CAPÍTULO 1

LOS PRIMEROS PUEBLOS DE BORIKÉN:

DE LA MIGRACIÓN A LA INSURRECCIÓN

Antes de la llegada de los europeos, la isla de Borikén estaba organizada política y administrativamente en docenas de cacicazgos. Además de proporcionar una cadena jerárquica de mando que organizaba y estratificaba las sociedades indígenas de la isla, esos cacicazgos establecían una estructura social para sus aldeas, pueblos y regiones. Aunque pudo haber tensiones entre algunos caciques, a muchos los unían lazos familiares, amistades y redes que trascendían las fronteras insulares de Borikén. De hecho, es probable que estas comunidades imaginaran los océanos, ríos y otros cuerpos de agua no como fronteras, sino como vías de conexión. Un indígena de la costa sur de Borikén podía sentirse más cercano a las comunidades de la vecina isla de Ayiti, más tarde rebautizada como La Española, que a la región montañosa de su propia isla.1

Los caciques de Borikén supieron de gente extraña que desembarcaba en las islas vecinas desde la llegada de los europeos en 1492. Cuando los españoles desembarcaron en 1508 para iniciar oficialmente la conquista de Borikén mediante la espada y la cruz, las comunidades indígenas comprendieron exactamente a qué se enfrentaban. Contrario a los mitos perpetuados por la historiografía tradicional, las comunidades indígenas (que luego serían llamadas taínos por los europeos) no consideraban dioses a los españoles. Los caciques se dieron cuenta de que los colonizadores no eran de fiar, ya que habían demostrado de lo que eran capaces en Ayiti, donde habían violado a mujeres, decapitado a insubordinados y aterrorizado a aldeas indígenas.2

Agüeybaná I, entonces uno de los caciques más poderosos del Caribe, tuvo que tomar una difícil decisión. De él dependía que su pueblo se resistiera a la conquista o negociara con los conquistadores. Su anciana madre le aconsejó que hiciera las paces.3 No fue un signo de debilidad o docilidad, sino una maniobra política calculada. Los españoles traían armas que Agüeybaná nunca había visto ni imaginado, y resistirse a ellos bien pudo haber supuesto el exterminio inmediato de su pueblo. Los españoles también traían biblias, cruces y gérmenes; sus acciones estaban guiadas por el deseo de encontrar y acumular trozos de un metal reluciente que se encontraba en los ríos de la isla, a menudo utilizado como decoración por los líderes indígenas. Eso, a lo que los españoles llamaban oro, parecía inspirar una violenta codicia.4 Pero, dicha violencia no quedó impune.

Las primeras migraciones

Cuando los españoles llegaron por primera vez al Caribe, se encontraron con pueblos indígenas a los que llamaron erróneamente indios, pensando que habían llegado a los dominios del Gran Khan. Más tarde, estos pueblos pasaron a llamarse taínos, aunque, como ha señalado la historiadora Ada Ferrer, «no sabemos cómo se llamaban a sí mismos en 1492 o 1511.»5 Es mucho lo que desconocemos sobre las culturas y sociedades indígenas anteriores a la conquista, testimonio de la maleabilidad y la naturaleza siempre cambiante del pasado.

A finales del siglo XIX y principios del XX, los pensadores europeos comenzaron a crear categorías para entender el tiempo y el espacio. Para ellos, el planeta vivía en temporalidades diferentes, «con Europa en el presente y el resto del mundo en el pasado».6 Esas categorías se consideraban universales, pero inevitablemente privilegiaban las experiencias y los conocimientos europeos. Los eruditos crearon una forma asimétrica de entender el mundo, con Europa en el centro y los pueblos sin historia, por tomar prestada una frase del antropólogo Eric R. Wolf, en la periferia.7

La Historia es la documentación y el registro intencionado del pasado, pero la documentación no puede limitarse únicamente a la escritura. Los pueblos que habitaron el Caribe siglos antes de que los europeos llegaran a sus costas tenían otras formas de conocimiento, conservación de la historia y creación de mitos. La tradición oral era una poderosa herramienta para documentar el pasado y, al mismo tiempo, mantener las tradiciones y crear comunidad; sin embargo, esas tradiciones plantean un serio desafío a quienes intentan escribir lo que ocurrió en el pasado. Tal vez esas tradiciones orales se hicieron poderosas evadiendo la mirada de forasteros como los historiadores que, al igual que yo, escribimos miles de años después.8

Elaborar una historia de las comunidades indígenas que llegaron al archipiélago que hoy llamamos Puerto Rico requiere un cuidadoso baile entre arqueología, antropología e historia. En el siglo XIX, el estudio de las comunidades indígenas de Puerto Rico estuvo a cargo de arqueólogos aficionados —abogados y médicos interesados en sentar las bases de la historia puertorriqueña.9 Más tarde, en el siglo XX, las historias indígenas fueron retomadas por una comunidad intelectual caribeña transnacional que reunió cerámicas, caracolas marinas y otros artefactos que le permitieron empezar a elaborar relatos concretos, aunque fluidos y siempre cambiantes, de nuestros antepasados.10

De estos debates y metolodogías enfrentadas sobre las primeras migraciones de la región surgió cierto consenso. Al parecer, la primera migración de pueblos que llegó a Borikén se produjo hace unos 6.000 años.11 Bautizados por los arqueólogos como arcaicos, es probable que migraran desde el estuario del río Orinoco, en la región amazónica, saltando de isla en isla por el Caribe. Eran sociedades seminómadas de cazadores-recolectores. Lo que sabemos de estas culturas arcaicas es el producto de las investigaciones arqueológicas. Y los estudiosos deben lidiar con la imposibilidad de llegar a comprender del todo cómo vivían esas comunidades o los imaginarios sociales que crearon.12

El término «arcaico» se utiliza para identificar a las sociedades indígenas que solo desarrollaron herramientas rústicas, aunque eso no niega la posibilidad de que existieran diferentes grupos étnicos y culturales en estas sociedades tempranas. Sin embargo, parece claro que los pueblos identificados como arcaicos formaban parte de múltiples oleadas migratorias que tuvieron lugar en todo el Caribe. Es probable que la región estuviera más interconectada de lo que imaginamos hasta ahora.

El segundo gran grupo cultural identificado por los arqueólogos son los arahuacos. Al igual que los arcaicos, esta amplia categoría creada por los estudiosos se utiliza para identificar a pueblos que podrían haber pertenecido a diferentes grupos culturales y étnicos. Los estudiosos creen que podrían haber compartido la lengua arahuaca y que también llegaron en varias oleadas migratorias. También existe un debate historiográfico y académico sobre si incorporaron a sus sociedades a los pueblos migrantes anteriores o si se enfrentaron entre sí.13

El antropólogo Irving Rouse se refirió de forma célebre a los taínos como el pueblo que saludó a Colón. En su lugar, propongo pensar en ellos como el pueblo que se resistió a la conquista de Colón.14 Aunque el término «taíno» se ha aplicado tradicionalmente para describir a un único grupo étnico o cultural, es posible que existiera más de un grupo de este tipo, o que incluyera varias etnias con diferentes prácticas culturales que se extendieron por toda la región del Caribe.15 Lo que parece claro, sin embargo, es que quienes habitaban Borikén cuando llegó Colón ya habían desarrollado sofisticados sistemas sociales y jerarquías.

Al principio de la conquista, los yucayeques —o pueblos— de Borikén solían establecerse junto a los ríos o en valles fértiles. A diferencia de migraciones anteriores de grupos nómadas, los conocidos como taínos eran agricultores. Su dieta consistía de tubérculos, pescado, aves de corral, reptiles e insectos. Los taínos también dedicaban parte de su tiempo a la producción de obras de arte vinculadas a su cosmovisión religiosa. Tallaban piedras o madera para crear collares, dibujos y artefactos rituales. El dujo, por ejemplo, era un pequeño asiento de madera o piedra que podía utilizarse para rezar o colocar objetos sagrados. Quizá el artefacto más importante de la cultura taína era el cemí. Se creía que estas pequeñas esculturas contenían dioses que representaban a las fuerzas de la naturaleza.16

El cacique estaba en la cúspide de la sociedad taína. Su papel no era únicamente político, ya que también debía dirigir las facetas religiosa, militar e intelectual de la vida cotidiana. Directamente por debajo de los caciques estaban los nitaínos, un grupo compuesto normalmente por los miembros de la familia del cacique o sus allegados. Los nitaínos administraban la vida social en nombre del cacique. Los bohíques eran los encargados de los rituales religiosos y la medicina. La gente común era conocida como naborías.17

Las mujeres desempeñaban un papel importante en la sociedad taína, que tenía un sistema matrilineal en el cual la herencia de los cacicazgos se basaba en el parentesco por parte de madre. Cuando fallecía un cacique, sus hermanos —no sus hijos— heredaban el cacicazgo. Las mujeres también desempeñan un papel importante en la toma de decisiones. Participaban activamente en la agricultura, las acciones militares e incluso la vida política. El historiador Jalil Sued Badillo ha documentado la existencia de cacicas en toda la región del Caribe.18

Gran parte de lo que sabemos sobre la cultura taína de las Antillas Mayores procede de testimonios de primera mano de europeos. En su diario, Colón documenta el paso de los días. Escribe cómo durante el primer viaje engañó a su tripulación haciéndole creer que navegaban más despacio de lo que realmente lo hacían para evitar un motín tras viajar durante semanas sin señales de tierra. Una vez llegados a lo que creían dominios del Gran Khan citado por Marco Polo, Colón dedicó algunas páginas a intentar comprender a los pueblos que habitaban aquellas tierras.19

Colón prestó especial atención al oro que adornaba sus cuerpos. Las primeras crónicas de la conquista documentan la existencia de perros mudos, humanos tuertos y caníbales con hocicos de perro. Aunque los perros mudos sí existían, esos pueblos de un solo ojo y hocico de perro no se extinguieron; nunca existieron. El historiador Jalil Sued Badillo ha argumentado que estas fantásticas descripciones de las Indias se utilizaron para justificar la financiación de futuras expediciones por parte de la Corona española. Borikén entró a menudo en guerra con los pueblos que vivían en las Antillas Menores, conocidos por los españoles como los caribes. Los europeos describían a los caribes como caníbales belicosos y salvajes. Al parecer, se destacaban en el arte de la guerra y atacaban con frecuencia a las comunidades indígenas de Borikén. Pero es posible que no pertenecieran a un grupo étnico diferente. Los informes sobre el canibalismo también se utilizaron para esclavizar a las poblaciones indígenas rebeldes.20 Cuando la Conquista española desató su brutal violencia, las diferencias percibidas entre taínos y caribes se desvanecieron, dando paso a la colaboración y las solidaridades.21

Uno de los relatos más detallados que tenemos sobre la visión del mundo, la creación de mitos y la religiosidad de los taínos fue escrito por Ramón Pané, quien se autodefinía como un «pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo». Inspirado por el primer viaje de Colón, se unió a la segunda expedición y zarpó hacia el Caribe en septiembre de 1493. Para comprender la cultura taína con el fin de evangelizarla y conquistarla, Colón ordenó a Pané que se trasladara a las tierras de Guarionex, un poderoso cacique de La Española que había mostrado interés por la religión cristiana. Presionado por otros caciques, Guarionex abandonó sus inclinaciones cristianas hasta el punto de ordenar la profanación de símbolos católicos. Pané alega que la gente de Guarionex robaba reliquias religiosas, las tiraba al suelo y orinaba sobre ellas. Tras estos sucesos, Pané se instaló en las tierras del cacique Mayobanex, donde vivió varios años y aprendiendo la lengua y la cultura taína, al tiempo que proseguía su misión evangelizadora.22

Pané terminó su estudio y entregó su texto a Colón en 1498, durante el tercer viaje del almirante al Caribe. Tras facilitar el manuscrito, Pané desaparece de los archivos. Después de todo, explica que «se desgastó para aprender todo esto».23 Al igual que el diario de Colón, el texto original de Pané, Relación de las antigüedades de los indios, se perdió. Afortunadamente, se reprodujo en la biografía que Fernando, el hijo de Colón, escribió para defender el honor y el legado de su padre. Fernando fue un bibliófilo que construyó una de las bibliotecas más impresionantes de su época. Sin embargo, el texto de la biografía de Fernando también desapareció, solo para ser reproducido en una mala traducción italiana publicada por el historiador español Alfonso de Ulloa en 1571.24

El palimpsesto sobreviviente ofrece una ventana —a través de la mirada de múltiples colonizadores— a las formas en que los pueblos taínos conceptualizaban su mundo. Documenta los mitos del origen: cómo se creó el océano y cómo se utilizó un pájaro carpintero para diseñar los genitales femeninos, creando así a las mujeres. También describe el miedo de los taínos a los muertos —que creían que caminaban entre los vivos por la noche— y cómo los bohíques se encargaban de curar a los enfermos, siendo víctimas de palizas o incluso de la muerte si fracasaban en su empeño. Una de las historias que relata Pané tiene visos proféticos. Cuentan que dos caciques de La Española se abstuvieron de comer y beber durante días para que sus cemíes les revelaran el futuro. Por fin, los cemíes hablaron y dijeron: «que cuantos después de su muerte quedasen vivos, gozarían poco tiempo de su dominio, porque vendría a su país una gente vestida, que los habría de dominar y matar, y que se morirían de hambre.»25

Aunque los taínos pensaron en un principio que esta premonición se refería a los caribes, está claro que era una profecía sobre la llegada de los europeos. Tras leer el texto de Pané, el historiador e intelectual Pedro Mártir de Anglería comentó sobre esta historia a mediados del siglo XVI que «ni queda ya memoria de los zemes [cemíes], que han sido transportados a España para que conociéramos el ludibrio de ellos y los engaños de los demonios».26 Mártir de Anglería nunca pisó América, pero la proliferación de la prensa escrita le permitió hacer una descripción precisa de lo que se estaba gestando al otro lado del Atlántico. Los españoles empaparon de sangre las tierras y los ríos de Borikén. Pero los taínos contraatacaron.

1511: el camino hacia la insurrección

El primer enfrentamiento registrado entre comunidades indígenas y europeos se produjo durante el segundo viaje de Colón. Era el 14 de noviembre de 1493. Los europeos se habían detenido en la isla de Santa Cruz. Vieron una canoa con «cuatro hombres e dos mujeres e un muchacho».27 Veinticinco europeos decidieron ir tras ellos. En defensa propia, los indígenas que huían «con mucha osadía pusieron mano a los arcos, también las mujeres como los hombres».28 Lograron herir a un español y matar a otro antes de ser interceptados. Los hombres fueron decapitados. Las mujeres fueron violadas y posteriormente enviadas a España para ser exhibidas como caníbales. Michele de Cuneo, un soldado español que aseguraba haber estado en el barco, se vanagloriaba de haber violado a una de ellas: «baste con deciros que realmente parecía amaestrada en una escuela de rameras».29 Las diez mujeres taínas permanecieron cautivas en sus barcos. Seis de ellas pudieron escapar saltando del barco y nadando en la oscuridad de la noche.30 Ese fue el comienzo de un régimen de terror sustentado en la explotación laboral y sexual.

Los europeos llegaron a la isla que los taínos llamaban Burunquén o Borikén pocos días después, el 19 de noviembre de 1493. Durante décadas, los historiadores debatieron sobre el lugar exacto donde desembarcó la expedición de Colón. Sin embargo, parece que Colón nunca llegó a pisar la isla. Su tripulación se detuvo allí dos días para reponer abastos. Encontraron bohíos vacíos. Todos los indígenas habían huido. Colón anotó en su diario que los taínos les temían inicialmente, pero se mostraban amables después de que se ganaban su confianza. No obstante, en el Caribe, los cuerpos de agua servían como vías de comunicación. Durante su primer viaje, Colón anotó: «Algunas destas canoas he visto sesenta y ochenta hombres en ella, y cada uno con su remo».31 La noticia de la llegada de los españoles debió de propagarse con rapidez por los diferentes cacicazgos, transportada por dichas canoas. Los bohíos vacíos podían significar que los taínos de Borikén ya se habían enterado de la brutalidad de los europeos.

Pocos días después, los europeos regresaron a La Española y encontraron el Fuerte de la Navidad —su primer asentamiento, establecido el 24 de diciembre del año anterior a partir de los restos del primer barco de Colón, la Santa María— reducido a cenizas y sin rastro de los treinta y ocho hombres que habían permanecido para protegerlo. Los historiadores han sugerido que el ataque fue organizado por el cacique Caonabo de Maguana para vengar la brutalidad de los españoles contra su pueblo.32 Aunque nunca podremos reconstruir lo que ocurrió en realidad, las cenizas del fuerte podrían imaginarse como un símbolo de la primera insurrección indígena de América.

La Corona hizo de La Española su primer centro colonial en el Caribe. La explotación de las comunidades indígenas comenzó inmediatamente después del inicio de la conquista. Interesados por las limitadas reservas de oro que se encontraban en el Caribe, los europeos establecieron un sistema de trabajo indígena forzado conocido como repartimientos, que más tarde se convirtió en el sistema de las encomiendas. De este modo, los españoles explotaban la tierra mediante el trabajo forzado. Cada colonizador, conocido como «vecino», recibía a los indígenas como súbditos.33 Como señala la historiadora Ida Altman, «los indígenas podían ser trabajadores de encomienda, sirvientes permanentes (naborías) o esclavos, pero en todos los casos estaban sujetos a las exigencias laborales, las restricciones y los castigos de los españoles».34 Este sistema se consolidó legalmente después de que, entre 1503 y 1504, una serie de edictos reales ordenara a los encomenderos remunerar a los indígenas por su trabajo, concederles tiempo para descansar, permitirles cultivar sus propias tierras y, en última instancia, evangelizarlos.35 Como ha argumentado el historiador Juan Ángel Silén, el adoctrinamiento de los taínos formaba parte de una guerra más extensa que los iberos habían librado contra el paganismo y el Islam. La conquista de América comenzó inmediatamente después de que España expulsara a las comunidades musulmanas de la Península Ibérica tras casi un milenio de conflictos.36

La conquista oficial de Borikén, pronto rebautizada como Isla de San Juan Bautista, comenzó en 1508. La carta original para su colonización se concedió en 1505 a Vicente Yáñez Pinzón, quien había viajado con Colón en su primer viaje a América. La carta fue vendida y revendida, pasando por diferentes manos hasta que se le concedió a Juan Ponce de León, más tarde inmortalizado por su muerte mientras supuestamente buscaba la fuente de la juventud en Florida. (Sus verdaderas intenciones eran otras: buscaba indígenas a los que esclavizar).37

En 1508, el archipiélago estaba organizado en torno a dos o tres unidades geopolíticas repartidas entre decenas de cacicazgos, el más poderoso de los cuales era el de Agüeybaná I, quien dominaba la mitad de la isla mediante alianzas y relaciones familiares con otros caciques. Ponce de León había conocido a Agüeybaná I en un viaje anterior.38 Su llegada, el 12 de agosto de 1508, se había visto retrasada por dos poderosos huracanes que, al parecer, predijeron la inminente tormenta que caería sobre los colonizadores.39 Fernández de Oviedo, uno de los primeros cronistas de indias, señaló que fue la madre de Agüeybaná I quien lo convenció de recibir a los españoles en paz porque conocían los métodos utilizados para «pacificar» a las comunidades indígenas de la isla vecina.40

En un documento escrito y firmado el 4 de junio de 1516 y enviado al rey entrante, Carlos I, catorce sacerdotes arrojan luz sobre la brutalidad de la conquista durante sus primeros años. No reproduciré la violencia truculenta que se describe en el documento, pero valga saber que incluía infanticidio, terror sexual, deshumanización brutal y explotación laboral, entre otras atrocidades. En dicho documento, los frailes describen en detalle el impulso genocida de la conquista.41 La decisión de Agüeybaná I de negociar la paz con los colonizadores no debe entenderse como un acto de docilidad sino como una decisión tomada tras una cuidadosa reflexión política y militar.

De vuelta a España, el hijo de Cristóbal Colón, Diego Colón, exigió ser nombrado Virrey de las Indias como parte de su herencia. Esto significaba que Nicolás de Ovando, el Gobernador de las Indias que había concedido a Juan Ponce de León una carta para colonizar Borikén, perdía su poder. Sabiendo que era cuestión de tiempo que llegara Diego Colón y reconfigurara el panorama político, Ponce de León se apresuró a establecer la ciudad de Caparra, el primer asentamiento oficial europeo de Borikén.42 Poco después, en 1509, Diego Colón envió a Borikén al caballero gallego Cristóbal de Sotomayor. Como Ponce de León ya se había asentado en Caparra, se decidió que Sotomayor estableciera otra población en la parte sur de la isla, territorio que pertenecía al cacicazgo de Agüeybaná I.43

Dos tormentas habían recibido a Ponce de León en Borikén. Ahora comenzaban a soplar vientos de guerra. En noviembre de 1510, un grupo de indígenas de la región de Yagüecas, en el actual pueblo de Añasco, recibió el encargo de transportar a Diego Salcedo, un joven conquistador español, a través del río Guaorabo. Mientras lo transportaban, su destino quedó sellado. Al parecer, el cacique Uroyoán había ordenado su asesinato. Los taínos lo ahogaron, un incidente que aún hoy resulta poderoso. Algunos estudiosos creen que Salcedo pudo haber jugado y perdido una partida de batú con los taínos. Este juego de pelota no solo se jugaba para divertirse, sino también con fines ceremoniales y, a menudo, se sacrificaba al perdedor.44 En la mitología puertorriqueña, sin embargo, el asesinato se cometió para demostrar que los españoles eran mortales. Relatada en las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo de 1535, la historia fortaleció el mito de la docilidad taína.45 Sin embargo, también podría entenderse como un grito de guerra.

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Descontento con los taínos que había recibido como parte de sus repartimientos, Cristóbal de Sotomayor comenzó a organizar incursiones para capturar indígenas de comunidades y cacicazgos del interior. De hecho, Sotomayor fue la primera persona en recibir un estatuto que le permitía esclavizar a los pueblos indígenas. Eso creó tensiones entre los colonizadores y los cacicazgos del sur, obligando a Cristóbal de Sotomayor a trasladar al oeste la ciudad de Guánica, que pronto pasaría a llamarse Aguada.46 Los conquistadores españoles comenzaron a documentar la resistencia de las comunidades indígenas que se negaban a ser sometidas y circularon rumores sobre el asesinato planeado de Cristóbal de Sotomayor.

Desgraciadamente para Cristóbal de Sotomayor, Agüeyabaná I, que había sido pacífico con los colonizadores, falleció dos años después de su llegada. Su hermano, Agüeybaná II, heredó su cacicazgo. Conocido como Agüeybaná el Bravo, es probable que creciera escuchando historias sobre las acciones de los colonizadores en la vecina Ayiti y ahora veía cómo esa violencia se desarrollaba en su propia tierra. A diferencia de su hermano, decidió actuar. Como líder político, religioso y militar, comenzó a organizarse para la guerra contra los colonizadores.47

En septiembre de 1510, la hermana de Agüeybaná II aconsejó a Sotomayor que huyera.48 Tras recibir la confirmación del asesinato planeado, Sotomayor reunió a cuatro soldados y se dirigió a Caparra para alertar a las autoridades de la rebelión. Mientras viajaban por el río Jauca, Agüeybaná II los interceptó. Todos los españoles fueron asesinados excepto Juan González, un explorador español que se había infiltrado en el areyto y conocía su lengua. Juró por su vida que sería leal a Agüeybaná II. Lo hirieron, pero lo dejaron con vida, y no tardó en alertar a las autoridades españolas de lo ocurrido aquella noche. Enterraron los cuerpos de los conquistadores de cabeza con los pies por fuera y la cabeza apuntando hacia el infierno del que tanto hablaban los cristianos. La guerra era inevitable.49

En 1511, Agüeybaná II contaba ya con un ejército de 3.000 soldados. Destruyeron la ciudad que Sotomayor había establecido en el sur y atacaron simultáneamente otros asentamientos por toda la isla. Mataron entre 150 y 200 españoles en una época en que la población no pasaba de unos cientos.50 En el caos del momento, los que sobrevivieron huyeron a Caparra, donde Juan Ponce de León estaba organizando un ejército. Cuando marcharon hacia territorios indígenas, se encontraron con que los taínos habían barrido los caminos de tierra, dando simbólicamente la bienvenida a los españoles a la batalla. La ofensiva española tuvo éxito y la represión fue brutal. Los españoles quemaban cualquier pueblo taíno que se interpusiera en su camino, arrestaban y esclavizaban a un gran número de taínos, grabándoles con fuego una F en la cabeza para recordarles que eran propiedad del rey español, Fernando de Aragón.51

Estaba claro que los taínos habían sufrido una gran derrota. Pero la guerra no terminó ahí. Cuando Juan Ponce de León ofreció un indulto a los caciques que se habían alzado en armas, solo dos aceptaron. Tras la fase inicial de la guerra, las comunidades indígenas cambiaron de estrategia. En lugar de la guerra frontal, optaron por ataques furtivos a los asentamientos españoles y una estrategia naval. De hecho, parece que muchas comunidades indígenas huyeron de Borikén y se refugiaron en las islas de Sotavento, hogar de los llamados indios caribes, que antaño habían sido sus enemigos.

Una de esas primeras batallas famosas tuvo lugar en Yahuecas, en la región centrooriental de Borikén. Según el cronista Fernández de Oviedo, Juan Ponce de León mató a un cacique que llevaba un gran guanín dorado al cuello. De ahí surgió la historia prevaleciente de que Ponce de León había matado a Agüeybaná II en batalla. No obstante, el historiador Jalil Sued Badillo ha demostrado de forma convincente que los españoles registraron avistamientos de Agüeybaná II durante las décadas siguientes. De hecho, la figura de Agüeybaná II se convirtió en un poderoso mito, y la gente decía haberlo visto luchar en múltiples batallas. Lo más probable es que se uniera a los que se asentaron en las islas de Sotavento y siguiera dirigiendo ataques contra los colonizadores de Borikén durante años.52

La guerra que comenzó en 1511, y continuó en forma de ataques furtivos durante décadas, marcó un punto de inflexión en las etapas iniciales del proyecto colonial español en Puerto Rico. Tras las primeras batallas, los españoles asesinaron con saña y esclavizaron a muchas comunidades indígenas; otras murieron a causa de los gérmenes europeos. La explotación y la violencia consolidaron el impulso genocida de la conquista. Un informe español de 1530 contabiliza 1.553 «indios», esclavizados o en encomiendas.53 Esa cifra, por supuesto, es cuestionable si consideramos los métodos utilizados para generar los datos. Muchos pueblos indígenas se trasladaron a las montañas para vivir fuera de los límites del Estado y, por tanto, no figuran en el archivo histórico. Tales silencios plantean retos a los historiadores. Pero, si adoptamos una perspectiva indígena, esas ausencias también podrían ser motivo de celebración. Desaparecer de los archivos y de la historia puede haber significado sobrevivir al empuje genocida de la conquista. En las comunidades que los pueblos indígenas crearon en los márgenes de las sociedades algunos de ellos entablaron amistad con otro grupo de personas que escapaban de la violencia incalificable del proyecto colonial español: los afrodescendientes que huían de la esclavitud.