rodean. Sinceramente, creía que sería un amor de verano y, hasta entonces, no me costaba trabajo verme con él porque sabía que en algún momento se iría y esto se acabaría. No me sentía preparada para mantener una relación seria y aquello fue demasiado rápido.

Él, viendo que yo no decía nada preguntó:

—¿Es que no te hace ilusión?

Sin tener ni idea de qué contestar, le solté lo primero que me vino a la cabeza y que sabía que a él le iba a agradar:

—Sí, claro.

Finalmente, se trasladó a casa de su abuela paterna a vivir, se puso a estudiar y seguimos estando juntos.

En seguida me llevó a su casa para conocer a su familia, pero mi entrada no fue tal como lo imaginaba. Él quiso que conociese a su padre, del cual él tenía mucha admiración, evidentemente acepté dejándome llevar por la velocidad que esta relación llevaba. Nada más entrar, nos sentamos en el sofá a esperar, pues su padre todavía no había llegado del trabajo, mientras tanto, su pareja actual no paraba de limpiar y ordenar la casa. De repente apareció por la puerta un señor regordete, calvo y con el entrecejo marcado; entró sin saludar con paso firme dejando el suelo manchado por todo el barro que traía en sus botas de trabajo, inmediatamente se sentó en el sofá y subió sus pies sucios sobre una pequeña mesita que tenía delante, aquella acción me parecía de lo más surrealista. La actitud de ese señor no fue lo que más me sorprendió, lo peor vino después cuando, de repente, vi aparecer a su pareja con las zapatillas entre sus manos: suavemente descalzó al hombre y con ternura le colocó sus zapatillas de casa, inmediatamente después le dio una copa entre sus manos, de ginebra con limón para ser exactos. Este me miró y por fin pude escuchar su voz al dirigirse concretamente a mí:

—¿Ves lo que ha hecho mi mujer?

Asentí con la cabeza sin poder pronunciar palabra, no podía dar crédito a esa falta de respeto por su pareja.

Al ver mi respuesta volvió a pronunciarse:

—Pues toma nota, porque dentro de unos años tú harás lo mismo con mi hijo.

Miré a Paco para ver su reacción, él no pudo controlar una gran carcajada; orgulloso por la intervención de su padre, le dio una palmadita en la espalda.

En mi vida había visto algo igual, me quedé fuera de juego, no podía ni creer ni entender que todavía existiese hombres con una actitud tan machista, y lo peor de todo era ver a mi pareja orgulloso de su padre.

Me negaba a creer que mi chico fuese así, yo creía que Paco era respetuoso, o por lo menos eso era lo que me había demostrado hasta ahora. Lo peor de todo de aquella tarde fue comprobar, por mí misma, que todavía existían mujeres sumisas a sus maridos y que aceptaban ese rol. Por supuesto y bajo ningún concepto yo sería una de esas mujeres.

Pasaron dos meses aproximadamente desde el inicio y la relación seguía viento en popa. Paco y yo mantuvimos una conversación que me dejó fuera de juego. Mi chico me confesó que quería tener relaciones conmigo. Yo no esperaba que ese momento fuera a llegar y no supe cómo reaccionar a sus palabras; simplemente asentí con la cabeza sin decir ni una sola palabra, y ahí acabó aquella conversación. Yo pensaba que esta relación inocente de besos y caricias se acabaría ahí, sin tener en cuenta que la sociedad de hoy en día no era como me la habían pintado mis padres. Ese momento fue como un cortocircuito en mi cerebro. Mi familia me había inculcado desde que nací que el sexo era algo prohibido, malo, indecente… Todas esas definiciones estaban integradas en mi subconsciente y no podía asimilar esa información; era un sentimiento insano que me perturbaba.

A partir de ese momento en el que Paco me confesó sus intenciones, todo empezó a ir peor y la relación ya empezaba a volverse turbia. En realidad, yo no tenía ni idea de lo que era una relación, solo sabía lo que mis padres y mis abuelos me habían inculcado. Según mi familia, en un matrimonio hay que dar el brazo a torcer en muchas ocasiones para no romper la relación; el primer novio es con el que te tienes que quedar para el resto de tu vida; la mujer tiene que ser algo permisiva con ciertos comportamientos del hombre, etc. Y gracias a esa referencia que tenía en casa y que mi familia siempre me había recordado, seguí la relación con Paco con todas las consecuencias.

Un día Paco vino a recogerme y fuimos en moto a dar una vuelta. Me propuso entrar a una casa abandonada en medio del campo y me pareció súper emocionante. Pensé que nunca había entrado en una casa en ruinas y que sería muy divertido. Llegamos a ese lugar y la casa era de madera, parecía algo abandonada pero no estaba en ruinas por lo que fue un poco decepcionante, yo esperaba otra cosa. Le dije que no me parecía buena idea entrar, pero él me animó y finalmente accedí. Escalando la parte trasera pudimos entrar por una de las ventanas; observé todo a mi alrededor, estaba sucio y asqueroso, lo que me hizo deducir que lo que ocurría en aquella casa era que estaba abandonada directamente; había hasta basura dentro, colchones llenos de mugre y mantas llenas de polvo.

Estábamos investigando el interior de la casa, en el pequeño pasillo se visualizaban dos puertas, una a la izquierda y otra a la derecha, di unos pasos y cuando estaba justo al lado de la puerta derecha me incliné para mirar qué podría haber dentro de aquella habitación, cuando, de repente, Paco me empujó por detrás para meterme dentro, se abalanzó sobre mí echándome encima de uno de esos colchones llenos de mierda. Era asqueroso, me quise levantar, pero él me lo impidió poniendo todo su peso sobre mí y yo forcejeé diciéndole:

—¡Quítate!

Él no me escuchaba ni me contestaba, sabía lo que estaba ocurriendo y yo no quería que pasara, así que empecé a llorar diciendo en voz baja y aterrada:

—No, por favor, no… no…

Poco a poco consiguió bajarme los pantalones, y a pesar de que yo no quería e intenté defenderme, él siguió. En ese momento mi cuerpo quedó inmovilizado por lo que estaba pasando; las lágrimas corrían por mis mejillas mientras dejaba de hablar dándome ya por vencida y, de repente, noté un gran dolor en mi entrepierna. Sentí como si se me estuviera desgarrando algo. Me penetró, y sufrí el dolor más intenso que jamás había sentido. No sé si por el acto en sí, o por el dolor que tenía mi alma, pero la imagen de mis padres no paraba de pasar por mi mente. Mis ojos miraban a un punto fijo en aquel techo destrozado, y a la misma vez mis pensamientos no eran otros que el deseo de que ese momento se acabara.

Por fin dejó de moverse, supuestamente terminó; aunque para mí no había acabado. Aquello se me quedaría en el alma para el resto de mi vida, o por lo menos eso pensaba.

Se levantó, y aunque él parecía indiferente ante la situación y actuaba como si nada hubiese pasado, yo no pude pronunciar ni una sola palabra. Nunca pensé que me podría ocurrir algo parecido; este debería de haber sido el momento más romántico y más bonito de mi vida y, sin embargo, se convirtió en una auténtica pesadilla. Me pasé la mano por mi entrepierna para obtener alivio por el dolor que tenía, pero cuando me miré la mano, estaba cubierta de sangre. Pensé entonces que eso no podía ser normal; esos sentimientos no eran los que debería de sentir. Me vestí y me levanté con gran timidez y sin pronunciar palabra.

De repente, escuchamos ruido fuera de la casa y volvimos a salir por la ventana. El dueño de la casa nos esperaba con impaciencia para pedirnos explicaciones por entrar sin permiso. El hombre alterado nos gritaba diciéndonos:

—¡Os voy a denunciar! ¡Sinvergüenzas! ¡Voy a llamar a la policía!

Yo simplemente miraba al suelo y solo podía pensar en que, si nos llevaban al cuartel o me denunciaban, mis padres se enterarían de lo ocurrido y eso era lo último que yo quería.

Al final nos dejó marchar con una firme amenaza para que no volviéramos, porque la próxima vez llamaría a la policía sin pensar.

Llegué a casa y no podía mirar a mis padres a los ojos. Paco actuaba como si no hubiese ocurrido nada y, en realidad, yo creo que ni él se dio cuenta del daño tan grande que me había causado, o al menos eso deseaba creer. Mis padres me hablaban, pero yo no escuchaba, les dije directamente que me iba a la cama. Entré al cuarto de baño con la intención de limpiar lo sucia que me sentía; me desvestí e intenté lavar mi ropa interior en el lavabo para que mi madre no viese la sangre. Viendo que no podía quitarlo bien, decidí guardarla para tirarla al día siguiente al contenedor y me metí a la ducha; abrí el grifo y empezó a caer en mi cabeza un agua caliente que erizaba mi piel. Y dejando el agua caer, empezaron a derramar mis ojos lágrimas como puños. Un llanto sin consuelo hizo que me arrodillara, me senté y me cogí de las rodillas quedándome así durante unos minutos. El agua cristalina caía sobre mi cabeza, recorría mi cuerpo, y terminaba llevándose por el plato de ducha blanco la suciedad de mi cuerpo acompañada del color rojizo de la sangre que permanecía aún en mi cuerpo. Tras unos minutos logré recomponerme. Terminé de enjuagarme y de quitarme toda la suciedad que, aunque frotara con intensidad, me seguía haciendo sentir sucia; y finalmente me acosté con el deseo de que al día siguiente todo hubiese sido una pesadilla, y nada hubiera pasado de verdad.

Pasaron los días y yo intenté seguir con mi vida como si nada de aquello hubiese ocurrido. Sin embargo, a partir de ese horrible día, parecía que la actitud de Paco había cambiado; era muy desafiante conmigo, parecía intentar ponerme a prueba en todo momento. De alguna forma lo ocurrido me hizo temerle, no podía tomar decisiones y ni siquiera me sentía con la confianza de decirle lo que pensaba. La confianza en mí misma se había evaporado y eso influenció para que pudiese dominarme por completo sin poner resistencia alguna.

No terminaba de entender cómo mi personalidad fuerte se desvanecía cuando estaba con él. Cada vez que nos veíamos temblaba. Para ser más concisa, cuando nos quedábamos solos temía esos momentos de intimidad en los que él quería mantener relaciones sexuales conmigo, pues era demasiado doloroso para mí. Por mi poco conocimiento sobre el tema, lo único que pensaba era que no entendía cómo a la gente le podía gustar tanto eso cuando lo único que experimenté yo fue dolor, trauma, vergüenza, lágrimas…

Un día fui a verlo a su casa y nos sentamos en su coche. Estábamos hablando y gastándonos bromas cuando, de repente, abrió el salpicadero, cogió un destornillador con sus manos, lo puso en la parte interna de mi muslo derecho y me preguntó con determinación:

—¿Qué te juegas a que te lo clavo?

Me entró una risa nerviosa e incrédula.

El destornillador tenía el mango de color rojo, lo tenía agarrado con fuerza con la palma de su mano, deduje que su punta sería en forma de estrella, aunque no lo veía ya que lo tenía apoyado sobre mi muslo derecho.

En ese momento iba vestida con unos pantalones cortos vaqueros, por lo cual mi pierna la tenía al descubierto.

Yo estaba sentada en el asiento del copiloto, manteniendo una conversación de lo más normal, esta repentina reacción me dejó fuera de juego, no entendía qué pretendía con esa acción.

Nunca pensé que podría llegar a hacer algo así, así que le contesté:

—¿Qué te juegas a que no?

Lo hice creyendo de verdad que no lo haría. Pero de repente y sin pensarlo, tomó impulso y me lo clavó unos 2 cm dentro de la piel. Quizás debería haberme dolido el pinchazo, pero no fue así. Mi sorpresa fue tal que ni siquiera sentí que me lo había clavado, y tampoco vi el gotón de sangre que empezó a recorrer mi pierna.

Lo miré mientras el destornillador permanecía en mi pierna, él se encontraba impasible, como si no hubiese ocurrido nada, parecía un enfermo mental por su extraño comportamiento, ni culpabilidad y ni arrepentimiento, aquello era de lo más inusual que yo había visto en toda mi vida.

Todavía hoy tengo esa cicatriz en la pierna que me recuerda aquella época de mi vida, un pequeño redondel que cuando lo miro me vuelve a trasladar al pasado.

Tenía una percepción de mí que no era la real, creía ser fuerte, creía que me comería el mundo con mi personalidad extrovertida y, hasta conocer a este chico, mi sonrisa era verdadera, pero finalmente descubrí que no era más que una mujer sumisa, dejándose arrastrar por las circunstancias que se me presentaban, sin poner límites y siendo como todas aquellas mujeres que yo misma anteriormente juzgaba por ser obedientes con sus maridos.

Llegó uno de los puentes festivos de nuestro pueblo en los que la gente suele ir a una pinada a comer y beber. Hicimos una gran barbacoa el grupo de amigos, y por supuesto la bebida no podía faltar; lo organizamos todo para disfrutar el día allí y pasar un buen rato. Estábamos todos juntos en un círculo cuando salió una conversación de la que ahora no soy capaz de recordar, pero sí me acuerdo de que Paco hizo un comentario con el que yo no estaba de acuerdo. Le dije que no tenía razón y él, delante de todos los amigos, me lanzó un bofetón. Se quedaron atónitos ante la respuesta que Paco tuvo en ese momento y yo me puse la mano en la mejilla, no porque me hubiese dolido, sino por el acto en sí, me avergoncé muchísimo. Ellos hicieron como si no hubiera pasado nada, pero yo…, ni siquiera puedo explicar la gran mierda que me sentí en aquel instante. Acto seguido cogí una botella de alcohol de las que tenían y empecé a beber sin control. Cogí tal borrachera que todos pensaron que me había dado un coma etílico; y hasta que se me pasó un poco el efecto del alcohol tuvieron que pasar por lo menos cinco horas. Te podrás imaginar la reacción de mis padres al verme llegar a casa. Pusieron el grito en el cielo y con mucha razón, pero a mí no me importaba lo que pudieran decirme. A mí solo me importaba el hecho de tener una relación con una persona que en pocos meses había cambiado tanto y que yo no reconocía.

La relación fue empeorando por días, y decidí romper; pero cuál fue mi sorpresa cuando me suplicó que no lo dejara, que haría lo que fuera por mí. No podía creer que este mismo chico, que lloraba desconsoladamente, fuese el mismo que un día me clavó un destornillador. Y volvió a amenazarme, pero esta vez para decirme que se mataría si no volvía con él. Sus gritos eran inconsolables y lo que decía era:

—¡Me voy a matar! ¡Si me dejas, me mato!

Al día siguiente fue a hablar con mis padres, llorándoles y rogándoles que hablaran conmigo para que volviera con él hasta que, finalmente, accedí. Lo hice, aunque ya no estaba enamorada de él y había sufrido mucho en un solo año de relación, pero mis padres no aceptaban que su hijita amada estuviese con otro hombre que no fuese el primero. Y no, no tuvieron en cuenta mis sentimientos.

Otro de los momentos que se me quedaron en la retina fue cuando a Paco le dio un ataque de celos con un amigo mío. Me gritaba que si lo que quería era follármelo, y cuando mi amigo salió en mi defensa, empezaron a forcejear. Aquello acabó en una batalla campal y todos se metieron por medio para separarlos; hasta la policía se tuvo que meter. Yo no podía permitir ese comportamiento por parte de Paco, y fue otro de los momentos en los que le rogué que termináramos con nuestra relación. Paco perdió la cabeza, se puso un cuchillo en las muñecas amenazando con matarse y me decía que si lo hacía sería por mi culpa. Cogió el coche y se fue derrapando y a lo loco. Yo me quedé preocupada, no quería que nadie sufriera por mí y mucho menos que nadie se suicidara, la educación que yo había recibido ante todo me hacía tener buen corazón y buenos sentimientos. Por muy mal que Paco se hubiese portado conmigo, yo no era igual que él, y aunque no debería de importarme, me importaba su reacción. Aquel momento fue muy impactante.

Días posteriores mis padres hablaron conmigo. En realidad, ellos no sabían nada de lo que estaba pasando y tampoco me preguntaron; y si me hubiesen preguntado algo, yo tampoco se los hubiera contado porque nunca me habían dado confianza para tener libertad de palabra en casa. Prácticamente me culparon del sufrimiento de Paco; ellos realmente pensaban que yo era la culpable de todo, y llegó un momento en el que yo también lo pensé.

Durante cuatro años lo único que buscaba era la forma de acabar con esta relación. Era interminable y angustiosa, nunca encontraba la salida. La verdad es que no todos los momentos fueron malos, pero en su mayoría sí lo fueron; porque unos iban encadenados con otros, y aunque había ocasiones en que Paco era muy bueno conmigo, esos momentos vividos tan traumáticos se quedaron en mi mente grabados y no podía superarlos.

Un buen día me armé de valor, porque ya no podía soportar más esta situación, y le dije con determinación que ya no quería estar con él y que nunca más volvería. Paco intentó de nuevo hacerme chantaje emocional, llorando, sollozando y suplicando. Pero ya no había vuelta atrás. Para mí era un lastre que me impedía realizar mis sueños y conseguir la felicidad que tanto añoraba desde hacía tiempo. A pesar de amenazarme jurando que no sabría vivir sin mí, mi decisión era firme: ya se acabó.

Pero lo peor vino después. En mi casa mis padres me juzgaban en todo momento, criticaban que no había sido buena persona con Paco y que le había hecho daño; no tenían ni puta idea del calvario que había vivido con ese chico y todavía tenía que aguantar que, en mi propia casa, mis padres me recriminaran. No entendían por qué había dejado a Paco con lo «buen chico» que era. Con esta actitud por parte de ellos, entenderéis que nunca pude contarles nada a mis padres sobre lo que pasaba en mi vida; ellos vivían en sus mundos de yupi, paralelos a la realidad.

Durante meses Paco siguió yendo a visitar a mis padres y a mis abuelos con el fin de llorarles y darles pena. Estuve aguantando durante un año, por lo menos, las acusaciones de mi familia sobre lo mal que se lo estaba haciendo pasar a este chico. En fin, esa era la gran cruz para mi gran descanso.

Un día llegué a casa y parecía que estaban todos reunidos esperándome, pues nada más entrar por la puerta me pidieron que me sentara para mantener una conversación. Me senté delante de mi abuela, me miró y empezó a llorar diciéndome:

—¿Qué te ha pasado con Paco? ¿No te das cuenta de que le estás haciendo sufrir?

Con un gesto de no entender nada le pregunté:

—¿A qué viene eso, abuela? No entiendo nada.

Mi abuela con tristeza me contestó:

—Paco ha venido esta tarde a verme y estaba destrozado, le tienes que dar otra oportunidad porque es un buen chico y te quiere con locura.

Mis padres se metieron por medio apoyando las palabras de mi abuela:

—Si es que no haces caso a nadie, y él te quiere de verdad.

Mi cara se enrojeció, seguramente por la ira que sentí, y me levanté de inmediato. Mi madre entonces me ordenó:

—¡No te vayas que estamos hablando contigo!

No pude aguantar más la presión y le contesté:

—¡No tenéis ni puta idea de nada!

Mi madre se volvió a dirigir a mí:

—Pues cuéntanoslo y lo entenderemos.

La miré, hice un gesto de negativa con la cabeza, bajé la mirada, y me fui a la cama.

¿Cómo iba a contarles todo lo que había sufrido con él? Era imposible poder abrirme con ellos como me gustaría. Me encantaría que supiesen lo mucho que había sufrido durante esos cuatro años, pero era imposible poder explicárselo y no podía consentir que conociesen mis intimidades.

Solo sabía que aquello por fin había terminado, y para mí era ya una decisión determinante.

Mi decisión se convirtió en algo firme, ¿pues que más doloroso podría vivir que compartir un minuto más con ese chico psicológicamente desestructurado? Al fin de al cabo ya estaba acostumbrada a que mis padres me recriminaran mi forma de actuar, por lo cual, aunque me doliese sus críticas, para mí era más importante sentirme libre, ya que era el valor principal en mi vida y lo que más ansiaba obtener.