Mensaje encriptado
Londres, 27 de octubre de 1885.
Estimado 7:
Tal como sabíamos, Víctor Mayfair ha llegado a Londres. De momento, no he establecido contacto con él, aunque sí que lo he observado desde la distancia. Viene bien acompañado por numerosos ayudantes y es de esperar que no baje la guardia en ningún momento. Aún no he podido discernir cuáles son sus planes, pero confío en que los descubriré tan pronto me gane su confianza. Es, no hace falta que te lo diga, la imagen del perfecto caballero, hasta tal punto que me cuesta creer que haya vivido todos estos años fuera de Inglaterra. Pero he notado que algo ha cambiado en él, no sé decirte exactamente qué. No es la puesta en escena, desde luego. Tendrías que haberlo visto llegando esta mañana al hotel Langham, donde se aloja.
Su carruaje era una elegante berlina negra tirada por cuatro corceles también negros, absolutamente magníficos, tanto que los transeúntes se paraban para verlos pasar, probablemente pensando que debía de tratarse de algún miembro de la familia real. La prensa había sido avisada por la gente del Egyptian Hall, así que, nada más abrir la portezuela, una nube de fotógrafos y reporteros se abalanzó sobre él, ávida de contenido para sus periódicos.
Incluso desde donde me encontraba, a varios metros, camuflado entre la multitud, me llegó el olor de los fogonazos de magnesio de las cámaras de fotografía y el eco de las preguntas de los reporteros.
Lejos de evitarlos, como hacemos muchos de nosotros de manera natural, él se detuvo en la escalinata de acceso del hotel, aparentando improvisación. Claro que, tratándose de Víctor, estoy seguro de que había planeado cada detalle al milímetro: el sobrio abrigo negro perfectamente cortado, su bastón con mango de plata, el leve roce al ala de su chistera a modo de saludo… y, cómo no, su breve discurso.
El silencio se hizo en cuanto el enjambre de periodistas se percató de que iba a dirigirles unas palabras, así de impresionados estaban por aquel mago de apenas treinta años, alto y bien parecido y que, a pesar de proceder del este, parecía más británico que ellos mismos.
«Caballeros», comenzó, «les agradezco su interés en mi humilde arte y espero que durante los próximos días mis ilusiones estén a la altura de sus expectativas. Si tienen alguna pregunta, será un placer responderla».
Por supuesto, los reporteros no se hicieron de rogar; todos querían saber qué le parecía Inglaterra, si conocía a la reina Victoria, si era cierto que había sido invitado a palacio y si creía en el espiritismo. Víctor ignoró todas esas cuestiones hasta que una de ellas se elevó por encima de todas las demás:
«¿Qué puede decirnos del nuevo truco que va a estrenar en el Egyptian Hall? ¿Es realmente tan impactante como aseguran?».
Víctor no escondió su sonrisa, aunque fue tan sutil que estoy seguro de que pocos se percataron: aquella era justo la pregunta que había estado esperando, la única que realmente le interesaba contestar.
«Así es», respondió por fin, mientras se quitaba con descuido los guantes de piel. «Puedo adelantarles que es algo que no se ha visto jamás en ningún escenario de Europa. Algo verdaderamente único. Pero, aun así, me atrevería a aventurar que no será eso lo que más deleitará a la audiencia. Hay más sorpresas preparadas… y no solo en el Egyptian Hall».
Acto seguido hizo una breve reverencia como despedida y, dándose la vuelta, desapareció en el lujoso vestíbulo del Langham. Tras de sí dejaba una nube de asombro, flashes y excitadas preguntas que quedaron flotando en el aire, sin respuesta.
Imagínate el revuelo y el entusiasmo del momento. Mientras escribo estas líneas las enigmáticas declaraciones de nuestro hombre ya están en la primera plana de todos los periódicos londinenses. Todas las entradas para todas sus funciones están ya agotadas.
Desde las casas más elegantes hasta los comercios más humildes, en Londres no se habla de otra cosa. Todo el mundo se pregunta cuál será ese espectáculo nunca antes visto, a qué otras sorpresas se refiere el mago y dónde más actuará fuera del escenario del Egyptian. La expectación es máxima.
Aunque he intentado indagar sobre la nueva ilusión, el secretismo a su alrededor es absoluto. Mucho me temo que pueden confirmarse nuestros peores presagios. De ser así, será una verdadera pena, pero no nos dejará otra salida más que ejecutar el protocolo. En cuanto a lo de actuar fuera del escenario, creo que todos sabemos a qué se refiere. No será el primer mago que lo haga, aunque no es algo habitual en Inglaterra. Lo que más me intriga es a qué se refiere con eso de las demás «sorpresas». En todo caso, pronto lo sabremos.
Por otra parte, hoy he podido constatar que, efectivamente, y tal como habíamos supuesto, no somos los únicos que lo estamos vigilando; no obstante, desconozco si Víctor se ha percatado ya de ello. Probablemente sí.
Al igual que tú y todos los demás, sigo sin entender por qué está haciendo todo esto. ¿Qué le lleva a arriesgarlo todo, su prestigio, su carrera, su fortuna? Lo ignoro, pero ¿sabes?
Esta mañana, mientras hablaba con los periodistas, durante un instante nuestros ojos se cruzaron. No fue ni siquiera un segundo, pero duró lo suficiente como para darme cuenta de algo, algo en lo que no he podido dejar de pensar en todo el día. Dicen que la mirada de un hombre es la superficie de su alma, y créeme cuando te digo que algo ha cambiado en la de Víctor.
Porque aquella no era la mirada de un hombre joven y confiado, sino la de un animal salvaje herido; uno que ya no tiene nada que perder y que, por lo tanto, es terriblemente peligroso.
Tuyo, con lealtad al Pacto de Éfeso,
Fdo. 16.