

La luz del amanecer inundaba la casa japonesa. Desde el pesado futón donde había pasado la noche, el mundo parecía patas arriba. El verde contorno de unas pequeñas plantas se dejaba caer en el interior de la habitación atravesando los shōji acristalados y empañados de la machiya,5 y en el dorso de la mano podía sentir el delicado trenzado del tatami en el suelo. Aún era temprano y hacía un frío insólito para una mañana primaveral. Me volví a adormecer.
Cuando me desperté de nuevo, salí rodando del futón. Me vestí y, antes de nada, doblé y metí las mantas y el colchón en el interior del oshiire6 siguiendo las instrucciones de Nakamura-san, el propietario de la habitación que había alquilado.
De repente, no quedaba ni rastro de la noche que acababa de pasar y el espacio estaba dominado por los bordes del tatami, una composición floreal en el tokonoma,7 una mesita lacada —temporalmente colocada en un rincón— y la curiosa estufa que se utilizaba para calentar la habitación.
En el mismo armario donde había metido el futón se encontraban también varios cojines con fundas de color índigo. Cogí un par para combinarlos con la mesita. Mientras tanto, se había hecho de día y, tras abrir los shōji del interior, la estrecha galería anterior reveló la presencia de un silloncito y de varias macetas con plantas. Reorganizada de esta forma, la habitación tenía la apariencia de una sala perfecta.
Al salir, un par de zapatillas me esperaban cuidadosamente colocadas en el umbral de la estancia. Me las puse y cerré la puerta tras de mí: el pequeño mundo doméstico parecía haberse desvanecido en la nada. Bajé la empinada escalera de madera, llegué a la planta baja y me encaminé hacia la entrada, donde me puse los zapatos, que me aguardaban allí desde la noche anterior.
Nakamura-san estaba limpiando las macetas y el banco de madera colocado al lado de la puerta principal.
—Ara, Maruco-san. Ohayō gozaimasu! Genki desu ka? (¡Buenos días, Marco! ¿Estás bien?)
—Okagesama de genki desu. Ittekimasu! (Todo bien, gracias. ¡Hasta luego!) —respondí tras hacer una leve reverencia. Con una pequeña inclinación de cabeza, Nakamura-san volvió a sus quehaceres y yo me alejé por la calle.
Puede que la habitación que he alquilado a Nakamura-san sea la más pequeña de las que he tenido en Japón. A lo largo de los años he visitado y me he alojado en casas tradicionales, pisos modernos, casas rurales y hoteles cápsula, pero en esa habitación es donde he encontrado muchos de los componentes principales del hogar nipón: una pequeña entrada, el tatami, un trastero invisible y tabiques correderos.
Además, hay un espacio vacío que puede adaptarse a los usos más diversos. Aunque no siempre estén presentes en las viviendas del país del sol naciente, estos elementos sugieren unos modos y unas formas de vivir distintos a los que se han desarrollado en Europa, que hay que observar y comprender para sentirse en casa.
EL VALOR DEL SUELO
Si tuviera que elegir un único elemento que simbolice y resuma el hogar japonés, sería el suelo. Su importancia se pone de manifiesto en la misma entrada de la casa, dado que hay que detenerse en ella, descalzarse y, por último, levantar un pie para superar la diferencia de altura más o menos pronunciada entre el suelo de la entrada y el del interior. Esta secuencia de gestos implica una interrupción tanto espacial como temporal entre la vivienda y el resto de la ciudad: un umbral permeable, pero bien definido. Así pues, como sugieren los ideogramas que forman la palabra genkan8 —la zona de entrada de una vivienda, de un templo, de un edificio público—, en presencia del pavimento doméstico el resto del mundo se desvanece y se accede a una nueva dimensión.
En su obra de 1986, El orden escondido,9 el arquitecto Yoshinobu Ashihara ofrece una posible explicación del origen de esta configuración. El suelo elevado de las casas niponas se habría adoptado para combatir el clima cálido y húmedo del archipiélago japonés. Separar el suelo de la tierra tenía por objeto proteger de la humedad y, al mismo tiempo, favorecer la circulación del aire por debajo de los edificios y, de esta manera, enfriarlos durante los meses de verano. Pero, según afirman otros estudiosos, en el periodo Yayoi10 existían ya prototipos de dicha tecnología de construcción, importados de la vecina Asia continental.11 Sea cual sea la explicación, el uso de suelos elevados y la necesidad de preservar la limpieza de los ambientes domésticos están en el origen de la costumbre de descalzarse al entrar en una casa.
De esta forma, el genkan sobrevive en la actualidad incluso en los apartamentos más modernos, donde queda ya bien poco de la arquitectura vernácula japonesa.
Tras franquear el umbral, nos encontramos con el segundo elemento distintivo de la pavimentación tradicional, el tatami, el fino colchón de paja de arroz comprimida recubierto de hierbas trenzadas que se utiliza para cubrir los suelos de las washitsu, las habitaciones de estilo japonés. Si bien en sus orígenes era una prerrogativa de las clases más acomodadas, el tatami se extendió progresivamente en el periodo Edo12 a las casas comunes. Además de ser cómodo, dadas sus medidas estandarizadas, este tapiz hace las veces de módulo espacial,13 en la medida en que la cantidad y la disposición de los tatamis permiten comprender las dimensiones y, en ocasiones, también las funciones de una habitación. Por poner un ejemplo: una sala pequeña destinada a la ceremonia del té suele tener una superficie de cuatro tatamis y medio. Además, la calidad de los trenzados superficiales y de los heri, las tiras de tejido dispuestas a lo largo del lado más ancho del colchón, adornan las estancias con notas cromáticas y táctiles y determinan su grado de elegancia.
Si hoy en día el tatami es menos frecuente que antaño, esto no significa que la atención que se presta a la pavimentación en los apartamentos modernos sea menor y, a menudo, la gama de materiales utilizados para las superficies horizontales es más sofisticada que la de los restantes elementos de la casa.
Da la sensación de que cada material tiene un lenguaje propio: los colores, las sensaciones táctiles de rugosidad y temperatura, la sonoridad e incluso los olores, que cambian en función de las estaciones.
Así pues, es como si un cambio de revestimiento marcara no solo la entrada en un área diferente de la casa, sino también el paso de una atmósfera a otra. Madera para la sala, tatami para el dormitorio, resinas antideslizantes para el cuarto de baño y cemento para la terraza: así era el piso donde viví recientemente en Tokio.

El suelo extiende su influencia de la estructura arquitectónica a los muebles. Las habitaciones de estilo japonés —en caso de que las haya— requieren, en efecto, un mobiliario especial, con soportes redondeados para no dañar la trama de tatami y con unas dimensiones acordes con el hecho de que es normal permanecer sentados o de rodillas. La costumbre de vivir intensamente al nivel de la superficie pavimentada, capturada en unas tomas memorables por la mirada del director de cine Yasujirō Ozu, altera ligeramente las proporciones de los interiores. Además, a ella se debe la existencia de una serie de objetos que es fácil encontrar en los hogares japoneses, como los tradicionales cojines para el suelo (zabuton) o las sillas que solo tienen base y respaldo (zaisu).
Así pues, el observador atento encontrará en el suelo todo un campo semántico que transforma profundamente la experiencia del habitar. Los sentidos se reorganizan al deslizarse descalzo por el tatami o al acariciar un suelo de madera a través del fino estrato de algodón de los calcetines. El baricentro desciende y la atención se desvía de la vista a los pies. De esta manera, ir de una habitación a otra, de un suelo a otro, se convierte en una coreografía hecha de pequeños escalones y de unas sensaciones táctiles sorprendentes. Aprender a moverse, ocupar estas superficies y dialogar con ellas es esencial para sentirse en casa en una residencia nipona.
Un lugar que exige un aprendizaje, antes incluso del léxico necesario para señalar sus componentes, un nuevo modo de estar en el espacio.
ALEGRÍAS Y DOLORES DEL MICROESPACIO
起きて半 畳寝て一 畳 (Okite hanjō, nete ichijō)
Despierto, [necesitas] medio tatami.
Durante el sueño, un tatami [es suficiente].
Proverbio japonés
Las casas se apiñan a lo largo de las estrechas calles de las principales ciudades japonesas, a menudo separadas por no más de diez centímetros. Esta extrema densidad se debe tanto al elevadísimo número de habitantes concentrados en el denominado «corredor del Tokaido»14 como a las características del mercado inmobiliario japonés. La angostura de las calles limita aún más la altura media de los edificios, cuidadosamente regulada para no privar de luz solar a las casas vecinas. La progresiva disminución de los hogares reduce la demanda de pisos grandes. Aunque las torres y los manshon15 aumentan en los distritos más prestigiosos o a lo largo de las arterias principales, Tokio sigue siendo una ciudad de edificios hasta cierto punto pequeños, donde el tamaño medio de las viviendas y la disponibilidad de espacio privado per cápita son mucho menores que en ciudades similares de Europa o Estados Unidos.
Vivir en espacios reducidos no supone una novedad para los habitantes de la capital. Ya durante el periodo Edo, los artesanos, los pequeños comerciantes y los samuráis de rango inferior vivían hacinados en los nagaya, unos grupos de viviendas de madera adosadas con pequeñas habitaciones e instalaciones comunes.16 La falta de intimidad del nagaya quedaba compensada, al menos en parte, con el sentimiento de comunidad que se desarrollaba entre los habitantes, obligados a compartir la privacidad y las tareas cotidianas. En la actualidad, en Tokio solo sobreviven unos cuantos ejemplos de esta tipología de vivienda (y casi todos datan de después de la Segunda Guerra Mundial), como en los barrios de Sumida, Taitō o Bunkyō, pero el recuerdo permanece y quizá la memoria de esos siglos de hacinamiento forzoso sea la causa de la obsesión actual por la privacidad que tienen los habitantes de la ciudad.
Debido a una afortunada coincidencia, la tradición arquitectónica nipona abunda en elementos que ayudan a ampliar y hacer versátiles hasta las estancias más reducidas. Al respecto cabe citar los shōji y los fusuma, unos tabiques móviles que hacen las veces de ventanas y paredes en las viviendas tradicionales. Los primeros son transparentes o semitransparentes, ya que son de cristal o de papel japonés, mientras que los segundos son opacos. Moviendo dichos paneles es posible transformar el espacio doméstico y establecer nuevas conexiones entre el interior y el exterior de la casa. Por ejemplo, retirando el fusuma entre el salón y el dormitorio se crea un espacio apropiado para celebrar una fiesta con amigos. Además, es posible contemplar el cambio de las estaciones abriendo de par en par las puertas correderas que dan al jardín. Hay shōji y fusuma de diferentes diseños y, al igual que el tatami, su calidad determina la impresión que producen los espacios domésticos.
Los microespacios flexibles de las casas japonesas se modelan en función de unas proporciones métricas y unos estándares específicos de diseño de interiores: las puertas y los techos suelen tener una altura ligeramente inferior a los estándares europeos, las encimeras son más bajas y en el cuarto de baño suele haber miniduchas y minilavabos. En pocas palabras, las habitaciones están diseñadas con un pragmatismo implacable para satisfacer las necesidades diarias en la menor superficie posible.
En cualquier caso, vivir en un pequeño piso de Tokio enseña que los espacios reducidos no merman la calidad de vida. Al contrario, el hecho de tener a disposición un área inferior obliga a reconsiderar las costumbres cotidianas. La posibilidad de acumular objetos superfluos disminuye de forma drástica. De igual forma, la vida social se traslada con frecuencia fuera de la residencia, dada la carencia de espacios adecuados para recibir invitados. Así pues, la casa constituye la dimensión existencial mínima en el interior de la metrópolis, donde un visitante o un habitante que haya crecido en otro lugar debe madurar una nueva conciencia, dado que las dimensiones residenciales a las que está acostumbrado son muy diferentes. Esto constituye una forma curiosa de pertenecer a un lugar y, en ocasiones, es bastante doloroso: he perdido la cuenta de las veces que me he golpeado en la cabeza al pasar de una estancia a otra. Puede que por distracción o quizá por el despecho de un kami (espíritu) doméstico hacia un cuerpo fuera de escala.
PRIVACIDAD Y COMODIDAD DOMÉSTICA
La presión urbana rodea las residencias de las metrópolis japonesas y conforma sus peculiaridades. Es frecuente que las ventanas den a las fachadas laterales o a los tejados de las casas vecinas, que los sonidos y los olores atraviesen los suelos y las paredes, y que el aislamiento térmico sea escaso. Cuando se vive en una ciudad con una densidad extrema, donde la frontera entre uno mismo y los demás es difusa, es necesario desarrollar algunas estrategias para sentirse protegido de las miradas indiscretas.

Las cortinas (en japonés kāten, del inglés curtain) son el recurso más corriente para garantizar un nivel adecuado de privacidad y están siempre corridas para proteger la intimidad de los habitantes. Debido a la relevancia de este accesorio, en Japón el mercado de cortinajes es bastante sofisticado y es posible adquirir telas de todo tipo y calidad, más o menos transparentes o con características especiales, como las cortinas de doble capa que sirven para reflejar los rayos solares y reducir la temperatura en el interior. Un tejido ligero y semitransparente permite, en cambio, resguardar la privacidad doméstica sin renunciar a la luminosidad y al panorama. En resumen, cada habitación tiene las cortinas que mejor se adaptan a las circunstancias.
En las casas unifamiliares, en cambio, los altos setos o los muros perimetrales suelen ocultar los pisos inferiores o incluso todo el edificio. Justo como ocurría en las antiguas residencias de los samuráis que aún pueden verse en algunos lugares de Japón, como Kakunodate o Chiran. Hasta en los barrios más atestados de Tokio, el verde puede utilizarse de manera creativa para expresar el carácter de los habitantes y, al mismo tiempo, proteger su intimidad. Es el caso del conocido Jardín y Casa, una residencia increíble diseñada por el arquitecto Ryūe Nishizawa, que cuenta con un jardín vertical en un edificio que se erige en una parcela diminuta, de apenas treinta y dos metros cuadrados, situada en un callejón del céntrico distrito de Chūō.
Una vez determinada la pantalla que separa la vida urbana de la doméstica, es posible proceder a hacer confortable el resto de la casa. Siguiendo la pauta de muchos japoneses, es conveniente centrarse en las condiciones «atmosféricas» del piso. Por ejemplo, el uso de purificadores y humidificadores permite disfrutar de un aire limpio y de unos niveles correctos de humedad, al mismo tiempo que el incienso japonés puede añadir fragancia y personalidad al hogar. Es esencial crear un ambiente relajante donde sea agradable respirar, sobre todo en el dormitorio, la única verdadera habitación en los pisos más pequeños. Por otra parte, en una sociedad que se caracteriza por la dedicación extrema al trabajo como la japonesa, este es el lugar donde se pasa la mayor parte del tiempo libre.
El cuarto de baño es igual de importante, dado que en él se manifiestan la atención al cuidado del cuerpo y el amor por el baño que profesan los japoneses. Así pues, no es casual que muchas casas cuenten con un pequeño cuarto separado del retrete y dotado de una bañera estrecha y profunda, el ofuro. En las casas tradicionales o en los ryokan17 son de madera, mientras que en los pisos más modernos suele estar fabricado con materiales plásticos. En cualquier caso, y al contrario que la ducha, la limpieza no es su función principal: sumergirse en el agua sirve para relajarse (¡no hay nada mejor después de una larga jornada laboral!) y antes de hacerlo hay que realizar un lavado preliminar. A fin de aumentar los beneficios de este rito doméstico, se pueden añadir sales al agua caliente o utilizar una toalla exfoliante para masajear la piel. Una vez terminado, la misma agua puede ser reutilizada por la pareja o por otros miembros de la familia.
El enfoque que adopta el confort hogareño se transforma a lo largo del año. En verano es imprescindible mitigar la humedad y el calor, además de ahuyentar a los insectos que aparecen en esa época. Si es necesario, hay que proteger del sol a las plantas del pequeño jardín doméstico y en las ventanas se puede colgar un fūrin, una delicada campana de viento que suena cuando la brisa de las noches estivales la mueve. En invierno, en cambio, hay que guarecerse del frío, que puede ser especialmente intenso en las regiones septentrionales de Japón y en las más expuestas a los gélidos vientos procedentes de Asia continental. En este caso, el kotatsu18 es perfecto para calentarse en ausencia de una calefacción centralizada o de radiadores, tecnologías que no suelen estar presentes en las casas japonesas.
En pocas palabras, la privacidad y el confort inspiran la moderna cultura de la residencia nipona. Y si lo privado es una conquista bastante reciente para los habitantes del archipiélago,19 la atención a las sofisticadas comodidades de la vida doméstica es una tradición secular. De esta forma, descubrir los pequeños placeres que se custodian en el interior de las casas del país del sol naciente educa en unos rituales de bienestar a los que después resulta difícil renunciar.
¿MINIMALISMO O ACUMULACIÓN?
Los objetos integran la trama del habitar y para sentirse en casa es preciso organizarlos, ya sean viejos o nuevos. Las tazas y los cuencos para la cocina, unas cuantas plantas y flores para el balcón, lecturas llegadas a Japón de lugares lejanos y vestidos apropiados para cada estación. Hay que encontrar un lugar para todo.
Dadas las dimensiones reducidas de los pisos en Tokio, el espacio disponible para efectuar este ejercicio de estilo se agota muy pronto. Así pues, hay que elegir. ¿Acumular aprovechando los recovecos de la habitación o abrazar un estilo de vida más esencial eliminando los accesorios superfluos? En pocas palabras: ¿minimalismo o acumulación? Un dilema que permite descubrir algunos aspectos destacados de la estética japonesa, además del sistema de valores que fundamenta el espacio doméstico.
Rastrear los orígenes y la evolución del ahora popular «minimalismo japonés» es una tarea difícil. Para algunos, esta tendencia está influenciada por los principios de simplicidad, limpieza y rigor del budismo zen. Una búsqueda estética que exalta el ma, el vacío que surge de la separación espacio- tiempo de los objetos, y el shibui, la refinada elegancia que genera la presencia de objetos de apariencia discreta y austera. La reciente preponderancia global de la idea del minimalismo como característica estética del archipiélago debería atribuirse a lugares como el santuario de Ise o la villa imperial de Katsura, que influyeron en la obra de arquitectos europeos y estadounidenses entre los siglos XIX y XX.20 Posteriormente, en un asombroso juego de espejos, estas circunstancias han acabado influyendo en el desarrollo de la arquitectura, el diseño gráfico y las artes en el Japón moderno y contemporáneo.
Si estas dinámicas, en ocasiones contradictorias, invitan a reflexionar sobre los complejos mecanismos que definen la identidad cultural japonesa —tanto dentro como fuera del país—, el enfoque minimalista del interiorismo que distingue algunas viviendas responde, sin duda, a la necesidad de residir en unos espacios de dimensiones reducidas y de hacer frente a los elevados impuestos sobre los residuos voluminosos que, de hecho, condicionan la tendencia a comprar muebles y accesorios. En este sentido, cabe añadir que, desde hace aproximadamente una década, en Japón hay un interés creciente por los estilos de vida sostenibles, hasta el punto de que cada vez más habitantes deciden imponer en sus hogares un orden más o menos radical.
En cualquier caso, en muchas casas japonesas la realidad dista mucho de la imagen de minimalismo de otro mundo que ciertas actividades de «branding cultural» han impulsado con éxito a escala global. Escondidos tras unas cortinas bien cerradas hay millones de pisos donde reina una acumulación extrema. Pero sería erróneo concluir que amontonar objetos sea, en este caso, una simple manifestación de desorden o de mal gusto: como ha ilustrado con maestría Kyōichi Tsuzuki en el libro fotográfico de culto Tokyo Style,21 también en los pisos de los acumuladores más empedernidos es posible detectar una genialidad peculiar. Un cuidado que revela el deseo de crear un espacio del todo personal y quizás una mínima actitud otaku22 aplicada al ámbito doméstico: los seguidores de la moda archivan las colecciones de sus estilistas preferidos hasta llenar por completo su apartamento, por ejemplo; los amantes del verde se rodean de plantas curiosas, mientras que en las casas de fervientes bibliófilos hay pilas de volúmenes por todas partes (la tendencia a coleccionar libros en grandes cantidades ha sido merecedora de un término específico, tsundoku).
Al igual que suele ocurrir en Japón con otras antinomias, también la de minimalismo/acumulación solo es, por tanto, aparente y tiende a diluirse en la práctica cotidiana. Es más, casi parece que los dos términos tengan su origen en un mismo principio: el de la atención escrupulosa a los objetos cotidianos. Elegir y organizar con meticulosidad las circunstancias domésticas inculca una precisión estética que va más allá de la vivienda e impregna los cuerpos, los gestos y las costumbres. Un ritual que puede compararse con las limpiezas diarias que deben llevar a cabo los novicios zen y que renueva, a través del cuidado de la casa, el vínculo profundo que existe entre la persona y el mundo.
NUEVOS ACCESORIOS, NUEVAS COSTUMBRES
Instalarse en una nueva casa es fuente de preocupación en cualquier rincón del mundo, pero en Japón puede acabar siendo una empresa especialmente ardua, sobre todo para los que (aún) no se han iniciado en la serie de expedientes burocráticos, obstáculos y usos que caracterizan la búsqueda de una casa para alquilar o comprar. Así pues, mudarse requiere una gran preparación, además de una buena dosis de paciencia para completar los documentos necesarios de todo tipo que exigen las agencias inmobiliarias, los propietarios y los ayuntamientos.
Además, en el momento del traslado hay que disponer de un consistente capital inicial, ya que, por ejemplo, al alquiler se añaden una serie de gastos, como shikikin y reikin, que son, respectivamente, un depósito de garantía y una suma de dinero que se «regala» al dueño de la casa (reikin significa literalmente «importe monetario en señal de gratitud»). Los gastos por el traslado de los efectos personales o la compra de nuevos muebles serán también elevados, sobre todo para los recién llegados al país del sol naciente. De hecho, los pisos japoneses se suelen alquilar sin amueblar, exceptuando las piezas fijas del cuarto de baño y la cocina. Así pues, además de los electrodomésticos, hay que procurarse todos los accesorios necesarios para satisfacer las exigencias propias, de las más básicas a las más sofisticadas.
La nevera y el horno microondas, por ejemplo, no son los únicos electrodomésticos esenciales en la cocina, también está el cocedor de arroz (que en japonés se llama suihanki); este aparato compacto sirve para preparar un alimento básico en la dieta y en la cultura japonesa (basta pensar que la palabra gohan hace referencia tanto al arroz cocido como a la comida). Tras la década de reconstrucción posbélica fueron apareciendo varias invenciones que revolucionaron las costumbres cotidianas de las familias japonesas: el cocedor de arroz automático para uso doméstico fue una de ellas. De repente, dejó de ser necesario dedicar horas a la preparación del arroz mediante las tradicionales estufas de leña (kamado): después de haber dosificado, enjuagado y colado los granos, bastaba con echarlo en el interior del aparato, ponerlo en marcha y esperar poco menos de una hora para obtener un gohan compacto y fragante. El éxito fue rotundo y por ese motivo este emblema del diseño japonés no ha dejado de evolucionar desde entonces, y hoy en día aún sigue satisfaciendo el refinado gusto por el arroz de la población japonesa.
Además de un buen cocedor, la preparación del arroz cotidiano también requiere trucos e instrumentos específicos: una taza graduada para ajustar la cantidad (que debe dosificarse rigurosamente en gō, la unidad de medida tradicional que equivale a unos ciento cincuenta gramos de arroz o a ciento ochenta mililitros de sake), la técnica correcta para lavar y colar los granos antes de la cocción, una espátula para mezclar y distribuir el arroz una vez cocido (shamoji). Después, a la hora de comer, no pueden faltar los palillos, su correspondiente soporte y una colección de cuencos de distintos tamaños: pequeños para el arroz blanco y más grandes para el donburi.23 Si, en cambio, se trata de una comida en la oficina o de un pícnic, basta tener un bento box (en japonés bentō-bako), un recipiente donde colocar ordenadamente el arroz y el acompañamiento preferido.
Al igual que en el resto de la casa, la atención a la seguridad que se presta en la cocina es máxima, debido al elevado riesgo sísmico que padece el archipiélago japonés. Los muebles suelen tener una altura reducida y, siempre que sea posible, es conveniente fijarlos bien a las paredes. De igual forma, las puertas y los cajones están dotados de unos cierres de seguridad que evitan que se abran y caiga su contenido. Por la misma razón es oportuno no poner muebles cerca de la cama, una forma de protegerse del riesgo de accidentes nocturnos en caso de terremoto.
Otro accesorio que se aconseja tener para estar preparado en caso de desastre o catástrofe natural es la mochila de emergencia, que deberá contener un kit de supervivencia: una linterna, un cargador de baterías portátil, medicamentos para primeros auxilios, una manta térmica, alimentos no perecederos y agua. Esta mochila debe colocarse en un lugar fácilmente accesible en caso de que se produzca una evacuación o una fuga repentina. ¡También es muy importante comprobar de manera periódica que los objetos que contiene sigan funcionando y los alimentos aún sean comestibles!
Por otro lado, en casa no puede faltar lo necesario para limpiar y organizar meticulosamente los objetos, la ropa y los accesorios. Para muchos japoneses estas son unas costumbres muy arraigadas que transcienden las ordinarias necesidades de higiene doméstica, por lo que la gama de productos disponibles en el mercado para liberarse del polvo y la suciedad es increíblemente variada y sofisticada. Existen esponjas y cepillos tradicionales, como las resistentes tawashi de fibra de palma, o las esponjas «mágicas» de melamina, que son una especie de cubos blancos y suaves capaces de eliminar las manchas más tenaces. Lo mismo que con las escobas: para limpiar los suelos de casa con estilo se puede utilizar una de fibra de palma (shuro bōki), mientras que para el jardín se prefiere una escoba de bambú más resistente (take bōki). No faltan los accesorios específicos para limpiar ventanas, para mullir el futón o para hacer resplandecer todos los rincones de la casa.
La atención que se presta a la limpieza alcanza su culmen durante el llamado ōsōji, la gran limpieza de fin de año. Para poder realizar un ōsōji perfecto es necesario equiparse adecuadamente con ropa cómoda, guantes y mascarillas que impidan la inhalación de polvo. Hay que dedicarle mucho tiempo, ya que, como la limpieza es bastante concienzuda, puede llevar todo un día. Por esa razón, es conveniente involucrar a todos los miembros de la familia y asignar a cada uno de ellos una tarea concreta o una habitación específica de la casa. Los suelos, las paredes, las ventanas, los muebles, los accesorios: todo merece ser reordenado y liberado de la suciedad. Además, hay que desprenderse sin demasiados miramientos de los objetos acumulados sin razón durante el año y que ya no son necesarios. He de reconocer que, a pesar del esfuerzo, no hay mejor manera de recibir el año nuevo que rodeados de nuestros objetos preferidos y sintiéndonos más ligeros.
ENTRAR, SALIR, VISITAR: LA ETIQUETA DEL ESPACIO DOMÉSTICO
Hemos visto cómo el umbral del hogar es un lugar lleno de significado. De igual forma, acoger a alguien y ser acogido en un espacio doméstico son situaciones importantes que permiten relacionarse con los demás en el marco de la hospitalidad. Las dos circunstancias van acompañadas de un formalismo particular en Japón, debido a la naturaleza extremadamente privada del hogar y a la importancia que se otorga a las normas de comportamiento.
Aunque se viva en pareja o en familia, en una situación de confianza íntima, hay que anunciarse cada vez que se cruza el umbral de la vivienda. De costumbre se avisa respetuosamente de la salida diciendo «ittekimasu!» (literalmente, «¡voy y vuelvo!») y del regreso con «tadaima!» («¡ya estoy aquí!»), a lo que los demás ocupantes de la casa responden «itterasshai!» («¡ve y vuelve pronto!» o «¡hasta luego!») u «okaerinasai!» («¡bienvenido!»). Estas expresiones acaban resultando tan familiares que, en poco tiempo, uno puede llegar a decirlas incluso en ausencia de interlocutores, como para anunciar la propia presencia en casa y, quién sabe, tal vez imaginando la silenciosa respuesta de los espíritus hogareños.
Muchos japoneses no suelen recibir en casa, prefieren reunirse en otro lugar para preservar la intimidad del hogar, pero, cuando lo hacen, preparan el evento de forma metódica. En primer lugar, hay que limpiar bien y ordenarlo todo para no dejar a la vista las partes más privadas y caóticas de la residencia. Luego, en el momento de la visita, se deja un par de zapatillas limpias en la entrada para que el invitado pueda calzárselas con facilidad. En resumen, los japoneses hacen todo lo que está en su mano para que la propia residencia tenga el mejor aspecto posible y para crear una atmósfera acogedora y cordial.
Cuando se visita a los amigos o conocidos hay que mostrar la misma cortesía. Se aprecia mucho que la gente sea puntual: el tiempo libre del anfitrión es valioso y no es sabio desaprovecharlo. En el momento de cruzar el umbral se usa la expresión «ojama shimasu» para pedir disculpas por la invasión temporal del espacio doméstico ajeno. Además, la norma exige presentarse con un pequeño regalo (temiyage), que con frecuencia es un tentempié dulce o salado para compartir; hay que procurar no ofrecer nada costoso para evitar situaciones comprometedoras que obliguen al anfitrión a corresponder en el futuro. Por último, es mejor entregar el presente antes de sentarse y prestando atención a la gestualidad: el paquete se saca de la bolsa y se ofrece de manera que quede de cara al anfitrión. Así se demuestran, una vez más, respeto y gratitud por la acogida.
También es imprescindible despedirse de forma apropiada. Sobre todo, hay que elegir el momento adecuado para saludar a fin de evitar que nuestra presencia se prolongue demasiado. No es raro que el anfitrión nos invite a tomar una última taza de té: en este caso, a menudo la respuesta más apropiada es rechazarla. En el fondo, según recuerda un proverbio japonés, incluso el invitado más agradable se convierte en un tormento cuando impone su presencia más de lo debido.
Una vez aprendidas las reglas de comportamiento, visitar las casas de los amigos y conocidos es una experiencia sumamente interesante; una ocasión para saborear los placeres de la hospitalidad y observar, al mismo tiempo, espacios y costumbres diferentes. A pesar de la proverbial privacidad de muchos japoneses, al finalizar una visita es imposible no haber captado algunos de los rasgos de la personalidad de los habitantes de la casa y se regresa a la propia habiendo comprendido algo más sobre la intrincada y fascinante coreografía que articula los actos sociales en el país del sol naciente.
UN UNIVERSO DE CASAS
Las viviendas del Japón contemporáneo son bastante distintas de las antiguas casas de madera que aún se pueden admirar en Kioto o en los pueblos rurales del archipiélago. Muy alejadas del reconfortante encanto de la tradición, en las megalópolis las hay de todas las formas y tamaños: edificios supermodernos, refinadas casas antiguas que han sobrevivido a las constantes mutaciones urbanas, rascacielos, prefabricadas e incluso chabolas en ruinas. Todo coexiste en una amalgama de increíble densidad, donde a menudo no se presta la menor atención a la composición de conjunto.

Se trata de un microcosmos que no deja de llamar la atención de quienes proceden de tradiciones residenciales distintas. ¿Qué se esconde tras las cortinas perpetuamente corridas y descoloridas del edificio que hay al otro lado de la calle? ¿A quién pertenece ese pequeño jardín tan amorosamente cuidado? Y qué extrañas son esas miniaturas alineadas en el alféizar de la ventana de la planta baja. Estos y otros pensamientos se agolpan en la mente al deambular por las calles de Tokio u observando sin más el espectáculo de la ciudad desde sus ventanas.
A pesar de las apariencias, esta cacofonía urbana alberga una cultura vital y detallista de la vida, que emerge en la particular consonancia entre las formas y los materiales utilizados en los interiores y que se plasma en los gestos cotidianos: descalzarse al entrar, deslizar los fusuma con un ligero toque de la mano, sentarse en el tatami para tomar una taza de té. Una vida hogareña que se distingue por la intimidad y los rituales que deben observarse con precisión.
En los detalles de la experiencia doméstica se revelan, por tanto, algunos de los rasgos más destacados que conforman la identidad compartida de la sociedad japonesa. Aquí se aprende el valor del espacio privado, realmente muy escaso en ciudades tan densas como Tokio u Osaka. Y es donde se educa en el cuidado de uno mismo y de los demás, a través de los gestos y la atención que se presta a las cosas y a los habitantes que ocupan el espacio familiar. La dedicación que exige el hogar japonés redefine los hábitos aprendidos en otros lugares y determina un profundo sentimiento de pertenencia a los espacios donde se desarrolla la vida cotidiana.
De esta forma, día a día, uno acaba sintiéndose por fin en casa. Ocupando cada uno a su manera ese particular punto de encuentro entre las propias inclinaciones, las condiciones materiales y las convenciones sociales y culturales que rigen el espacio y el tiempo domésticos. Esa dimensión íntima donde se encuentra el sentido de habitar, tanto en Japón como en cualquier otro lugar.
