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Rune - Cinco años
Hubo exactamente cuatro momentos que definieron mi vida.
Este fue el primero.
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Blossom Grove, Georgia
Estados Unidos
Hace doce años
—Jeg vil dra! Nå! Jeg vil reise hjem igjen! —grité lo más fuerte que pude, diciéndole a mi mamá que me quería ir en ese mismo instante. ¡Quería volver a casa!
—No vamos a regresar a casa, Rune. Y tampoco nos vamos a ir de aquí. Ahora esta es nuestra casa —me contestó en nuestro nuevo idioma. Se hincó frente a mí y me miró directamente a los ojos—. Rune —dijo con dulzura—, ya sé que no te querías ir de Oslo, pero le dieron a tu papá un nuevo trabajo aquí, en Georgia. —Aunque me acariciaba el brazo con su mano, no me consolaba. No quería estar en ese lugar, en Estados Unidos.
Quería regresar a casa.
—Slutt å snakke engelsk! —grité. Odiaba hablar otro idioma. Desde que salimos de viaje de Noruega a Estados Unidos, mamá y papá ya no me hablaban en nuestro idioma. Decían que tenía que practicar.
¡Pero yo no quería hacerlo! Mi mamá se levantó y alzó una caja del suelo.
—Estamos en Estados Unidos, Rune. Aquí hablan inglés. Aprendiste a hablar inglés desde que aprendiste a hablar noruego. Es hora de que lo uses.
Me mantuve firme, fulminando a mi mamá con la mirada mientras se alejaba hacia la casa. Miré la callecita en la que vivíamos ahora. Tenía ocho casas, todas grandes pero diferentes. La nuestra era roja, con ventanas blancas y un porche enorme. Mi cuarto era amplio y estaba en la planta baja. Eso sí me parecía más o menos cool. Por lo menos hasta cierto punto. Nunca había dormido en una planta baja; en Oslo, mi recámara estaba arriba.
Observé las casas. Todas estaban pintadas de colores brillantes: azul claro, amarillo, rosa… Después vi la casa de al lado. La que estaba justo al lado, incluso compartíamos un pedazo de pasto. Las dos casas eran grandes y también sus jardines, pero no había ninguna barda o muro que las separara. Si quisiera, podría correr en su jardín y no había nada que me lo impidiera.
La casa era de un blanco brillante y la rodeaba un porche. Al frente, tenían mecedoras y un gran columpio. Los marcos de las ventanas estaban pintados de negro y había una ventana enfrente de la de mi habitación. ¡Justo enfrente! Eso no me gustó. No me gustaba que pudiera ver su habitación y que ellos pudieran ver la mía.
Había una piedra en el suelo. La pateé y observé cómo rodaba por la calle. Me di la vuelta para seguir a mi mamá, pero en ese momento escuché un ruido. Venía de la casa de al lado. Miré hacia la puerta principal, pero nadie salió. Estaba subiendo los escalones de nuestro porche cuando vi movimiento a un costado de la casa; era en la ventana de la habitación de la casa de al lado, la que estaba frente a la mía.
La mano se me quedó congelada en el barandal y vi que una niña con un vestido azul claro salía por la ventana. Cayó sobre el pasto de un brinco y se limpió las manos en las piernas. Fruncí el ceño, con las cejas inclinadas hacia abajo, y esperé que la niña alzara la cabeza. Tenía el cabello castaño, amontonado sobre su cabeza como un nido de pájaro. A un lado del chongo, llevaba un gran moño blanco.
Cuando alzó la vista, me miró directamente. Después sonrió. Me ofreció una enorme sonrisa. Me saludó con la mano deprisa, corrió hacia adelante y se detuvo frente a mí.
Extendió la mano.
—Hola, me llamo Poppy Litchfield, tengo cinco años y vivo en la casa de al lado.
Miré a la niña fijamente. Tenía un acento extraño que hacía que las palabras sonaran diferente a como las había aprendido en Noruega. La niña, Poppy, tenía la cara manchada de lodo y calzaba unas botas de lluvia amarillas. A un lado de las botas había un gran globo rojo.
Se veía rara.
Levanté la mirada de sus pies y la fijé en su mano. Seguía extendiéndola hacia mí. No sabía qué hacer. No entendía qué quería.
Poppy suspiró. Sacudiendo la cabeza, tomó mi mano y me obligó a apretar la suya. La sacudió dos veces de arriba abajo y dijo:
—Es un apretón de manos. Mi abu dice que lo correcto es saludar de mano a las personas a las que acabas de conocer. —Señaló nuestras manos—. Eso fue un saludo de mano. Y fue amable porque no te conozco.
Yo no respondí nada; por alguna razón, no me salía la voz. Cuando bajé la mirada, me di cuenta de que era porque nuestras manos seguían unidas.
También tenía lodo en las manos. De hecho, tenía lodo por todas partes.
—¿Cómo te llamas tú? —preguntó Poppy con la cabeza inclinada hacia un lado. Tenía una ramita enredada en el pelo—. Oye —dijo jalando mi mano—, te pregunté que cómo te llamas.
Me aclaré la garganta.
—Me llamo Rune, Rune Erik Kristiansen.
Poppy hizo una mueca, sacando sus labios rosas hacia afuera de un modo muy gracioso.
—Hablas chistoso —dijo riendo.
Zafé mi mano de la suya.
—Nei det gjør jeg ikke! —grité. Su expresión se turbó todavía más.
—¿Qué dijiste? —preguntó Poppy cuando me di media vuelta para irme a mi casa. Ya no quería seguir hablando con ella.
Me volteé enojado.
—Dije «¡no hablo chistoso!». Estaba hablando en noruego —dije esta vez para que me entendiera. Poppy abrió sus ojos verdes de par en par.
Se acercó un poco más y preguntó:
—¿Noruego? ¿Como los vikingos? Mi mamá me leyó un libro sobre los vikingos. Decía que eran de Noruega. —Abrió sus ojos todavía más—. Rune, ¿eres un vikingo? —Su voz sonaba muy aguda.
Me hizo sentir bien y saqué el pecho con orgullo. Mi papá siempre decía que yo era un vikingo, como todos los hombres de mi familia. Éramos vikingos grandes y fuertes.
—Ja —respondí—. Somos verdaderos vikingos de Noruega.
Una gran sonrisa se extendió por la cara de Poppy y se le escapó una risita tonta de niña. Levantó una mano y me jaló el pelo.
—Por eso tienes el cabello rubio y largo y los ojos azul claro, porque eres un vikingo. Primero pensé que parecías niña…
—¡No soy niña! —la interrumpí, pero Poppy no pareció darse cuenta. Me pasé la mano por mi largo cabello, que me llegaba hasta los hombros. En Oslo, todos los niños tenían el pelo así.
—… pero ahora veo que es porque eres un vikingo de verdad. Como Thor. ¡Él también tenía el cabello rubio y largo y los ojos azules! ¡Eres igual a Thor!
—Ja —asentí—. Thor tiene el pelo así y es el dios más fuerte de todos.
Poppy afirmó con la cabeza y luego puso las manos sobre mis hombros. Se puso seria y su voz se convirtió en un murmullo.
—Rune, no le cuento esto a cualquiera, pero me gustan las aventuras.
Hice una mueca. No la entendía. Poppy se acercó más y me miró a los ojos. Me apretó los brazos e inclinó la cabeza a un lado. Miró a nuestro alrededor y se inclinó para decirme:
—Por lo general, no llevo acompañantes en mis viajes, pero eres un vikingo y todos sabemos que los vikingos crecen grandes y fuertes y son muy, pero muy buenos para las aventuras, las exploraciones, las caminatas largas y para atrapar villanos y… para todo tipo de cosas.
Yo seguía confundido, pero entonces Poppy se apartó y volvió a extenderme la mano.
—Rune —dijo con voz seria y fuerte—, vives en la casa de al lado, eres un vikingo y a mí me encantan los vikingos. Creo que deberíamos ser mejores amigos.
—¿Mejores amigos? —pregunté.
Poppy asintió con la cabeza y me acercó más su mano. Extendí la mía con lentitud, tomé la suya y la sacudí dos veces, como me había enseñado.
Un apretón de manos.
—Entonces, ¿somos mejores amigos? —pregunté cuando Poppy retiró su mano.
—¡Sí! —contestó emocionada—. Poppy y Rune. —Se llevó un dedo a la barbilla y miró hacia arriba. Volvió a sacar los labios como si estuviera pensando con mucho esfuerzo—. Suena bien, ¿no te parece? «Poppy y Rune, ¡mejores amigos hasta el infinito!».
Asentí, porque sí sonaba bien. Poppy me tomó de la mano.
—¡Enséñame tu cuarto! Te quiero contar a qué aventura podemos ir después. —Empezó a jalarme y entramos a la casa corriendo.
Cuando entramos a mi recámara, Poppy fue corriendo directamente a la ventana.
—¡Este es el cuarto que está justo enfrente del mío!
Asentí y ella gritó de emoción, corrió hacia mí y me volvió a tomar de la mano.
—¡Rune! —dijo emocionada—, podemos hablar en la noche y hacer un walkie-talkie con latas y una cuerda. Podemos contarnos nuestros secretos mientras todos duermen y hacer planes y jugar y…
Poppy siguió hablando, pero no me importaba. Me gustaba el sonido de su voz. Me gustaba su risa y me gustaba el moñote de su pelo.
«Después de todo —pensé—, tal vez Georgia no esté tan mal, sobre todo si Poppy Litchfield es mi mejor amiga».
6
Y, así, Poppy y yo fuimos inseparables desde entonces.
Poppy y Rune.
Mejores amigos hasta el infinito.
O eso pensaba.
Es curioso cómo cambian las cosas.