3

Filantropía con visión de futuro

Darren Walker

George Soros no se despertó en plena crisis de los cuarenta e inventó la filantropía moderna. Forma parte de una larga lista de estadounidenses enormemente ricos que han decidido aprovechar su riqueza para hacer el bien en el mundo. Sin embargo, la forma de donar de Soros es diferente de la de sus predecesores, y en el camino ha replanteado lo que la filantropía puede lograr.

La filantropía es un elemento muy importante y a menudo incomprendido del funcionamiento de Estados Unidos. A menudo considerada como un acto de caridad, la filantropía consiste en utilizar el dinero para promover objetivos sociales, la educación, la equidad, la justicia, la ciencia, la salud y la cultura.

George Soros se hizo filántropo en la madurez porque tenía mucho dinero y un sentido filosófico y estratégico de que el mundo podía beneficiarse de su voluntad de apoyar las reformas y los valores democráticos. Empezó centrándose en Sudáfrica, pero poco a poco, a medida que crecía su fortuna y se derrumbaba el imperio soviético, su alcance e impacto se ampliaron a docenas de naciones. Con el tiempo, Soros reconoció que su filantropía mundial también debía tener un componente estadounidense, a escala nacional y en cuestiones específicas como la delincuencia, la justicia y la política antidroga.

A menudo se compara a Soros con grandes figuras de la filantropía como Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, los herederos de Henry Ford y, más recientemente, Bill y Melinda Gates. Carnegie, por supuesto, construyó miles de bibliotecas y escribió literalmente el libro de la donación moderna. En El Evangelio de la Riqueza, publicado en 1889, expuso su opinión de que los hombres se enriquecían gracias al trabajo duro y a la voluntad de Dios, por lo que era su deber destinar su dinero extra de forma cuidadosa y responsable a causas benéficas. Nada de despilfarrar el dinero o repartirlo a discreción para que los trabajadores lo malgasten.

Mientras que Carnegie centró sus esfuerzos principalmente en Estados Unidos y el Reino Unido, la huella de Rockefeller fue verdaderamente global. Construyó el primer hospital occidental moderno en China y fundó el Peking Union Medical College. El sistema mundial de salud pública fue una creación suya: sentó las bases de la Organización Mundial de la Salud. Rockefeller también promovió la seguridad alimentaria mundial. Los institutos de investigación alimentaria que creó en todo el mundo contribuyeron a propagar la Revolución Verde y alimentar a mil millones de personas. Las fundaciones Ford y Gates han seguido caminos similares, buscando soluciones a gran escala para los problemas globales a los que se enfrenta la humanidad.

George Soros ha regalado dinero a una escala comparable a la de Rockefeller.1 Pero por un ideal diferente. Como industriales, Rockefeller, Carnegie y otros tenían la creencia absoluta de que los estadounidenses como ellos, con la ciencia y la industria, podían resolver los problemas del mundo. Podían mirar más allá de la injusticia social porque, en última instancia, la ciencia también se ocuparía de eso. Pero el enfoque de Soros sobre la Open Society es más amplio que el progreso científico o de desarrollo. Su visión es la de un mundo y una nación donde los principios de la sociedad abierta, los derechos humanos y la equidad sean los objetivos. Y por eso nunca pudo mirar hacia otro lado. Su filantropía se ha visto moldeada por su propia experiencia vivida: creció en Hungría, sobrevivió a los nazis y luego vio descender el Telón de Acero sobre Europa del Este. Ver cómo se destruía la democracia tuvo un profundo impacto en él que perdura hasta hoy. Le da un sentido de urgencia. Sabe lo que ocurre cuando se atenta contra la democracia y las instituciones democráticas.

Soros tenía cuarenta y nueve años cuando decidió probar con la filantropía. Era una época de inquietud para él, a pesar de su éxito en el mundo de las finanzas. Se sentía inseguro. Impulsado. Adicto al trabajo. Autocrítico e incluso autotorturador. Depresivo. Aunque era un investigador brillante que cultivaba cientos de contactos útiles en mercados de todo el mundo, en su vida privada anhelaba encontrar intereses significativos y ampliar su limitado círculo de amigos.2

Por supuesto, era un experto en hacer dinero (para entonces había amasado una fortuna personal de 25 millones de dólares),3 pero no le interesaban los símbolos de estatus ni los lujos que la riqueza puede comprar. Por aquel entonces, su matrimonio se rompió y él y su socio se separaron. Y la presión incesante, a menudo ininterrumpida, del comercio mundial de alto riesgo le agotaba. Cuando una compañera de cena le preguntó cuándo se dio cuenta por primera vez de que le gustaba ganar dinero, le dijo: «No me gusta. Simplemente se me da bien».

Su verdadera pasión de toda la vida era la filosofía, y eso le daba otra razón para estar deprimido. Llevaba años trabajando en un libro titulado La carga de la conciencia, que soñaba que iba a ser su entrada en el panteón de los grandes pensadores de la humanidad. Pero nunca pudo conseguir que esta obra magna funcionara y finalmente la dejó de lado. Así que ahora, en lugar de dejar su huella como filósofo, estaba aquí, viajando incesantemente por negocios y anhelando un cambio.

Al iniciarse en la filantropía, solo tenía una vaga idea de lo que quería hacer. Llamó a su fundación Open Society Fund (Fondo para una Sociedad Abierta) por un principio de su filosofía que esperaba poner a prueba en el mundo real. Pero la motivación inmediata era menos noble: reducir sus impuestos. La Open Society era un fideicomiso caritativo que, en última instancia, permitía a sus hijos heredar su patrimonio libre de impuestos siempre que donara hasta 3 millones de dólares al año durante veinte años.4

Para un hombre de la creciente riqueza de Soros, este fue un comienzo modesto y con sentido común. Pero poco a poco se dio cuenta de que aplicando su filosofía a los problemas del mundo real podía hacer un gran bien. Adoptó la idea de la sociedad abierta del filósofo Karl Popper, su mentor en la London School of Economics. Era una visión clara y convincente de la democracia; cuando se le pidió que la definiera a mediados de los noventa, Soros respondió:

Los conceptos no deben definirse, sino explicarse... La sociedad abierta se basa en el reconocimiento de que todos actuamos sobre la base de una comprensión imperfecta. Nadie está en posesión de la verdad última. Por lo tanto, necesitamos un modo de pensamiento crítico; necesitamos instituciones y normas que permitan a personas con opiniones e intereses diferentes convivir en paz; necesitamos una forma de gobierno democrática que garantice la transferencia ordenada del poder; necesitamos una economía de mercado que proporcione información y permita corregir los errores; necesitamos proteger a las minorías y respetar sus opiniones. Y, sobre todo, necesitamos el Estado de Derecho. Ideologías como el fascismo o el comunismo dan lugar a una sociedad cerrada en la que el individuo está subyugado al colectivo, la sociedad está dominada por el Estado y el Estado está al servicio de un dogma que pretende encarnar la verdad última. En una sociedad así, no hay libertad.5

Este concepto de sociedad abierta fue pionero, radical y valiente porque Soros lo llevó a lugares donde tales ideas estaban lejos de ser la norma. En 1979, un amigo suyo llamado Herbert Vilakazi, profesor universitario en Connecticut y miembro de la nación zulú, regresó a su Sudáfrica natal para enseñar en una de las «patrias» negras establecidas bajo el sistema del apartheid. Cuando Soros fue de visita al año siguiente, Vilakazi le mostró una Sudáfrica que pocos blancos, incluso sudafricanos, habían llegado a ver.6 Vilakazi guio a Soros por el municipio de Soweto, donde la policía había aplastado brutalmente los disturbios unos años antes, y le presentó a abogados y activistas asociados con Nelson Mandela, que entonces cumplía cadena perpetua en la isla de Robben por conspirar para derrocar al Estado del apartheid. Soros vio un reto. «Había una sociedad cerrada con todas las instituciones de un país del primer mundo, pero vedadas a la mayoría de la población por motivos raciales», escribió. «¿Dónde podría encontrar una oportunidad mejor para abrir una sociedad cerrada?».7

Soros decidió intentar cambiar el sistema. Comenzó con una institución, la Universidad de Ciudad del Cabo, que había empezado a aceptar a un pequeño número de estudiantes negros con beca. La escuela pagaba la mayor parte de los gastos, pero como incentivo para ampliar el programa más rápidamente, Soros ofreció añadir una cantidad adicional para cada estudiante. «Mi idea era pagarles el alojamiento y los gastos suplementarios», escribió. «De este modo estaría utilizando el mecanismo de un Estado generalmente opresivo para subvertirlo, para ampliar una pequeña zona de actividad interracial. Al mismo tiempo, estaría ayudando a construir una élite negra».8 Las autoridades universitarias le aseguraron que el número de estudiantes negros no tardaría en aumentar, y Soros extendió un cheque.

Un año después, Soros se reunió con los becarios en una visita de seguimiento y los encontró enfadados y desilusionados. Resultó que el programa no se estaba ampliando en absoluto; la administración había utilizado la donación de Soros para reducir la deuda financiera de la universidad. Soros se aseguró de que los estudiantes cobraran lo prometido, pero canceló su plan. Evidentemente, una cosa era identificar una sociedad cerrada y otra muy distinta abrirla. «En lugar de aprovecharme yo del Estado del apartheid, el Estado del apartheid se aprovechaba de mí», escribió.9

Soros no se dejó intimidar por su apuesta fallida en Ciudad del Cabo. «Estaba experimentando», dijo, «explorando formas de utilizar mi dinero».10 Recordemos que era un operador; era famoso en Wall Street por ser capaz de asumir una pérdida, incluso una asombrosa, aprender de ella y recuperarse. De hecho, la experiencia sudafricana moldeó su entendimiento de forma significativa. Lo más importante es que le abrió los ojos al racismo y consolidó su sensibilidad hacia los problemas raciales. La aventura también reforzó su fe en la filantropía a través de las becas. Los estudiantes le habían impresionado, y se convenció aún más de que la educación universitaria era la mejor manera de preparar a los jóvenes para participar en sociedades abiertas.

Sudáfrica no era la única sociedad cerrada que empezaba a resquebrajarse. A pesar del control que la Unión Soviética ejercía sobre sus satélites de Europa del Este a principios de los años ochenta, Soros había empezado a conceder becas —dinero para intelectuales y disidentes polacos y húngaros, una docena cada vez— para realizar viajes al extranjero. Estos intercambios fomentaban la difusión del pensamiento crítico y eran personalmente interesantes para Soros, que llegó a conocer a algunos de los becados y se familiarizó con los problemas de la región.

En aquellos días, la atención de Occidente se centraba en Polonia, donde el movimiento anticomunista Solidaridad contaba con millones de miembros y sobrevivió a la imposición de la ley marcial en 1981. Soros fue uno de los primeros partidarios de Solidaridad, pero centró más su energía en Hungría, su tierra natal. Aunque todavía traumatizada por los sucesos de 1956, cuando un movimiento reformista fue reprimido por los tanques del Ejército Rojo, Hungría intentaba de nuevo liberalizarse. Con la esperanza de aumentar el comercio con Occidente, los dirigentes del Partido Comunista habían relajado ligeramente su control sobre la economía, dejando que una segunda economía de pequeñas y medianas empresas funcionara al margen. Los húngaros apodaron a esta ligera apertura «comunismo gulash».11

En sus visitas a Budapest, Soros hizo saber discretamente que disponía de millones de dólares para comprometerse con la causa de la apertura de la sociedad húngara. Propuso crear una fundación independiente que promoviera el arte y la cultura húngaros. Las fundaciones privadas estaban prohibidas en Hungría, por supuesto, pero la presencia de un estadounidense de origen húngaro dispuesto a extender grandes cheques era demasiado para todos, salvo para los ideólogos más acérrimos. Los altos funcionarios invitaron a Soros a hacer una propuesta, el inicio de unas negociaciones que se prolongaron, a veces acaloradamente, durante semanas. Soros estaba decidido a no ceder el control del dinero, como había hecho en Sudáfrica. En este punto, los ánimos se caldearon tanto que los húngaros solo cedieron cuando Soros se acercó a la puerta de la sala de conferencias amenazando con marcharse.12 Finalmente, en mayo de 1984, el gobierno húngaro y el ciudadano privado estadounidense llegaron a un acuerdo. A Soros se le permitiría financiar una fundación casi independiente que operaría conjuntamente con la augusta Academia de Ciencias de Hungría. Soros quería llamarla Open Society, pero el nombre se consideró demasiado provocativo. Las dos partes se decidieron por Academia Húngara de Ciencias / Fundación George Soros.13

Los medios de comunicación estatales apenas se hicieron eco, pero no hizo falta fanfarria. Como dijo más tarde un abogado que trabajaba con Soros, «era la primera vez que las autoridades comunistas se reunían con personas del sector privado y negociaban asuntos de importancia social y cultural. Ofrecieron garantías de independencia y aceptaron la participación de las llamadas personas prohibidas. Fue algo sin precedentes».14

Soros protegió la independencia de la fundación contratando a una de esas personas prohibidas como presidente de su consejo y representante personal: Miklos Vasarhelyi, un superviviente de sesenta y siete años del crack soviético. Vasarhelyi había sido secretario de prensa del primer ministro Imre Nagy en 1956 y escapó con vida cuando Nagy fue ahorcado. Cumplió cuatro años de cárcel y durante años solo le permitieron realizar trabajos de poca importancia. Pero seguía conociendo los resortes del poder en el gobierno —hasta dónde empujarlos y cuándo retroceder— y Soros confió en él para que le ayudara a detectar oportunidades y establecer estrategias.

Uno de los primeros proyectos de Soros y Vasarhelyi fue el de las fotocopiadoras. El flujo de información en Hungría estaba estrictamente controlado, como en todas las sociedades cerradas. El Partido Comunista poseía las imprentas y las ondas de radio; las fotocopiadoras eran pocas y estaban fuera de alcance, algunas literalmente bajo llave. Si en tu lugar de trabajo había una y querías que te copiaran algo, tenías que enviar el documento con un formulario de solicitud y esperar, a veces días, a que te lo aprobaran.

Pero gracias a su afiliación a la Academia de Ciencias, la nueva fundación de Soros tenía contactos con bibliotecas, escuelas e institutos de todo el país. Soros y Vasarhelyi encargaron a Occidente doscientas máquinas Xerox de última generación, con contratos de mantenimiento de tres años, y las ofrecieron a las instituciones a precios muy subvencionados.15 Tan pronto como este primer lote se agotó, pidieron doscientas máquinas más, y después otras doscientas.

Cuantas más fotocopiadoras había disponibles, más gente empezaba a utilizarlas libremente. El Estado intentó endurecer las normas, pero con tantas máquinas en servicio no podía hacerlas cumplir. En cambio, empezó a perder el control de la información. En pocos años, al menos en el ámbito intelectual, el acceso a las fotocopiadoras se convirtió en la norma en Hungría, y la información, embotellada durante los cuarenta años anteriores, empezó a fluir libremente. Más tarde, Soros declaró con orgullo: «Hemos conseguido mucho con muy poco dinero. Y nos sentíamos bien, luchando contra el mal».16 Los burócratas de línea dura desconfiaban, por supuesto, pero la fundación se esforzó por apaciguarlos. «Equilibramos cuidadosamente los proyectos que podían molestar a los ideólogos del Partido con otros proyectos que no podían dejar de aprobar, y nos aseguramos de que siempre hubiera un equilibrio positivo», afirma Soros.17 Así, no solo apoyaba a disidentes sino también a las asociaciones lecheras rurales. En general, el proyecto tuvo un éxito brillante.

Soros trabajó con diligencia para identificar y financiar nuevos experimentos, y en pocos años sus donaciones alcanzaron y luego superaron los 3 millones de dólares anuales previstos en su plan original. En 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, Soros ya había abierto fundaciones Open Society en Polonia, Ucrania, la Unión Soviética y China, donando casi 8 millones de dólares al año.

Luego llegó el colapso de la propia Unión Soviética en 1991, coincidiendo con un período de deslumbrantes beneficios en el Quantum Fund que incluyó la apuesta de Soros contra la libra esterlina en 1992. De repente, las arcas se desbordaron y, como él mismo dijo con sorna, las sumas de dinero que tenía disponibles para donar superaban la capacidad de las fundaciones existentes para gastarlo bien.18

La cantidad de riqueza personal que podía permitirse donar se disparó a decenas y luego a cientos de millones de dólares al año, y Soros donó. Se movió rápido. En 1993 había extendido la red Open Society por casi todo el antiguo imperio soviético, con veinticinco fundaciones en Albania, los Estados bálticos, la República Checa, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rumanía y Eslovaquia, entre otros lugares. También abrió veinte centros de arte contemporáneo en Europa del Este.

Soros vio en la caída del comunismo un momento de transformación histórica. El mundo entraba en una nueva era, llena de promesas de verdadera democracia y sociedades abiertas en lugares que no las habían experimentado en medio siglo. Y en poco tiempo, la Open Society tenía tantas oficinas en red, tantos programas, que se parecía a las fundaciones Rockefeller que se extendieron por Asia en los años veinte, de China a la India y por todas partes.

Soros estaba entusiasmado. Su mayor inversión fue la financiación de la Central European University, una escuela internacional centrada en disciplinas que habían estado prohibidas o restringidas durante la era comunista: ciencias sociales, humanidades, negocios y política pública. Estos eran exactamente los conocimientos que se necesitaban para privatizar y liberalizar los antiguos estados del Telón de Acero.19 «Reconocí la necesidad de una institución que reforzara la idea subyacente a la revolución de 1989», dijo Soros, «la idea de una forma de organización social abierta, plural, democrática y orientada al mercado».20 En su misma presencia, la nueva universidad encarnaba el ideal de transformación de la sociedad abierta: uno de los edificios de su campus de Budapest era el antiguo cuartel general de la policía secreta húngara.21

A la pregunta de cómo podría esta extensa red benéfica fomentar la democracia y la apertura en sociedades que han pasado generaciones bajo un régimen totalitario, Soros dio una respuesta compleja:

Es imposible decirlo. La transformación de una sociedad cerrada en una abierta es una transformación sistémica. Prácticamente todo tiene que cambiar y no existe un plan. Lo que han hecho las fundaciones es movilizar las energías de los ciudadanos de los países afectados. En cada país identifiqué a un grupo de personas —algunas personalidades destacadas, otras menos conocidas— que compartían mi creencia en una sociedad abierta y les encomendé la tarea de establecer las prioridades. Tenía una visión de conjunto y, con el paso del tiempo, aprendí de la experiencia de las distintas fundaciones. Reforcé las iniciativas que tuvieron éxito y suprimí las que no lo tuvieron. Intenté transferir los programas de éxito de un país a otros... Pero no impuse nada desde el exterior. Di autonomía a las fundaciones y ejercí el control únicamente a través de la cantidad de dinero adicional que puse a su disposición.

La sociedad abierta debe ser un sistema autoorganizado y yo quería que las fundaciones no solo ayudaran a construir una sociedad abierta, sino que también sirvieran de prototipo. Empezamos de forma caótica y el orden surgió del caos poco a poco. El alcance de las fundaciones era prácticamente ilimitado. Intentamos elegir proyectos que marcaran una verdadera diferencia... Las prioridades cambiaban rápidamente. Por ejemplo, las subvenciones para viajes solían ser eficaces en los primeros tiempos, pero hoy lo son menos. Nuestras principales prioridades son la educación, la sociedad civil, el derecho, los medios de comunicación, la cultura, las bibliotecas e Internet. Pero estas categorías no describen adecuadamente el alcance de nuestras actividades. Las actividades vinieron primero y las categorías después. Nadie sabía todo lo que hacíamos, y a mí me gustaba que así fuera así.22

A Soros le encantaba encontrarse con proyectos patrocinados por sus fundaciones que él desconocía: un programa de tratamiento para alcohólicos en recuperación en las cárceles polacas, una conferencia internacional de profesores de una semana de duración sobre un nuevo enfoque de la educación sanitaria. En los centros de arte de la Open Society, no le gustaron la mayoría de las obras expuestas, pero admitió alegremente: «No soy competente para juzgar. [Y] en mi opinión, es una característica esencial de una sociedad abierta que no todo sea de mi agrado. Si intentara controlar el contenido de cada programa, no estaría creando una sociedad abierta. Y, desde luego, no habría podido ampliar la red de fundaciones tan rápido como lo hice».23

Las actividades innovadoras de las fundaciones afectaron profundamente a Soros, dándole una sensación de satisfacción que nunca había conocido como filósofo solitario: «Sucedían cosas que yo no pensaba, es más, que no podía pensar, porque a menudo estaban más allá de mi comprensión. Me produjo una sensación de liberación. Por fin, salí de mi aislamiento y conecté con el mundo real».24

La filantropía de Soros evolucionó rápidamente a principios de los años noventa. Seguía sin querer que su nombre figurara en los edificios, pero deseaba tener una mayor repercusión en el mundo, una ambición que se hizo urgente al ser consciente de que la democracia estaba amenazada en cualquier parte del mundo.

Todo esto estaba en la mente de Soros cuando en 1993 se sentó a cenar en Manhattan con el gran activista social Aryeh Neier, un compañero emigrado de la Europa de Hitler que había escapado del Tercer Reich siendo un niño pequeño con su familia. Durante la guerra de Vietnam, Neier había sido líder de Students for a Democratic Society. Posteriormente dirigió la American Civil Liberties Union y cofundó Human Rights Watch, que se convirtió en una red mundial.

Soros y Neier habían llegado a conocerse no solo a través de las reuniones de Human Rights Watch (Soros era donante), sino también por su implicación común en Sudáfrica. Incluso cuando se concentraba en el bloque soviético, Soros nunca había perdido de vista el lugar donde habían comenzado sus donaciones. Tras la liberación de Nelson Mandela de la cárcel en 1990, Sudáfrica se encontraba en plena transición del horror cerrado del apartheid a una nueva democracia multirracial. En 1994 entró en vigor una nueva Constitución, pero los años intermedios fueron caóticos y a menudo sangrientos. Soros financió becas para periodistas negros y destinó dinero a la abogacía de interés público, la formación jurídica, las redes de abogados negros y la creación de un Tribunal Constitucional, todo ello en consonancia con su creencia fundamental en el Estado de Derecho. Gran parte de ese dinero fluyó a través de los programas de Human Rights Watch.

Durante la cena, Neier le dijo a Soros que estaba cansado de los esfuerzos para recaudar fondos que tenía que hacer para mantener a flote Human Rights Watch. Soros dijo que, por su parte, había llegado a un punto en el que ya no podía dirigir la red Open Society él solo. Además, había que pensar en el crecimiento: una lista prácticamente interminable de proyectos de gran potencial que Soros sabía que podían financiarse. Como Neier volvería a decir más tarde, los dos llegaron rápidamente a un acuerdo: «Le dije que me interesaría trabajar a escala mundial. Acordamos que yo sería presidente y que ampliaríamos el mandato de las fundaciones a otras partes del mundo».25 Aquella noche, para Neier, las cifras que Soros mencionó eran prácticamente surrealistas. Estaba donando a Open Society unos 180 millones de dólares al año, y su objetivo para el año siguiente era donar 300 millones. A la postre añadió que estaba en condiciones de gastar el doble de esa cantidad si encontraban causas que lo merecieran.

La filantropía de Soros estaba a punto de entrar en una nueva fase, ya que su audacia, su valentía y su voluntad de hacer lo impopular se ampliaban con la visión de Neier, especialmente su alcance mundial. Es importante recordar que Soros no era un filántropo a tiempo completo. Nunca había dejado de trabajar, y todo el dinero que pensaba donar no iba a llegar solo.26 No era como Bill Gates, que a los cuarenta años podía decir: «Lo siento, Microsoft. Me largo. No voy a escribir otro programa». En cambio, Soros se parecía más a Rockefeller y Carnegie, que siguieron dirigiendo sus enormes empresas la mayor parte de su vida. Dependía de Neier del mismo modo que Rockefeller se apoyó en su principal asesor empresarial y filantrópico Frederick Taylor Gates para construir la Universidad de Chicago y la Universidad Rockefeller y las redes internacionales, y que Carnegie contó con su secretario, James Bertram, para construir sus miles de bibliotecas y el Carnegie Hall.

Cuando Neier empezó a trabajar, descubrió que no había una hoja de ruta para la red Open Society. Soros había contratado a docenas de empleados en Nueva York para administrar las filantropías, conceder subvenciones y enviar cheques, pero eran como los ciegos y el elefante: nadie entendía a la bestia. Esto formaba parte de la filosofía de Soros de sacar la creatividad del caos. Pero la red de fundaciones había crecido demasiado y el trabajo de Neier consistía en poner orden y coherencia. Primero tuvo que identificar todas las entidades jurídicas y las prácticas fiscales de los proyectos de Open Society, una tarea que le llevó muchos meses. «En mi primer año, apenas hubo un día en el que no me enterara de algún programa importante que desconocía», dijo Neier más tarde.27 Al final, consiguió agrupar casi todas las fundaciones en un Open Society Institute, con un informe anual y una especie de presupuesto.

Mientras tanto, Soros siguió adelante, buscando nuevos proyectos de gran impacto, algunos de tal envergadura que normalmente solo un gobierno fiscalmente saneado se plantearía acometerlos. Por ejemplo, financió un proyecto de 100 millones de dólares para reactivar la educación preescolar en toda la antigua Unión Soviética y Europa del Este. Apostó otros 100 millones de dólares para sostener el trabajo de miles de científicos rusos a los que el gobierno había dejado sin sueldo, y otros 100 millones para conectar a Internet las universidades regionales de la antigua Unión Soviética.28

De nuevo se dirigió a Sudáfrica, cuya nueva Constitución igualitaria ya estaba en vigor, y donde las instituciones públicas que hasta entonces solo habían servido a los blancos estaban ahora llamadas a servir a todos. Soros aportó más de 150 millones de dólares en los siguientes veinticinco años para apoyar la reconciliación, la reforma legal, la educación, la sanidad pública y los medios de comunicación independientes. La fundación también se ocupó de la grave escasez de viviendas que surgió cuando las familias negras abandonaron sus tierras natales y barrios marginales para trasladarse a pueblos y barrios de la ciudad que antes habían estado vedados. Soros prometió otros 50 millones de dólares para ayudar a financiar la construcción de viviendas sociales.

Sudáfrica también sirvió a Soros como cabeza de puente a medida que las fundaciones Open Society se expandían por el continente. Hoy forman una red aún más extensa que la de la Fundación Ford en el momento álgido de su compromiso en África durante la década de 1960. Mientras que la Ford, como la mayoría de las fundaciones occidentales, se centraba en promover la modernización y el crecimiento económico, la Open Society era radicalmente distinta: surgió como la más consistente y sólida financiadora de los derechos humanos, realizando un trabajo pionero en el empoderamiento de las mujeres en las sociedades africanas, en la justicia económica, en el acceso público a la atención sanitaria, en la responsabilidad y transparencia en la gobernanza, y mucho más.

Muy pocos estadounidenses sabían nada de estos esfuerzos, porque hasta mediados de los años noventa casi todas las donaciones de Soros se hacían en otros continentes. La falta de reconocimiento personal no importaba a Soros, que es radical como filántropo. Lo que quería era impacto, no aprobación. Nunca ha buscado ser querido; sabe que lo que busca en el mundo le hace ser odiado en algunos sectores y le pone en peligro. Los programas y causas que financia le convierten en enemigo de regímenes autoritarios y déspotas en sociedades cerradas, y de fascistas y contrarios a la inmigración en las abiertas.

Podría decirse que el imperativo más firme que surgió del floreciente crecimiento de Open Society en la década de 1990 fue su iniciativa contra la corrupción. El esfuerzo comenzó con la financiación de dos grupos de defensa incipientes. El primero, Global Witness, fue creado por tres jóvenes londinenses que habían trabajado para Greenpeace. En su lucha por salvar los bosques de Camboya, reconocieron que la corrupción era la amenaza subyacente. Los bosques estaban siendo destruidos por grupos supervivientes de los Jemeres Rojos que se financiaban vendiendo madera en el mercado mundial a través de elementos corruptos del ejército tailandés.

La segunda organización, Transparencia Internacional, se fundó en Berlín como supervisor independiente de la corrupción entre los gobiernos del mundo. Su Índice de Percepción de la Corrupción, que clasifica a los países en función de su percepción del uso indebido del poder público para beneficio privado, pronto se convirtió en una importante piedra de toque en la diplomacia y el mundo económico. Open Society no solo contribuyó a la financiación inaugural de TI, sino que, a medida que la organización ganaba influencia, Aryeh Neier convenció a sus dirigentes para que crearan otro listado, el Índice de Fuentes de Soborno, de los países y empresas que sobornaban. «El público necesitaba conocer los gobiernos y empresas occidentales que pagaban a funcionarios corruptos de todo el mundo», explicó Neier. Dar nombres —en particular, denunciar a las empresas que explotan a los países vulnerables— no es una práctica filantrópica convencional, pero Open Society a menudo llegó donde otros no lo hicieron.29

Soros y Neier estaban especialmente preocupados por el empobrecimiento de los países con abundantes recursos naturales. Cuando Open Society financió un programa en Angola en 1998,30 Soros se enfrentó a lo que denominó la mayor disparidad que jamás había visto en un solo país entre la inmensa riqueza procedente del petróleo y la increíble pobreza. José Eduardo dos Santos, presidente desde hacía dos décadas, amasaba una fortuna de 20.000 millones de dólares en un país asolado por las luchas, donde el trabajador medio ganaba menos de dos dólares al día. Los abusos contra los derechos humanos solían ser consecuencia de la corrupción, ya que los gobiernos perseguían a quienes intentaban denunciarla. En la Indonesia de Suharto, por ejemplo, donde también actuaba Open Society, el régimen encarceló a periodistas y jueces independientes.

En poco tiempo, la preocupación de Soros por la corrupción se convirtió en una preocupación amplia y con visión de futuro. Con el ascenso del capitalismo y la expansión de los mercados mundiales tras el final de la Guerra Fría, la corrupción se contaba ahora entre las mayores amenazas de la civilización. En 2000, escribió:

En todo el mundo, la democracia está en marcha. Los regímenes totalitarios y autoritarios han sido barridos. El resentimiento popular contra los que quedan va en aumento. Pero es demasiado pronto para cantar victoria. Aunque el capitalismo ha triunfado, no podemos hablar del triunfo de la democracia.

La conexión entre capitalismo y democracia dista mucho de ser automática. Los regímenes represivos no renuncian voluntariamente al poder y a menudo cuentan con la complicidad de intereses empresariales, tanto extranjeros como nacionales, sobre todo en países donde están en juego recursos como el petróleo y los diamantes. Tal vez la mayor amenaza actual para la libertad provenga de una alianza cruel entre el gobierno y las empresas, como en Perú con el presidente Alberto Fujimori, en Zimbabue con el presidente Robert Mugabe, en Malasia con el primer ministro Mahathir bin Mohamad y en Rusia con los oligarcas. En estos casos, a menudo se observan las apariencias de un proceso democrático, pero los poderes del Estado se desvían para beneficiar a intereses privados.31

A medida que adquiría experiencia como filántropo, Soros se volvía más audaz y franco.

Al ampliar Open Society a Estados Unidos a mediados de los noventa, Soros tenía una motivación muy específica. Durante quince años había dedicado su filantropía a abrir sociedades cerradas. Las oportunidades presentadas por el colapso del comunismo y la abolición del apartheid habían sido enormes e imposibles de ignorar. Pero comprendió que, para validar sus creencias, la Open Society debía abordar también los defectos de las sociedades abiertas.

Para poner a prueba esta idea, en febrero de 1996 reunió en su casa, cerca de Nueva York, a un grupo ecléctico de pensadores y profesionales radicales. Entre ellos estaban los filósofos morales Tim Scanlon y Bernard Williams; Seyla Benhabib, filósofa del feminismo y la migración; Leon Botstein, presidente del Bard College; Ethan Nadelmann, reformador de la política de drogas; David Rothman, experto en medicina y derechos humanos; el teórico político Alan Ryan; y Aryeh Neier. Del fin de semana que pasaron juntos surgieron los rudimentos de un plan para fundar un Open Society Institute en Nueva York que canalizaría dinero a servicios y grupos de defensa de todo el país centrados en la reforma penitenciaria, el desarrollo de la juventud y los programas extraescolares, las normas profesionales y la ética en el derecho, la medicina, la política y otros campos, entre otros.

Con gran clarividencia, Soros juzgó que la amenaza más flagrante para la democracia estadounidense era la represión de la delincuencia por parte de la administración Clinton. La Ley de Control de la Delincuencia Violenta y Aplicación de la Ley de 1994 fue la mayor ley contra la delincuencia de la historia de Estados Unidos, una escalada de la guerra contra las drogas que había comenzado con Richard Nixon. Puso a decenas de miles de policías más en las calles, creó tribunales especiales de drogas y estableció la llamada ley de los tres golpes, que obligaba a cadena perpetua a cualquier persona condenada por un delito violento tras dos o más condenas previas. La ley fue muy popular: transmitía el mensaje de que Estados Unidos era duro con la delincuencia. Pero Soros, que había experimentado el totalitarismo, observó la nueva ley y vio los rasgos distintivos de un Estado autoritario: más policías, normas más rígidas, más castigo. Quería financiar un proyecto poderoso y simbólico que recordara a los estadounidenses el atractivo superior de la democracia.

La decisión de ampliar sus donaciones a Estados Unidos puso a Soros en contacto con Herb Sturz, un genio de la justicia social entre bastidores que fue el primer emprendedor social en serie de Estados Unidos, una fuerza transformadora en el arco de la justicia social. Creó tantas empresas sociales de éxito que si fuera capitalista de riesgo sería multimillonario. Fundó el Vera Institute of Justice y el Center for Court Innovation, que Open Society apoyaría posteriormente en gran medida; influyó en la legislación federal que amplió los programas extraescolares para niños y jóvenes en todo el país, y fue pionero en la After-School Corporation, que se convirtió en un modelo nacional. Todavía existe. En un momento dado, Sturz fue teniente de alcalde de Nueva York. Dirigió la Comisión de Planificación Urbana. Escribió artículos de opinión en The New York Times. Lo hizo todo.

Fue Sturz quien sugirió a Soros que una forma de hacer una declaración particularmente eficaz contra la represión de la delincuencia por parte del presidente Clinton era centrarse en mejorar una ciudad estadounidense que se había dado por muerta. Esto tenía mucho sentido para Soros. San Luis, Chicago y Detroit se consideraban símbolos de todos los males de Estados Unidos. La guerra contra las drogas se libraba principalmente en las ciudades. Abordar los problemas urbanos de una forma más democrática enviaría un poderoso contramensaje. Soros vio inmediatamente la conexión y le gustó la idea.

Varios factores convergieron para hacer de Baltimore la ciudad elegida por la Open Society para plantar su bandera. Baltimore está situada entre Nueva York, donde Soros tenía su base, y Washington, donde esperaba llamar la atención de los responsables políticos. Además, Soros había llegado a conocer al alcalde de la ciudad, Kurt Schmoke, que era de la opinión, entonces radical, de que la mejor forma de abordar la drogadicción era con ayuda médica, no en la cárcel, lo que convertía a Baltimore en la única ciudad estadounidense que consideraba el abuso de drogas un problema de salud pública.32 Sin sedes corporativas y con pocas otras posibles fuentes de apoyo filantrópico, la ciudad acogió favorablemente la iniciativa. Además, Diana Morris, una respetada exdirectora de proyectos de la Fundación Ford, se había trasladado recientemente a la ciudad y estaba ansiosa por hacerse cargo del proyecto.

Baltimore, un importante puerto marítimo y centro industrial, había sido en el pasado un lugar al que la gente se trasladaba. Pero entonces se llenó de barrios residenciales a los que huyeron los blancos, factor al que se sumaron las políticas de exclusión social, por las que el gobierno federal y los bancos denegaban hipotecas a negros que aspiraban a comprar una vivienda.33 A continuación se produjo la conocida cascada de males: desinversión, falta de creación de riqueza entre la población negra, bajos ingresos y reducción de la base impositiva. Con ingresos insuficientes para mantenerlas, las escuelas cayeron en espiral. La pobreza generó desesperación. Baltimore se convirtió en la zona cero de las drogas, con el mayor número per cápita de consumidores de heroína intravenosa de Estados Unidos. Y la guerra contra las drogas lo empeoró todo.

Open Society llegó a la ciudad en 1997 sin hacer ruido, pero con una serie de proyectos innovadores. En palabras de un periodista, sus programas se centraban en «tres problemas interrelacionados: la drogadicción no tratada, la excesiva dependencia del sistema de justicia penal del encarcelamiento y los obstáculos que impedían a los jóvenes de los barrios pobres de Baltimore triunfar dentro y fuera de las aulas».34

La lista de proyectos era asombrosa. Hubo un programa pionero de tratamiento de «minimización de daños» para drogodependientes, creado en parte en torno a centros de acogida con asesoramiento y un fármaco recién probado que, colocado bajo la lengua, disminuía los síntomas de abstinencia y reducía las ansias de heroína.35 En el sistema educativo hubo programas para cambiar el énfasis de la disciplina al aprendizaje y para hacer que las escuelas primarias y secundarias fueran acogedoras, seguras y solidarias. Hubo una liga de debate extraescolar que alcanzó renombre nacional al tiempo que mejoraba la asistencia y el rendimiento durante la jornada escolar. Open Society trabajó con los tribunales y la policía para evitar que los adolescentes ingresaran en cárceles de adultos. Su iniciativa de reforma de la libertad condicional hizo hincapié en la reducción de la reincidencia, en parte mediante la búsqueda de empleo y la conexión con la comunidad de los exreclusos; realzó la importancia de la «reinserción» en el vocabulario del sistema judicial.

Hubo un programa de becas Open Society Baltimore para financiar a personas, jóvenes y mayores, con ideas para mejorar la comunidad. Hubo un fondo de capital riesgo para empresarios con mentalidad comunitaria. Había programas de desarrollo de la mano de obra que ayudaban a las personas a prepararse para el mercado laboral enseñándoles técnicas de entrevista, técnicas de control de la ira y cómo satisfacer las expectativas sociales en el lugar de trabajo. Había programas que orientaban a las personas hacia el aprendizaje y el empleo inicial, incluido uno que reunía a los principales hospitales de la ciudad para definir carreras profesionales para trabajadores poco cualificados en facturación, análisis de sangre y otros departamentos.

La fundación animó a los directores de sus programas a aprovechar las oportunidades que surgieran. Un programa sobre absentismo escolar, por ejemplo, descubrió que unos veintitrés mil de los ochenta mil estudiantes de secundaria de la ciudad en un año determinado —en su mayoría chicos de color— eran suspendidos o expulsados; el proyecto cambió de rumbo para trabajar con profesores, administradores y el Consejo de Educación de Maryland en la reforma del código de conducta.

Para asegurarse de que sus proyectos seguían siendo oportunos y pertinentes, la fundación contaba con un patronato formado por líderes y defensores locales seleccionados para integrar a la población. En aquel momento, Open Society Baltimore era una de las pocas fundaciones benéficas independientes de las ochenta mil existentes en Estados Unidos cuyo patronato era mayoritariamente negro.

El listón que Soros puso a la fundación era increíblemente alto: quería que no solo resolviera algunos de los problemas de Baltimore y generara lecciones aplicables a otras ciudades, sino que también dinamizara el debate nacional sobre los problemas urbanos de Estados Unidos. Dio a los organizadores un presupuesto de 8 millones de dólares al año, y la chequera siempre estaba abierta para aprovechar oportunidades inesperadas o ideas atractivas.

Como era de esperar, algunas de estas iniciativas tuvieron éxito y otras fracasaron. Lo que quedó más claro al cabo de cinco años fue que Open Society no solo había hecho el bien, sino que había mejorado la integración del tejido social de la ciudad. Aunque Open Society destina hoy más de 250 millones de dólares al año en programas y subvenciones en todo Estados Unidos, Baltimore sigue siendo su fundación urbana emblemática.

En comparación con organizaciones filantrópicas más antiguas y tradicionales, como las fundaciones Ford y Rockefeller, Soros y las Open Society Foundations estaban trazando un camino mucho más progresista y radical. La Rockefeller, en particular, estaba arraigada en la economía del desarrollo y la ciencia, aliviando la pobreza a través de la salud, la seguridad alimentaria, etcétera. La Fundación Rockefeller tenía un modesto legado de compromiso con un grupo de organizaciones de derechos civiles, y la Fundación Ford financiaba organizaciones de derechos humanos y justicia racial. Sin embargo, ninguna de las dos fundaciones poseía lo que más se necesita para impulsar un cambio radical en democracia: un donante vivo dispuesto a gastar millones en la persuasión pública en el contexto de las elecciones y las votaciones.

Soros era indiferente al pensamiento convencional, y Open Society no pocas veces asumía grandes riesgos espontáneos. Gara LaMarche, elegido por Soros y Neier para poner en marcha las operaciones de Open Society en Estados Unidos, descubrió este hecho poco después de aceptar el encargo. Veterana de Human Rights Watch y de la ACLU, pero autodenominada novata en la dirección de una organización filantrópica, LaMarche redefinió cuidadosamente el conjunto de temas centrales en los que Open Society US centraría su presupuesto de 250 millones de dólares: justicia penal, política de drogas, derechos humanos, el dinero en la política.

Pero a los pocos meses Soros empezó a preocuparse por los derechos de los inmigrantes. El presidente Clinton había firmado una ley de reforma de la asistencia social que, entre sus disposiciones más duras, eliminaba las protecciones de la red de seguridad social a los titulares de tarjetas verdes, inmigrantes legales que eran residentes permanentes. Soros dijo a LaMarche que quería crear un fondo de 50 millones de dólares para mitigar el impacto de la nueva ley. «Yo era bastante nuevo en la filantropía, y eso me parecía muchísimo dinero», escribió LaMarche más tarde. «No solo no teníamos un plan para ello, sino que nunca habíamos considerado la inmigración como un área de interés para los nuevos programas estadounidenses».36

Sin embargo, Neier y él se pusieron manos a la obra y en tres semanas se creó el Fondo Emma Lazarus. Se centraría en servicios como clases de idiomas y asistencia jurídica, así como en la defensa de los derechos para cambiar la ley. En pocos años, el dinero se gastó y Open Society se convirtió en el mayor financiador de la defensa de los derechos de los inmigrantes. «Un buen rendimiento de nuestra inversión. Nada de esto estaba previsto», escribió LaMarche, que dirigiría las operaciones de Open Society en Estados Unidos durante más de una década.

Bajo la dirección de LaMarche, Open Society realizó una labor pionera en el ámbito de la justicia social, financiando muchas iniciativas notables. Entre los líderes emergentes cuyo trabajo apoyó se encontraba Bryan Stevenson, que creó la Equal Justice Initiative para defender a los presos condenados a muerte y que más tarde fundaría el National Memorial for Peace and Justice, en conmemoración de los más de cuatro mil afroamericanos linchados en Estados Unidos.37 Open Society también financió el trabajo de la abogada de derechos civiles Michelle Alexander, que durante su beca de 2005 escribió su libro de referencia The New Jim Crow, que arrojó luz sobre el encarcelamiento masivo y fue el primer libro en popularizar la idea de acabar con esta práctica. A través de sus becas y programas, Open Society dio credibilidad a la idea de que Estados Unidos había creado un sistema penitenciario basado en la raza y la clase social, y que era el país del mundo con mayor número de presos.

Open Society también realizó una labor impresionante en materia de derechos LGBTQ: ninguna otra gran fundación se adhirió a este tema con tanto impacto. No asumió el movimiento de forma importante, pero al financiarlo, Open Society legitimó la aspiración y ayudó a elevar la causa entre el conjunto de cuestiones de las que hablaban los filántropos progresistas.

De este modo, Soros redefinió cómo puede funcionar la filantropía en una democracia, inclinando a la sociedad de forma constante y paciente hacia la justicia y fomentando el flujo de temas e ideas. Una sociedad abierta requiere paciencia y un cuidado constante. En la Fundación Gates, cuando se trabaja en una vacuna, o en Rockefeller, cuando se trabaja en una nueva semilla, puede que cada experimento no produzca un descubrimiento, pero suele producir conocimiento. No te hace retroceder. Se acumula. Pero, por su naturaleza, una sociedad abierta siempre está en disputa, por lo que la labor del filántropo tiene que ser un tipo de trabajo muy diferente, a un ritmo diferente. El éxito es gradual y puede invertirse. Como hemos visto recientemente en Estados Unidos, un puñado de años malos puede deshacer todo el progreso de una generación. En una democracia, desde una perspectiva de justicia social, el progreso no se acumula necesariamente.

Por ejemplo, el trabajo que Open Society realiza sobre el voto. En una democracia, a menudo hay poderosos intereses que tratan de privar del voto a grupos marginados: mujeres, negros, personas sin propiedades, inmigrantes. La idea de la participación de todos los ciudadanos se cuestiona constantemente. Uno de los principales obstáculos a la justicia social en Estados Unidos ha sido impedir o disuadir a los afroamericanos de votar. En la década de 1960, el NAACP Legal Defense and Educational Fund fue la principal institución que contribuyó a la aprobación de la Ley del Derecho al Voto.38 Presentó demandas contra estados como Misisipi, Alabama y Georgia para que facilitaran el voto. Casi seis décadas después, en vísperas de las elecciones de 2020, Misisipi, Alabama, Georgia y otros estados estaban cerrando colegios electorales, exigiendo a los votantes que presentaran permisos de conducir y poniendo todo tipo de barreras con la clara intención de suprimir el voto negro. Y una vez más en primera línea, demandando a esos estados, estaba el Fondo de Defensa Legal LDF.

Por supuesto, el LDF, al igual que la Unión Americana de Libertades Civiles y otras instituciones clave, estaba profundamente comprometido con este buen trabajo mucho antes de que George Soros se dedicara a la filantropía. Pero como siempre ha comprendido la importancia de la discriminación racial, Open Society ha contribuido a apoyarles con muchos millones de dólares al año. Por lo general, el apoyo adopta la forma de dotaciones y financiación institucional sin restricciones, que han fomentado su capacidad para sobrevivir a largo plazo y mantener la lucha. Soros ha invertido en ellas de la misma manera que un inversor de capital riesgo invierte en las empresas de su cartera: encontrando los mejores talentos y las mejores ideas, dándoles capital operativo y creyendo que quienes dirigen la organización están mejor posicionados para saber cómo emplear ese capital.

Por desgracia, este tipo de inversión es una rareza en la filantropía. En 2019, la Fundación Ford encargó un informe al Center for Effective Philanthropy sobre el estado de la financiación plurianual sin restricciones. Las cifras eran abismales: solo alrededor del 12% de todas las donaciones filantrópicas entraban en esta categoría.39 Lo que lo frena es el desafío de los «egos y logos». Los filántropos quieren que sus nombres figuren en las cosas. Para el tipo de apoyo a infraestructuras que proporciona Soros, no hay oportunidades de poner nombres. Podría decirse que no atribuirse el mérito es su firma; la Central European University no se llama Universidad George Soros.

Sin el lastre de los egos y el problema de los logos, Soros ha sido pionero en cuestiones que considera significativas. Nunca tiene miedo de ser el primero. El resultado es que Open Society ha hecho más que ninguna otra filantropía por tomar en consideración las preocupaciones democráticas y trasladarlas del margen a la corriente principal de concienciación y debate. Por ejemplo, el primer programa que financió en Estados Unidos a escala nacional fue el Proyecto sobre la Muerte en América, en 1994. Surgió de su experiencia personal. Su madre había muerto poco antes, a los ochenta y nueve años. Le impresionó el hecho de que, gracias a que él podía permitírselo, ella pudo morir en casa con unos cuidados excelentes. Tuvo conversaciones muy significativas con ella mientras moría. Entonces empezó a preocuparle que otras familias, que no disponían de recursos, no pudieran organizar una buena muerte. A lo largo de nueve años y con 45 millones de dólares en subvenciones, el proyecto se propuso transformar la experiencia de morir en Estados Unidos.40 Promovía la reducción del sufrimiento y hacía hincapié en la capacidad de las personas para vivir su vida con dignidad y comodidad. Persuadió a la medicina moderna para que adoptara los cuidados paliativos y los hospicios, para que la muerte fuera menos clínica y más humana.

Open Society realizó una labor igualmente pionera en materia de derechos de los discapacitados en la década de 2000. Antes de Soros, las fundaciones estadounidenses veían la discapacidad desde un prisma paternalista, de telemaratón, de compasión hacia los pobres, y no como una cuestión de justicia. Pero Open Society, que empezó con pequeñas subvenciones en 2007 y trabajó a gran escala en 2010, sentó las bases de un movimiento por los derechos de los discapacitados que ha tenido un gran impacto no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.

Open Society ha marcado la pauta de la audacia. Salvo Soros, no había grandes filántropos que se pronunciaran sobre la igualdad en el matrimonio, la legalización de la marihuana o la discriminación de los musulmanes. No ha tardado en denunciar a los líderes políticos que están llevando a sus democracias hacia el absolutismo. Tras el 11-S, denunció la guerra contra el terrorismo de George W. Bush como una «erosión de la autoridad moral de Estados Unidos».41 La Open Society abrió una rama política en Washington para contrarrestar el impacto de la Ley Patriótica en la inmigración, las libertades civiles, la privacidad y la tolerancia religiosa.

Y en 2013, cuando el movimiento Black Lives Matter surgió de las protestas por la muerte de Trayvon Martin y empezó a trabajar para concienciar sobre la realidad de la supremacía blanca en Estados Unidos, no hubo apoyo de las grandes fundaciones establecidas. En la campaña presidencial de 2016, Hillary Clinton y Bernie Sanders pronunciaban las palabras «todas las vidas importan» porque «Black lives matter» incomodaba a los votantes blancos.

Open Society abrazó plenamente el movimiento Black Lives Matter, colaborando estrechamente con fundaciones más pequeñas y family offices. De modo que en 2020, cuando los asesinatos de George Floyd, Ahmaud Arbery, Breonna Taylor y otros hicieron comprender a todos los estadounidenses la realidad de la injusticia racial, cada vez más personas blancas estaban dispuestas a decir que las vidas de los negros sí importaban. Ese reconocimiento fue moldeado por el marco que Open Society ayudó a construir.

Cuando se busca cómo está influyendo el trabajo de Soros a una nueva generación, no hay más que mirar la filantropía de MacKenzie Scott, Laurene Powell Jobs o Jon Stryker. Se trata de multimillonarios que han seguido los pasos de su radical sistema de creencias y de concesión de subvenciones para la justicia social. Pero a veces me desespera que haya demasiados multimillonarios nuevos que sean libertarios y tan arrogantes como Ayn Rand. En una reciente mesa redonda, un ejecutivo del sector tecnológico dijo que para solucionar un problema social importante, «deberíamos poner un grupo de programas en una habitación y ellos podrían resolverlo». Así es como muchos miembros de la nueva generación de ricos piensan sobre los problemas sociales.

El legado de George Soros es un desafío a este tipo de pensamiento, un rechazo a la filantropía impulsada por ideas tecnocráticas y un reconocimiento de que las causas profundas de los problemas sociales son, de hecho, las cosas que él identificó al principio de su viaje. Las sociedades abiertas y las instituciones democráticas necesitan atención. El racismo, el patriarcado, el prejuicio hacia las personas discapacitadas, el clasismo y otras formas de prejuicio y parcialidad subyacen a muchos de los problemas del mundo. La filantropía debe resistirse a la ideología de la certeza y dedicarse a la curiosidad, la apertura, la igualdad, la dignidad y la justicia.