Para los chinos, actualmente vivimos en el «mundo yang», pero eso es solo la mitad de la historia. Nuestros antepasados se han trasladado al «mundo yin», un reino de espíritus que pasan sus días igual que nosotros, con todos los placeres y quebraderos de cabeza cotidianos, incluidas las interminables capas de trámites burocráticos.
En la mezcla de confucianismo, taoísmo y budismo que conforma la religión china, el cielo es el Tian, el poder supremo que mantiene en funcionamiento el cosmos. Como destino de ultratumba, se encuentra detrás de la neblinosa cordillera de Kunlun, en el extremo oeste. Hay que escalar la Montaña del Viento Frío, que confiere la inmortalidad, y después otro pico el doble de alto: la Montaña del Jardín Colgante. Esta hazaña otorga el poder de controlar el clima. Después puedes vértelas con otra montaña que, de nuevo, es el doble de alta y lleva al cielo.
Las nueve puertas del cielo son una de las atracciones turísticas que no hay que perderse. Cada una se compone de dos grandes pilares, en cada uno de los cuales descansa un fénix, a veces flanqueado por animales auspiciosos, como dragones o tigres. La música de las campanas siempre flota en el aire y los dioses habitan en su interior, al igual que el sol y la luna. (Busca una enorme morera. Ahí es donde reposan nueve de los diez orbes solares mientras el que está de turno surca el cielo.) El maestro de las nubes te guiará por los Muros Luminosos al Palacio del Misterio, donde reina la Deidad en las Alturas, como lo hace abajo, en la tierra, el emperador.
Sin embargo, la mayoría de las almas no están preparadas para el Tian en su actual vuelta en la rueda de la rencarnación. Es mucho más probable que te dirijas al inframundo de Diyu: la Ciudad Oscura, las Fuentes Amarillas. Se trata de un purgatorio de diez tribunales, cada uno de los cuales es jurisdicción de un juez-rey legendario. Verás que cada nivel de este infierno se parece más al juzgado de un condado o a una Dirección General de Tráfico que a un infierno dantesco: cada señor gobierna no desde un trono, sino desde un escritorio repleto de pergaminos y papeleo, rodeado por un complejo aparato de oficinistas y burócratas con cargos como «ministro de Túmulos» o «guardián de puertas» o «magistrado adjunto del Inframundo» (¿adjunto al magistrado del Inframundo?). Estos mitos sobre el más allá tienen su origen en la dinastía Qin, en los tiempos en que China estaba creando su inmenso servicio civil. En aquel entonces se solía enterrar a los muertos con documentos a la atención de los funcionarios del registro del más allá, en los que se certificaban sus posesiones, su situación jurídica, sus exenciones fiscales y demás. ¡Asegúrate de tener el papeleo al día antes de que llegue la fecha de partida!
Los diez tribunales de Diyu forman un gran anillo en la parte inferior del mundo. A medida que avanzas hacia la izquierda desde el sur y vas cumpliendo todos sus trámites, cada honorable rey y sus cortesanos revisarán minuciosamente todos los documentos de tu vida y tomarán nota de tus malas obras e incluso de tus malos pensamientos. En el primer tribunal, échale un vistazo al Espejo del Karma para disponer de un completo resumen de las virtudes confucianas que tienes o te faltan. Después, en los siguientes tribunales, unos sádicos burócratas, como son Cara de Caballo y Cabeza de Buey, te administrarán castigos por turnos para expiar todos tus pecados. Cada tribunal está dividido en dieciséis salas y en cada una se administran castigos para ocho pecados distintos, por lo que las infracciones tratadas aquí son de una deliciosa concreción: gente que se quejaba del tiempo, gente que tiraba trozos de cerámica rota por encima de la valla (¡los guarros incívicos de la dinastía Han!), gente que no devolvía los libros prestados.
La lista puede ser exhaustiva, pero las sanciones son inhumanas. Podrían serrarte por la mitad, ahogarte en un charco de sangre, machacarte hasta convertirte en gelatina de carne en un mortero gigante o freírte en aceite. A los libidinosos se los coloca junto a un pilar de latón calentado al máximo, que ellos estrecharán repetidamente entre sus brazos al confundirlo con su amada. A los pirómanos se los alimenta a través de una máquina para descascarillar arroz y a los infanticidas les meten y sacan serpientes de hierro por los ojos, las orejas y la boca.
Sin embargo, la tortura más diabólica de todas es una simple torre llamada Terraza para Ver la Aldea Propia. Sube y echa un vistazo a tu ciudad natal. ¡Sorpresa! ¡Te han olvidado por completo! Nadie reza por ti, se han ignorado tus últimas voluntades, tu pareja se ha vuelto a casar y tus herederos están dilapidando las posesiones que tanto te costó ganar.
Tras unos años de purgatorio, la Rueda del Destino del décimo tribunal te llevará a la reencarnación en uno de seis reinos. Pero, si antes quieres pasar unas décadas de relax aquí, en el mundo yin, no pasa nada. Ahora eres uno de los antepasados venerados y tienes la libertad de lucirte a través de las oraciones y las ofrendas de los vivos. Si queman unos circulitos amarillos de cartón, por ejemplo, recibirás la misma cantidad de monedas de oro en la otra vida. Si queman muñecas de papel para ti, te ponen sirvientes. Lo mismo ocurre con los recortes de revistas de casas lujosas o televisores de pantalla plana.
Cuando te hayas cansado de la vida espectral y estés listo para la reencarnación, dirígete al puente de la abuela Meng y pídele a la anciana bruja que te sirva una taza de su famoso té del olvido. Después vadea el Wangchuan, el río del olvido, mientras los recuerdos de tu vida anterior se esfuman. La única manera de conservar algo de tu antiguo yo es tallar un mensaje dirigido a ti mismo en la Roca de las Tres Vidas, a medio camino al otro lado del río. Esta roca puede contener información sobre tu vida actual, la anterior y la siguiente. Si no la utilizas, tendrás que empezar completamente de cero en tu siguiente paso por el mundo yang.