
Estuve esperando que mi madre llegara de trabajar hasta bien entrada la madrugada. Mientras tanto, me puse a ver Sexo en Nueva York. Me encantaba el personaje de Carrie Bradshaw. Tanto que una de las actividades de mi terapia con la psicóloga fue buscar una reflexión que pudiera definir mi vida en un instante concreto y no dudé en escribirle en una carta las siguientes palabras de Carrie: «La vida es caer y levantarse y volverse a caer y volver a levantarse. La vida es alegrarte los viernes y joderte los lunes y abrazarte a quien te abrace y a quien no te abrace, pues no te abrazas y punto. Y no pasa nada».
Esta reflexión me hacía ver, de una forma clara, que las sorpresas que nos tiene preparada la vida no pueden conocerse hasta que el destino lo decida. A veces nos toca celebrar y otras muchas sufrir. Pero detrás de cada lágrima hay un lago de felicidad que vamos llenando poco a poco. Y en el momento menos esperado, podremos bañarnos en él. Mojarnos con la ropa puesta y sin que nada pueda evitarlo.
De esta forma, con la ayuda de mi madre, de mis amigos y de mi psicóloga pude adentrarme más en la Maya que no sabía que caerse es necesario.
—Maya, me tenías preocupada. Te he llamado más de diez veces durante el camino y no me has cogido el teléfono. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Su cara de preocupación me hizo sentir mal. Pero yo quería contárselo en persona y poder darle las gracias por haber estado siempre a mi lado y por volver a estarlo una vez más.
—Lo siento, mamá, pero esto no podía decírtelo por teléfono. ¡He sacado un once con siete! ––grité tan alto que hasta me emocioné—. No creo que tenga problemas para entrar en Publicidad. Aún no me lo creo, estoy como si todo fuera un sueño.
Nos abrazamos. Lloramos. Ella y yo.
Como si fuéramos una.
—Lo sabía. Sabía que no ibas a tener ni un solo muro más en tu vida que te impidiera alcanzar tus sueños.
Ojalá estas palabras fueran el titular de mi vida, pero desconocíamos lo que estaba por llegar. Porque no iba a ser fácil irme de casa y dejarla atrás. No tenía ni idea de lo sola que me iba a sentir en Málaga. Pero era el momento de avanzar y disfrutar de todas las oportunidades que me brindaría esta nueva experiencia.
Iba a ser universitaria.
Iba a ser publicista.
Pero, sobre todo, iba a ser la Maya que siempre había querido ser.
Iba a ser yo misma sin ayuda de nadie.
—Maya, sé que no quieres hablar de esto, pero papá dejó dinero en el banco para que, cuando llegara este momento, tuvieras lo necesario para poder estudiar donde quisieras.
No quería volver a recordar que papá nos dejó solas una mañana cualquiera, el día de mi decimoquinto cumpleaños. Estábamos arreglándonos para salir a comer a mi restaurante italiano favorito, pero cuando bajamos al salón, mi padre tenía los ojos cerrados, decididos a no volver a abrirse. Un infarto lo abrazó tan fuerte que decidió que ese era su momento. El peor momento para mí. El peor para nosotras. No puedo borrar esa imagen de mi mente. Ni siquiera soy capaz de olvidar su olor. Ese día se convirtió en la primera noche de tantas que tuve que enfrentar.
—Mamá, no quiero hablar de eso ahora. Aún no hay nada seguro. Prefiero centrarme en escoger mis opciones para estudiar y cuando salgan las listas definitivas, ya lo veremos.
Nos abrazamos de nuevo.
Fue duro saber que mis padres habían abierto una cuenta bancaria para que no tuviera problemas a la hora de estudiar. Me sentía afortunada, la chica más feliz del mundo. Pero seguía pensando que sentirme bien cuando mi padre no seguía con nosotras era ser egoísta.