Homero
El dios griego de la muerte se llamaba Hades, que significa «el invisible». Es cierto que la muerte nos llega sin anunciarse, y los griegos lo atribuían a un casco mágico. Se dice que Hades posee un casco que lo hace invisible al rodearlo de la «tenebrosa oscuridad de la noche». Resulta adecuado que el nombre de Hades se aplicara posteriormente a todo su reino del inframundo, que es, en su mayor parte, un lugar tenebroso.
Virgilio describió el Hades como un reino incorpóreo de moradas vacías, sin brillo ni color, parecido a un bosque en una noche apenas iluminada por la luna. Sus habitantes son sombras sin sustancia, un montón de desdichados en su mayoría que aún llevan las marcas de su muerte. Tres grandes reyes terrenales —Minos, su hermano Radamantis y el justo Éaco— son los que dictan la ley aquí: forman los jurados echándolo todo a suertes y juzgan por turnos a cada sombra silenciosa, a la que mandan, o bien a las penurias del Tártaro, o bien a la relativa tranquilidad de los Campos Elíseos.
Llegarás al Hades a través de las tétricas llanuras del Érebo, donde crecen los bosquecillos de álamos y sauces de Perséfone. Ella es la reina de los muertos, la diosa de la fertilidad de blancos brazos raptada por Hades cuando este surgió un día de una grieta en el suelo, montado en su carro de oro, mientras ella recogía flores de azafrán y jacinto. Hoy pasa cuatro meses al año en el Hades mientras los cultivos se marchitan y mueren en la superficie, y todo porque un día se comió unas semillas de granada subterráneas.
Sigue el negro y estruendoso río Cocito hasta su desembocadura en el fangoso Aqueronte. Aquí encontrarás las puertas del infierno rodeadas de terribles criaturas: encarnaciones de la pena, el dolor, la vejez, el miedo, el hambre, la necesidad, la muerte, el sufrimiento y el sueño. Guerra Violenta también está allí, y la loca Discordia, con su cabello de serpientes sujeto con cintas sangrientas. Date una vuelta por los establos cercanos para visitar las sombras de los animales sacrificados: centauros, gorgonas, arpías e incluso criaturas de renombre como la quimera flamígera y Gerión, el gigante de tres cuerpos. Junto a la entrada hay un viejo olmo negro que guarda los sueños vacíos bajo cada hoja, para insistir en lo penoso que será tu futuro una vez que te adentres allí.
CAN CERBERO: La emblemática mascota del inframundo griego es un sabueso salvaje de tres cabezas, de cuyos cuellos salen serpientes erizadas. En la mitología abundan las historias en las que Cerbero sufre aplastantes derrotas: Orfeo lo duerme con sus arrullos, Psique lo distrae, Heracles lo doblega y Eneas lo droga. Pero recuerda: todos ellos eran almas vivas que se aventuraron a entrar en el Hades. Para ti —el muerto— será un manso cachorrito cuando entres en el infierno, pero te perseguirá implacablemente y no dudará en devorarte si alguna vez intentas salir. Acaricia a Cerbero, si quieres, la primera vez que te cruces con él, porque, con suerte, nunca volverás a encontrártelo.
EL TÁRTARO: Cuando los dioses griegos ascendieron al poder, Zeus arrojó a sus predecesores —los titanes— al pozo más profundo de la tierra, rodeado por el cerco de bronce de Poseidón y una triple barrera de noche tenebrosa. Hoy es el abismo al que van las almas malvadas después de morir, a dos veces la altura del monte Olimpo bajo tierra.
La entrada al Tártaro es una fortaleza acantilada de pilares diamantinos rodeados por el Flegetonte, un embravecido río de fuego y rocas. Tisífona y las demás furias vigilan envueltas en mantos empapados en sangre desde una torre de hierro. Quédate cerca de la orilla: quizá tengas suerte y se abran las puertas. Después oirás gemidos, latigazos y cadenas tintineantes, y tal vez llegues a atisbar a una hidra de cinco cabezas, a las furias flagelando con serpientes a los condenados o a Radamantis arrancándoles confesiones. Eso es lo más cerca del Tártaro que te conviene llegar.
TICIO: La ruta turística del Tártaro gira en torno a los antiguos personajes habituales, como Sísifo, que siempre está empujando su roca hasta la cima de una colina, e Ixión, atado a su famosa rueda de fuego. Pero lo verdaderamente impactante aquí es Ticio, un gigante que fue derribado por intentar violar a la madre de Apolo y Artemisa. Su sombra en el inframundo es del mismo tamaño que su cuerpo terrenal, por lo que ocupa más de tres hectáreas. Encadenado a una roca, intenta en vano repeler al par de buitres que mastican su hígado.
LAS NALGAS DE TESEO: Los héroes Teseo y Pirítoo tramaron una vez un descabellado plan para infiltrarse en el Hades y raptar (¡otra vez!) a la pobre Perséfone. Cabe suponer que habían estado empinando el codo. Pero, cuando se detuvieron en un banco de piedra del inframundo para descansar, la piedra se fundió con su piel y se quedaron atrapados allí. Años más tarde, cuando Heracles estaba en el Hades para robar a Cerbero, se encontró con la pareja y consiguió despegar a Teseo, pero se dejó las nalgas en el asiento, donde aún hoy se pueden ver junto a la sombra de Pirítoo. Durante el resto de su vida, el héroe pasó a ser conocido como Theseus Hypolispos, que significa «trasero liso».
CAMPOS DEL DUELO: Es el rincón más romántico del Hades, hogar de todas las sombras que murieron por amor. Estas ánimas deprimidas vagan entre lamentos y se esconden en los matorrales de mirto, como probablemente hicieran en sus vidas emo.
PRADOS ASFÓDELOS: A pesar de los campos de asfódelos que hay aquí —una flor que los griegos relacionaban con la muerte, porque crecía en las tumbas—, este es, como la mayor parte del Hades, un dominio lúgubre y gélido. No obstante, merece la pena hacer una parada para ver caras famosas. Odiseo vio en el prado a Aquiles y Áyax, sus compatriotas de la guerra de Troya, y se tiene constancia de que el legendario Orión también se paseaba por aquí y cazaba animales fantasmales con su poderoso garrote de bronce.
LOS CAMPOS ELÍSEOS: Intenta reservar plaza aquí, en las arboledas benditas de los Campos Elíseos, en los confines del mundo. Aquí es donde las almas virtuosas van a vivir la buena no vida: nunca llueve ni nieva en estos prados ondulados y desde el mar llega el suave canturreo del tonificante viento del oeste. Los grandes guerreros se despojan de sus armaduras, llevan a pastar a sus caballos y, salvo que haya algún torneo o combate puntual en la pradera, simplemente se relajan. Los poetas y los sacerdotes cantan en los aromáticos laureles junto al arroyo Erídano. Así como el Tártaro limpia las manchas de la vida de los malvados, aquí se purifican las de los buenos. Sin embargo, al cabo de un millar de años, quizá te des cuenta de que echas en falta el cielo (los Campos Elíseos tienen su sol y sus estrellas propios, pero no son lo mismo). Baja por el valle hasta las orillas del río Leteo y deja que sus aguas enjuaguen tus recuerdos para que puedas volver a una nueva vida en el mundo de arriba.
ISLAS DE LOS BENDITOS: Si vuelves al inframundo tres veces con el alma pura, se te considera merecedor de un alojamiento aún más lujoso: las Islas Afortunadas, en el oeste, un paraíso perfecto bajo la torre de Cronos. Flores de oro resplandecen allí, tanto en las olas como en las ramas de los árboles de la costa. Puedes pasarte el día tejiendo guirnaldas y coronas con ellas si te van esas cosas.
El río Estigio, tan sagrado para los griegos que los propios dioses juraban en su nombre, serpentea a lo largo de nueve espirales que rodean el reino del Hades. La única forma de cruzar es conseguir asiento en la barca remendada de Caronte, el barquero de los muertos. Caronte es un viejo cascarrabias de barba blanca y encrespada, ojos llameantes y que viste una túnica mugrienta. Miles de aspirantes a pasajeros deambulan durante siglos por las márgenes del río, pero solo los que han recibido una honrosa sepultura tienen la opción de embarcar. Si te pusieron una moneda en la boca después de morir, que te la saque el propio Caronte.
EL ESTANQUE DE TÁNTALO: La comida más famosa del Hades es la que nunca empieza. Tántalo cocinó a su propio hijo Pélope para servírselo a los dioses en un banquete y como castigo permanece para siempre en un lago del Tártaro con el agua hasta la barbilla. Está muerto de sed, pero, si se inclina para beber, el agua se retira a tierra seca. Las ramas que están por encima de él están repletas de peras, granadas, manzanas, higos y jugosas aceitunas, pero el viento las empuja y las aleja cuando intenta alcanzarlas.
EL FESTÍN DE LAS FURIAS: En este banquete real en el Tártaro, se dispone un sofisticado festín sobre una mesa enorme y los comensales se reclinan en divanes con patas de oro. Por desgracia, sí, esto también es un timo. Aunque llegaras a alcanzar un tenedor para la ensalada, la jefa de las Furias se levantaría de su asiento agitando una antorcha y te chillaría.