Notas musicales
y llamas de hoguera
&
Rune - Quince años
Hace dos años
Cuando entró al escenario, todo quedó en silencio. Bueno, no todo: el estruendo de la sangre recorriendo mi cuerpo rugía en mis oídos mientras mi Poppy tomaba asiento con cuidado. Se veía hermosa en su vestido negro sin mangas, y el cabello castaño y largo peinado hacia atrás y recogido en un chongo con un moño blanco encima.
Alcé la cámara que siempre llevaba colgada del cuello y me llevé el lente al ojo justo cuando ella colocó el arco en las cuerdas del violonchelo. Siempre me encantaba capturarla en este momento, cuando cerraba sus grandes ojos verdes. El momento en que su cara mostraba la expresión más perfecta, la mirada que ponía justo antes de que la música comenzara. La mirada de pasión pura por los sonidos que vendrían a continuación.
Tomé la fotografía en el momento perfecto, y después comenzó la melodía. Bajé la cámara y simplemente me concentré en ella. No podía tomar fotos mientras ella tocaba. No podía hacerme a la idea de perderme ni un momento del modo en que se veía sobre el escenario.
Mi labio se contrajo en una pequeña sonrisa cuando su cuerpo empezó a balancearse al ritmo de la música. A ella le encantaba esa pieza, la tocaba desde que podía recordar. No necesitaba la partitura: Greensleeves surgía desde su alma hasta su arco.
No podía dejar de verla, el corazón me latía como un tambor maldito mientras Poppy retorcía los labios. Sus profundos hoyuelos se marcaban cuando se concentraba en los pasajes difíciles. Mantenía los ojos cerrados, pero se notaba qué partes de la música adoraba. Inclinaba la cabeza hacia un lado y una enorme sonrisa se extendía por sus labios.
La gente no comprendía que después de tanto tiempo aún fuera mía. Sólo teníamos quince años, pero desde el día en que la besé en el bosquecillo de cerezos, a los ocho años, nunca hubo nadie más. Estaba cegado a cualquier otra chica, sólo veía a Poppy: en mi mundo sólo existía ella.
Además, ella era diferente de todas las demás chicas de nuestra clase. Poppy era extravagante, no cool. No le importaba lo que los demás pensaban de ella, nunca le importó. Tocaba el violonchelo porque lo amaba. Leía libros, estudiaba para divertirse y se despertaba al amanecer sólo para ver la salida del sol.
Por eso era mi todo, mi por siempre jamás: porque era única. Era única en una ciudad llena de muñecas que parecían copias al carbón. No quería ser porrista, ni perra, ni perseguir chicos. Sabía que me tenía a mí tanto como yo la tenía a ella.
Éramos todo lo que necesitábamos.
Me moví en mi asiento cuando el sonido de su violonchelo se hizo más suave, lo que indicaba que la pieza llegaba a su fin. Volví a levantar la cámara y tomé una foto final cuando Poppy levantó el arco de la cuerda con una expresión contenida que adornaba su bonita cara.
El ruido de los aplausos me hizo bajar la cámara. Poppy empujó el instrumento que tenía sobre el pecho y se levantó. Hizo una ligera reverencia y echó un vistazo al auditorio. Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió.
Pensé que el corazón se me iba a salir del pecho.
Le devolví la sonrisa y me quité el cabello rubio y largo de la cara con los dedos. Las mejillas de Poppy se cubrieron de rubor y salió por la izquierda del escenario; la iluminación inundó de luz el auditorio. Poppy fue la última en tocar, siempre era la que cerraba las presentaciones. Era la mejor violonchelista de nuestro distrito en nuestro grupo de edad. En mi opinión, opacaba a cualquiera de los tres siguientes grupos de edad.
Una vez le pregunté cómo era capaz de tocar de ese modo. Me respondió que las melodías se escurrían de su arco con la misma facilidad con la que respiraba. Yo no podía imaginarme tener ese tipo de talento. Pero así era Poppy: la chica más maravillosa del mundo.
Cuando los aplausos se desvanecieron, la gente empezó a salir del auditorio. Una mano me apretó el brazo: la señora Litchfield estaba enjugándose una lágrima. Siempre lloraba cuando Poppy tocaba.
—Rune, amor, tenemos que llevar a casa a estas dos, ¿está bien que esperes tú a Poppy?
—Sí, señora —contesté y me reí en silencio de Ida y Savannah, las hermanas de Poppy de nueve y once años, que estaban dormidas en sus asientos. No les importaba mucho la música, no como a Poppy.
El señor Litchfield puso los ojos en blanco y agitó una mano como despedida, después se dio la vuelta para despertar a las niñas antes de ir a casa. La señora Litchfield me besó en la cabeza y después los cuatro se fueron.
Mientras caminaba por el pasillo, escuché murmullos y risas a mi derecha. Mirando sobre los asientos, vi que un grupo de chicas de primer año me miraba. Agaché la cabeza e ignoré sus miradas.
Me ocurría mucho. No tenía idea de por qué tantas chicas me prestaban atención. Yo estaba con Poppy desde que me conocían. No quería a nadie más y deseaba que dejaran de intentar alejarme de mi chica: nada podría conseguirlo jamás.
Pasé por la salida y llegué a la puerta tras bambalinas. El aire era denso y húmedo, lo que ocasionó que la playera negra se me pegara al pecho. Los pantalones negros y las botas negras probablemente eran demasiado abrigadoras para el calor de la primavera, pero usaba el mismo estilo de ropa todos los días, sin importar el clima.
Me recargué contra el muro del auditorio mientras veía que los músicos empezaban a reunirse afuera de la puerta. Crucé los brazos sobre el pecho y sólo los desdoblé para apartarme el pelo de los ojos.
Vi que los músicos abrazaban a sus familiares y después que las mismas chicas de antes me miraban fijamente, así que bajé la vista al suelo. No quería que se me acercaran, no tenía nada que decirles.
Todavía tenía los ojos bajos cuando oí unos pasos que venían hacia mí. Alcé la mirada justo cuando Poppy se lanzaba a mi pecho y envolvía mi espalda con sus brazos, apretándome con fuerza.
Se me escapó una breve risa y la abracé a mi vez. Yo ya medía un metro ochenta, así superaba el metro y medio de Poppy. Sin embargo, me gustaba cómo encajaba perfectamente en mi cuerpo.
Inhalando hondo, aspiré el dulce aroma de su perfume y apreté la cara contra su cabeza. Después de un último apretón, Poppy se alejó y me sonrió. Sus ojos verdes se veían enormes debajo del rímel y el maquillaje ligero; tenía los labios rosados y exuberantes por el bálsamo de cereza.
Recorrí sus costados con mis manos y me detuve cuando llegué a sus suaves mejillas. Las pestañas de Poppy revolotearon, lo que le dio una apariencia de lo más dulce.
Incapaz de resistirme a la sensación de tener sus labios sobre los míos, me incliné hacia adelante despacio, casi sonriendo, mientras oía el mismo suspiro que Poppy lanzaba cada vez que la besaba, justo antes de que nuestros labios se tocaran.
Cuando nuestros labios se encontraron, eché el aire por mi nariz. Poppy siempre sabía así, a cereza, y el sabor de su labial me llenaba la boca. Y Poppy me devolvió el beso, aferrando con sus manitas los lados de mi playera negra.
Apreté mi boca contra la suya, lenta y suavemente, hasta que por fin me separé, dejando tres besos cortos y ligeros como plumas sobre sus labios hinchados. Respiré y vi que Poppy abría los ojos después de parpadear.
Tenía las pupilas dilatadas. Se lamió el labio inferior antes de lanzarme una alegre sonrisa.
—Beso 352. Con mi Rune, contra el muro del auditorio. —Contuve la respiración en espera de la siguiente frase. El brillo en los ojos de Poppy me decía que las palabras que esperaba se derramarían de sus labios. Inclinándose hacia mí, haciendo equilibrio de puntitas, murmuró—: Y casi me estalla el corazón.
Sólo registraba los besos extraespeciales; sólo los que hacían que su corazón se sintiera lleno. Cada vez que la besaba, esperaba esas palabras.
Cuando las decía, su sonrisa casi me deslumbraba.
Poppy se rio. No pude más que sonreír ante el sonido de felicidad de su voz. Imprimí otro beso rápido sobre sus labios y me alejé para envolver sus hombros con mi brazo. La jalé hacia mí y apoyé la mejilla en su cabeza. Poppy envolvía mi espalda y mi estómago con sus brazos y la separé del muro, pero al hacerlo, sentí que ella se paralizaba.
Levanté la cabeza y vi que las chicas de primer año señalaban a Poppy y susurraban entre ellas. Sus miradas estaban concentradas en Poppy, quien estaba entre mis brazos. Apreté la mandíbula, odiaba que por celos la trataran de esa manera. La mayoría de las chicas no le daban ninguna oportunidad a Poppy porque querían lo que ella tenía. Poppy decía que no le importaba, pero yo me daba cuenta de que sí. El hecho de que se hubiera puesto rígida entre mis brazos me decía cuánto.
Me puse delante de ella y esperé a que alzara la cabeza. En cuanto lo hizo, le ordené:
—Ignóralas.
El corazón me dio un vuelco cuando la vi forzar una sonrisa.
—Eso estoy haciendo, Rune. No me molestan.
Incliné la cabeza a un lado y alcé las cejas. Poppy negó con la cabeza.
—No me molestan, te lo juro —trató de mentir. Poppy miró sobre mi hombro e hizo un gesto de indiferencia. Después su mirada se encontró con la mía—. Pero las entiendo. Mírate, Rune: eres guapísimo. Alto, misterioso, exótico…, ¡noruego! —Se rio y puso una mano sobre mi pecho—. Tienes todo el estilo indie de chico malo. Las chicas no pueden evitar quererte. Eres tú, eres perfecto.
Me acerqué más a ella y vi que sus ojos verdes se agrandaban.
—Y soy tuyo —añadí. La tensión abandonó sus hombros. Deslicé una mano sobre la suya, que seguía sobre mi pecho—. Y no soy misterioso, Poppymin. Tú sabes todo de mí: sin secretos, sin misterio.
—Para mí —respondió mirándome a los ojos—. Para mí no eres un misterio, pero sí lo eres para todas las chicas de la escuela. Todas te quieren.
Suspiré, empezaba a sentirme molesto.
—Y yo sólo te quiero a ti. —Poppy me miró como si tratara de buscar algo en mi expresión, pero sólo consiguió molestarme más. Uní nuestros dedos y murmuré—: Hasta el infinito.
Entonces apareció una sonrisa genuina en los labios de Poppy.
—Por siempre jamás —murmuró finalmente en respuesta.
Bajé la frente para recargarla contra la suya. Ahuequé las manos en sus mejillas y le aseguré:
—Yo te quiero a ti y sólo a ti. Así es desde que tenía cinco años y me diste la mano. Ninguna chica va a cambiar eso.
—¿Sí? —preguntó Poppy, pero noté el tono de broma en su dulce voz.
—Ja —contesté en noruego, mientras escuchaba el dulce sonido de su risa, que se escurría por mis oídos. A ella le encantaba que hablara en mi lengua materna. La besé en la frente y me alejé un paso para tomar sus manos—. Tus papás llevaron a las niñas a casa, me pidieron que te dijera.
Asintió y luego me miró con nerviosismo.
—¿Qué te pareció el concierto?
Puse los ojos en blanco con hartazgo y arrugué la nariz.
—Terrible, como siempre —dije con sequedad.
Poppy se rio y me pegó en un brazo.
—¡Rune Kristiansen! ¡No seas tan malo! —me regañó.
—Está bien —dije fingiendo estar molesto. La jalé hacia mi pecho, envolví su espalda con mis brazos y la atrapé junto a mí. Poppy gritó y empecé a besarla en la mejilla de arriba abajo, dejando sus brazos atrapados a sus costados. Bajé mis labios hasta su cuello y recobró el aliento agitado, toda la risa quedó olvidada. Subí hasta que apreté uno de sus lóbulos con mis dientes.
»Estuviste increíble —susurré con suavidad—. Como siempre. Estuviste perfecta en el escenario, era tuyo. Todos los que estábamos en el auditorio éramos tuyos.
—Rune —murmuró. Oí el tono feliz de su voz.
Me separé sin despegar mis brazos de ella.
—Nunca me siento más orgulloso de ti que cuando te veo en el escenario —confesé.
Poppy se sonrojó.
—Rune —dijo tímidamente, pero yo bajé la cara para hacer contacto visual cuando ella trató de separarse.
—Carnegie Hall, recuerda. Algún día te veré tocar en el Carnegie Hall.
Poppy consiguió liberar una mano y me dio un golpecito en el brazo.
—Me halagas.
Negué con la cabeza.
—Nunca, sólo digo la verdad.
Poppy apretó sus labios contra los míos y sentí su beso hasta los dedos de los pies. Después se separó, la solté y enlazamos nuestros dedos.
—¿Vamos al campo? —preguntó Poppy, y la conduje a través del estacionamiento, acercándola a mí un poco más cuando pasamos junto al grupo de chicas de primer año.
—Preferiría estar a solas contigo —dije.
—Jorie nos pidió que fuéramos. Todos están ahí. —Poppy levantó la mirada para verme. Por el movimiento de sus labios, supe que estaba frunciendo el ceño—. Es viernes en la noche, Rune. Tenemos quince años y ya pasaste la mayor parte de la noche viéndome tocar el violonchelo. Nos quedan noventa minutos antes del toque de queda; deberíamos ver a nuestros amigos como adolescentes de verdad.
—Está bien —accedí y envolví sus hombros con mi brazo. Me incliné hacia ella y puse la boca junto a su oído—. Mañana sí te tendré para mí.
Poppy puso el brazo alrededor de mi cintura y me apretó con fuerza.
—Te lo prometo.
Oímos que las chicas que estaban detrás de nosotros mencionaban mi nombre. Suspiré de frustración cuando Poppy se tensó un poco.
—Es porque eres diferente, Rune —dijo Poppy sin alzar la mirada—. Eres artista y te gusta la fotografía. Te vistes de negro. —Se rio y sacudió la cabeza. Me quité el pelo de la cara y Poppy señaló hacia arriba—. Pero, sobre todo, es por eso.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
Se acercó y jaló un mechón de mi cabello largo.
—Cuando haces eso, cuando te echas el pelo hacia atrás. —Alcé una ceja, sorprendido. Poppy se encogió de hombros—. Es medio irresistible.
—Ja? —pregunté antes de pararme delante de Poppy, jalándome el pelo hacia atrás de manera exagerada hasta que se rio—. Irresistible, ¿no? ¿También para ti?
Poppy se rio y apartó mi mano de mi pelo para envolverla en la suya. Mientras nos dirigíamos al campo, un pedazo del parque donde se juntaban los chicos de la escuela en la noche, Poppy dijo:
—De verdad, no me molesta que otras chicas te vean, Rune. Ya sé lo que sientes por mí, porque siento lo mismo por ti. —Se mordió el labio inferior. Ya sabía que eso significaba que estaba nerviosa, pero no averigüé por qué hasta que lo dijo—: La única que me molesta es Avery porque le gustas desde hace mucho tiempo y estoy segura de que haría cualquier cosa con tal de que fueras suyo.
Negué con la cabeza. Avery ni siquiera me caía bien, pero como estaba en nuestro grupo de amigos, siempre estaba cerca. A todos mis amigos les gustaba; todos pensaban que era la más bonita, pero yo nunca la vi de esa manera y odiaba que yo le gustara. Odiaba cómo hacía que se sintiera Poppy.
—No es nada, Poppymin —le aseguré—. Nada.
Poppy se acurrucó en mi pecho y dimos vuelta a la derecha, hacia nuestros amigos. La abrazaba con más fuerza según nos íbamos acercando. Avery se incorporó cuando nos vio.
Volteé la cabeza hacia Poppy y repetí:
—Nada.
Poppy me agarró la playera en señal de que me escuchó. Su mejor amiga, Jorie, se puso en pie de un salto.
—¡Poppy! —gritó emocionada, mientras se acercaba para abrazar a su amiga. Jorie me caía bien. Era despistada y casi nunca pensaba antes de hablar, pero adoraba a Poppy y Poppy la adoraba a ella. Era una de las pocas personas de nuestra pequeña ciudad a las que la extravagancia de Poppy les parecía encantadora y no sólo extraña.
—¿Cómo están, bombones? —preguntó Jorie y se alejó un poco, contemplando el vestido negro que Poppy usaba en sus actuaciones—. ¡Te ves hermosa! ¡Muy bonita!
Poppy inclinó la cabeza para agradecer sus palabras. Volví a tomarla de la mano. Rodeamos el fuego que habían encendido y nos sentamos. Me incliné contra una banca larga y jalé a Poppy para que se sentara entre mis piernas. Me lanzó una sonrisa y se sentó conmigo, apretando la espalda contra mi pecho y metiendo la cabeza en el hueco de mi cuello.
—¿Cómo te fue, Pops? —le preguntó Judson, mi mejor amigo, desde el otro lado del fuego. Mi otro amigo cercano, Deacon, estaba sentado a su lado. Sacudió la barbilla a modo de saludo y su novia, Ruby, también nos saludó agitando una mano.
Poppy se encogió de hombros.
—Bien, creo.
Mientras envolvía su pecho con el brazo, abrazándola con fuerza, miré a mi amigo de cabello oscuro y añadí:
—Fue la estrella del show, como siempre.
—Sólo es violonchelo, Rune. Nada muy especial —contestó Poppy en voz baja.
Protesté negando con la cabeza.
—Se ganó al público.
Vi que Jorie me sonreía. También vi que Avery ponía los ojos en blanco con desdén. Poppy ignoró a Avery y empezó a hablar con Jorie de las clases.
—Mira, Pops, te juro que el profesor Millen es un maldito alien malvado. O un demonio. Carajo, es de otro lugar que no conocemos. Lo trajo el director para torturar a los débiles terrícolas con su álgebra demasiado difícil. Así consigue su energía vital, estoy segura. Y también creo que está en mi contra. Ya sabes, porque yo sé que es extraterrestre. O sea, ¡por Dios!, no deja de reprobarme y de lanzarme mal de ojo.
—¡Jorie! —Poppy se rio, se rio tan fuerte que todo su cuerpo vibró. Sonreí ante su felicidad y luego me perdí en mis pensamientos. Me incliné más sobre el tronco mientras nuestros amigos platicaban. Tracé dibujos en el brazo de Poppy distraídamente, y lo que quería más que nada era que nos fuéramos. No me molestaba estar con nuestros amigos, pero prefería estar a solas con ella. Era su compañía lo que anhelaba; el único lugar donde quería estar era con ella.
Poppy se rio por algo más que dijo Jorie, lo hizo tan fuerte que tiró a un lado la cámara que yo llevaba colgando del cuello. Me lanzó una sonrisa de disculpa. Me incliné y con un dedo alcé su barbilla hacia mí para besarla en los labios. Sólo quería que fuera suave y ligero, pero cuando Poppy entrelazó los dedos en mi pelo y me jaló más cerca, se convirtió en algo más. Cuando ella abrió los labios, empujé la lengua para encontrar la suya y me quedé sin aliento.
Poppy cerró los puños en mi pelo. Acuné su cara para que el beso durara el mayor tiempo posible. Me imagino que, si no hubiera tenido que respirar, nunca habría dejado de besarla.
Demasiado concentrados en el beso, no nos separamos hasta que alguien se aclaró la garganta al otro lado de la fogata. Levanté la mirada y vi que Judson sonreía con aire burlón. Cuando miré a Poppy, sus mejillas estaban en llamas. Nuestros amigos ocultaron su risa y estreché a Poppy con más fuerza. No iba a sentir vergüenza por besar a mi chica.
La conversación se retomó y alcé la cámara para revisar que estuviera bien. Mis papás me la regalaron cuando cumplí trece años y se dieron cuenta de que la fotografía se estaba convirtiendo en mi pasión. Era una Canon vintage de 1960. La llevaba a todas partes y tomaba miles de fotos. No sabía por qué, pero me fascinaba capturar momentos. Quizá fuera porque a veces sólo tenemos momentos, no hay repeticiones; lo que sea que pase en un momento define la vida, quizás es la vida. Sin embargo, capturar un momento en una película mantiene vivo ese instante para siempre. Para mí, la fotografía era magia.
Me desplacé mentalmente por el rollo de la cámara: fotografías de fauna y primeros planos de flores de cerezo del bosquecillo ocuparían la mayor parte de la película; después, fotos de Poppy en el concierto. Su cara bonita mientras la música se adueñaba de ella. Sólo le había visto esa mirada en otra ocasión, cuando me veía. Para Poppy, yo era tan especial como su música.
En ambos casos existía un lazo que nadie podía romper.
Alcancé mi celular y nos lo puse delante, con el lente de la cámara viendo hacia nosotros. Poppy ya no estaba participando en la conversación, sino que en silencio recorría mi brazo con la punta de los dedos. Tomé la foto cuando estaba desprevenida, justo cuando alzaba la mirada para verme. Solté una sola risa al verla entrecerrar los ojos con enfado. Pero ya sabía que no estaba enojada, a pesar del esfuerzo que hacía por aparentarlo. A Poppy le encantaban todas las fotos que tomaba de nosotros, aunque lo hiciera cuando menos se lo esperaba.
Al mirar mi celular, mi corazón empezó a golpear contra mi pecho. En la foto, cuando Poppy levantó la mirada para verme, se veía hermosa; sin embargo, era la expresión de su cara lo que me dejó pasmado, la mirada de sus ojos verdes.
En ese momento, en ese sencillo momento capturado, estaba esa expresión, la que me ofrecía con la misma facilidad que a la música. La que me decía que era mía tanto como yo era suyo. La que me aseguraba que estábamos juntos desde hacía todos esos años. La que me decía que, aunque éramos jóvenes, encontramos a nuestra alma gemela en el otro.
—A ver.
La voz baja de Poppy hizo que despegara mi atención de la pantalla. Me sonrió y bajé el teléfono para que viera.
Miré a Poppy, y no la foto, mientras sus ojos caían sobre la pantalla. La miré mientras sus ojos se suavizaban y el murmullo de una sonrisa aparecía en sus labios.
—Rune —susurró extendiendo el brazo para tomar mi mano libre. Apreté su mano—. Quiero una copia de esa foto, es perfecta. —Asentí y la besé en la cabeza.
«Y por eso amo la fotografía», pensé. Podía extraer emociones, emociones puras, de un segundo congelado en el tiempo.
Apagué la cámara de mi teléfono y vi la hora en la pantalla.
—Poppymin —dije con tranquilidad—, tenemos que irnos a la casa. Se está haciendo tarde.
Poppy estaba de acuerdo. Me puse de pie y la jalé para levantarla.
—¿Ya se van? —preguntó Judson.
—Sí —confirmé—. Te veo el lunes.
Me despedí de todos con un gesto y tomé la mano de Poppy. No dijimos mucho durante el camino a casa. Cuando nos detuvimos en la puerta de Poppy, la abracé y la jalé contra mi pecho. Puse la mano en un costado de su cuello. Poppy alzó la mirada.
—Estoy muy orgulloso de ti, Poppymin. No hay duda de que vas a entrar a Julliard y tu sueño de tocar en el Carnegie Hall se hará realidad.
Poppy sonrió alegremente y me jaló de la cámara que llevaba colgada del cuello.
—Y tú entrarás a la escuela de artes Tisch de NYU. Estaremos juntos en Nueva York, como es nuestro destino. Como siempre hemos planeado.
Asentí y rocé su cuello con mis labios.
—Y ahí no habrá toque de queda —murmuré de modo provocativo. Poppy se rio. Pasé a su boca, dejé un beso suave sobre sus labios y me alejé.
Cuando solté sus manos, el señor Litchfield abrió la puerta. Vio que me separaba de su hija y sacudió la cabeza, riéndose. Sabía exactamente lo que habíamos hecho.
—Buenas noches, Rune —dijo con indiferencia.
—Buenas noches, señor Litchfield —contesté, viendo que Poppy se sonrojaba cuando su papá le indicaba que entrara a la casa.
Atravesé el pasto hasta llegar a mi casa. Abrí la puerta, crucé la sala y encontré a mis padres en el sofá. Los dos estaban inclinados hacia adelante en su asiento y parecían tensos.
—Hei —dije, y mi mamá alzó la cabeza.
—Hei, amor —respondió.
Fruncí el ceño.
—¿Qué pasa? —pregunté. Mi mamá volteó a ver a mi papá y negó con la cabeza.
—Nada, amor. ¿Poppy tocó bien? Perdón por no haber podido ir.
Miré a mis padres. Me daba cuenta de que ocultaban algo. Como no continuaron, asentí lentamente y respondí su pregunta:
—Estuvo perfecta, como siempre.
Me pareció ver lágrimas en los ojos de mi mamá, pero parpadeó y desaparecieron enseguida. Ante la necesidad de escapar de la incomodidad, levanté mi cámara.
—Voy a revelar estas fotos y luego me voy a acostar.
Cuando me di la vuelta para irme, mi papá habló:
—Mañana vamos a salir en familia, Rune.
Me quedé parado.
—No puedo ir, ya planeé pasar el día con Poppy.
Mi papá negó con la cabeza.
—Mañana no, Rune.
—Pero… —iba a protestar, pero mi papá me interumpió con voz severa.
—Dije que no. Vendrás y punto. Puedes ver a Poppy cuando regresemos, no estaremos fuera todo el día.
—¿Qué está pasando?
Mi papá se levantó, se paró a mi lado y puso una mano sobre mi hombro.
—Nada, Rune. Sólo que ya casi no te veo por el trabajo y quiero que eso cambie, así que vamos a pasar el día en la playa.
—Pues, entonces, ¿puede venir Poppy con nosotros? Le encanta la playa. Es su segundo lugar favorito.
—Mañana no, hijo.
Me quedé en silencio y me sentí molesto, pero me di cuenta de que no iba a ceder. Papá suspiró.
—Ve a revelar tus fotos, Rune, y deja de preocuparte.
Hice lo que me pidió; bajé al sótano y fui a la habitación que mi papá había convertido en cuarto oscuro para mí. Seguía revelando la película a la antigua en lugar de usar la cámara digital. Me parecía que así obtenía mejores resultados.
Veinte minutos después, estaba detrás de la línea de nuevas fotografías. También había impreso la foto de mi celular, la de Poppy conmigo en el campo. La recogí y la llevé a mi cuarto. Metí la cabeza en el cuarto de Alton cuando pasé por ahí, y vi que mi hermano de dos años estaba dormido. Abrazaba a su oso pardo de peluche, con el cabello rubio alborotado extendido sobre su almohada.
Empujé mi puerta y encendí la lámpara. Miré el reloj: era casi medianoche. Me pasé la mano por el cabello, me acerqué a la ventana y sonreí cuando vi la casa de los Litchfield en la oscuridad, con excepción de la pálida luz nocturna de Poppy: la señal de que yo tenía vía libre para entrar a hurtadillas.
Cerré con llave la puerta de mi habitación y apagué la lámpara. El cuarto quedó sumergido en la oscuridad. Me cambié deprisa a mi pantalón y playera para dormir. En silencio, abrí la ventana y salí. Atravesé el pasto que separaba nuestras casas a toda velocidad y entré a escondidas a la habitación de Poppy, cerrando la ventana casi sin hacer ruido.
Poppy estaba en su cama, bajo las cobijas. Tenía los ojos cerrados y su respiración era suave y uniforme. Sonreí por lo tierna que se veía con la cabeza apoyada en su mano; me acerqué a ella, puse su regalo en el buró y me subí a la cama, a su lado.
Me acosté junto a ella y compartí su almohada.
Llevábamos años durmiendo juntos. La primera vez que me quedé fue un error; fui a su cuarto a las doce, a platicar, pero me quedé dormido. Por suerte, me desperté lo suficientemente temprano al día siguiente como para escabullirme de vuelta en mi habitación sin que nadie se diera cuenta. Pero a la noche siguiente me quedé a propósito, y luego la noche después y casi todas las noches desde entonces. Por fortuna, nadie nos había descubierto. No estaba muy seguro de que seguiría cayéndole bien al señor Litchfield si se enteraba que dormía en la cama de su hija.
Sin embargo, acostarme en la cama al lado de Poppy se estaba volviendo cada vez más difícil. Ahora tenía quince años y me sentía diferente al estar con ella. La veía diferente y sabía que ella también me veía así. Nos besábamos cada vez más. Los besos se hacían más profundos y nuestras manos empezaban a explorar lugares que no debían. Se hacía cada vez más difícil detenernos. Yo quería más, quería a mi chica de todas las formas posibles.
Pero éramos demasiado jóvenes. Ya lo sabía.
Sin embargo, eso no lo hacía menos difícil.
Poppy se movió a mi lado.
—Me preguntaba si vendrías hoy. Te esperé, pero no estabas en tu cuarto —dijo adormilada mientras me apartaba el cabello de la cara.
Atrapé su mano y besé su palma.
—Tenía que revelar un rollo y mis papás estaban raros.
—¿Raros? ¿Cómo? —me preguntó acercándose y besándome en la mejilla.
Negué con la cabeza.
—Sólo… raros. Creo que pasa algo, pero me dijeron que no me preocupara.
Incluso en la penumbra pude ver que Poppy juntaba las cejas por la preocupación. Apreté su mano para reconfortarla.
Recordé el regalo que le llevaba, me di la vuelta y tomé la foto del buró. La puse en un marco de plata sencillo. Pulsé el ícono de lámpara en mi teléfono y lo mantuve alzado para que Poppy la viera mejor.
Suspiró ligeramente y vi que una sonrisa iluminaba todo su rostro. Tomó el marco y acarició el cristal con un dedo.
—Me encanta esta foto, Rune —susurró, y la puso sobre el buró. La miró durante unos instantes más y después se volteó hacia mí.
Alzó las cobijas y las mantuvo así para que pudiera meterme debajo. Puse un brazo en su cintura y me acerqué a su cara, esparciendo besos suaves sobre sus mejillas y su cuello.
Cuando la besé justo debajo de la oreja, Poppy se rio y se separó.
—¡Rune, me haces cosquillas! —murmuró.
Me retiré y enlacé mi mano con la suya.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer mañana? —me preguntó Poppy mientras alzaba la otra mano para jugar con un mechón de mi pelo.
Puse los ojos en blanco antes de contestar:
—Nada, mi papá quiere que salgamos en familia. A la playa.
Poppy se sentó, emocionada.
—¿De verdad? ¡Me encanta la playa!
Sentí que me daba un vuelco el corazón.
—Dijo que teníamos que ir solos, Poppymin, sólo la familia.
—Ah —exclamó ella, decepcionada. Se volvió a acostar—. ¿Hice algo mal? Tu papá siempre me invita a ir con ustedes.
—No —le aseguré—. Es lo que te decía, están raros. Dice que quiere que pasemos un día en familia, pero hay algo más.
—Está bien —dijo Poppy, pero noté el tono triste de su voz.
Acuné su cabeza en mi mano.
—Regresaré a la hora de la cena y podremos pasar la noche juntos —prometí.
Me tomó de la muñeca.
—Bien.
Poppy me miró fijamente con sus enormes ojos verdes bajo la pálida luz. Acaricié su cabello con la mano.
—Eres tan hermosa, Poppymin.
No necesitaba luz para ver el rubor que cubrió sus mejillas. Cerré el breve espacio que nos separaba y estrellé los labios contra los suyos. Poppy suspiró cuando empujé la lengua dentro de su boca y movió las manos para agarrarme el pelo.
Se sentía tan bien, la boca de Poppy se hacía cada vez más caliente mientras más nos besábamos, mis manos bajaron para correr por sus brazos desnudos y hasta su cintura.
Poppy se acostó bocarriba y mi mano se deslizó hacia abajo para tocar su pierna. Seguí el movimiento y me puse encima de ella; Poppy separó la boca con un jadeo, pero no dejé de besarla. Arrastré mis labios sobre su barbilla para besarle el cuello y mi mano se movió bajo su camisón para acariciar la piel suave de su cintura.
Los dedos de Poppy me jalaron el pelo y su pierna se alzó para envolver mi muslo. Gemí junto a su garganta y volví a subir para tomar su boca con la mía. Cuando deslicé mi lengua sobre la suya, rastreé su cuerpo más arriba con los dedos. Poppy se separó del beso.
—Rune…
Dejé caer la cabeza en la curva entre su cuello y su hombro, respirando profundamente. La deseaba tanto que casi no podía soportarlo.
Inhalé y exhalé mientras Poppy bajaba la mano para acariciar mi espalda de arriba abajo. Me concentré en el ritmo de sus dedos, obligándome a calmarme.
Pasaron más y más minutos, pero no me moví. Estaba a gusto encima de Poppy, respirando su delicada esencia con la mano apretada contra su suave estómago.
—¿Rune? —murmuró Poppy. Alcé la cabeza. De inmediato, Poppy puso una mano en mi cara—. ¿Amor? —murmuró y pude notar la preocupación en su voz.
—Estoy bien —susurré manteniendo la voz lo más baja posible para no alertar a sus padres. La miré profundamente a los ojos—. Es que te deseo tanto. —Bajé la frente hasta que quedó junto a la suya y añadí—: Cuando estamos así, cuando nos dejamos ir tan lejos, casi me vuelvo loco.
Poppy abrió sus labios hinchados por los besos y dejó escapar un largo suspiro.
—Gracias —susurró. Moví mi mano y bajé los dedos para enlazarlos con los suyos.
Me puse a un lado, abrí un brazo y le hice un gesto con la cabeza para que se acercara a mí. Apoyó la cabeza en mi pecho. Cerré los ojos y me concentré en mi respiración.
Finalmente, el sueño empezó a llevarme. Poppy deslizaba un dedo de arriba abajo por mi estómago. Casi me había quedado dormido cuando murmuró:
—Tú eres todo para mí, Rune Kristiansen, espero que lo sepas.
Abrí los ojos de par en par por sus palabras y sentí el pecho lleno de emoción. Puse unos dedos bajo su barbilla y alcé su cabeza hacia arriba. Su boca esperaba mi beso.
La besé suave y dulcemente y me separé poco a poco. Poppy mantuvo los ojos cerrados mientras sonreía. Con la sensación de que el pecho me iba a estallar por la mirada de felicidad en su cara, murmuré:
—Hasta el infinito.
Poppy se acurrucó de nuevo en mi pecho y murmuró:
—Por siempre jamás.
Y los dos nos quedamos dormidos.